Title: Estudio descriptivo de los monumentos árabes de Granada, Sevilla y Córdoba
Author: Rafael Contreras
Release date: August 27, 2017 [eBook #55440]
Most recently updated: October 23, 2024
Language: Spanish
Credits: Produced by Chuck Greif, Carlos Colon, Josep Cols Canals
and the Online Distributed Proofreading Team at
http://www.pgdp.net (This file was produced from images
generously made available by The Internet Archive/Canadian
Libraries)
ÍNDICE DE LAS MATERIAS |
POR
RAFAEL CONTRERAS
RESTAURADOR DE LA ALHAMBRA
ACADÉMICO É INDIVIDUO DE LA COMISIÓN DE MONUMENTOS
——
TERCERA EDICIÓN
CON GRABADOS Y PLANOS
——
MADRID
ESTABLECIMIENTO TIPOGRÁFICO DE RICARDO FÉ
Calle de Cedaceros, núm. 11
—
1885
——
ESTA OBRA ES PROPIEDAD DE SU AUTOR
——
Después de habernos ocupado durante treinta y siete años de restaurar los singulares arabescos de la Alhambra, de revelar inscripciones perdidas, y de restablecer el monumento que se hallaba casi hundido, al estado característico de su notable antigüedad, pensamos reasumir en un pequeño libro el fruto de nuestras investigaciones y descubrimientos, bajo forma más artística que la usada por los que nos precedieron en descripciones de índole semejante.
Quisimos también acompañar á nuestro trabajo, las noticias históricas que sirven para embellecer siempre las artísticas lucubraciones; pero son tantas y en tan copioso número las que se han hallado, especialmente de los autores árabes, que para no hacer este libro demasiado largo y tal vez confuso, resolvimos publicarlas en tomo separado, y utilizar en éste tan solo aquello que podía dar á conocer mejor los monumentos y sus pequeñas ilustraciones; habiendo tenido el disgusto de ver algunas de éstas reproducidas sin nuestro consentimiento, en otras obras que se han impreso y publicado.
Puede ser que en algunos casos encuadernemos con esta edición apéndices muy breves que traten de los monumentos cristianos y aun de otros más antiguos, para que sirva á los viajeros de guía descriptiva; pero en este caso, conviene advertir, que nuestro principal intento fué siempre hacer la comparación de las obras árabes, relativas al más importante período de la dominación agarena en esta parte de la Península y dejar el estudio{6} de las obras cristianas y paganas, quizá menos interesantes entre nosotros, para ocasión más competente.
Concluiremos haciendo una indicación sobre la dificultad que ofrece ocuparse de objetos con apelativos árabes, y fijar á estos nombres la más adecuada trascripción al castellano; pues hemos hallado aun en autores de nota, tales divergencias ortográficas, que se hacía imposible en un mismo significado con distintas ó parecidas palabras, fijar el valor de las letras arábigas, cambiado según la procedencia árabe, mudejar, ó extranjera de la traducción, sin que la tradicional costumbre de nuestros cronistas y poetas pudiera darnos una clave segura, que ellos ciertamente no usaron en absoluto. Resultando de aquí que muchas palabras han sido escritas en dos ó más formas, según la procedencia de la cita, tiempo de su inserción ó idioma á que fueron traducidas, lo cual podremos ir remediando en nuevos estudios y ediciones sucesivas.{7}
Dijo Buckle[1] que la más interesante crónica de todas las naciones cultas, y la que no debe olvidarse jamas, es la del pueblo español. Con efecto, grande y poderoso era éste cuando el resto del mundo se ardía en guerras feudales y religiosas. Libre, y con instituciones representativas durante el revuelto período de las ambiciones dinásticas, en nuestra patria se han ensayado las leyes más justicieras é igualitarias, se han llevado á cabo las más lejanas y venturosas conquistas, y se han adelantado pasmosos descubrimientos, que no han podido borrar desastres espantosos y fatales preocupaciones.
Conserva nuestro suelo las raíces secas y quebrantadas de los múltiples trabajos de la humanidad en todos los tiempos y civilizaciones; y las diversas razas que lo poblaron han impreso el sello de sus obras en las cien generaciones que se han mezclado y comprimido durante treinta siglos con caracteres tan distintos, que todavía existe en nuestras provincias por un lado el espíritu aventurero y nómada de los primeros colonizadores, por otro la altiva independencia de los ilustrados mercaderes griegos y africanos, y en todas partes el dulce y tranquilo genio de las artes. Por el centro de la Península, pastores y honderos independientes ponían límite á las conquistas,{8} y en el Norte la rudeza indómita de los que habitaban los bosques celtíberos helada por la brisa de sus angulosas montañas. Constantemente la fiereza, la pasión y el heroísmo, mezclados á esa pasmosa debilidad que dió tan inmensa fuerza á los agarenos para abatir las costumbres y leyes que había creado el palo y el hierro de los procónsules y de los conquistadores bárbaros.
Así, pues, entre nosotros se han iniciado todas las civilizaciones hasta el principio de su desarrollo, en el que parece que una atmósfera asfixiante las ha secado y empobrecido, viniendo siempre en pos del primer albor de la paz y de la dicha, el huracán de la destrucción y del aniquilamiento. La tradición, presentada siempre en un torbellino de pasiones y de sufrimientos, no ha sido respetada ni ha podido trasmitirse como ancha base de las instituciones modernas, para labrar nuestro porvenir, y hemos podido olvidar el carácter que imprimió la historia de la Reconquista al plantear la regeneración moderna.
Hegel nos ha asegurado, á la vista de esas grandes trasformaciones que experimentan los pueblos, que la inteligencia, el carácter, la pasión y la cultura se han reflejado siempre en las obras que dejaron labradas con sus manos ú ordenadas por su entendimiento. ¿A dónde ir, pues, para estudiar la historia más que á los eternos ó casi imperecederos frutos de las civilizaciones antiguas? El arte ideal que vino después del clásico y del simbólico tan hermosamente representado en la Península, nos ofrece ese constante genio que animó todas las empresas españolas, aquí donde la religión ha sido venerada, la ley inexorable, el espíritu intransigente, el culto irreflexivo, y donde se ha batallado durante ocho siglos sin más tregua que la necesaria para vigilar con astucia el costado vulnerable del enemigo. Nunca se ha roto el hilo de esta tradición caballeresca que nos ha dado un calificativo propio en el resto del mundo; y sin interrumpirlo es como acaso podríamos desarrollar nuestra antigua grandeza, encadenando aquel constante modo de ser, con los adelantos de las ciencias, con los intereses modernos{9} y con ese espíritu de los pueblos que pasaron, Iberos, Godos y Arabes, que flota todavía en una atmósfera de huracanes y de convulsiones.
Y en esta tierra clásica del sentimiento, donde parece que todo ha muerto, dejando el suelo sembrado de preciosas ruínas que los hombres no se cuidaron de contemplar, se conserva todavía el odio de raza ó espíritu vengador que destruye las respetables obras de la antigüedad, y que á cada agitación derrumba y aniquila todo con el ardimiento y barbarie de la desgracia y de la impotencia, sin cuidarse ni sentir el destino social del arte en los tiempos venideros y en las realidades que se presagian.
Conocidas son las obras de la civilización romana, y los vestigios que ésta dejó en la Península ibérica. No es, por tanto, nuestro propósito hacer aquí un estudio comparativo de esas magníficas obras, cuyos detalles se pueden estudiar mejor en otras comarcas del mundo antiguo. Su influencia entre nosotros nunca fué absoluta, y las grandes construcciones que sintetizaban el período romano, más bien habían degenerado en nuestro suelo por la influencia indígena, que crecido bajo el amparo de una absoluta dominación. Difícil es demostrar el carácter de nuestro pueblo en los primeros siglos del cristianismo, si no asimilamos sus costumbres y sus leyes á las de los colonizadores; una densa oscuridad lo hace impenetrable todavía á todo género de investigaciones históricas.
Por más que miremos con sorpresa las artes romanas de la Península, nunca inspirarían el afán de estudiarlas abstrayéndonos de la universalidad de las obras que levantó aquel poderoso pueblo. Con ellas desapareció el genio peculiar de los pueblos invadidos, y no podemos hallar durante ocho siglos testimonios bien caracterizados de la raza sometida. Fragmentos griegos de una degeneración marcadísima, instrumentos{10} de labranza y armas, que se diferencian poco de las que se ven hoy de cobre y hierro en la costa oriental de África, inscripciones interrumpidas ó piedras aisladas con signos de carácter céltico ó hebráico, grandes vías legionarias; pero ningún dato que nos guíe desde estos descubrimientos á los muchos pueblos y monumentos que existían ignorados por la incuria ó indiferencia de los procónsules. No habrá quien se atreva á sostener que merezca una apreciación seria lo poco que conocemos de la civilización y de las bellas artes greco-romanas, manejadas por los artistas españoles, y bajo la influencia de nuestra antigua cultura en los tiempos llamados siempre heróicos. La decadencia fué siempre constante, y más todavía cuando vino el influjo de aquellas inmigraciones en los primeros siglos, que huyendo de Europa ante Suevos, Vándalos y Alanos, invadían el territorio y se mezclaban casi totalmente con los primitivos habitantes. El arte degeneró sensiblemente al caer en poder de errantes hordas que se cubrían el cuerpo de tejidos groseros y hacían sus habitaciones con las ramas de los árboles; y si bien poco á poco tomaron de los Romanos el lujo y costumbres, fué para empequeñecerlas y amenguarlas, notándose cuánto sus groseras obras carecían de belleza y privaban al arte de esas esbeltas, sencillas y clásicas formas, que con encanto poseen los monumentos labrados en Roma y Grecia ó en las colonias y municipios de allende el Pirineo.
Aunque citáramos los acueductos, puentes, circos, termas, caminos, urnas, miliarios, estatuas, vasos y joyas que se hallan en nuestro suelo á cada paso, el arte en España no fué el romano, ni el griego; uno y otro no se manifiestan más que como elementos de una civilización que transita y deja huellas en el granito, en los metales y en el mármol; otros tiempos y otras civilizaciones alcanzaron mayor éxito, sin llevar el signo cruel de la decadencia, y ellos son los que merecen fijar la razón de la historia y la filosofía del arte.
Cayó el imperio romano y quedaron sus leyes y costumbres sólo en las populosas ciudades que embellecieron: lejos{11} de éstas, y apartadas de las vías imperiales, otras costumbres y hasta otros cultos se alimentaban en silencio. Vinieron los visigodos y se establecieron en sus palacios, en sus andrónitos y en sus peristilos, y la religión que aceptaron sin profundas convicciones, sostenida por misioneros que continuamente se contradecían, é impotente entonces como lazo social inquebrantable, no destruyó completamente el ara de los sacrificios ni las estatuas de los dioses paganos. Fraccionados los cristianos por herejías profundísimas, fué imposible una vigorosa propaganda; y relajado el estado moral antiguo, el arte no pudo hacer más que expresar el influjo de tantas opiniones contradictorias como agitaban á la cristiandad en los primeros siglos de trasformaciones y esperanzas.
Si Clodoveo, único monarca que en el siglo V profesaba de lleno las creencias católicas, no hubiera sostenido contra los pueblos visigodos la primera guerra religiosa que contempló la España, tal vez habría sido más difícil á los mahometanos llevar á cabo su pasmosa conquista; pero ocupado desde aquella lucha en el establecimiento del catolicismo, como religión nueva, el pueblo gótico que venía sufriendo intolerables persecuciones á través de siglo y medio de dominación, no opuso el valor heróico de convicciones arraigadas, y sucumbió, quizá de buen grado, por acogerse á la tolerancia de los nuevos señores. De tal época de duda y desconcierto los monumentos de arte son raros y sin importancia, no expresan más que la transición tumultuosa, y carecen por aquel efecto de verdadero carácter nacional y de perfección greco-romana.
La arquitectura latina creció con una mezcla bizarra de fragmentos antiguos, que no porque fueran abundantes, la dotaban de belleza y la elevaban entre nosotros al esplendor que alcanzó en las Galias y en Italia. Hileras de columnas desiguales, colocadas las unas sobre las otras, no coronando las cornisas á los edificios sino ribeteándolos, los arcos sin archivoltas, los intercolumnios sin arquitraves, y una multitud de chocarrerías bárbaras ornaban las estrechas basílicas de aquel tiempo.{12}
No es, por tanto, ese período de transición para nuestro país el que nos pudiera dejar un arte, á él que, desarrollado á más ó menos altura, le hubiéramos otorgado carta de naturaleza. La época goda con sus rotondas, sus baptisterios, sus cruceros, enclaustrados y criptas, no hizo nada en nuestro suelo que pudiéramos asimilarnos como arte nacional. Es preciso para esto venir al siglo VIII, cuando desaparece la sociedad cristiana y huyen nuestros soldados ante el brillo de las cimitarras, porque la patria gobernada teocráticamente no tiene valor cívico que oponer á los invasores. No era el tiempo, y así lo comprenderían aquellos santos varones de salir seguidos del coro, y precedidos de los ciriales y mangas á las puertas de las poblaciones, para pedir á los nuevos Hunos que se retiraran á sus bosques ó á las ardientes arenas de la Libia. Estos invasores tenian la conciencia de una predestinación infalible, y no podían temer otra emboscada tan sangrienta como la sufrida por aquéllos en las Galias.
De la tribu de Koreisch había de caer sobre Europa tan formidable enemigo, que á su presencia huirían las tradiciones no extinguidas del paganismo, y los pueblos cristianos se estrecharían espantados para cerrarles el paso. Los poderosos descendientes del Profeta estaban llamados á abrir en nuestro suelo un surco que no pudieran borrar los trabajos de cien generaciones. Desde muy antiguo componían el pueblo árabe corsarios del desierto, que en caravanas hacían el riquísimo comercio desde los puertos donde descargaban los bajeles de la India á las ciudades interiores de la Siria, Persia y Judea. Estos pueblos conocían perfectamente las costas y territorios del África septentrional, eran los comerciantes que llenaban los mercados romanos de las riquezas de Oriente, los que habían venido en todos los tiempos á Cartago y á las Baleares, no se extrañaban de la civilización occidental, y podían llegar hasta los Pirineos, conocedores por relatos de toda la extensión de la Península: sabían que se explotaba en España la plata, el azogue, el plomo y cobre en abundancia, y que competían sus criaderos con las minas de Sofala. Antes de la invasión,{13} comerciaban en nuestras costas, nos traían porcelanas de la China y gomas de Malabar, y llegó después á tal punto su sed invasora y comercial, que hasta visitaron las Maldivas y las Molucas, y más tarde se pusieron los primeros en camino, con los Portugueses, para hacer inmensos descubrimientos que cambiaron la faz y las esperanzas de Europa. No ha habido en el mundo raza que extendiera sus correrías en más dilatados espacios, ni religión, que como la de Mahoma, hiciera más prosélitos en menos tiempo. Ellos se aposentaron tranquilamente en las tres partes del mundo entonces conocido. «¡Esclavos ó islamitas!» gritaban á los pueblos cuando llegaban á sus puertas. El antropomorfismo, la idolatría, el culto de los astros, el budhismo, el cristianismo, en fin, hubieran sucumbido si no se levanta el centro de la Europa para contener sus conquistas, que parecían interminables. Quizá el peligro común salvó entonces á la cristiandad de una total ruína, y echó luego los cimientos de esa unidad religiosa que parece indestructible en nuestra patria.
Conviene á nuestro propósito, para fijar bien el carácter de los invasores, el demostrar cuánto la lengua de los árabes influyó en el resultado de estas prodigiosas conquistas. El idioma del Korán era considerado el más puro de la Arabia, y se hizo patrimonio del universo civilizado. Dice á este propósito Herder: «que si los Germanos, vencedores de la Europa, hubiesen poseído un monumento tan clásico ó menos que el Korán, jamás hubiera podido el latín dominar su lengua.» Con efecto, sólo la fe religiosa de los Tabi, ciegos conservadores de los preceptos de su maestro, libres de toda corrupción del lenguaje, bastó para conservar una lengua que durante toda la Edad Media había de ser depositaria de las ciencias antiguas. Está fuera de duda por cuantos historiadores se han ocupado de nuestro país, que el período más brillante é ilustrado para la literatura y la filosofía fué el del Califato, y aun después, el más culto de los reinos que se formaron por toda la extensión de la Península; su población más numerosa que la actual y aun que la romana, sus edificios más espaciosos y ricos, sus{14} Universidades más concurridas, y sus Academias funcionando ocho siglos antes que se fundaran las que hoy existen. Sin las exageraciones del fanatismo, los españoles se habrían aprovechado más de aquella civilización, y hoy daríamos al mundo un espectáculo bien distinto del que ofrecemos. En los pueblos donde la impiedad no podía destruirse, resto del furor arriano de los Visigodos, el Árabe enseñó la idea absoluta de un Dios, Creador, Regulador, Soberano árbitro de todas las cosas; y como emanaciones de inextinguible bondad, enseñó á las escuelas cristianas que se habían viciado por los errores de la herejía constantemente insubordinadora, la práctica diaria de la caridad, de la limpieza, de la temperancia, de la obediencia y de la oración; destruyó la pasión al juego, á la idolatría y á la usura, porque, no hay que dudarlo, los cristianos de aquel tiempo no oponían á los Árabes costumbres honestas, ni amor al trabajo, ni limpieza, sino las impurezas de las costumbres romanas que sustentaba todavía la alta sociedad, y la grosería de las clases pobres, que se había sostenido con la ignorancia ó la servidumbre. La raza que había obrado aquel prodigio en las márgenes del Guadalete poseía una tranquilidad de alma inquebrantable, un convencimiento absoluto de la unidad y santidad de su doctrina: no podían oponer lo mismo las razas vencidas ó arrolladas. Sin la tolerancia de la poligamia y la prohibición de discutir las cosas sagradas del Korán, no sabemos si la humanidad hubiera titubeado en aceptar leyes y usos que podían imprimir tan poderosa acción á millones de criaturas. Todavía, después de mil años, la lengua de los Árabes, dulce, sonora y flexible, sirve de alianza entre Oriente y Occidente; todavía, ante la humanitaria religión del Crucificado, se sostiene única y ostensiblemente cuna de muchas tradiciones. El harém, que horrorizaba á las familias cristianas y llenaba de amargura á aquellas infelices esclavas arrancadas de los pueblos conquistados, fué, al par que una feliz tradición antigua para contener á los creyentes, un valladar intraspasable para el proselitismo. ¡Cuánto carácter imprimió á sus alcázares y á todos sus monumentos esta sola condición de la{15} vida social de los Mahometanos! Cuando vemos alzarse los esbeltos minaretes, las doradas cúpulas, los rojos ó pintados baluartes, y sentimos la inspiración de ese pueblo fanático y noble, deploramos la abyección en que ha caído y los futuros desastres que todavía amenazan á unas gentes que de tal modo fueron intérpretes de las más sabias escuelas de la Grecia.
¿Seremos todavía incapaces de reconocer con gratitud lo que la antigua civilización española debió á esos huéspedes, que sembraron su sangre y sus preocupaciones orientales en nuestro suelo?... El Español, tal cual es, ese tipo que se distingue hasta cierto límite de la familia europea, y con especialidad de las razas del Norte, representa hoy en decadencia aquella cultura; y ni las crueles persecuciones religiosas, ni la férrea unidad monárquica, ni las emigraciones, han podido destemplar el alma que se inflamó con el arte, la literatura y la poesía agarena.
No fueron los Kalifas los que por su protección hicieron del árabe el pueblo más poeta del universo: aún no había nacido Mahoma, y ya cantaba sus peregrinaciones, las luchas de Okhad, su vida errante y sus querellas amorosas. Sería interminable la lista de sus poetas y escritores. Todos recitaban versos tan sencillos como originales, notándose en ellos una cosa muy significativa: que, aun cuando conocieron la epopeya, el idilio, la oda de los Griegos, jamás aprendieron ni imitaron inspiración ni sentimiento alguno, sino que continuaron no menos entusiastas de su poesía y de sus canciones heróicas. El Cuento, género recitado que en pleno siglo XIX es aún el mejor deleite de la sociedad; que en Andalucía ha llegado á ser una parte de la conversación, y el atavío y gracejo de cuanto se habla, el que entretiene bajo sus tiendas á los moros de Fez, ese constituye todavía el solaz más dulce y agradable de las escenas españolas; y tan antigua es esta literatura de la raza pura árabe, que el Profeta, cuando principió á divulgar el Korán, temió que los cuentos de los mercaderes persas, entonces en boga en todo el Yemen y en los caminos de las caravanas, hiciesen olvidar al pueblo la lectura del Libro Santo.{16}
Como la idea pura de la unidad de Dios es la base incontrastable de la religión mahometana, toda la filosofía estaba basada en contemplaciones, himnos, rezos y alabanzas. Simultáneamente se levantaba el ancho pedestal de la doctrina aristotélica. Sectas ilustradas examinaron el célebre Organum que trasmitieron los filósofos alejandrinos, y Alfaraví, Ibn Taphail, Algazel, Avicennes, fueron más notables filósofos que los discípulos de Abelardo, que Amaury, David y Maimonides. Además, que por ilustres que fueran las escuelas filosóficas establecidas en la Edad Media, los que impulsaron el movimiento, á pesar de los estudios teológicos, fueron esos sabios que desde Granada, Córdoba y Sevilla derramaban nuevas ideas sobre la moral, la política, el alma, la física, la razón. ¡Imposible parece que del suelo de Andalucía había de partir la luz que se reflejara sobre los Kathares, y que con tales maestros no quedara en nuestro país el menor vestigio de aquella filosofía racionalista!...
Avicebron, que vivió bajo el poder de los Abassidas, combatió la intolerancia de los Almohades, escribiendo contra los atributos de Dios y su semejanza con la criatura. Trabajos que en el suelo español no volvieron á repetirse, esterilizándose por el influjo bien explotado de la intolerancia mahometana.
Las leyes de la metafísica conocidas por los modernos, fueron trazadas ya por Mahoma y los pensadores Griegos; mientras los cristianos traspirenaicos de la Edad Media realizaron la unión constante de la escolástica y el misticismo, con lo cual había de brotar el Renacimiento, preludiando la aparición de los grandes filósofos que han hecho florecer la inteligencia y los intereses materiales de Inglaterra, Francia y Alemania.
Pero lo que sobre toda esa suma de ciencia imprime á la civilización árabe española un formidable poder y constante progreso, envidiado por todos los pueblos de Europa, son las ciencias de la naturaleza, las matemáticas y la química. Bajo el reinado de Al-Mamunn midieron un grado del meridiano en el país y llanura de Saryar, y construyeron para la astronomía{17} cuantos instrumentos necesitaban, tablas celestes y planisferios, cartas geográficas y estadísticas, mucho tiempo antes que los cristianos se ocuparan de estos trabajos. La cronología, la navegación, la arquitectura náutica, están dotadas de tantos nombres árabes, que nadie borrará este sello indeleble de su influencia en los siglos venideros. Las tablas construídas en Samarcanda determinando épocas, fijando revoluciones celestes, y abreviando los cálculos, son otras tantas obras de su genio; y si bien en la anatomía, por una prohibición expresa, no pudieron adelantar mucho, la medicina les debe casi todo el conocimiento de las plantas, y la virtud de muchos agentes minerales que la química les había revelado. Es, pues, muy lógico que el arte, en la acepción que entre ellos tuvo esta palabra, se desarrollara á expensas de tales conocimientos exactos, y á tal punto, que las trazerías de almocarves no han sido hechas antes ni después con la perfección, exactitud y espontaneidad que se ve en los almizates y comarraxias de los edificios arábigos. En nuestros días estas combinaciones de líneas, que dejan descubiertos polígonos y otras figuras convergentes á centros comunes y simétricos, detienen la mano de los mejores dibujantes, y sin un estudio hecho á conciencia no es posible aplicarlas.
Se ha preguntado muchas veces qué habría sucedido en el mundo, si los Vándalos y los Alanos no hubieran sido arrojados de la Península, y dado origen al más grande reino de piratas conocido. Seguramente los Árabes no habrían llegado á nuestro territorio si Genserico hubiese establecido un reino entre la Libia y la Mauritania, ó si este León de Numidia, después de saquear á Roma, hubiese llevado sus despojos á África, y vuelto á invadir la España. La cúpula de oro del Vaticano que arrebató, habría servido para levantar de nuevo{18} en nuestra patria un gran templo al paganismo. Jamás un imperio pudo hacerse más grande y perecer en ocho generaciones de reyes, la mitad asesinados.
Antes de Mahoma, se ha dicho, los Árabes apenas tenían arte que representara sus adelantos, y esta peregrina idea se ha venido sosteniendo por los que á toda costa querían probar el indomable barbarismo de aquellas tribus errantes. Sabido es que los desiertos que se hallan entre el Mar Rojo y el Eufrates, á juzgar por el relato del Profeta, eran como son hoy llanuras ligeramente interrumpidas por valles muy poco cultivados, y esto mismo acredita que la Arabia en aquel tiempo no se parecía á esos desabrigados mares de arena que hay en el continente africano, sino que el país sufría el abandono propio de la raza viajera que lo poblaba, la cual apenas se ocupaba de sembrar los campos ni aprovechar los escasos manantiales de sus montañas. Pero, ¿cómo no habían de tener arte, á lo menos simbólico, unos pueblos que visitaban la India, entonces más floreciente que ahora, los antiguos imperios, Babilonia, el Egipto, la Judea, y que frecuentaron todas las colonias griegas y romanas? Su país era la escala del Oriente; en él refrescaban los comerciantes sus alimentos, y se proveían para continuar las expediciones; en él dejaban sus mujeres y sus hijos; ¿cómo, pues, en ese suelo no se levantaron los edificios propios de su vida y de sus creencias? Los que sostienen el estado bárbaro de la raza árabe antes de Mahoma, preguntan: ¿dónde están los monumentos ó sus ruínas? No existen hoy después de las sangrientas vicisitudes por que ha pasado aquel país; pero no es menos cierto que se hallan vestigios romanos, griegos y persas, y que el Egipto reflejó allí su civilización primitiva; pues si aquel inmenso caravanserallo hospedó los mensajeros del antiguo mundo, si en su suelo descansaban tropas numerosas de negociantes y de soldados, ¿cómo no creer ciegamente que el arte pagano en su primera manifestación, el que concedió tal grandeza á los antiguos Medos y Asirios, y luego vino á modificarse en la culta Grecia, no fuera el origen de la civilización que tuvieron los{19} primitivos Árabes? La Kaaba había sido ya construída en tiempo de Mahoma, los Hebreos habían hecho sus templos muchos siglos antes y eran sus vecinos; el cristianismo se apoderaba de los monumentos romanos, y el estilo bizantino dominaba en toda esa región oriental. Cuando se trató de reconstruir la Kaaba, los arquitectos que lo verificaron eran el uno griego y el otro copto, y por demás se sabe que en aquellos tiempos los artistas no eran tan cosmopolitas como en los presentes. El gusto persa, que se extendió á la Siria y al Ásia Menor, sólo sirvió para abrigar en el fondo de sus mejores obras el culto de la nueva religión. Mezquitas levantadas en la primera época tienen todas las formas de la arquitectura griega y egipcia, y recientes trabajos hechos en la alta India y en los pequeños estados confines con la Persia, han principiado á darnos una luz muy remota sobre algunas formas del arte, revelando los primeros albores de las múltiples bóvedas de la Alhambra, y el arco excéntrico y apuntado, que parece se inició en las construcciones de aquellos tiempos, 1.000 años antes de la fundación del Islamismo.
Ebn-Jhaldoun dijo, que artistas y hasta trabajadores en piedra y madera se pidieron á Constantinopla para construir mezquitas. El Kalifa Walid, Abd-el-Malek, para levantar una mezquita en Medina, otra en Jerusalén y otra en Damasco, pidió al emperador Justiniano 200 obreros y albañiles; y una de las condiciones de paz entre el Kalifa y el mismo Emperador, fué que éste le entregaría azulejos, pavimentos de esmalte y tejas en cierta cantidad, para la decoración de la gran mezquita de Damasco. Lo que se ve claramente es, con cuántos retazos de antiguas obras, y con qué diverso espíritu, se levantaban los primeros monumentos, y por qué existe tan profunda diferencia entre los que se edificaron en los primeros años de la egira, los que se hicieron en el Kairo mucho tiempo después, y los que se alzaron en España en distintas épocas.
Bajo las dinastías de los Arsacidas y Sassanidas, obró prodigios el arte persa que contemplaron los Árabes, y en la ciudad de Madain, conquistada por ellos, hallaron tal arsenal de{20} ornamentos, que fueron deslumbrados por ellos; y tal abundancia y prolijidad de detalles, que dicen había edificios bordados como encajes, y cúpulas que se elevaban hasta las nubes en múltiples combinaciones. No se demuestran bien las formas de los arcos apuntados, pero aquellas relaciones fantásticas nos indican que unas líneas no conocidas los debieron sorprender, en particular las de los patios, que tenían grandes y dilatadas galerías de arcos, bajo las cuales cabían ejércitos enteros, cobijados por menudos cupulines. Tak-Kesra presenta una construcción de arcos ojivales[2] que, si no tan aperaltados como los de las catedrales góticas, tienen la curva primordial de su antiguo origen. Tak-Kesra se sabe que era el palacio de Cosroes en las ruínas de Ctesiphón, y como los de Firuzabab, se construyó en los primeros siglos del cristianismo. La forma ovóide de estos arcos se insinuaba ya lo bastante para que naciera de ella el arco roto, apuntado y de herradura, y puede conjeturarse su procedencia cuando comienza á verse con signos característicos en las mezquitas de Egipto y Túnez. Un número notable de edificios mahometanos de la primera época se ve también coronado de almenas á manera de dientes, de las cuales no se hallan vestigios por otra parte; pero que si nos remontamos al tiempo de Sapor[3] y á las construcciones bramínicas, se hallará el origen de esas cresterías que aprovechó el gótico con tanto lujo.
Siguiendo las diversas fases que presenta el arte árabe, para deducir el origen y formación de sus modificaciones antes que se manifestara en España con la riqueza que descuella en los siglos XIII y siguientes, hallamos que los más antiguos edificios están construídos con materiales arrancados de los palacios y templos que dejó el arte persa, griego y latino, sin olvidarse de las famosas construcciones cartaginesas que respetaron los Vándalos; como las columnas de Córdoba, las del alcázar y mezquita de Fez, y los capiteles degenerados de Corintio{21} con hojas y volutas, pero dando un alto relieve á las más finas venas de sus acantos; los ladrillos rojos y blancos tapizando las fachadas y cortando las dovelas de los arcos, y la multitud de bóvedas y cúpulas cuya magnitud y esbeltez va disminuyendo á medida que nos acercamos á Marruecos y pasamos á España, en donde se construyeron muy pocas.
Aunque autores tan ilustrados como Batissier[4] sostienen que los Árabes ligaban los adornos con hojas y flores, lo mismo en los últimos tiempos que en los primeros, no hemos hallado en las obras posteriores al siglo XII ese género de mescolanza en las rigorosas y clásicas trazerías; antes bien, siempre hemos visto, que el purismo tan decantado de esa ornamentación estriba exclusivamente en las combinaciones geométricas á que se presta la línea. En los tapices persas, indianos y bizantinos, sí hemos visto el abigarramiento que produce la hoja, la flor, el grutezco enlazándose á las trazerías, por más que éstas se vean matizadas de los más brillantes colores.
De los mosáicos, azulejos ó piezas de barro esmaltadas con que cubrían los basamentos y anditos, vemos claramente la procedencia simultánea en todo el Oriente, trasmitida de los antiguos Persas, Medos, Asirios é Indianos, como lo demuestran los hermosos fragmentos hallados por Flandin bajo las ruínas de Nínive. Las inscripciones, por último, fueron los ornatos más usados antes y después del siglo IX; con ellas dieron una extraña originalidad á sus obras de toda clase, y las hemos visto grabadas en los trajes, en los muebles, en las arracadas ó joyas, además de esas fantásticas leyendas escritas en las cabeceras de las sepulturas, de las que hay muchos ejemplos en España y África.
Un género de ornamentación peculiar á los monumentos árabes más modernos, donde se desarrolló de un modo pasmoso é imprimió á la arquitectura un carácter más noble y elevado, fué la bóveda que hemos dado en llamar estalactítica; ¿de dónde trae su origen? En ninguna parte son tan complicadas{22} y múltiples como en la Alhambra: no hay comparación entre éstas y las que se insinúan débilmente en el Kairo y en la Persia musulmana. Sin duda que han venido á través de la emigración perfeccionándose, y que pudieron empezar por nichos con bóvedas cruzadas, y por pequeñas gotas ahuecadas para entretener las líneas de las cornisas en los antros monolíticos de los templos aryas, imitados por los Persas más tarde y copiados en Egipto.
Fijándonos particularmente en España, nos remontaremos á los años 710 y siguientes, cuando Muza conquistó desde Tarifa hasta Barcelona, y aposentó sus taifas en las iglesias latinas, en los palacios episcopales y en los recintos murados que habíamos heredado de la dominación gótica. Zaragoza vió levantarse la primera mezquita de importancia, ó, por lo menos, ostentó un monumento oriental antes que se alzaran los de Córdoba, Calatayud, Sevilla, Toledo y Valencia. Realizando conquistas, construyeron castillos y murallas flanqueadas de torres, restauraron el magnífico puente de Córdoba y se cubrió de fuertes el litoral, extendiendo por todo el territorio las atalayas, que fueron en su origen el primer adelanto hacia las comunicaciones telegráficas. Tan ardientes propagadores de la nueva ley, respetaron el culto de los cristianos y de la multitud de sectas que se alimentaban de las disputas sinodiales y del poderío sistemático de la Iglesia de Oriente. Los cristianos pudieron, en suma, profesar su culto, pero no propagarlo; y sabido es que muchos mártires inscritos en el calendario español no habrían alcanzado la suerte de tales si se hubieran reducido á profesar el culto cristiano, absteniéndose de ir á las puertas de las mezquitas para predicar la falsedad de las creencias mahometanas[5]. Prohibida la propaganda,{23} se imposibilitó la erección de nuevos templos cristianos, de oratorios, y el esculpir imágenes, con lo cual el arte latino, que tan débilmente se había sostenido en la Península, quedó estacionado, y á poco se perdió de la memoria la construcción, el ornato y sus aplicaciones á las artes de la platería, ebanistería y bordado.
Mientras que la raza gótica había vivido sin la religión y para la religión, devorándose en cuestiones puramente teocráticas, olvidada de los intereses materiales de los pueblos, y aun pudiéramos añadir de los intereses morales, los nuevos señores del territorio, al par que eran más profundos creyentes, no descuidaron todo aquello que podía moralizar á los súbditos. Contra lo que se ha creído, juzgando lo que hoy son las poblaciones mahometanas, se fijaron reglamentos de policía para calles y plazas, se establecieron fuentes públicas y baños para los pobres, y, lo que es más notable, Yusuf-el-Fehri hizo restablecer con grandes dispendios los caminos militares de Córdoba, Toledo, Lisboa, Mérida, Tarragona, etc., restaurando los puentes que se ven todavía, y abriendo vías de comunicación que han venido sirviendo durante muchos siglos. No aprovechó á los Visigodos tanto la grandeza de Roma como á los Árabes. Ninguno de sus monumentos de utilidad pública fué demolido. Si los descendientes de Tarik, victoriosos, hubieran en el primer siglo obedecido al emir, y constituído un solo imperio al amparo de las obras antiguas, no habrían perdido cien años antes de que los príncipes musulmanes se reunieran para constituirse en poder único y absoluto bajo el cetro del último de los Omniadas. Mas de cualquier modo, desde aquella época principia una civilización que agita nuestra inteligencia durante diez siglos, y que borra las huellas de la cultura latina.
El pueblo dominado, viendo por una parte el esplendor del culto cristiano reducido á edificios de madera y ladrillo, tierra y escasa piedra, levantados bajo la influencia románica, y por otro el lujo con que se hacían alcázares y mezquitas, alzando minaretes cuyo imponente aspecto los embelesaba,{24} aceptó de lleno el nuevo arte oriental con todos sus originales atavíos. Los Mozárabes, pues, principiaron su obra, y de tal modo cundió entre los cristianos el gusto de la imitación, que lo vemos penetrar en Francia y llegar á Italia en los primeros años del siglo XI[6], hasta identificarse de tal modo, que sus costumbres, su escritura, sus vestidos eran iguales, y vivían en iguales casas, con patios y alhamies, baños y divanes, como si no hubiera diferencia en el origen de ambas civilizaciones. El carácter nacional principió á ser uno, y si no hubiera venido el desmembramiento de aquel poderoso Califato, por exceso mismo de riqueza y de bienestar, la condición de los pueblos mozárabe, mahometano y judío, habría sido preferible á la de los primeros reinos cristianos que se levantaron para la reconquista. Durante tres siglos á lo menos, puede decirse que se borraron todas las tradiciones, excepto en el pequeño rincón de Asturias y en las costas cantábricas.
Fundáronse desde 786 tantos castillos, madrisas, baños y oratorios, tantas escuelas y hospitales, que en ningún país del mundo vióse desarrollo tan grande en menos tiempo. El hospicio fué entonces una institución piadosa y necesaria, pues los primeros siglos no dieron verdadera organización pública á estas casas de socorro para los desvalidos. En ellas entraban sin distinción los mozárabes y mahometanos; y no fué sólo en Córdoba, sino también en Sevilla, Granada, Valencia, etcétera, donde se crearon estos establecimientos. El Museo Arqueológico de Madrid ha recogido un frontispicio de dibujo calado que debía hallarse sobre la puerta del hospital de Zaragoza, y nos interesa su estudio porque revela el estilo del siglo XI, con la particularidad de que representa dos trazas distintas y superpuestas una á otra diagonalmente, de manera que por los huecos ó vacíos del adorno que está encima se ve el que hay por debajo. Las fábricas de moneda eran numerosas, y tal fué la abundancia de metales acuñados, que hasta{25} en el reinado de Alfonso VIII no se usaban más que los dirahmes, fabricados en la metrópoli y principales Waliatos. No se hacía por aquel tiempo moneda más perfecta, siendo deplorable que no pudieran grabar en ella más que signos é inscripciones de muy poco interés artístico. En Córdoba llegaron á estudiarse las artes y ciencias con tal celo, que había centenares de catedráticos y académicos protegidos por los emires. Nada más admirable que el reinado de Abderrahman II: la más adelantada civilización moderna en el terreno del progreso material, de las obras públicas, de la paz, de la protección, puede muy bien comparársele; en 844 mandó aquel sabio emir que en sus dominios no hubiese hombre que por falta de ocupación quedase sin recursos. Una cuarta parte de las rentas públicas se dedicó á dar trabajo á los obreros, y los alarifes se ocuparon todos en proyectar y edificar cuanto pudiera ejecutarse por lujo ó por necesidad[7]. No de otro modo se concibe que el país entero, después de mil años, esté sembrado materialmente de cimientos, bóvedas y torreones en número tanto, como no hemos visto de la famosa Edad Media en parte alguna. En este tiempo se construyó el encantado palacio de Ruzafa, donde había fuentes esculpidas en jaspes con figuras de animales y cisnes de plata; y entonces, á pesar de las prohibiciones alcoránicas, se hicieron imitaciones de objetos naturales no inferiores á los del arte romano y gótico de la decadencia. En las madrisas se sostenía, recibiendo una sólida educación, cierto número de alumnos pobres, y además la escuela de la casa del emir ocupaba 500 huérfanos instruyéndose á sus expensas. Lejos de Roma no se vió nunca tanto lujo en las poblaciones, como entre los árabes de España. Las calles pavimentadas de grandes piedras, jardines que refrescaban el aire en las plazas públicas, y, lo más notable todavía, paseos margenados de árboles que conducían á los principales alcázares[8], y en donde, según los poetas de aquellos tiempos,{26} «el pueblo se regocijaba». Los minaretes de Segovia, Zaragoza, Ávila y Sevilla eran más esbeltos y elevados que los campanarios de nuestras iglesias; y si en estas obras se prodigaban tantos tesoros, ¿no puede sostenerse con el testimonio de los contemporáneos, que las ciencias é industrias reproductivas daban en aquellos tiempos más medios de vivir y aumentar la población, que los que cuenta la España del siglo XIX?
Los castellanos y aragoneses, en los últimos siglos, por más esfuerzos que hicieron, no habían conseguido cultivar las artes como lo alcanzaron sus enemigos. De tal manera en la mitad de España, hacia el Norte, se había abandonado el espíritu trabajador, que los artistas andaluces fueron llamados muchas veces á construir iglesias bajo el plan de las basílicas antiguas, y se observa en la mayor parte de los monumentos cristianos de los siglos X al XIV una mezcla agradable de árabe y gótico; bizantino, árabe y renacimiento; gótico y árabe, con el sello indeleble del genio oriental campeando en todos sus trazados y composiciones.{27}
Si la literatura histórica quiere explicarse la época señalada á cada una de las grandes revoluciones que fraccionaron la unidad mahometana por el influjo de la fuerza de los ejércitos, ó de las ideas disolventes que nacían en las ciudades conquistadas, espacio dilatado hallará en el inconcebible número de crónicas y de poemas que se consagraron á relatar las hazañas de los caudillos, las bellezas de sus obras y las querellas de sus esclavas. Nosotros nos hemos trazado otro camino más ajustado á la realidad y á el análisis, juzgando, no por cuentos de Las mil y una noches, que han podido repetirse en Medina-al-Zahra como en el Generalife ó en las Huertas de Said, sino por los vestigios del arte, de la industria y de la agricultura, cuyos trabajos, insuficientes todavía, se hallan libres de las preocupaciones y escrúpulos que interpusieron ciertos escritores en el tiempo de nuestra decadencia.
El período árabe en España, aunque poco alejado, reviste siempre la forma fantástica, y por esto nos explicamos cuánto la poesía ha oscurecido la concepción de muchas obras, que en el análisis práctico y el estudio estético ocupaban un lugar{28} preeminente. Véanse, si no, las descripciones fabulosas de los antiguos alcázares de Córdoba, cuyos vestigios son sin duda menos delicados que los que hay todavía patentes en Sevilla y Granada: la taza de pórfido llena de azogue ó de plata viva, como lo llamaban los Arabes; las alfombras tejidas de oro y seda con dibujos de flores y animales, que parecían verdaderos; las perlas regaladas por el Kalifa de Bagdad, que estaban embutidas en los artesonados del palacio; las figuras humanas traídas por el griego Almad, que se colocaron sobre la fuente cincelada en Siria; los arcos de marfil y ébano, ornados de esmeraldas; y columnas de cristal de roca; y las puertas de cobre y oro; creaciones fantásticas que no expresan menos el lujo y esplendor de la época y la influencia avasalladora que tuvo sobre los cristianos, que el respeto é interés que produjeron entre los escritores cuando creían que hablaban de su propia y genuina civilización. Siempre oiremos esos cuentos con orgullo, como los ecos de la historia de la patria, como los acordes que vibran en el corazón cuando nos sentamos á oir las glorias de los tiempos pasados contadas por nuestros abuelos.
Cuando se contempla la catedral de Córdoba y la Alhambra de Granada, muchos se inclinan á creer aquellas maravillas; pero ¿acaso es preciso que haya perlas en los techos, oro en las alfombras y plata en las fuentes para que distingamos lo que existe de misterioso, de tranquilo, de dulce, en la capilla del Kalifa de la djama de Córdoba, en la sala de Embajadores de Sevilla y en el patio de los Leones de la Alhambra? El arte no consiste en la materia. Hoy sin brillo y sin colores, estos edificios ¿tienen menos belleza artistica que la que expresan las descripciones de los poemas que bordan sus murallas? No necesitamos de la fantasía oriental para dar la importancia que se merecen estas obras incomparables.
El arte se desarrolló en España de una manera singular, y adquirió formas y significado propio. Ya en el siglo XI los artistas estudiaban el dibujo geométrico y las matemáticas en las escuelas de Córdoba, Sevilla, Toledo y Zaragoza, tomando{29} la práctica necesaria de la construcción, al lado de sus maestros; y éstos habían introducido en el antiguo estilo bizantino reminiscencias góticas y latinas que trasformaron el gusto verdaderamente musulmán hasta tal punto, que nunca se habían visto los tímpanos calados en formas romboidales como principal ornamento de estas obras. Ni los Almohades ni Almoravides introdujeron nuevos elementos de la Mauritania para adelantar las artes, superiores á los que ya se habían desarrollado en la Península. Los Arabes poseían un carácter original y tradiciones puras de la antigua patria; con ellas habían invadido medio mundo y llegado á nuestras costas: nuevas impresiones modificaron su bello ideal artístico, y ante ellas, sin abandonar el recuerdo de aquella tradición, hicieron las obras que engalanaron sus escritores ó poetas. Probado está por Ebn-Said[9] que las provincias andaluzas, reunidas entonces al imperio de Mahgreh, enviaban toda clase de artistas á Yusuf y á Yacob-el-Mausur para construir edificios en Fez, Rabat y Mansuriah, y añadía aquel historiador: «Es bien notorio que esta prosperidad y esplendor de Marruecos se ha trasportado á Túnez, donde el Sultán construye palacios y planta jardines y viñas á la manera de los Andaluces. Los alarifes eran nacidos en estas tierras, lo mismo que los albañiles, carpinteros, azulejeros, pintores y almadraveros[10]. Los planos fueron copiados de los palacios andaluces, etc., etc.» De donde se deduce que no existió nunca la influencia morisca, y que el arte vivió en España y se desarrolló poderosamente con un gusto peculiar, rico y sin semejante por la delicadeza del arabesco.
Es irrecusable el testimonio de autores contemporáneos para demostrar que el estilo denominado morisco por los artistas del Renacimiento, no lo fué nunca y menos en los últimos tiempos de la dominación agarena, y que esos detalles que admiramos por su riqueza y florecimiento, las bóvedas y{30} hornacinas de colgantes, los festones de los arcos, las comarraxias y alicates, fueron obras españolas más finas y delicadas que las del Oriente. El germen nacido en la Arabia fué trasplantado felizmente al suelo de España, en el cual desplegó esa hermosa flor cuyo perfume se aspira durante setecientos años.
El primer ejemplo permanente de aquel desarrollo está en la mezquita de Córdoba, la cual revela á primera vista la fatalista inspiración que le dió existencia. Su planta es casi la reproducción de los templos hebreos que copiaron los ismaelitas. Interminables galerías paralelas comunicadas por arcos superpuestos y cubiertas de oscuros artesonados, donde brillaban algunas estrellas por el reflejo del luciente pavimento, que recibía la luz y claridad de sus repetidas puertas; un bosque de columnas, que á duras penas parece que sostienen los robustos pilares y múltiples bóvedas, cuyo pavoroso conjunto exalta la mente del mahometano, y entristece hoy las ceremonias solemnes de la religión cristiana: es el arte antiguo que goza del espíritu de las Catacumbas; pero que se forma en el desierto donde perdía en esbeltez lo que ganaba en su base ó extensión, y que debía albergar á la numerosa caravana que esperaba refrescarse en sus fuentes artificiales, y estanques labrados en los patios sombreados con palmeras, naranjos y limoneros. No recordemos el arte cristiano en San Pedro de Roma ni en Estrasburgo, etc., para hacer insensatas comparaciones, porque en este caso la djama hablaría la elocuencia de la perfección simbólica. Estudiemos los primeros pasos de un arte que se anuncia en nuestro país por tales concepciones, y que inspira horas de recogimiento á los más escépticos ó descreídos: ataviemos la gran mezquita con los ornamentos de brillantes colores y oro; hagamos arder sus 113 lámparas con 20.000 luces; llenémosla de creyentes vestidos de los más pintorescos trajes, que con profundo orden murmuran su rezo melancólico y repetido; y llenad todavía las naves de los patios de una multitud silenciosa; veremos si esa hermosa mezquita del siglo VIII tendría muchas rivales, y si aun hoy no nos trasporta{31} su vista á los grandes acontecimientos de nuestra antigua civilización muslímica.
En Córdoba tenemos frente á frente las obras de dos grandes pueblos, árabe y romano; es fácil comparar. Aunque para distinto objeto, el puente, sus torres, las murallas, ¿son acaso más imponentes que las líneas derechas y flanqueadas de cubos coronados de almenas, las puertas, los reductos, el mihrab, y las obras todas que quedan del arte árabe? ¿No están los despojos romanos sirviendo en la mezquita para sostener los almizates y artesonados? Los pilares, mitad románicos y latinos, con sus capiteles contrahechos y su decadencia manifiesta, ¿no están denunciando otra civilización inferior á la muslímica? Mejor labrados se hallan los capiteles imitaciones greco-romanas, hechos con el cincel de los árabes. Quizá éstos cuando hicieron la mezquita les habrían dado tanta corpulencia como á los del Cairo Damasco y Kufa, si no se hubieran propuesto aprovechar las columnas románicas; pero la influencia de estos materiales se hace sentir demasiado en la construcción para que la pasemos desapercibida á la vista del más antiguo de sus monumentos.
Cuando suspendemos nuestra mente contemplando esa magnífica obra que despierta recuerdos desconsoladores, porque queremos vivir la vida de todos los pueblos que nos han dejado tan elocuentes testimonios del ingenio humano, vagan siempre alrededor recuerdos de iguales obras levantadas en lejanos países, sin que el tiempo, ni la distancia, sean un obstáculo insuperable al estudio de comparación que en estos momentos nos preocupa. Cuando se visita la Alhambra, las ideas históricas permanecen encerradas en un estrecho recinto, sobre el que se alzan alcázares, donde las escenas del harém, de las pasiones, de las crueldades y de las envidias se habían asociado para producir un poema simpático á las almas{32} sensibles y á los corazones apasionados; mas cuando llegamos por primera vez á distinguir aquellos lienzos interminables de murallas, que apenas se pueden limitar entre el monótono aspecto de la campiña de Córdoba, y las inflexibles líneas horizontales de las llanuras que atraviesa el Guadalquivir, la imaginación no está sólo en España, sino que visita con pasmosa seducción las más lejanas tierras donde hay mezquitas almenadas como castillos, sepulcros cubiertos de alicatadas techumbres, y palacios pintados de franjas rojas y azules en medio de poblaciones desiertas, silenciosas, y entre casas á manera de tumbas.
Córdoba parece todavía una ciudad del Desierto; su aspecto nos recuerda á Bagdad ó á Damasco; sus casas solitarias, bajas y silenciosas, parecen los menacires del Edén musulmán, y hasta sus edificios cristianos son tristes como la soñolienta vida de sus fundadores. Parece un pueblo arruinado por el quietismo musulmán; pero este mismo es el carácter de las obras en la Siria, en el Yemen, cuyos ejemplares se reproducen entre cientos de millones de creyentes y en la mitad del mundo.
En Enna, Siracusa, Taormina, tenemos también ejemplos. Invadida la Sicilia al fin del siglo IX por los normandos, el espíritu de destrucción acabó muy pronto con los escasos monumentos que allí se guardaban; pero en contacto con el Oriente, los habitantes de la isla participaban del genio que Belisario les infundiera, menospreciando lo poco que dejaron las pasajeras dominaciones góticas. El arte, pues, revestía completamente líneas armoniosas y sentidas, ornamentadas por la profusa combinación de grifos y acantos tomada á las artes cartaginesas; y después que el primer Conde de Sicilia, hijo de Tancredo, arrojó á Griegos y Árabes y se aprovechó de los alcázares construídos por estos últimos, alojándose especialmente en el palacio de Ziza, fué tal el extremo de raras modificaciones, de mezclas extravagantes, de caprichosas abstracciones y fantásticas ideas que produjo el copioso arsenal de objetos artísticos que allí había, que bien pudiéramos entrar{33} en interminable discusión comparando tan interesantes fragmentos, á los que casi con idéntico origen se nos presentan en Córdoba y Toledo. En Sicilia los normandos restauraron y desfiguraron aquellos edificios, y en España se dejó ver no pocas veces la impresión de molduras góticas sobre paramentos arábigos, y el arte ojival alterando las curvas originales de los arcos de herradura. Ambos ejemplos, muy semejantes en su desarrollo, y que han alterado profundamente el carácter de las construcciones orientales, han dado lugar á que arqueólogos franceses y alemanes, á despecho de la verdad histórica, no hayan concedido al palacio de Ziza, ni á las viejas mezquitas del Cairo la originalidad de los arcos quebrados, cuya forma se insinúa suficientemente en algunos pequeños ajimeces que á manera de claraboyas se hallaban en Italia, y aún se ven indicadas entre las reparaciones de los edificios cordobeses.
No tenemos la menor duda de que el primer período que levantó las construcciones cuyos restos vemos en Toledo, Córdoba, Sevilla, etc., en Palermo y en toda Sicilia bajo los emiratos de Hassam y Aboul Kasem, en el estrecho palacio de la Cuba, en las mezquitas de Tulum, en Cefala y en los alcázares sasanidas, es semejante en todas partes y lugares, razonado y aplicado en la misma forma y estilo, con ligerísimas variantes, demostrando que en el arte árabe español de los siglos VIII al XII no se hallan modificaciones profundas, sino accidentales, y que es necesario buscar el desarrollo y propia inspiración del arte árabe de España en los últimos siglos de la dominación sarracena.
¿Qué es, pues, el exterior de la gran mezquita de Córdoba sino una mole interrumpida por macizos cúbicos, ni más ni menos que como las murallas y baluartes de todo el Oriente, coronados de cresterías tan simétricas como prolongadas? Pues no otra cosa es el aspecto también de los castillos considerados normandos y de fundación árabe, cuyas fachadas están aparejadas de arcos simulados sobre ventanas caladas de diversas medidas, labores entresacadas con ladrillos vidriados,{34} y coronamientos de anchos frisos con caracteres karmáticos. En todos, la antigüedad del imperio griego con modificaciones arábigas, primer período de un arte que arraiga en diversas regiones y se acomoda á todos los temperamentos; que sufre oscilaciones, hasta ofrecer en un mismo edificio la bóveda ojival, los arcos adovelados, los nichos cerrados por una concha, y otros detalles, que no podemos citar aquí sin ejemplos prácticos. Esos resaltos de piedras especulares, que se ven en los apilastrados y en las planchas de algunas puertas, y que se asemejan á los casetones de los monumentos judíos, revelan algo del original hebráico; un tanto de ese prurito de cubrir de talcos y piedras rojas, azules y verdes que vemos en aquellas épocas de lujo desatentado, en las que preferían el brillo deslumbrador de los vidrios y cornerinas, al agradable y simpático ornamento de flores, hojas y frutas que reviste el arte en las épocas posteriores.
En la gran mezquita de Córdoba se halla la unidad bizantina, grandeza, recuerdos del poderío islamítico de España, esplendor de los Kalifas y profunda fe, supuesto que levantaron un templo para desafiar las magnificencias paganas; pero habían de realizarse después tales adelantos y tal florecimiento del arte, sin perder su grandeza, que la gran mezquita de Occidente llegaría á olvidarse ante las grandezas de la Alhambra. El progreso civilizador de cien waliatos independientes, el trato caballesco con los pueblos enemigos, el cultivo de la poesía, la traducción de las obras filosóficas alejandrinas, las púrpuras del imperio desgarrado por esta raza invasora, no fueron bastantes á cambiar el sentimiento artístico que debía producir el claustro, artesón y minarete de las construcciones de los siglos XII al XV.
Son menos escultóricos los plastones de hojas picadas y las espirales erizadas de puntas, que adornan las enjutas de los arcos en las puertas exteriores de la Catedral de Córdoba, que los enlazados de cintas y letras en forma de florones geométricos, producto caleidescópico que siempre será simpático á la vista, y que desde los antiquísimos mosaicos, es un adorno{35} que admite el culteranismo del arte lo mismo en el gótico, que en el latino y que en el renacimiento. Creemos que es más bárbaro el ornato compuesto de objetos de la naturaleza cuando éstos son amanerados, recortados y simétricos en su desarrollo, que el ornato que francamente se separa del natural, huye del mágico encanto de las hojas rizadas ó encorvadas á capricho, y se envuelve en el laberinto ilimitado de las lineas geométricas, enriqueciéndose con el oro y los colores, y afinándose hasta producir una confusión á través de la cual la imaginación cree ver cuanto sueña, y se extasía agradablemente en un deleite imponderable. Admitimos que carecen de sentido común los dibujos de los encajes de las telas persas, y de tantos otros como se ven en los pergaminos antiguos, á pesar de su encanto; pero, ¿tienen más sentido natural, más verdad, los adornos de bichas, delfines, niños alados, mónstruos, flores y aristas ó tallos que confusamente se prodigan? ¿No hay en el adorno de cosas de la naturaleza, en piedra ó madera, tela ó pintura, una impropiedad que se rechaza instintivamente, á que no nos acostumbramos sino á fuerza de uso, y es la imitación servil de objetos que nacieron, no para la simetría, sino para la armonía, y que son por esta razón antiestéticos, impropios de la construcción ó combinación matemática de los duros materiales de que se forman? En el edificio, el ornato menos lógico, quizá el más extravagante, el que ni es flor ni hoja, ni cuerpo imitado, ni línea, ni curva determinada, pero que tiene de todas estas cosas, y que en resumen afecta contenerlas á todas ellas, éste es siempre el más bello ó el más fastuoso. No puede, pues, establecerse que el ornato, al perfeccionarse en el arte árabe y hacerse más geométrico, perdió en ello importancia y belleza, y fuera por esto mismo menos digno de atención que esos extraños floripones y tallos exageradamente robustos del estilo bizantino, que decoran los antiguos monumentos árabes de Europa y Asia.
En el conjunto de la Catedral es preciso ser fatalista como los mahometanos para convenir en la piadosa impresión que puede producir este templo. Un inmenso bosque de pilares{36} rectos, dilatado en simétricos andenes que se pierden reproduciéndose al infinito, siempre bajo la misma forma, despierta en el alma del creyente la inflexible voluntad que lo empuja en la vida, y el hado inexorable que le aguarda en su paraíso. Y en el sueño tranquilo de una existencia impura y llena de esperanzas, nada hay como ese tejido de curvas que se revuelven sobre sí mismas, y aparecen ilusoriamente ondulando como reproducidas en las aguas de un estanque que mueve el viento; nada como el interior de esa mezquita para una conciencia musulmana. Pero esta majestuosa expresión de un culto de recogimiento, que carece de la solemnidad cristiana y de la grandeza pagana, no puede rebajar la significación de otro monumento que se levantó más tarde en la Alhambra para el sensualismo y la voluptuosidad, para la poesía y la gloria. En el primero, el esfuerzo pujante de una religión que alimenta la fe y la creencia en el dominio del universo, y en el segundo, el refinamiento inspirado por la tolerancia que en los pueblos despiertan sus repetidos desastres y sus civiles discordias.
Y mientras estos dos monumentos clásicos se engalanan del lujo que tuvo su cuna en Asia y su perfección en España, hay en Sevilla un alcázar mutilado y otros despojos interesantes, viva imagen y reflejo del arte que manejaron los bereberes, aprendido entre nosotros, llevado cien veces y vuelto á importar en decadencia, fiel intérprete de unos pueblos más groseros é infatigables, que imitaban sin sentimiento ó destruían por vanidad. Las obras árabes de la región sevillana son una demostración de impotencia para perfeccionar el arte; por eso constituyen un género de constante transición ó de inestable permanencia. Lazo que no alcanzó jamás á unir los dos extremos mencionados.{37}
Se empezó á construir el año de 786 por disposición del Kalifa Abd-el-Rhamán[11], el cual falleció un año después de haber empezado la obra. Dícese que se edificó sobre las ruínas de un templo godo, el cual á su vez había sido construído sobre las de otro consagrado á Jano. El pensamiento de aquel monarca fué asentar la independencia de su pueblo, tanto religiosa como política, principiando por evitar que los creyentes hicieran la peregrinación á la Meca, y consiguiendo así que vinieran desde las remotas tierras asiáticas en peregrinación á la suntuosa Djama del poderío occidental. El año 796 estaba ya terminada por el sucesor de Abd-el-Rhamán. Debió costar, según los cálculos hechos por los mismos árabes, unas trescientas mil doblas de oro. Fué la primera en magnificencia, según ellos, pues otras se habían ya construído más pobres en Zaragoza y Toledo, aunque en el principio de la obra no se levantaron más que once naves, y la Capilla del Mihrab sin los espaciosos patios que después se añadieron en tiempo de Abd-el-Rhamán III, bajo la dirección del maestro Said-ben-Ayud, según consta de una inscripción que se halla en ella. En tiempo de El-Haken II se ornamentó la Quibla ó lugar de las oraciones con el mosaico de vidrio y{40} talco; las puertas principales fueron revestidas de la ornamentación exterior, y el arte bizantino dió en sus filigranas cierta semejanza á las de los ornatos griegos de hojas y flores, modificando los abigarrados adornos semibárbaros que se ven en algunos pequeños tragaluces del exterior de sus murallas[12].
Parece cierto que en tiempos posteriores se construyeron otras ocho naves, como se observa bien al estudiar su planta, las cuales, ensanchando el lado de Oriente, dejaron el Mihrab fuera del centro, y la puerta principal cerca del eje del edificio.{41} Entonces, según opiniones discutibles, se hizo la Capilla de los Emires, cuyo decorado, uno de los más modernos y elegantes, principia á cambiar de rumbo enriqueciendo y afinando los tallos de sus trazerías, no tanto como en el alcázar de Granada, donde son más delicadas y menos parecidas á las concepciones del estilo bizantino, sino tomando el carácter peculiar del primer desarrollo de la civilización árabe española. Sin duda esta Capilla es lo más moderno del edificio; existe una inmensa distancia entre su estilo y el del santuario, de modo que supone algunos siglos de intervalo entre ambas decoraciones[13].
Cuando San Fernando entró en Córdoba, se bendijo por el obispo Mesa la mezquita, y se levantó en ella un altar provisional, hasta el año 1521 en el que otro obispo D. Alonso Manrique, obtuvo fatalmente permiso del emperador Carlos V, á pesar de las protestas de la población, para levantar en el centro la capilla gótica y algún tanto mudéjar que hoy se ve. Dícese que tres años después el mismo emperador se arrepintió de haber otorgado aquel permiso, y eternamente se protestará del torpe proyecto que hizo levantar esta capilla en medio de aquel fantástico recinto, donde se siente la inspiración del arte musulmán, y se recuerdan con respeto las profundísimas salutaciones que hacían en sus naves dilatadas, los apasionados descendientes de Ismael. La obra de los cristianos, por más rica y fastuosa que se presente, es siempre pálida. El viajero se embriaga á la vista del bosque interminable de columnas y arcos enlazados, que se desvanece como las formas ondulantes creadas por una imaginación calenturienta. El más piadoso cristiano aparta de sus ojos las imágenes más veneradas, y devora con la vista los ejemplares rarísimos de aquel arte mahometano, que se perdió para siempre, persuadido de que va á hallar todavía entre ellos las sombras{42} de los poderosos kalifas, que ayudaron con sus propias manos á edificar la obra de su santo imperio.
La planta cuadrada de esta Djama recuerda también las antiguas construcciones hebráicas, que sirvieron de tipo á los primeros muslines en su celebrada Kaaba. Tiene la clásica pureza de aquéllos, y nada de la influencia romana de Itálica, Mérida ó Narbona, ni vestigios del elemento visigodo que por otras partes principiaba á renacer.
En la restauración y ensanche que experimentó este edificio un siglo después de su fundación, se conservó la planta primitiva, se tapiaron entradas, y se introdujeron los esbeltos tímpanos sobre rectos linteles que recordaban las artes greco-romanas. Llegaron hasta destruir el primitivo alminar para reemplazarlo con otro más bello, y á colocar en él campanas como las de las iglesias godas, para que los almuédanos llamasen á los fieles á sus azalas, costumbre que no siguió mucho tiempo por odio á los usos mozárabes.
La extensión que ocupa es de 642 pies de Norte á Sur y 462 de Oriente á Occidente, cercada de un muro que remata en almenas, y flanqueado de torres con paramentos lisos, que se abren solo á numerosas puertas exteriores y á otras interiores que comunican con el gran patio agobiado de gruesos pilares, y de un robusto alero de repisas, semejantes á los usados en Oriente desde los tiempos egipcios. Repetidos arcos ofrecen por todas partes ejemplos de las más antiguas ojivas de arranques embebidos en sus macizos cuadrados, que se apoyan sobre columnas de diversa decoración, los cuales ostentan la esbeltez de la curvatura, y repitiéndose se cruzan en direcciones opuestas.
Innumerables columnas se enfilan en naves paralelas, cuyos fustes están coronados de capiteles corintios de bárbara cinceladura, obras todas trabajadas para otros templos; solamente un número de ellos son de mano árabe, que intentó copiar aquéllos con más simetría y delicadeza. Las columnas apiñadas á imitación de las mezquitas del Cairo, Damasco y Cufa, se hallan si se quiere demasiado cerca unas de otras; sus cortas{43} dimensiones fueron superpuestas por diversos órdenes de arcos adovelados para conseguir la altura de su destruído almizate.
Recientemente, desconchando algunas capillas y lienzos de muralla, se han hallado adornos de estuco, los cuales son en general tan groseros y bastos como los de los templos primitivos de la Arabia. Tienen el carácter pérsico, primer paso de este arte, y se nota en ellos más particularmente la diferencia de estilo, desde la alquibla donde está la cúpula agallonada de quince pies de diámetro, á la estancia llamada de los Emires. En la primera el arte en su nacimiento, fajas y listas tangentes á las dovelas del arco de herradura, inscripciones sin{44} ornamentos, minuciosos mosáicos de cristal y talco, y algunos detalles del más rudimentario bizantino. En la de los Emires renace el gusto de la imitación regularizando el ornato, distribuyéndolo con más gallardía y delicadeza, principiando á separarse del natural para hacerse más simbólico y abstracto, y adquiriendo la sencillez clásica del adorno geométrico, que más tarde constituyó el florecimiento del arte en la Alhambra.
Después de la primera época, en los tiempos de Abd-el-Rhamán II, de Mohammad, de Abdallad y otros, la mezquita se embellece en pequeños detalles y alicatados, que decoran los preciosos y elevados Mimbars, objetos que influyen en la historia artística del templo. Hasta la demolición del primer alminar, no hay obras de importancia decorativa; y del segundo, construído por An-nasir, nada nos queda más que el recuerdo de que su considerable altura no tenía rival en el mundo; que se emplearon trece meses en construirlo, y que era de piedra y mortero con dos escaleras, dispuestas de modo que los que subían por la una no veían á los que bajaban por la otra. Se cuenta que tenía una balaustrada antes de llegar á la cúpula, y que terminaba en dos bolas doradas y una plateada de tres palmos y medio de diámetro, de donde brotaban dos lirios sosteniendo una granada de oro. En el cuerpo de su elevación había catorce ventanas de dos y tres arcos, y los planos se hallaban adornados con trazerías de ladrillo rojo.
Por más fantástica que parezca toda esta obra á los autores contemporáneos[14], está fuera de duda que los mosáicos, piedras labradas y muchos capiteles se trajeron de Constantinopla y de África, especialmente los esmaltados ó sofeisafas que se ven en la capilla principal: y en tiempo de Al-Haken se hizo una reforma decorativa, y se aumentaron las naves, colocando columnas en el antiguo Mihrab, forrando de bronce las puertas, laboreando con piedras de colores el pavimento, y{45} por fin, que el santuario se colocó de nuevo exactamente hacia la Meca.
Los gruesos muros de esta mezquita conservan hoy fábrica de todos los tiempos desde el siglo VIII, debido á sus muchas restauraciones. Contrafuertes en figura de torres adosadas, como castillo fortificado guarnecido de crestería correspondiente á diversos estilos, árabe, gótico y mudéjar, cercan por el exterior la mezquita en una altura aproximada de 9 metros 20 centímetros; y una especie de imposta cuadrada sirve de cornisa á las sencillas paredes y de asiento á las dentadas almenas. Sólo decoran estos fríos murallones las 21 puertas que citan los autores árabes, no todas existentes, las cuales son una muestra pertinente del arte más antiguo, manejado por inexperto cincel, aunque hermanado con el bizantino más grosero.
Son dignísimas de estudio estas portadas, porque hallamos la primera aplicación del nicho ajimez y de ventanas caladas con agramiles, de formas que sintetizan la aplicación primera ó génesis del arte con arabescos sin lazo de unión, ladrillos rojos y materias blancas de sencillos alicates puestos con simetría. Las enjutas, linteles y vanos ostentan raras hojarascas{46} pérsicas, no vistas tan puras en ningún otro edificio musulmán.
Cuéntase, que había un pasadizo secreto entre el alcázar de los reyes moros y la mezquita. Este pasadizo, cuyas puertas se suponen dispuestas de modo que cada una de ellas pudiera defenderse separadamente, se dirigía á la Mahsurah, recinto reservado é inmediato al muro de la mezquita, el cual formaba por sí solo la habitación del califa cuando acudía á las ceremonias. Esta construcción era rectangular, y cubierta por tres bóvedas preciosamente adornadas. La estancia no se conserva, y sería uno de los lugares más encantadores de este templo, con todo el juego de decoración oriental de la mayor pureza.
En esta elegante mezquita es donde debemos estudiar los innumerables recursos del arte árabe, que tomó crecimiento en España cuando el estilo bizantino por sí solo ornaba con sus caprichosas lacerías las formas atrevidas de los arcos cruzados de las hornacinas y de las claraboyas, combinadas en esbelta distribución. Obsérvese el del santuario, con cuatro preciosas columnitas y sus capiteles admirablemente esculpidos; el trazado por arista de las curvas adoveladas, revelando el origen de aquella trasformación que oriunda de Persia se modificaba en Egipto, y se levantaba en nuestra Península con rasgos positivos de su remota ascendencia. En las impostas de este arco se lee, después de la salutación de costumbre, «que el Pontífice príncipe de los creyentes Al-Mostanser Billar Abdall Al-Haken mandó al jefe de la cámara Giafar ben Abd-el Rhamán añadir estas dos columnas, etc., y que esta obra se concluyó en el año 965»; de lo que se deduce que en el antiguo Mihrab sólo había dos, y que en la restauración del templo se añadieron las otras.
El interior de todo el monumento se divide en 19 naves, elevadas unos 30 pies, y siete más que se alzaban para el caballete de la brillante cubierta de tejas de colores con que terminaban[15]. Se cruzan á éstas 35 naves, cuya anchura varía{47} de modo, que produce diferencias en las alturas de los arcos. Como las columnas son de desproporcionadas dimensiones, sufren los arcos y pilares muchas diversas medidas é irregularidades, que no podríamos admitir en las clásicas construcciones romanas. Los fustes también cortos, crearon la necesidad de superponer arcos en busca de más altura, cuyo sistema fué seguido en otras partes sin este motivo, á pesar de la opinión de Girault de Prangey. Eran las columnas 1.419, según autores antiguos, pero hoy, difíciles de contar, exceden muy poco de 850. Su labra fué hecha sobre diversidad de jaspes, procedentes de Cabra, Sierra-Morena, Loja, Cádiz, Elvira y quizá de tierras lejanas, pues procedentes de Italia hay muchos en la región andaluza, semejantes á las de esta mezquita, cuyos orígenes parecen remontarse á los tiempos románicos ó visigodos. Lo mismo puede decirse del estilo de los capiteles, variado á lo sumo, casi todos de decadencia latina, impropios del paraje que ocupan, toscos unos, delicados otros, y casi siempre dignos de los tiempos anteriores.
Cubrían estas naves almizates de alfardas de pino pintadas de rojo, negro y blanco; canecillos donde descansaba otra serie de alfargias cerradas con planos pintados de labores bizantinas, y el todo un colgadizo que resistía el peso de la teja vidriada y anchas canales de plomo para conducir las aguas á los vertederos exteriores.{48}
Pueden hoy verse los fragmentos de estas obras, y debemos añadir que por más alerce que se suponga, ni esta madera se conoce con el distintivo que le dieron los historiadores, ni hubo otras clases empleadas en construcción, que el pino, el peralejo y nogal, que hoy testificamos en los monumentos musulmanes de España.
El pavimento antiguo no existe, y podemos sospechar que no fué de mármoles, porque algunos restos se encontrarían; ni de mosáicos, porque esta industria no se había abaratado aún para emplearla en todas partes, como algunos siglos después. Debió ser, según los hallados en Iliberis, de ladrillos cortados y azulejos de un solo color, alternando en fajas para formar alicates y comarraxias. Sabido es que carecían las columnas de basas.
Detrás del coro moderno se ha descubierto una pared vestida con decoraciones de rombos, á manera de los tímpanos del patio de los Arrayanes de la Alhambra, en cuyas hojas y ornatos germina la forma espiral que se manifestó más tarde en aquel monumento. Nótese un arco en cuyo frontal hay escudos con tres fajas y banda tirada por dos cabezas simbólicas, y uno con un puente y torres defensivas. Estas labores, que podemos llamar de estilo granadino, se repiten en otros dos arcos del interior, y están en relación con las de la capilla de Villaviciosa.
Pero volviendo á las primitivas obras de este templo, debemos fijarnos especialmente en lo más sublime, que es la Kaaba ó altar santo, donde se veneraba el libro del Profeta. Es de tres capillas admirables y más todavía la del centro: mármoles labrados de fantasías bizantinas, mosáicos de cristales y colores, talcos de oro, hermoso arco central de forma igual á los de las puertas exteriores, takas sin arco como aquéllas, inscripciones cúficas en mármol sobre fondo azul, arcos decorativos y sobre ellos una serie de hornacinas en los ángulos, que, dividiendo la estancia en ocho lados, salen de ellos conchas y pechinas para cruzarse en una estrella singular, donde brillan los mismos mosáicos de cristal y comarrajias{49} persas de su frente. Riquísima y elegante decoración, que no ha sido jamás imitada.
¡Admirable estructura que no se ha movido en once siglos de existencia! Las dos capillas laterales no son, en verdad, menos hermosas, aunque menos ricas, y sus techumbres de bóvedas cruzadas, son bellas y sorprendentes como las más bellas del mundo.
Por la del centro se entra á la quibla santa, forma octogonal también, con ornatos de mármoles y estucos, arcos lobulados fingidos, y una hermosa techumbre figura de concha que corona la estancia.
No hemos citado las dimensiones de esta encantadora estructura, porque ni son excesivas, ni el tamaño hace lo bello.
Sabido es que la construcción de tan preciosas techumbres es puramente colgada del almizate con listones de madera, como lo están las estalactitas de la Alhambra, y que en el arte{50} arábigo hay una decoración que reviste el esqueleto de la obra, afectando á veces formas independientes de éste, y motivos de suspensión no ajustados á la lógica de las ciencias constructivas.
Dentro del santuario se custodiaba[16] el reclinatorio ó Mimbar de maderas preciosas, ébanos, zándalo é incrustaciones de nácar y marfil, que se conservó mucho tiempo después de la conquista, y que según los cronistas, era una especie de carro de cuatro ruedas con siete gradas, el cual había costado 35.705 dinares, y en él se depositaba una copia del Korán escrita por Othmán y manchada con su propia sangre. Este libro era tan voluminoso, que apenas podían moverlo dos hombres. Al lado de este santuario había otras estancias donde se encerraban los objetos sagrados del culto, y se alojaban los sacerdotes.
No sabemos á punto cierto donde estaba la otra Mahsurah antigua á que se referían los árabes; pues aunque se supone que pudiera ser la Capilla de Villaviciosa, donde hay un aposento{51} subterráneo, todas estas son inducciones que se han controvertido con poco éxito.
Vamos á fijar nuestra opinión: Hay indudablemente en las mezquitas de los emires un lugar predilecto donde se coloca el sultán y los doctores de la ley, con el séquito de sherifes y soldados, en las grandes ceremonias.
Así se ve en las mezquitas de Elazhar, Amrú, Teherán, Damasco y Constantinopla, una tribuna admirablemente decorada cerca de otra donde se dirige el rezo y cánticos, la cual se sitúa al frente de la Quiblah, como los ábsides de nuestras catedrales; y este es el destino que podría tener esta capilla, levantado su pavimento hasta una ó dos gradas sobre el de la mezquita. Aquí hay tres naves principales y céntricas, hoy interrumpidas por el coro, y si se descubriese la moderna decoracion de las dos inmediatas á la que nos ocupa, podríamos hallar muy rica y semejante ornamentación á ésta, demostrándonos que las tres naves céntricas mejor decoradas constituían el centro del templo dedicado á los emires y doctores. Luego la capilla de Villaviciosa sería extremo de una de las tres naves citadas, frente á los sagrados nichos.
Con efecto, pudo también decorarse este sitio dos siglos después de hecha la mezquita, y por eso se nota un adelanto del arte decorativo, aunque la bóveda obedezca al estilo de las del Mihrab; lo cual se explica perfectamente: porque ya hemos dicho que en este primer desarrollo el arte alcanzó una manifestación rica y esplendente, que llegó á Granada cinco siglos después, y que en Sevilla no consiguió progreso alguno, antes bien, atraso y extravíos en imitaciones románicas. Por esta razón, la citada capilla se parece á muchas de estilo granadino; y sus enjutas, alizeres, y hornacinas grabadas en rica filigrana de tallos y palmas, son muy semejantes y quizá más hermosas que las de la Torre de Comareh de Granada. Cualquiera nota la diferencia de esta Mahsurah con las puertas exteriores de la mezquita[17].{52}
Trasladándose al patio donde en lo antiguo había establecidas anchas fuentes para las abluciones, cuya agua se extraía de la gran cisterna que se extiende bajo un extenso jardín poblado de naranjos, se ven arcos de diversos tiempos, pilares y columnas cambiados, inscripciones arrancadas de su sitio, molduras góticas y mudejares, puertas hoy cerradas que se abrían siempre en las ceremonias mahometanas, otras más grandes al exterior que ha modificado la piedad religiosa de los siglos posteriores, restos romanos y fustes de respetables edades que supo conservar la dominación agarena, y por último, desde este espacioso átrio se descubrían millares de luces que ardían en lámparas, faroles y candelabros de bronce y plata con pintados trasparentes, dentro de las naves del templo, cuyas arañas deslumbraban y enardecían la piedad fanática de la raza dominante. De este mismo patio se cuenta, que Almanzor, queriendo ensanchar el templo y derribar casas con intención de indemnizarlas generosamente, se halló con la negativa de la dueña de una casita que había en él, la cual tenía una hermosa palmera, y que para entregarla exigía le dieran otra casa con una palmera igual; el califa mandó entonces que se le buscase lo que quería, aunque hubiese que pagar por ello un millar de dinares[18].
Recomendamos el estudio de la planta de la gran mezquita, porque en él se notan, haciendo abstracción de las obras cristianas, los tres períodos de su engrandecimiento. El de Almanzor está en el lado de Oriente, ocupando ocho naves que no guardan completa relación con las once primitivas; lo cual se observa también en los perfiles de los pilares que asientan sobre las columnas, en el trozo de los arcos, en las columnitas apilastradas, en el cincelado de los capiteles y otras obras decorativas. Las dimensiones del rectángulo mandado completar por Almanzor se encerraban en cuatro gruesos{53} muros almenados, fortalecidos con torres albarranas, cuya mayor parte se conservan; pues que no todas las que fueron construídas en sus diferentes costados se sostuvieron constantemente. Las puertas, diez y seis, dos á Oriente, dos á Poniente, dos á Norte y diez al edificio cubierto. Las interiores, veintiuna, sin contar las pequeñas ó pasadizos de poca importancia. Obsérvese cuán prodigada está aquí la puerta rectangular, aunque sobremontada del arco de herradura, y cómo se distingue este primer período del arte árabe español.
La capilla, magníficamente ornamentada, de Villaviciosa, hermoso ejemplar del arte muslímico, es verdaderamente sublime en esta gran mezquita. Su lujo es lo que ha hecho presumir que fuera el lugar reservado al Kalifa y al gran sacerdote, por más que se pueda suponer destinada al pregón ó alicama de los almuédanos. En la Alaksa de Jerusalén y en Santa Sofía, hay una capilla así dispuesta para los cantores; y en{54} otras del Cairo, para las discusiones teológicas. Parece que, según los relatos antiguos, había otra capilla al lado opuesto de ésta, que se llamaba de la Limosna, y fué destruída en tiempo de D. Íñigo Manrique. Dice Al-Makkari, que su puerta estaba por el lado de Occidente, y aún hoy se cree verla indicada todavía por dentro y fuera de los muros de la mezquita. Créese también, que supuesto son iguales las puertas todas, la que se cita de la Cámara de la Limosna, es hoy la que hay tapiada al lado del postigo de San Miguel, y la capilla la estancia donde se custodian el archivo y libros de coro. De cualquier modo que sea, nótase tan marcada diferencia en el ornato de las tres capillas citadas, que bien puede asegurarse había entre ellas períodos de dos ó tres generaciones. Desde el puro estilo persa al bizantino del Mihrab, y en los restos de la que hemos supuesto al lado de Occidente hay un progreso marcado del arte árabe, en los tres primeros siglos de aquella dominación. Hasta el siglo X no se ven las intimas relaciones de andaluces y africanos, en cuya época pudo tomar el estilo cierta analogía con el sentimiento de las razas occidentales. Después de esta fecha parece como que no hay huellas sensibles de cultura árabe en la Catedral, y que es preciso ir á buscarla en los demás edificios de Córdoba, que tan escasos son, pues que en muy cerca de seis siglos de influencia cristiana, pocos monumentos de tercer orden han podido subsistir.
Recordamos la gran abominación, como llamaban los musulmanes á la entrega que hizo Ben Sagiah al rey D. Alfonso de la ciudad de Córdoba en 1146. Los cristianos penetraron en la mezquita, ataron sus caballos á las columnas del templo, y deshojaron el Korán labrado que aquí se guardaba de los tiempos de Almanzor. Sin la venida, después, de los Almohades, ¿qué hubiera sido de esta grande obra?
Concluiremos con algunos datos curiosos sobre el uso de las mezquitas, tomados del libro Misión historial de Marruecos.
«No tienen en ellas más camarines y adornos que lámparas{55} de azófar, latón y vidrio, que arden de noche, cuando se abren las puertas á la oración. En la pared de Oriente pintan algún adorno para que los creyentes se dirijan en sus azalas hacia este lado. Y tienen también un púlpito sobre ruedas para conducirlo al sitio donde el talbi les quiere predicar. Los patios de todas las mezquitas están enlosados con finos azulejos, por donde corren cristalinas aguas, que derraman á unos aposentos primorosos que son los lavatorios del pueblo, para los que no se han lavado en sus casas, pues nadie entra en el templo sin estar enteramente limpio. Tampoco puede nadie entrar calzado, dejándose los zapatos en el pórtico, ó en los mismos lavatorios, pues es sabido que si no se dejan vigilados se los llevan siempre los cautivos. La veneración á los templos es tan grande, que no permiten en su vecindad casas escandalosas, hosterías ni posadas, prohibiendo á los judíos que pasen calzados por delante de ellos.
En algunas mezquitas no entran las mujeres, porque son incircuncisas, y solo la sultana tiene su oratorio ó Mozala, donde reza en nombre de todas las mujeres.
Los almuédanos dicen estas palabras cuando suben á los minaretes, cuatro veces en siete tiempos. La primera, á media noche: «Dios es grande; rezar es mejor que dormir». La segunda, á las dos de la mañana, la misma. A las tres ó las cuatro dan la voz que llaman del Farol, porque ponen uno en la punta de un asta que quitan á esta hora, diciendo: «Ya quiere amanecer, alabemos á Dios». La cuarta voz es á las doce ó zenit, tremolando una bandera blanca que recogen á la una y á la voz de «Dios es grande». El viernes, día de fiesta, ponen desde el amanecer bandera azul, hasta las diez y media del día que ponen la blanca.
La quinta voz á las cuatro de la tarde, anunciando que es hora de dar de mano á todos los trabajos. En invierno es á las tres. La sexta voz mencionada la dan al aparecer la primera estrella de la noche, y la sétima voz á las nueve en el verano, que es la queda que nosotros conocemos. Se sirven del reloj de arena.{56}
»Las vísperas de los días festivos cantan los almuédanos en la torre, con música no desagradable, durante una hora.
»Los lavatorios tan precisos para ir á la oración de la mezquita se hacen con tres objetos: El primero, después de las precisas necesidades que pide la naturaleza humana. El segundo, de los cinco sentidos corporales, bañándose los pies, las manos, las narices, los oídos y la cabeza. El tercero, es de todo el cuerpo, peinándose al mismo tiempo, lo cual se hace en los baños públicos, yendo los hombres por la mañana y las mujeres por la tarde. Nadie puede hacer la Zalah sin estos lavados».{57}
La leyenda que trata de la fundación de esta mezquita, cuenta, que Abd-el-Rhamán I se levantó un día al amanecer, y mandó á su eunuco Mansur que convocase á los jeques á consejo. Reunidos éstos, les manifestó su propósito de construir la gran mezquita de Occidente. Los autores árabes ponen en su boca un largo discurso que demuestra el estado de lucha entre las dos grandes iglesias entonces rivales. De sus mejores párrafos insertamos los que siguen:
«...El cristiano idólatra dice: Europa es la reina, Asia su sirviente. El fiel musulmán exclama: del Oriente sale la luz. Algufía duerme en las tinieblas.
»La Iglesia y el Islám se miran frente á frente como el león y el tigre... En las montañas de Alfranc deja el tigre cauteloso la presa para la vuelta: en la ciudad de Constantino devoran las hogueras los monasterios, los monges y los ídolos, y á los golpes del Castillo isáurico se va desmoronando Santa Sofía.
»Los bárbaros de las regiones del hielo se estremecen de placer en sus pellizas, esperando que un pontífice romano ponga en la diestra de Carlo-Magno el globo de Constantino; pero las hermosas hijas del Yemen celebran con zambras y cantares en sus almeas las victorias de los hijos de Ismael, que por la virtud del Korán se abren las puertas del Oriente y del Occidente.{58}
».................... Cantaron las vírgenes y los ancianos del Hedjaz: no hay más Dios que Dios, ¡Mahoma es su profeta! Poderosa es la raza Coreixi: Dios clemente ha vinculado en ella el precioso collar de Cosrroes, y las veinticinco coronas de los reyes de Iberia».
Luego describe las grandezas de la tierra que dominaban, y el poder que ejercían sobre los reyes de Alfranc, y añade:
«No entregará Dios el mundo á los que se embriagan predicando penitencia y se enriquecen ensalzando la pobreza, y se dan al libertinaje recomendando la castidad...
«Para ellos los monasterios pobres y sombríos, para nosotros los verjeles, el harém, los baños y las aljamas; aljamas revestidas en su interior de bruñidos jaspes y esplendorosos estucos, construídas de jacintos rojos y cercadas de lámparas inextinguibles.
«Para ellos claustros lóbregos y silenciosos, para nosotros cristalinas fuentes y verdes arrayanes; para ellos las privaciones de la vida triste del castillo, para nosotros la existencia risueña y tranquila de la academia; para ellos la intolerancia y tiranía, para nosotros la monarquía clemente y paternal; para ellos la ignorancia del pueblo, para nosotros la instrucción pública y gratuíta; para ellos los yermos, el celibato, el martirologio, para nosotros la fertilidad, el amor, la hermandad, las comodidades y deleites...
«Gran contienda se inaugura entre la barbarie y la cultura, entre las sombras y la luz, entre cristianos y muslimes; preparado está el mundo y dispuesto para grandes cosas, como el hierro que sale de la fragua enrojecido y solo espera la nueva forma que va á tomar sobre el yunque».
Luego anuncia la lucha de francos y árabes, los primeros contra los bárbaros de las regiones heladas, y del árabe contra las tribus del Ganges y del Indo; «un esfuerzo más, dice, y la majestuosa Bagdad se humillará ante la reina del andaluz; alcemos á Alá una aljama solo comparable á la Santa Casa de Jerusalem.{59}
«Levantemos la Kaaba del Occidente en el solar mismo de un templo cristiano que tengamos que derruir, para que caiga la Cruz entre escombros y descuelle el Islám radiante.
«Sea su planta parecida á la de las basílicas del Crucificado, para que la Casa de Dios oprima la casa de los ídolos; átrio, pórtico, naves y santuario, todo en un recinto de cuatro ángulos y cuatro lados como la Santa Casa de la Meca».
Enumera á seguida las bellezas que tendrá la mezquita, describe la cisterna del patio, los naranjos que han de sombrear las fuentes para las abluciones, las once puertas, y las once naves, con una más ancha en el centro para adorar la quibla ó santuario; las columnas de mármoles variados formadas á manera de hueste belicosa, los arcos como banderas henchidas por el viento de la fortuna; los techos de alerce incorruptible...
De tal manera habló Abd-el-Rhamán, que contagiados los jeques con sus palabras proféticas, á la vista de las verdades históricas que expuso el Kalifa, acordaron levantar el templo. El Katib recibió las órdenes, y fué comisionado para tratar con el Obispo y el Conde cristiano la compra del templo que se había de destruir para levantar la mezquita; éstos se negaron á venderlo, puesto que la basílica servía para el culto árabe y cristiano al mismo tiempo, con arreglo al precepto de Omar, que mandaba dividir con los cristianos las iglesias de las ciudades conquistadas. Al fin, según refiere Al-Makkari, los cristianos se avinieron á vender la iglesia, con tal que se les permitiera edificar otra á los tres santos mártires Fausto, Faunario y Marcial, y recibieron en dinares de oro el precio convenido. Desalojaron, pues, pacíficamente la iglesia, llevándose en procesión las imágenes y objetos de culto, y promovió el Kalifa inmediatamente la obra, valiéndose de materiales romanos y góticos de dentro y fuera de Córdoba, que hizo traer á toda costa. Por más que apresuró los trabajos, no pudo ver terminada la techumbre del edificio, á pesar del empeño que tomó en celebrar con gran solemnidad su grande obra. Durante dos años visitó constantemente á los trabajadores; concertaba{60} los planes con los alarifes, se entretenía por su propia mano en diseñar parte de la ornamentación, y en este trabajo, que hacía sin desatender el gobierno y grandeza de sus Estados, le sorprendió la muerte con profundo sentimiento de todo el pueblo. Muerto Abd-el-Rhamán, siguió Hixem, su hijo, la obra de la mezquita hasta su conclusión en la época de las más grandes victorias para los árabes de España[19].{61}
Después de la conquista cristiana se consagró este templo al Misterio de la Asunción por el obispo de Osma, D. Juan. Algunos años después el primado de Toledo había constituído el Cabildo en él por traslación de la basílica mozárabe ya citada. La formal erección no se hizo hasta fines de 1238, y en los primeros años no se construyó para el culto cristiano ninguna capilla de grande importancia. Fué dotado con rentas de décimas y almojarifazgos, y las fincas se dividieron en dos partes iguales: una para el obispo y otra para el Cabildo.
La capilla mayor fué obra del rey Sabio en su mayor parte, y el Sagrario era entonces una capilla. D. Alfonso construyó la de San Clemente, y tal riqueza comenzó á desplegarse en estas obras, que no titubeamos en asegurar fuera alimentada por las adquisiciones de fincas conseguidas por el Cabildo en tierras de moros, á medida que se les iban tomando por conquista.
En poder de cristianos, siguieron los árabes labrando las paredes de la Catedral, según concesión hecha por los reyes, y hasta se obligó á muchos de los que ejercían las profesiones útiles para las obras á que prestaran sus peonadas, lo cual hicieron hasta esculpir los ornamentos góticos, según se ve en la forma de las cinceladuras sobre la piedra y yeso de la obra moderna. Cuéntase que los emperadores moros construyeron{62} la gran mezquita ayudados de prisioneros y cautivos; que Almanzor trajo desde Santiago á Córdoba en hombros de cristianos, las campanas de aquella antigua iglesia; pero que luego San Fernando las hizo restituir en hombros de moros. Es lo cierto, que confundidos por los mismos trajes y usos, judíos, cristianos y mudejares, en Córdoba después de la conquista, hubo tales odios que se robaban mutuamente los hijos, y obligaron á los obispos á tomar disposiciones contra unos y otros, forzándoles á trabajar en los templos cristianos; razón por la cual los edificios árabes de Córdoba han conservado mucha de su originaria belleza después de ocho siglos.
De todos los vasallos sujetos á la dominación cristiana, los mudejares fueron los verdaderamente libres, pues los otros muslimes estaban obligados eternamente á las condiciones que en cada caso imponían los conquistadores. Ellos crearon ese estilo mitad cristiano, mitad islamítico, que con tanta perfección vemos desarrollarse en España desde el siglo XIII en adelante. Hasta la conquista de Granada, los mudejares de Córdoba se ocuparon de los trabajos de conservación de la Catedral, y ayudaron á los maestros cristianos en hacer otras obras de menos importancia.
En la Capilla Real se nota la diferencia que ofrece el estilo sarraceno del siglo XIV, construído bajo la inspiración cristiana, y el mismo bajo la dominación totalmente agarena. Prescindiendo de los escudos y armas castellanas que hay en ellas á cambio de la decoración primitiva, se observa la semejanza que existe entre el gusto de la restauración y el que se manifiesta en el actual Alcázar sevillano, ambos construídos bajo las mismas condiciones, debiendo por consiguiente fijarse aquí aquella época puramente mudéjar que en Córdoba aparece dos siglos antes de la construcción del crucero ó gran capilla del centro, cuya obra acabó de trastornar su antiguo aspecto.
La puerta principal, restaurada en 1377, llamada del Perdón, es otro ejemplo de la mezcla de dos estilos tan profundamente diversos, que jamás podrán armonizarse: el romano y{63} el árabe. Entre éste y el gótico existen, como hemos visto, puntos de contacto; pero entre aquéllos la unión es imposible. Así se demuestra en estas y otras portadas, donde se nota una gran verdad, y es que las causas que influyeron para crear en Bizancio un arte especial, no fueron bastantes, seis siglos después, para formar en España un estilo que se difundiera como aquél por efecto de un cosmopolitismo prodigioso, que no podía repetirse después de la reconquista.
La capilla de San Bartolomé se construyó hacia 1280. Siguieron otras menos importantes todavía hasta concluir el siglo XIII, las cuales se dedicaban, por regla general, á depositar los restos de los capitanes que sucumbían en las llanuras cordobesas luchando con los caballeros granadinos. También el caudillo Ozmín llevó más de un héroe á las sombrías capillas de esta Catedral.
En la de la Encarnación, de 1365; la del Espíritu Santo, de 1369, que tomó luego el título de San Lorenzo, y en las de San Ildefonso, San Pedro y San Agustín fundadas en 1384, no existe combinación de géneros; hay sí un arco árabe de más delicada ejecución que vuelve á recordar la primitiva arquitectura del templo. La de San Antonio Abad, de 1385, fundada por el Señor de Aguilar, hermano de Gonzalo de Córdoba; la capilla de la Cena, de 1393, para Fernan Núñez; la de Santa Úrsula, de 1398; la de San Acacio, de 1400; y la de San Antonio de Padua, terminan las obras del siglo XIV.
Son obras más modernas la de San Ambrosio, la de la Santa Cruz, en 1517, hecha donde se hallaba la antigua Puerta de Jerusalem, primera del muro de Levante, y otras de 1401 al 1491; además de las puertas gótico-árabes y de algunos fragmentos de repisas exteriores.
En 1523 tuvo principio esa obra central que ha levantado las techumbres moriscas, y trastornado el carácter sombrío y fatalista de la mezquita. No faltó en aquel tiempo quien se opusiera á esta profanación del arte, y no fué por cierto el Cabildo sino la Ciudad que requirió á aquél por medio de escribano, hasta lograr suspender la obra; pero Carlos V la hizo{64} continuar. No se había podido terminar en 1584; ¡tal era el estado de miseria que alcanzaba el país en aquellos heróicos tiempos de nuestras empresas en Alemania!; una pequeña parte del colosal edificio de los sarracenos, levantado en poco más de veinte años, no podía construirse bajo la dominación cristiana en los más prósperos tiempos de su grandeza.
En 1593 se principió la torre actual según el género entonces en boga, y se hizo sobre los cimientos del alminar árabe, ruinoso en aquella época.
En 1600 se acabó el Crucero ojival moderno, no sin obstáculos para equilibrar los machones que se alzaron para las nuevas bóvedas, tardando siete años en la decoración interior, y hasta 1607 no se celebró en el altar mayor la primera misa. El estilo de esta nueva iglesia, embutida en el centro de la antigua, participa de la decadencia del arte. Se ven en ella el gótico, el árabe y hasta el plateresco, abigarrando informemente las elegantes formas del estilo ojival: la cúpula, hornacinas y embovedados recamados de encuadros, casetones, baretas y follaje, copioso arsenal de medios decorativos. El trascoro es de un gusto más serio. El discípulo de Juan de Herrera lo dotó de un greco-romano, y contribuyó como los demás artífices á rebajar el prestigio de las trazerías bizantinas.
El techo que se conserva en las estrechas naves de la antigua mezquita es hoy de bóvedas, las cuales en 1713 principiaron á ocupar el lugar del hermoso artesonado de almizates de maderas oloríficas, compuesto de los alfarges pintados y dorados que había en todos los templos mahometanos.
El retablo, los púlpitos de Verdiguier, la sillería del coro hecha por Cornejo, mitad del siglo XVIII; la espaciosa escalinata del presbiterio, con mármoles de Italia; los bronces y adornos de plata, lámparas, etc., son dignos de apreciarse por la riqueza y lucidez del trabajo empleado, aunque no siempre por el gusto churrigueresco que los inspiró.
La puerta de las Palmas, arquitectura del Emperador sobre trazería sarracena; la capilla de San José y Santa Ursula, la de la Resurección, antes de 1569; la de la Asunción{65} en 1554, la de los Obispos, de 1568, tapando una puerta árabe, y cuya capilla se aderezó en 1569 para reunir en ella las Cortes del reino que entonces no excedían de diez y ocho ó veinte procuradores; el palacio del obispo, arreglado para recibir al rey Felipe II; y el pasadizo que se conservaba entre el palacio de los Sultanes (que pudo ser el de los Obispos) y la mezquita, para el paso oculto de los Kalifas, son reconstrucciones de poca valía; pero que debemos mirar como la historia decadente del templo.
Lo mismo diremos de las de la Concepción y las Angustias, del siglo XVI, y la del Rosario, más moderna, muy cerca de la cual hay una columna árabe en cuyo fuste está mal grabada la imagen de J.C., que se dice labró con las uñas un cautivo cristiano que ataron á él los árabes, cosa que nos parece inverosímil.
Después la capilla de la Natividad, de 1673; la de la Concepción, de 1679, conjunto extraño y rico, nada agradable á la vista; la de Santa Teresa, sacristía mayor donde se ven las alhajas y cruz antigua cuajada de crestería, hecha por Enrique de Arfe, y por último, la de la Magdalena, la mayor de la Catedral antigua, y otros detalles renovados continuamente sin arte ni concierto, según el diverso género que se usaba en cada época.
Posteriormente al año 1614 se hicieron otras que son dignas de mención por algunos objetos que contienen, ya de pintura ya de escultura, debidos á los artistas andaluces más conocidos, contando en ellas la de San Pablo, San Eulogio y la de las Ánimas, donde se halla sepultado Garcilaso de la Vega; y los dos cuadros de las de San Andrés y San Esteban pintados por Carducho y Zambrano.
Sulimán[20] prendió fuego á los palacios de Azahra en el año de 1010 y destruyó esta población abandonada, cuyos habitantes se habían refugiado en los pueblos comarcanos; por consiguiente, aunque quisiéramos recordar aquí una de las más encantadoras obras creadas por el genio de la civilización agarena, tendríamos que contentarnos con lo que infundadamente describen las crónicas del tiempo de D. Alfonso VI, cuando refieren, que habiendo pedido este monarca la deliciosa residencia de Azahra para doña Constanza, el Kalifa, indignado, mató al mensajero, dando ocasión á aquella guerra vengadora que introdujo en España á los almoravides para sostener el poderío de Occidente. Escasísimos documentos proporcionan las referencias históricas para averiguar las bellezas artísticas de este sitio, y aunque fuera cierto que muchos capiteles y columnas se llevaran de él para hacer el alcázar de Sevilla, ni se{68} conoce la época, ni nosotros creemos que dichos ejemplares tengan ese origen. En cuanto á los vestigios que se hallan en el convento de San Jerónimo de la Sierra, son sin duda, procedentes de aquellos suntuosos edificios, en los que al parecer se aprovecharon pórticos románicos, pilares y entablamentos que servían á los monumentos árabes, así como la multitud de mosáicos, ladrillos, mocarbes, losas, lámparas y preciosos fragmentos de vasos sin esmalte que hemos tenido á la vista; todo lo cual nos obliga á citar este sitio, digno del anticuario más bien que del artista.
Pero como para la historia del arte no podíamos pasar{69} desapercibida la memoria de un monumento, que por las descripciones mahometanas ocupaba el primer lugar en España, no dejamos de mencionarlo como reminiscencia de otros alcázares, especialmente el Toledano, del cual nada podemos referir. Y dicen las crónicas que un alarife de Bizancio trazó el más dilatado edificio conocido, por disposición del emir, á tres millas nordeste de Córdoba, en lo alto del Monte de la Novia, dedicado á una odalisca, cuyo nombre dió á este sitio. El harem podía contener más de 6.000 concubinas y sirvientas, 3.750 eunucos y 1.500 guardias. Empleóse en aquél un número considerable de piezas de mármol, lo cual demuestra ya que estaba muy lejos de parecerse este edificio al alcázar de la Alhambra, supuesto que los materiales de la construcción imprimen especial carácter al estilo de cada época. Las columnas se contaban por millares, ostentándose en ellas los mármoles de Raya y de Filabres, con los que regalaron de Roma y especialmente de Túnez, restos quizá de las ruínas de Cartago; dominando en esta obra los barros cocidos de diversos colores y los delicados paramentos de estuco, de los que suelen encontrarse todavía gruesos pedazos removiendo la tierra. Tan grande fué esta maravilla, que trabajaron en ella durante treinta años más de cinco mil jornaleros, ganando dos dinares y medio al día, y en tiempo del califa An-Nasi, se habían gastado siete millones de dinares. Largos arroyos conducían el agua á sus baños, fuentes y estanques, y las puertas decoradas con agramiles se hallaban forradas de cobres y hierros plateados, como hemos visto en otros parajes, con fuertes capas de estaño para preservarlos de la oxidación. De sus habitaciones se cita como más hermosa la Sala de las Grandes Ceremonias, con arabescos de estuco dorado y colores, y techumbre de maderas olorosas, que cerraba en un colgante de cuya extremidad pendía una perla de gran tamaño regalada por el griego emperador Constantino Porfirogénito. Describe luego la fantasía diamantes y esmeraldas, y siempre se hace mención en estos palacios de pilas llenas de azogue que servían de entretenimiento á las esclavas y odaliscas.{70}
En cuanto á las esculturas seremos más parcos en admitir lo que se dice. Hemos visto un león de bronce admirablemente fundido, cuya fotografía conservamos, que nada deja que desear en cuanto al modelo, también repasado á la mano como las obras japonesas, que procede de estos edificios[21]. Había otras esculturas, de las que sólo se hallan fragmentos en poder de los anticuarios, las cuales nos dan la certidumbre de la existencia de estas obras de carácter babilónico. Los cuentos nos describen una figura de mármol verde traída de Siria, que se colocó en la alcoba del sultán, sobre doce figuras de oro bermejo, y otras que vertían las aguas en los estanques; pero si{71} bien esto nos indica el lujo de la mansión, nunca podremos asignar por ello al arte escultórico un lugar preeminente.
La mezquita de Azahra era otro de los edificios descritos con entusiasmo: el alminar de cincuenta codos de alto, los arcos de lintel, los calados, mosáicos y cristales de colores como los del santuario de la catedral citada, daban á este templo un particular encanto.
Y si nada podemos analizar de estos perdidos monumentos, ¿qué podríamos decir de esos regios alcázares sembrados á la orilla del Guadalquivir sobre los cimientos de los elevados por los Godos y surtidos por las aguas del río, cuyos restos se vieron en la Albolafia? Cuenta Al-Makkari que el rey moro de la fortaleza de Almodóvar descubrió el palacio romano, que creemos estaría cerca de la fortaleza cuadrada de Don Alfonso XI; quizá el sitio que ocupaba el palacio de Teodofredo; pero he aquí lo que dijo Ibn-Bashkuwal: «Entre las puertas de este palacio que Dios Omnipotente abrió para reparación de las injurias, auxilio de los oprimidos y declaración de justas sentencias, es la principal una sobre la cual campea un terrado saliente, sin igual en el mundo; esta puerta abre paso al alcázar, y tiene sus hojas revestidas de hierro con un anillo de bronce de labor exquisita en figura de hombre con la boca abierta, obra que trajo de Narbona un Kalifa. En la misma fachada hay otra puerta para los jardines, y al otro lado un terrado de donde se mira el Guadalquivir, y dos mezquitas famosas por sus muchos milagros... Las puertas tercera y cuarta, nombradas del Río y de Coria, daban salida hacia el Norte. La quinta y última, denominada de la Mezquita Mayor, era por donde salían los Kalifas cuando iban los viernes á la azala, cuyo tránsito se cubría todo de alfombras».
En otra página sobre Medina Azahra dice lo que sigue: «Es uno de los más admirables edificios; su erección principió á principios del año 325 (936) por Abú’l-Mutarvif Abd-ar-Rahmán, sobrenombrado Nasir (hijo de Muhammad, hijo de Abd Allah, uno de los soberanos Omeyas de España). Se extiende á la distancia de cuatro millas y dos tercios de Córdoba. Su{72} longitud de Oriente á Occidente 2.700 codos, y su ancho de Norte á Sur 1.500. El número de sus columnas 4.300 y más de 15.000 puertas. An Nasir dividió la renta del Estado en tres partes, una para las tropas, otra para el Tesoro y la restante para construir á Medina Azahra. Las rentas de España en aquel tiempo eran de 5.480.000 dinares, y 765.000 dinares producían las fincas y rentas del soberano».{73}
Frente á la parroquia de Santiago había una casa con un zaguán morisco con arcos del mismo género angrelados y levantados de punto, bastante notables; y como en muchos otros lugares el afán de blanquear las paredes ha cubierto filigranas de rara labor y finísimos detalles: se llama esta casa de las Campanas.
En la plaza de Antón Cabrera y casa del Conde del Aguila hay también restos de un edificio mahometano, digno de consideración.
Baños árabes. Más de ochocientos había en Córdoba, y sólo se encuentran hoy los vestigios de cuatro ó cinco de ellos; los principales son dos en las respectivas calle del Baño, alta y baja. Cuando se abren los cimientos para nuevas construciones, se suelen hallar vestigios de los muchos que han quedado siempre por debajo de la superficie ó suelo moderno. Su estructura ofrece poca diferencia de la que tienen los que hay en las demás poblaciones mahometanas.
Entre otros monumentos, Alfonso XI nos dejó la FORTALEZA CUADRADA, el ALCÁZAR NUEVO y los torreones desmochados que hoy existen junto al palacio episcopal. Lo que está fuera de duda es que estos varios palacios de origen godo y hasta romano que conserva la tradición, estaban situados en las márgenes del Guadalquivir, porque los baños del alcázar{74} se surtían con aguas del río por medio de una azuda, cuyos restos llevan hoy el nombre de Albolafia. Junto al baño había una torre donde se posó la famosa paloma blanca, según cuentan las crónicas de San Eulogio.
El Alcázar nuevo es hoy la Cárcel de Córdoba, donde estuvo el tribunal de la Inquisición, en la que ejerció sus crueldades el Canónigo Luzero, juzgó más de cien inocentes, y los hizo quemar en el sitio llamado Marrubial. De este modo uno de los más históricos monumentos de los tiempos árabes ha venido á ser el lugar más olvidado de la población, sin que puedan hacerse conjeturas sobre la magnificencia que los autores sarracenos nos han pintado: pues careciendo de datos, hemos{75} de suponer que, según Al-Makkari, el rey moro que vivía en la fortaleza de Almodóvar descubrió el palacio romano, y que tal vez éste sirviera, restaurado por los árabes, en cuyo caso esta obra puede figurársela todo el que haya estudiado los detalles de la mezquita de Córdoba.
La Arrizafa: situada á espaldas de la torre de Malmuerta, hacia las alamedas del Campo de la Victoria, donde se conservan todavía restos de cuadrados torreones, cerca de los cuales Abd-el-Rhamán I plantó la primera palma traída del Yemen, para recordar el suelo de su patria; en este sitio se descubrieron lápidas con turbantes y un subterráneo que se llamó las catacumbas de San Diego.
En el Hospital de Agudos hay una capilla, hoy de San Bartolomé, que se llamaba la mosala del rey Almanzor, y que ha sido tan modificada y cambiada en su estructura primitiva, que si no fuera por sus inscripciones árabes y sus zócalos de{76} azulejos primitivos mezclados á los del renacimiento, apenas podríamos descifrar su origen. Debe visitarse y buscarse en ella los vestigios mudejares que conserva entre las arcadas y molduras que han introducido en su débil construcción.
En muchos parajes hay trozos de murallas compuestos de grandes bloques de argamasa, fabricados unos sobre otros á manera de grandes sillares en hiladas con trabazón. Hay en la calle de Osio una torre de piedras cuadrangulares en forma romana, con almenas añadidas é impostas que graciosamente separan los cuerpos de la construcción.
En la calle de Abades se ha visto hasta ahora una importante construcción morisca, con esbeltos y magníficos arcos ojivales cerrados, con trozos decorativos muy sencillos, que acusan la existencia de alcázares y mezquitas convertidas en conventos ó casas de señorío. Pertenecen al renacimiento que se ve en la puerta de Jerónimo Páez, poco delicado, pero de grandes rasgos escultóricos, que nada debe al mudéjar, y de ese gótico mezquino con reminiscencias árabes, bajo y de hojas bizantinas, que se ve en la puerta de la iglesia de San Miguel y en otros parajes. Las torres redondas, cuadradas y octógonas que hay todavía en Córdoba, y que en mayor número se veían en minaretes y fortificaciones, prueban el afán de realizar las obras que habían visto los árabes que vinieron mezclados á las legiones bereberes, cuando cruzaron el Egipto y la moderna Cartago para realizar en nuestro suelo las formas de aquellas construcciones gigantescas.
Una cosa se observa solamente: que menos atrevidos en la magnitud ó grandeza, parece como que acortaron las medidas y la materia para reducir el ciclopeo tamaño de las obras levantadas por las antiguas generaciones.
En el Jardín del Alcázar, como es llamada una huerta á la orilla del gran río, se hallan más ejemplares de las formas citadas, prescindiendo en ellas de las colosales restauraciones cristianas.
Las torres de la Cárcel se encuentran en el mismo caso. Son en verdad testimonios de aquel genio que copió más que{77} inventó, pero son al mismo tiempo atalayas de triste y abrumador aspecto.
En el Museo Arqueológico y en el Instituto de Córdoba, hay multitud de objetos árabes y mozárabes que atestiguan algo en favor de la cultura de aquellas edades: una cierva de bronce, fundición cordobesa, quizá de Medina Azahra; un brocal de piedra de bellísimos ornatos, época de los Kalifas, artesonados, aliceres, inscripciones y otra multitud de vestigios romanos no menos importantes. Pudiera ser este museo uno de los más ricos del mundo.
La suerte de los cristianos entre los moros nunca fué tan cruel como la de los moros entre los cristianos. Está probado hasta la evidencia, que si bien no pudieron estos últimos hacer ostentación de su culto ante el esplendente boato de la civilización agarena, no es menos cierto que en la parte baja de la ciudad y en el barrio de la Ajarquia, vivieron los cristianos tranquilamente profesando su religión á semejanza de los judíos, aunque naturalmente vejada por impuestos ó subsidios mal repartidos y tiránicos. Muchos autores cristianos dicen que los ministros de los Kalifas imponían tributos arbitrarios, suspendían á los jueces que esta población mozárabe conservaba de su propia raza, y que más de una vez, en tiempos de guerras, fué maltratada esta población por considerársela sospechosa y adicta á los enemigos. Esto, que puede ser verdad, está compensado por ese espíritu de tolerancia que distinguía á los árabes de la Edad Media, permitiendo á los cristianos el libre ejercicio de sus leyes y de su religión.
La historia del pueblo mozárabe no está exenta de graves faltas. Había escisiones entre las diferentes iglesias, ambiciones entre los obispos, motines promovidos por los falsos mártires que todos los días se presentaban, el clero en relaciones con la corte musulmana para con su favor sostener cierta supremacía jurisdiccional de parroquia, y usurpar la de sus cofrades. No faltaron cristianos que impulsaron á los emires á{80} que publicaran decretos para que los judíos y cristianos se hicieran moros.
La arquitectura de los edificios cristianos en tiempo de los árabes era la misma que la de las mezquitas, pero de construcción pobre, con muy pocos ornatos, como contruídos con el producto de las limosnas de una población cada día más miserable. Algunas de ellas conservaron el origen gótico sobre los restos de algunas construcciones romanas; no podemos fijar aquí transición, por haberse destruído la mayor parte de los templos.
Según los autores árabes, cuando entraron los moros en Córdoba había gran número de basílicas, que los sarracenos convirtieron á su culto. La de San Jorge es hoy el monasterio de Santa Clara: desde ella se defendieron los cristianos por espacio de tres meses contra los árabes, á poco tiempo de la batalla del Guadalete; Santa María, San Andrés, la Magdalena, San Lorenzo y Santa Marina, parece que fueron de estas iglesias mozárabes, aunque conserven muy raras señales del largo período de dominación.
San Pedro sirvió de catedral después que los cristianos vendieron á los árabes la basílica, con cuyos fundamentos se principió la gran mezquita de Córdoba.
Existían antiguamente las iglesias mozárabes de San Zoilo, San Cipriano, San Ginés, San Acisclo, Santa Olalla y otras que durante la ocupación sarracena se han perdido; y sabido es que cuando San Fernando conquistó la ciudad, hacía más de cien años que los cristianos se habían ausentado de ella.
Las basílicas, pues, ya casi abandonadas, no debieron ser muy importantes; pero se observa por las deducciones que nos ofrecen algunos cimientos antiguos, que estaban construídas de tres naves, separadas por hileras de columnas, y terminadas en semicírculo. Sospechamos que la de San Fénix de Córdoba, embellecida por el Obispo Agapio II en 618, tenía los paramentos interiores con hermosas pinturas, como las de un baptisterio elogiado por Paulo, diácono en la misma época.
Se fundaban iglesias y monasterios en el siglo IX, y en{81} medio del inmenso poderío de la corte musulmana, los obispos administraban las rentas eclesiásticas, que cuidaba un ecónomo jefe parroquial de la circunscripción mozárabe. Pagaban éstos el diezmo. A las ordenes del cura ecónomo había un número de clérigos vestidos y alimentados por aquél, el cual ejercía sobre ellos tal autoridad, que hasta podía azotarlos si no cumplían con sus obligaciones; al lado de las sencillas iglesias mozárabes había alojamientos para niños, esclavos y peregrinos, y todo el clero que servía la parroquia vivía alrededor del templo.
El culto mozárabe era: desde la mañana los maitines cantados por una capilla bien pagada; los presbíteros y diáconos, á media mañana, medio día y media tarde cantaban en coro las horas canónicas. La misa se dividía en dos partes; en la primera se leía una profecía del Antiguo Testamento, la epístola de San Pablo y una parte de los Evangelios; al Alleluya seguía el Ofertorio; para la segunda parte se mandaba salir á los catecúmenos, y el celebrante vuelto al Occidente, mandaba al pueblo que hiciese la conmemoración de los muertos; seguían los abrazos de paz, y después de la consagración y de la comunión se daba la bendición al pueblo. Se usaban las campanas, de las cuales se conserva hoy una en el Museo Provincial, en la que se ve una inscripción que claramente indica su época; se alumbraban con cera y vestían casullas capas y frontales de lana ó seda bordadas de oro ó plata.
Existían además muchos monasterios durante el período de la dominación árabe. Rara vez eran inquietados, tanto los frailes como las monjas, en esta reclusión voluntaria. En un lugar cercano á Córdoba existía cuando la conquista un convento de monjas, según los historiadores Morales y Gómez Brabo. En el río Guadamelato había también un monasterio donde se alimentaban de caza y pesca. San Eulogio eligió en la Sierra un monasterio que se hizo célebre por sus innumerables mártires, hasta que el Kalifa Mohammed mandó cerrarlo, por ser un centro de perturbación. A la orilla del Guadalquivir existía el de San Cristóbal, mencionado por los árabes;{82}
había otros muchos que están citados y que ocupan los lugares más solitarios. Generalmente los conventos de ambos sexos se situaban unos cerca de otros, y los de monjas eran regidos por los abades; en unos y otros se conservó el culto de la última iglesia goda, y la forma de los edificios era sumamente sencilla; puertas cuadrangulares con sencillos tímpanos, algunas veces arcos de herradura, cúpulas de emiciclo sobre pechinas, algunas ventanas de doble arco gótico y árabe, y los exteriores con planos y franjas de azulejos y ligeras molduras. Ya hemos dicho que en los interiores empleaban algunas{83} pinturas sagradas, un poco menos imperfectas que las de las catacumbas.
No se puede visitar la Sierra de Córdoba sin hallar á cada paso una tradición, un vestigio de aquellas famosas fundaciones, donde se enlazan los más heróicos recuerdos de la Edad Media, grandes desgracias y martirios padecidos ante la poderosa raza invasora. Recomendamos á obras especiales el conocimiento de aquella lucha gigantesca entre los sectarios de las dos creencias que se disputaban entonces el dominio del mundo.
Antes de terminar en Córdoba debemos fijar una idea constante que preside á los monumentos de los diversos pueblos de la tierra. En el lugar mismo donde se halló el arte románico, toma después el árabe algo de sus formas y decoración, lo mismo el gótico, que viene después del árabe, se atavia con éste y atilda sus líneas con rombos y alixeres de cintas y palmas; más tarde el renacimiento sufre la misma suerte, cubriéndose de caprichosa imaginería y rebajando sus esqueletos. Esto se nota en la Puerta de Páez, que arriba anotamos, y en la portada gótica de gusto elegante y florido que apuntamos á continuación, como el mejor ejemplar de Córdoba, en este estilo.{84}
Puertas: de Sevilla, de la Alcazaba, de Badajoz, de Algeciras, de Hierro, de Romanos, de Asada, de Zaragoza, del Artífice, del Alcázar, de Talavera, de Amer, de Alkarchid, de la Alacaba, del Puente, de Coria, del León, del Río, de los Judíos y de Ben Alder Chabar. Todas abiertas en su cintura de murallas con multitud de Torres.
Palacios: el del Ejército, de la Rauda, del Almedina, Anahora, Jardines, de Alhair, del Kalifa, de Azorur, Sid Abillahlla, Alfarasi y Anahora.
Arrabales: el de los Judíos, del Palacio de Moqueit, del Baño de Elvira, de las Tiendas, de Aljud, Ruzafa, Raccaquín, Rauda, de la Flor del Presidio, de Xabalar, del Hornobaril, de la Ciudad Vieja, de Onsalema, de Axafa, de la Mezquita de Masrul y de Alcahfa.
Almunias: de Asarux, Alhamería, Abdallah, Achib, Mogaira y Anahora.
Dos iglesias cristianas, la del Cautivo y la del Quemado entre la población árabe.{85}
Al considerar el aspecto de las habitaciones modernas en la generalidad de los casos, y las comodidades que contienen, aun con el lujo y belleza de los muebles y objetos de que nos servimos, se nota bien pronto que la España del siglo XIX tiene mucho que envidiar á la España de la Edad Media y del Renacimiento. Millares de edificios hay esparcidos en esas antiguas capitales, conservando tan ricos detalles de su construcción y tan bellas obras de ornato ámpliamente prodigadas, que su número excede á las que en nuestro siglo se fabrican con descomunales proporciones. Veamos los ejemplos en los techos de maderas embutidos y ensamblados que contamos en Córdoba, Toledo, Granada, Sevilla y pueblos de menos importancia, que no podrían hacerse hoy sin grandes dispendios. Estudiemos lo que costarían los enclaustrados de labores de talla, los mármoles de las ricas portadas y los guarnecidos de complicados arabescos, greco-romanos, etc., y aunque todos estos detalles no servían en verdad más que para decorar un patio, un andito y una sala con dos alhamíes, que bastaban á la vida de aquellas gentes, la profusión con que se hacían prueba un pasmoso adelanto en las artes. Una demostración de lo culta é ilustrada de aquella sociedad, es que jamás se halla un ornato, un detalle de madera, piedra y barro cocido, hecho por manos torpes en el que se faltase á las reglas clásicas de la exactitud, de la conveniencia, ni de la belleza,{86} del modo cruel que se falta hoy con menosprecio del buen sentido y de las leyes generales del buen gusto.
Verdad es que aquellos antepasados participaban del espíritu de la civilización clásica, y es digno del más detenido estudio cuanto hacían y fabricaban, siendo muy raras entre sus obras las señales de la ignorancia, de la decadencia y de la miseria; mientras el arte florecía y con él la sociedad elevaba el sentimiento de su fuerza y de su prestigio. Veamos desapasionadamente si en la época en que vivimos hay en el arte que nos es propio y característico este sentimiento práctico de la belleza, que hace una necesidad imperiosa del lujo, y del ejercicio de las obras ingeniosas del entendimiento humano. El arte hoy no tiene conciencia de su misión y entonces la tenía; y entiéndase que hablamos de nuestro país, porque bien admiramos el genio de otros grandes pueblos civilizadores, que tienen su carácter y su vida consecuente con un estado social que se explica y se razona. Entre ellos hay lo que referimos de aquellas dominaciones que pasaron; la obra, el libro, la industria, el monumento, la religión, la ciencia, todo obedece á un principio levantado y progresivo, al buen sentido que adornó con genio propio, pero nunca haciendo barbarismos, chocarrerías, formas ó ideas insensatas, como se ven entre los pueblos que decaen ó viven sin la conciencia de su valer.
La industria cerámica, por el estrecho contacto que tiene con las bellas artes, merece una especial mención. Sin que olvidemos el gran desarrollo que adquirió luego, ofrece en la época del Kalifato una patente demostración de su existencia. Los pedazos de jarro de un metro de altura, hallados en Córdoba, son de arcilla de color y con labores de bajo relieve, en las que se nota el gusto de la primera época. En uno hemos visto el bizantino con acantos y cabezas de bichos fabulosos, que demuestra una época más rica en ideas y en tradiciones orientales. Aquellos vasos no tienen esmaltes de los ricos colores que se vieron más tarde; están cubiertos de verde y blanco, y muchos hay de barro solo, aunque de forma elegante,{87} muy parecida al vaso etrusco de la decadencia. No se hallaba en ninguna parte de Europa tan adelantado el trabajo de alfarería como en España. Si se coleccionan los tiestos de jarros cordobeses y toledanos, de cuyos fragmentos se pueden hoy deducir los pedazos que les faltan, se halla un adelanto marcadísimo que continúa en los esmaltes dorados de Valencia y Málaga, y termina en la combinación de colores y reflejo metálico espléndidamente aplicados en los vasos fabricados hacia el siglo XIV: no podemos abrigar ninguna duda sobre esto, cuando hemos visto escombros de alfarerías antiguas donde se hallan fragmentos de este género de industria.
Bien puede deducirse que el desarrollo de tan interesante índustria fué obra española; que los auxilios recibidos del conocimiento de las propiedades colorantes de las tierras y sus fundentes, para producir sus barnices opacos, la armonía, hasta de las medias tintas, no fué descubrimiento posterior al siglo XV, sino que con suma habilidad un tanto mecánica, se produjo en los jarros de la Alhambra con ese efecto artístico que tanta sorpresa causó cuando Bernardo Pallissy hizo sus primeros combinados esmaltes. Y aunque esta industria radicaba de los Asirios y Egipcios, y era noble entre los Judíos como símbolo de la potestad que hace del barro una forma ó cuerpo, sabido es que se perdió en la ruína del imperio de Occidente, y su reaparición se debió á los Árabes de España y de Mallorca.
Hacían con loza ordinaria candiles de diversas figuras, semejantes á los que usaban los romanos; pero en ocasiones tenían lámparas de metal labradas á buril ó á realce con preciosos arabescos finamente acabados, de uno y de muchos mecheros, que colocaban unas veces en nichitos hechos en la pared, y otras en lámparas de un platillo calado y tres cadenas de donde pendía aquél[22], ó sobre un pie como nuestros candelabros, más ó menos decorados y de bronce, ó dentro de un{88} farol de metal ó maderas con calados, y cristales ó telas trasparentes.
Tenemos á la vista fragmentos de jarros cuya composición artística no desmerecen nada de la de los griegos, de los ricos y engalanados del Renacimiento, de los de Beauvais del siglo XII, y en esbeltez ganan á los antiguos de china japonesa que se conocieron en el continente á mediados del siglo XV.
El trabajo de los mosáicos hechos de pequeñas piezas unidas formando una superficie perfectamente plana que no ha llegado á imitarse en nuestros días, constituyó una industria sin ejemplo, que al continuarse después de la expulsión de los moriscos, se convirtió en hacer azulejos de labor grosera sin ensambles ni finura. Las labores de tierra cocida, para resistir la influencia atmosférica, se hacían por los árabes matizadas de barnices de colores hermosos, que todavía se ven en las puertas de las ciudades y palacios; y los ladrillos cortados para labrar las fachadas buscando arcillas de diversos tonos, fueron siempre la obra más ingeniosa y delicada con que ornaron todas sus construcciones.
En cuanto á la orfebrería de aquel primer período, es completamente bizantina y superior al trabajo que se ve en las coronas de los monarcas visigodos. En este arte, tan antiguo como el descubrimiento de los preciosos metales que se encuentran puros en la naturaleza, se halla un fiel reflejo de las obras más bellas del Imperio de Oriente. Con tal base esta industria no podía menos de desarrollarse extraordinariamente, y en Córdoba los tiradores de oro consiguieron antes de 1350, cuando la Italia dió los experimentos provechosos sobre su tenacidad, hacer planchas de un grano para cubrir 56 pulgadas cuadradas, é hilar delgados alambres, con los que hacían preciosas filigranas, tan bellas como las que hoy nos traen de Alemania, donde esta industria prospera más que en parte alguna. Hemos visto ejemplares hallados en un sepulcro cerca de Almería, semejantes á los que existen en el Museo Arqueológico Nacional: son unas arracadas admirablemente hechas de hilo de oro, y collares del mismo género; los brazaletes de{89} realce con labores bizantinas é inscripciones africanas, notándose en las planchas de cobre que se hallaron en unas ruínas cerca de Granada el cincelado de letras y adornos, y en un pebetero de plata y latón, incrustaciones rebatidas de ambos metales, no inferiores á las que se hicieron en Italia cuatro siglos después. La aplicación de los esmaltes sobre oro y plata aparece especialmente en los tiempos de la dinastía Naserita; pues aunque en Sevilla y Córdoba ya se conocían medios para combinar materias cristalinas con los metales, existen después ejemplos de haber incrustado pedacitos cuadrados y triangulares, á manera de ladrillos finísimos de cristal ó piedras artificiales, en el fondo de los relieves de plata ú oro, cuyo delicado trabajo no nos cansamos de admirar todavía.
La espada que se conserva en Generalife tiene una preciosa empuñadura con este trabajo, superior en nuestro juicio á otros que se pueden ver en la Real Armería y en los museos extranjeros. El acero de sus armas, de temple proverbial, no sólo trabajado en Toledo, sino en muchas ciudades andaluzas, no se ha trabajado nunca mejor; y los cincelados sobre esta dura materia de los cascos, almofares y capacetes, hebillas, estribos, etc., que de vez en cuando se descubren, prueban bien los adelantos de este difícil arte, ejecutado con menos elementos mecánicos que los que hoy poseemos. La cerrajería nos ha dejado dos rarísimas arcas de hierro para conservar caudales, que se encuentran en Granada, las cuales ostentan un complicado sistema de cerradura tan difícil como ingenioso. Sin los cilindros ni otros aparatos de la mecánica moderna, estiraban chapas delgadas y tan uniformes de grueso como las hechas con aquellos artefactos.
El bronce se fundía en piezas de bastante magnitud, haciendo esculturas de grandes dimensiones, formas humanas y animales perfectamente modelados. Hemos visto una sin repasar con las limas ni buriles, y con la tersura de las mejores estatuas modernas, cuyo arte es sabido que ofrece muchísimas dificultades de elaboración que no han llegado á evitarse, para reproducir absolutamente la finura del modelo. Los utensilios{90} de este metal que se dedicaban á los usos ordinarios, están por regla general bien vaciados, y en más de uno hemos visto inscripciones con caracteres limpios y hermosos, alternando con labores de hojas y espirales perfectamente fundidas.
Al mismo tiempo que en Sicilia se hiló en España la seda por los árabes; pero con la diferencia de que los vestidos de las mujeres eran después bordados de esta hebra, por el mismo precio que si los hubieran hecho de hilo de plata. Aparece además, que el año 780 cambiaban los árabes de España con los francos tejidos y bordados de seda que Carlomagno envió á Offa como una demostración del progreso de aquella época; y que ya en el Kalifato se cubrían los divanes con sedas listadas de diversos colores, las mezclaban á la lana que se criaba finísima, y vendían las telas á los cristianos, con las cuales se vestían éstos y las ostentaban como objetos de lujo. Los corpiños y jubones de fustán con cinturones de cuero labrado, bordados de colores y fileteados de oro, los caftanes de seda, verdes, blancos ó encarnados, los caireles y el acamuz del mismo tejido, eran parte de los hermosos trajes que desde el siglo XI se usaron por todas las clases de la sociedad. Lo mísmo diremos de los chamelotes que llevaban las mujeres, cubiertos de rica pasamanería de seda, trenzas y bordados, y las tocas y mantos de lana y seda, cuyas costumbres han llegado hasta nuestros días después de mil años.
Los muebles se construían con suma habilidad como obras de paciencia, donde se prodigaba el embutido de nácar y concha con taraceas de metales preciosos, hasta tal punto, que en algunos de ellos se empleaba uno ó más años de manufactura prolija y delicada, si se quiere poco artística, pero por demás ingeniosa, pues se han hallado algunos de ellos compuestos de millones de piececitas combinadas, según los colores de su materia, y si bien son demasiado lujosos por el tiempo que en ellos se empleaba, los más modestos y económicos que hemos visto, superaban en la forma á los que usan hoy las clases humildes de la sociedad. Laboreados paños en los techos, albanecares de bien distribuídas ajaracas para los nichos y reclinatorios{91} no pueden mejorarse por la exactitud de sus nudos y ataires amedinados, cuya clase de obra se usó hasta el siglo XVII con notable perfección en los artesonados que se denominaban maomares, y en una multitud de escritorios y cofres que pertenecen á la época del Renacimiento, empleados en las oficinas de los cenobios cristianos.
La aplicación de los cueros llamados tafiletes y cordobanes, por el lugar de su procedencia, era muy común, tanto para el vestido como para los arneses y asientos de los divanes, y España puede gloriarse de haber heredado esta industria en tal perfección, que sus productos no se vieron mejores ni á mayor altura en la exposición de Londres del año 1851, donde fueron premiados y atrajeron la admiración de las gentes. Los finos punteados de admirable igualdad sobre labores superpuestas, hechos á la mano y de un modo rudimentario, dan á estas obras un hermoso aspecto, que se halla también en las monturas usadas en el siglo XVI, y cuya labor pasó á otros pueblos que después la abandonaron. Se aplicaban también á revestir las paredes, dándoles realce ó medio relieve y dorando las superficies bajas, no de otro modo que se hacen hoy los adornos en las pastas de los libros. Hemos hallado pedazos de estos cueros, que revelaban una industria muy generalizada y sobresaliente.
Fabricaban papel de algodón y teñían los tejidos de brillantes colores, tan permanentes, que los trapos y banderas de lana y seda hallados recientemente en la Alpujarra conservan sus colores como si acabaran de ser aplicados: hemos visto un cambuj ó velo que debía ponerse sobre los almadraques, el cual no pudo tejerse más que por los medios puestos después en práctica en los Gobelinos. Por fin, la palma, la pita y el esparto hilado, cubrían los suelos y zócalos de las casas más pobres, y se hacían de estas plantas mil objetos útiles, mejor labrados que los que hoy se ejecutan.
Los sastres, alfayates, abundaban en España como profesión lujosa, enlazada íntimamente con los tejedores y mercaderes de telas; y como hoy en Fez, se fabricaban los trajes{92} hermosos que ponían á la venta en los escaparates. Solamente pierde importancia este oficio por el criterio del legislador que predicaba continuamente la modestia, hasta el punto que, como dice Ben-Jaldum, existía la prescripción de purificarse arrojando los vestidos cosidos y punteados, en cuyo trabajo tan notables eran, y se les mandaba cubrirse el cuerpo de una tela que no tuviera costuras, para evitar adornos, cuya recomendación obligó á los más piadosos á envolver el cuerpo en una larga tela blanca ó rayada de diez y veinte metros de largo.
Dicen autores musulmanes, cuyos escritos se han traducido en los últimos veinte años á muchos idiomas, que fué tal el desarrollo que tomaron las artes del librero, encuadernador y escribano, por ser las tres el medio de difundir la civilización, que se dedicaban á ellas todas las clases más ilustradas de la sociedad, llegando á ser noble el ejercicio de las profesiones citadas; y tal estado de desarrollo alcanzaron, que llegó á no bastar el pergamino que se preparaba, obligando su escasez á que decretara Alfadi Yahya el uso obligatorio del papel, que entonces se aplicaba muy poco. Y como parte técnica dió á la forma de los caracteres de letra tal importancia, que los libros hallados en los desvanes de los edificios ruinosos tienen una escritura tan perfecta, que es sólo comparable á los tipos limados de la imprenta. Cítase á Bagdad como el centro civilizador donde la escritura y tipos tomaron más sencillez, alejándose de las formas primitivas que tuvieron en Cufa; pero modificados en Egipto, donde perdieron algo de la claridad y belleza que se les dió en Yrac, hasta que los árabes españoles ya independientes y adoptando costumbres dulces y tranquilas, llenaron los aposentos de libros, y con ingenio y buenas costumbres, como dice el docto Cateb-El-Bagadi, se hicieron escritores y libreros, cuyo número en Córdoba llegó á exceder de veinte mil.
Formaban como en el resto de Europa por aquel tiempo los constructores de edificios, sociedades que guardaban sus secretos científicos y sus trazerías geométricas para el exclusivo{93} dominio de los afiliados en estas artes, las cuales se utilizaban por los hombres más toscos y atrasados, al lado de los más ingeniosos despreocupados é instruídos. De aquí procedía el uso de unas mismas combinaciones y ornatos para determinadas formas y medidas, y la razón de hallarse siempre arabescos exclusivamente aplicados á las construcciones religiosas, á las militares y á las del harem. Los arcos de herradura con las dovelas resaltadas, se emplearon únicamente en los lugares destinados á la oración, así como los mocárabes de colgantes no se pusieron nunca en las aljamas andaluzas[23]. Preceptos todos que á semejanza de los sacerdotes caldeos, explotadores también de estas artes, venían de una especie de gremio masónico que enviaba sus artífices á diversos Estados, y que no permitían otros usos y otras alegorías que las convenidas en sus conciliábulos. Ellos, como otros muchos, cuando la construcción de las famosas catedrales cubiertas de figuras emblemáticas y burlonas, se excedieron también en España de los preceptos religiosos, pintando murallas y labrando figuras, cuyas obras se ejecutaban por los mismos alarifes como trabajos constructivos en imitación del arte asirio.
Esas sociedades poseían un caudal de trazados de ensambladuras para techos; otro de comarraxias para las bóvedas, y de alicatados para sus estucos, los cuales constituían su fortuna; por esta razón se distinguen las labores hechas en los diferentes reinos, y no cabe confundir las obras de los alcázares sevillanos con las de Toledo ó Granada[24] como frecuentemente se verifica por los modernos escritores.
Es curioso lo que dice el notabilísimo escritor árabe Ben-Jaldum sobre la manera de construir de los árabes en la generalidad de los casos; pues en otros imitaron las sillerías y corte{94} de piedras de los romanos, en bóvedas y fuertes muros exteriores. He aquí el párrafo:
«El arte de edificar se divide en varios ramos, uno consiste en hacer muros de piedra tallada, ó ladrillos cimentados con cal y arcilla[25]... y otro consiste en formar muros con arcilla solamente. Se sirven para esto de dos planchas de madera, cuya longitud varía según los usos locales; pero en general son sus dimensiones de cuatro codos, y se colocan sobre fundamentos ya preparados, espaciándolas según la anchura que el artífice cree necesaria. Se sujetan por medio de travesaños de madera fijados con cuerdas ó lías, se cierran las extremidades con otros dos tableros más pequeños y se vierte dentro tierra y cal que se aprieta con pequeños pilones hechos á propósito. Cuando la masa está bien apretada se sigue añadiendo hasta llenar el hueco y que las partículas formen un solo cuerpo duro é impenetrable; así se continúa, desarmando la caja y llevándola á la línea inmediata ó superponiéndola..... Este género de construcción se llama tabia y tauvab el que los fabrica.
»Los muros se revisten de cal desleída en agua con una ó dos semanas de anticipación............... la cual se extiende con una llana hasta incorporarla con la obra[26]. Para los techos se colocan maderos labrados ó sin labrar, sobre los cuales se extienden la cal y tierra que se aprieta con pisones...
»El ornato y embellecimiento de las casas constituye un ramo del arte. Consiste en aplicar sobre el muro figuras en relieve hechas de yeso cuajado con agua, el cual se vacia sobre un modelo dado, dispuesto con punzones de fierro, y se acaban dándoles un bello y agradable pulimento. También se revisten los muros de mármoles en planchas, ladrillos vidriados, {95}conchas y porcelanas.................. lo cual les da el aspecto de un parterre adornado de flores...»
Y más adelante dice, que los magistrados acuden á los alarifes cuando se trata de edificios, en las particiones de fincas, en las alineaciones, reparto de aguas, fortaleza de muros exteriores, etc., etc., como en los tiempos de las ordenanzas del siglo XVI; cuyo adelanto existió siempre entre los árabes de Andalucía.
Seríamos interminables en la enumeración de manufacturas, y en los oficios mecánicos y perfectos. Pero tales adelantos, tan pasmosas obras de la civilización agarena, tenían y aún tienen entre nosotros sistemáticos impugnadores. Hay una escuela, ó una doctrina intolerante que busca afanosa en la civilización romana y gótica los gérmenes de nuestra grandeza pasada; esa escuela y esa doctrina no hallan nada nuevo, grande ni original, preciso es decirlo, en el contacto de ese mundo oriental que se trasplantó á nuestras tierras con todas las infinitas irradiaciones de su espíritu y de su inteligencia.
¿Y por qué con la brillante erudicion de esos investigadores no se ha hecho antes la luz, que ha venido después á deslumbrarnos arrojada por más imparciales y generosos escritores extranjeros? Porque en España se ha rechazado la herencia que nos legaron nuestros abuelos; porque éstos nos dominaron, y están aún frescas las heridas; y porque sostuvimos el ciego exclusivismo de una filosofía intolerante, con la que aprendimos á mirarlos como hombres sólo dignos de humillación y desprecio. Todavía no han llegado á ser verídicos para los fanáticos escudriñadores, los datos y relaciones que sobre geografía é historia descriptiva nos han legado los escritores árabes; cien textos afirmativos de un caso especial cualquiera, de origen mahometano, se desechan inconsideradamente por admitir los argumentos de uno de esos falsos cronistas que plagaron nuestra literatura con sus perturbaciones históricas[27].{96}
¿Se supondrá que queremos preferir aquella civilización á la cristiana? ¡Cómo lo habíamos de hacer ni pensar! Aquélla se eclipsa y no pasa adelante; ésta vive todavía y es el alma de las grandezas que vemos en todas partes; pero no comprendemos que al exhumar los orígenes de la civilización gótica podamos ir á otra parte que al gentilismo ó paganismo, y que no habiendo otra línea de paso para las ciencias y para las artes de aquellos tiempos, se deseche éste que nos ofrece tan rápido y tan seguro camino. No es al Korán á quien damos crédito, ni nos ofrece más fe que los Vedas ó las leyes del rey de Bactria; pero recibimos con emulación los progresos de mil generaciones que han depositado sus adelantos en el arsenal de la industria y de las artes modernas. ¿Cómo olvidar que ocho siglos no habían de dejar más huella entre nosotros que las transitorias invasiones de los pueblos Bárbaros, ó la violenta dominación del gran pueblo que fué siempre extranjero en nuestra patria? Cuando descendamos á épocas menos lejanas, y enseñemos con otros monumentos más modernos de los tiempos árabes el desarrollo de las artes y la forma que éstas van adoptando y plegando á la naturaleza y esencia de nuestro carácter tradicional, veremos que de todas las civilizaciones, la oriental es la que ha dejado en España más elementos de prosperidad y más hondas huellas en toda clase de trabajos é industrias.
Cuando llega el período medio de la dominación árabe y nos alejamos de Córdoba, difícilmente podremos encontrar ejemplares de un estilo de transición más definido que los de este Alcázar. Preocupados con la idea de hallar en cada edad un monumento y un pueblo para cada una de las grandes transformaciones históricas, hemos olvidado que sin salir de Córdoba y de Sevilla, nos encontramos rodeados de obras que alcanzan una cronología de cinco siglos á lo menos; en cuyo tiempo el arte tomó tan diversos y extraños caracteres, que fácilmente se nota el sintoma de progresivo desarrollo, que como todo lo grande y trascendente, había de presentar para adquirir la influencia que aún conserva en el presente siglo.
En Córdoba tenemos ejemplos para demostrar el adelanto de aquella civilización que sucumbió con el Kalifato; pero sin duda es más cómodo y más oportuno visitar los alcázares donde se encuentra cuanto lujo y fantasía puede crearse en un tiempo determinado, y los de Sevilla producen en nuestro ánimo un encanto especial, reminiscencia sublime de antiguas y profundísimas transformaciones sociales ó de inolvidables acontecimientos, que no puede separar de nuestra mente más{100} que el aspecto anti-artístico de la malhadada restauración, que un afán poco ilustrado de ver el edificio deslumbrante de colores y oro ha podido llevar á cabo con descuido de los preceptos arqueológicos más vulgares.
El Alcázar de Sevilla no es una obra clásica, ni aparece hoy á nosotros con ese sello de originalidad y de indeleble carácter que acusan las obras antiguas como el Partenón, y las modernas como el Escorial; en aquéllas por espléndida sencillez, y en éstas por extrema prodigalidad de dimensiones y de taciturna grandeza. En el Alcázar de Yacub Yusuf ha desaparecido el prestigio de una generación heróica, y ha venido á representarse en él la existencia de los cristianos reyes que lo vivieron y enriquecieron con las mil páginas de nuestra gloriosa historia. Los almohades, que imprimieron en él sus más puros recuerdos africanos en 1181, y Jalubí, que seguramente había seguido á Almehdí en la conquista de África, dejaron en sus muros trazerías románicas cogidas en las ruínas de los pueblos dominados. San Fernando que lo conquistó, D. Pedro I que lo reconstruyó, D. Juan II que restauró los más preciosos salones, los Reyes Católicos, que hicieron construir en su recinto oratorios y estancias, Carlos V que añadió más de la mitad con el estilo modulado de esa época renaciente y sublime para el arte moderno, Felipe III y Felipe V, ensanchándolo más todavía por encima de algunos desenterrados cimientos de los edificios que lo rodeaban, todos y otros muchos de los príncipes y magnates que lo habitaron durante seis siglos, modificaron de tal modo su primitiva construcción, que ya en el día está muy lejos de ser el monumento del arte oriental, por más que lo hallemos cubierto de hermosos arabescos y engalanado con los más vistosos artesones y almocarbes.
Lo que han construído tan distintas generaciones en el Alcázar, le ha hecho perder su carácter mahometano. Convertido en una de esas antiguas casas de señorío pertenecientes á épocas más modernas, no se ven en él las salas voluptuosas del harem, ni el retiro silencioso para las oraciones, ni los baños,{101} ni los estanques, ni los fuertes baluartes sobre que debían apoyarse las galerías que por los adarves comunicaban con ricas algorfias labradas en el fondo de los cuadrados torreones. No es que aquí el arte árabe revistiera formas distintas de las que se ven en el resto de España, sino que nunca los palacios fueron construídos lejos de los murados recintos; antes bien, los formaron con éstos y los unificaron hasta sacrificar la decoración exterior á los trabajos de fortificación y defensa. Si hay signos de grandeza cuando nos acercamos á este palacio, no hay que buscarla en su estructura, sino en los cien remiendos y adiciones que ha experimentado, y en las sólidas paredes de los palacios del emperador dominando los restos pulverizados de esos castillos, que protestan siempre de la glacial indiferencia con que han pasado sobre ellos altivas generaciones. Y si por un lado no ofrece duda que éste sea el viejo muro ó la antigua y destrozada torre, por otro no encuentra el viajero sediento de las impresiones que dejara el mundo pasado, más que esos cuadrados recintos, los cenadores y salas rectangulares de las casas del siglo XVI; nada majestuoso como la Giralda; nada, en fin, esencialmente oriental como la mezquita que hemos visitado; nada fantástico y pintoresco como los alcázares granadinos. En él, solo se ve la crónica de un arte manejado por mil artífices que obedecen á diversas creencias, y que representa el efecto de un juego de niños apoderados del local donde se guardaban las obras de sus sabios abuelos, más bien que la concepción apasionada de aquellos terribles agarenos que invadieron en cincuenta años la mitad de la tierra.
Así, pues, hay que desdeñar ese cúmulo de construcciones, portales y pasadizos sin concierto que se encuentra antes de la puerta del alcázar, y fijarnos en esta primera joya de la diadema, como la apellida un conocido poeta sevillano. Es indudable que hay en la composición de toda esa portada un origen árabe, y que toda la parte superior, desde el friso de la inscripción gótica, es puramente mahometana, según el estilo pérsico muy usado en los pórticos de las mezquitas del primer{102}
período en Asia. Sus dos resaltos ó pilastras en toda la altura, y los encuadrados de labor en la parte baja son propios del árabe; pero los balcones con arcos y columnas bizantinas, capiteles romanos, curvas redondas y angreladas, y linteles en los huecos con resortes góticos, son indicios de que la reconstrucción hecha en tiempo de D. Pedro y las restauraciones posteriores, no han cambiado por completo, pero sí han modificado su primera forma. Para nosotros hay en el conjunto pureza y conservación de su antiguo trazado, y algo mas de{103} lo que han hallado algunos críticos ateniéndose á la inscripción; otras obras existen, penetrando en el palacio, menos árabes que ésta. Los escudos y leones entrelazados á los adornos no son nunca parte integrante de su ornato; pues bien puede observarse que para colocarlos debieron sacar motes y escudos mahometanos que llenaban estos pequeños espacios.
Pero pasando esta puerta cuadrada, forma que recuerda al Egipto y que principia á verse cuando va entrando en desuso el arco de herradura, nos hallamos en el principal patio del Alcázar, dando un rodeo para evitar que desde la calle se vea el interior, el cual ya nos ofrece un conjunto extravagante de líneas que debemos comparar con las del arte pagano y gótico. Las columnas pareadas de los cláustros, los cubos apoyados sobre los capiteles que principian á indicarse y se prolongan hasta recoger los apoyos de frisos, cornisas ó aleros de alfarges; los capiteles con volutas y hojas, pero despegándose por la parte superior mediante un moldurón, escocia ancha que más tarde domina en la Alhambra; una cornisa bajo un antepecho ó balaustrada y un corredor como el de cualquier edificio, descomponen toda posible armonía. En sus detalles[28] se nota la hoja picada con globulitos de los de la capilla de Villaviciosa; las piñas y hojas anchas laboreadas con menudas venas de procedencia bizantina; los fondos cruzados y grecas finísimas, y por último, basamentos de alicatados muy hermosos, que han sido copiados de monumentos construídos á principios del siglo XIV. Raro conjunto que recuerda las obras moriscas de Fez, principalmente en los arcos lobulados; pero que se olvida muy pronto en la forma apuntada, ogival, y en la semicircular con jambas prolongadas, que acusan los grandes y centrales arcos de los cenadores. En Marruecos, Túnez, Cairo, Bagdad, en todo el mundo recorrido por los árabes, se hallan cosas semejantes á las muy repetidas del Alcázar{104} de Sevilla, y precisamente por esta confusión es por lo que carece del acento clásico que hemos indicado, y le asignamos el carácter de transición, aunque del más remoto período.
¿Qué otra cosa significa, que en el patio llamado de Las Muñecas se vean ornatos finísimos empleados de cualquier modo en las últimas restauraciones, procedentes del palacio árabe de Granada, traídos aquí para colocarlos sin criterio[29] y haciendo armonía con otros que corresponden á la infancia del arte? Y lo mismo que se ha hecho ahora en el Alcázar se ha venido haciendo desde la conquista; vicio de que se ha librado la Alhambra, porque como aquel monumento no sufrió la gran transformación que á éste le hizo experimentar D. Pedro I de Castilla para arreglarlo á las comodidades de la corte cristiana, no se ha visto expuesto á ser habitado frecuentemente por elevados personajes que han dispuesto de gruesas sumas para reconstruirlo á su capricho.
Los trabajos amedinados de los techos son magníficos, porque en ellos principia á comprenderse cuánto el arte cristiano dió de majestad y grandeza á esas complicadas y minuciosas ensambladuras de los edificios más genuinamente musulmanes, cuando en los templos se principiaban á hacer ricas cubiertas de tirantes ó alfardas caladas, con hornacinas, cúpulas ó almizates, figurando rombos, estrellas y florones de lazos, cuyo hermoso trabajo no ha tenido rival nunca ni aun en las techumbres góticas de los edificios bretones del siglo IX; no es, pues, extraño que aquí hallemos ejemplares más hermosos que en otros edificios, cuando las bóvedas de colgantes de pequeñas estalactitas no habían tomado su completo desarrollo, y las trazerías de las puertas, siempre espléndidas de labor é incrustaciones, brillaban en este palacio realzándolo{105} extraordinariamente[30]. Nótase aquí, que cuando los techos van teniendo cierta magnificencia y lujo, menos clasicismo se advierte en la decoración; y como en Fez, se cubren las paredes de tapices en vez de realces de yesería, y entonces se emplea más oro en cornisamentos, anchos frisos, bóvedas, linteles y coronaciones, mientras quedan lisas las paredes, como en las construcciones mozárabes. Había, por consiguiente, una mezcla de géneros, y tal confusión de ideas, que en ninguna parte se ven como aquí las ventanitas caladas de forma cuadrangular, interrumpiendo las líneas generales de la decoración; y en otros casos muros tapizados de arabescos, tendidos como tiras ó retazos de alfombras ó mantas de vivísimos colores que interceptan los grandes paños, produciendo un general aspecto rico y variado, pero nada sencillo, razonado y elegante, que son las condiciones propias del arte en las épocas de mayor cultura.
Recorriendo este Alcázar no se ve otra cosa más que la continuación de salas cuadradas que se repiten casi con iguales formas y dimensiones, y sólo varían algunas veces en la composición de las trazerías de los arabescos; estancias sin abrigo, sacrificada en ellas la comodidad á la simetría y alineación de las puertas en los ejes centrales, disposición que no ha podido ser agradable en ningún tiempo. Llegamos á la principal tarbea, la más suntuosa, compuesta desde su zócalo de azulejos hasta la faja de retratos de reyes cerca del anillo de la techumbre, de clásicas líneas con recuadros y anchos frisos, cuyo aspecto sorprende, y cuyos dorados deslumbran; pero á poco que se reflexione se nota cuán extraña aparece esa línea horizontal de ventanitas á media decoración, sin que inmediatamente{106} sobre ellas no arranque la bóveda y cornisa; la total altura del decorado que pudiera servir para dos salas, si se interceptase con otro suelo ó piso, pues esta clase de ventanitas debieran dar esa luz de arriba que se derrama melancólica y tibia en todas las estancias moriscas.
En el año 567 de la Egira (que comenzó el 2 de Setiembre de 1171), según texto árabe, se empezó la obra de este Alcázar[31] por el Sultán Abu-Yacub-Yusuf, el cual construyó al mismo tiempo un puente sobre el río Guadalquivir compuesto de barcas, y restauró las murallas. El mismo rey abasteció de aguas á Sevilla, traídas del castillo de Chaber, en cuyas obras y otras muchas gastó sumas considerables. En el mismo texto hallamos que cerca de este Alcázar construyó la novísima Aljama, que se terminó el mes de dulhicha de aquel año; habiendo sido el primero que predicó en ella Abulcacín Abderrahmán ben Giafir de Niebla. De cuyo dato se deduce que si se hicieron en Sevilla otros alcázares en más antiguos tiempos, debieron haber sido construídos en otros parajes ó quizá sobre los vestigios romanos.
Por más que se acierte en la fecha de 1353 á 1364 que se da á la reconstrucción de este Alcázar, no se ve en él la huella del género árabe granadino que por aquel tiempo levantaba el Patio de los Leones, tan diverso en su estructura y en la finura de sus ornatos.
El arte en Sevilla llevaba otro camino, era más cristiano, y no había llegado á modificarse como en el reinado de los Ansares de Granada. ¡Cómo se distingue á primera vista el arabesco hecho en uno y en otro edificio! Más bizantino, más{108} tosco, menos simbólico, más confuso en Sevilla; las inscripciones cúficas y los mosáicos más ricos y complicados que los que se ven en Granada, donde ni las columnas, ni los capiteles, ni los gangrelados de los arcos, ni los aleros, ni los techos, ni nada, en suma, se parecen á los de aquí. Cualquiera que sea un poco práctico en el uso de estos ornamentos, descubrirá en seguida que no son muy claras en el Palacio de Sevilla las huellas del arte árabe pérsico y primitivo, del mudéjar y del renacimiento, por las mil transformaciones á que dió lugar el capricho de los que lo habitaron.
Constituía este Alcázar en tiempo de los árabes un sistema de construcciones adosadas á las murallas y torres que circunvalaban la población, las cuales no tenían la forma simétrica{109} de las plantas rectangulares que acusan los edificios del Renacimiento. Tal como hoy se descubre, nada tiene de los palacios de Egipto, de Siria, ni mucho menos de los de África. Esos andenes levantados al lado unos de otros, dan á este edificio el aspecto de una casa cristiana del siglo XV; y en nuestro concepto solo merece su planta el nombre de árabe en la parte que abraza el Patio de las Doncellas, la Sala de Embajadores y los aposentos inmediatos á éste. El resto está todo trastornado. Los Patios de Banderas y la Montería guiaban al de la fachada principal donde se ostenta el primer ejemplo de decoración musulmana. En todos estos pasadizos no se revela el monumento más que por vestigios de almenas, torres y murallas donde se abrían las primitivas puertas y donde los sultanes tenían aposentos para oir las querellas de sus súbditos, lo mismo que los reyes cristianos perpetuadores de esa antigua costumbre; y en el Patio citado de la Montería todavía se conserva un cuarto llamado de la Justicia, donde todos los escritores suponen la celebración de estas audiencias perpetuadas por los alcaides del tiempo de D. Enrique III. Del Patio Grande hemos ya mencionado esa hermosa portada que no descubre del gusto almohade puro más que su distribución y trazados, mientras sus detalles han sido sacrificados á la influencia mudéjar y gótica.
Desde la puerta hasta el Patio de las Doncellas había tres zaguanes interrumpidos por pasadizos que hacían la entrada difícil y misteriosa, pero de los cuales no quedan sino ligeros fragmentos. Ya hemos mencionado la impresión que produce este patio entre los que esperaban hallar los estanques, las fuentes y los anditos coronados de cúpulas y minaretes como los del Yemen; aquí no hay nada de aquella fantástica tradición; solo un enclaustrado ornado de arcos arrogantes y esbeltos interrumpiendo los frisos nivelados de la primera cornisa.
Son los capiteles en todo monumento lo que más le caracteriza, y descubre su origen y estilo peculiar. Los del patio de las Doncellas sobre columnas blancas de Filabres y basas áticas, no son más remotos que de fines del siglo XVI, y aun{110} diríamos posteriores, porque plagada está la ciudad de Sevilla de estas hojas de acanto pegadas al collarino bajo pequeñas volutas. No así los pilastrones entre arcos que se alzan encima de aquéllas, cuya antigüedad remonta, á no dudarlo, hasta el siglo XIII; en unos las picadas hojas bizantinas, en otros el renacimiento especial sevillano, en otros mudéjar, gótico y plateresco, combinaciones caprichosas de gusto delicado y esmerada ejecución. Los trapecios calados bajo el arrabá de los arcos contienen mezcladas al árabe algunas alusiones de figuras grotescas, que pusieron manos cristianas entre las comarraxias muslímicas. Este gran patio no contaba en su primera obra con la galería segunda levantada después destruyendo el hermoso alero de peral, que avanzando cerca de tres pies, libraba á los arabescos de las lluvias; algunos entrecanes y nichos de él se han visto en las modernas armaduras ó cubiertas del edificio.
Hay tres grandes nichos ó huecos en el lado de la capilla, que algunos creen tronos ó divanes que el rey D. Pedro utilizaba para dar audiencias. Para nosotros son tres pasadizos tapados que comunicarían en tiempos agarenos con el serrallo, situados seguramente, á juzgar por la planta peculiar de los{111}
antiguos alcázares, frente á la sala principal ó Algorfía que luego fué de Embajadores; y porque las salas con alhamies que hay á un lado y otro del paralelógramo de este patio son habitaciones moriscas exclusivamente, aunque modificadas hoy con techos del renacimiento ó con groseras imitaciones pintadas, en lugar de los plafones caídos, donde se ostentan{112} escudos, orlas y motes de los Reyes Católicos, del Emperador y cúficos del rey D. Pedro.
En algunos frontales de los patios y cuartos interiores, hay una labor enteramente igual á la que guarnece las pinturas de los tres techos de la Sala de Justicia en la Alhambra, y apuntamos este dato como recuerdo de las controversias sobre el origen de estas raras pinturas mahometanas.
Los techos de los cenadores son de un amedinado hermoso, trazado sobre el lugar con exacta combinación, trabajo en el cual sobresalieron los árabes; y los pavimentos se hallan formados de mármoles blancos, limpios y lucientes, alternando con otros de azulejos que han ido desapareciendo reemplazados con poco tino y mala colocación.
Es necesario pararse á contemplar por última vez esos arcos, que no se ven más que aquí, en la portada, en la Casa de Pilatos y en los edificios del siglo VIII en Oriente, poco constructivos, de curva arbitraria, sin apoyos ni sostenes. Apenas se explicarían si no fuesen decoraciones colgadas y sujetas como tapicerías á los muros, que ni se ven ni se adivinan en los intercolumnios. Forma extraña que es elegante á causa de los lóbulos, de la ojiva y de los arranques de herradura que poseen, cuyos tres elementos normalizaron más tarde los arcos de la Alhambra, de Fez, Túnez y Cairo, con su actual apariencia de centros divergentes.
El segundo cuerpo ó galería añadida á la antigua construcción es aditamento de poca importancia; pero hermoso patio si se atiende á todas las modificaciones de su estilo, y cuyos zócalos ostentan preciosos alicatados de una admirable delicadeza. Marcadas puertas en sus frentes conducen al Salón de Carlos V, de Embajadores y á los del Caracol ó de Doña María de Padilla; tienen ensamblados cortados en polígonos que las cubren por ambas caras, cuyo hermoso trabajo lo han restaurado con plastones groseros de estuco torpemente pintados.
La de Embajadores, sala cuadrada de solemne aspecto, con cuatro frentes compuestos de arcos elevados que cobijan ajimeces montados sobre columnas delgadas, y cuyos pequeños{113} arcos tienen más de medio círculo sin la forma característica de la herradura, curvatura de transición descendente. Los capiteles degenerados del greco romano; pero el gran arco decorativo de ajaracas, aunque de curva árabe, carece de los dos cuadrados de altura desde el suelo de la tarbea, perdiendo en ello galanura y elegancia. Los espacios triángulos ó enjutas no son originales; su labor está interrumpida lo mismo que los paños interiores de su frente ó arrabá, donde se abren celosías como escapadas del tímpano del ajimez. Un ancho friso de fingidas ventanas ó claraboyas se halla hermosamente tendido encima, y todavía más alto, una geométrica faja de almocárabes; después los añadidos arquitrabes y sostenes sobre que descansa la techumbre. Los basamentos de alicatados, las puertas de ensambladuras y toda la decoración lujosamente iluminada por los colores y el oro se prodigan hasta la exageración. Abiertos los balcones á manera de tribunas sobre los arabescos, son con sus cartelas de águilas chapeadas, baldón eterno del que mandó colocarlos. Lo mismo podemos decir que los retratos en cuadritos góticos hechos bajo la hornacina de colgantes son extraños en este lugar, y los dorados puestos sin el fino ornato de azules, escarlatas y negros que siempre adelgaza estas boveditas cuando son hechas por árabes. La cúpula esférica de alfardas alicatadas formando estrellas de polígonos simétricos, pudo fabricarse para poner en ella vidrios de colores trasparentes á una luz más alta; pero que ha venido á ser hoy decorada con pequeños espejitos de mezquino efecto. Los mosáicos han sido restaurados con piezas más grandes que las antiguas, y las columnas de jaspe parecen románicas, nunca árabes, como otras muchas de templos ó basílicas de decadencia, así como los capiteles poco uniformes é impropios de la columna parecen obras mozárabes como otras muchas de las mezquitas sarracenas.
No es aquí el tipo de las inscripciones africanas tan bello ni tan puro como el del Cuarto de Comareh de Granada, pero en cambio el carácter clásico del cúfico es en este alcázar más uniforme y sencillo. Las labores de hojas, piñas, palmas y{114} conchas se enlazan á las cintas y perfiles geométricos, adorno que no se ve después del siglo XIII; y las ventanitas cuadrilongas sobre las puertas, y los cornisones é impostas románicas, y los recortes góticos, y los escudos de labores interrumpidas nos presentan este palacio como la obra de muchas generaciones que carecían de la conciencia del arte.
El patio de las Muñecas, cuya forma parece más selecta y á la cual han dado en llamar granadina, es un cuadrilongo con un cenador abierto de arcos grandes y pequeños con buena simetría. Su ornamentación es efectivamente de la aventajada época del arte muslímico; el repartimiento más armónico, las curvas de los arcos aperaltadas y esbeltas como las del patio de los Arrayanes de la Alhambra; los pilares cúbicos sobre los cimacios de los capiteles y las alturas de las columnas, son casi iguales á las de los arcos con sus cornisas; y si los antepechos del segundo cuerpo fueran celosías de madera y no hubieran cambiado de posición las formas romboidales y los polígonos en las últimas restauraciones, este patio sería un ejemplar perfecto del último período del árabe floreciente. Muchas inscripciones tiene colocadas á la inversa.
Hay después una porción de salas cuadradas en cuyos adornos se hallan mezclados detalles de pura fantasía, enlazados con cresterías góticas y ornatos de puro renacimiento. Digna de notarse en todo el edificio es esa trasformación constante de formas las más abigarradas, representando la historia del trabajo humano en periodos caracterizados por influencias extrañas y respetables.
Se halla este Alcázar lleno de recuerdos preciosos que no entran en el dominio de este estudio y los cuales le dan cierta importancia tradicional de sangre y de crueldades. Para alimentar la fantasía, visítense los que fueron baños de Doña María de Padilla, los jardines, el estanque, las salas ó dormitorios del piso alto, con emblemas atribuídos á Don Pedro, y ornatos bizarros de todo género; la Sala del Príncipe y el Oratorio con mosáicos platerescos y rompimiento gótico, y una multitud de cuartos, pasadizos, el patio semi-mudéjar del jardín{115} del León y otros que los recuerdos engalanan, constituyendo un palacio sin grande originalidad, pero embellecido con las obras de seis siglos de continuo trabajo artístico. El incendio de 1762 acabó de cambiar su aspecto porque se quemaron techumbres artesonadas, comarraxias de alerce y ricas ebanisterías, cuyo desastre produjo en 1805 una modificación en la entrada y cuartos adyacentes, en el techo de la Sala de Embajadores, y en los departamentos que se llamaban del Caracol, del Yeso y del Príncipe; unido todo á las restauraciones que ya hemos mencionado de 1843 y á la tan novísima reparación que cubrió de colores los antiguos vestigios árabes, le privó del venerable aspecto de antigüedad que deben conservar á toda costa los monumentos.
No fué el palacio del rey Don Pedro el único construído en Sevilla; cerca de éste y bajo la misma alcazaba se alzaba otro restaurado en la misma época, y que se ha dejado perder hasta el caso de que no queda hoy más de una sala que muchos han creído ser la Sala de las Justicias, de aquel monarca. Este aposento es elegante aun después de haber perdido muchos arabescos, y de estar cerrado del lado donde se abría á un ancho patio, cuyos restos hemos estudiado, y á varios anditos con pavimentos de rasillas y esmaltes en grandes tamaños, de{116} los cuales existen hermosos fragmentos. La cubierta es un almizate de gran estructura, y sus paramentos una distribución bizantina tan pura como elegante. ¿Sería el antiguo palacio de Abdalaxis, á pesar de sus inscripciones? ¿No se cambiarían éstas como se ha hecho en muchos alcázares mahometanos? Todo nos indica aquí la existencia de un edificio anterior al siglo IX, y de alguna más grandeza é importancia que la que tendrían los castillos habitados por los Walies.{117}
Rara es la inscripción que en este monumento se ofrece al arqueólogo con un verdadero interés histórico ó literario; ni esos fragmentos de los poemas ó casidas que hay repartidos en los muros de la Alhambra, se descubren en este Alcázar para reposar la vista y hablar á la inteligencia, realzando las heróicas hazañas de los caudillos y los primores de sus afiligranadas estancias. Aquí se lee el Korán con sus repetidas salutaciones y alguna otra alabanza á D. Pedro, en la que se han suprimido los nombres de los sultanes mahometanos y la palabra islamismo; pero conviene notar que la mayor parte de estas inscripciones son iguales á las empleadas en el Alcázar granadino, tantas veces traducidas, y sería tarea larga y enojosa acompañar á la descripción artística la relación cien veces repetida del mismo versículo, hallado en diferentes aposentos, y otras tantas interrumpido por las manos torpes que tratando de reparar la fábrica sin conocer aquella antigua lengua, han llegado hasta á colocarlo al revés ó con la letra hacia abajo, por lo que renunciamos á tan pesado relato que el curioso hallará cumplido en libros especiales, ciñéndonos nosotros á una reseña breve de lo más esencial.
En la fachada y puerta principal del Alcázar, alrededor de ajimeces y otros parajes, se leen las suras y versículos conocidos:
«Gloria á nuestro señor el Sultán».{118}
«La gloria eterna para Alá; el imperio perpetuo para Alá».
«Salvación permanente». «Bendición».
«El reino á Dios, el poder de Dios, la Gloria á Dios».
«La felicidad y la paz y la gloria y la generosidad y la felicidad perpetua».
«En la próspera fortuna es único este Palacio».
Y como notable la inscripción: «No hay más vencedor que Dios», colocada por arriba y por abajo en el ancho friso de azulejos de leyenda cúfica; obra de azulejero granadino en nuestra opinión.
Sigue el vestíbulo donde con poca diferencia se repiten los mismos conceptos, variando los caracteres africanos en cúficos y neskis. En el friso ó faja general alterna la siguiente:
«La felicidad y la prosperidad son beneficios del sustentador (Dios)».
«Etc., etc.»
Y luego:
«Gloria á nuestro señor el Sultán D. Pedro. Sean magníficas sus victorias».
En el Patio de las Doncellas tenemos próximamente las mismas salutaciones mencionadas, con poca variación.
«Alabanza á Dios por los beneficios... etc.»
Nótase en todas estas inscripciones, ya publicadas como hemos dicho[32], que les han suprimido la palabra islamismo, lo que prueba que los artistas eran los mismos árabes que bajo el dominio cristiano aprovecharon sus fórmulas tradicionales, borrando la parte religiosa del verso.
En un friso del mismo patio:
«Gloria á nuestro señor el Sultán D. Pedro, ayúdele Dios, hágale victorioso».
«Etc., etc.»
Siguen una multitud de inscripciones sin importancia, donde se repite: «La felicidad, La alabanza, La grandeza, Dios{119} es único. El cumplimiento de las esperanzas», y esta más digna de atención: «Dios es único, Dios es eterno, no engendró ni fué engendrado, ni tiene compañero alguno», cuyo mote se encuentra también en Granada en la Puerta del Carbón, con caracteres cúficos, y demuestra que no pudo ser hecho bajo la dominación cristiana por estar en completa oposición con la religión del Crucificado, y por lo tanto, que Don Pedro aprovechó la obra de Yusuf en cuanto pudo[33].
En todas partes se encuentra también «Sólo Dios es vencedor», mote que usaron los Almoravides antes que los Nasaritas, en contradicción de lo que se ha creído hasta ahora.
En unas puertas, que como todas las de este edificio, han sufrido muchas restauraciones, se halla la más interesante leyenda.
«Mandó el Sultán nuestro Señor engrandecido, elevado, Don Pedro, Rey de Castilla y de León, perpetúe Dios su felicidad, al Jalabí, su artífice, se hicieran estas puertas de madera labrada para esta magnífica portada de la felicidad, lo cual ordenó en honra y grandeza de los embajadores... En su construcción y embellecimiento deslumbradores, resplandeció la alegría, en la labra se emplearon artífices toledanos y esto fué el año engrandecido de 1404.
«Semejante al crepúsculo de la tarde y muy parecida al fulgor del crepúsculo de la aurora, (es) esta obra en torno resplandeciente por sus colores brillantes y por la intensidad de su esplendor, del cual brota en abundancia la ventura para la ciudad dichosa en la que se levantaron los palacios, y estas mansiones que son para mi señor y dueño, único que da vida á su esplendor, el Sultán pío y severo que lo mandó hacer en la ciudad de Sevilla con la ayuda de su intercesor para con Dios...» (Africano)[34].{120}
En la Sala de Embajadores se repiten las conocidas, y en la Cámara de la izquierda se lee:
«¡Oh entrada del aposento de nuevo resplandeciente y elevado; Señor de protección, de magnificencia y virtudes!»
En el Gabinete de Doña María de Padilla siguen fórmulas religiosas, laudatorias é invocaciones; lo mismo que en la Antesala de las Armas y Sala de los Príncipes, etc.
En el Patio de las Muñecas y en el arrabá del arco que da paso á él, se halla:
«No hay protección sino de Alá, en quien confío y á quien volveré».
«Todo lo que poseéis procede de Dios».
«Etc., etc.»
Y en el Patio de las Muñecas (cúfica):
«¡Oh dueño incomparable nacido de estirpe regia, protéjale...!»
«Alabanza á Dios por sus beneficios»:
«Dios, mi rabí».
En el dormitorio llamado de los Reyes Moros, entre otras conocidas, aparece:
«¡Oh exclarecida morada nueva. Fué aumentando tu esplendor dichoso por el brillo permanente de la mayor hermosura. Así escogido (dónde) se celebran las fiestas. Él (es) amparo y régulo de todo bien, manantial de beneficios y sustento de valor! Para tí...»
Como dijimos al empezar este capítulo, serían interminables las repeticiones si continuásemos insertándolas, por lo que suspendemos el hacerlo, dadas las principales inscripciones, para ser menos molestos al lector.{121}
Difícil tarea es la de indicar siquiera esa multitud de baluartes que la dominación muslímica levantó en Sevilla sobre las ruínas fenicias y romanas, para defenderse á falta de montañas en sus dilatas llanuras y á las orillas del río más caudaloso del Andaluz. Cuentan la existencia de muchos palacios en sus cercanías, de los cuales apenas existen ligeros vestigios, y que sirvieron de deleite y recreo á las diversas familias dinásticas que por conquista los poseyeron; pero siempre aparece como morada principal, el que hoy se conserva, profundamente modificado desde que lo habitaron el rey D. Pedro y sucesores. Éste se extendía ocupando un inmenso recinto que llegaba con sus jardines y muros defensivos, hasta la torre del Oro, frente de la cual había un puente de barcas perfectamente amarrado, que mandó colocar Yacub en 567 de la egira, y donde construyó una puerta llamada de Cheuhar, desde la que se bajaba al río por medio de anchas gradas y muelles[35]. El sitio designado en la crónica concuerda con los edificios modernos; pero no estará demás citar un suceso en corroboración de aquel texto.
Varios historiadores árabes refieren esta bella aventura:
«Paseándose un día Almotacid en el Prado de Plata March-Afida, situado en las márgenes del Guadalquivir, aconteció{122} que la brisa rizó las aguas del río y Almotacid improvisó este primer verso:
Rogado el poeta Abenamar para que lo concluyese, y no encontrando una réplica instantánea, dijo una joven del pueblo, que se hallaba en la misma orilla:
«Maravillado de oir improvisar á una joven antes que á Abenamar, tan renombrado por su talento, Almotacid la miró con atención, y sobrecogido de su hermosura, llamó al eunuco que le seguía, y le mandó llevase la improvisadora á su palacio, al cual se apresuró á volver. Cuando la joven llegó á su presencia, le preguntó quién era y cuál su estado.
«—Me llamo Romuiquia, porque soy esclava de Romuia, y en cuanto á mi profesión, soy muletera, contestó.
»—¿Decidme, sois casada?
»—No, príncipe mío.
»—Tanto mejor, porque voy á compraros y á casarme con vos[36]».
El Alcázar se extendía á la orilla del río hasta la Torre del Oro, construída en el reinado de Yusuf Almotacid Ben Annasir, por un gobernador almohade nombrado Abulalá que mandaba en la población; y la obra tomó el nombre de Borch Adahab[37] que ha conservado, así como se nombró Torre de la Plata la que había cerca y dió nombre al prado donde ocurrió la aventura arriba contada, cuyo extenso paraje está dibujado en un plano antiquísimo de Sevilla[38], en el que se ve{123}
también la muralla de todo el recinto del Alcázar, incluyendo la Puerta de Jerez, ó lo que es lo mismo, formando un triángulo desde la plaza que en dicho plano se nombra del Palacio siguiendo la línea al Postigo del Carbón, lindante con la citada Torre de la Plata, hasta su extremo ó Torre del Oro, y volviendo después por su espalda á la orilla del río y fosos. La{124} citada aventura de la Romuia indica que el Prado de la Plata estaba aquí; así como también lo sucedido en el sitio de Sevilla por los Almoravides, cuando Almotacid arrojó del patio del Alcázar á un escuadrón de ellos que penetraron por sorpresa, combatiéndolos hasta la orilla del río, donde los dispersó[39].
Circundada de gruesos muros, cuya mitad se alzaba sobre los arenales del río, y la otra parte ceñida de fosos que se llenaban con las aguas de aquél, contaba Sevilla á fines del siglo XVI numerosos vestigios árabes, que han ido desapareciendo poco á poco, pero que el atento arqueólogo descubre sin trabajo. Todavía en el siglo citado contenía dentro de murallas la más numerosa población de España, no inferior á la de los Almoravides, con su puente de once barcas, donde se halla próximamente hoy el de hierro. Alcanzaban las murallas una circunferencia lineal de más de 17.000 metros con torreones de argamasa morisca y 12 puertas decoradas de ladrillos rojos, á la usanza de la Giralda. Los tres arrabales que hoy cuenta existían antes de la conquista poblados de judíos, y las espaciosas casas que encierran no lo fueron así siempre, pues han sido copiadas más bien de los muchos palacios árabes que había entre esos copiosos arrabales constituídos por las apiñadas moradas de los mahometanos.
Los nombres de las puertas, según el plano de 1565, eran entonces del Arenal, frente de Triana, la de este nombre, á la derecha, y luego la de Gules, de San Juan, Almenilla, Macarena, Córdoba, del Sol, del Osario, de Carmona, de la Carne, de Jerez, del Carbón, de la Plata, y otras que han sufrido modificaciones y perdido su carácter sarraceno; pero cuyos nombres son, en algunos casos, semejantes á los que se conservan todavía en Córdoba y Granada.
En toda la hermosa ciudad de Sevilla hay casas más ó menos importantes que revelan el gusto desarrollado en el Alcázar del rey D. Pedro. La de Pilatos es su reproducción en menor extensión y riqueza, donde los mosáicos, arcos, capiteles y frisos se ven como representando el barroco del árabe, y donde figuran el gótico de la Catedral y el renacimiento de Carlos V, entre las hojas bizantinas y las trazerías mocárabes. Es una casa solariega del siglo XVI que demuestra la existencia de centenares de otras donde se hallaban mezcladas como aquí, fábulas de la mitología en esculturas, vasos y pavimentos, modelos mutilados del paganismo, antigüedades, bibliotecas,{126} tapices, tablas italianas, retratos en las techumbres y frisos, fuentes, etc., y cuanto cabía en estas mansiones señoriales, donde se refugia el furor del renacimiento y la instrucción artística y literaria de la época, bajo el espíritu de religiosa altivez que sellaba todas estas obras. Piadosas tradiciones renacen á cada paso en estos edificios, de las cuales no debemos hacernos eco, por las mil vulgaridades que alimentan.
Estudie el viajero la Cella de la Capilla con bóveda ojival, rellena de arabescos, la escalera con bellos alizeres y techumbre, y otros muchos objetos que proceden de la antigua Sevilla ó quizá de las ruínas de Itálica, donde se han hecho inmensas excavaciones desde los últimos veinte años, para cuyos detalles y su historia creímos oportuno, antes de esta fecha, tomar el croquis de tan interesante ruína, según lo consignamos, como estudio comparativo de diversas edades.
El Palacio de los Duques de Alba ó de las Dueñas, la casa de Abades, la de Bustos Tavera y otros que nos contó Zúñiga, son y eran ejemplares de ese arte indefinible que no tiene verdadera expresión característica, el cual se levantó en mil caprichosos edificios majestuosos en su conjunto, y de los que ninguna población tuvo tantos como ésta. Su descripción sería fatigosa, ciñéndonos por tanto á marcar la obra más interesante del arte puro arábigo, que es allí la Giralda ó antiguo minarete de la gran mezquita que ocupaba el asiento donde se construyó después la Catedral que hoy existe, la cual ostenta más que otro edificio en sus fachadas por el lado de la Puerta del Perdón, la continuada transición del árabe al gótico y hasta al renacimiento, mezcla extraña que, como ya hemos dicho, no toma jamás carácter propio y expresa ideas incoherentes de tiempos muy distantes.
La Giralda es, pues, el monumento más expresivo de la dominación agarena y el que, á pesar de lo que se ha dicho sobre su estructura mauritana y estilo primitivo africano, es para nosotros una obra perfecta del arte árabe. Distante su construcción cuatro siglos á lo menos de la de alguna torre{127} granadina, como la que hoy pertenece á la iglesia de San Juan de los Reyes, no existe diferencia en la manera de ornamentar una y otra, y sus rombos de ladrillos agramilados, sus festones de barros cocidos, y los ajimeces con los angrelados y lóbulos, manifiestan arcos ó segmentos de curvas con todas las variantes del alcázar granadino. Aparece en ella perfectamente el origen del arco apuntado sobre estirados arranques del mirador de Lindaraja de la Alhambra, el de colgantes de las tres entradas al Patio de los Leones, el festoneado del Patio del Estanque y todas esas formas que tomaron después tal lujo y delicadeza, como no se vió en parte alguna. Es en la Giralda donde se hallan los principios del verdadero arte decorativo, fabricado con ladrillos almadravas de robusta construcción, como lo exigía la fachada de un elevadísimo alminar. Lástima que tan hermosa torre se halle coronada por un cuerpo tan extraño, que no nos permita figurarnos su antigua cúspide, sus remates dorados y sus brillantes azulejos.
He aquí un precioso texto árabe[40] sobre la fundación, antigüedad y hermosura de este monumento:
«Yacub Almanzor, el año de 593 (que empezó el 23 de Noviembre de 1196) terminó la Aljama y levantó la Torre, cuya manzana hizo hermosísima y de tal magnitud, que no cupo por la Puerta de los Almoedanos, hasta que tuvieron que quitarse los mármoles de ella para darle más cabida; y el peso de las columnas que sustentaban la dicha manzana era de 40 arrobas de hierro. Abuleit Alocaili, el inspector de la obra, fué quien la construyó y elevó á la parte alta del alminar. Aquel mismo monarca fué el que mandó construir la fortaleza de Giznalfarache.» etc., etc.
En otras iglesias y torres se halla el estilo mudéjar propio de las transformaciones que han sufrido. La de Omnium Sanctorum ocupa un distinguido lugar. Las de San Nicolás, San Marcos, Ermita de la Virgen, Santa Catalina, Santa Marina y otras muchas ofrecen curiosos ejemplares de purismo y transición;{128} porque en estos tiempos sirvieron muchos en casos alternativamente de iglesias y mezquitas en un período de cinco ó seis siglos, tiempo suficiente para señalar las modificaciones del arte árabe.
Existen en Sevilla y otras poblaciones obras tan importantes bajo las influencias mahometanas, que hasta el gótico sufre modificaciones sensibles, como se ve en los raros ejemplares de un dilatado período de cuatro siglos, los cuales carecen de carácter propio y han tomado formas características de los materiales usados en ellos, principalmente por los finos ladrillos que se emplearon.
En Écija, Ronda, Jaen, Málaga, etc., hay multitud de estas interesantes construcciones de ladrillos y agramilados, que constituyen un brazo importante de ese arte que arraiga en la más remota antigüedad, y que se ciñe á las diversas transformaciones de los tiempos y del genio de las distintas razas.{129}
Como la Torre de D. Fadrique, hay restos de otras muchas, ya en ruína, que fueron minaretes ó fortificaciones, los cuales suelen ostentar ajimeces, arcos de herradura, almenas é incrustados curiosos para los artistas, porque no han sido restauradas como la Torre del Oro para que desaparezca el hermoso color que el tiempo les imprime. Su forma poligonal de ocho caras debió decorarse como otras de la antigua Palermo, con un orden de galerías simuladas, cobijando tragaluces de arcos bizantinos repetidos y pequeños, y terminando con la crestería acostumbrada como obra de defensa.
Como hemos hecho en Córdoba, citaremos algunos monumentos cristianos que no pueden olvidarse por su importancia, y que en muchos casos sostienen la influencia histórica sobre la comparación ilustrada de la época árabe. Raro es no hallar en ellos un vestigio, un recuerdo ó un capricho de ornamentación que no nos traiga á la memoria aquel estilo.
La catedral es gótica de decadencia, perteneciente al comienzo del siglo XV, pero majestuosa en sus elevaciones y colosal en el grupo de construcciones diversas que encierran sus robustos apoyos. No tiene en verdad la gallardía de la de Burgos ni de la de León y otras del Norte, pero está cubierta de bóvedas atrevidas, crucero, formaletes, contraestrivos y de un centenar de empujes tan bien distribuídos, que su construcción nada deja que desear. Prescindiendo de algunos florones y pináculos de un adorno poco original, bastardeado por las influencias mozárabes, tiene tres magníficas puertas en su frente, bellas y bien labradas, con notables esculturas, hornacinas y umbrelas del mejor gusto. En vano se esfuerzan Cean Bermúdez y otros por hallar el arquitecto que las inventó y plantilleó, nunca se halla; pero en cambio aparecen muchos maestros, desde Pero García hasta Hontañón, que todos depositaron en su recinto las fantásticas obras de los tiempos.
Tiene de longitud 378 pies y de latitud 254, dividida en cinco naves con nueve puertas, algunas empavesadas con bajos relieves y estatuas de barro cocido. Los grandes pilastrones ó columnas bareteadas en número de 36, sostienen 68 bóvedas, entre las que se halla la del crucero, más alta que las otras. La capilla mayor se halla cerrada por su espalda con un muro ornado de estatuas sobre repisas del año 1522,{132} y por el frente tres elegantísimas rejas platerescas, presentadas en 1523 por Idrobo, que las remató.
El altar mayor es un retablo gótico tallado en madera y principiado por Dauchart en 1482, con hermosas figuras representando pasajes de ambos Testamentos, hechas, según Bermúdez, por Alemán y Alejandro. Esta capilla tiene una sacristía con esculturas y lienzos notables. El pequeño tabernáculo de plata es de Alfaro (1596). El coro, colocado en la 4.ª y 5.ª bóveda de la nave central, tiene hermosas verjas platerescas como las anteriores y sillería gótica de conocidos autores, así como el facistol y los libros, que son interesantes. Deben verse las pinturas de Murillo, Céspedes y Pacheco que hay en la sala Capitular, así como esta construcción. Lo mismo debe visitarse la sacristía mayor, no por el interés que ofrecen sus muros, sino por las excelentes obras de arte que encierra, del pincel de Murillo, el famoso tenebrario de Morel, la custodia de plata de Juan Arfe, los viriles,{133} la llave del moro que entregó la ciudad, las tablas alfonsinas y otras preciosidades.
No olvidemos la sacristía de los cálices, donde está el magnífico crucifijo de Montañés, una Dolorosa de Morales y Santos de Goya.
La capilla Real es notable, pero no singular; en ella están los sepulcros de D. Alonso el Sabio y doña Beatriz. En el altar se encuentra la urna de plata que contiene el cuerpo de San Fernando. Los restos de doña María de Padilla, de D. Fadrique, etc., están en la{134} cripta, y en la capilla el pendón de la conquista y la espada de San Fernando. La verja es notabilísima.
La capilla del Baptisterio encierra dos de los mejores cuadros de Murillo, el uno pintado en 1656, del cual fué robada la figura de San Antonio el 5 de Noviembre de 1874 y devuelta algún tiempo después, por haberse encontrado en New-York.
Hay muchas capillas de más ó menos mérito, por las obras que guardan: La de San Pedro, los lienzos de Zurbarán, la de Belén, con una virgen de Alonso Cano; el retablo y sepulcro de la capilla de Scala; la del Angel de la Guarda; un cuadro de Murillo; el antiguo retablo de Santa Ana; y la estatua de San Hermenegildo, de Montañés, con el sepulcro gótico del Cardenal.
La capilla y sacristía de Nuestra Señora la Antigua está adornada con lujo, esplendidez y buenas obras de arte de los estilos conocidos; la de San Pablo con un gran crucifijo; la de la Purificación con entrada á la contaduría, donde hay un San Fernando, de Murillo; la de la Pierna ó «Gamba» por un escorzo que hay de Vargas, bien diseñado, y otras hasta el número de 37, con obras de excelentes pintores, andaluces la mayor parte y de reputación indubitada.
Se entra ordinariamente á las oficinas de la catedral por el Patio de los Naranjos, dispuesto como los de las mezquitas, lo que da á todo un carácter oriental. En él hay arcos de herradura, cartelas moriscas, cresterías almenadas y algunos arabescos más hermosos en sus detalles que los del alcázar, porque la gran mezquita de Yacub, construída en este lugar, fué obra bizantina, con la influencia pérsica de los primeros siglos de la egira. La puerta del Perdón es enteramente mudéjar y todas las otras tienen más ó menos detalles árabes, como olvidados de la destrucción. Se entra también por el patio al Sagrario, obra de decadencia (1662) donde hay un medallón en el altar del centro, de Roldán, y una imagen de San Clemente, de Cornejo.
Es notable el grande y colosal monumento que ponen ante las puertas de la catedral los días de Semana Santa.
Después de este conjunto maravilloso de vestigios y construcciones atrevidas con detalles no terminados por la falta de recursos que cobijó á la mayor parte de las catedrales de Europa, tiene Sevilla edificios sin influencia antigua como el Consulado, cuya construcción es robusta y tétrica como la época en que se hizo (1585) por Juan de Minjares; la fábrica de tabacos, todavía mayor y más sólida, gran edificio del tiempo de Fernando VI, sin interés monumental; el{135}
palacio de San Telmo, colegio de Marina, del siglo XVII, estilo barroco y decadente, hoy restaurado y lujoso en poder de los Duques de Montpensier; el del Arzobispo, de igual época y sin interés arqueológico; la iglesia del Salvador, donde hay esculturas de Montañés; la Universidad; Santa Ana, iglesia gótica; la torre árabe de San Marcos; de Santa Marina, con otro alminar; San Martín, San Pedro y otras con numerosas obras escultóricas que abundan en Sevilla, y pinturas de una brillante escuela de color que no se halla en parte alguna.{136} Véanse, si no, los cuatro cuadros de Murillo que hay en el Hospital de la Caridad; los de Leal, Atanasio, Cano, Herrera, Pacheco, Rodas, Valdés, Zurbarán y otros muchos que se hallarán en el Museo provincial, cuyas galerías encierran la más rica colección de pinturas de Murillo, y cuya fama es superior á todo encomio. Por esto sólo merece Sevilla ser visitada con entusiasmo.
En este mismo Museo hay una colección de objetos arqueológicos traídos de Itálica, antigua población romana que se encontraba á una{137} legua de Sevilla, y de la cual no se contempla hoy más que un inmenso circo de tres cuerpos de anfiteatro levantados con muros y bóvedas de cuatro metros de espesor, cuya obra estaba revestida de sillerías y decorada de mármoles y estatuas. La Comisión de monumentos cuida hoy de conservarlo. Recomendamos su grandeza é importancia.
Son innumerables los objetos de construcción que, procedentes de Itálica, hay repartidos en toda esta comarca, la mayor parte utilizados{138} por los árabes en sus mezquitas y casas, dando á la estructura un carácter especial de romanismo del peor tiempo, que rebajó la forma de los arcos y produjo la doble construcción de éstos y la reducción de los techos. Esos vestigios se ven también en las obras de los siglos XII al XV, en la fábrica de la Catedral y en muchos conventos y capillas.
Después del Renacimiento, Sevilla ofrece un plateresco excepcional, enriquecido de esmaltes y con multitud de fajas, pilas, zócalos{139} y frontispicios hechos de azulejos y ladrillo rojo que no se ve más que en algunos puntos de Italia, pero que aquí forma el exclusivo tipo al cual se subordinan todas las obras de no lejano período; estilo nada bello, si bien es caprichoso y sensible á las trazerías mudéjares con las siluetas absolutamente churriguerescas. Los ornatos de piedra y yeso entremezclados á los esmaltes y ladrillos justifican este calificativo.
Hay todavía en esta población el testimonio de la influencia gótica cuando el árabe desaparece y se entrega poco á poco á la inspiración ojival, envolviéndose en sus hornacinas, acentuándose en los tímpanos con cartelas de leones y matacanes con lóbulos y pirámides estriadas, y rebajando los arranques de los arcos á la usanza musulmana. Las portadas, claraboyas y rosetones de algunas iglesias están levantados con ese estrecho espíritu de transición tan notable como raro que hemos observado en tres ó cuatro puertas de otras tantas iglesias de los siglos XIII al XIV verdaderas curiosidades arqueológicas, tanto aquí como en Córdoba y pueblos circunvecinos.
Falta á esta ligera revista una mirada de admiración á la antigua casa de Ayuntamiento, donde un estilo fastuoso de reminiscencias paganas y piadosas, fantástico hasta lo sumo y altamente delicado y artístico, se ostenta bellísimo más por el ornato que por las proporciones. El Renacimiento de Sevilla protesta del fatalismo mahometano, se levanta risueño y lleno de esperanzas como la civilización que le da aliento; no pide á ninguno de los estilos de la Edad Media alimento para decorarse; busca el clásico de edad más remota y se manifiesta en este edificio sin concluir, rico de imágenes y potente para ataviarse; es un ejemplar digno de toda alabanza que el tiempo destruirá sin que se haya reproducido en lo que se construye nuevamente para completar la fábrica de todo su plan y alzado.
Era tanta la ignorancia en ciertos tiempos sobre la cultura de los árabes españoles, que autores cristianos suponen las mezquitas adornadas con ídolos como los templos paganos; y á juzgar por los romances de la Edad Media, era tal el criterio sustentado sobre las ciencias de los mahometanos, que se atribuía no á hombres, sino á una legión de demonios el poder y la magia ejercida por el genio de los nuevos dominadores de España. ¡Y qué mucho si aún en nuestros días no se ha olvidado ese don misterioso de profecía que se atribuye al Calendario, cuyo libro es siempre el que más se encuentra en la mayor parte de las casas españolas! El manak[41] que habían difundido los árabes por toda Europa, se inventaba por astrólogos españoles, los cuales adquirieron inmensa y diabólica fama de sobrehumana inspiración. De tal modo era temida la ciencia de algunos cristianos que habían ido á aprenderla en las academias y universidades de Córdoba y Sevilla, que más{142} de un sacerdote perdió al volver á su país la facultad de mandar comunidades religiosas, y aun corrieron algunos riesgo, en momentos de calamidades públicas, suponiéndose éstas ocasionadas por los maleficios de esos sabios sospechosos de malas artes[42]. Hasta los albores de las ciencias químicas que habían de desarrollarse en el cerebro de Nostredamus, Raimundo, Kiot, etc., buscaban en España el éxito que más tarde había de dar tan pasmosos resultados; y hasta los prodigios que principiaba á revelar la ciencia astrológica y la conformidad en muchos casos con los pronósticos que una azarosa experiencia había arrojado en sus libros, fueron causa de que adquirieran un influjo, al cual no ha podido escapar la civilización moderna. Las ciudades principales de España fueron, pues, el emporio de las ciencias físicas y astronómicas; y si ignoramos el número de franceses, alemanes é italianos que venían á estudiar á Córdoba y Toledo, ó si el Papa Silvestre II recibió en Barcelona y no en Córdoba su instrucción, lo cual podrá ser discutido eternamente por los corifeos de ciertas escuelas, sí sabemos con exactitud que la ornamentación árabe se copió en Italia, Francia y España, demostrando la intimidad de las relaciones internacionales, y que cuando se conquistó á Granada pasaban de 25.000 los extranjeros que residían en el reino, enriquecidos del tráfico con Venecia, Marsella, Constantinopla, etc. Las pinturas de la Sala de Justicia, confusamente atribuídas á artistas cristianos del siglo XIV, nos indican cuán fácilmente pusieron en ejecución obras, que sin el trato común con los extranjeros, les hubiera sido imposible ejecutar. ¿Por qué, pues, poner en duda que la nigromancia se aprendía en Toledo en el siglo XI, únicas escuelas á donde venían á estudiarla jóvenes de Suavia y de Baviera?[43] Si tal menosprecio se ha querido hacer de las ciencias químico-físicas de los árabes, debería haberse empezado{143} por destruir los monumentos, quemar sus libros, los pergaminos de realce, romper los esmaltes y sus barros cocidos, borrar los colores de sus telas y los que se ven en los muros de sus casas, y sobre todo descubrir si en el resto de Europa se fabricaba con más perfección ó había más recursos industriales y mecánicos que los desplegados por ellos.
Sin aducir textos de obispos[44] ni de otros no menos venerados autores, porque no intentamos sacar las pruebas de lo que exponemos fuera del dominio del arte y de la industria, sucedía entonces lo que acontece ahora con ese prurito de buscar en París y Londres alivio á males incurables, recetas á métodos desconocidos de fabricación, y aliciente á las empresas científicas. Monarcas de León y de Asturias trataron y utilizaron sabios árabes de Córdoba y Sevilla; y Gobmar escribió en árabe historias para que se aceptaran en la corte de Hakem II. Aparece, verdad, que estas cordiales relaciones eran entonces como ahora sostenidas principalmente por las familias aristocráticas en lo que se refiere á las monarquías españolas y árabes, y que el pueblo visigodo en general, tenía antipatía á los dominadores.
Si después de la toma de Toledo por D. Alfonso es cuando, según los datos de algunos autores, principia á ser visitada por extranjeros y por clérigos españoles esta ciudad, para adquirir conocimientos sobre la hechicería, la alquimia y el álgebra, queriendo demostrar que no se debía á los árabes la enseñanza de tales ciencias, este error supone á nuestra vista poco conocimiento de aquella civilización y del organismo de la sociedad mahometana en contacto con los mozárabes, ni de los auxilios que de judíos y muslimes recibieron las cortes de D. Jáime y D. Alfonso, ni de cómo era considerada la lengua sabia del Korán, no habiendo otro genio en las artes que el inspirado por las obras de los muslimes, según puede verse todavía en los raros objetos de aquel tiempo, conservados á duras penas entre nosotros.{144}
El arte de cincelar los metales es una prueba clara de lo que exponemos. Nada más sorprendente en su género que esos trabajos á buril de las armaduras cristianas, antes del renacimiento; trabajos que se extendieron por la mayor parte de Europa, donde se ven lujosísimas armaduras fabricadas con los ornatos árabes levemente modificados por el gótico, las incrustaciones de oro y plata embutidas en el hierro con pasmosa perfección, que no se hallan iguales de anteriores épocas, todas hechas en las fábricas de Toledo, Valencia, Sevilla, etc., y de manos de los artífices instruidos en estos incomparables centros del arte árabe, únicos florecientes en aquella época.
Y cuando de tal modo se extiende su influjo, es ocioso referir lo mucho que sobre su literatura y poesía han escrito eminentes orientalistas, sosteniendo la existencia de toda una literatura aljamiada extraordinariamente difundida, que cuenta obras maestras procedentes de aquella civilización cuyos prodigios se están revelando todos los días.
Una consecuencia muy legítima del elevado estado de las artes en todas sus ramificaciones, es el magnífico aspecto de los jardines que rodeaban los pintorescos palacios de la sierra de Córdoba, los de Guadamar, de Ruzafa, de Said, y tantos otros que nos pintan las seductoras casidas de la poesía arábiga. La ciencia de trazar los edificios se hermanaba con la de arreglar los jardines, alinear las plantaciones y combinar el aspecto de los vegetales para producir decoraciones hasta cierto punto arquitectónicas. El desarrollo que en tiempo de Luis XIV tomó en Francia la idea algo antiestética de imitar con los arbustos los órdenes greco-romanos, las columnatas, arcos y bóvedas, tenía más antiguo origen; y aunque los normandos en Sicilia habían dado muestras de ello, es indudable que en los jardines andaluces se hacían decoraciones del mismo género, con la diferencia de que éstas, tomadas de una arquitectura más delicada y menos severa, produjeron verdaderos oasis de sin igual encanto, cuyas reminiscencias se notan todavía en algunas comarcas de este bello país.{145}
Sin que tratemos de ocultar el interés que nos ofrece el parque moderno, hermosa ostentación de la más vigorosa naturaleza dominada por la inteligencia del hombre con el constante auxilio de la máquina, tiene su belleza relativa la simetría reguladora de aquellos jardines, que ondeaban pabellones como arcos estalactíticos; que recortaban en los cipreses remates y obeliscos imitando alminares; que tejían las hojas trepadoras con los vistosos encañados remedando los azulejos de sus palacios; que hacían grutas á manera de templos, y cruzaban arcos de ramaje como los arcos de piedra de la mezquita de Córdoba. Es un error suponer monotonía en esta clase de jardines, cuando lo que se nota es un refinamiento exagerado, demasiado deseo de subordinar las galanuras de las flores á curvas, líneas y trazerías fantásticas, que ofrecen un peculiar encanto en aquellos países donde el campo todo es un verjel frondoso, especie de parque silvestre que tal vez no necesita del cuidado del hombre para compararse con los de las antiguas ciudades romanas y bretonas. El jardín simétrico, hecho como los de Andalucía, sin que se mezcle el estilo demasiado severo y fastuoso que se nota en los palacios de nuestros reyes construídos con posterioridad, ofrece indudable belleza, cuyo origen hay que buscarlo en las descripciones de los poetas orientales, ó cuando alguna fiel imagen de ellos hallada en modestas casas de nuestro país, nos obliga á reconocer sus encantos.
Hemos visto en el perímetro ocupado por los restos del antiguo palacio del Chapiz[45], removiendo el suelo de un dilatado patio, la antigua traza de un jardín con estanque en el centro surtido de juegos de aguas, arriates y márgenes á manera de laberinto; las glorietas y asientos de mosáico de gruesa labor formada de piedrecitas de colores, y algunos restos de figuras enlazadas con grandes letras formadas de arrayanes.{146} No es, pues, tan distante de aquel gusto lo que todavía se construye alrededor de los palacios modernos; y ni las figuras hechas de jazmines, ni las doncellas de flores, ni los asientos de enredaderas y hiedra de la famosa pila de Almanzor, fueron creaciones de la poesía, sino hechuras del arte, que alcanzaba á todo lo que podía halagar el sentimiento de aquellas ilustres generaciones.
Muy apasionado debía ser á la música y cantares el pueblo que construyó la Alhambra, por más que este arte viviera todavía tan en la infancia como entre los antiguos pueblos de Oriente; pero no debemos buscarlo con ese espléndido lujo de armonía y de instrumentación que le vemos hoy, sino que considerado como el más dulce, tranquilo y misterioso lenguaje del corazón, la canción árabe es quizá la más tierna y expresiva que se oyó en la edad de las rudas fatigas y de las belicosas al par que insaciables ambiciones. No conocemos canciones españolas anteriores á la época árabe, y á las que contamos posteriores les damos aquella procedencia, porque los viajeros que recorren las costas africanas oyen entre los moros los mismos cantos de Andalucía, la misma cadencia, el aire reposado y el eco sentencioso de las preciosas cantinelas que aún se conservan entre nosotros. Alguna música recogida al oído con motivo de la reciente campaña de Africa, y que hemos tenido ocasión de apreciar[46], tiene mucha semejanza con las gallegadas y el zorzico, cosa que nos ha sorprendido extraordinariamente, infundiéndonos la sospecha de si estos cantos fueron tomados de los españoles, lo cual es muy posible, sin que por esto dejemos de conocer que toda la música de aquellos pueblos es completamente andaluza, llena de la inspiración, originalidad y galanura que todos le reconocen.
Dados á la música y al baile, los árabes recuerdan los trovadores de la Provenza y la existencia de los juglares que invadían las calles sin otro modo de vivir que cantar y herir sus{147} instrumentos de cuerda, cuero y madera, entre recitados, para entretener á los ociosos de las plazas públicas. Conocidos son también los regalos que recibían de los reyes aquellos que cantaban con perfección, á juzgar por la historia del cantor Zirjab, que Ab-de-Rahmán II hizo venir de Bagdad á Córdoba. Escritos hay libros teóricos sobre este arte, y el que se hizo de cantares andaluces para competir con los de Persia da buen testimonio de que no estaba descuidado este precioso don, grato solaz del alma humana[47].
Y ¿cómo había de estarlo?... Por más que se separe en el dominio de su manifestación la música de las demás artes, ha seguido con ellas la ley de las transformaciones sucesivas. Cuando más portentoso fué el espectáculo dado por aquéllas, más notable fué también el amor ó el sentimiento de admiración por la música en todos los pueblos de la antigüedad, hasta la aparición de los grandes maestros. Coincide siempre con la arquitectura más que con la escultura, y mucho más que con la pintura la simpatía por el lenguaje del sonido; parece como que una y otra sacan de la imaginación sus formas lejos de la realidad; ambas combinan líneas, espacios ó tiempos, con lo cual se produce simetría y euritmia, y los sonidos apoyándose en el número y la cantidad, producen también la expresión viva de los sentimientos, más profundidad en variedad infinita de imágenes; como la arquitectura, apoyándose en la masa inmóvil y pesada, crea lo mismo que aquél una forma real, confusa, indefinible y vaga, de emociones simpáticas, existiendo, pues, en ambas una misma cualidad, aunque la esfera de acción en la música y arquitectura se extienda en distintos horizontes. Es lógico que los pueblos que tanto se extasiaban con el conjunto de formas imaginarias; que querían hallar sobre los paramentos de los palacios la multiplicidad que se combina y se deshace y vuelve á renacer como ondulaciones de colores que no se palpan, como las estrellas que cien veces parecen aumentarse en número, tuvieran predilección{148} por el sonido de tal modo manifestado, constituyendo la esencia y la existencia de otro ser oculto, abstracción pura y sencilla que se aleja de nuestro modo de ser práctico, y nos revela una segunda naturaleza más moral y elevada que la que nos sujeta á la tierra.
Aquel pueblo lleno de emociones íntimas, de agudos sentimientos, tuvo, pues, pasión por la música. Hizo en este arte lo que sus predecesores, que ya habían inventado el acorde y la armonía y pulsaban arpas y cítaras; pero les excedieron en lo sentencioso del canto y en el acento de la pronunciación musical. Así es que no hay canciones que hieran más el sentimiento que las que se conservan en el pueblo andaluz, canciones muy antiguas, las cuales se perpetuarán por largos siglos, y serán escuchadas siempre con profunda emoción.
El ornato del edificio, como el acorde, son dos cosas que se explican y se razonan del mismo modo: cuando la obra está terminada no se puede preguntar al artífice por qué pone sobre el tímpano ó en las cornisas molduras innecesarias, y éstas las interrumpe para establecer un cuerpo más realzado de construcción que acusa otro género, porque no sabría contestar razones concluyentes y absolutas. Lo mismo diremos de la música. En uno y otro arte, aunque tan diversos ligeramente mirados, no hay más que la medida, que la regla, que lo regular y compasado; la confusión, el desorden, la irregularidad destruyen la obra. Es en la simetría de la forma donde ese arte encuentra más identidad con los demás efectos de la belleza, y por eso al citar este brillante período del genio sarraceno, no podíamos prescindir de un recuerdo á esas dulces melodías que se inspiraban en el voluptuoso encanto de los alhamíes, en el murmullo de las fuentes que se deslizaban al pie de los divanes, y en la agradable y dulce contemplación de los sombríos aposentos matizados de brillantes colores.
El palacio de la Alhambra expresa el punto culminante de siete siglos de cultura, y lo que es más digno de atención, el tránsito del puritanismo de las escuelas coránicas de Oriente á la expansión ideológica, al par que tolerante, con que se{149} anunciaba el Renacimiento en el siglo XIII. La ciencia, la literatura, el heroísmo de la pasión, el militarismo caballeresco que tan hondas raíces echó en nuestra patria, la tolerancia política que entonces no podía llamarse libertad, el culto á los sabios, á los inspirados y á los valientes, la predilección por el arte y el amor á la popularidad, que hizo caer á los magnates en crímenes de vanidad ó de ambición, cuantos signos, en fin, pueden revelar en un Estado el desarrollo del poder civil como principio de adelantamiento, todo se halla indicado, con más ó menos claridad, en el recinto murado de esa construcción medio ruinosa, mitad restaurada por lentos trabajos de cuatro siglos, mitad escombros removidos ó rebuscados por infatigables viajeros que han descortezado los tabiques para arrancar sus ornatos y filigranas; todo se descubre allí al espíritu verdaderamente investigador, que no desprecia los fragmentos carcomidos, ni lo tenebroso de aposentos subterráneos, ni las huellas impresas en lo más recóndito de sus anditos y alhamíes.
Ese palacio no es solo un sistema encantador de caprichosos ornamentos, cuya originalidad nos arrebata, sino que revela el secreto de los últimos dos siglos de dominación árabe, explicando porqué artificio no pudo consumarse la ruína del poder sarraceno en nuestra patria inmediatamente después de la conquista de Sevilla; y porqué las armas victoriosas de nuestros abuelos se embotaron si no se rindieron ante esa ilustre ascendencia de la dinastía granadina, que estrechada en un recinto pequeño y asediada por la heróica restauración cristiana, brindó muchas veces la paz á sus enemigos, paz que éstos le otorgaron más por respeto á su sabiduría que á sus caudillos y legiones.
¡Siglos que proclamaron el poderío de aquel pueblo, abriendo sus madrizas á los hijos de los príncipes contra quienes luchaban; celebrando torneos como galantes amigos, ofreciéndoles sus artes, regalándoles los bellos productos de sus lujosas industrias en sedas y labores de mano, y convidando á los fuertes capitanes que los asediaban á espléndidas monterías,{150} donde en culta competencia lucían sus vestidos, sus armas y su agilidad. Edad sublime que no se ha estudiado todavía cual se merece por odio religioso ó por feroz aborrecimiento, hijo de la indignidad á que se vió reducida la noble raza española!
La Alhambra se levantó como todos los edificios clásicos de la antigüedad en esa época culminante, desde la que comienza para los pueblos su inevitable decadencia y ruína; y este período más floreciente del arte, es también el que presta ocasión á que las ideas se extravíen por el deleite hasta el delirio. Apogeo descendente de la civilización que es preciso sorprender para reconocerle, sin preocuparse de sus encantos, y no pervertir el gusto con el éxtasis de una ardiente contemplación.
El que viene ascendiendo por el estudio de los monumentos de Córdoba, de Toledo, de Sevilla, etc., deja en su inteligencia un vacío que no satisface, é involuntariamente recuerda á Cairo, Túnez, Fez, llegando á elevarse por encadenadas deducciones hasta las mezquitas de Constantinopla, las tumbas del Afghanistan y las antiguas pagodas de Dehli. El arco de herradura, propio de la arquitectura militar y religiosa de aquellas comarcas, forma la más original del género, se aplicaba en España, como ya hemos citado, en los primeros tiempos árabes, y las techumbres de gruesas vigas, destacando rombos ó polígonos de facetas á semejanza de pidras labradas, cubrían con casquetes de planos unidos por sus lados, imitando las primitivas obras del Oriente. Las columnas de los enclaustrados eran cortas, como aplastadas por el peso de los arcos, de mayor planta que los capiteles; éstos, sin forma determinada, más parecida á la bizantina, pero tanto menos expresada en sus detalles, imitaban groseramente el orden compuesto greco-romano, de labores de gruesas y venas sobre los tallos y hojas que torpemente tallaban con el característico intento de bordarlos. Las bóvedas se cruzaban como en la capilla de Córdoba, pero no se multiplicaban sobre plantas triangulares, y bajo el rigorismo geométrico de los colgantes de la Alhambra; idea extraña que vemos iniciarse en la arquitectura{151} india del Punjad, que se oculta después para aparecer en Persia bajo las ménsulas de los púlpitos, en los minaretes que existen en Egipto y en Marruecos; pero que se desarrolla por concepción uniforme y simétrica en las construcciones de la España posteriores al siglo XIII. Las plantas, en fin, de los monumentos, adaptadas unas veces á las formas de los castillos, otras á la irregularidad de las montañas sobre que se edificaron, especie de desarreglado montón de edificios, repartido al acaso para las necesidades de la guerra, de la religión y del harem, aquí se regularizan, preside á ellas el gusto de la ostentación y de la comodidad, y se trazan bajo la misma razón geométrica de armonía entre los lados del triángulo que arranca y cierra las bóvedas de sus estancias. Una y sola fórmula para repartir la distribución, y la misma para labrar las murallas que para calar las esbeltas galerías[48].
Y aunque aparezcan á primera vista como esparcidos entre torres y jardines los edificios de la Alhambra, penetrando un poco en la investigación de tan preciosos restos, se halla más bien que la regularidad, la simetría; más bien que la concepción de la línea recta, la convergencia de objetos que se refieren á un mismo punto, cuyo método sostenido con supersticioso afán, nos hace admirar lo que creíamos producto sólo de la fantasía ó del insomnio que produce un cuento mágico.
Cuando el arte en Europa se hallaba dominado por el vértigo del clasicismo[49], que embargaba la atención de las academias y extraviaba la imaginación de sus más brillantes discípulos, alcanzó á la Alhambra el ciego afán de explicarlo todo{152} por el sistema exclusivo que se consideraba sinónimo de lo justo y de lo bello. No pudiendo mirar nuestros artistas con indiferencia un monumento que les despertaba más curiosidad que los de Sevilla, Toledo y Córdoba, quisieron por un alarde de tolerancia, respetar lo que el Emperador Cárlos V, aconsejado por artistas italianos, había dejado para la contemplación de la posteridad; extrañaban su conjunto poco armónico según su educación clásica; querían hermanar sus teorías sobre la belleza, sobre la conveniencia, en los vestigios que á cada paso encontraban, y á fuerza de mirar por un prisma confeccionado para el uso de aquellos razonamientos exclusivos de escuela, se persuadieron de que habían hallado la clave de la importancia atribuída fuera de España á estos monumentos. Desde entonces dejó de llamarse un edificio bárbaro; la Academia de San Fernando mandó hacer una obra ilustrada de sus preciosidades artísticas; el ilustre Jovellanos explicó sus bellezas y su historia, y desde entonces escritores de más ó menos nota se dedicaron á cantar sus grandezas, como poetas y como filósofos. ¿Por qué cuando las academias no respetaban más que la antigüedad pagana, se detuvieron á contemplar este alcázar semibárbaro, recuerdo de una dominación que queríamos borrar de nuestra historia?
Ya lo hemos indicado, se había hallado la clave: el palacio de Alhamar pudo cuadrarse, completando las líneas que al decir de los académicos habían desaparecido. Se levantó el plano de restauración. Se buscó el eje central, figurándolo entre el patio del Estanque y la sala de Embajadores. Los patios y naves que hoy se conservan á la izquierda de este eje se trazaron arbitrariamente á su derecha en orden de simetría. A uno y otro lado se imaginaron las mismas torres, las mismas puertas é iguales alturas. ¡Qué uniformidad tan deliciosa para aquellas gentes! De este modo se contentaron con lo que existía, imaginándose lo que había desaparecido.
Hoy se perpetúan esas aberraciones, no pudiendo explicar el espíritu que levantó estos monumentos. En la decadencia del Renacimiento parece como que no se comprende bien{153} el genio de la antigüedad. No afirmaríamos en esta ocasión hipótesis que nos llevarían demasiado lejos; pero al estudiar la planta de estos edificios, ¿no se halla conformidad con las casas de Pompeya y de Herculano? En el barrio de Albaicín de Granada, ¿no se ve, penetrando en el recinto de las pocas casas que se conservan, la misma distribución de las de Roma, ó algunas reminiscencias de las de Grecia? Búsquense los baños, y ya no es la semejanza, sino la igualdad absoluta. Civilización oriental una como otra, ambas inspiradas en un mismo origen. Lo que habían hallado nuestros académicos no era el mérito especial de la Alhambra; era la interpretación equivocada de su carácter y de su símbolo.
El libro y el plano de la Academia quedaron en nuestro tiempo relegados al olvido, y si no bastaran las teorías para negar su importancia, lo demostraríamos por las recientes excavaciones que hemos hecho con este propósito. No hay paralelógramo posible ni por la configuración del terreno ni, por lo que es más seguro, por no existir cimientos ni bajo las líneas que se inventaron, ni aproximadas en esta ó en otra dirección.
La uniformidad, la simetría que se exije, está en otra parte; allí, pues, vamos á buscarla.
Penetramos en todo monumento árabe por una torre avanzada ó por entre dos torres, excepto en los edificios que sirven de habitaciones á las familias, en cuyo caso se reemplazan por un pequeño ingreso cuadrado, portal inútil entre nosotros, que vemos con frecuencia en las antiguas casas de Andalucía. Una sala larga y estrecha corta el eje perpendicularmente, y de aquí parte la distribución á las dos alas del edificio. Por el encuentro de ambos ejes se halla la entrada, á cuyo frente se descubren siempre esos efectos de perspectiva que son tan fantásticos en estas construcciones. Siguiendo el ingreso, se halla un patio con estanque y fuentes, graciosas y ligeras arcadas á las dos cabeceras ó lados cortos, pues estos patios son cuadrados; y tras de la segunda galería, siguiendo por el mismo eje central, naves cuadrilongas que se suceden{154} hasta la última, donde se halla la más hermosa, alzándose majestuosamente por encima del edificio y descubriendo sus cúpulas ó almenas en los anchos y ondulantes reflejos de las aguas de los estanques. Las demás salas de una casa de este género, según su rango ó grandeza, estaban colocadas en pequeños pabellones de los costados largos de los patios, tan desarregladas á veces en su decoración como las tiendas de campaña en un campamento turco. Y si estos costados se encuentran hoy alineados y cobijados por líneas monótonas de aleros mudéjares, indicado está suficientemente que era el genio del conquistador cristiano el que los transformaba con la severidad de la línea recta, no permitiendo cúpulas, crestas ni agujas, que según el gusto moderno de una escuela intolerante, interrumpen la decoración.
Fuera de esta planta, absolutamente clásica, que podemos asemejar al asta larga de una cruz cortada á varias distancias por brazos perpendiculares y paralelos unos á otros, de diferente longitud, no hallaban los árabes españoles medio hábil de levantar sus edificios, de modo que disminuyendo ó aumentando los brazos del eje en cuanto lo exigían las dependencias de los más extensos palacios, nunca se salieron de este sistema en cualquier punto donde los pudieron construir; simplificáronse, en verdad, reduciéndose hasta construir las casas sencillas con un portal, un patio y una sala, con sus enclaustrados sobre pilares de madera que daban acceso á cuartos aislados hechos por fuera del cuadrado del muro de circunvalación. Así, pues, no es extraño hallar el muro del patio y galerías más grueso que los exteriores de las naves laterales, que parecen haberlas arrimado después al amparo del centro. En los barrios antiguos de las ciudades árabes todavia se encuentran estas casas, cuya reminiscencia hemos hallado en los patios del Albaicín[50], y cuyas formas se aceptaron por las costumbres cristianas, nunca variando la planta, sino sobreponiendo{155} un piso y algunas torres, necesarias á la higiene en aquellos climas cálidos. La influencia del Renacimiento poco tiempo después, dotó al arte de todos sus extravíos, le prestó el ornato de grutescos y bichas en las portadas, en frontispicios de balcones y en los artesonados y escaleras con almizates; pero obsérvese bien: siempre la misma planta, el origen morisco, un principio clásico de sencillez que encanta, que nos hace hoy mirarlo con amor y con envidia, porque quisiéramos verlo en las construcciones modernas si el espíritu de nuestra sociedad se prestara á recibirlo con algunas ligeras modificaciones.
Esta es la regularidad de la Alhambra, y no lo que creyeron los clásicos del siglo último, con sus fachadas, sus ángulos y su conjunto recto en el más absoluto significado de la palabra. Las ruínas que hallaron, los escombros muchas veces abandonados por el más bárbaro desdén en una época que merecía olvidarse, se prestaron á las interpretaciones más absurdas. Muchas veces dió lugar al error la formación de esa especie de cemento ú hormigón durísimo usado por los árabes y compuesto en su mayor parte de la misma grava cuarzosa del terreno, formando un conglomerado artificial con el que se engaña la atención no muy experta del que viene por primera vez á hacer indagaciones arqueológicas. Las vetas y capas de cristalizaciones recientes que se manifiestan siempre que se hace una excavación, persuadieron de que eran cimientos de edificios destruídos, que convenían perfectamente á tales suposiciones.
Los monumentos de la Alhambra aparecen en cierto desorden, como arrojados á la casualidad, levantándose en pintoresca confusión, extendiéndose entre espaciosos jardines, alternando los más notables y espléndidos para los reyes, con los menos ricos para las mujeres predilectas, los numerosos hijos y los cortesanos. Obsérvase, sí, cierto paralelismo en los ejes centrales de dichos edificios cuando sus estancias principales están abiertas en las torres que flanquean los cercos de muralla, y entonces están como adosados á ellos y perpendiculares{156} á las líneas de muro ó fuerte, resultando precisamente como los radios de una elipse abrigados por el circuíto más ó menos regular de la fortaleza; regla que es constante, excepto cuando se acumulan construcciones alrededor de una principal, en cuyo caso los mismos ejes cruzados en naves perpendiculares se multiplican hasta constituir este singular conjunto del alcázar, con un aparente desorden en el todo, y una tan marcada unidad en sus secciones ó partes, que al parecer se aislan como para dar morada cómoda á familias diferentes.{157}
En 1867 publicamos el resultado de nuestras investigaciones sobre la verdadera forma de la Alhambra en los siglos que la dominación de los árabes y esplendor de la corte granadina habían llegado á su apogeo, y antes de que la reconquista cristiana verificara en ella las transformaciones que la despojaron de ese carácter primitivo que aun en el día le imprime un peculiar aspecto, confundiendo géneros y estilos de diversas artes que nunca guardaron conexión ni semblanza.
El resultado de aquellos trabajos y los realizados posteriormente, nos han puesto en camino de abordar algunas cuestiones sobre las diversas épocas de su construcción.
En primer lugar, la Alhambra era ya en los tiempos romanos una pequeña población antiquísima, según se atestiguó en el año 1829, por haberse hallado cerca de una cruz que hizo colocar el año 1530 el conde de Tendilla, un considerable número de sepulturas de aquella época, que se descompusieron como muchas otras al abrir el arrecife del centro, las cuales no podían tener otra procedencia que del arrabal ó suburbio, quizá de judíos, que había en este valle; cuyo dato está en consonancia con las inscripciones góticas halladas después de la dominación sarracena, y la tradición sobre la cueva de Nata que apuntan todos los antiguos historiadores.
El fundador de la dinastía Nazarita construyó un segundo recinto á la Alhambra, por no ser suficiente el primero para defender todos los edificios que contenía; lo cual demuestra{158} evidentemente que en tiempo de la insurrección de los waliatos, existían ya en lo alto de la montaña roja fuertes castillos de importancia en toda su extensión, aparte de los nombrados Torres Bermejas que se citan particularmente desde el siglo VIII; y que estas fortificaciones se hallaban unas en el costado Norte de la Alcazaba, cuyos restos existen todavía, otras en las mismas alamedas actuales por bajo de la Puerta de los Carros y Bosque, y otras en la Huerta de San Francisco y Secano. Si Alhamar construyó el segundo recinto que se cita en las crónicas árabes, flanqueado de torres y murallas y dilatándolo hasta Generalife, fué porque existía una población en todo el collado antes del establecimiento del último reino granadino, es decir, al finalizar el siglo XII; y debía ser población muy antigua, porque la existencia de algunas inscripciones romanas que tan repentinamente se han citado, y la grabada en una piedra blanca que no es procedente de la Sierra de Elvira, sino de las canteras que hay entre Alhama y Loja, ofrecen alguna prueba, tanto sobre la proximidad de la histórica Iliberis como sobre lo que se ha dicho de la antigua Garnata, cuya población ocupaba en nuestro concepto el morisco barrio de la Antequeruela, de la cual podría ser un arrabal. Hay, pues, datos suficientes para creer que antes de la dinastía Nazarita había un pueblo sobre la cúspide del cerro, y un castillo que se llamó de Aben Giafar, nombre que tenía la torre de la Vela en tiempo de los árabes, y á cuyo pie se encuentran los vestigios de construcciones más antiguas, quizá del siglo VIII. Aquel pueblo ó suburbio estaba también fortificado y tenía su puerta, que es la que después se conservó con el nombre de Puerta del Vino, aunque modificada por árabes, la cual fué luego incluída dentro del mayor y más fuerte recinto de treinta y siete torres, que según un legajo con el número veinticuatro del archivo, se contaban en esta fortaleza á principios del siglo XVII[51].{159}
Observando el plano que publicamos entonces y acompañamos á este libro, se puede ver el espacio ocupado antes, desde la dicha puerta hasta la Alhambra alta, que después fué convento de San Francisco. Hay todavía restos soterrados de muros más antiguos que la cerca de Alhamar, los cuales se hallan todos en el indicado espacio, á cinco y seis metros de aquélla por la parte interior en el lado Norte, y por fuera en el lado Sur.
Reunió, pues, Alhamar el Magnífico, bajo un recinto, las construcciones que existían aquí de diversos tiempos, y estableció en ellas el imperio de su grandeza; construyó hermosas puertas principiando por la de Bid-Algodor ó de los Pozos[52], que es la que llamamos hoy de los Siete Suelos, y entonces era la que estaba más próxima á los silos que se hicieron para guardar las cosechas en los tiempos de escasez ó de guerra, y dejó para el no menos grande Yusuf otras construcciones como la de la Justicia y la torre que había donde hoy está la puerta de los Carros, de la cual quedan algunas referencias que constan en los legajos del archivo, donde dice haberse reparado y estar habitada en el año 1586 por un capitán de las cien lanzas del conde de Tendilla. No puede negarse, conocido el estilo de estas puertas exteriores, que es diferente su construcción á la de la Puerta del Vino, la cual se parece más bien por su fábrica á la puerta Monáita, y por sus inscripciones, que no citan rey alguno, como generalmente se hacía en las obras que no fueron mandadas construir por los sultanes.
Las obras de adarves y viaductos de todas las torres en comunicación oculta con el palacio y alcazaba, el aislamiento de éstos y sus defensas por dentro del fuerte, todo está demostrando que al elegir este sitio para morada de la corte en los dos últimos siglos, se contó con una población que ya existía, la cual quedó así como aprisionada y comunicándose con la{160} ciudad sólo por las únicas tres citadas puertas, pues las del lado Nordeste eran de uso exclusivo de la fortaleza y los palacios.
Con la numerosa población de la Alhambra alta, nombre dado en los tiempos del emperador Cárlos V[53], se citan la Plaza de los Pablas, ocupando el sitio del palacio que fundó aquel monarca, y las dos torres del Homenaje, una que era la actual de los Picos, y otra la de las Prisiones sobre el Cubo, y un numeroso caserío que existía tan apiñado, que en el año 1539 se prohibió á sus habitantes que moraran en los baluartes y palacios. El Partal lo habitaba un moro que, con otros, levantó rebelión y le fueron confiscados sus bienes, los cuales se hallaban dentro de los alcázares cerca del huerto de Astasio Bracamonte, escudero del marqués de Mondéjar, donde hoy se halla la mezquita.
Fué tan grande la población que siempre hubo en la Alhambra, antes de que fuera corte mahometana, en tiempo de ésta y después de la conquista, que no se halla un palmo de terreno donde no se encuentren cimientos de casas y palacios antiguos, en los que se emplearon tal vez enormes sumas, pues los sultanes gastaban en obras continuas sus rentas de ciento sesenta mil ducados anuales, enorme cantidad para aquellos tiempos; y después de la expulsión sarracena se emplearon no menores en transformar, coronar y revestir baluartes, adquiriendo dominio sobre fincas pertenecientes á habitantes moriscos cuya posesión era muy antigua.
Fué, por último, para convertir la población árabe al culto cristiano para lo que se cedió un palacio ó mezquita en 1492, donde se estableció un convento de Franciscanos con este fin. Todo está demostrando que existía desde muy antiguo una ciudad ó villa fortificada donde se sucedieron dominaciones sucesivas que arruinaron y levantaron obras sin concierto ni uniformidad, cuyo carácter, transcurriendo siglos, había de imprimir{161} á todo el sitio el pintoresco y variado panorama que tanto se admira hoy.
Concretemos nuestra descripción al trazado del plano que acompañamos al final, hecho en 1865; y entremos en la Alhambra por la puerta árabe que abrimos no ha muchos años en el lado Norte de la alcazaba bajo la Torre de las Armas, la cual era una de las principales y de más directa comunicación entre el Albaicín y la Fortaleza por un puente elevado para cruzar el río Darro. Desde el núm. 54 en dicho plano se indican restos de murallas inclinándose hasta ganar la altura de dicha entrada por el núm. 46, y siguiendo un camino y adarve completamente trasformado hoy, que iba cortando el cubo muralla del núm. 43, por la línea de puntos que se dirige al palacio árabe. El cubo referido es obra posterior á la conquista; observándose que el piso de la entrada de la Torre de las Armas está casi al mismo nivel de la puerta antigua del palacio árabe que hemos ahora{162} descubierto, y de la que hablaremos luego. Se ve fácilmente que suponiendo con fundamento construídas después de la conquista las dos grandes cisternas ó aljibes que se señalan de puntos con el núm. 7, hay un espacio vacío ó gran plaza inscrito en la línea de los núms. 53, el 37 y el 42 por un lado, y las torres 44 y 45 por otro, donde se han encontrado cimientos de construcciones árabes y modernas, y un aljibe, núm. 8, de bóvedas, á tan gran profundidad, que aun suponiendo rebajado el pavimento de este espacio, como indudablemente lo estaría, cinco metros, siempre resulta el aljibe en el plano correspondiente de profundidad para el objeto de nuestras investigaciones. Hemos visto además de los cimientos citados, que el terreno de todo este sitio está compuesto de ruínas y de escombros procedentes de la construcción del palacio del Emperador, cuyo edificio, núm. 9, suponiéndolo no hecho, dejaría á descubierto la línea que va desde la Puerta del Vino, núm. 5, hasta el 9, donde habría una muralla que separaba una parte de la Alhambra que llamamos alta, y el citado espacio de la Plaza de los Pablas, hoy de los Aljibes. Esta denominación consta en algunos escritos antiguos que se hallan en el archivo del Real Patrimonio.
Fijaremos, pues, las ideas demostrando que la Puerta del Vino servía de paso ó camino á una población separada completamente de la Casa Real, y que se comunicaba con la ciudad por la Puerta Judiciaria exclusivamente, núm. 3. De este modo, la habitación de los monarcas, el harem y todo ese recinto de palacios, parte conservados y parte no, que hay bajo la línea de puntos hasta el núm. 55 que hemos señalado, era independiente, cercada de un foso por el Sur, de murallas y bosques por el Norte y Poniente, tenía sus comunicaciones privadas con Generalife y otros sitios de recreo en la Puerta de Hierro y Torre de los Picos, números 28 y 29, y con la ciudad antigua por la Torre de las Armas, núm. 46, bajando á pasar el río Darro por el puente árabe ya indicado, cuyos restos se ven todavía.
La llave que hay grabada en la clave de la Puerta del Vino,{163} indica bien, según la costumbre musulmana, que era la puerta de una población separada de la Alcazaba ó recinto comprendido en los núms. 43 al 50. Este fuerte ó ciudadela, llamado Alhizan, está completamente defendido por todos sus lados, dejando aislado ese tercer espacio ocupado por el palacio de los reyes moros, con su especial ingreso inmediato al núm. 37. Véase, pues, detenidamente cuánto varía con estas investigaciones el aspecto y distribución del conjunto y cómo se le desnuda de las trasformaciones colosales que sufrió en el siglo XVI.
Hemos dicho que había una población numerosa en la Alhambra alta, extendida hasta su extremidad del lado de Oriente, en la cual se comprendía la Casa de la Justicia que ocupaba lo primero entrando por la Puerta del Vino, la Casa del Cadí, cuyos restos existen, la Gran Mezquita, las casas de los Abencerrajes, cuyos nombres están citados en el legajo 24 y{164} que estaban contiguas á las que poseyó Don Álvaro de Luna, la Casa de los Infantes, luego convento de San Francisco, y el campo hoy cubierto de escombros, núm. 24, donde hemos hallado los cimientos de las líneas de casas y calles que se han dejado arruinar. Era el pueblo que hay siempre al lado de las cortes musulmanas, compuesto de soldados de fortuna, de ulemas, de santones, de sultanas olvidadas, de hijos y parientes de reyes que viven de las rentas de la Corte, y que su elevada ascendencia no les permite ir á habitar entre el ruido y menudo comercio de los traficantes y artesanos, que se agitan en las calles estrechas de sus populosas ciudades.
Añadiremos que esta población aristocrática estaba como ceñida por una segunda muralla exterior, cuyos restos descubrimos y llevan la dirección indicada en la línea de puntos que parte de la Torre Judiciaria, pasa por los números 11, 15, 16, 17 y 18, y luego vuelve á verse en el 21, 22 y 23; camino cubierto á trozos que daba vuelta y seguía toda la circunvalación de murallas y torres, poniendo toda la fortaleza á disposición de la fuerza armada sin tener que atravesar la parte poblada del recinto. En algunas excavaciones que hemos hecho desde el núm. 11 al 18, hay restos del camino cubierto, y por el lado de la Torre de las Infantas y de la Cautiva, están á la vista algunos trozos de este viaducto. Las puertas de la Torre de los Siete Suelos y de las Cabezas, hoy visibles, están abiertas al nivel del fondo de dicho camino de circunvalación.
Los restos de la casa del marqués de Mondéjar son cimientos de los edificios que desde el palacio alcanzaban hasta la Puerta de Hierro (del Homenaje antiguamente) y nótase en todo este espacio, que si bien se han arruinado las construcciones que en él se encontraban, á juzgar por los innumerables restos que se hallan enterrados, distínguese un cuadrilongo bien prolongado que es un dilatado estanque de los que construían en el centro de los patios muy semejantes al de los Arrayanes. Siendo por ello acertadísimo suponer reducida la extension de estos pequeños alcázares; uno de los cuales, según las gentes refieren, era el palacio de Muza, recostado sobre{165} las murallas, alfombrado por estanques, surtido por fuentes abundosas, limitado por estancias pequeñas que el tiempo ha arruinado ó convertido en montones de escombros, y cubierto de tierra en su mayor parte para sembrar en ella las hermosas flores que hoy descubre en lugar de los ricos y lucientes arabescos.
No hace medio siglo todavía que la Alhambra ocultaba bajo una numerosa población de tejedores de seda, alfareros y soldados veteranos, los vestigios incoherentes de la civilización muslímica, hasta el punto de no poder distinguir en ella lo que correspondía á los alcázares y fortalezas y lo que poseía esa multitud de familias pobres que la poblaban.
Bajo ese aspecto de grosero abandono se ocultaban lo mismo las obras de los árabes que las de los cristianos, y unas y otras principiaban á desmoronarse y confundirse de tal modo, que había llegado el tiempo de que no fuera fácil clasificar los edificios de cuatro civilizaciones que se habían alzado sucesivamente en ellas, representando la primera: La Alhambra alta y una antigua muralla interior que llegaba á la puerta del Vino, con un castillo aislado sobre el Mauror, bajo las torres de la Vela ó inmediatas; la segunda: ensanche de la Ciudadela ó Alcazaba, constituyendo un fuerte, al cual se entraba por la torre de las Armas, pasando estrechos viaductos según está indicado todavía, y uniendo este fuerte avanzado y la Alcazaba con la puerta del Vino por medio de la otra que había inmediata, llamada la Real, cuyos cimientos existen y la cual era entrada que comunicaba inmediatamente al bosque, antes que se construyera la de Justicia; tercera: el recinto exterior de esta puerta hasta Torres Quebradas, algunas de las del Palacio, las Cubbas del Panteón árabe y todo el exterior hasta los muros de Generalife, con acequias que elevaban el agua y se perdieron después, quedando la más antigua, que es la que todavía existe; la cuarta, por último, principia en la conquista y concluye en Felipe II, reconstruyendo murallas y haciendo nuevas, derribando almenas y sustituyendo tejados y malecones horizontales, revistiendo de piedras las argamasas de{166} los cubos moriscos, sustituyendo lo viejo con lo nuevo é introduciendo la brocha del blanqueador en los entrecijos de las labores mahometanas.
Estos cuatro períodos se descomponen en doce siglos que dejan huellas indelebles; primero: en los cimientos imitados de las ruínas cartaginesas y fenicias, fraguados de piedras quebrantadas y mortero petrificado de sorprendente dureza, siglos VII y VIII, lo cual hacían con pura piedra de la más dura que tenían á la mano, y dividiéndolos en lechos horizontales, cortados perpendicularmente á largos tramos, como si figuraran los sillares ciclópeos de los monumentos asirios[54].
Segundo: período constructivo de piedra rodada y de escombros de acarreo, mezclados sin afinamiento á la cal y uniendo los ladrillos en tandas alternadas con piedras grandes ó restos labrados de construcciones más antiguas, como se ve en la Puerta del Vino, en las torres frente de Generalife y en los derruídos Alijares, cuya obra solían cubrir con agramilados de ladrillos y almadrabas.
Tercero: en las obras de argamasa de tierra cuarzosa y cal con pequeños cantos de piedra menuda rodada, apisonando una capa de cal y otra de arena sucesivamente, como ya hemos referido sobre los prolegómenos de Ben Jaldum, cubriendo esta fábrica con los claros de puertas y tragaluces de mármoles más ó menos finos y ladrillos vidriados; cuya estructura marca los siglos XIV y XV. Y cuarto: las obras de aristas de sillería{167} y planchas marmóreas fuertes y uniformes, grandioso y duradero en su conjunto que se ve aquí conteniendo y recalzando los grandes macizos de los arábigos torreones. Épocas bien distintas que se descubren á poco que meditemos sobre la forma constructiva de cada período histórico.
Tal es el conjunto de la Alhambra, su desarrollo, su crecimiento y su ruína, restándonos entrar en los detalles interesantes, cuyas descripciones completan el bosquejo de este singular y pintoresco museo de la Edad Media en la Damasco de Occidente.
Principiemos por el primer monumento que se halla:
Pasado el Pilar del Emperador se descubre una gran torre cuadrada de setenta y cinco pies de altura, sorprendente por la magnitud y fortaleza de sus muros, y semejante á las que con igual objeto se han edificado por los musulmanes en África y Asiria. Delante de su arco principal veíase un muro enlazado con la Torre Redonda que hay á su pie, el cual marcaba una entrada en comunicación con otro camino que partía desde las otras torres del recinto. Ese arco elegante de la fachada descubre otro segundo de la misma forma y más ataviado con recuadros, rombos y dovelas de resalto en mármol blanco de Macael, sobre el cual se asienta una ancha inscripción de la misma materia, cuyo texto, enseñándonos su objeto y antigüedad, dice así:
«Mandó construir esta Puerta, llamada Puerta de la Ley (haga Dios por ella prosperar la ley del Islam, así como ha hecho de ella un monumento de eterna gloria) nuestro Señor el Príncipe de los muslines, el Sultán guerrero y justo Abul Hachach Yusuf, hijo de nuestro Señor el Sultán guerrero y santificado, Abul-Walid ebn Nasr. Recompense Dios sus acciones{168} puras en el Islam y benigno acepte sus hechos de armas. Fué construída en el mes del engrandecido nacimiento (del Profeta) año 749 (Egira). Haga Dios de ella una potencia protectora, y la inscriba entre las acciones buenas y perdurables».
Este arco segundo que da entrada al interior, tiene una puerta con doble forro de plancha de hierro claveteada de pasadores y un enorme cerrojo con pestillos de forma morisca, conservada tan perfectamente, que puede juzgarse del estado de esta industria en aquel tiempo. Penetrando en el interior se ven los armeros de las cien lanzas que dejó establecidas aquí Don Fernando V. Encima de la puerta hay una labor de arabescos hecha de arcilla cocida y barnizada con esmaltes de colores, en cuyo centro se hizo abrir un nicho para colocar la imagen de la Concepción sobre una repisa, donde están grabados el yugo y las flechas, distintivo de aquel reinado. La escultura, aunque de poco mérito é impropia del lugar donde está colocada, se ha creído por algunos que era de Sangronis, pero nada conduce á esta afirmación. Lo mismo puede decirse del retablo en forma de oratorio que se colocó dentro para que oyeran misa los veteranos de esta fortaleza, y cuyos cuadros son de tan escaso interés que apenas merecen mencionarse (1588).
Llama la atención en el interior de la Torre una lápida de mármol con una inscripción, cerca del mencionado retablo, y de notable interés. Está trazada con caracteres góticos y dice así: «Los muy altos católicos y muy poderosos Señores Don Fernando y Doña Isabel, Rey y Reina nuestros Señores conquistaron por fuerza de armas este reino y ciudad de Granada: la cual, después de haber tenido S. A. sitiada mucho tiempo, el rey moro Muley-Hacen la entregó con su Alhambra y otras fuerzas á dos días de Enero de mil cuatrocientos noventa y dos. Este mismo día SS. AA. pusieron en ella por su Alcaide y Capitán á Don Iñigo López de Mendoza, Conde de Tendilla, su vasallo; al cual, partiendo SS. AA. de aquí, dejaron en la dicha Alhambra con quinientos caballos y mil peones; y á los moros mandaron SS. AA. quedar en sus casas, en la ciudad y{169} sus alcarrias. Como primer Comandante, dicho Conde hizo hacer este aljibe». Se dice que esta inscripción estaba colocada en la inmediata plaza de los Aljibes sobre la gran cisterna que hay en ella, y que en tiempo del Emperador se trajo á este paraje para evitar que quedara bajo los escombros de los edificios arruinados; y á nosotros nos llama la atención cómo no se colocó en la puerta de la cisterna después de los citados hundimientos. Todo el mundo está en la creencia de que los aljibes á que se refiere son moriscos; pero nosotros que hemos penetrado en ellos, los creemos de construcción posterior á la conquista y en este concepto la lápida pudo ser de aquel sitio; mas siempre queda la duda de que los mismos descendientes del marqués de Mondéjar la variaran de lugar, y que en el tiempo que se hacía el palacio de Cárlos V no hubiera medios de dejar esta inscripción en su sitio, sobre los pilares de los pozos por donde se extrae el agua.
Como se ve, la torre es de mucha solidez y debió estar coronada de almenas como las demás de la fortaleza, con cuyo remate sería más elegante. Sus bóvedas y sus arcos son del mejor período sarraceno. Está acribillada de balazos de arcabucería por uno de sus costados, y es la más directa comunicación entre la Alhambra y la Ciudad.
Debemos ocuparnos aquí de los dos emblemas ó símbolos que se ven en las claves de los arcos de entrada: la una tiene esculpida una mano y la otra una llave. Bellísimos cuentos se han escrito sobre estos símbolos, que conocidos entre los más, figuran que los árabes tenían tal idea de su poder y confianza en la ley, que estaban persuadidos de que hasta que la mano esculpida bajase á tomar la llave, no podría abrirse la puerta de este Alcázar á los enemigos de su fe. Pero hemos visto esta misma llave cincelada en otras puertas, y hemos buscado en otro fundamento su significación. En el Korán se lee: «Dios no entregó las llaves á su elegido con el título de Portero y con facultad de dar entrada á los enemigos.» Era, pues, el signo principal de la fe muslímica y representaba el poder de abrir y cerrar las puertas del cielo. Se asegura que la mano{170} también era un blasón de los moros andaluces que usaban en sus estandartes y banderas desde la entrada en España, alusivo á Gebel-al-tarif ó Gibraltar, Monte de entrada, como poseedores de la llave que abrió sus puertas.
Debemos también consignar que según la astrología arábiga, ciencia tan enlazada á toda la teología mahometana, la mano conjuraba los maleficios, y cuando se colocaba en la forma que aquí tiene, ahuyentaba á los demonios. Era una especie de talismán que llevaban en Granada casi todas las moriscas, y que produjo una Real cédula de la Reina Doña Juana, año 1526, prohibiéndoles severamente que se colgasen estos amuletos con letras árabes en ninguna parte del cuerpo. Años y siglos después de la Reconquista se ha creído por el vulgo en la eficacia de estos remedios, y en nuestros días hemos visto á muchos niños con manecitas de marfil colgadas al cuello.
Los geroglíficos que heredaron los árabes de los egipcios, figuraban la mano en la forma que tiene en este arco, como atributo de fuerza; los árabes la creían mano de Dios, y explicaban la ley muslímica compendiada en la mano como unidad, los cinco dedos como preceptos primordiales y las coyunturas como las modificaciones de estos preceptos. Nos inclinamos á que aquí significa siempre defensa poderosa contra los enemigos en cualquier forma que tratasen de forzar la entrada.
El arco de salida de esta torre, por el reverso ha estado cubierto y desfigurado hasta el año 1858 en que lo descubrimos, hallándolo tan mutilado como se observa. Sus enjutas son de esmaltes sobre relieves de arcilla, y su construcción de ladrillo agramilado rojo, formando festones de bella combinación. Es uno de los vestigios más interesantes de esta hermosa torre[55].
Al pasar la calle que hay detrás de la Torre Judiciaria, se nota á la izquierda y en el muro antiguo, un revestido de hiladas de piedras en cuyo grueso conservan labor de cintas enlazadas, á semejanza de las que había en los monumentos que hemos citado de la segunda época. ¿De dónde han sido arrancadas estas piedras para restaurar las murallas? Colocadas muchas en parajes modernos y renovadas en los tiempos nazaritas del siglo XV, debían proceder de construcciones arruinadas antes de la Reconquista, y dan lugar á suponer si el primer incendio de que nos habla vagamente un legajo del archivo, destruiría el edificio de donde proceden, como también podían ser de la Gran Mezquita que se derribó para hacer la iglesia{172} de Santa María. Hemos estudiado la forma de estas piedras y todas son iguales en espesor y en ornato; parece como que guarnecerían, á manera de fajas, las principales torres por debajo de las almenas, y que al derribar éstas las arrancaron para reemplazarlas con el remate albardillado de sillería que tienen hoy. Existe en la Torre de los Picos un filete, aunque en figura de escocia, que nos induce á suponerlo así. Añadiremos sobre estas antiguas fajas de piedra, que los persas las usan mucho en las fachadas de las mezquitas, puestas en hiladas como se colocan los ladrillos, y después de haberlas labrado tan minuciosamente como aquí se ven. Las llamaban Kiddan, y son adornos de procedencia asiria.
Siguiendo la referida calle se encuentra la plaza que hoy se nombra de los Aljibes y antiguamente del Pablar, situada á una altura de cerca de 450 pies sobre el nivel del centro de la población; á la derecha se levanta una antigua puerta de arco de herradura, decorada por ambos lados y con tanta belleza, que es uno de los mejores ejemplares del estilo clásico, sujeto á dos maneras de construir: una con los más finos arabescos de tierras vidriadas en colores hermosamente combinados, y otra de sillarejos angostos muy bien cortados y distribuídos con admirable precisión.
En la clave del arco exterior hay grabada la forma de una llave, emblema de puerta de ciudad según el uso muslímico, y por dentro de la archivolta se notan los restos de la misma puerta que debió cerrar la entrada por este lado, corroborando lo que hemos dicho, que se hallaba abierta en la segunda cortina de muralla que había en el recinto de la antigua población de la Alhambra, cuyos fragmentos se hallan cuando se remueve el pavimento de la plaza, donde hay cimientos de casas á una respetable profundidad, y las cuales se derribaron para allanar el terreno en la construcción del palacio de Carlos V.
Cerca de la Puerta del Vino, y al terminar la citada calle, había otra puerta de arco, que se conservaba todavía á principios del siglo último. Hemos visto al derribar unas casillas modernas que se habían hecho arrimadas á la muralla, los cimientos{173} de ella, uniendo la Alcazaba al arrabal de Garnata, como ya hemos dicho. Se llamaba Puerta Real.
La inscripción de la Puerta del Vino dice así[56]:
«Me refugio á Dios, huyendo de Satanás apedreado. En el nombre de Dios clemente y misericordioso. La bendición de Dios sea sobre nuestro Señor y dueño Mohamad y sobre su familia y compañeros: salud y paz. Ciertamente te hemos abierto una puerta manifiesta para que te perdone Dios tus pecados pasados y venideros, y te otorgue su cumplida gracia, y te dirija por el camino recto, y te conceda su poderoso auxilio. Gloria á nuestro Señor el Sultán Abú Abdil-lah Algani bil-lah, Gloria á nuestro Señor el Sultán Abú Abdil-lah Algani bil-lah».
Algani bil-lah era el epíteto que llevaban muchos reyes de la España árabe y que más particularmente se dió á los de Granada; pero esta inscripción debió colocarse en el asiento de otra que sería de piedra como el resto de la decoración y que fué reemplazada por la de yeso que hoy vemos, cosa que hicieron muchas veces los árabes en los monumentos, para borrar la memoria de monarcas injustos ó usurpadores.
Pasando esta puerta y continuando como unos veinte metros antes de llegar al ángulo del palacio de Carlos V, había en el siglo pasado un gran olmo, que según la tradición de los moriscos que habitaban Granada cincuenta años después de la conquista, era el mismo bajo el cual el mufty daba audiencia á los que la solicitaban de los reyes moros. La casa de este ministro de la justicia estaba muy cerca, y aun suponemos, con el apoyo de la misma tradición, que debía hallarse el árbol en el centro de un gran patio, el cual era el primer monumento que se veía entrando á la segunda muralla que, como ya hemos dicho, terminaba en la Puerta del Vino.
Al viajero que llega á esta explanada le sorprende ver un palacio de estilo greco-romano del siglo XV alzarse por un lado{174} con aspecto un tanto majestuoso y rico y por otro las rojas y formidables torres de la Edad Media, imponentes baluartes que parecen faros levantados sobre rocas para alumbrar la ciudad extendida á sus pies. Un castillo ó alcazaba, una hermosa puerta árabe, almenas y baluartes arruinados, una casa moderna, jardines y el palacio de Renacimiento, forman ese conjunto que choca á la vista, donde nadie espera hallar más que los recuerdos de una época caballeresca de lucha incesante entre dos civilizaciones, y en vez del encanto melancólico que sentiríamos al hallarnos en medio de esta que fué inexpugnable fortaleza, encanto que es necesario ir á buscar al fondo del palacio de Alhamar, nos encontramos la planta altiva de un conquistador cristiano, impresa en el centro de la Alhambra. Á un mundo fantástico, sueño de siete siglos despierto entre minaretes, anditos, arriates y cármenes, con la sombra de Almamen discurriendo por el campamento, los subterráneos y los adarves, han sucedido con sorpresa los recuerdos traducidos en mármoles de las glorias de Flandes y de Italia, fuerte contraste que nos hace exclamar: ¿Por qué el emperador no mandó construir su palacio lejos de este sitio respetable?
En el centro casi de la Alhambra se alza un sencillo templo que realmente no tiene más interés que el recuerdo de lo que era en su origen. Lo que existe se fundó en 1581 y se concluyó en 1613, siendo su director Juan de la Vega, y habiéndose observado al construirlo, que en sus cimientos había restos y pedazos de obras más antiguas que de los árabes[57]; pero no se dice más en el pliego suelto referente á la obra de esta Iglesia.
Había antes en este mismo sitio una mezquita que se titulaba la Real del Alcázar, fundada por Mohamad Abdallah III,{175} de la casa de Nazar, la cual estaba pintada de azul y oro con muy altos frisos de mosáico, y con elegantes columnas y capiteles que fueron habilitados para colocarlos en el Alcázar. El rey Mohamad sostenía en ella un riquísimo y ostentoso culto y ardían continuamente cincuenta lámparas labradas de bronce, nácar y concha, con trasparentes de seda. Se sostenía su lujo con los réditos que producían algunos baños públicos, construídos para este objeto, y también con las contribuciones impuestas á judíos y cristianos por tolerarles sus usos y costumbres; además estaba dotada de rentas permanentes; así lo cuenta Alcatib Abssalemi. Sabemos también que en 1493 se bendijo y consagró al culto cristiano como iglesia mayor, y que á la fecha de su demolición se hallaba tan ruinosa su techumbre de madera y se habían roto sus alfardas de tal modo, que fué preciso derribarla en 1580.
Á la izquierda de este edificio había en los tiempos mahometanos un grupo de casitas cerca de la Puerta de los Carros, de las cuales una era la del Mufti, no conservándose más de ella que las dos lineas de cimientos señaladas en nuestro mapa. Además, dice Echevarría, que conoció un árbol en este sitio, bajo el cual, y según la tradición, se administraba justicia á la hora de las abluciones y rezos; pero nosotros hemos oído á un antiguo veterano de la Alhambra, que dicho árbol lo conoció muy cerca de la puerta alta que tiene la Torre de la Justicia que ya hemos citado. Sea de esto lo que quiera, lo cierto es que en toda esta plaza había construcciones árabes de no poca importancia sobre la segunda muralla interior, y que se derribaron para la obra del emperador.
En uno de los costados de esta iglesia hay una losa de mármol de Macael, clavada en el muro, con una inscripción gótica que alude á la consagración de tres templos dedicados á San Esteban, San Juan y San Vicente, del tiempo de los reyes Viterico y Recaredo. Dícese que fué hallada cavando los cimientos de la iglesia, lo cual viene á confirmar la creencia en la antiquísima población.
En lo alto de una columna de piedra colocada en la plataforma{176} que la circunda hay un tarjetón con este letrero:
«Año de MCCCXCVII. Á XII de Mayo reinando en Granada Mahomad[58], fueron martirizados por manos del mismo Rey, en esta Alhambra, Fray Pedro de Dueñas y Fray Juan de Cetina, de la orden de P. S. Francisco, cuyas reliquias están aquí: Á cuya honra de Dios Nuestro Señor se consagra esta memoria por mandado del Ilmo. Sr. D. Pedro de Castro, Arzobispo de Granada, año MDCX».
Cuéntase sobre este martirologio, que eran dos los cristianos que venían á la Alhambra furtivamente, y se colocaban en la puerta de la mezquita para predicar á los moros que entraban en ella; que una vez los vió el Sultán y mandó arrojarlos de allí, los vió segunda vez y dispuso que los castigaran á palos; pero que habiendo penetrado tercera vez sin ser vistos y contra lo mandado, dispuso el rey que les quitaran la vida para escarmentar la osadía de los pobladores cristianos de esta comarca.
Este templo estuvo bien dotado y era el metropolitano antes que se construyera la Catedral. Hoy ha venido á un estado deplorable, y es sólo un vago recuerdo de los tiempos visigodos y mahometanos.
Continuando desde Santa María por una calle de miserables casas, que conduce hacia lo más elevado de la fortaleza, llegamos al indicado Convento. Su capilla mayor no fué nunca parte de una mezquita, sino una sala árabe con alhamíes y arcos parecidos á los del Tribunal; pero en uno de sus cuatro lados abrieron un arco más grande para ponerla en comunicación con la nave de la Iglesia, cuyo rompimiento es una curva{177} rebajada con decoración procedente de los arabescos del Palacio. Aunque damos el crédito que se merece á los notables escritores Padres Gonzaga y Sigüenza, cuando aseguran que este convento fué una mezquita, nosotros creemos que estaría la dicha Aljama cerca de él, ó en porción de sus muros; pero que la mencionada sala árabe, á juzgar por su estructura, no pudo ser parte de la mezquita citada. Operarios moriscos, á las órdenes de Fray Fernando de Talavera, arreglaron el edificio árabe antes de su reconstrucción en el siglo XVIII, y el citado fraile pidió y obtuvo de los Reyes Católicos la cesión del edificio, año de 1493, para establecer la primera congregación en Granada.
Hemos hallado en algunos muros interiores de las crujías del convento y bajo las costras de yeso, preciosos arabescos con sus colores antiguos, y además alicatados de mosáicos tan bellos como los mejores que se han visto del género musulmán. A los estanques cuyos restos se observan en la huerta del Convento se les da todavía el nombre de baños de los Infantes, y pueden verse los cimientos de construcciones árabes que había enlazadas con este edificio.
Cuando hacia el año de 1530 se hicieron las obras primeras del patio de Lindaraja y se colocaron las columnas árabes de mármol blanco, que hay en él, se trasladaron muchos materiales del citado convento y mezquita á dicho patio, así como al inmediato de los cipreses, y ellos sirvieron para levantar parte de estas obras cambiando el aspecto de los jardines y ocultando la torre del Peinador.
En la Iglesia estuvieron depositados los cadáveres de los Reyes Católicos, hasta que se trasladaron á la Capilla Real. También sirvió de sepultura á la familia del marqués de Mondéjar.
Fray José de Cañizares copió y tradujo las inscripciones que halló en todo el edificio, año 1690, y se ocupó de las piedras escritas que se han perdido; después Iranzo asegura (1759) que las vió y estuvieron en su poder las copias. De cualquier modo, las crónicas árabes cuentan que en este sitio fueron enterrados{178} cinco emires, entre ellos el fundador Alhamar, en una caja de plata, y no sabemos si se referirían á esto las inscripciones halladas por Cañizares. Ello es que cuando se instaló el Convento, el edificio era morisco y fué hundiéndose poco á poco, aplicándose sus vestigios al palacio árabe; que en su Iglesia se enterraron los primeros Alcaides ó Capitanes Generales, y muchos personajes que combatieron la rebelión, y que su próxima ruina augura descubrimientos importantes. Hoy se está hundiendo, y se ha hecho una ligera reparación para conservar la parte arabesca, lo cual será insuficiente si no se acude con otros medios.
La de la Cautiva es una preciosa habitación del más puro y delicado ornamento prodigado con un lujo extraordinario y brillante. Hemos seguido en el año 1876 la restauración que en ella empezamos el 73, y aunque sin terminarla, hemos conseguido que pueda visitarse y verse en su estrecho recinto una verdadera maravilla de aspecto y buen gusto. ¡Con qué hermosura se hallan distribuídos sus atauriques y engalanadas sus puertas! Su pequeño recinto nada le quita á lo esplendente de la elegante vestidura, y en ella se ansía poseer tan bella estancia para nuestras horas de contemplación. ¡Qué lástima encontrar sus artesonados, puertas y vestíbulo destruídos el año de 1810 por los soldados de la invasión francesa!
No tiene más que un pequeño ingreso, un patio con cuatro{179} pilares muy reducido, dejando un cenador con alhamíes y alacenas decoradas de bellísimos ornatos, y un arco en el centro que da paso á la sala cuadrada, con los tres nichos ó ajimeces restaurados. Sus inscripciones se refieren á Abul Hachach Yusuf III de la dinastía de los ben Nasr, y con efecto, parece su arquitectura de esa época[59].
Le han dado el nombre de Torre de la Cautiva porque fué la prisión de Doña Isabel de Solís, donde la visitaba el monarca moro; y en el romance suponen, que para librarse de las seducciones amorosas de aquél, se descolgó desde la ventana que está á la derecha, por cuyo ajimez habían entrado los cristianos para asesinar al rey moro y vengarla del cautiverio[60].
Son especialmente delicados los ornatos de la sala cuadrada, y conservan parte de los brillantes colores y oro con que estaban iluminados. Los azulejos son más variados en el color que los de la Casa Real. Tiene multitud de inscripciones entre las que se leen las suras 112 y 113 con esta especie de profesión de fe que los mahometanos oponen al Misterio de la Trinidad: «Dios es único, eterno, ni engendró ni fué engendrado, ni tiene semejante alguno...»
En metro kamil y alrededor de la inscripción en la anterior faja dice:
«Es una torre defensiva[61] que se presenta á nuestra vista, y que contiene en su interior un alcázar[62] resplandeciente como la luz de una hoguera.
»En ella hay obras primorosas, sobre cuyo origen se disputa (por no saberse) si proceden de una sola, única en su género, ó de una sola pareja.{180}
»Hay labores de azulejos en sus paredes y en su pavimento[63] que parecen labores de brocado...
»... Cuando aparece en ella el nombre de nuestro Señor Abul Hachach.
»Poseedor de la grandeza, de la bravura y de la generosidad: auxilio del que implora, benéfica lluvia del que espera.
»De la familia de Saad, de los ben Nasr, de los que ayudaron y dieron hospitalidad al Señor de la escala[64].
»La bendición de Dios sea sobre él; salud y paz».
En cada ángulo, alrededor de la inscripción cúfica, hay un verso semejante al anterior, que constituye parte del poema.
Nos ceñimos á publicar aquí otra de las cuatro, que describe algo de la parte artistica:
«Esta obra ha venido á engalanar la Alhambra.
»Es una morada para los pacíficos y para los guerreros.
»Una torre defensiva que tiene en su centro un alcázar. Dirás al verla: es una fortaleza y á la vez una mansión de alegría.
»Es un alcázar en el cual el esplendor se halla repartido entre su techo, su suelo y sus cuatro lados.
»En el estuco y en los azulejos hay preciosas obras; pero las labradas maderas de su techo aún son más elegantes.
»Fueron reunidas y después de su unión son más á propósito para la victoria que tiene en ella el más elevado lugar.
»Ha reunido obras poéticas en que hay paronomasias, trasposiciones... y juegos de palabras.
»Se nos manifiesta sin prodigios en el rostro de Yusuf que es donde todas las hermosuras han alcanzado el mayor grado de perfección.
»De Jazrell procede su gloria más eminente, sus altos hechos en pro de la religión...»{181}
Lo demás está ininteligible por mutilaciones, y no continuamos porque se repiten muchas ideas de las ya publicadas; sólo apuntaremos que alrededor de la ventana del frente dice:
»Gloria á Abul Walid Ismail, el mártir santo, objeto de la misericordia divina, etc.» Se refiere á Ismail I, el que fué asesinado por su primo Mohamad, Señor de Algeciras, en 1325.
Damos la preferencia á esta Torre, por tener mejor distribución, más elegancia en su aspecto central, adornos colocados con más sencillez, y la pureza toda que distingue al género clásico en la manifestación del arte. Los que han querido estudiar á fondo las obras árabes no han olvidado ésta. Obsérvase que hay en ella todas las comodidades que exije la vida oriental: un zaguán con techo de bóvedas de arista, muy raro;{182} la entrada á un costado para que no se descubra desde fuera el interior del edificio; nichos á manera de alacenas para centinelas de eunucos ó esclavos; pequeño cuarto del guardia; ingreso y sala principal con fuente en el centro, desde la cual, á derecha, izquierda y frente se pasa por hermosos arcos lobulados, á las alcobas de los divanes perfectamente abrigadas y cómodas: en el segundo piso, otras estancias para las mujeres, más reservadas todavía, y en la azotea ó terrado, bellísimo paisaje de donde se descubre principalmente á Generalife y los enormes muros de argamasa que sostienen los jardines en forma de mesetas.
Un ligero croquis de planta y alzado que publicamos, conservará la memoria de este monumento.
A principios de este siglo se le hundió el techo de lacerías geométricas que tenía, así como las ocho ventanitas por las cuales recibía la luz. Había en el segundo cuerpo cuatro ajimeces{183} de los cuales se conservan los dos más grandes y los claros de los pequeños. ¡Qué ornato tan bien repartido: cartelas, tableros de agramil, fajas y frisos del mejor gusto; los arcos lobulados con su intrados sencillo y elegante! Falta la ventana de dos arcos del extremo del eje central, el pavimento y muchos mosáicos.
Esta sala, como la anterior, la tenemos incluída en el plan general de restauraciones que nos mandó hacer el Gobierno, para llevarlo á efecto tan pronto como se concluya la obra del Palacio árabe. Es, sin duda, uno de los monumentos que hay en Granada más dignos de conservarse porque se presta á ser reproducido, y servir con ligeras modificaciones á las comodidades de la vida moderna.
La más importante inscripción que posee, es una que dice:
«Gloria á nuestro Señor el Sultán Abu Abdi-lah Almostagni bil-lah».
Es una construcción defensiva que guarda la Puerta de Hierro. En su interior tiene tres cuerpos y una hermosa tarbea cruzada por dos arcos apuntados que forman su techumbre. El exterior conserva detalles de los que han sido despojadas las demás torres de la Alhambra. Los Picos, que le dan nombre hoy, son las almenas que había en todo el recinto de la fortaleza. Sus ventanas de piedra son del puro estilo árabe. La puerta y las torres que la defienden hacen un conjunto misterioso y fantástico donde se ha inspirado la pluma de Washington Irving para describirnos á aquel poderoso y rico judío Almamen, que se deslizaba durante la noche por este sombrío lugar, para ir en busca de los medios de venganza que premeditaba contra el seductor de su hija.{184}
Más allá se ven unas bóvedas casi llenas de escombros que fueron las caballerizas del conde de Tendilla, y antes, el alojamiento de un cuerpo de caballería africana que guardaba la entrada.
Hemos descubierto últimamente en esta torre que las dos curvas ojivales que se cruzan en la tarbea, son modernas, que tiene arcos vestidos de arabescos, y pinturas en los paramentos y bóvedas cubiertas por el yeso y el humo.
Entrando luego en un estrecho callejón, hay un pequeño huerto donde se conserva una preciosa mezquita de bello y hermoso decorado; pero que ha tenido la desgracia de haber sido pintada tan mal y tan groseramente, que ha perdido esa encantadora delicadeza proverbial del arte mahometano. La ornamentación que la han colocado exteriormente es también falsa, pero en cambio de estas reparaciones lamentables, el lector puede gozar lo bien compuesto de este estrecho recinto y su elegante techo de lazos y ensambladura. ¡Cuán hermoso sería con sus perdidas filigranas de rojo, azul y oro, y el arco del alquibla ó santuario que está en el centro del frente principal hoy manchado torpemente!
Mihráb... como se decía por los árabes y también por los cristianos en su aljamía, era el lugar habitado por el espíritu de Dios ó de la oración recomendada por el Profeta; y se nota aquí, que vueltos hacia Oriente miraban el testero donde se guardaban los libros santos. La casita, también restaurada impropiamente, que hay unida á él, no tiene más que las habitaciones precisas para el santón, y hoy han colocado en una de ellas con el buen propósito de conservarla, la inscripción{185} completa que había sobre la Puerta de la Casa de la Moneda, la cual tuvo el sano gusto de comprarla el propietario de esta finca, así como los dos grandes leones de piedra de Elvira que había en el mismo edificio[65], colocados á las dos cabeceras de un estanque abierto en el centro del Patio. Estas esculturas parecen hechas por artífices asirios; tal es el aspecto que tienen semejante al de los leones alados de los templos de Nínive. Sus melenas de rayas simétricas, sus colas como el tallo de un arbusto, los pliegues uniformes de sus cabezas y el carácter arquitectural de sus patas y garras, les dan la fantástica concepción de aquellas extrañas figuras de la antigüedad babilónica. Bien merecen ser guardadas en un museo para que no puedan desaparecer fácilmente.
Han colocado en el exterior de la mezquita varios escudos y un letrero que dice: «Fué esta la morada de Astasio de Bracamonte, escudero del conde de Tendilla.» Con efecto, este primer Alcaide de la Alhambra vivió en el palacio inmediato, cuyos cimientos apenas hoy se distinguen en la Huerta de enfrente.
Enfrente se ven ruínas de murallas árabes repartidas de modo, que dejan entrever la traza de un edificio con estanques, subterráneos, cimientos y todo lo que puede indicar la existencia de un palacio de alta importancia. ¿Pudiera ser la casa del wacir Muza, personaje fantástico que se celebró en los romances[66], por no haberse querido rendir á los conquistadores?{186} Después de tres siglos se oyen éstas y otras tradiciones interesantes, y el nombrado poeta americano dice que salió aquél de su casa por la Puerta de Hierro seguido de veinte jinetes, y pasando Fajalauza tomó el camino por el cual no había de volver jamás. Sea de esto lo que quiera, nosotros sabemos ciertamente que en 1796 se vendieron los últimos restos artísticos de este palacio, entre los que había columnas, fuentes y losas de mármol.
Sobre la muralla y más al Norte se halla esta almunia que pertenece hoy á un particular, y á la cual se han dado diversos nombres, como Baño de Damas y Casa de las Odaliscas, hasta que hemos leído en Ben-Alkatif que fué el palacio que construyó Ismael para la sultana Olva, cuyo dato es el más verídico.
Su construcción y embellecimiento es del mejor gusto morisco. Todo el jardín que tiene delante lo ocupaba una hermosa alberca, cuyos cimientos se conservan todavía. La casa ha sido tan reparada y cambiada en su estructura, que apenas hoy puede señalarse con exactitud la primitiva forma y dimensiones. Parece, sin embargo, que era un vestíbulo, cuyo techo se ve hoy en la antesala del piso segundo, largo y estrecho, del cual se pasaba á una sala cuadrada de mucha altura, dividida ahora por un suelo para conseguir de ella dos habitaciones. Sus mosáicos y arabescos han sido cubiertos de una espesa capa de pintura al aceite, de color grosero y caprichosamente repartido; nótase, sin embargo, bastante belleza en la antigua decoracion, en el artesonado de madera y en otros accesorios que fueron bárbaramente estropeados. Esta casa pertenecía, no hace todavía cincuenta años, al Real Patrimonio, y fué{187} vendida por una corta suma, inferior á su verdadero valor arqueológico.
Lo más notable de ella es la torre ó mirador que está revestido de los adornos más preciosos, delicados y menudos de toda la Alhambra, los cuales se conservan regularmente y los recomendamos como la mejor muestra del trabajo arabesco. Alternan en ellos las letras cúficas y africanas con motes y versos que están incompletos, entre los que se lee un pequeño poema, como todos lleno de fantasía.
A la derecha de este edificio hay un grupo de casas miserables, que pertenecieron á Don Alvaro de Luna y pasaron al dominio de la Corona[67]. En lo antiguo eran dependencias de{188} los alcázares, y como tales, se ocuparon por moriscos en tiempos del primer conde de Tendilla.
Después, en el Partal[68] propiamente dicho, sólo hay ruínas de casas moriscas que no tienen enlace con el palacio, porque los muros se cierran aquí completamente; y todo el espacio ocupado por las huertas inmediatas conserva ruínas de edificios, entre los que se hallaría el que Ismael dedicó á su mujer predilecta Zeineb, cuyas rivalidades con Jadicha obligaron á este príncipe á construirle una casa, separada de la que le había regalado el sultán su hermano.
En el plano se verá la distribución de todas las torres, cuyo número era de treinta y siete antes que los franceses, en 1810, destruyeran las que están en ruína; las restantes conservan nombres de tradición ó de circunstancias modernas que les han impuesto sus modificaciones. Son las más antiguas las de la Alcazaba, en cuyos fundamentos se construyeron y ensancharon las que hoy existen, las dos torres principales tituladas del Homenaje, construídas antes de la Judiciaria, y la de la Vela, llamada de Giafar, que ya tenía una campana en tiempos árabes, según contaban los moriscos de la insurrección, diciendo que su sonido les preludiaba grandes desastres. Parece que los Reyes Católicos mandaron colocar una campana en ella para señalar las horas de recogimiento durante la noche, á lo cual podemos añadir que en 1569 se hizo una para esta torre por un tal Juan Vélez, que fundió los argollones del palacio del emperador, y que en 1595 se vació otra con el metal de la anterior, hasta que por último, en 1773 se hizo la que{189} hoy existe para anunciar á los labradores de las cercanías las horas de los riegos. Esta torre fué el verdadero vigía de los árabes, y en ella se tremoló por primera vez el pendón castellano el 2 de Enero de 1492 á las tres de la tarde, cuya ceremonia se repitió luego durante mucho tiempo en el mismo sitio.
En esta Alcazaba cabían perfectamente 1.500 guardias bajo las bóvedas de sus adarves y torres, incluyendo el cuartel que hay cerca de la torre avanzada del lado Norte, por cuya caserna se introducían los cañones que mandó colocar en la plaza más baja el conde de Tendilla. Los adarves del lado Sur fueron completamente restaurados en 1529.
Hay en este elevado sitio dos puntos de vista más que encantadores, sublimes, desde los cuales parece como que se pretende abarcar todo aquel territorio que dominaron los nazaritas durante dos siglos y medio. De él no se distinguen, en verdad, sus confines dilatados hasta Algeciras y el Cabo de Levante, pero sí se descubren los lugares que cantaron los poetas, campos de heroismo y de caballerosidad. Una naturaleza pródiga de vegetación y sorprendente por sus elevadas cumbres, da al recuerdo de aquellas escenas de valor un cuadro tan espléndido, como no podrían imaginar mejor los poetas olímpicos. Desde el jardín de los adarves, y mejor todavía desde la empinada torre que lo corona, se ve la inmensa mole de una montaña que domina las mas grandes alturas de los Pirineos y se baña en las saladas aguas del mar por un lado y en las húmedas colinas y valles del otro. La pintoresca vega que dió nombre á Garcilaso se extiende á sus pies, y contemplan este admirable grupo las más bajas montañas que en forma de anfiteatro asoman sus cabezas en armonioso orden y concierto, como á presenciar las angustiosas batallas de las últimas conquistas. Cien pueblos con millares de caseríos se destacan como blancos antílopes pastando en las praderas del Genil y del Dauro, y los rojos baluartes fabricados con afanoso cuidado en aquellos días de encarnizada lucha para guardar los tesoros del harem, revelan los misterios de una época gloriosa{190} á vencedores y á vencidos, tan simpática y bella como el asombroso paisaje que se contempla en contorno de la mágica Alcazaba. Suspirando y meditabundo como iba Boabdil camino del Andaráx, se retira siempre el viajero de este sitio renombrado y mil veces famoso.
En la cerca de murallas que desciende flanqueada de macizas torres desde los adarves á la puerta de las Granadas, y de aquí sube hasta el otro lado del frondoso valle, se ve un grupo de baluartes imponentes que domina todo el centro de la antigua población, cuya fortaleza es el castillo citado. Se dice que fué construído sobre antiguos cimientos romanos para someter á los mozárabes que poblaban el barrio de San Cecilio; pero nosotros no hemos hallado en su construcción otro dato que el estar sus muros hechos en dos épocas muy distintas, ambas árabes, la primera correspondiente á los restos que hemos citado del pie de la torre de la Vela, propios del siglo VIII, y en tiempo de Cárlos V experimentó la última importante restauración.
Se añade tradicionalmente que en la época del primer Alhamar se reedificaron, aumentándolas con los pabellones que conservan todavía; siendo la antigüedad de estas torres del tiempo de la invasión agarena en España, porque antes del 913, cuando al Waliato de Illiberis lo dominaban diversos capitanes sin señorío alguno[69], ocurrió, según las crónicas, el año de la egira respectivo al 889, que se encerraron en las Torres{191} Bermejas los damasquinos y las tropas del kalifa capitaneadas por el renegado Nahil, y aquí fueron cercadas por los habitantes de la comarca, armados de flechas, lanzas y hondas. Sitiadas las tropas recibían en las puntas de las flechas que pasaban por lo alto de las murallas del castillo rojo, versos que decían:
«Las casas de nuestros enemigos están desmanteladas é inundadas, y sus techumbres arrancadas por los vientos del otoño. ¿Qué nos importa que celebren sus pérfidos conciliábulos en las Torres Rojas? La perdición les seguirá por doquier.»
En las mismas luchas contra la dominación, poco tiempo después, en 990, Solimán Ben Said, caudillo y poeta que fué encargado en algunas ocasiones de la defensa del fuerte, les hablaba de este modo:
«¿Sois, hijos de Meruan, cual nosotros para la retirada? Vuestros caballos, que están trabados en los combates, parecen gamos cuando huyen; os jactáis de ser los luceros que alumbran el valle del Genil... Abandonad los cármenes deleitosos y los alcázares dorados, que pertenecen con más derecho á los valientes». Cuyo texto nos induce á creer que por este tiempo había una población en Granada que poseía alcázares diferentes de los de la Alhambra, situados en este lado de la población, y que habitaban más antiguas razas.
Antes, y en tiempos de Abderrahmán I, fundador del Kalifato de Córdoba, se dieron dos asaltos á las Torres Bermejas y se tomaron por el Schevani, que era Wali de Elvira, por cuya victoria fué nombrado aposentador de la fortaleza. A este capitán y Wacir se atribuye por algunos autores la fundación de la Alcazaba Cadima, es decir, que viviendo en Illiberis y siendo gobernador de la Kora, á que se daba aquel nombre, se construyó la Alcazaba antigua, datos que vienen á ilustrar la cuestión del origen de Granada, ó á lo menos de lo que los árabes encontraron en esta localidad; asunto muy controvertido en nuestros tiempos.
Las torres tienen un hermoso aljibe, cuadras subterráneas{192} para cuarenta caballos, y habitaciones para dos centenas de soldados. Es uno de los castillos que se conservan íntegros, y construído según el arte militar de su época. Damos la planta en el plano general de la Alhambra, y recordamos con este motivo que el pintor Pedro Raxis hizo de él un modelo en 1599, para enviarlo al rey que quiso conocer las tan afamadas Torres Bermejas[70].
Por último, la fábrica de este fuerte es anterior á muchas obras de la Alhambra que parecen de la misma época. La formación de su argamasa, las aristas de sus piedras en lechos, la forma de arcos y techumbres, nos indican ese período que ya hemos distinguido en la Alcazaba, anterior al establecimiento de los nazaritas; y la fabricación y cimento de cal y grava que Plinio atribuye á los fenicios y romanos, no es la clase que aquí se encuentra, como puede observarse comparando los restos de murallas antiguas hechas por moriscos desde el siglo XI en adelante.
Como fortificaciones más importantes en el segundo recinto murado de la Alhambra citamos la Puerta de los Pozos[71], la de las Cabezas y la del Agua. Las primeras tienen un cubo levantado con tres bóvedas circulares, una de las cuales está soterrada, lo cual ha hecho suponer á muchos que existen siete suelos ó pisos para bajar al fondo. No hemos visitado nosotros más de tres, pero respetando tradiciones vulgares bien pudiera haber otros antes de comunicarse con los silos y pozos de la explanada de los Mártires, que eran muchos, y{193} los cuales sirvieron de graneros públicos en los últimos tiempos de carestía y guerras.
Lo misterioso de los Siete Suelos ha dado origen á cuentos fantásticos muy interesantes que se pueden relacionar en nuestra opinión, á que hay una mina ó viaducto que pasa por los cármenes del callejón del Caedero y por Buenavista, donde estuvo el convento de monjas potencianas, cruzando por los Mártires, hoy finca del Sr. Calderón, el cual se extendía desde esta torre cilíndrica hasta el Cuarto Real, Jardines de la Sultana y Bibataubí. Otro viaducto hay indicado desde la casa de los Tiros, Bibalfajarín y Puerta del Mauror hasta las Torres Bermejas, pero no se detalla tan distintamente como el anterior, cuyos subterráneos impenetrables dan lugar á mil patrañas. Se citan otras muchas comunicaciones en la antigua descripción de Granada, que sería dificilísimo determinar; pero la más interesante de la Puerta de los Pozos conducía al campo situado al extremo de la Alhambra, donde Muley Hacen pasó la última gran revista á sus tropas, más de 20.000 hombres, el día de la gran inundación de la ciudad, por haberse desbordado no sólo el río Darro sino todos los barrancos que rodean este sitio[72].
Más abajo y como límite de la Alhambra, está la Puerta de las Granadas, en la misma muralla donde se veía en 1560 la de Bib-Lauxar, entonces medio arruinada. A la derecha hubo una pequeña capilla desde el año 1500, donde hoy se halla la casita del Guarda, cerca de una cruz de piedra hecha levantar en 1599 por Leandro de Palencia. Existe otra cruz, llamada de Mondéjar, donde hemos dicho que se descubrieron las sepulturas romanas, orilla de la segunda glorieta del paseo del centro, cerca del Campo de los Mártires[73], sitio célebre por el rescate de cautivos; pero el interés particular de este sitio estriba en haber sido campo de maniobras militares, pasaje{194} de comunicación antiquísima hacia la ribera del Genil, lugar donde en 1492 recibió el conde de Tendilla las llaves de la fortaleza y alcázares de manos del alcaide Aben Comixa, que salió con 50 caballos por la Puerta de los Siete Suelos al encuentro de los caballeros enviados por los Reyes Católicos, para que tomaran posesión de la Alhambra, y por último, campo de la Acebica, donde el mariscal de Castilla Don Diego Fernández de Córdova llamó á singular combate al célebre Don Alonso de Aguilar el 10 de Agosto de 1470, antes que saliese el sol, en la arena preparada al efecto delante de la tienda de brocado levantada á Muley Hacen, rey de Granada y juez del campo.{195}
Decíamos el 19 de Diciembre de 1869 á la Comisión de Monumentos de Granada:
De los tres reconocidos períodos de grandeza que en España desarrolló el arte árabe, el más esplendente, puro y genérico es el que manifiesta con general asombro el fastuoso recinto de los alcázares granadinos. En ellos se concreta la inspiración, se unifica el estilo, se regulariza la forma y se origina el más supremo esfuerzo del talento humano bajo el sentimiento de las creencias y costumbres de aquella edad de oro. En parte alguna de las tierras españolas se encuentra un ejemplar más completo ni una prueba más clásica de los prodigiosos elementos reunidos para evocar el grado de cultura que alcanzaron ocho siglos de constante progreso. Ninguno, pues, merece tan alto concepto, y ninguno ha conseguido ante el mundo moderno el exclusivo renombre que goza; ni la civilización agarena de Egipto, Persia, Turquía y África alcanzó el refinamiento y belleza de la Alhambra granadina, ni las glorias de la reconquista están simbolizadas en ningún monumento español mejor y más cumplidamente que en este último baluarte, tan obstinadamente defendido y tan heróicamente ganado.{198}
Situada en la cúspide de una colina, que se escogió como lugar seguro y defendible, á la usanza de la Edad Media, quedó aislada y ceñida por una línea de fuertes murallas y robustas torres que flanqueaban sus puertas, en tanto que las rápidas vertientes de sus escabrosas faldas se abrieron á una lozana y frondosa vegetación, cuyas raíces debían asegurar el terreno y hacer más estables las atrevidas construcciones de la cima. Las aguas, que ingeniosamente se sangraron al Dauro para conducirlas á aquella altura y alimentar los estanques, baños y aljibes, se abandonaron por las naturales vertientes de la montaña, y produjeron esos fantásticos bosques que se han hecho proverbiales en todo el mundo. En el espacio cerrado por las murallas, levantaron el alcázar, las mezquitas, el harem, las oficinas públicas y las opulentas viviendas de una numerosa corte; entre la fortificación y sus almenas se alzaban minaretes labrados; el arte bordó sus principales estancias; los preciosos arabescos se prodigaron por todas partes y el lujo de la comodidad y del deleite dió mágico encanto á todo este singular conjunto.
Su recinto todo, con los citados bosques y jardines, es lugar sembrado con los despojos de doce siglos; bello por el arte y por la naturaleza, donde ambos elementos se han combinado maravillosamente para producir un contraste que convida á la meditación y al estudio.
En el lado Norte, y como recostados sobre las murallas y torres del circuíto, se levantaron los diversos edificios que constituían la morada de los reyes Nazaritas, extendiéndose ilimitada é irregularmente por aquéllas, y ocupando un espacio interrumpido por dilatados jardines y estanques, muchos de los cuales han desaparecido por el desdén ó el abandono.
Construídos casi todos después de la conquista de los Almoravides, y por lo tanto al estilo llamado morisco, ofrecían en su planta las diferencias, originadas de la desigualdad del terreno, lo cual daba á su aspecto una estructura particular no parecida á la del pequeño Alcázar Al-Motacid de Almería,{199} ni á la Almunia de Valencia, ni á Dar-us-Sorur de Zaragoza, ni al de Almamú de Toledo, que fueron levantados en lugares llanos y espaciosos. Bajo la formidable envoltura de sus fuertes y elevados baluartes, se abrigaba uno de los mayores prodigios del arte musulmán, y colocado en la cumbre de una montaña, á semejanza de los castillos feudales que poblaban la Europa en los siglos medios, tenía toda la sencilla magnitud de los de Oriente, engalanado con la belleza que le presta el más delicioso paisaje que España podía ofrecerle, y á lo que debió quizá el que desplegara el lujo de decoración y peculiar estilo de florecimiento sin rival entre los innumerables palacios construídos por los primeros kalifas.
Con efecto, próximo á la misma época, los Seleukidas, en sus correrías al Imperio Bizantino, construían edificios del estilo árabe, decorando sus paredes de inscripciones y sentencias, á semejanza de los antiguos monumentos asirios, sin que ese geométrico ornato llegase allí á ser tan ostentoso y rico como en los alcázares españoles. En aquélla región los monumentos ofrecían la diferencia de coronarse de cúpulas, revistiendo la forma exterior más simétrica y armoniosa, mientras que aquí esos mismos alcázares se cubrían de plataformas almenadas en líneas regulares, cuyo motivo pudieron estudiar en los monumentos egipcios y en los cartagineses que dominaron antes de pisar nuestro suelo. Allí las plantas de las basílicas griegas, de los templos himaritas y de las construcciones salomónicas; aquí los accidentes de las fortalezas romanas y fenicias que habitaron los godos y ocuparon los guerreros invasores, primera concepción de sus almunias y palacios. Allí ornamentaban los exteriores como la mezquita de Brusa, con exquisitos mosáicos de mármoles de colores; aquí esta misma decoración tuvo que concretarse á las puertas de sus fortalezas, dejando para el interior de sus grandes patios la mayor parte de esta clase de esculturas, y únicamente se conservó aquí el sistema de colocar el harem y patio cuadrado delante de las mezquitas con los minaretes separados del cuerpo de éstas, como en Córdoba y Sevilla, dejando el{200} resto de sus construcciones velado por las formidables murallas de defensa.
Así, pues, los que visitan los alcázares sevillanos y los jardines fastuosos que hoy se conservan, recuerdan las fortalezas de Bajecid-Ylderin sobre la costa de Asia y el castillo Cortagargantas del Bósforo, cuya situación sobre una planicie, conserva mejor el espíritu de sus primitivas construcciones; pero en Granada y en igual período, debemos remontarnos al arte musulmán, resultado de la fusión entre árabe y bizantino, que se ve muy ostensiblemente en Samarcanda y en Kesch, donde los monumentos de Tímur están fraccionados entre torres y patios decorados con basamentos de porcelana y jardines con viaductos que los comunican, á semejanza de los que aquí se ven; obras inspiradas por las costumbres asirias, pero con la notable diferencia de que las bóvedas de colgantes no se habían insinuado con la galanura y uniformidad que se manifestó entre los otomanos y egipcios modernos, hasta formar, como en la Alhambra, las enormes cubiertas de estalactitas de una perfección sin rival. Es preciso recordar la Persia para hallar estas facetas de cristalización que importaron al Imperio de Oriente, y que tuvo su origen en la más antigua mezquita de Yspahan del siglo IX, donde se construyó una cúpula compuesta, como éstas, de otras más pequeñas que se multiplicaban indefinidamente. En la Alhambra el arte árabe es, pues, más genuínamente persa; se separa de las obras griegas del Imperio Otomano; se conserva mejor en todo el período de la invasión africana, y viene hasta á reproducir las grandes portadas con medias cúpulas de estalactitas, y los monumentos de formas cuadradas y octógonas que hay en medio de los jardines, como mausoleos, llenando los espacios con las construcciones ligeras que se ven apoyadas sobre delgadas columnas, y sosteniendo miradores cubiertos de persianas, desde donde las mujeres asistían á los espectáculos que se celebraban en los vestíbulos.
El palacio de la Alhambra no se descubre aún después de encontrarse el observador en la cúspide de la misma montaña{201} sobre que se halla construído. Es necesario contemplarlo desde el Generalife ó el barrio antiguo del Hajarix para apreciarlo en su verdadera extensión, pues que no se hallan en él las espléndidas fachadas de los palacios cesáreos; pero en cambio su interior nos ofrece una numerosa variedad de cien arcos diversos, desde la ojiva al túmido, al de segmentos y de contralóbulos, al de arranques prolongados y rectos, última modificación gótica, al de colgantes, semicircular y de herradura, que es, en fin, verdadero festón cerrado, cuya curva se ensayó en Bizancio y se copió en Venecia para ser olvidada y hallarse de nuevo en Cairo, Túnez, Fez y en nuestro suelo.
Es el clima frío y lluvioso de esta comarca, lo que ha impreso á la arquitectura un aspecto diferente de la que se construyó en Teherán hacia el siglo XIII. Los colgantes de la Torre de Rages son los de la Alhambra, pero más informes; los arcos del Puente de Hasan y mezquita de Tauris son ondulantes como el de la entrada de Lindaraxa; el Puente de Mianek y sus contrafuertes, como el de Cubillas antes de su restauración; las murallas de Cabul con torres redondas son como las que se suponen fenicias en la Alcazaba antigua del Albaicín; las almenas piramidales y las puertas de esta población son iguales á las de Candahar, y por último, en el sepulcro de Baber se recuerda la Sala del Tribunal con sus arcos apuntados, y en el de Mahmud en Chazna, los arcos aperaltados de las Salas de Abencerrajes y Dos Hermanas; de modo que por razón del clima y necesidad de la guerra, el arte árabe manifestado en la Alhambra con las tradiciones persas y bizantinas tiene más idealismo oriental que europeo, menos semejanza con el que se manifestó en Córdoba y en Sevilla, es original por tradición y superior á cuantos hay del estilo mahometano.
Con tales recuerdos vamos á penetrar en él y á estudiar su planta. No tratemos de buscar en ella la inflexible línea ordenada de los monumentos greco-romanos, ni la simetría de los patios como los del Escorial, ni la forma cuadrada como los tableros de damas á que asemejan los edificios después del{202} Renacimiento: aquí está el arte de la conveniencia con sus fórmulas más naturales. En la casa del árabe se refleja su vida, se sospechan sus deseos, y se siente su lascivia; varía en tantas formas y proporciones como es inconstante en el uso de un refinado sensualismo. Al lado de una habitación cuya grandeza no igualó nunca la espléndida majestad de los cuartos romanos, hallamos el alhamí estrecho y un pasadizo no más alto que la estatura humana. Mírese con detención el plano adjunto y se verá que no hay una puerta medianamente grande para entrar al Patio de los Leones, mientras las hay de las más hermosas y elevadas para dar paso á un pequeño diván que apenas puede contener el ajuar de una persona. En casi todos los edificios importantes de otros estilos se hallan las partes relacionadas con el todo, pero aquí ¿qué relación hay entre el Patio de Arrayanes y el de la mezquita; entre éstos y el de los Leones; entre los techos estalactíticos de las Dos Hermanas y el artesón de lados planos como facetas de un diamante de la Sala de Embajadores? Aquí una gigantesca cúpula y una torre levantada como cabecera del gran patio, con un ingreso central é imponente; pero el todo sin una puerta de decoración exterior, guardado en el fondo de edificios sin ostentación de la fachada, sin lujo, sin un magnifico ropaje de rico ornato que envuelva las preciosidades engarzadas en sus rincones y entrecijos. ¡Cómo se adivinan entre sus muros las costumbres peculiares de raza! El árabe heróico y majestuoso, el árabe meditabundo, el árabe cariñoso y galante, el árabe cruel y tiránico; para cada virtud y para cada vicio de su existencia hay una forma, un lecho, una especie de urna para abrigarlo y contenerlo. Estudiemos los edificios de nuestra civilización moderna y veamos si pueden definirse del mismo modo.
En la parte que se conserva hoy había tres palacios distintos, según algunos viajeros del siglo XVI, que dicen existían dos alcaides al uso del tiempo de los moros, los cuales guardaban dos palacios. Mármol tuvo noticia de dos; pero tenemos datos que asignan las mismas razones á la existencia de otros{203} y una real cedula[74] que dice: «Póngase un alcaide ó capitán en cada uno de los alcázares de la Alhambra,» lo cual prueba que éstos eran muchos. Pero aparte de otras consideraciones, tenemos á la vista la planta donde se ven tres construcciones adyacentes, formadas la una por los números desde el 45 hasta el 59, la otra por lo que comprenden los números del 1 al 8 y del 40 al 44, y la tercera desde el 9 al 38. Obsérvense estos tres grupos y se hallará que no corresponden absolutamente en sus líneas de muros, ni en sus centros, ni en las dimensiones de sus cuartos, ni en su forma y disposición, y que cada uno constituye un edificio aislado que satisface las necesidades de aquellos tiempos, y que no tienen relación tampoco en el género de sus adornos, como indicaremos.
Uno de estos grupos, el primero citado, es el de construcción más antigua; la forma del arco de herradura del tiempo del kalifato, el dintel cuadrado de algunas puertas, el capitel bizantino, el artesonado plano, el ornato seco sin enlace semejante al de Túnez y Egipto, el alero de los kioscos del Oriente, pilastras en vez de columnas, menos desenvoltura y grandeza, todo indica que esta parte fué la primera que se construyó y que pasaron muchos años antes de la construcción del segundo grupo.
Este ocupa el centro todo con la Sala de Comareh, segundo período de grandeza para el arte de los árabes, lo mismo que para su historia, final del siglo XIII. Aquí está retratada la época de la fundación de la dinastía Nazarita, portentosa civilización que ofrecía España á los que venían á ella en busca de ciencia y cultura.
El tercer grupo no se parece ya á los anteriores. Es el Patio de los Leones y cuartos adyacentes; época florida del arte musulmán, más fantástica y caprichosa, de planta regular y de variada decoración. No se encuentran en ninguna parte del mundo ejemplares más bellos de arcos y columnatas; este{204} patio por sí es un poema, donde se siente el aroma y la inspiración de una época deslumbradora por el lujo, debilitada por los placeres, de costumbres dulces, de imaginaciones ardientes, que desmoronaba el imperio de los musulmanes y preludiaba el abatimiento de la raza y la postración de su grandeza. Este edificio, cerrado por todas partes, tiene un estrecho pasadizo; núm. 8, por única entrada; termina por el gabinete de Lindaraxa y por la Sala de Justicia; y todas las demás construcciones de los números 22 al 26 fueron hechas después de la conquista, con el torpe propósito ya consignado en este estudio.
Tales son estos tres alcázares unidos hoy, y que tan claramente se distinguen al analizar la planta de ellos. Nosotros hemos buscado las comunicaciones que tendrían y sólo hallamos una estrecha puerta para cada uno, cuya construcción indica que fué hecha para uso privado sin ostentación de ningún género.
Los que quieren suponerles una forma más simétrica echan siempre al emperador Carlos V la culpa de lo que hiciera desaparecer para levantar su inútil obra; pero conviene fijar bien las ideas y la suma de responsabilidad que tuvieron los conocidos artistas de aquel monarca: investigaciones recientes hechas sobre el terreno y la prolongación de algunas líneas de cimientos de los subterráneos del palacio del César, nos han puesto en la posibilidad de marcar todo lo que fué destruído del palacio árabe. Véanse las líneas de puntos, números 7 y 6, y se hallará la continuación del foso que aislaba el alcázar morisco. Es fácil demostrar que había edificios en el ángulo que se señala, porque aún quedan las puertas de entrada, algunos cimientos y el terreno removido sólo en el espacio que comprenden las líneas, mientras lo restante es terreno de aluvión con capas de cristalizaciones calizas y cuarzosas, de suficiente dureza para no poder equivocarse con los trabajos hechos para cimentar el palacio del emperador. Los únicos departamentos subterráneos que tiene este edificio se hallan en el citado espacio, pues hay un desnivel de cuatro metros y medio en la planta de los dos monumentos, razón más para poder fijar lo{205} que pudo destruirse por este lado, y la importancia que podrían tener las habitaciones destruídas.
Falta demostrar lo que significa esa construcción incoherente de los números 27, 28 y 29. No se puede formar una idea de la causa de estas irregularidades, sino haciéndose cargo de que la Alhambra ocupa toda la cúspide de un cerro bastante escarpado por el Norte y Oriente, sobre el cual se hizo un cerco de murallas y torres, que seguía próximamente á la misma altura de nivel todas las sinuosidades del terreno. Los edificios que describimos están como recostados (si se nos permite la frase), apoyando su cabeza, ó más importante habitación, en una de las torres del circuíto. De aquí que sea imposible la uniformidad de las líneas de construcción, y que la idea más exacta que pueda darse de ellos, es que los cuartos son fortalezas, y que entre estos pabellones hay espacios que cubrían jardines, como el que suponemos desde luego en todo lo que ocupan hoy los patios de Lindaraxa y de la Reja ó Prisión. Explicado esto se nota que la torre del Mihráb era independiente, con su puerta especial que hemos descubierto, y sin ese corredor que hoy conduce á él, hecho en el año de 1544.
Veamos ahora las transformaciones que ha sufrido el palacio después de la conquista.
Consta por los expedientes numerosos que se conservan en el archivo de la Alhambra que han sido muchas las obras hechas en el palacio, y muchos también los períodos muy largos de abandono que ha experimentado. Desde 1605 hasta 1752 estuvo completamente olvidado, según dice un informe dado por la Junta de Bosques al marqués de Guardia Real. Antes de esta época había consignaciones destinadas para sus reparos, que nunca bajaron de 6.000 ducados anuales[75], según consta de muchas reales cédulas. ¿Cuál sería el estado del alcázar en el siglo XVII, que en 1616 obligaron á pagar á un administrador los daños que originó en la Sala de Comareh y{206} Patio de Arrayanes, por haberlo convertido en almacén de armas y municiones?
En cada departamento del alcázar había un alcaide ejerciendo jurisdición, y éste cerraba sus puertas, tenia sus criados y privaba al público de visitarlo. En el siglo XVI, consta, que los alcaides se llevaban los porteros á sus posesiones para emplearlos en su beneficio, y entretanto las torres estaban cerradas.
Ha sido siempre difícil averiguar las reformas que los Reyes Católicos emprendieron en el palacio. El día 5 de Enero de 1492, tres días después de tremolado el pendón en la Torre de Giafar, entraron en el alcázar los Reyes Católicos y oyeron una misa en la Sala de Justicia, en cuyo sitio se continuó celebrando siempre que venían á Granada desde el Real de Santa Fe; y consta de un manuscrito anónimo del Escorial, que en 1492 hicieron obras en él, cuyo testimonio está confirmado por los escudos de flechas y yugo, con el mote Tanto monta, que hay en dicha sala.
De un auto que obra en el archivo resulta: que en 1506 había empleados en el palacio varios alarifes moriscos que se ocupaban de hacer las obras, los cuales habían de dar trabajo personal, como impuesto de farda; de cuyo dato se deduce que muchas transformaciones se verificaron en el palacio durante los primeros años de la dominación cristiana, que no se pueden distinguir de las obras antiguas de los árabes. Hacia el año 1509 un secretario privado del monarca Católico inspeccionó y dispuso nuevas restauraciones con los mismos operarios moriscos.
Desde 1524, en cuyo tiempo se derribó ó inutilizó por un incendio lo que ocupó luego parte del palacio del emperador, hasta 1609, se hicieron numerosos trabajos en el alcázar, que citaremos al describir los lugares respectivos; y cuando ya se abandonó la obra moderna en 1625, era tal la población de la Alhambra[76] que se pidió por los vecinos el palacio árabe{207} para establecer telares de cintas. Desde esta época se cuidó poco, hasta el extremo que en 1729 los cuartos altos se destinaron á la cría de palomas para utilidad de la Alcaidía.
Bajo la dominación francesa se acuartelaron en él los soldados que guarnecían la Alhambra, y á su salida dejaron el estanque lleno de proyectiles de cañón y pólvora. Por aquél tiempo, y al final del siglo anterior, todo el palacio estaba habitado por familias pobres, en su mayor parte de militares retirados, y otras que pagaban una mezquina retribución. Los depósitos de agua servían entonces de lavaderos públicos; y en tan deplorable época, algunos viajeros célebres como Washington, Owen, etc., habitaron los cuartos del palacio árabe, merced á una ligera indemnización que hacían á las familias encargadas de su custodia.
Hasta 1829 continuó el abandono ó más bien el aprovechamiento injurioso del edificio; pero desde esta época un gobernador especial más celoso de los monumentos[77] desalojó de ellos á las gentes que los ocupaban, hizo reformas, aunque de poco interés artístico, é inauguró los paseos de las alamedas. En 1840, á consecuencia de una recomendación hecha á Doña María Cristina de Borbón, entonces Regente del Reino, por algunos viajeros ilustres, se emprendieron las primeras reparaciones en la parte puramente de fortificación, hasta el año 1847 en que se hicieron las restauraciones de los ornatos, que se hallaban cubiertos de cal y yeso, mutilados y caídos de los muros por efecto de las humedades[78], los cuales no se habían reparado antes por ignorarse el procedimiento de ejecución con los moldes de arcilla y madera, cuyos trabajos han seguido casi constantemente hasta el año 1869, en el cual volvieron á emprenderse con mayores auxilios que el Gobierno remitió para tan interesantes trabajos; siendo de notar{208} que desde esta época se ha logrado afirmar una gran parte ruinosa del edificio y se han quitado infinidad de remiendos que la ignorancia había colocado sobre inscripciones y arabescos, de los cuales aún quedan algunos. Por fin la Alhambra, como monumento nacional, pasó del dominio de la Corona al del Estado, que lo conserva como gloria de la patria y del arte.
Todo lo que está trazado en negro corresponde á las construcciones hechas por los árabes, y lo que se ve rayado, pertenece á los edificios que se han hecho desde la conquista de Granada hasta nuestros días.
Las líneas de puntos señaladas con el núm. 7, indican la parte del palacio árabe que fué derribada para construir el de Carlos V.
1 Puerta moderna del palacio.
2 Patio de los Arrayanes.
3 Alhamíes y divanes del patio.
4 Aposentos, alcobas, donde habitaban los árabes.
5 Puerta que comunicaba con los cuartos que se destruyeron para hacer el palacio de Carlos V.
6 Muro exterior de este palacio.
7 Línea que marca la porción destruída del palacio árabe.
8 Comunicación con el segundo palacio dedicado á harem.
9 Sala que se hundió y decoró de otro estilo, hoy en renovación.
10 Patio de los Leones.
11 Pasadizo á cuartos árabes ruinosos.
12 Un aljibe y un patio encima que comunicaba con lo derribado.{210}
13 Puerta antigua de los Abencerrajes.
14 Sala de Abencerrajes.
15 Comunicación con la Ráuda.
16 Ráuda ó enterramento de algunos monarcas granadinos. (Hoy desmantelado).
17 Patio de las Ceremonias.
18 Sala del Tribunal.
19 Sala de las Dos Hermanas.
20 Sala de los ajimeces.
21 Gabinete de Lindaraxa.
22 Patio moderno hecho con columnas antiguas. La taza superior de la fuente es árabe.
23 Cuarto que habitó D. Felipe I y su esposa.
24 Pasadizos modernos.
25 Salas del tiempo del Emperador.
26 Puerta de la torre de Mihráb.
27 Corredor moderno.
28 Torre del Mihráb, modificada con pinturas italianas. (Su antigua planta está en el piso bajo).
29 Corredores modernos.
30 Escaleras y cuarto ídem.
31 Patio de la Reja. (Nunca fué prisión de Doña Juana).
32 Sala del Tesoro. Son subterráneos de las salas altas.
33 Viaducto de entrada á los baños.
34 Sala de los divanes, destruída en 1610. (Hoy restaurada).
35 Retretes. (Destruídos).
36 Pila de desagüe.
37 Cuartos y sudederos.
38 Calorífero. (Hoy destruído).
39 Escalera antigua. (En restauración).
40 Sala de la Barca, con restauraciones del siglo XVI.
41 Escalera que conduce á las almenas.
42 Fábrica del siglo XVI rellenando los pasadizos.
43 Sala de Embajadores ó de Comareh.
44 Comunicaciones modernas.{211}
45 Sala más antigua. Desde este número principia lo que correspondía al palacio primitivo.
46 Santuario ó Mosala del palacio. Hoy cambiado completamente.
47 Galería antigua.
48 Torre de los Puñales.
49 Arcos de un patio destruído, (Machuca).
50 Sala-oratorio para los Reyes Católicos.
51 Patio de la mezquita.
52 Escalera moderna.
53 Sala de recepción, (Saha).
54 Pasadizos de la entrada principal.
55 Puerta de ingreso al patio.
56 Zaguan.
57 Portal antiguo con la entrada principal del palacio, recientemente descubierta.
58 Edificios modernos.
59 Idem, ídem.
60 Foso que separaba el palacio del resto de la Alhambra.
61 Continuación de las murallas de la misma.
Se nombró así en la mayor parte de los documentos oficiales, hasta fin del siglo pasado, en el que ha vuelto á llamarse de los Arrayanes, debido á las dos prolongadas mesas de esta planta que hay desde el tiempo de los árabes á uno y otro lado del estanque, entre los cuales descollaban algunos naranjos que fueron arrancados en 1548 y que se han vuelto á plantar en nuestros días.
Como el viajero hoy no encuentra hábil la antigua entrada, se introduce repentinamente en este hermoso patio ó Saha{212} cuyo aspecto lo supone de pronto trasladado á los alcázares orientales.
Con efecto, en ningun otro género de arquitectura se idearon patios semejantes, porque ni el de la gran Mezquita de Córdoba, ni los de Sevilla y Sicilia tan modificados y hoy casi perdidos, ofrecen la disposición de esta gran alberca coronada por decoraciones diferentes en extensión y ornatos. Es necesario{213} trasladarse á los países donde existe la raza viva y dominante, para hallar algo que se le parezca; en cuyo caso los detalles variarán forzosamente, y de aquí el especial, raro y extraño golpe de vista que el espectador recibe al pisar sus espaciosas galerías.
Este patio se denominaba antiguamente el Mesuar, y según el texto de sus inscripciones, fué Mohamad V el que lo mandó construir, aquel Sultán Abu-Abdil-lah, que reconquistó á Algeciras y favoreció la vuelta de los Beni-Merines para que le ayudaran en las guerras contra los cristianos. En el año de 1520 se hallaba guarnecido en toda su base con vistoso mosáico, igual al que se conserva hoy en uno de sus costados. De los arrayanes salía el agua que se derramaba sobre el estanque por numerosos saltadores, según hemos podido ver en los restos de cañerías que en el año 1840 se descubrieron. Algunos naranjos tapizaban los planos sin adorno que hay en los largos costados. El pavimento era de mostagueras vidriadas azules y blancas, formando una labor semejante á la que se ve en los alhamíes de Abencerrajes, excepto bajo las galerías, donde se hallaron siempre grandes losas de mármol blanco de tamaños diferentes á manera de mantas extendidas, cuyas piedras se habían hecho traer, como todas las del palacio, de las canteras de la Sierra de Filabres[79].
La forma clásica de este patio debe llamar la atención del arqueólogo, porque en él halla detalles de la vida íntima del pueblo que lo construyó. ¡Cuánta variedad de puertas hay en él abiertas; ¡cuántas diversas decoraciones, unas más ostentosas, otras más sencillas, guarnecen los paramentos de sus fachadas!{214} Todo habla muy elocuentemente de sus costumbres, del misterio y del lujo en que vivían. En el cuerpo de la construcción se abren numerosas puertas de diversos tamaños, que conducen á diferentes estancias, cuyo uso puede adivinarse sin entrar en ellas. Preciosos divanes, estrechas garitas, pórticos suntuosos, y esos dos elegantes claustros cuyos arcos realzados sobre prolongados arranques, muy próximos en la curvatura al arco romano, descansan en impostas de colgantes, que ciñen la escocia del capitel y se apoyan en esas singulares columnas, las más robustas y hermosas del alcázar. Puertas alicatadas semejantes á las que hemos restaurado en el centro de la primera galería, cerraban los claros de las cuatro más elevadas decoraciones que hay simétricas, mientras otras más pequeñas cubrían los humildes arcos que dan paso á los estrechos pasadizos; y se observa en los siete claros de ambas extremidades que el del centro está más aperaltado que los otros para dejar menos espacio á los tímpanos que tan primorosamente decoraban con arabescos traslúcidos en forma de rombos, enlazados con relieves de cintas, hojas rayadas, conchas y piñas informes, pero delicadas. De estas dos elegantes galerías, la del Sur está superpuesta de dos cuerpos de diversa altura, el primero con siete ventanas cerradas de celosías preciosamente combinadas, construídas cada una de más de 1.500 piececitas torneadas y cubitos rectángulos, que demuestran la ingeniosa paciencia de los obreros que á ellas se dedicaban; en la del centro hay un ajimez. El más elevado cuerpo aparece como un gran balcón ó galería descubierta (menacir) distribuída en los mismos claros de fachada, desde la cual se goza la más hermosa perspectiva de este patio. El arco que se ve en el centro del claustro comunicaba con las habitaciones altas que fueron destruídas, y en los años 1840 al 43 se colocó el antepecho de hierro que tan inoportunamente vino á cambiar su antiguo carácter, cuya obra se ha reemplazado por un tendido de celosías de madera, semejantes á los que se conservaban en las casas del Chapiz y otros barrios moriscos de Granada. El claro del centro, formado de{215} cartelas, es una reminiscencia de la arquitectura indiana despojada de los animales alegóricos; se ha dudado si sería alguna restauración caprichosa, pero sus tallados de madera y letras karmáticas están hechos por mano musulmana; y además, por más extrañas que parezcan estas cartelas, tenemos ejemplares en Cairo, en Persia y en todo el Oriente. Son preciosas las dos hornacinas de las extremidades de esta galería, bastante desfiguradas hoy por falta de restauración.
El lado opuesto del patio no tiene más que el primer cuerpo, con un grande arco de entrada á la sala de la Barca y salón de Embajadores. Sus archivoltas son de proporciones tan armónicas, y sus columnas tan admirablemente torneadas, que no tienen la más ligera imperfección. Los capiteles de las dos del centro son los más bellos y mejor labrados que hemos visto y de la más moderna traza de almocarves; sus delicados adornos, pintados de azul y oro, la robustez del collarino, sin quitar nada á la esbeltez de la forma, y las suaves curvas de las basas, recuerdo de la línea gótica que se enrosca por el plinto cuadrado, hacen de estos pilares los más preciosos objetos de arqueología mahometana.
Los cuatro alhamíes que hay á las cabeceras de estos dos hermosos claustros, constituyen esos tranquilos lugares de reposo donde los árabes pasaban la mayor parte del tiempo sobre almadraques de camocán, forrados de aliceres de colores superpuestos y cosidos con hilo de oro, formando cada color un dibujo diferente. Á falta hoy de ellos, recreamos la vista en sus techos estalactíticos manchados todavía del brillante azul lápiz-lázuli, que se halla tan prodigado en este alcázar; en los restos de mosáicos muchas veces removidos; en la cornisa alminada donde falta el bazar en que colocaban los vasos de barro encarnado, las armas con empuñaduras esmaltadas y los candiles de bronce, y en los hermosos arcos de sus fachadas con dobles curvaturas escéntricas y estrías de media concha á manera de los agallones chinescos. Sobre ellos hay recuadros guarnecidos de repetidos blasones que ostentan la fatídica leyenda de «No hay más vencedor que Dios» y más{216} alto todavía, entre los planos apilastrados, unas pequeñas ventanas, mexuares, de los aposentos encima construídos.
Hay dentro de estas mismas galerías, sobre una inscripción que citaremos luego, planos poco armónicos en la actualidad y que han dado ocasión á que supongan en ellos la existencia de pinturas semejantes á las que Makrisi cita de los monumentos antiguos de Bagdad y Cairo, como originarias de la Persia. Ibn Batuta refiere que en Granada habitaban muchas familias persas, y de aquí deduce que estos paramentos estarían pintados con escenas de sus guerras, fantasías de cuentos heróicos ó amorosas aventuras, á la manera que el kalifa Bi-Ahkam Yllah hizo pintar retratos de hombres célebres en su renombrado alcázar; y aunque según Ibn Jaldum los árabes de Andalucía habían tomado la costumbre de pintar figuras en las paredes, imitando á los cristianos, nosotros no hemos hallado en dichos paramentos ningún vestigio de ellas. Creemos, por el contrario, que aquí era sólo un medio de hacer más sencilla la ornamentación para que descansara la vista del espectador, fatigada del examen de tan finos detalles. El uso de las pinturas murales, atribuído á los fatimitas, ha podido usarse en otros parajes que citaremos luego; pero en este sitio sólo había una superficie estucada y brillante, de color marfil, sobre la cual ponían tapices con telas recortadas.
La puerta de arco de herradura, sin semejante en todo el palacio, indica por sí sola que fué siempre la antigua y única entrada á este patio de la Albehira, visto detenidamente su dentellado y sus enjutas, recuerdo positivo de los arabescos de Toledo; nada los asemeja en la Alhambra; hay que buscar el adorno en los mismos motivos de la mezquita de Córdoba. ¿Por qué, pues, este arco nos hace retroceder tres siglos, á lo menos, en la historia del arte? Tiene, sin embargo, una relación de continuidad, si entramos por él hasta llegar al patio de las dos puertas cuadradas y del gran testero que describiremos. ¿No parece que todos estos detalles pertenecieron á un período más remoto? Si no halláramos en el arco central de{217} la inmediata galería que da paso al octuvan, llamado Sala de la Barca, otro arco de almocarves con enjutas rellenas de ese primitivo adorno de vástagos y piñas arrolladas en espirales, ornatos que pueden llamarse primitivos, diríamos que la puerta antes citada estaba ya hecha cuando se construyó este patio.
Se hallan diseminadas otras puertecillas simétricas que servían para comunicar con escaleras que fueron destruídas, ó con pasadizos interiores. Las que hay bajo las galerías tenían usos especiales para las guardias y servidumbre, cuyas gentes jamás se servían de las principales. Más de un escritor se ha metido á censurar estas irregularidades aparentes, desconociendo el objeto social del arte; pero el que se halle iniciado en la vida íntima del pueblo árabe, en sus costumbres y en su religión, deducirá de la forma y atavío de estas diversas decoraciones el destino de cada uno de los aposentos que guarda.
Cuatro importantes restauraciones ha sufrido este patio: una en 1535 y siguientes; otra en 1590; otra en 1691, y la última en 1860.
En la de 1535 se hizo la reforma de casi todo el alero de madera, la composición de las cubiertas, con cuyo dato y otros que citaremos, no titubeamos en admitir la existencia de las cubiertas vidriadas en todo el palacio. También se compusieron hacia la misma fecha los festoneados de tejas de colores que lo embellecían y las jairas del patio por un llamado Peñafiel, que tenía la fábrica en la Alhambra[80].
En los años siguientes[81] se levantó casi todo el alero de madera, albexares, porque dice el aparejador Vega que estaban podridas sus fardas y era preciso desmontar las armaduras de los almines, lo cual prueba que esas dos grandes líneas de los costados de este patio podían hallarse interrumpidas por kubbas ó cúpulas de diversas formas. Nosotros hemos hallado{218} las tabias[82] antiguas interrumpidas, donde asientan los kanes del alero con obra moderna.
La restauración de 1590, por Miguel de Luna, se fijó principalmente en la galería de los tres cuerpos y en toda su yesería; se repuso toda la parte de azulejos por el maestro azulejero{219} Antonio Tenorio[83], fabricante en la misma Alhambra, según el sello hallado en algunos tiestos del Secano, y se colocaron rejas de hierro rompiendo las inscripciones.
En la del año 1691 se taparon muchas puertas del patio; se hizo una armadura colosal y pesadísima sobre el claustro que arrima á la torre de Comareh, la cual estuvo colocada hasta el año 1857, cubriendo toda la sala de la Barca y cobijando las dos torres almenadas; también fué embaldosado con una multitud de piedras blancas, procedentes de inscripciones raspadas que habían servido á otros monumentos, las cuales eran en número de 147, y formaban grandes pedazos, cuyos letreros fué imposible descifrar[84].
En todo el siglo XVIII y principios del actual, ha perdido este patio la mayor parte de sus azulejos, la puerta de la sala de la Barca y sus comarraxias ó yeserías moriscas y fué, por último, convertido su estanque en lavadero público, y sus enclaustrados servían de taberna á las gentes que todavía el año 1833 subían desde la población, para jugar á los náipes, bajo sus bellísimos artesonados.
Los diversos períodos de las obras los hemos reconocido en el año 1850, desde cuya fecha y sin descanso, hemos restaurado toda la galería del lado Norte por la entrada á la torre de Comareh, en sus arabescos desprendidos, que eran muchos; hemos construído cubiertas, restablecido el sotabanco medio ruinoso, reparado las torres cuyos pavimentos quedan aun como testimonio de los antiguos, y arrancado la enorme y pesada techumbre ya citada, en cuyo paraje se restablecieron{220} las almenas, según los fragmentos que se han hallado en los rellenos de las obras modernas. Su asiento indicado sobre la muralla de la pared vieja nos ha dado la evidencia de este ornato, por otra parte visto en los patios de la Mezquita de Córdoba. Hemos restaurado también los arcos de las puertas pequeñas, que se hallaban destruídos, las impostas, frisos, arranques, y sobre todo, la inscripción en doce versos sobre las almadrexas[85] de las dos galerías, habiendo repuesto los ocho que se perdieron y que hemos tomado del texto de Castillo[86], haciéndolos reproducir en ambos lados con los mismos caracteres africanos y signos diacríticos, con cuya restauración puede leerse hoy esta hermosa poesía, metro tawil, la más interesante del sitio; las otras que hay esparcidas entre los arabescos son salutaciones alkoránicas y alabanzas.
He aquí la traducción de aquélla:
«Bendito sea el que te concedió el mando de sus servidores y ensalzó por tí el Islam cumplida y benéficamente».
«¡Cuántas veces te acercaste por la mañana á las ciudades de los infieles y fuiste por la tarde árbitro de la vida de sus habitantes!»
«Les impusiste el yugo de los cautivos y amanecieron en tu puerta construyendo los alcázares, como servidores tuyos».
«Conquistaste á Algeciras por fuerza de armas, y abriste al socorro[87] una puerta que estaba cerrada».
«Y antes conquistaste veinte lugares é hiciste todas sus riquezas bienes de tus ejércitos».
«Si á escoger se diese al Islam lo que más desea, ciertamente no escojería, sino que vivieses y fueses salvo».
«Y verdaderamente resplandecen las flores de la grandeza en éste tu asiento donde la mano de la liberalidad se contenta».{221}
«Y sus retratos aparecen cada vez más claros como perlas compuestas ó esmaltadas».
«Oh hijo de la excelsitud, de la fortaleza, de la generosidad, que aventajas en altura á las estrellas, en su apogeo».
«Te has elevado en el horizonte del imperio con la clemencia, para iluminar lo que estaba envuelto en las tinieblas de la tiranía».
«Has asegurado las débiles ramas del soplo de la brisa, y has impuesto pavor á las estrellas en el centro del cielo».
«Pues si la luz de las estrellas es trémula, solo es por miedo, y si las ramas del ban se inclinan, es para dirigirte acciones de gracias».
En la reparación de las almatrayas de sus paredes, hacia 1829, trastornaron algunas inscripciones de los cuadros de las puertas grandes, cortándolas por medio para colocarlas de nuevo, lo cual tenemos proyectado corregir con otros accesorios de la misma época.
La tradición, que cuando no se remonta á épocas muy lejanas, suele revelar mejor que ciertos documentos la realidad de los hechos que se buscan, en ninguna parte como en la Alhambra nos ha ayudado muchas veces á descubrir testimonios de acontecimientos, que despreciaron como patrañas los historiadores más notables.
Cuenta ésta, que la mayor parte de las escenas que desde Muley-Hacen aceleraron la destrucción del reino de Granada, ocurrieron en este patio y muy cerca de la puerta hoy restaurada que da paso á los subterráneos del palacio de Carlos V. Que el titulado monarca el Zagal se lamentaba, á la vista del estanque, sentado bajo la citada galería y rodeado de sus mujeres, de las desdichas que habían de sobrevenir á los muslimes y se refería en sus quejas, á poesías atribuídas á los últimos reyes, las cuales se recitaban en este mismo paraje[88] por una esclava nombrada Marian.{222}
Sin duda la puerta citada daba paso á un edificio que ya no existe, pero cuyos vestigios lo atestiguan. El dorso del muro demuestra que había una construcción de tres cuerpos de alzada, sin semejante en ningún otro sitio del Alcázar, y en extensión á lo menos de 30 metros de largo por 15 de ancho en su parte media, y que contenía aposentos propios para las más escondidas habitaciones, en las cuales vivían los reyes con más comodidad durante el invierno que la que podía ofrecerles el resto del Alcázar. De aquí procede que aquellas tradiciones sostengan desde el fin del siglo XVI la existencia de dicho palacio de invierno, y que á las últimas escenas en la morada de Boabdil y de las referidas canciones se les haya asignado este sitio poético.
Por otro lado sabemos que un tal Juan de la Vega, el año 1524, contrató el derribo de la parte quemada del palacio, junto á la entrada, incendio atribuído á los soldados[89], y por consiguiente antes de la fecha en que se principió el palacio del emperador; lo cual prueba que existía esa parte de palacio destinada á invierno, según los relatos de los moriscos, quedando á salvo la responsabilidad grave que pesaba sobre los primeros artistas encargados de levantar la obra moderna, los cuales probaron en diversas ocasiones el aprecio que les merecía la Casa Real vieja, como llamaban al palacio árabe, conservándole su carácter, según consta de los contratos y condiciones de aquellas obras. Nosotros hemos visto además, reconociendo los cimientos del palacio del emperador, restos de un muro que hace línea con el foso de la Sala de Abencerrajes, el cual continúa hasta cerca de un pequeño aljibe antiguo colocado en el patio redondo. Desde dicho muro hacia la mencionada casa vieja, el terreno está cortado y lleno de escombros hasta llegar al nivel del Patio del Estanque.{223}
Es la más espaciosa de la Alhambra, y la que ha sido más celebrada por sus tradiciones. Hay en ella cierta grandeza en la que parece como que los árabes se excedieron á sí mismos, dándole la magnitud de los edificios romanos y la elevación de{224} los góticos. Quizá á todo rigor no haya en su conjunto más belleza que la que notamos en las de las Dos Hermanas y de Abencerrajes, no obstante poseer una esplendidez decorativa, un atrevimiento de construcción en el artesonado y una distribución de líneas tan bien ordenada, que difícilmente se encuentra en aquellas, donde si se quiere, la ornamentación es más fantástica y risueña.
Por un arco de colgantes formados de dos festones casi rectos que se cruzan en la clave, entramos en una pieza trasversal de forma elegante, cuyas dos extremidades terminan en mexuares facheados con hermosísimos arcos de atarjas y hornacinas, apeados sobre cartelas ó ménsulas que á su vez lo están en graciosas columnas apilastradas con filetes de jáiras. Este arco de ingreso parece más propio del género bizantino en el ornato de sus enjutas, compuesto de ramas de encina, y piñas dibujadas á la usanza griega como las de los adornos germánicos del siglo XI. Observando estas enjutas con cuidado, se hallará que no tienen semejanza con las del arco grande de los claustros del patio ni con otras de la Alhambra, á no ser con las de las puertas más antiguas del palacio, que son del mismo género. Las impostas, entre letreros cúficos y columnitas, ostentan mejor el estilo primitivo, y es difícil darse razón de la causa de este accidente. Bajo las citadas impostas ó arranques hay dos hanias ó pequeñas takas que los árabes colocaban siempre á la entrada de las habitaciones y también á uno y otro lado de los claros de ventanas y menazires; son de piedra de Macael bastante trasparente, y están guarnecidas de inscripciones que dicen haberse hecho esta obra en tiempo del fundador de la dinastía Abu Abdil-lah Mohamad, primer descendiente de los nazaritas; y como están talladas en la piedra, no es fácil que hayan sido cambiadas como al parecer se ha hecho con otras labradas en el estuco. He aquí la traducción:
«Soy como el asiento engalanado de una esposa dotada de belleza y de perfecciones».
«Mira este vaso, y conocerás la exacta verdad de mis palabras».{225}
«Contempla con atención mi diadema: la encontrarás semejante á la aureola de la luna llena».
«Ebn Nasr es el sol de este orbe en esplendor y belleza».
«Perpétuo sea en su elevado puesto, seguro de la hora del ocaso».
En el nicho de la izquierda:
«Soy un glorioso monumento para la plegaria; su dirección es la de la felicidad».
«Te parecerá este vaso un hombre de pie, cumpliendo con la oración».
«Y que apenas la concluye se apresura á repetirla».
«Por mi señor Ebn Nasr ennobleció Dios sus servidores».
«Pues le hizo descendiente del señor de la tribu de Jazrech Saab Ebn Obada[90]».
Sobre este último verso debemos decir que la liberalidad es entre los árabes la obligación de dar agua; y que esta palabra, tan repetida en el Alcázar, tiene mucha relación con la abundancia de alacenas y nichos donde se colocaban los jarros para el agua de beber, ó las alcarrazas y almofias de latón para las abluciones. Esto destruye la creencia muy vulgarizada hoy, de que las mencionadas takas eran para colocar las babuchas ó chinelas.
En las poblaciones del África septentrional, se encuentran estos nichos dispuestos para contener jarros con agua, y algunas veces los dividen con bazares, en los cuales colocan los almofares y cimitarras, los libros de sus kasidas ó poemas, los amuletos y los candiles, pero nunca se hallan en ellos las chinelas{226} ni babuchas. Lo mismo se observa en Egipto, en Argel, etcétera. Ha llegado á suponerse que como á la entrada de las habitaciones se dejan los árabes las babuchas en señal de respeto, aquí las dejaban en los nichos, cuyo error se desvanece fácilmente con decir que estas alacenas se hallan en otras habitaciones construídas en el interior lejos de las puertas, y en rincones no muy á propósito para este objeto.
Esta antesala ó vestíbulo se llamó siempre de la Barca[91], nombre que se cita en los legajos del archivo con motivo de las restauraciones, y que se atribuye á la forma del techo; pero que más bien podría llamarse de la Bendición, por la palabra beraca[92], corrompida posteriormente. Se citan dos alacenas á uno y otro lado de la puerta, las cuales subsisten, aunque su obra fué hecha después; y dice Echevarría que había en ellas letreros de extraordinaria alabanza, que publicó; pero que nosotros los hemos hallado en el patio contiguo sobre los azulejos, como su verdadero lugar. En el fondo del alhamí de la izquierda hay una puertecita antigua que comunicaba á un cuarto revestido de arabescos, que ya no existe, y donde hoy se halla una escalera del año 1602.
Otra puerta en el lado contrario de la mencionada, conduce á la reja del patio del mismo nombre. Todo este departamento se hallaba completamente aislado y servido por un alcaide especial que lo guardaba, como todavía era costumbre el año 1583, en el que se obligó á dicho funcionario á residir en estos aposentos y cerrarlos por la noche.
Las inscripciones de esta sala son repetidas, excepto una que guarnece los anchos paramentos, donde se cita el nombre de Abu-Abdil-lah, el fundador referido.
Todos sus arabescos fueron pintados y dorados con esmero á fines del siglo XVI, pero desgraciadamente ocultando los colores antiguos que no aparecen más que en algunos sitios. En los costados se elevan los elegantes arcos ya citados, y en{227}
sus enjutas nacen cuatro hornacinas que avanzan hasta encontrar las curvas de una elipse prolongada, que es la base de la bóveda compuesta de alicatados poligonales, formando estrellas y grandes figuras geométricas, semejantes á las de los almizates{228} planos de la Sala de Comareh. También este techo ha sido repintado en la citada época con colores impropios del estilo, por más que hoy no aparezca de mal aspecto.
Además de las restauraciones de colorido, se hizo una muy importante en la pared donde está abierto el arco de entrada al salón de Embajadores. Todo el espacio desde la puertecita pequeña que hay en el lado derecho y por la cual se sube á las almenas de la torre, hasta ocho metros de línea y toda su altura, incluyendo el arco y el espesor cuadrado en un grueso de cerca de tres metros, fué construído el año 1686, y forrado de labores mal labradas que se notan muy bien, dejando sin adornos sus alfeizares. Fué el objeto de esta obra fortalecer la torre, y por consecuencia cubrir ó rellenar de sillares el corredor angosto, que semejante á los que hay á la entrada de las salas de las Dos Hermanas y Abencerrajes, servía de comunicación á los cuartos pequeños y escaleras de la torre, y por él se pasaba á las dos puertas que hay dentro de la sala, las cuales se ven cubiertas hoy de obra de sillería.
Tenemos proyectada la obra de reconstrucción del arco grande, lo cual completará el decorado del centro que hoy desarmoniza este conjunto.
Entrando á la gran torre de Comareh, nos detendremos á contemplar el intrados de ese riquísimo arco de pequeñas boveditas pintadas de hermoso azul y oro, representadas por menudos adornos de grecas, y delicados enlaces llenos de inscripciones perfectamente ejecutados. Otras dos hanias tiene más grandes que las anteriores, con arabescos en su interior y techitos de ébano y alerce embutidos. Sus labores son finas como pocas, y guarnece al arco una inscripción recuadrando que dice:
En el de la derecha:
«Loor á Dios único. Apartaré de Yusuf el daño de todo mal de ojo con cinco sentencias: Yo me refugio al Señor de la aurora: Gracias á Dios». Repitiéndose.
«Loor á Dios, aventajo á los más hermosos con mi adorno y mi diadema, y se me inclinan amorosamente los luceros desde el Zodiaco».{229}
«El vaso[93] que hay en mí, parece un devoto que en el Kiblah[94] del santuario ruega á Dios enternecido».
«Seguras están contra las injurias del tiempo mis generosas acciones, que alivio al sediento y socorro al necesitado».
«Como si yo tuviera la liberalidad de mi señor Abul Hachach».
«No deje de brillar en mi cielo tan esplendente luna, tanto tiempo como continúe brillando entre las tinieblas de la noche».
Léase ahora lo que dice la leyenda de la izquierda entre otros motes ya repetidos:
«Los dedos de mi artífice labraron sutilmente mis dibujos después que se ordenaron las joyas de mi corona».
«Imito al trono de una esposa y aun le aventajo, pues yo aseguro la felicidad de los dos cónyuges».
«El que á mí se acerca aquejado de sed, hallará agua pura y fresca, dulce y sin mezcla alguna».
«Como si yo fuera el arco iris cuando aparece, y el sol mi Señor Abul Hachach».
«No deje su morada de ser guardada tanto tiempo como la casa de Dios sea lugar de peregrinación[95]».
Bien expresados están los primores de este arco en la anterior inscripción, y son, con efecto, dignos de la entusiasta alabanza que les tributa el poeta. No hay otro más delicadamente hecho y ornamentado en todo el Alcázar, aunque su forma no sea tan elegante como la del mirador de Lindaraxa. Aquí las proporciones son graciosas, la curvatura más esbelta y sencilla, su construcción más sólida; en el interior sorprende ese{230} exquisito bordado á pincel sobre sus detalles y en tan diminuta escala. Las enjutas son elegantes por el hermoso lazo en espiral tallado en su centro, debiendo advertir la diferencia que se nota entre ellas y las que hay en el arco de colgantes á la entrada de la Sala de la Barca.
Existen tres balcones mikkeh en cada uno de los tres lados opuestos al de la entrada, los cuales, por causa del extraordinario espesor de los muros, forman nueve alhamíes ó cuartitos, cada uno con su techo particular de lacería y arriates, conservando ajimeces en las ventanas. El alhamí de la derecha fué habilitado en 1536 para dar paso á las nuevas y mezquinas construcciones que se arrimaron á la torre. La primera altura decorativa de este gran aposento ha sufrido fatales restauraciones en 1686; sobre ella se extienden dos anchos frisos de diversa traza con inscripciones cúficas y africanas, y en cada lado se abrían cinco ventanas con adornos calados y cristales, que han desaparecido; después grandes letras de carácter africano, y encima una ancha cornisa de mocarnos, desde donde arrancan los planos inclinados de un rico artesón en grandes facetas ó en polígonos trazados de alería, donde se ven grupos de estrellas á manera de constelaciones ordenadas. Contemplando bien los enormes planos de este salón, se echa de menos la forma atrevida y variada de las hornacinas, las cambiantes alturas de los arcos dobles, triples y excéntricos, que hay en otras estancias, y ese sistema de elevaciones angulosas que cambian desde el cuadrado al octógono, subdividiéndose así sucesivamente hasta las múltiples boveditas de los almocarves. Con efecto, esos dos anchos frisos casi de la misma altura, separados por cintas uniformes con grabadas katifas, imprimen monotonía á los paramentos, y parece á primera vista que el más bajo se ha hecho posteriormente en reemplazo de alguna decoración más antigua; así como el friso de los escudos, hermosa trazería sin rival en el palacio, es la propia de esta distribución, si estuviera inmediatamente asentada sobre los tímpanos, que parece faltan á los arcos de los alhamíes. Los zócalos son de jáiras y alijáiras, hermosa sofeisifa que aquí se{231} ostenta más perfecta que en otros parajes, y el pavimento era de mármoles que existían en el año 1556[96].
Esta sala llamó particularmente la atención de los historiadores con preferencia á las demás, y dice de ella Pedraza: «La fundaron los de Comarex de donde toma su nombre, aposento real y nombrado según su manera de edificio, que después acrecentaron diez reyes sucesores suyos, cuyos retratos se ven en una sala, etc., etc.»; y después dice el mismo autor «que Comarex viene de la voz comarraxia, labor pérsica». Los de Comareh habitaban un lugar amurallado, plaza fuerte de este reino, cuyos restos se conservan todavía en el pueblo del mismo nombre, hoy de la provincia de Málaga.
Luis del Mármol se expresaba así: «Comares, del nombre de una hermosísima torre labrada ricamente por de dentro, de una labor costosa y muy preciada entre los persas y surianos llamada comarraxia. Allí tenía este Rey los aposentos de verano, y desde las ventanas de ella que responden al cierzo, y al Mediodía y Poniente, se descubren las casas de la Alcazaba, del Albaicín, etc., etc.»
Andrea Navagero se explica en 1526 con mayor alabanza sobre este aposento, el mejor, dice, de todo el palacio.
Sin salir nosotros del terreno del arte, único en que debe tratarse este asunto, ya hemos dicho nuestra opinión y añadiremos: que en ninguna sala hay tanto lujo de ornato, pues que hemos contado en ella 152 trazados distintos, cada uno más original que el otro, y muchos de ellos tan perfectos, que parecen de la última época de la dominación agarena.
Hay además preciosos y diminutos detalles sobre los relieves, hechos de azul y negro, tan finos que sorprenden por el inmenso costo que hoy ocasionaría repetirlos con la misma precisión y habilidad.{232}
En 1588 restauraron esta sala Manuel del Pino y Luis Cerrillo, pintores ambos que contrataron hacer la imitación de sus colores y oros, en la misma manera y aspecto que se hallaban los antiguos, para no quitarles á éstos su encanto.
Después, por los años 1592, se hicieron obras en los muros y en la parte de fachada, y en 1609 se renovaron los arabescos de todos los apilastrados que hay entre los arcos de entrada á los balcones, pero con tan mala suerte, que todavía se notan bien las planchas de labor colocadas sin repasar ni atairar. Las vidrieras se pusieron en 1595 por la suma de sesenta ducados.
Más tarde, á fin del siglo XVIII, se abandonaron estas salas, se mutilaron inscripciones, colocando mitad al revés y mitad al derecho[97], y por último, hacia 1830 se pintaron groseramente, con motivo de la visita que hizo á esta ciudad el infante D. Francisco de Borbón.
En 1686 amenazaba á esta torre un hundimiento sobre el río Darro, y para evitarlo se construyó parte del cimiento, desde cuya obra desapareció la inscripción romana que estaba colocada al pie del revestimiento, la cual se trasladó á una casa de la Alhambra, hasta 1833, en que se perdió. Por último, en 1857 y siguientes fuímos encargados de reparar los arabescos hundidos de la mayor parte de los alhamíes, los frentes de los ajimeces y ventanas caladas que habían desaparecido, restableciendo los mismos arabescos antiguos y reproduciendo los que faltaban en igual forma, para evitar mayores ruínas. En los paramentos interiores de la sala aún queda mucho que restaurar de las obras modernas.
En 1776 cayó sobre su hermosa techumbre de alizares la bóveda que cubría esta algorfía, cerca de las almenas, y no le hizo más daño que haber doblado los maderos. En la escalera que sube á lo más alto se hallan las habitaciones del alcaide{233} que tenía la llave de la torre, semejantes á las que se habitan hoy en las fortalezas del imperio de Marruecos.
Las inscripciones que no hemos apuntado son suras y alabanzas repetidas; pero vamos á fijarnos en otras más interesantes. El nombre del Sultán Abul Hachach está escrito entre los adornos del arco de entrada, y alrededor de los nichos se halla el de Yusuf; también en el alhamí del centro se encuentra escrito este nombre, y sólo en un paraje pequeño de la Kubba de la izquierda se ve el de Abu-Abdillah, lo cual prueba que se construyó en tiempo de Abul Hachach Yusuf I, hacia el año 1354, el Sultán que fué asesinado por un loco, hermano de Mohamad IV, en cuya época la obra pudo estar ya comenzada, según consta, por existir también aquél nombre en un solo lugar de este aposento.
Otra inscripción hay en la alcoba del centro, y en metro tawil, la cual por sí sola revela cuál era la consideración que esta gran sala tenía entre los árabes, y cómo se compara en ella la magnificencia de su elevada cúpula con las pequeñas y no menos bellas de sus alhamíes. Dice así:
«Te saludan de mi parte por tarde y mañana bocas de bendición, de prosperidad, de felicidad y de amistad».
«Esta es la cúpula excelsa y nosotras somos sus hijas; pero yo tengo más grandeza y gloria que todas las de mi linaje[98]».
«Soy como el corazón en medio de los miembros, porque en el corazón reside la fuerza del espíritu y del alma».
«Aunque mis compañeras sean signos del Zodiaco de su cielo, á mí sola pertenece, no á ellas, la gloria de poseer un sol».
«Me vistió mi señor el favorecido de Dios, Yusuf, con un traje de gloria y magnificencia cual no otro».
«É hizo de mí el trono de su imperio, sea su alteza mantenida por el Señor de la luz y del asiento y trono divino».
Por último, en esta Sala de Embajadores ó rasules, fué{234} donde se celebró aquel gran consejo presidido por Abu Abdillah XI en presencia de todos los magnates del reino, wacires, ulemas, el gran mufty, los alcaides y alféreces, y formando los soldados y arqueros en las plazas y adarves, donde se acordó la entrega de la opulenta corte, y donde el altivo Muza[99], conociendo los tratos secretos de Boabdil con el monarca cristiano, le apostrofó, despidiéndose para trasladarse á tierra africana y no sufrir la humillación que le esperaba.
Es uno de los mejores episodios de la fantasía del sabio Almamún en los últimos días de Granada árabe.
El emperador Carlos V, visitando este palacio y asomado á la ventana del centro, á la vista del río y sus verjeles, exclamó: «Desgraciado del que tal perdió,» á cuyas palabras su cronista Guevara le contó la tradición del Suspiro del Moro que le había referido un morisco, á cuyo relato añadió el emperador: «Si yo hubiera sido él[100], antes eligiera esta Alhambra por sepulcro que vivir fuera della en el Alpujarra».
Aquí también ante el Serir-almalic[101], el año 708 de la egira, una turba de soldados y pueblo, amotinados por el poderoso alcaide de Guadix Ebn Aldix, mató al valido wacir de Mohamad III en presencia del acobardado monarca, el cual abdicó forzosamente en el príncipe Nasr, dando origen poco después á la guerra de sucesión y al estrecho cerco de esta ciudad puesto por Ismael I, legítimo rey de Granada.
Algunos historiadores han asegurado, por último, que el inmortal Colón visitó este delicioso aposento una de las veces que expuso á la Reina Isabel I el fundamento de sus proyectos. Suspendemos nuestro juicio sobre este dato, que no puede sustentarse existiendo la relación de sus dos viajes al campamento de Santa Fé.
No debemos omitir en este lugar la escena patética é inédita que nos refiere el continuador de la crónica de Hernando del{235} Pulgar, secretario de los Reyes Católicos, al hablar de la torre de Comareh. Léese en el historiador: «El Rey Chiquito tenía consigo á su madre que se decía Seb, de nación cristiana, y fué cautiva cuando los moros robaron á Cieza, que es una villa del reino de Múrcia; y como al tiempo era chiquita, con halagos y otros medios tornóse mora y salió de buen gesto y mujer de bien, y el Rey Muley-Buasén casó con ella, porque entre los moros era esto tenido en mucho, que el Rey ú otro cualquier caballero pudiese casarse con una doncella que de cristiana tornase mora. De este casamiento nació el Rey Chiquito, y esta reina era de grande y valeroso ánimo, y contradecía con toda posibilidad que el Rey Chiquito, su hijo, no entregase el reino á los reyes Católicos, ni concertara con ellos, y que esperase la fortuna próspera y muriese rey, y por esto el Rey Chiquito se guardaba que su madre no supiese que él trataba con los Reyes Católicos de entregarles el reino. Que concluída ya la capitulación, como está dicho, lo supo la reina su madre, y disimuladamente se dice que lo tomó por la mano y se entró en la torre de Comareh, que es el lugar donde más se descubre la grandeza de Granada, y después de haberlo traído á la redonda por la torre y echados entre ambos de pechos y entre dos almenas dijo: «Mira qué entregas y acuérdate que todos tus antepasados murieron reyes de Granada y que el reino acaba en tí.»
Hasta aquí el Alcázar que pudiéramos llamar Serrallo, porque en esta parte se hallaban los aposentos visitados por los altos magnates de la corte.
Es una de las más hermosas construcciones y la más bella y elegante de la arquitectura musulmana. No hay ejemplar más fantástico y magnífico en todo lo que dentro y fuera de{236} España edificó la caliente imaginación de la raza de Agar. Trasparentes arcadas; columnas que se han agrupado en más ó menos número para repartirse el peso de los esbeltos arcos y techumbres; siete fuentes que murmuran constantemente la soledad de la estancia; dos elevados anditos que se avanzan majestuosos para interrumpir la monotonía de los enclaustrados; cuatro cúpulas que resplandecen á los rayos del sol; once diferentes formas de arcos fastuosamente decorados; todo constituye un conjunto mágico y delicioso aun después de siete siglos de existencia.
El Patio de los Leones es la prenda más querida de la Alhambra; sin estanques, sin jardines, sin estatuas ni ornatos pedidos á la pintura ó á la escultura, se basta por su sola composición para producir una obra encantadora que deleita los sentidos y alienta pensamientos de grandeza y majestad. No podían ser bárbaros los que lo hicieron, ni menos inspirados en el arte de los romanos. Si se mira desde los extremos del eje más largo que pasa por el centro, presenta una variada combinación de arcos diferentes y simétricos, que se confunden por la distancia y producen la perspectiva más sublime; y si se contempla desde los costados ó ángulos, cada una de sus decoraciones ofrece la diversidad de múltiples detalles, armónicamente distribuídos, que no perjudican á la más correcta regularidad de la forma. Para quitar á los tejados el aspecto sombrío y simétrico de rectos colgadizos sobre arcadas tan ligeras, levantaban cúpulas y establecían en orden sus alminares, enlazados con la ornamentación de las galerías y techumbres de las salas inmediatas.
Partamos de su planta, como se ve en el plano, y por ella deduciremos perfectamente la regularidad y clásica sencillez de la composición. Un paralelógramo formado por dos cuadrados perfectos incluyendo el vestíbulo, constituye su plan. El ancho de sus claustros en los lados cortos y largos está relacionado por la medida de los tres lados del triángulo, en la proporción del cuadrado de la hipotenusa igual á la suma de los cuadrados de los catetos.
Los anditos ó kioskos vuelven á tener el ancho de la sala del vestíbulo, lo cual por sí solo ofrece gran sencillez en la distribución, erigida en sistema, según nos demuestran multitud de ejemplos. De aquí que las maderas puestas para encadenar los arcos y el anillo interior se puedan cruzar á manera de emparrillado y trasmitir las fuerzas á los muros de los cuartos inmediatos, formando con los del patio esta aislada construcción del Palacio del Harem, que incluye la Sala de Abencerrajes, la de las Dos Hermanas y la de Justicia, cuyos muros se ven en perfecta relación de continuidad.{238}
En el momento de visitar este patio nos ha parecido hallarnos en la vida del Oriente, entre Bagdad y Damasco, entre Ispahan y Cairo; luego que se admira la obra se olvidan aquellas clásicas reminiscencias y sólo ve el espectador las mansiones del éxtasis eterno reservado en el paraíso á los hijos de Agar. ¿Dónde y cómo se inventó un monumento de trasparentes anditos colocados como celosías unos detrás de otros para hacer más impenetrable el secreto de los placeres que allí se habían de sentir? No es un lujo de vana fantasía lo que nos conmueve, sino la imperiosa necesidad de describir lo que no tiene semejante y lo que parece que nunca se sujetó á reglas que pudieran dictarse para los tiempos venideros. Ni las galerías de sus cuatro lados son iguales; ni los innumerables arcos son absolutamente uniformes; ni sus columnas se agrupan con aparente igualdad; ni sus puertas guardan semejanza; ni hay, en fin, esa constante repetición de alturas y de líneas que constituyen la belleza en otros órdenes de arquitectura. Aquí es donde se puede decir que en la diversidad reside la unidad, porque si se compara un arco á otro, un techo á otro, un grupo de capiteles á otro, tal vez en el acto no se encuentre la identidad; pero arrojados todos en ese laberinto de construcciones, cada uno se coloca simétricamente en su lugar y á cierta distancia se halla la armonía del número y del conjunto.
En lo que llevamos descrito del Alcázar, no se ha desarrollado todavía por completo ese mágico sistema de convertir en grutas estalactitias las techumbres de los aposentos. Sólo en algunos alhamíes, en las cornisas y arcos se han empezado á usar, pero en el Patio de los Leones hallamos los tres anchos claros de sus entradas, alintelados con otros tantos arcos ó festones ondulantes de mocarbes, cuyo atrevimiento de construcción no se podría concebir á no considerarlos adheridos á los fuertes botantes que hay en los esqueletos de sus azuares. Más adentro, parándose en el medio de esas dos cortas galerías, se ven dos arcos en forma de pabellón á dentellones y en los fondos, los esféricos realzados en contraste con los primeros. Los{239} ligadores de tirantes se descubren en los techos para evitar la monotonía de los grandes paflones, y vestidos de ricas ataraceas de madera se pierden en los muros y apilastrados como los pescantes de los puentes de hierro, distribuyendo los techos de bellos almizates que nos hacen suponer si el exterior debería acusar con cúpulas planas ó convexas los huecos interiores, recordando los cupulinos del patio de la gran mezquita de Auríc; y sin embargo, en sus galerías estrechas no hay señales de esas cúpulas á la bizantina, supuesto que están interrumpidas las líneas por los menacires del segundo cuerpo y las bóvedas de los dos templetes.
Las innumerables columnas de mármol de Macael, que blancas en su origen han tomado ese color dulce que les imprime el tiempo, están ligadas por sus capiteles sueltos ó agrupados, según las exigencias de una construcción atrevida, cuya forma cuadrada y plana, en relación con los pilares que cargan sobre ellos, no es ni persa, ni asiria, ni griega, ni romana, filiación que se pierde en los diferentes períodos de transición que ha pasado este arte.
Para venir á este hermoso aposento[102], hemos atravesado un pasadizo angosto que desde pocos años existe abierto, y el cual no ofrece grandeza de ninguna clase. Esta comunicación no era directa en la antigüedad como es hoy; se hallaba interrumpida por todos lados, porque desde ella todo este tercer edificio con su correspondiente alcaidía, como ya hemos anunciado, constituía el harem, al cual se pasaba únicamente por la puerta que hay á una de las extremidades de la sala larga que sirve de vestíbulo al patio, y donde se hallan sus tres grandes arcos de entrada.
Este patio se principió á construir en 1377 bajo la dirección de un artífice árabe que trabajaba por primera vez en las{240} reales obras de la Alhambra: Aben Cencid[103] era su nombre y nosotros creemos que el género de ornato que aplicó, diferente al del patio ya descrito, fué hecho también por el artífice para las casas del Chapí y la llamada de los Oidores, por ser aquél reproducido en los mismos modelos de este patio. Hasta el año 1552[104] no se hizo aquí la primera obra importante de conservación, y entonces se quitaron á los templetes ó anditos las bóvedas exteriores de azulejos, con el objeto, según el informe de un maestro de obras, de evitar las filtraciones que había y prevenir la destrucción de las bóvedas interiores[105]. Entonces se compuso la yesería; se repusieron techos podridos y se levantó toda la parte antigua del alero.
En 1595 se formó expediente para hacer obras y cubrir muchas cúpulas que estaban abandonadas; se repararon las tejas blancas y verdes que existían todavía; se restauró un pavimento antiguo que estaba compuesto de ladrillos cortados y azulejos, por dentro y fuera de las galerías, (mostagueras), y se compusieron los mocarbes de yesería que se habían hundido[106]. En 1591 ocurrió el incendio de un polvorín en el inmediato barrio de San Pedro, cuya detonación ocasionó muchos hundimientos en la Alhambra[107], especialmente en la sala de entrada á este patio y en la inmediata de Abencerrajes. Es de dicha época la construcción de un alero de madera pobre y mezquino, el cual hemos principiado á restaurar en los cuatro lados, copiando los restos hallados en el mismo paraje del antiguo y rico que se destruyó.
En 1640 se reconoció por D. Antonio Guerrero el estado ruinoso del patio y se hallaron desplomadas ya las columnas de los enclaustrados y de los templetes. Por entonces estaban arrancados los mosáicos de todo el basamento del patio, que dicen eran muy semejantes á los de la alberca.{241}
Siguiendo este género de investigaciones sobre tan hermoso departamento, retrocederemos al año 1553, en el cual se hicieron ladrillos vidriados para las galerías por un tal Peñafiel, bajo la dirección de Francisco de las Madezas, y datan de esta fecha la mayor parte de las armaduras que han dado el aspecto de pobreza á los tejados que estamos restaurando.
En los dos miradores sobre las puertas de las dos salas de Abencerrajes y Dos Hermanas, había menudas celosías cubriendo los tres arcos del mikkah ó balcón, donde se asomaban las mujeres del harem, que habitaban pequeños cuartos distribuídos detrás de esa galería alta de ventanitas redondas y enfiladas que hemos hecho abrir recientemente. Desde el centro se ven las diferentes kubbas ó cúpulas de las dos citadas salas de la Ráuda, de la Justicia y las de los templetes, de las cuales sólo una se ostenta hoy como pudieran estar en los tiempos antiguos, porque el otro templete la perdió con motivo de las filtraciones, y para salvar la bóveda interior considerada siempre de mayor importancia.
Con efecto, en ninguna parte de este palacio hay techos más bellos ni más difíciles de hacer que los que se contemplan dentro de estos pabellones. Son unos acicafes trazados sobre una superficie curva que no es completamente esférica, y que por lo mismo ofrece inmensas dificultades de distribución geométrica, que todas están salvadas de una manera admirable. En esta clase de trabajos no ha habido quien mejore á aquellos artífices. Dichas bóvedas así talladas y combinadas de miles de pedazos, descansan sobre las pechinas que llenan los espacios triangulares, hasta coger las cuatro azuares ó paredes caladas, cuyos arcos forman los elegantes kioskos.
La fuente del centro no se levantaba como hoy sobre apoyos descansando en el lomo de los leones, sino que sentaba inmediatamente sobre ellos; pues consta que en 1708 un tal Diego del Arco hizo la segunda taza y los referidos apoyos, y que más tarde, en 1838, se hizo la pequeña pirámide en que termina; siendo de todo punto evidente que esa taza de mármol grande, llena de agua, y ceñida de una hermosa inscripción,{242} servía para las abluciones que tienen obligación de hacerse los mahometanos cuatro veces al día.
Al contemplar esos doce leones que la inscripción ensalza como obras de una expresión admirable, se notan las inspiraciones que el pueblo árabe había recibido en las ruínas de Tesifon, Persépolis, Bostan y en la antigua Persia. Así es que ni un paso adelantó en sus esculturas, antes bien, son más amaneradas todavía que las de los bajo-relieves de Murgal, donde se ven mónstruos y figuras humanas en actitud expresiva, con pelos erizados, que á manera de escamas cubren sus cuerpos. Estos, como aquellos mónstruos, tienen cierta rigidez en sus miembros, para darles más forma arquitectural, según el uso á que se destinaban. Los pliegues de la piel de sus vetustas cabezas semejan líneas simétricas que caen á uno y otro lado de las fauces, cuyos dientes son como los de los toros de Rustam, y sus melenas tan duras y tiesas como la de las cabezas de los monolitos de Táuris.
Cuando empezamos la restauración de este edificio hallamos el complemento de muchos de sus detalles, que pasaron desconocidos á los que antes se habían ocupado del arte musulmán. No era fácil, sin duda, fijar la forma de las cúpulas de los templetes, y el tamaño y adornos de todo el alero, si no hubiéramos hallado bajo las mezquinas restauraciones del siglo XVII los restos antiguos, sus dimensiones, su asiento, y cuanto puede necesitarse para devolverles la primitiva forma.
No tuvo jardines ó alizares este patio como se supone, excepto desde los años 1808 hasta 1846, en el que se hicieron arrancar por haber perjudicado á los cimientos; y en tiempo de los árabes estaba todo él embaldosado de mármol á grandes chapas[108] y mostagueras azules y blancas en las galerías.
Debemos llamar la atención hacia la sala que hay antes de entrar en este sitio, donde hemos levantado una corteza de yeso, bajo la cual habían ocultado nuestros antepasados los arabescos de su decoración. Un techo de la época de Felipe V,{243} ha coronado la estancia en vez del de colgantes que tenía, de los cuales conservamos algunos trozos para reponer los antiguos[109].
Dijo el historiador Lafuente, que Alhamar el de Arjona fué el que mandó construir este patio; pero las inscripciones que por todas partes tiene labradas, comprueban que fué Abu Abdil-lah Alganí bil-lah, el conocido por Mahomad V, que nació el 4 de Enero de 1338, y á cuyo sultán se atribuyen las más importantes obras llevadas á cabo en el reino de Granada. Ese mismo continuó las emprendidas por su padre, pero en época de tal florecimiento, que se nota bien la diferencia del gusto entre el Mexuar y este Patio.
Dícese que en este sitio, uno de los más predilectos de la corte mora, fué donde se hizo la jura del hijo de Mohamad, Abu Abdallah Jusef, en su casamiento con la hermosa y celebrada Zahira, y se dieron comidas á la usanza castellana, con presencia de embajadores cristianos de Castilla y Francia.
No hay en las inscripciones de este departamento bastante interés para anotarlas aquí, pues excepto las relativas al monarca citado, todas son salutaciones conocidas, elogios al sultán y suras del libro sagrado. Pero es de extraordinario mérito literario la que hay esculpida en el borde de la pila de la fuente, la cual debemos reproducir para conocer el lujo de hiperbólicas bellezas que ostentaba el monumento, y cita que se hace en ellas de un jardín que existiría en los espacios que rodeaban al edificio.
«Bendito sea el que concedió al iman Mohamad mansiones deleitosas, que son por su belleza la gala de las mansiones».
«Sino, este es el jardín; en él hay obras tan peregrinas, que no ha permitido Dios haya otra hermosura que pueda comparársele».
«Y estas figuradas perlas de trasparente claridad que engalanan los bordes con una orla de aljófar».
«Líquida plata que corre entre las joyas y que no tiene semejante en belleza por su blancura y trasparencia».
«Confúndense á la vista el agua y el mármol, y no sabemos cuál de los dos es el que se desliza».
«¿No veis cómo el agua corre por los lados y sin embargo se oculta después en la tierra?».
«A semejanza de un amante cuyos párpados están henchidos de lágrimas, y que las oculta por miedo de un delator».
«¿Y que es en verdad sino una nube que derrama sobre los leones sus corrientes?»
«Asemeja la mano del kalifa cuando aparece por la mañana derramando sus dones sobre los leones de la guerra».
«¡Oh, tú que miras estos leones que acechan! El respeto (al kalifa) les impide manifestar su enemistad».
«¡Oh, heredero de los Ansares, y no por línea trasversal, herencia de grandeza con la cual despreciarás á los más encumbrados!»
«La paz de Dios sea contigo eternamente; multiplíquense tus placeres y aflijas á tus enemigos».
Seguiremos por los cuartos más principales del palacio en el orden que traemos, remitiendo al lector al plano de todo él, para que allí vea los nombres é importancia de los pequeños y ruinosos pasadizos, que no describimos minuciosamente.{245}
Se entra á ella por una hermosa puerta de lacería primorosamente labrada[111] y el nombre que se da á esta algórfia desde el siglo XV, se funda en varias tradiciones más ó menos probables. Dícese que los Abencerrajes constituían una tribu influyente por su valor, que poseía palacios en la Alhambra y al pie de Sierra Nevada[112], la cual favorecería la causa del último rey, perseguido por su padre Abul Hacen. Este monarca se había enamorado de la Zoraya[113], y ocasionado la separación de su legítima mujer la sultana Aixa. La favorita instigaba al rey para que dejase degollar á los hijos de aquélla, hasta el punto, que la sultana temió por la vida de éstos y los salvó descolgándolos con las tocas de sus esclavas por la torre de Comareh, y huyendo con ellos á Guadix, se puso al amparo de los Abencerrajes. El pueblo maldijo á Hacen, y trajo de Guadix al hijo para colocarlo en el trono.
La versión de Pérez de Hita expone, que en la corte de Abu Abdil-lah existían enemistades entre Zegríes y Abencerrajes. Un torneo habido en la plaza de Bibarrambla dió á los primeros la victoria. Estas dos familias se aborrecían, y un Zegrí acusó públicamente á los Abencerrajes de estar en tratos con los cristianos enemigos, y á Hamet de tener amores secretos con la reina. Enterado el rey, citó con engaños en una sala de la Alhambra á los Abencerrajes, y los hizo degollar á todos. La reina iba á ser quemada en una hoguera, y el día de{246} la ejecución, dícese, que aparecieron cuatro caballeros campeones de la calumniada, que demostraron su inocencia en singular combate.
Desde que se conoce la historia escrita por D. Hernando de Baeza perdieron aquellas versiones su misterio. Según ésta, la Zoraya fué traída muy joven á la Alhambra desde las cercanías de Cabra, donde había sido cautiva. Creció en el Alcázar, y siendo hermosa, Muley Hacen la distinguió hasta provocar{247} los celos de la sultana Aixa; ésta temió por la vida de sus hijos, y sacándolos del palacio por un ajimez de la torre de Comareh, descolgándolos con las tocas blancas de las odaliscas, huyó á Albaicín, donde estuvo ocho días hasta que partió para Guadix, dícese, ayudada por los Abencerrajes. Hay detalles preciosos de aquella tradición que el lector hallará en tan notable libro. Únicamente recordaremos que la Zoraya vivió con el monarca, dominando el harem y engalanada con las ricas joyas de la madre de Boabdil.
En tiempo del mismo Hernando de Baeza[114] se llamaba á este cuarto Sala de la Sangre, y pocos años después de la reconquista contaban los moriscos que los Abencerrajes, en número de 17, cuando iban por un pasadizo oscuro que hay hoy tapiado, una esclava que estaba asomada á la ventanita sobre la puerta del otro lado, les avisó que se volvieran y no penetrasen adelante en el sitio donde iban á ser degollados. Todavía se cree que están manchados los mármoles con la sangre de las víctimas[115].
Es esta Saha una de las más elegantes del palacio, alzándose en tres cuerpos perfectamente proporcionados é iluminándose por diez y seis ventanas caladas en los arranques de la hermosa bóveda de figura de estrella, las cuales derraman una luz dulce y tranquila. Las alcobas que espaciosas se abren á sus dos costados por medio de cuatro hermosos arcos llenos de adornos azules y escarlatas, parece como que esperan los dos lujosos divanes que han desaparecido, donde las mujeres pasaban horas eternas de amorosa contemplación. Una fuente, que incansable bullía hasta perder sus aguas en el patio inmediato; el rico brocado en brillante relieve de su comarraxia;{248} los caprichosos pebeteros[116] y sus bazares en elegantes hánias, todo lo que falta en ella y lo que con tanto encanto se mira hoy, daría á esta estancia un especial colorido de seductora tristeza.
Las restauraciones del siglo XVI la dotaron de pintados del Renacimiento en los techos de las alcobas y de algunos relieves en el primer cuerpo, que se atribuyen al célebre Alonso Berruguete, sin dato alguno. Los azulejos árabes desaparecieron á fin del siglo pasado, y á principios del presente se volvió á restablecer este ornato con los que se compraron del convento de la Cartuja, los cuales pertenecen al tiempo del emperador Carlos V.
Se ha dicho que, á consecuencia de hundimientos causados por el incendio del polvorín, esta sala fué reconstruída casi totalmente en el siglo XVII, y esto no parece cierto porque sus muros son antiguos, sus labores moriscas en las nueve décimas partes, y los arcos, que siempre son los primeros detalles que padecen, se hallan perfectamente libres de restauración[117].
Debemos citar con particular encomio el ornato de las enjutas de la puerta de entrada como el más hermoso del estilo árabe, las archivoltas de los grandes y pareados que hay en el interior para entrar en sus alhamíes y los delicados axarques hechos con azul en los abacos y collarinos de los capiteles.
La forma de la cúpula es una estrella de ocho puntas, en cuyos ángulos externos hay hornacinas que llenan los ocho triángulos encajados por medio de otras cuatro más grandes en el cuadrado de la planta de la sala. Por este medio se nota{249} mirando hacia arriba que disposición tan puramente geométrica ha servido para labrarla, y cómo hasta el más menudo triángulo prismático de sus bóvedas está en perfecta consonancia con las dimensiones totales, cuyo misterio de composición, hallado al repetir tan complicadas trazerías, no se reveló á ninguno de los artistas que publicaron antes los dibujos de la Alhambra.
El pasadizo que se cruza al penetrar en esta sala conduce por la derecha á un corredor oscuro que terminaba en el vestíbulo del patio, por donde pudieron entrar los Abencerrajes; aquí hay una escalera y un aljibe bastante grande, que debió servir para el surtido de las aguas del Alcázar, y encima un patio ruinoso con claustro y salitas, semejante en su planta á otros muchos que se ven en Granada. No ha penetrado ninguna restauración en este sitio, y por consiguiente, fuertes capas de cal y yeso cubren la mayor parte de sus labores y letreros; tres arcos dan entrada á otra salita, también horriblemente embadurnada, desde la cual se pasaba por una puerta convertida hoy en ventana á otras habitaciones que fueron destruídas para hacer el Palacio del emperador, todo lo cual se ve bien claro por la continuidad que en este lado ofrecen los muros. Desde este pequeñito palacio, que bien puede así llamarse, pasamos á uno de los miradores del Patio de los Leones y á las galerías que eran habitaciones de mujeres; y todos estos cuartos con el patio adjunto inducen á creer que aquí existía otra puerta de los alcázares para comunicarse quizá con la Gran Mezquita.
Nombre que significa verjel y cementerio de magnates, cuyo edificio ocupaba antes un vasto jardín, extendiéndose por el Patio de los Naranjos hasta la torre del Mihráb. En{250} este espacio había algunos edificios aislados, cuyos cimientos hemos visto con motivo de la obra que se hizo en el patio, y que eran de época anterior al tiempo de Mohamad V.
Al contemplar los ruinosos edificios que llevan el nombre de Ráuda, choca el género de su arquitectura y la disposición de compartimentos apenas relacionados con la Sala de los Abencerrajes; y causa más sorpresa encontrar sus techumbres cambiando las formas exteriores y produciendo tal confusión, que no se distingue la obra antigua, ni la que puede atribuirse al siglo XVI, ni cuál es el destino de esta torre que, á manera de las tumbas de los kalifas en Cairo, se alza aquí á respetable altura. Su planta cuadrada, en cuyos lados hay cuatro hermosos arcos de herradura de bellísimas proporciones; sus dilatados paramentos con pintadas labores de ladrillos ó almadrabas; su cúpula en forma de concha agallonada á semejanza de la Kiblah de Córdoba y pintada de las mismas sofeisifas, con algunos adornitos rojos en las enjutas; la alta mikkah por donde recibía la luz, y el aislamiento de este alminar sin muros adyacentes que lo subordinen á otras obras, nos obliga á suponerle edificio tan antiguo al menos como las Isnas de la alcazaba Alhamrra.
Contábase por los moriscos de principios del siglo XVII que en el Beitalmenan ó sala se hallaron varias sepulturas de reyes moros, cuyos nombres estaban en las inscripciones de unas lápidas que existían en la Casa Real Vieja[118]; y que en una pila larga y angosta que hay en un cuarto inmediato se lavaban los cuerpos muertos de dichos reyes antes de envolverlos en los cambux con que los ceñían para meterlos en las sepulturas.
La Ráuda fué, pues, el panteón de los primeros sultanes de Granada antes que se construyera el Patio de los Leones, y los sepulcros estarían colocados encima del piso, de modo que fueron desbaratados por los conquistadores á poco tiempo de su llegada.{251}
Para describirla vamos á reproducir parte de lo que ya hemos dicho y publicado con motivo de las pinturas, en la Revista de España.
Dice Hurtado de Mendoza que Bulhaxix halló la alquimia, y que gracias al oro que hicieron por su medio pudieron embellecer los palacios, cercar la ciudad con triple muralla y edificar la Alhambra con sus muros de oro y pedrerías. No es menester fabricar el oro ni hallar las perlas y las amatistas en estos muros para creer que el efecto que debían producir cuando se construyeron daba lugar á todo género de fantasías. Vestigios de colores y oro hay por todas partes, y en la Sala de Justicia lo conservan más ó menos todos los ornatos. Es una hermosa nave de tres cúpulas principales más elevadas y cinco más pequeñas, franqueada por tres elegantes puertas que comunican con el Patio de los Leones. Otros tres arcos más esbeltos y clásicos se levantan en los testeros principales de los tres departamentos cuadrados y dan luz á tres Kubbas ó alhamíes coronadas de techos embocinados donde, sobre fondo de tafilete, se hallan pintadas las singulares obras de color y dibujo que no han podido borrar cinco siglos de olvido y abandono. La decoración mocárabe de estos divanes nos recuerda algo de la catedral de Córdoba en sus arcos apuntados y estrechos en los arranques. Fué sin duda un tributo pagado por los alarifes de la Alhambra á los de aquella gran mezquita. Los techos estalactíticos[119] fantasean las grutas de filtraciones{252} calcáreas en las estancias de estos pabellones, con sus cúpulas sembradas de claraboyas, y sus anchos frisos ostentan los escudos alhamares entre los cristianos motes de los reyes que conquistaron tan afamadas obras.
Desde 1496 estas notables tarbeas que levantan airosas sus{253} esbeltos cupulinos, se denominaban ya Sala del Tribunal, del Consejo y de los Retratos, en las crónicas de Mendoza y de Pulgar, aceptadas por Argote de Molina y Lozano. Pero autores modernos, fijándose en la costumbre de los reyes mahometanos y de nuestros monarcas desde D. Pedro hasta los Reyes Católicos, han establecido con suficientes datos el hecho de que nunca la sala donde se administraba justicia se hallaba en el fondo del harem, sino en las puertas de los castillos y casas de reyes; y por consiguiente, el nombre dado á esta sala no podía tener por fundamento ese destino, á no ser que bajo los nazaritas sirviera de diván donde se reunían los magnates y catibes á decretar los asuntos de Estado. Tampoco debía llamarse de los Retratos de los Reyes, porque ni se ven allí pintados todos los que se sucedieron en Granada antes del año 1400, ni los colores de sus trajes, ni aleñas de sus barbas coinciden con los distintivos que en sus blasones adoptaron, ni con los trajes negros con franjas rojas, que usaron los primeros sultanes, ni los bermejos con franjas negras que por regla general son usados por las dinastías reinantes de los Abbasidas.
Difícil nos será alejar la creencia de que dichas pinturas no podían haber sido hechas por artistas mahometanos, fundada en el texto de la Sura, que prohibe á los descendientes de Agar imitar las formas naturales y representarlas sobre mármoles y estucos; pero no lo es tanto si se atiende á que los que labraron esculturas de hombres y animales, y fundieron bronces como los que hemos visto[120], no podían haberse impuesto el veto de no pintar lo que de mil maneras esculpían. De allí la suposición de que algunos cautivos cristianos debieron ser los autores de las tres obras, únicos que en aquella{254} época ejercían la profesión y pudieron interpretar el estilo gótico y romanesco de los edificios que hay en ellas diseñados.
En el siglo XII se pintaban en Italia los torneos al estilo oriental entre figuras grotescas de animales, para cubrir los muros de los palacios; pero notándose en ellas cierta corrección de dibujo y deseo de imitar lo natural de las actitudes y movimientos, que como arte son obras superiores á las de la Alhambra, aun siendo aquéllas más antiguas. En los libros de miniaturas del rey Módus, siglo XIII, hay unas cacerías que también tienen este mismo carácter, con pájaros y jabalíes, en las que los árboles, los caballos, los escuderos, están dispuestos como en las pinturas de la bóveda de la derecha: difieren los arreos, pero los jinetes van vestidos según éstos, de cota ceñida y capuchón á la usanza de Gastón Febo en sus cacerías de jabalíes, donde se ven estos mismos caballeros que parecen de madera, y que en verdad tienen más expresión; lo mismo que los del manuscrito Lancelot en la escena de los caballeros de la mesa redonda, del siglo XIV. Y las pinturas hechas por cristianos con motivo del viaje de Carlos IV de Francia, que son de la misma época ¿no ofrecen una diferencia notable en el modo de plegar los paños, en los cabellos y en las manos, de la tiesura y rigidez de miembros que se nota en las figuras de estas bóvedas, donde no se ve más que la silueta negra que forma el dibujo y los diversos colores que llenan los espacios?
Sobre las figuras de la bóveda del centro[121], ¿qué hay en ellas que nos indique si son retratos de los reyes que se habían sucedido en Granada por aquel tiempo? Ningún distintivo tienen: ni en el turbante por la riqueza de pedrería en forma de escarapelas, ni en los anillos de oro ciñendo la frente, ni en los cinturones guarnecidos de colores y dorados, ni en las ajorcas á la mitad de los brazos, ni en las empuñaduras de las espadas se indica que los personajes debieran distinguirse como{255} fué uso y costumbre entre los sultanes de la Arabia y de la Persia; por el contrario, en el Oriente los árabes en Consejo se han colocado siempre en el orden que están aquí; mientras que á los reyes rara vez se retrataban por respeto á sus personas. En cambio estaba admitido el pintar retratos de poetas, adivinos, recitadores, charlatanes y otros tipos que abundaban en las cortes de los kalifas, los cuales tenían siempre divertidos á los reyes con sus gracias, como se cuenta de los kalifas Ben-Ahkam, Illah, Moavia, Abdul-Melic, y de los que les sucedieron, lejanos ascendientes de los reyes de Granada.
En el siglo XIV, en cuya época debieron hacerse estas pinturas, el arte se había perfeccionado más en Italia que lo que aquí se demuestra. Adriano de Edesia pintó en Milán sobre las paredes que doraban ó cubrían de azul, figuras alegóricas de los tiempos paganos, en las cuales había desaparecido ya ese{256} perfilado negro con que están dibujadas las de los más antiguos tiempos, como lo indican las iglesias de la Cava, de Casuaria y Subiaco, para imitar exclusivamente los mosáicos de los bizantinos, donde campeaban los colores vivos, dispuestos en forma de escaques, de fajas ó rosetones, cuya disposición fué todavía más extraña que la de las pinturas de la Alhambra; y en el siglo X y siguientes se pintaban en algunos claustros de los conventos, cacerías centauros y arabescos profanos, según decía el Santo de Claraval, que declamaba contra esta costumbre, la misma que se observó en los monasterios góticos de España; todo lo cual nos induce á creer que podía haber en el territorio dominado por los árabes pintores que conservaran esta tradición.
Existiendo, pues, la pintura como arte decorativo antes de Cimabúe, y habiendo éste aprendido de los griegos, como bien claro se ve, sus antecesores del siglo XIII fueron enteramente reproductores de tipos y escenas orientales, aunque las aplicaran á los monasterios; pero de entre ellas, las de la Alhambra derivaban propiamente de este origen, hechas por árabes ó bizantinos, que viajaban entonces en las principales ciudades de Europa, y que en Granada existían, sin duda, como buenos musulmanes; los cuales á principios del siglo XV no pintaban tan bien como los italianos de los tiempos de Giotto y de Stéfani, en cuyas obras se revela un arte que tiende al Renacimiento; mientras que en éstas, hechas anteriormente, se expresa un sistema de pintar hierático con arreglo al trazado de Teófilo; y más cuando ya se sabía el modo de disolver los colores con linaza, cuyo medio no se revela en ninguno de estos ejemplares. Las pinturas que aquí vemos no están hechas por estos procedimientos, sino que son de cola ó huevo, barnizadas después con linaza como las que se usan todavía en las iglesias rusas; por consiguiente, en el tiempo de Tomás Guido y de Pablo Uccello, en que se buscaron las reglas de la perspectiva y de los escorzos, hácia 1415, que es la mayor antigüedad que se puede dar á esos pergaminos, la pintura había adelantado ya en Italia y en Francia para que se atribuyan{257} á cristianos estas obras, que no pueden compararse más que á las de los tiempos de Masaccio, en los cuales principió á formarse el reino de Granada y en cuya época el Patio de los Leones no había sido siquiera imaginado.
Los pintores españoles que cita Cean Bermúdez, y cuyas obras pueden verse todavía, no ofrecen tampoco semejanza con éstas; además del estilo, que es distinto en su mayor parte, los adornos y las pinturas de la vieja época que existen en Toledo, en Córdoba, etc., son del año 1418 y muy conocidas, como las de Juan Alfón en la capilla de los Reyes Viejos de aquella catedral, de estilo religioso y procedimiento muy diferente; y las de Rizzi, Borgoña y del estofador Diego Copín, tampoco ofrecen semejanza, antes por el contrario, parecen y son obras de otro espíritu que tenía su tradición conforme á principios de cultura más moral y mística, y menos dominado por las influencias orientalescas que perturbaban las ideas de los convertidos españoles, en aquellos tiempos de dominaciones sucesivas.
Almonacid, un moro convertido del año 1460, estofaba y pintaba el retablo gótico de la catedral de Toledo en compañía de aragoneses y lemosinos, mezclándose de este modo el arte de los pintores de origen enteramente morisco con el de las escuelas que procedían de Francia y que ya se conocían en Galicia, León y Cataluña; notándose que no eran poco diestros en el pintar los mahometanos que en Córdoba trabajaron algunas capillas mudéjares.
En la restauración que hemos hecho el año 1871 con el objeto de asegurarlas y evitar que se cayeran á pedazos, por consecuencia de las filtraciones de las lluvias, hemos visto que están hechas de madera de la clase que vulgarmente se llama de peralejo[122], en tablas de siete centímetros de grueso, sin cortar en cerchas ni casquetes regulares, sino labradas á trozos de diversos tamaños para ir formando el elipsoide, cuya{258}
disposición y materiales están indicando que fueron hechas en Granada precisamente; y los clavos que unen las tablas son de los que hacían los árabes para todo este edificio, bañados de estaño para que la oxidación del hierro no perjudicase á las{259} pinturas[123]. Sobre la superficie cóncava de las tablas, bien alisada, está tendido el cuero que debieron mojar para amoldarlo, pegado con un engrudo grueso de cola, y clavado en todas direcciones con los clavitos de cabeza cuadrada en forma de muleta. Sobre el referido cuero hay extendida una capa de yeso mate y cola del espesor de dos milímetros, la cual ha sido bruñida y pintada de rojo á manera de bol, para dibujar encima con un punzón los objetos pintados; teniendo antes en cuenta que en los fondos que iban á ser dorados en bajo relieve, la capa de yeso es más espesa, para producir los adornos con moldes y una ligera presión. Y hemos notado en algunos rasgos de los punzones sobre el yeso duro, huellas de otros trazos sin orden, entre los que había formas de letras árabes puestas allí como señales del artífice que se ocupó en trazarlas; nueva indicación en favor de la procedencia morisca que se está discutiendo.
Estas bóvedas ofrecen un episodio completo de un romance fácil de adivinar, el cual se reduce, á que el león figura simbólicamente los amores de un guerrero árabe esclavizado á una cristiana de alto rango, que un mago, por medio de sus hechicerías, trata de robarla, y que es sorprendido por el cristiano que aparece y mata al mago, cuyo cristiano á su vez es muerto por el árabe en desafío y á la vista de la dama: que todo esto se verifica mientras los dueños del alcázar juegan tranquilamente dentro del edificio, muy ajenos de lo que está sucediendo por fuera. Entre tanto, otros caballeros cristianos, con trajes del tiempo de Don Juan II, se entretienen en una partida de caza de osos y jabalíes, ocupación diaria de los tiempos feudales y causa de muchas empresas amorosas.
En otra bóveda se ve en primer lugar y en el centro, una composición fantástica que tiene puntos de contacto muy marcados con la otra pintura. Una fuente en el medio, con columnas salomónicas sirviendo de eje central, y en la más{260}
pequena de sus tazas, un perro en actitud espectante. La forma de todas las pilas es octogonal y la primera, ó la que descansa sobre el suelo, tiene en los ocho ángulos pedestales salientes, los cuales dejan entrepaños con cuadrados en el centro donde se ven cabezas de león. La segunda pila, que también{261} derrama agua, está sostenida por ocho niños á manera de angelotes, con las cabelleras peinadas, y á un lado y otro se ven sentadas dos figuras, una de las cuales es la dama que en la otra bóveda tiene encadenado el león, y la otra es un joven que parece el del torneo. En el suelo hay como un estanque poblado de patos y gaviotas, y árboles á uno y otro lado con piñas y nísperos, cargados de pájaros de diversos colores. Siguiendo á la derecha se encuentra un paje tocando una bocina, que lleva melena en bucles ó sortijas, capuchón, pantalón ceñido y botines, como los trajes de la corte borgoñona: luego hay un caballero sorprendido por un oso al que hiere con su lanza mientras acometen á la fiera galgos y lebreles; también se ve entre ramas un joven bebiendo en una alcarraza, pero con traje tan raro, que parece del tiempo de Luis XIV.
En la bóveda del centro es donde se han entretenido más los arqueólogos, suponiendo unos que son retratos de diez reyes, hasta el conocido por Abu-Said, el Bermejo, muerto por Don Pedro de Castilla el año 1362; y como esto conviene con las escenas que se representan en las otras dos, las cuales se pueden atribuir á la misma época, es muy posible que antes que se hicieran estas pinturas no hubieran reinado más de diez nazaritas, con lo cual coinciden nuestros estudios sobre el tiempo en que fueron hechas. No hay en ellos, sin embargo, ningún distintivo por el cual podamos deducir que fueron los diez reyes mencionados. Y ¿cómo no habían de tenerlo cuando sabemos que los reyes de Persia llevan sobre el turbante ó el caftán negro á manera de escarapela, estrellas, cuentas doradas ó círculos de colores, según sus genealogías, que los kalifas de la Arabia se distinguen en el color del turbante, como se significaba la bandera del Profeta; que los turcos llevan la media luna sobre su escudo y frente, y que los de Egipto, Túnez y Marruecos se dieron á conocer también por los colores dinásticos, los petos bordados y algunas veces las coronas en forma de anillos, semejantes á las de los reyes de Judea ó de los antiguos asirios?
Hay aquí distintivos puramente jerárguicos, lo cual nos aleja{262} completamente de la idea de que fueran reyes, que nunca vistieron sus alquiceles de dos colores, como era costumbre en aquellos tiempos entre las personas de rango y categoría, musulmanes ó cristianos. En cuanto al color de las barbas, ya se sabe que era un capricho de los tiempos feudales teñirselas como distintivo; pero no de un modo permanente; y el conocido por el nombrado alcatán era un aliño hecho de dos ó tres hierbas que producían el color rojo para la barba; y la alheña un tinte negro para el cabello y párpados, hecho de tornasol, alumbre y humo de pez, macerado en alcohol á caliente, con lo cual se ribeteaban los ojos, las cejas, manos, pies y uñas para aparecer más jóvenes y hermosos, como los antiguos egipcios y modernos africanos.
Es pues, más probable, que lo que aquí quiso representar el pintor fué un Mexuar ó Consejo árabe, porque no existe ningún género de analogía entre estas figuras y los caracteres de los monarcas que se suponen retratados; y únase á todo esto el dato del nombre que desde la conquista se dió á esta sala, que fué del Tribunal, con preferencia al de los Retratos, que empezó á dársele algunos años después[124]. Además, nosotros creemos que la disposición de este aposento enlazado con el Patio de los Leones, separado algún tanto del harem que ocupaba las habitaciones altas, hace sospechar que era el lugar destinado para las conferencias de los reyes con sus ministros y capitanes, á cuyo sitio se entraba por la puerta separada que hemos indicado en otro sitio, cerca del vestíbulo de todo este tercero y más moderno alcázar.
En las dos extremidades hay escudos parecidos á los del tiempo de Don Juan II, con banda que sale de la boca de dos sierpes y dos leones por debajo de cada uno, sentados y simétricos como serias esfinges; lo cual, si bien descubre la época{263} cristiana, no se concibe por qué en la Alhambra se ve este signo heráldico diferente de los usados por los moros, pues desde Mohamad I, denominado Algalib-billah (el vencedor por Dios), siempre llevó la faja de su escudo este mote, y aun antes los de todos los sultanes andaluces; además que el escudo árabe es siempre más cuadrado, mientras que éste, como los que hay colocados en las puertas del castillo de las otras pinturas, es más triangular y se asemeja á los usados por visigodos, y su color es rojo, el mismo que usaban los moros granadinos en los estandartes y emblemas.
Lo que más comunmente se había usado por blasón en tiempo del kalifato, fué una llave azul en campo de plata; pero este signo fué también de los monarcas granadinos, los cuales no habían abierto con la llave las puertas de la Península. ¿Cómo, pues, se cambia el blasón en el caso presente, y la llave continúa poniéndose en las claves de los arcos de los castillos y alcázares?
Sobre todas las pruebas irrefutables de que los citados retratos no eran de reyes, existe la de que el traje no es encarnado, como indubitadamente lo usaron los nazaritas, cuyo color solo lo cambiaban en el caso de luto, que lo usaban negro como los cristianos. Y resulta que el traje de Boabdil era encarnado en la batalla de Lucena[125], y que siguiendo la costumbre de los trajes rojos en los monarcas granadinos, se sabe por la historia de la rebelión de los moriscos que Aben-Humeya fué investido con las insignias reales, colocándole traje encarnado; y el mismo Ibn-Jaldun refiere que en Málaga y en Baza se hacían trajes de este color, con las figuras de reyes pintadas en el pectoral, á semejanza de los de Siria; y no habiendo, por consiguiente, entre las figuras aquí representadas más de una que tenga el traje escarlata, aunque se quisiera suponer que éste fuera el único retrato de rey, es para nosotros dudoso, porque según Al-Makkari, los reyes granadinos no llevaban{264} turbantes ó imamas, y todas estas figuras lo llevan sin excepción, mientras que, dice este autor terminantemente, que éstos eran llevados sólo por los ulemas y otros doctores de la ley en todos los casos; tales relatos acaban de resolver la cuestión.
Por último, en un escudo que lleva al brazo uno de los caballeros de las otras pinturas, se nota un signo heráldico de tres palomas blancas en campo rojo, que pertenece á la familia de los Acejas, según el autor de la Historia de Galicia[126] cuyo emblema no debe confundirse con el escudo de los Huete que usaban la paloma blanca en campo azul. Por lo tanto, el episodio hay que buscarlo en los antecedentes nobiliarios de aquella casa, y bien podrá hallarse una vez planteado el problema que dejamos expuesto, al señalar la familia que tales empresas sostuvo con los moros andaluces.
Y para concluir, citaremos un extracto de Ibn-Jaldun, publicado por el Instituto imperial de Francia[127], el cual prueba que los cristianos de Castilla y León se llamaban gallegos, por los árabes, razón por la cual se busca en la historia de Galicia el nobiliario de los Acejas, cuyo escudo se ve en estos cuadros, como cristianos que vivían fronterizos al andaluz; además los árabes imitaban á dichos gallegos, llegando á pintar imágenes y simulacros, atamadil, en el exterior de los muros y dentro de los edificios. Y sobre todo, el citado autor[128], que{265} censuraba estas imitaciones en los árabes, nos habría dicho que eran obras de cristianos renegados ó de extranjeros, lo cual no hizo; antes bien, lo criticó en el pueblo muslímico, como resultado del predominio cristiano que ya se sentía por todas partes.
Pasando por una hermosa puerta de lacería y talla, entramos en un aposento cuya galanura no podríamos describir mejor que lo hicieron los árabes en los veinticuatro versos grabados sobre su hermoso zócalo de azulejos.
Á un lado y otro, antes de pisar los umbrales marmóreos de esta sala, se halla un estrecho corredor ó pasadizo, que subía á los aposentos altos y menacires tomando á la derecha, y por la izquierda á un pequeño megle ó cuartito reservado, de uso particular. La puerta de arrocabes cierra la salida al patio dejando dentro de la habitación completa independencia, como se observa también en las otras salas recorridas, pudiendo de este modo ser visitados los patios sin comunicación con los cuartos del harem.
Leamos las inscripciones para comprender mejor la belleza incomparable de la estancia:
«Yo soy el jardín que aparece por la mañana ornado de{266} belleza; contempla atentamente mi hermosura y hallarás explicada mi condición».
«En esplendor compito, á causa de mi señor el príncipe Mohamad, con lo más noble de todo lo pasado y venidero».
«Pues por Dios que sus bellos edificios sobrepujan por los venturosos presagios á todos los edificios».
«¡Cuántos amenos lugares se ofrecen á los ojos! El espíritu de un hombre de dulce condición verá en ellos realizadas sus ilusiones».
«Aquí frecuentemente buscan su refugio de noche las cinco pléyadas, y el aire nocivo amanece suave y deleitoso».
«Y hay una cúpula admirable que tiene pocas semejantes. En ella hay hermosuras ocultas y hermosuras manifiestas».
«Extiende hacia ella su mano la constelación de los gemelos en signo de salutación, y se le acerca la luna para conversar secretamente».
«Y desearían las estrellas resplandecientes permanecer en ella y no tener en la celeste bóveda fijado su curso».
«Y en sus dos galerias, á semejanza de las jóvenes esclavas, apresurarse á prestar el mismo servicio con que ellas le complacen[129]».
«No fuera de admirar que los luceros abandonasen su altura y traspasasen el límite fijado».
«Y permaneciesen á las órdenes de mi señor, por su más alto servicio, alcanzando más alta honra».
«Hay aquí un pórtico dotado con tal esplendor, que el alcázar aventaja en él aun á la bóveda del cielo».
«¡Con cuántas galas lo has engrandecido! (¡Oh, rey!) Entre sus adornos hay colores que hacen poner en olvido los de las preciadas vestiduras del Yemen».
«¡Cuántos arcos se elevan en su bóveda sobre columnas que aparecen bañadas por la luz!»
«Creerás que son planetas, que ruedan en sus órbitas, y que oscurecen los claros fulgores de la naciente aurora».{267}
«Las columnas poseen toda clase de maravillas. Vuela la fama de su belleza, que ha venido á ser proverbial».
«Y hay mármol luciente que esparce su resplandor y esclarece lo que se hallaba envuelto en las tinieblas».
«Cuando brilla herido por los rayos del sol, creerás que son perlas á pesar de su magnitud».
«Jamás hemos visto un alcázar de más elevada apariencia, de más claro horizonte, ni de amplitud más acomodada».
«Ni hemos visto un jardín más agradable por lo florido, de más perfumado ambiente, ni de más exquisitos frutos».{268}
«Paga doblemente y al contado la suma que el cadí de la belleza le ha señalado».
«Pues está llena la mano del céfiro desde la mañana de dirhames de luz, que contienen lo suficiente para el pago».
«Y llenan el recinto del jardín en torno de sus ramas los adinares del sol, dejándole engalanado».
Las demás inscripciones citan el nombre de Abu Abdillah y otras son versículos koránicos y salutaciones de las acostumbradas.
Todos los cuartos de esta sala eran aposentos de mujeres distinguidas que vivían con independencia dentro del mismo harem, y de aquí el que haya existido la tradición de que dos hermanas cautivas lo habitaron, las cuales murieron de celos, contemplando desde la ventana del alhamí las escenas amorosas en el jardín de las Damas; la puerta del alhamí de la izquierda, descubierta por nosotros en 1870, era la que comunicaba secretamente con los cuartos del sultán y los baños.
Son notables en esta sala, y del género más puro, los alicatados ó azulejos del basamento, de difícil combinación y complicados en su dibujo, sorprendiendo sobremanera la tersura del barniz y la planicie de cada pedacito de color diferente, porque sabido es cuánta dificultad ofrece fabricar esta loza con esas condiciones[130]. Hemos examinado el modo de labrarlos y hallamos que cada uno se ha trabajado con cincel y lima hasta incrustarlo con la perfección que se nota.
La bóveda es la más dilatada que hay de colgantes, cuya atrevida construcción espanta y no puede debidamente calcularse, más que suponiendo que pende de un esqueleto de madera afianzado en sus estribos.
Don Diego del Arco restauró esta sala en 1705[131], y todavía se nota la obra en aquellos sitios donde no hay colores{269} antiguos. En 1691 se repararon los mosáicos en los alfeizares de las puertas. En 1622 hubo un ligero hundimiento en dos de las hornacinas del segundo cuerpo decorativo, que fué restaurado inmediatamente, reponiendo algunos puentes de madera de la construcción interior. Este departamento se conserva mejor que otros muchos, siendo fácil hallar en él vestigios de los primeros colores con que fué pintado y de la delicadeza de los trazos; pero lo que más llama la atención es que todo el ornato se ajusta como en ninguna otra parte á su construcción; nada puede en él quitarse y nada reemplazarse sin que se destruya la unidad de su composición, tan admirablemente distribuída. Por la traza geométrica de sus amedinados no puede ser ni más grande ni más pequeña, todo está encajado como en un tablero de ajedrez, y para hacerla hubo que imaginar, al mismo tiempo que el conjunto, sus más pequeños detalles, lo cual no es de rigor en los demás géneros de arquitectura, donde siempre hay algo que se deja á lo imprevisto. Se atribuye á Aben Zemcid la dirección de esta obra.
Se pasa una antesala que tiene una hermosa bóveda de admirable combinación y se entra en este pequeño aposento que se llamaba de Daraxa en 1622, y desde cuya fecha hallamos documentos con el nombre moderno. En árabe indica lugar para entrar ó ascender; pero los poetas, desde el siglo XVII en adelante, suponen que era el nombre de una sultana favorita que pasaba sus días en este delicioso cuarto, lo cual es una tradición que tiene por fundamento el nombre de la sultana Aixa, llevado por muchas reinas, de las cuales sería éste un lugar predilecto[132].{270}
Nótese el arco de entrada, fastuosa inspiración; nada más elegante y rico sin carecer de la delicada sencillez, que encanta al que lo mira. Dice el P. Echevarría que en los gruesos del arco había nichos como los de otros parajes; pero podemos asegurar que la decoración de este sitio no ha sido jamás modificada.
Obsérvase lo rebajado del ajimez del centro y ventanas laterales, así dispuestos para reclinarse en el suelo á la vista de los jardines. Son cúficos la mayor parte de los adornos de las paredes. Tan preciosa estructura está coronada por una trazería calada hecha de madera, y en cuyos claros había colocados cristales de colores[133]. La luz neutra que se derramaba por ellos producida por los colores de sus vidrios, daría á esta estancia un aspecto sublime. Para ello, estaban cubiertos los claros con cuajadas celosías de madera que velaban la luz del jardín, todo lo cual armonizaría perfectamente los colores de las paredes en todo el vigor de su entonación, con los trasparentes del techo, que hoy aparecen un poco fuertes. Las cuatro paredes de este precioso mirador están compuestas de arcos apuntados dobles y triples bajo un centro común, y el de entrada tiene las más bellas enjutas que hay en el alcázar, con una curva á festón que regulariza los mocárabes de su intrados en pequeños cupulinos. Los alicatados ó azulejos son los más finos, obra de indescriptible paciencia. Su pavimento era una alfombra de los mismos mosáicos del umbral, y el todo revela un encanto y misterio voluptuoso, sin igual en el alcázar.
Desde la ventana del centro se veía el río Darro, antes de que se construyera el Patio de los Naranjos, después de la conquista.
En el año 1853 se fortificaron los muros por el exterior para contener la ruína indicada en la antesala inmediata. En ella se notan dos preciosos ajimeces que abren al patio citado,{271} y los arabescos interiores de los muros conservan bien sus colores primitivos, especialmente en su hermosa techumbre.
Los espacios lisos de esta antesala, como hemos dicho de otros análogos, los cubrían los árabes con tapices y cueros labrados, ó con panoplias de telas de diversos colores, en las cuales había pescantes como kanecitos para colgar ropas, armas y otros objetos. Las dos puertas de sus extremidades son modernas, pues por este lado cerraba el edificio sin otra comunicación que la del centro.
He aquí las notables inscripciones de este pequeño cuarto:
«Todas las artes han contribuído á embellecerme, y me han dado su esplendor y sus perfecciones».
«El que me vea creerá que soy una esposa que se dirije á este vaso y le pide sus favores».
«Cuando el que me mira contempla con atención mi hermosura, su misma vista desmentirá al pensamiento».
«Y creerá, al ver los tibios rayos de mi esplendor, que la luna llena tiene aquí fija su aureola, abandonando sus mansiones por las mías».
En otro lado dice:
«No soy sola, pues desde aquí se contempla un jardín admirable; no se ha visto jamás otro semejante».
«Este es el palacio de cristal: el que le mire le tendrá por un oceano pavoroso y le espantará.
«Todo es obra del imán Ebn Nasr. Guarde Dios para otros reyes su grandeza».
«Sus antepasados alcanzaron la más alta nobleza, pues dieron hospitalidad al Profeta y su familia».
Luego se halla alrededor ó recuadro de las ventanas, en metro tawil, este poema:
«El fresco ambiente esparce aquí con profusión su hálito; el viento es saludable y lánguida el aura».
«He reunido toda clase de bellezas en tan alto grado, que de mí quisieran tomarla las estrellas en su alta esfera».
«Yo soy en este jardín un ojo lleno de júbilo, y la pupila de este ojo es en verdad nuestro Señor».{272}
«Mohamad el glorificado por su valor y generosidad, el de la fama más preclara, el de la rectitud más distinguida».
«La luna de la buena suerte resplandece en el horizonte del imperio: sus signos son duraderos y su esplendor luciente».
«Él no es sino un sol que se ha fijado en esta mansión y cuya sombra es provechosa y benéfica».
«Desde aquí contempla la capital del imperio cuantas veces espléndida se manifiesta y brilla en el trono del Kalifato[134]».
«Y arroja su mirada hacia el lugar en que los céfiros juguetean, y vuelve contento de los honores que le rinden».
«En estas mansiones se presentan tantas amenidades á la vista, que cautivan la mirada y suspenden la inteligencia».
«Un orbe de cristal manifiesta aquí sus maravillas. La belleza se halla grabada en toda la superficie que rebosa de opulencia».
«Están dispuestos los colores y la luz cada cual de tal manera, que si quieres podrás considerarlos como cosas distintas ó bien análogas».
Hay otras muchas inscripciones que se refieren á Mahomad V, pero sin aparente interés arqueológico ni literario[135].{273}
El patio que unos llaman de Lindaraxa y otros de los Naranjos, tiene en el centro una fuente mitad árabe mitad renacimiento, que termina por una concha circular agallonada y en su borde una inscripcion medio desgastada por el agua, cuyo texto, interrumpido, dice así:
«Yo soy en verdad un orbe de agua que se manifiesta á los hombres claro y sin velo alguno».
«Un mar extenso cuyas riberas son obra artística de mármol selecto».
«Su agua, como líquidas perlas, corre por el hielo... más grande... admiración».
«Se separa de mí el agua de tal suerte, que yo no soy... con el que se oculta».
«Como si yo y lo que... de la fuente... que corre».
«Un trozo de hielo, parte del cual se liquida y parte no se liquida».
«Cuando sobrenada... un orbe más elevado que todos los órdenes de estrellas».
«Como si lo que en mí se manifiesta fuera una concha y la reunión de perlas fueran estas gotas....... las felicidades....... tarde. El valeroso, el de la extirpe de Galib».
«De los hijos de la prosperidad, de los venturosos, estrellas resplandecientes de bondad, mansión deliciosa de nobleza».
«De los hijos del Kiblah, de la estirpe de Jazrech, ellos proclamaron la verdad y ampararon al Profeta».
«Saad... hizo resplandecer todas las tinieblas».
«Las comarcas en la seguridad perpetua y... en defensa del reinado; de dignidad elevada».
«Tengo en belleza el más ilustre grado. Mi forma causó admiración á los eruditos».{274}
«Jamás se ha visto una cosa mejor que yo en Oriente ni Occidente».
«Y si no... reinado... antes entre los extranjeros y no entre los árabes».
No hay noticia positiva de la procedencia de esta fuente. El patio de dos saletas que cita Mármol, es hoy el de la Mezquita, y tenía una fuente en el centro que ya no existe; aunque podía ser de este paraje, la inscripción se refiere al tiempo de Mohamad V, y la construcción del patio de la Mezquita es anterior á este monarca. ¿Pudiera ser esta la fuente árabe que se puso á la venta el año 1667, con algunas columnas procedentes de la casa del marqués de Mondéjar y que no se vendieron por falta de comprador? Pero atendiendo á que la inscripción se refiere á un oceano de agua, de gran extensión, que pudiera aludir al estanque morisco que tenía aquel palacio delante del pórtico, no lo consideramos probable, porque cuando se verificaron estas traslaciones debía ya estar colocada la fuente en este sitio. Nosotros nos resolvemos á suponer que la referida taza de fuente no es del alcázar, sino de alguno de los innumerables palacios que había en la Alhambra no lejos de éste.
Todo el patio es moderno, y sus claustros y salas del tiempo del emperador Carlos V, como lo demuestran los techos casetonados greco-romanos de sus salas altas, en las que se ven dos elegantes chimeneas con labrados atributos del imperio. Estas habitaciones estaban dispuestas para hermosos tapices flamencos y después fueron pintadas á semejanza del Mirador. La nombrada de las Frutas, última de esta galería, fué habitada por varios monarcas, y últimamente se hospedó en ella el célebre poeta Washington Irving, en cuyo retiro compuso sus mejores obras. En los cenadores del patio hay una colección de columnas árabes que, según un manuscrito sobre aguas del Convento de San Francisco, pertenecieron á aquél cuando era mezquita y rauda antes de la reconquista, así como otras muchas piedras que han desaparecido.
Por este patio se entra á varias salas embovedadas que resultan{275} debajo de la de las Dos Hermanas. En la del centro se observa el efecto acústico del sonido que se trasmite por el embocinado de las curvas y se repite en los cruceros de las bóvedas, lo cual hizo que esta sala se llamara de los Secretos, único interés que ofrece para ser visitada. En suma, los cenadores no existían en tiempos árabes, y en su lugar había un dilatado jardín, en donde tal vez se hallaba el estanque y fuente, con arreglo á las inscripciones de la taza citada.
Si hemos de hacer mención de este patio, es tan sólo por declarar destituída de verosimilitud la tradición, que supone ser esta reja que hay en dos de los lados la prisión de la reina Doña Juana. Nunca se halló esta reina en tal estado de enagenación mental que fuese preciso encerrarla de un modo tan cruel y poco humanitario. En 1561 se nombraba al cuarto alto inmediato, el Guardajoyas de la reina, y esto está conforme con lo que dice Argote: que se colocó la reja para resguardo de la vajilla del real servicio en el año 1639.
En las galerías se encuentran capiteles de antigua forma y pura degeneración bizantina, que vuelve á acercarse á la arquitectura hispano-mahometana del siglo XII. Son notables estas columnas, que debieron traerse aquí de otros edificios más antiguos, y que marcan bien una transición en el gusto árabe, tendiendo á regularizar la forma cúbica que se determinó francamente en los capiteles del Patio de los Leones. Las inscripciones de los del corredor alto, donde hay dos muy bellos de colgantes, son las leyendas sura 11, vers. 90 y la 65, vers. 3.º.
En la bóveda, bajo la torre de Comareh, hay dos estatuas[136] y un medallón que representa la fábula de Júpiter y Leda.{276} Las tres esculturas son menos que medianas, y de un interesante trabajo presentado el año último á la Comisión de Monumentos, resulta: que estas tres esculturas y las del altar de la capilla que luego describiremos, debieron ser parte de las piezas de una chimenea que se adquirió para el palacio á mediados del siglo XVI[137].
El pueblo, dado siempre á lo maravilloso, ha creído hallar tesoros en las ruínas de los monumentos árabes. La rebelión de los moriscos, las persecuciones crueles que sufrieron, la expulsión horrible que luego los exterminó, han proporcionado el hallazgo de muchas alhajas, libros, amuletos y monedas que han hecho la suerte de algunas familias; pero esto, que se encontraba fácilmente en los pueblos, aldeas y caseríos, no se halló jamás en los palacios reales, porque los reyes salieron de ellos llevando consigo cuanto poseían. Los vasos llenos de oro, las arcas de hierro y cuanto se ha querido suponer hallado en este sitio, es una torpe invención, porque las estatuas no pueden ser del tiempo de los árabes, y por consiguiente la escritura mahometana que reveló el secreto del tesoro no podía referirse á ellas.
Todos estos subterráneos son los viaductos de circunvalación que comunicaban todas las torres de la Alhambra.
Desde él se descubre un hermoso panorama: el Albaicín, ciudad antigua; las murallas árabes construídas á expensas del obispo D. Gonzalo; las casas bajas del barrio del Hajariz; el Seminario de San Cecilio, lugar de recuerdos piadosos; los amenísimos cármenes[138]; la ermita de San Miguel sobre el{277} fuerte del Aceituno, sitio en el cual los mozárabes veneraron esta imagen desde el tiempo de la invasión; la Alcazaba vieja, últimos edificios más elevados sobre la montaña, primera residencia de los zeiritas y también de los primeros walíes trasladados de Illiberis; el Generalife sobre el collado de la derecha, parte velado por la inmediata torre de las Damas, descrita por Argote[139], y en el fondo de esta bellísima comarca corre el Salom (hoy Darro) que, como decia Mármol, viene de la montaña de los mirtos y dan oro sus arenas, hasta mezclarse con el caudaloso Singilo ó Genil, antes de recorrer juntos la deliciosa llanura de Granada.
Esta torre ó alminar no estaba dispuesta en su origen como hoy la vemos. El corredor que la circunda era entonces de aguzadas almenas; las nuevas ventanitas, de alicatados tragaluces, y bajo el suelo que hoy tiene se halla el pequeño templete que se elevó al sultán Abul Hachach en memoria de su bienvenida[140]. Descubiertos sus lados por Oriente, en él esperaban los emires la venida del sol, y en su aislado recinto murmuraban el santo rezo de la mañana. La inscripción de la techumbre y la puerta, por bajo de la que hoy tiene la torre; las salutaciones y versos koránicos sobre las columnas y cartelas de la sala baja; las trazerías de acicafes en los zócalos (únicos ejemplares de todo el edificio), demuestran harto bien el sublime objeto de la obra. Los ajimeces, cerrados hoy con mezquinas ventanillas; las pinturas de estilo pompeyano; el perfumador para las ropas de las damas cristianas; en fin, todo ese conjunto de árabe y renacimiento arrojado aquí en desorden extraño é incomprensible, han privado á este alminar de su primitivo carácter y encanto.
He aquí sus inscripciones:
En la fachada:
«Al feliz arribo de Abu Abdallah, hijo de nuestro señor el príncipe de los muslines Abul Hachach».{278}
En la techumbre alta:
«La ayuda de Dios y una victoria grande para nuestro señor Abul Hachach, príncipe de los muslines. Que sean magníficos sus triunfos».
Sobre la obra mahometana se hallan estampadas las huellas de los pinceles italianos del renacimiento y, aunque maltratadas las paredes, puede muy bien descubrirse la preciosa decoración de los rafaelescos atribuídos á Julio Aquíles y Alejandro, pintores desconocidos en Italia, pero que aquí aparecen como autores de un trabajo admirable en color, delicadeza y dibujo, muy poco común. No hay duda sobre la autenticidad de los citados autores, toda vez que hallamos un legajo del archivo de la Alhambra, donde se ve que Pedro Machuca, director de las obras de las casas reales, vieja y nueva, hace una tasación en favor del mencionado Julio Aquíles, pintor de imaginería y grutesco, el año 1546, entre cuyas partidas hay algunas referentes á las de la estufa, como se nombraba entonces[141]; y otro legajo de aquel tiempo nos da á conocer que un tal Alejandro, cuyo apellido no hemos podido descifrar, presentó cuenta al conde de Tendilla reclamando el pago de pinturas hechas, año 1538; y es muy rara la diferencia de fechas, á no ser que se refiriera á las de la sala de{279} las Frutas y sus paredes, que también estuvieron pintadas como las demás, en tiempo de Carlos V.
Por otro lado hemos tenido ocasión de consultar con el Sr. Morelli[142] sobre el mérito de estas obras y sobre la existencia del referido pintor Julio Aquíles, y nos aseguró que no existió en Italia pintor notable de este nombre en el siglo XVI á quien se pudieran atribuir tan bellísimos ejemplares de ornamentación. Esta respetable opinión y lo poco explícito de los datos que tenemos á la vista en las referidas cuentas, puesto que no se tasan por el citado Machuca más de algunas de las pinturas que aqui vemos y quedan sin tasar la mayor parte de las más delicadas y hermosas, nos hace sospechar que algunos otros documentos debieron extraviarse del archivo, donde tal vez se hallarían los nombres de otros pintores.
Por desgracia, el afán que han tenido siempre los viajeros de dejar sus nombres estampados en las paredes de los edificios que visitan, acabará por destruir estos preciosos ornatos[143]. Las logias ó lochas están mejor conservadas, porque se hallan pintadas al óleo (á pesar de lo que en contra se ha dicho); los cuadros de figuras se hallan más confusos, porque han sido retocados al temple; y las hojas de acanto, los animales fantásticos, las frutas y flores, la gracia, en fin, con que todo está compuesto y extendido por la pared y alfréizares, distinguen esta obra de todas las que se hicieron en España por aquellos tiempos.
Los cuadros que representan batallas y combates navales, que hay en el primer aposento, no nos sorprenden por esa perspectiva caballera de los tiempos de Giotto y Cimabúe; pero su mal efecto está compensado por la precisión de los detalles, que se distinguen perfectamente y que son verdaderas miniaturas; así, en los galeones pueden verse los trajes de marinos{280} y soldados, y en el paisaje, la condición y género de los edificios y baluartes.
Hasta recientemente[144] se ha ignorado el asunto de estos cuadros, y hoy podemos asegurar que representan la empresa contra Túnez, que acometió el emperador Carlos V, y que fué para él tan victoriosa en aquellos momentos, como luego desgraciada. Efectivamente, aquella notable expedición contra Barbaroja para salvar al Bey de Túnez, espantó á toda Europa, creyéndose que con 400 buques y 40.000 combatientes, se podría conquistar el África; y dice Ortiz de la Vega: «Carlos se hizo á la vela y entró en el golfo de Túnez á 16 de Junio de 1535. Desde el tiempo de los romanos, no había surcado aquellas aguas una tan fuerte y numerosa escuadra».
Uno de los cuadros representa la salida de la escuadra, viento en popa, del puerto de Barcelona, y otro la llegada al golfo que forman el Cabo de Ras-Adar y el Cabo Farina, á mano izquierda el Zafrán y á la derecha el de Cartago, notándose las ruínas de esta ínclita ciudad en casi todos estos cuadros, que principalmente representan el fuerte de la Goleta y la ensenada de Túnez.
En otro, se ve la lengua de tierra que cierra la entrada del golfo, en la cual se dió el primer ataque para tomar la atalaya y torre del Agua, y se percibe el orden de combate formado por las carabelas y galeones, y el desembarco que se verificó muchas veces para tomar la posición. En otro lado se ve el asalto á la Gaeta, que tan caro costó, notándose bien las baterías, las formaciones de lanceros desembarcados, el incendio de los baluartes y la entrega que hicieron los cautivos del principal de ellos, que dió el triunfo al emperador, el cual fué tan caro y sangriento, que sus soldados degollaron á la mayor parte de los habitantes de Túnez, saquearon la ciudad, y por temor á Barbaroja tuvieron que volverse á Italia, dejando expuestas á la{281} venganza de éste gran pirata las Baleares, para que fueran arrasadas por él.
Pacheco, en su Arte de la Pintura, y Palomino en sus biografías, aseguran que fueron Julio y Alejandro los autores de estas pinturas y de otras del palacio. En los tiempos de Juan de Udino no se citan tales nombres, pero es lo cierto, que antes de 1533, se encontraba Aquíles en Valladolid, nombrado por Alonso Berruguete para tasar un retablo, y que luego vino á Granada con su mujer, y bautizó un hijo en Santa María de la Alhambra[145] en 1545; por último, en 1624, con motivo de la venida de Felipe IV á Granada, se restauraron muros y pinturas de estos lugares, que se dice habían sufrido desperfectos por el incendio de la casa del polvorista (1590), cuyas restauraciones se atribuyen á Raxis, Pérez y Fuentes.
En el patio del Estanque, y en el costado largo de la derecha, hay una puertecita que se hallaba tapiada y nosotros hemos abierto, con una escalera soterrada, del tiempo de los árabes que conduce directamente á la sala de las Camas. Antes de bajar por ella se hallaba á la izquierda un megle ó pequeño aposento, con un pórtico de dos arcos apoyados sobre una columna, cuyo notable capitel se encuentra hoy en el museo del Alcázar, donde también existen algunos restos de azulejos cuadrados del mismo sitio. La que describimos era la verdadera entrada de los baños, cuya obra es también del tiempo de Abul Hachach, á la mitad del siglo XIV. Se entra también á ellos por un embovedado que pasa debajo del patio del estanque y comunica con el de la mezquita; y así lo hallamos ya en las descripciones del año 1526, donde se dice que estaba en comunicación con la sala de las Dos Hermanas y el harem; lo{282} cual es cierto, porque hemos hallado restos de escaleras inmediatas al último cuarto de los baños.
La sala de las Camas tiene dos divanes y cuatro puertas; una especie de tribuna ó corredor con antepechos; un cuarto alhamí, especie de morada oculta de alguna favorita, y las tribunas donde se juntaban las odaliscas á recitar las kasidas, y á cantar y tañer instrumentos de cuerda, mientras pasaba el sultán las horas de reposo.
Sufrió modificaciones importantes desde muy antiguo, hasta la última del año 1827, que le hizo perder un cuerpo más alto que tenía, guarnecido de ventanas caladas. Nosotros la hallamos así el año de 1848. Importaba mucho á nuestro juicio que este misterioso cuarto, quizá el de más carácter oriental, no se acabase de perder, y en él puede decirse que hicimos los primeros ensayos de restauración.
No era nuestro propósito llevar las restauraciones hasta el caso de pintar y dorar con la exuberancia que lo hicieron los árabes; porque sostenemos con respecto á la restauración de las obras de arte la opinión, de conservarlas hasta donde sea humanamente posible, y después que la obra se cae rota ó pulverizada, reponerla, cubriendo el hueco con otra semejante, para que la nueva sujete á la antigua que se halla expuesta á desaparecer también.
Esta teoría es aplicable en absoluto á los edificios, y puede admitir modificaciones en la pintura y escultura; pero si se conduce bien, prolongará la vida al monumento indefinidamente, sin que deje de notarse lo que corresponde á cada época de restauración.
Parece á primera vista que hay cierta exageración de color que contrasta mal con la suave entonación que da el tiempo á los edificios. Cuando se visita la Alhambra se hallan decoraciones de color tan agradables y dulces como la de la sala de las Dos Hermanas, los planos de las de Comareh, y otras donde se ven tintas suaves y nacaradas que no hieren la vista, porque han sido obra del tiempo. Los adornos mutilados, los colores medio desprendidos, el oro empañado por los siglos,{283} amasadas las tintas por el polvo constante y la influencia atmosférica, han cambiado el efecto primitivo del alcázar; pero los lienzos de pared que han estado privados de luz y de aire muchos siglos, se han descubierto hoy con toda su frescura é intensidad, y en ellos es donde se ve ese colorido fuerte que resalta en esta sala, sin faltar á la verdad ni á su carácter.
La estructura de este cuarto está indicando que servía para desnudarse y prepararse á la temperatura de las demás habitaciones donde ninguna corriente de aire podía penetrar; la luz era recibida en él desde una altura de doce metros á lo menos. Dos alcobas donde colocaban bordados almadraques para reposar, nos seducen todavía; y por una puertecita que{284} hay en uno de los ángulos se ve la entrada á más estrechos y retirados lugares, cuyo destino se adivina fácilmente.
El sistema de sostener los apoyos de los colgadizos con grandes cartelas sobre los capiteles de las columnas, está aquí desarrollado más que en ninguna parte y recuerda los patios de las casas marroquíes. El pavimento es de sofaisefa ó sea mosáicos vidriados, de los cuales había muchos, y es un ejemplar hermoso con exacta distribución de piececitas de colores. En la fuente hay algo que no es mahometano, y sí moderno.
Pasamos por uno de los ángulos de la sala al departamento de baños, cuyas paredes lisas y estucadas reemplazan con propiedad á un ornato delicado; los pavimentos de mármoles y zócalos ataraceados de azulejos; las atarjeas anchas para que por ellas se pierda el agua sobrante de las purificaciones; las bóvedas sembradas de claraboyas que derraman la luz y dan paso á los vapores de las termas artificiales; las pilas anchas y rebajadas para los baños, dan idea del singular placer de la molicie musulmana. En todos lados, pequeñas alcancías para los surtidores de agua caliente, donde colocaban las amrunas y joyas arrancadas en ese instante de delicioso abatimiento que proporciona el baño. Sobre la pila que se conserva más adornada de labores marmóreas en el último aposento, hay una inscripción, no traducida antes, que dice:
«Lo que sorprende ¿es antiguo ó moderno?»
«Cuando el león descansa en un lugar de bendición ¿quién puede decir que está como él?»
«Y se aprestan á servir á su señor leales servidores».
«Y anuncian las cualidades de su nobleza y arrojo la más perfecta indulgencia y generosidad».
«Preguntad á los hombres conocidos por su bravura si hay alguna que se le asemeje. Suya es la abundancia y la generosidad».
«¿Quién puede igualarse á Abul Hachach, que existe siempre como triunfante y glorioso conquistador»?
Hay otros cuartos ocultos y ruinosos que servían para preparar las aguas, y templar los conductos por donde circulaba{285} el aire caliente. En uno de ellos se encontró en el año de 1623 una gran caldera de cobre para aquel objeto, que desgraciadamente se apresuraron á vender.
Estos baños están construídos de pequeñas proporciones, y como se ve en la planta, forman un paralelógramo en el cual se incluye el Meslouk, que es lo que aquí se llama sala de las Camas, para desnudarse y reposar antes y después del baño; los liwan, que son los nichos donde están los reclinatorios para dormir, en los que los bañistas pasan la mayor parte del tiempo conversando con las mujeres de su harem; en el centro donde se halla la fuente, al parecer moderna, habría un pequeñito pilón para lavados parciales, llamado el Feskich[146]; el estrecho paso desde este aposento que atraviesa el Biyt awwal ó retrete, conduce pasando un pequeñito pilar á la sala llamada Hararah, en cuyos dos lados y sobre el suelo inclinado, se tienden los bañistas á recibir las frotaciones de las tellak ó esclavas del baño; el Hanefych ó cuarto donde están las pilas para el agua templada, y por último, el cuarto de los hornos, que como hemos dicho, calentaba el agua y el pavimento.
El sultán siempre estaba servido por mujeres en estos sitios y hasta se hacía traer la comida que tomaba en el primer aposento,{286} donde le desnudaban, le envolvían la cabeza y las caderas con paños muy blancos, y le ponían chinelas de madera. En este estado y seguido de tellak que cada una le llevaba sus jarros y almofares de latón con tohallas y esponjas, le dirigían á la segunda estancia, en la que había una temperatura que no bajaba de 45° Reaumur. El vapor se producía arrojando agua sobre las losas de mármol, que calentaban suficientemente, en cuyo estado atmosférico le frotaban con unos saquitos de crin las coyunturas, haciendo rechinar sin dolor las diferentes articulaciones; después enjabonaban todo el cuerpo, produciendo una grande espuma, que desaparecía metiéndose en las pilas llenas de agua, ó arrojándose ésta con platos en forma de conchas. Últimamente, lo envolvían en un tcherchef de algodón muy grueso, le cubrían la cabeza con una especie de toca de seda, y lo conducían á la primera sala, donde, como hemos referido, saboreaba largo tiempo los manjares en interminable conversación.
Bajo los números 1, 2 y 3 hay tres tableros de mármol blanco de Macael con motes árabes, los cuales, según Argote, fueron cubiertas de las sepulturas halladas en la Ráuda, donde había hasta cinco[147].
Su forma y antecedentes nos obligan á creer que fueron efectivamente parte de los sepulcros citados, supuesto que otras piedras halladas después completan una de las mencionadas tumbas.
El letrero de una de ellas es la sura 24, v. 35, la sura 7, v. 26, y la 33, v. 56.{287}
Con el número 4 hay una pila de mármol blanco de forma paralelográmica, que se trajo á este sitio arrancada del foso de la torre de la Vela, á donde había sido conducida anteriormente, procedente al parecer de la casa de Mondéjar, donde existían fuentes, pilas y columnas en el año 1627, sin uso alguno según consta. (Véase la viñeta.)
En sus dos frentes más largos tiene esculpidos leones en actitud de devorar ciervos, y en los cortos, águilas rapantes guardando bajo sus alas liebres y conejos. Una inscripción africana difícil de leer, guarnece uno de sus lados, y en tanto no podamos señalar el sentido de algunas frases entrecortadas por ciertas palabras que se han desgastado, nos será imposible determinar con exactitud su primitivo destino.
Se distingue bien el arte escultórico de los asirios en este mármol apenas modificado por los árabes al tomarse el trabajo de copiar las figuras en la misma actitud que las antiguas; y nos afirmamos en la opinión que hemos emitido, sobre el modo que tenían de representar las formas naturales los pueblos que levantaron con Mahoma el pendón contra toda clase de idolatría, probando que hicieron en muchos casos traición á su causa, tallando ó esculpiendo en piedra y bronce, á imitación quizá del arte cristiano.
La inscripción de esta pila, en lo poco que conserva, nos da la fecha 704 de la Egira en el mes de Chaowal (1286), reinando el primer sultán Mohamad Algalib Bil-lah.
Con el número 5 hay señalado un tablero que se halló sirviendo de dintel en una estrecha puerta del vestíbulo de los Leones. Por un lado se halla decorado de una pintura hecha sobre superficie dorada á usanza bizantina, ejemplar muy raro que no se encuentra más que en una capilla de la Catedral de Toledo, referente al siglo XIV, muy diferente por cierto de la de la sala de Justicia. Tiene alrededor una inscripción gótica tan mutilada, que no puede leerse, y la mitad próximamente de la dimensión que tuviera en su origen, por lo cual faltan la mayor parte de los cuerpos de las tres figuras que hay en ella, las cuales parecen dos guerreros á caballo en campal desafío.{288} En el fondo se ha copiado de un lado la fortaleza de la Alhambra con la torre de los Siete Suelos, y de otro la Casa Real de Generalife, indicándose una puerta en las murallas, que debía hallarse cerca de la actual huerta de Fuentepeña; los muros están almenados, teñidos de blanco y de rojo, como se hallaba sin duda la Alhambra en aquel tiempo.
Con el núm. 6, se conservan 14 manillones de bronce y sus{289} argollas, con cabezas de león y de águilas, los cuales se hicieron de fundición para las pilastras del primer cuerpo del Palacio del Emperador, donde están las señales de haberse hallado colocados. Son del año 1594.
Los números 7 y 8 son pedazos de los techos y frisos árabes que se hundieron en 1846, en la sala de las Camas.
El 9 señala una hoja de puerta de las que había colocadas en las dos entradas del patio de la Capilla, la cual se hallaba en su propio sitio el año 1852.
El núm. 10 señala un friso tallado árabe procedente de la galería alta del patio del Estanque, y de la obra que se hizo en el año 1840. Los 11, 12, 13 y 14, las ventanas de alicatados que se quitaron el año 1838 de la sala de las Camas, con lo cual quedó ésta más baja, según lo demuestra un dibujo de Owen Jones, y por último, el 15, es una ventana de celosía casi destruída, del patio del Estanque, cuyo sistema de construcción en pequeñísimas piezas, debe notarse particularmente.
El núm. 16 muestra cuatro fustes árabes de mármol.
El 17 es una de las cuatro lápidas sepulcrales que según Argote se descubrieron (1574), en el panteón citado, en cuyo tiempo, según Mármol, las letras que tiene grabadas se hallaban doradas sobre fondo azul. Dos han desaparecido, las de Ismail I y Yusuf I. La que tenemos á la vista es del sepulcro de Abul Hachach Yusuf III, y se hallaba á la cabecera del sarcófago colocada verticalmente, de modo que podían leerse las dos inscripciones que tenía, una por cada lado. La que estaba en prosa ha sido borrada y queda la de metro tawil, coleccionada por Castillo y muy recientemente corregida.
La otra inscripción, núm. 18, es del sepulcro de Mohamad II, según explica el texto, habiendo sido borrado la mitad ó el reverso, que contenía la biografía, en prosa, de dicho monarca, según la publicó Mármol[148]. Es poco interesante, y por eso no la damos traducida á continuación. Otra inscripción que{290} existía, alusiva á un guerrero muerto en la batalla de la Higueruela, no la hemos visto nunca.
El 19 es una pila ó taza de fuente, de hermosas proporciones, procedente del jardín de los Adarves, y que se sacó de la casa que estaba cerca de la iglesia actual, según un título posesorio del legajo 127, por el que se mandaba entregar la fuente rota de la orilla de la alberca para que no se acabara de romper, etc...
El 20 es un pedazo de piedra antiguo con inscripciones karmáticas usadas en los primeros tiempos del kalifato de Córdoba. Hemos visto ejemplares de escritura nesky en otros pedazos, sobre piedras de esta misma clase. Pueden verse en el Museo de la Comisión de Monumentos.
Desde el 25 al 30 se halla una pequeña colección de capiteles, de diferentes sitios y construcciones. Entre ellos, hay uno exactamente igual á los que hemos visto dibujados del sepulcro de un sultán de Ghazna, anterior al siglo XII. Este hallazgo es un testimonio claro de que las modificaciones del arte árabe en España tenían un origen más oriental que latino, y que más bien prefirieron las tradiciones primitivas, que la imitación del arte cristiano. Otro capitel, núm. 25, es más genuínamente bizantino y bordado por el cincel mahometano, de cuyo género eran los de la mezquita grande que había donde hoy se halla el Sagrario, según hemos visto uno que tenía 85 centímetros de alto.
Vénse también dos capiteles que pertenecían á la decoración de la puerta de los Siete Suelos, los cuales, en unión de varios pedazos de mármol blanco correspondientes á las enjutas del arco, los hemos visto desprenderse de su sitio.
Desde el núm. 31 al 37 hay diferentes fragmentos de madera, árabes y del renacimiento; como los kanes que se hundieron en el alero del patio del Estanque, las pilastras del tiempo del Emperador que se hallaban en el patio de la Reja, y los pedazos que se desprenden de las ensambladuras y almokarbes.
Con el núm. 38 existe un arca de hierro hecha por los arabes{291} con toda la inteligencia que puede exigirse en una obra de este género. Había otra igual que desapareció, según se dice, cuando entregaron el Archivo á la Administración de Hacienda pública, en 1870.
Núm. 39: un vaso de arcilla vidriada y de más de un metro de altura, que debía colocarse en las habitaciones donde no había fuentes, y formar con otros una elegante decoración. Su forma es parecida á la egipcia de la dominación griega, y se aleja de la de los japoneses en la esbeltez del cuello, no así en la disposición de las asas ó brazos, que se acerca á la de los persas antiguos. Su magnitud lo hace de difícil fabricación, y aunque éste está defectuoso, nos da una completa idea del adelanto de la industria más difícil que siempre se ha conocido. Los hacían de relieves ó arabescos realzados que rara vez pintaban, pero los de barniz y lisos los endurecían de una sola cochura, originando dificultades de fabricación que les dan más mérito que á los de porcelana. En 1804 existía otro en este palacio que fué copiado para la Real Academia de San Fernando.
No dudamos que éste fué construído en Granada, porque sus materiales son conocidos en el país y de una fábrica que había en el Campo del Príncipe, donde todavía al abrir cimientos se hallan pedazos ó tiestos vidriados con iguales adornos, de los que tenemos ejemplares. No era Granadino el otro vaso que adquirió Don Mariano Fortuny, procedente de la iglesia del Salar, con inscripciones cúficas, el cual debió ser fabricado á juzgar por su arcilla, en la antigua ciudad de Málaga, donde se hacían como en Valencia y otros puntos, hermosos reflejos metálicos.
Y volviendo al que tenemos á la vista, se ven en él diseñados animales ó especie de jirafas semejantes á las que nos describió Makrizi y recientemente Mr. Bonan en su viaje á Persia, cuya tradición conservaron en Andalucía, según Ebn Jaldum. Su manufactura no tiene semejanza á la de la loza mallorquina, ni á la de Córdoba y Sevilla, ocupando un género especial que lo distingue de aquéllas, y que da á sus reflejos un aspecto diferente del conocido como tal en todas partes.{292}
Con los números 40 y siguientes se señalan restos antiguos de ornato y una multitud de pedazos de azulejos mutilados, al parecer de poca importancia; pero que por ellos se deduce fácilmente la historia en descenso hasta nuestros días de esta industria, la cual no se abandonó en Granada hasta fin del siglo pasado; notándose, que después de la conquista se hicieron alicatados tan finos como los de la Capilla, y se continuaron las trazas hasta mezclarse en ellos el renacimiento con sus caprichos abigarrados de extrañas formas.
Se compone hoy de 279 legajos, según la numeración última, que data del año 1872, echa en poder de la Administración económica de la provincia.
Conviene relatar aquí brevemente que en el año 1625 se perdió por primera vez el inventario de los papeles, y desde entonces estuvo el archivo en un cuarto debajo de la portería, que sirve hoy de paso al patio de la Capilla, donde hay una inscripción alusiva á los Reyes Católicos.
En 1787 se formó otro inventario en pergamino que existía con los núms. 37 y 38, notándose una falta extraordinaria en los papeles cuya numeración no concuerda con aquél.
Tiene, pues, tres numeraciones visibles, lo que hace hoy imposible de todo punto la comprobación de documentos.
Hay legajos de ventas de bienes de moriscos, de nombramientos de alcaides de las torres, de obras en las mismas, alojamientos de soldados y bastimentos de guerra desde 1496, de cabalgatas de soldados y pase de cristianos nuevos á Africa, sobre Monfies, etc.; otros muchos de causas criminales y rescate de cautivos, de todo el siglo XVI al XVII; reconocimientos de castillos y alcázares desde 1509, cabalgatas de moros y confiscación de bienes de sospechosos por herejías, testamentos{293} de moriscos, y por último, gran colección de cuentas del palacio de Carlos V y de las Torres, de aprovisionamientos de guerra, de nombramientos y multitud de otros papeles relativos á presupuestos y títulos de propiedades. Se encuentran en ellos algunas rúbricas de reyes, muchas de nuestros más notables hombres de Estado y otras de artistas que se ocuparon en las mismas obras.
Donde está el archivo hay también unas copias en seis pedazos, ó fac-símiles estarcidos de las tres bóvedas pintadas de la sala de Justicia, que se mandaron hacer por la Comisión de Monumentos en 1871.
LA ENTRADA DEL ALCÁZAR, PATIO DE LA CAPILLA, MEZQUITA, TORRE DE LOS PUÑALES, LA DE MOHAMAD, Y CONSTRUCCIONES QUE HAN DESAPARECIDO.
Hoy entramos al Alcázar por una puerta construída en tiempo de Felipe V, que choca por su sencillez. No hallamos esos atrios dilatados ni esas plazas ó campos de maniobras que preceden por lo regular á los palacios mahometanos, y en cuyo espacio se recibe á los embajadores, se revistan las tropas y se celebran las solemnes festividades; pero en cambio se halla el terreno preciso que servía para los guardias, juzgados públicos y oficinas de la servidumbre. En la residencia de los sultanes de Ispahan, después de pasar la irregular planicie que precede á los alcázares, se entra por un sinuoso camino abierto entre casernas de guardias negras, departamentos de caballerizas, cocinas y albunes que habitan los alcaides de los diversos recintos encastillados.
En Argel y Tlemecen se ve lo mismo, y en la Alhambra hemos tenido que ir á investigar con grandes dificultades lo que{294} nos ha dejado el tiempo y el Palacio del Emperador. Se encuentra á mano izquierda de la entrada un jardín, ocupado en parte por el palacio de Machuca, nombre del que planteó los cimientos del edificio cristiano, por haberlo habitado, según consta de un reconocimiento facultativo hecho por Ojeda, que vió y obró este patio árabe, por ruínas causadas en sus muros. En él, según Mijares, estaban los talleres, delineaciones y aparejos de los trabajos escultóricos para las dos fachadas del alcázar de Carlos V, y era abierto por el costado de Poniente, porque lo indican así los cimientos que hallamos, demostrando que abría paso al zaguán y puerta que hemos descubierto en 1867, como entrada principal de la más antigua parte del alcázar sarraceno.
Levantando parte de la solería de la capilla contigua á esta entrada, hemos visto cimientos de obra árabe, que debían constituir en esta estancia uno ó más cuartos de recepción, donde estaban las dos salitas pintadas de azul y oro que cita Mármol, y por las cuales se pasaba á las dos chemas ó mezquitas, cuyos restos se ven hoy todavía[149]. Todo lo cual se confirma por el octuwan que hay entrando por la puerta antigua al patio nombrado hoy de la Mezquita, por las formas de sus fachadas, el alero, el corte de los muros y el movimiento de los tejados para derramar las aguas; datos interesantes que justifican la existencia del Mexuar, del cual formaba parte el referido patio abierto de Machuca.
En 1526, Navajero describe el patio del Estanque como el primero que encuentra, y Mármol nos explica un patio más pequeño con dos salitas muy decoradas y una fuente que debía abastecer las demás del palacio. En una de estas salas, dice, daba el monarca, según costumbre mahometana, audiencia á sus súbditos. De modo que se entraba, según dicho autor, por muy cerca de la sala de Embajadores, que cita como la primera que visitó, la principal. Este patio pequeño no puede{295} ser otro que el llamado hoy de la Mezquita, por no haber local donde suponerlo, pues la inclinación del terreno adquiere aquí de repente un desnivel de cuatro metros y no deja lugar para poderlo trazar en ningún otro lado. Entraron, pues, aquellos viajeros, por nuestra antigua puerta á ese pequeño patio, en el que había una fuente y dos salas pequeñas á uno y otro lado, en las cuales se administraba justicia.
Sobre el lintel de esta antigua entrada hay una inscripción tallada en madera, que dice así:
«Oh tú, auxiliador del trono excelso y guardián de su figura ó maravillosa construcción, abre la puerta esplendente y hermosa por la obra y por el artífice para la alegría del imán Mohamad. Cúbralos á todos Dios con sus favores».
Cuya leyenda revela harto bien el importante objeto de esta entrada del antiguo palacio.
Desde fines del siglo XV hasta principios del pasado se entró á la Alhambra por este paraje, con la sola diferencia de que después de colocado el altar de la Capilla, á principios del XVI, se siguió ingresando por una puerta inmediata que existe más pequeña en el vestíbulo mismo donde sitúa la grande, resultando así una porción de estrechos é irregulares callejones que era necesario atravesar para introducirse en la casa de los sultanes, como refiere Hugo de Cesárea que vió cuando fué al Cáiro á visitar al emir, donde halló muy estrechos y sinuosos pasadizos, poblados de guardias y esclavos, antes de llegar á los anchos patios y pórticos, y como se cuenta también de los palacios de Javarnak y de Sedir en el Hiram.
Todavía en nuestros tiempos, y según relatos de los viajeros de Persia, los palacios de origen sasanida aparecen completamente velados en su exterior por una multitud de pequeños y mal ataviados edificios, entre los que nadie puede sospechar que se guarde la entrada de los lujosos aposentos que habitan los monarcas.{296}
Entrando en más detalles sobre este departamento que ocupa la parte más antigua del palacio, existe el patio casi cuadrado que tiene en un lado el testero de las dos puertas, guarnecidas de azulejos después de hecha la obra antigua, y coronadas de un frontispicio alintelado de dovelas estriadas. Sobre un ancho friso de agemías hermosamente distribuídas había dos mikkah ó tragaluces con una ventanita central entre ellas, tapadas hoy y ornadas con la inscripción africana, que es una sura del Korán. El arco de este nicho es único en su clase; sobre él descansa una cornisa de colgantes y encima avanzan gradualmente moldurones de una gran escocia, también única en los monumentos árabes de todos los tiempos, la cual termina en un alero de madera admirablemente labrado del más exquisito trabajo; el todo conserva colores primitivos bajo el rojizo tono de su ancianidad.
Es una decoración completa que tenía sus puertas chapeadas con clavos dorados y cintas de bronce, de las cuales se conserva una en el Museo; celosías en las ventanas, ajimeces y basamento de jáiras de colores con alfreizares de mármol, de los que hay uno doblado por la presión de sus extremidades, con la misma elasticidad de un pedazo de madera.
Obsérvase en esta decoración algo de la arquitectura de la puerta del alcázar de Sevilla, reedificada por Don Pedro, y semejanza con las de las épocas de los primeros kalifas de Córdoba y Toledo; lo que nos obliga á asignarle mayor antigüedad, suponiendo que cuando se construyó daba frente y se descubría desde sus ventanas el río Darro, hasta que pocos años después se hizo el otro edificio de enfrente, cuyo ornato es distinto.
En el friso de madera, bajo el alero, hay una inscripción{297} en cuatro tarjetones, que hemos copiado y que traducida dice así:
«Mi posición es cual una diadema. Mi puerta es para un lugar culminante. Imaginan las comarcas occidentales que en mí se halla el lugar donde el sol nace».
«Yo contemplo su aspecto semejante á la luz de la aurora en el horizonte».
«Algani bil-lah me dió el encargo de abrir la puerta».
«Haga Dios de esta obra un beneficio para el sultán como lo hizo bueno en figura y carácter[150]».
Enfrente hay tres arcos de aspecto tan igual al de la obra del patio de la Alberca, que podemos asegurar fueron levantados cuando aquél; lo cual indica que entre la construcción de la entrada que hemos descubierto y del citado patio de la Alberca, pasó un período á lo menos de cincuenta años, y que el referido testero de las dos puertas fué hecho frente á la muralla del Bosque, delante de una pequeña explanada. Después se labró la puerta antigua para dar entrada al patio de Machuca y la Mezquita, con cuyos edificios quedó encerrada la más antigua fachada del palacio.
Nótase un arco sencillo, forma de herradura, que hay delante de la fachada de los tres arcos; éste fué hecho en el año de 1522, con el intento de apoyar un suelo de cuadrado cuyo peso no fiaron á las dos delgadas columnas sobre que descansan aquéllos.
Las dos columnas tienen de notable que sus capiteles son tan raros como los del templo Jain de la India, ó los de los baños árabes de Cefalú en la Arabia; su forma extraña y caprichosa obedece á dos inspiraciones: una siriaca y otra greco-romana[151].{298}
En el centro de este patio había una fuente más elevada, y pasando el intercolumnio se encuentra una pequeña sala que fué reedificada después de la conquista, como lo indica su techo, y en su centro se abre una ventana con trazas góticas, que debía servir antiguamente de puerta de la torre que pudo ser destruída con motivo de la construcción de la de Comareh.
En el patio anterior hay una puerta moderna, que da paso á la Capilla que pudiéramos llamar mudéjar, porque se reconstruyó en 1537 y se hicieron sus mosáicos por Antonio Rojas, obra primorosa con escuditos alhamares y del primer alcaide cristiano. En aquella reconstrucción se rebajó el pavimento y se aprovecharon tres techos de ensambladuras, haciendo de nuevo los demás y todos los plafones y emplanchados. Su estructura primitiva debía ser á semejanza de la sala de las Camas, más alta del techo en su centro y con tribunas y menacires.
El altar es una composición de mal gusto, de piezas de mármoles que han debido servir para otro objeto muy distinto. Parece que formaron parte de una gran chimenea que se hizo para las habitaciones del Emperador, con otras que ya hemos citado de la sala de las Ninfas.
Por debajo de la tribuna se entra en una pequeña estancia cuyo destino no habría sido fácil explicar, si no se hubiera conservado un arco y un nicho del género que siempre emplean los musulmanes como Kihblah ó santuario de sus aljamas, y del que hay muchos ejemplos en todas partes; cosa bastante singular, porque parece que desde la construcción de la Gran Mezquita de Córdoba todos los que se hicieron después en España y Africa fueron imitados del arco de herradura adovelado por dos curvas excéntricas, cuya forma aparece original y digna{299} de estudio; y hasta la época más moderna ha continuado la tradición en Marruecos, donde los nichos sagrados en que se guarda el libro koránico tienen allí esta forma. Tanto su disposición como el nombre dado á este cuarto por varios historiadores, además del no menos importante dato de la dirección de los muros ó paredes de Oeste á Este y la situación del nicho perfectamente orientado, son testimonios más que suficientes para suponer que fuese la pequeña Mosala al-aidi ú oratorio[152] del palacio, levantada, como ya hemos dicho, en uno de los ángulos del patio llamado luego de Machuca.
Hemos intentado hacer más indagaciones en este aposento y han dado por resultado nuevos vestigios de arcos y relieves antiguos, los cuales subsistían bajo una gruesa capa de yeso, con la cual los habían cubierto en épocas cristianas. Su pavimento ha sido también rebajado como el de la anterior capilla y nótase la puerta que lo tuvo en comunicación con un estrecho pasadizo, que conduce á la Torre de los Puñales y á la parte arruinada del referido patio de Machuca, en cuya torrecita, muy ruinosa, se nota el techo antiguo, compuesto de pequeñas alfargías, y en un costado las señales de tragaluces de arco redondo donde habría agemías caladas.
Es éste un pequeño cuarto con ornamentos preciosos, diferentes de los del alcázar y con una ancha ventana en su testero principal, donde había una especie de mirador ó menacir de madera, cubierto de celosías, como las que se ven en el Cairo, y de las cuales quedaban todavía muchas en Granada á principios de este siglo. Del otro lado de la torre continúan los pequeños cuartos reservados que servían de viviendas, los cuales terminan con la muralla, en la puerta del Bosque.
Como se observa, desde esta torre se bajaba á un enclaustrado de arcos, hoy cubiertos, que hacían un frente del gran vestíbulo á que nos hemos referido en los últimos párrafos.{300}
Concluye aquí la descripción del más interesante alcázar mahometano que se ha construído.
En el centro de la Alhambra se pensó levantar hacia el año 1526 el Palacio del Emperador Carlos V. Para establecer su ancha cimentación en un paraje de los más estrechos que ofrecía el conjunto de baluartes, y que estuviera en relación al mismo tiempo con el palacio viejo de los moros, fué necesario destruir una porción de casas árabes que se encontraban en esta pequeña y antigua población morisca, á la cual se entraba por la puerta del Vino, las cuales se demolieron para hacer este palacio, hermoso y bello en cualquier otra parte que se hubiera edificado, pero no tanto entre estos vestigios oriundos de una civilización completamente extraña á las luces y al movimiento intelectual del siglo.
Carlos V vino á Granada desde Sevilla buscando los recuerdos{301} halagüeños del reinado de Doña Juana, en cuyo tiempo se consideraba este sitio como uno de los más frescos y saludables de Andalucía en la estación de los grandes calores; y extrañando que la corte española se hubiera hospedado en los aposentos de los moros, sin dejarlos de admirar y recomendando su conservación, mandó construir este palacio, encargándolo á artistas especiales y dotándolo de rentas suficientes. Los moriscos pagaban 80.000 ducados entonces, porque les permitieran sus usos y costumbres y por conservar trajes y ceremonias que les era difícil abandonar; de ellos destinó 10.000 para su obra, que se pagaban anualmente, añadiéndole 6.000 de las rentas del alcázar de Sevilla, y el importe de las penas de Cámara de los corregimientos de Granada, Loja y Alhama.
Desde algún tiempo eran innumerables los artistas que, procedentes de Italia, hacían en España, la mayor parte de las obras, los cuales consideraban el arte ojival como bárbaro, y se inclinaban decididamente al greco-romano, copiando sus majestuosos edificios, dotándolos de mayor riqueza de ornamentación y dándoles ese sentimiento pagano que irremisiblemente habían de ostentar. Debía pues, ser este palacio uno de los más ricos y suntuosos que se construyeran en España, rivalizando con el decantado arte traído por los vencidos musulmanes, y era preciso coronar la Alhambra de las glorias del Emperador para que se olvidaran las grandezas del pueblo árabe. Así se hizo con toda la posible arrogancia, derribando cuanto se oponía, hasta que aparentemente desapareció el carácter distintivo del baluarte musulmán[154]. Se buscó la inspiración en el palacio florentino, en la iglesia de Pisa, en Santa María la Mayor de Roma y en el patio del palacio viejo de Arnoldo di Lapo. Su estilo tiene toda la rigidez del panteón, toda la regularidad académica de San Juan de Letrán, toda la exactitud y proporciones de los entablamentos romanos; pero carece de la uniformidad que aquéllos guardan en la colocación de{302} sus órdenes, y se resiente de la influencia del ornato á expensas de las proporciones de sus apilastrados y cornisamentos. Sin embargo, este edificio había de ser en España una preciosa joya sin rival, por la delicadeza de sus dibujos y refinamiento de sus esculturas.
La falta de unidad se nota en la contraposición de estilos que ofrece el primero y segundo cuerpo, pues mientras aquél tiene los modillones robustos de una construcción toscana poco delicada, el segundo es del orden jónico con todas las galas del renacimiento en los tímpanos y molduras, coronado por un cornisamento dórico de hermosa ejecución; y esta diversidad de contrastes está limitada en las portadas de los centros, donde hay uniformidad y clasicismo en el primero y segundo cuerpo, indicando que artífices de muy diverso gusto construyeron el edificio, y que su elaboración se prolongó más de sesenta años. Según los datos existentes en el archivo, si bien fué el año 1526 aquel en que se empezó á construirlo, no aparece la obra en ejecución hasta mucho después, habiéndose empleado largo tiempo en la cimentación que dirigió Pedro Machuca y su hijo Luis (1529), en cuyo año murió; continuando los trabajos bajo la dirección de Juan Orea y Juan de Mijares, hasta Pedro Velasco que se encargó de las obras en 1583. Y no se puede fijar la sucesión exacta de sus directores, porque se encuentran documentos firmados por Nicolás de Corte y Mijares, quienes en 1545 el primero y 1588 el segundo, lo mismo dirigían las obras, que se ocupaban de hacer esculturas, pues los arquitectos de aquella época eran decoradores de origen, al par que grandes prácticos que se encargaban indistintamente de la edificación y del ornato.
La planta cuadrada tiene 220 pies de lado y la altura es de 60, en dos cuerpos. En ambos hay un sistema de apilastrados, entre los cuales quedan los huecos de balcones, claraboyas y tímpanos adornados de esculturas como vasos griegos, guirnaldas de granado, esfinges y tarjetones, obras hechas todas por Morell y Juan de Vera.
En los centros de las fachadas de Poniente y Sur se levantan{303} dos pórticos hermosamente labrados en mármoles de diversos colores, entre los que se notan la piedra serpentina de Sierra Nevada, sin rival por su hermoso color, los blancos de Macael manchados de rojo que hay en los medallones, y los pardos finos de la inmediata Sierra de Elvira. En la puerta cuadrada del centro, sobre el frontón, se ven hermosas figuras recostadas, encima, medallones con cuádrigas y caballeros armados á la flamenca, y sobre los tres balcones del segundo piso, tres medallones labrados por Pedro de Ocampo, escultor sevillano, los cuales representan, uno el escudo real de España, y los otros escenas mitológicas de los trabajos de Hércules. Son admirables en este lado las batallas de bajo-relieve hechas sobre los netos de los pedestales, cuyo croquis publicamos, y las famas ó glorias alusivas al dominio de ambos mundos que hay en otros, las cuales hizo Antonio de Leval en la cantidad de 145 escudos cada uno, suma insignificante que en nuestros tiempos equivaldría á 700 escudos á lo menos. Al mismo se atribuyen los estilobatos, según documento que existe en el archivo, reclamando su valor. Los citados espejos de Hércules costaron 430 escudos; y los escultores Salazar y Pablo de Rojas hicieron las estatuas por la suma de 185 escudos[155]. Entonces se pagaba por la talla de cada una de las cartelas de la cornisa con el florón y cubierta de cada entrecán, la cantidad de 28 rs., según ajuste que firma Juan de Mijares, encargado de estas obras el año 1588.
En la otra portada del Mediodía hay menos clasicismo greco-romano, y su composición es una obra de renacimiento con esculturas más fantásticas y menos perfectas. Cuatro columnas jónicas sostienen el cornisamento, en cuyo friso se lee: Imperator Cæsar Car. V, y en los costados de los pedestales, sobre los que descansan leones sin concluir, se ven trofeos de las guerras contra los árabes, muy interesantes para los estudios arqueológicos.
En su segundo cuerpo hay un pórtico de tres ventanas arqueadas,{304} y en las enjutas se hallan labradas ninfas alegóricas á la historia, escribiendo sobre anchas tablas de mármol. En los netos se ven figuras triunfantes de la mitología, centáuros y escenas paganas, como el robo de Anfitrite por Neptuno, las columnas de Hércules, etc., obras todas de los citados Morell y Juan de Vera.
Hay alguna irregularidad en la distribución de ventanas de la fachada de Poniente, lo cual está demostrando que el que hizo el proyecto primero de esta decoración no pudo terminarlo{305} y que los artistas posteriores al año 1564, en cuya época no estaba hecho más que el primer cuerpo, proyectaron después la fachada del centro, y no pudieron arreglarse á los ejes de la construcción primitiva. Lo mismo puede decirse de los muros trasversales interiores, que en lugar de resultar adosados á los mazizos resultan algunos en los claros de los balcones, para cubrirlos sin duda con ventanas fijas de madera que no llegaron á colocarse.
También llamamos la atención hacia los agujeros que hay en el primer tercio de las pilastras almohadilladas, donde estaban clavados los manillones de bronce que se guardan hoy en el pequeño museo del Palacio árabe.
En el ángulo de estas dos fachadas descritas se ve el arranque de un arco que debió construirse para separar la plaza de los Aljibes de la de los Álamos, y constituir en la primera la plaza de Armas haciendo un gran arco de triunfo que quedó en proyecto.
El interior de este edificio ofrece una singular composición reprobada como regla general en el arte de construir. El círculo inscripto en el cuadrado deja cuatro irregulares estancias triangulares que no pueden servir de nada, y aunque aquí se ha aprovechado una de ellas con la escalera principal del palacio, las otras quedan como huecos ó rincones que afean la distribución. Aparte de estos defectos, tiene el patio tan imponente decoración, á causa del cenador circular apoyado sobre treinta y dos elegantes columnas dóricas que sostienen la bóveda en dirección anular, que nos recuerda los magníficos pórticos de la vía Flavia en Roma. Sobre el primer enclaustrado se alza la galería de orden jónico, ceñida por un anillo tallado á dovelas de lintel plano, en las cuales se halla incluído el arquitrabe, friso y cornisa, tan admirablemente unidos, que sin ser entibado este círculo de piedras por ninguna fuerza exterior contra su centro, se ha sostenido durante cuatro siglos sin descomponerse ni que se rompa ninguno de los bloques de la curva.
Todas las demás decoraciones se reducen á los conocidos{306} apilastrados y entablamentos, nichos para colocar estatuas, frontispicios, basamentos y cuantos detalles desarrolla el estilo modulado de esta conocida arquitectura.
La escalera citada ocupa el ángulo Sudoeste, y no tiene más mérito que la magnitud de los peldaños y las bóvedas hornacinadas que trazó Francisco de Pontes, otro de los artistas que se ocuparon en estas obras.
En el ángulo de la planta que mira á Oriente, hay un departamento de forma octogonal y muros de mayores dimensiones, que se destinaba á Capilla del Palacio, y debía cubrirse, según el proyecto, con una bóveda semi-esférica. El suelo de este pabellón se halla sobre una bóveda subterránea, á la cual se entra por el patio del Estanque, y ocupa el terreno que ya hemos estudiado, por donde se extendían las habitaciones que llamaron de invierno en el Palacio árabe, las cuales no pueden indicarse en el plano, porque han desaparecido hasta los cimientos.
En el grueso de los muros y en la forma octogonal ya descrita, hay dos escaleras de las llamadas de caracol, que desde la bóveda subterránea suben hasta el cornisamento del edificio.
Aparte de las imperfecciones de distribución que tiene una obra hecha por diferentes arquitectos, siempre es admirable en el mecanismo de la construcción, el desarrollo de entibaciones y el ajustado corte de piedras. Sus esculturas carecen por regla general de buen dibujo; pero abundan en delicadeza de trabajo, fantasía y riqueza de detalle. Las superficies de los muros están generalmente revestidas de la fina piedra calcárea de Escúzar, y por dentro de la de Alfácar, más dura y grosera. Las columnas y galerías del patio, son de piedra conglomerada, vulgarmente almendrilla, que es muy bella y se trabaja difícilmente.
Hacia el año 1590 se hallaban todavía sin labrar la mayor parte de sus esculturas, y nosotros dudamos si este edificio llegó á cubrirse definitivamente, pues aunque á principios del siglo XVII se hallaba reunida en los almacenes de la Alhambra toda la madera que se había traído con este objeto de los pinares{307} de Segura, en tal caso, creemos que sólo el anillo del corredor circular llegaría á cubrirse.
Por último, los mejores artistas de la época, como Juan de Cubillana, entallador, en 1560, Juan del Campo, en 1565, Landeras, en 1584, Núñez de Armijo y los Machucas ya citados, Ocampo, Leval, Baltasar, Godíos y otros que hemos tenido ocasión de mencionar, tomaron parte en la ejecución de las obras, con sueldos que variaban de 130 á 200 maravedís diarios, según consta de los legajos del archivo.
Fué construído de orden de este segundo Alcaide, según consta del archivo y lo indican los escudos esculpidos en la caliza de Sierra de Elvira, sobre el paraje donde se hallaba el repartimiento de aguas de los barrios de Gomeres y Churra.
Aunque simple en su composición, por hallarse adosado á una muralla que en lo antiguo cerraba delante de la puerta Bib-Xarca, y continuaba luego á enlazarse con el camino de circunvalación de la torre de las Cabezas, es muy bello en sus detalles escultóricos. Está situado en el final de la cuesta ó camino único que desde el barrio de Cuchilleros y cuesta de Gomeres conducía entonces á la Alhambra, paso frecuentado durante cuatro siglos, hasta que se abrió el del centro de la Alameda en 1831. Por las inscripciones, se ve que fué dedicado al Emperador; tiene hermosos adornos del renacimiento sobre sus cornisas, y tres rosetones con cabezas cargadas de frutos, alusivos á los tres ríos que pasan por esta ciudad. Se empezó á hacer en 1557, y aun quedaba algo por concluir en 1624. Sus cincelados son del escultor Alonso de Mena, y algunos van desapareciendo, particularmente donde están esculpidas escenas mitológicas de notable primor. La traza general es el greco-romano del renacimiento, poco esbelto y gallardo, pero propio{308} para el lugar y objeto á que se destinó. En nuestro tiempo han restaurado algunas esculturas decorativas de uno y otro lado del segundo cuerpo, que se confunden con las antiguas.
Los dos últimos monumentos que hemos mencionado de estilo tan diverso del árabe, forman ya en el número de los nobilísimos que se alzaron en este mágico recinto, y por eso no nos podíamos dispensar de citarlos ligeramente, antes de abandonar los tan preciados de la dominación agarena.
Era la primera condición de todas las antiguas poblaciones que se levantaron ó engrandecieron durante los siglos medios, que debían estar situadas en grandes alturas, y rodeadas de muros en dos, tres y cuatro falanges, según su importancia; y aunque esto fuera peculiar también de más antiguos tiempos, nunca se observó con más rigor este sistema de defensa, como en la citada época y particularmente en España, donde si se contaran las fortificaciones destruídas, sería mayor su número que el que cuenta la mitad de Europa. En Granada hubo diversos circuítos amurallados, principiando por el de Hiznarromán, atribuído á los tiempos romanos y fenicios, sin fundamento incontrovertible; y se supone que los árabes encontraron el castillo citado con otros vestigios que destruyeron después, en el sitio llamado hoy placeta de las Minas y carmen de Lopera, con ruínas de un templo pagano. Multitud de inscripciones se descubrieron más tarde, sobre cuyo asunto se formó un célebre proceso que no escandalizó muy poco en aquella época. Parte, pues, desde este sitio el baluarte de estructura árabe que hay á la vista en diversos parajes, construído próximamente cuando las primitivas torres Bermejas que ya hemos citado, el cual dominó en aquella colina, como{309} en su día dominaron los castillos romanos que allí hubiera sobre alguna pequeña población, anterior quizá á los tiempos visigodos, no tal como se encuentran hoy, sino destruídos y vueltos á edificar en forma de alcazaba, que se llamó después Cadima ó vieja; precisamente como sucedió con la de Al-hamrra, donde se construyó una fortificación más antigua y más pequeña que la que hoy existe. Dicha alcazaba apenas podría contener una población de 500 vecinos antes que se hiciera la gidida ó nueva, en cuyo tiempo se trataba ya de abandonar á Illiberis; lo cual nos induce á sospechar si el primer castillo que se construyó en lo más alto de lo que hoy se llama barrio del Albaicín se hiciera para dominar un pueblo que había del lado de Poniente, el cual fué origen de la ciudad árabe que fundó Bidis-ben-Habus, ocupando el Zenete por un lado, y por otro la alcazaba citada. Desde la conquista y particularmente en el siglo XVI se han hecho descubrimientos en Hiznarromán, que con los del Sr. Mendoza (1871), dan á entender que hacia el aljibe grande había un muro que terminaba en la Puerta Nueva, donde Mármol fija el asiento primitivo de la Castela de Ben-Aljatib ó del Castillo de Gazela, como él lo llama, y su construcción es como la de Hiznarromán, fácil de confundir con la romana y cartaginesa.
En dicha Alcazaba Cadima, labrada en tiempo de la primera invasión, sobre otra más antigua, se hallaba una Ráuda, lugar no muy espacioso donde enterraron á Badis y posteriormente al caudillo Aben-Ganía, enterramento que no podía existir sino fuera de este estrecho recinto, en el lado construído por los Ziritas, más espacioso y no menos sembrado de ruínas semejantes á las citadas. Del mismo modo se establecieron los castillos sobre el Mauror y Antequeruela, como se ha visto testimoniado por la existencia de un dilatado cementerio romano, encontrado no hace muchos años por bajo de la muralla y puerta de Niched ó de la altura[156], en la huerta de{310} Zafania[157], cuyo caso se ofrece igualmente en la Alhambra antes del establecimiento de los moriscos, cuando había una población quizá también romana ó fenicia con el nombre de Natívola[158], si hemos de creer la tradición que se pierde en la noche de los tiempos, y que no desecharemos en absoluto.
Siendo simultánea la existencia de Garnata é Illiberis, está averiguado que la ciudad de aquel nombre se hallaba más bien en el lado de la villa de los judíos que en el que se llamó Albaicín ó de los Alconeros, donde parece que se hospedaron unos cuantos yemeníes, guerreros de las invasiones árabes del siglo VIII. Estos estudios ó investigaciones, por más que no ofrezcan novedad, atendiendo lo mucho que se ha discutido y lo poco nuevo que se ha hallado para fortalecer una opinión justa sobre los primitivos castillos de Granada, se reducen á fijar los sitios designados en los planos con más ó menos aproximación, y á situar el primitivo castillo de Romanos entre las puertas de la Señoría y la de los Estandartes, demostrando que la segunda fortaleza de aquel lugar fué completamente de construcción sarracena, y que más tarde todavía, en tiempo de los Ziritas, se reconstruyó y continuó por la placeta del Cristo de las Azucenas, Aljibe grande, convento de San Agustín y cerca de San José ó Antigua mezquita, cuyos cimientos y argamasa es de la clase con que se fabricó lo que hasta aquí era conocido por Alcazaba Gidida ó nueva.
Otra muralla de esta parte de la población acaba de indicarnos el aislamiento desde su origen de aquellas fortalezas, demostrando la existencia de dos grandes suburbios que vinieron á reunirse desde el siglo XII en adelante. Esta está trazada á fragmentos muy visibles todavía sobre la calle de San Juan de los Reyes hasta el Zenete, abrazando el barrio de Badis y de los Morabitos; y quedan por consiguiente murallas de flanqueo y enlace en dirección de la Puerta de Elvira{311} y hacia la casa de la Moneda y convento de Zafra, donde hubo una puerta y muros que señalan un cambio de dirección en la margen derecha del río de Darro, pasado el puente árabe que debió llamarse el del Cadí[159], y alineándose por un lado con la subida y entrada á la Alhambra y su Alcazaba, y por otro siguiendo la orilla hasta un puente que había por bajo de la puerta de Guadix.
Desde este punto los baluartes antiguos toman dirección hacia Generalife, cuyos azuores no se terminaron, y otra al Nordeste, recinto de Don Gonzalo, que fué la más moderna muralla extendida hasta la torre del Aceituno, punto avanzado sobre el valle Mardanix que descendía por las Alcudias de Ainadamar y Aben Saad hasta la Puerta de Elvira. Por el Mediodía y Poniente sólo había un recinto murado que pasaba por medio de los barrios más poblados hoy de Granada,{312} como se indica en el plano moderno de esta ciudad[160] y dividido en tres grandes departamentos: el de la Antequeruela, villa de los Judíos, y el del Centro y parte llana. Hubo proyecto y hasta se hicieron puertas en el último recinto que partía desde las Vistillas por la Loma de Abahul hasta Generalife, cuya cerca debía estar próxima á una mina que hay en dirección del Campo de los Mártires por el callejón del Caedero. Los muros todos medían por lo menos una extensión de 2.200 metros, flanqueados de robustas torres en número de 1.030, y 28 puertas principales de las que sólo quedan muy pocas; sus alturas variaban desde 5 á 9 metros, con el espesor desde 1,20 á 1,85. Las puertas, comenzando por la de Elvira, se nombraban en tiempos árabes y cristianos de esta manera[161]:
La de Elvira, (Elveira Illiberis) al final de la calle de este nombre porque por ella se tomaba el camino de esta antigua población, que debía hallarse á dos leguas de Granada entre Atarfe y Pinos.
Boquete de Darro (puerta de Batrabayon, según Nebrija), estaba en el sitio que hoy se llama Boquerón y que era su verdadero nombre.
De Oneider, de la Erilla, ó de Bibalunata, frente á la calle de San Jerónimo, cerca del altar mayor de la Colegiata.
Bib Almazán, que estaba junto á la Pescadería, aunque su verdadero nombre era de Bibamazda, puerta del Circo donde se hacen juegos, y de la Conversación.
La de Bibarrambla, en la plaza del mismo nombre; después de las Orejas y del Arenal, medio destruída el año 1873.
La Puerta Real, que existía en el siglo pasado, donde colgaron la cabeza de Aben Abó metida en una jaula, último caudillo{313} de la rebelión morisca. Podía ser esta también la del Rastro.
La de Bibataubín ó de los Ladrilleros, cerca del teatro del Campillo, la cual existía todavía en 1808.
Puerta del pescado, Bib-Lacha y también Bib-Mitre y Bebeltee. Creemos que antes de ésta había otra, cerca de la torre del palacio de los Anxares (Cuarto Real).
Puerta de Néched (de la Altura), en las Vistillas.
Bibalfajarin ó puerta de los Alfareros, en el Realejo ó placeta de los Caños.
Bib-Mauror, según Aben Alhamar, y también puerta del Sol, para entrar á la villa de los Judíos y barrio de la Antequeruela.
Puerta de las Granadas, antes Bib-Lauxar.
Puerta de los Panderos, en la Carrera de Darro, ó Bib-Adi-faf, cerca del convento de Zafra, frente á la torre del Almací.
Puerta de Guadix baja, entrada á Albaida, al tomar la cuesta del Chapiz.
Bib-Xomais ó del Solecito, de Guadix alta, llamada por Pedraza, Puerta del Sol, en el camino del Monte Santo, según Alasar[162].
Puerta de Fajalauza ó del collado de los Almendros.
Puerta del Albaicín y de San Lorenzo, que daba paso hacia el otero de Ainadamar, donde está la Cartuja y el mirador de Orlando.
Puerta de la Alacaba ó de la Cuesta; se halla en un dibujo grabado al final del siglo XVI, en el libro «De Bello Granatense», de Lucio Marineo Sículo, el cual representa la ciudad por el lado del Triunfo, y dos puertas en su fortificación entre la Merced y San Ildefonso; se ve en él también una fortificación antigua que ocupaba el actual convento de Capuchinos.{314}
Puerta del León, Bib-Leit, Elezed, cuyos muros se observan en el Zenete.
Bib-Alhazarin ó puerta de los Estereros, según Nebrija, cerca de San José y San Gregorio.
Bib-Adan, puerta del Osario, salida á un cementerio árabe.
Bib-Albonut, de los Estandartes, cerca de las Tomasas.
Bib-Beiz, puerta del Trabajo, según Mármol detrás de la iglesia del Salvador, hacia la calle del Moral y al final del callejón de San Nicolás.
Bib-Siyada, puerta de la Señoría.
Resultan veinticinco puertas cuya memoria ó testimonio se conserva, y además hay las de la Alhambra y Generalife que eran seis, cinco en la primera y una en el último. Estas son: una que había en el Carril donde hoy se halla la moderna que da entrada á los carruajes, y acaso se llamaba de Yacub, citada por Aljatib, sobre cuyos muros estuvo por largo tiempo expuesto el cadáver del príncipe Don Pedro; la del Generalife, que según una pintura del siglo XV estaba cerca de Fuente Peña, la de Algodor ó de los Pozos, sobre el camino de la Sabica por donde salió Boabdil y además las citadas de la Alhambra.
Incluían las referidas murallas, en comunicación por medio de las mencionadas puertas, muchos barrios y cudiat (alcudias) (oteros): El del Albaicín, por fuera de la más antigua alcazaba, el cual no era de origen árabe pues se remontaba á tiempos más antiguos; había fabricantes de paños entre sus moradores y muchos cristianos desde el tiempo de la conquista; el arrabal Blanco, hoy poblado de nopales y cuevas, ó barrio de Albaida, siempre habitado por gente pobre, y muchos judíos en tiempo de la dinastía granadina; el barrio de la Cauracha cubierto de preciosas casas de recreo, hasta San Juan de los Reyes, su antigua aljama ó mezquita de Teibin (Mármol), más abajo el de Hajariz encomiado por los poetas árabes, alrededor de la calle de San Juan y de la Victoria, con suntuosos edificios cuyos restos aún pueden descubrirse; los barrios de la Churra, Gomeres, Mauror, los Gelices en la Alcaicería,{315} de los Judíos, de Cuchilleros, de Hatabín, en la plaza Nueva, del Zenete, tribu africana venida antes de los Nazaritas, los de Badis y de los Morabitos hacia San José y la Lona, y por último[163], los de Haxbin Laxarea y otros no conocidos todavía. Para estos barrios había tres cementerios, dos ya citados y uno muy extenso nombrado de Salh ben Malic, en el Triunfo y Plaza de Toros[164].
Muchos eran los oteros y lugares predilectos de la población é imposible el referirlos. Contamos los más afamados, que son: el de Ainadamar, el de Aben Mordanix con cármenes y almunias suntuosas, donde el guerrero de este nombre aposentó sus tropas para socorrer á su suegro Aben Humush; el de los Anxares, el Jardín de la Reina, pasado el Puente de Genil, el Alcázar Said, de Abaul, Alixares, etc., etc.[165].
La última cerca que alcanza hasta la ermita de San Miguel la costeó Don Gonzalo Stúñiga, obispo de Jaén, por el año 1425, cuando fué hecho prisionero por los habitantes de esta comarca y pidieron por su rescate, que costease esta línea amurallada, para de este modo no volver á ser molestados por las correrías que los cristianos hacían en los alrededores de Granada.
Al lado de la puerta Bibataubín se hallaba un Fuerte árabe cuyos restos se ven todavía detrás del cuartel de la Carrera, el cual formaba parte de aquella alcazaba. Se atribuye su construcción á Mohamad Aben Alhamar, y á mediados del siglo pasado se cedió por el Real Patrimonio al Ayuntamiento para cuartel de caballería, en cuyo tiempo se hizo la obra que hoy se nota en la fachada, de tan mal gusto y caprichoso estilo, con columnas salomónicas.
El Torreón ó cubo que hay en el ángulo es una construcción como la de los Siete Suelos con robustas almenas, y en todo él se cree hizo el primer Capitán general de Granada algunas{316} restauraciones y fosos con baterías para cañones. Esta Puerta de Ataubín se llamaba también de los Ermitaños, y la explanada se denominaba La Rondilla, lugar frecuentado por gente picaresca, juglares y aventureros, hasta que por último se hizo odioso, porque en él se quemaron y empalaron á algunos, víctimas de las discordias religiosas y guerras civiles.
Generalife: Antiguamente existía la comunicación directa entre la Alhambra y este palacio, por la Puerta de Hierro y una senda angostosa que hay enfrente, abierta entre líneas de rojos murallones que se hicieron para sostener el terreno inclinado. Una puerta árabe primorosamente labrada de jáiras y alicatados, hoy en desuso, que se halla en el jardín bajo de este sitio de recreo, da paso, subiendo una estrecha escalera, al vestíbulo del dilatado patio que precede á las escasas habitaciones que conserva de los tiempos agarenos.
Se dijo que el Generalife fué mandado construir por el príncipe Omar, cuya vida, sabido es, fué un puro deleite. Así lo hemos creído hasta muy recientemente que se ha presentado un berberisco con documentos árabes bastante comprobados, en los que aparece que esta casa había sido construída por un cautivo, al cual se la arrebató el Sultán traidoramente para su recreo y esparcimiento. La fundación será, pues, del tiempo de los Zeiritas, á juzgar por estos antecedentes.
La palabra Generalife ha sido interpretada como Casa de placer ó de recreo, Jardín de la Alegría y Huerta del Zambrero, por los festines que en este sitio se celebraron[166]. La naturaleza{318} domina en él y el arte en la Alhambra, ha dicho Washington Irving, y esto es tan verdad, que aunque se hallan á cada paso vestigios del arte mahometano, el que lo visita se inclina con preferencia á mirar desde sus corredores ó pasillos el hermosísimo panorama que ofrece la Alhambra en su conjunto, contemplada casi á vista de pájaro. La puesta del sol en los días de invierno, cuando el horizonte se cubre de trasparentes púrpuras, hace encantador este sitio, desde el cual se divisan tres términos panorámicos, igualmente sublimes: la Alhambra y su recinto en primer término, la población con sus huertos y torres en segundo, y en el fondo la vega almenada de remotas montañas bañadas de tornasoles.
Aparte de su deliciosa situación y de los jardines cuidadosamente asistidos, es deplorable que continúen cubiertos de cal los preciosos arabescos de la galería y pórticos, y que no se haya hecho más que una ligera restauración en la espaciosa antesala cuya estructura es tan hermosa y elegante. El antiguo mihráb, hoy capilla, el pórtico de cinco arcos de gusto decadente, la galería citada, la tarbea del centro y algunos esparcidos detalles de las torres y pasadizos, dan completa idea de un monumento donde la minuciosidad destruyó la grandeza, y en el que prolijos y delicados adornos entretienen la monotonía de un claustro rebajado y poco esbelto, semejante á los de las construcciones subterráneas de los panteones siriacos.
Frente al eje central de todo el edificio por donde corren aguas abundantes, y pasados el pórtico, el vestíbulo y nave trasversal, hay una preciosa torrecita algo modificada en su carácter, desde la cual á derecha é izquierda se entra en dos salas sencillas, adornadas con numerosos retratos más ó menos interesantes y en su mayor parte copias.
En una se hallan los de Aben Hud Almotuakel, rival de Alhamar I, y tronco de una estirpe de donde descienden todos los demás personajes que aquí se representan. El de Aben Celim, infante de Almería; el de Cid Hiaya, nieto de Jusef, bautizado en Santa Fé por los Reyes Católicos con el nombre de Don{319} Pedro de Granada; el de su hijo Don Alonso I y su esposa Doña Juana Mendoza; el del hijo de éstos, Don Pedro II; el primogénito de éste Don Alonso II, el descendiente Don Pedro III, y el de Doña Catalina de Granada que casó con Don Esteban de Lomelín.
En la otra sala están los retratos de los Reyes Católicos, los de Doña Juana y Don Felipe el Hermoso; los de Felipe II é Isabel de Portugal, esposa de Carlos V; los de Felipe III, Felipe IV, mujer de éste, y el de una dama; el del Gran Capitán,{320} aunque en nada parecido á los que conocemos de este personaje; y cuadros de armas, de carabelas y cartas genealógicas. Repasando por las habitaciones moriscas, debemos ocuparnos de algunas de sus inscripciones, no haciéndolo de todas, porque muchas son motes y salutaciones piadosas que hemos hallado en la Alhambra.
En un friso de la entrada junto al techo de la galería, hay en caracteres africanos una sura del Korán, la 48 desde el vers. 1.º hasta el 10.
En la faja ó recuadro de los arcos, una poesía en metro kamil que dice así:
«Este es un alcázar de incomparable hermosura en que resplandece la grandeza del Sultán».
«Gratas aparecen sus excelencias, brillan sus flores y derraman las nubes de la liberalidad su lluvia».
«En sus costados bordaron los dedos de los artífices dibujos semejantes á las flores del jardín».
«Su estrado se parece á la esposa que se presenta ante la nupcial comitiva con su belleza tentadora».
«Suficiente nobleza de alto precio tiene, si le prodiga sus cuidados el clemente kalifa».
«El mejor de los reyes, Abul Walid, el temeroso de Dios, de lo más selecto de los reyes de Cahtan[167]».
«El que siguió las huellas de sus puros abuelos, los Ansares[168], lo mejor de la estirpe de Aduan».
«Correspóndele (á este alcázar) de parte del kalifa una preferente atención, por cuyo influjo se renovaron las bellezas de sus artificios y construcciones[169]».
«En el año de la victoria de la religión, y del triunfo que ha sido en verdad una maravilla de la fé[170].»{321}
«Jamás deje de permanecer en perpetua ventura entre la luz de la recta senda y la sombra de la fe».
La planta del patio largo es puramente de la época primera que se descubre en Córdoba, Sevilla y Toledo. Así, pues, la suposición de que Omar Al-lahmi construyera á Generalife, debe estar fundada en que hizo alguna reconstrucción como la que se cita.
Luego hay otras inscripciones alkoránicas (sura 2.ª, vers. 256) y algunos vestigios de un poema que cita Echevarría; pero hoy están tan mutiladas, que no se han podido traducir con verdad.
Subamos al patio de los Cipreses, donde nada hay artístico, pero se halla en él aquel famoso ciprés de la sultana calumniada por los caballeros rivales de los Abencerrajes, trágicos amores de Aben-Amet, el cual, dícese, fué sorprendido por el rey cuando se hallaba en libianos amoríos, según hemos referido en otro lugar.
Más arriba se vuelven á ver jardines y una preciosa bóveda de laurel, hasta llegar á las glorietas llamadas el camino de las Cascadas, todo lo cual hallamos casi en la misma forma que nos describió Mármol en el siglo XVI.
Después hay un mirador moderno, de mal gusto, pero de vistas excelentes[171].
Silla del moro, darlarosa, los alixares y contornos.—Saliendo por el sitio más alto de Generalife se ve primero el acueducto que surte la Alhambra con las saludables aguas del río Darro. La altura que alcanzan éstas, tomadas del río á poco{322} más de legua y media de distancia, demuestra la inclinación que tiene el lecho de aquél en tan poco trecho. Más altos, en la misma montaña, hay indicios de haber existido otro acueducto que surtía por medio de norias los palacios de los Alixares, Darlarosa y otros.
Del lado de las tapias de Generalife se hallan restos de murallas, cimientos, albercas y aljibes, donde aún se conservan los nombres de Peinador de las Damas, Palacio de la Novia, Albercón del Negro, etc.
Subiendo al cerro á cuyo pie están construídos estos notables vestigios, se ven los cimientos de un fuerte llamado hoy La Silla del Moro. Á alguna distancia, siguiendo la cumbre, se encuentran muros de baluartes y torres con un profundo pozo construído de arcos de ladrillo, por cuyo fondo se hacía pasar el agua de la acequía ya citada, y más alla está el Aljibe de la Lluvia, que es una buena construcción hecha para recoger las aguas de las vertientes, donde se hallan restos de estanques y edificios, con azulejos y mármoles esparcidos en la tierra.
Toda esta montaña tenía el nombre de Cerro de Santa Elena hasta el barranco de las Tinajas, donde en tiempo de los árabes se construían alcatruces ó tubos de arcilla cocida, de los que se han conservado muchos todavía en nuestro tiempo. Al lado de un albercón y cerca de la noria de 160 pies de profundidad, situada en lo alto de la montaña, es donde suponen los cronistas la existencia de un palacio árabe, con jardines suntuosos y preciosas estancias. No hay datos positivos para asegurar ni para negar este supuesto, que ha llegado hasta nosotros por tradiciones más ó ménos verosímiles de los últimos momentos de la dominación agarena; sin embargo, no dudamos que existía en este sitio, entre la Silla del Moro y el Aljibe de la Lluvia, el Palacio de Darlarosa. Hemos seguido, acompañados de nuestro ilustrado amigo el Sr. Eguilaz y de otras personas dignas de crédito, un sendero que sirve de división ó término de un trazado á la espalda de la Silla del Moro, en la dirección de la Noria, y hemos visto copas ó macetas para{323} flores, tejas y ladrillos de fabricación morisca que no pudieron traerse á este elevado paraje sino para adornar un sitio de recreo. Llegamos, subiendo ligeramente, á un estanque de cuarenta y cuatro pasos de largo y nueve de ancho, con unas cuatro varas de profundidad y muros de siete pies de grueso. Uno de los cuatro lados está derruído y sus fragmentos han servido para construir otros cimientos que se cruzan con los antiguos. Algunas ligeras excavaciones nos han descubierto otros pedazos de muros quebrantados, un conducto de agua y millares de ladrillos, algunos de ellos esmaltados por sus aristas. No dudamos, pues, de la existencia del Palacio de Darlarosa y del cultivo de todas estas montañas, pero al mismo tiempo estamos persuadidos de que en la conquista debía hallarse casi abandonado y tan ruinoso que no llamara la atención de los conquistadores.
En tiempo de las rebeliones de los moriscos, los soldados de Don Juan de Austria se albergaron en las ruínas citadas para aguardar á los rebeldes, y más de una vez fueron éstas testigos de horribles algaradas.
Los Alixares.—No queremos dejar de referir aquí lo que se ha escrito sobre el Palacio de los Alixares. Mármol, Pedraza, Navajero, Marineo Sículo, Martínez de la Rosa, Alcántara, etc., dan por seguro que había un palacio de este nombre en la cumbre del cerro. Si así fué ó no, este palacio lo han confundido con la fortaleza que hay hoy arruinada, y que se demolió para quitar este albergue á nuevos y por entonces temidos levantamientos de moriscos. Si nos viésemos obligados á situarlo, lo haríamos á la falda del Sur, cerca del cementerio, donde hay estanques que no se sabe si eran los de la fortaleza citada, ó los del alcázar muy afamado en aquellos tiempos, de los Alixares, que daba vista al Genil y al Darro, á la Alhambra y Generalife á un mismo tiempo.
De cualquier modo, aquellos historiadores se referían á lo que había existido, no á lo que ellos vieron. Los romanceros posteriores escriben que Don Juan de Castilla preguntaba en la Vega á un cautivo:{324}
Navajero y Mármol dicen: que á la espalda de este cerro del Sol y á la derecha de la Alhambra, se miraban sobre otra altura los Alixares[172], dando vista á las frondosas riberas del Genil y á la amenísima vega. Esta descripción es defectuosa, porque la derecha de la Alhambra no es lo mismo que la espalda del cerro del Sol, pero ambos historiadores ofrecen la seguridad de aproximada exactitud en lo que refieren, y nosotros, acompañados por una comisión de la de Monumentos de la provincia, pasamos á buscar los restos de que tanto se ha hablado. Seguimos la dirección de la cumbre de la montaña hacia el Aljibe de la Lluvia, y por lo que descubrimos, sostendriamos que este era el sitio de los palacios de Dar-Alarusa ó Darlarosa, y que los Alixares debían hallarse en otro lugar. Con efecto, descendimos otra vez hacia donde hoy se halla el cementerio, y á su derecha, vueltos hacia la Sierra Nevada, subimos á una pequeña altura ó punto avanzado sobre el valle del Genil, desde donde se descubren hermosas vistas del lado también de Sierra Elvira, lo cual concuerda con el texto de la historia de las guerras granadinas, y con el pasaje referente á la belleza de las cúpulas de los Alixares, que se descubrían desde la citada Sierra.
Al construir el cementerio se deshizo un acueducto de atanores de piedra, que hemos visto, y que á manera de sifón conducía el agua desde una grande alberca que hay en el cerro opuesto, hasta el estanque de los Alixares cuyos restos se ven todavía. Nosotros hemos hallado pedazos de mosáicos y de mármoles.
Se ven muy bien montones irregulares de tierra de los hundimientos{325} de los muros, cimientos y piedras colosales para sostener el terreno por el lado de la vertiente del río, cuyas piedras allí llevadas desde mucha antigüedad, habrán dado origen al nombre de Alhichar que tenía el palacio. Hemos visto también en un manuscrito, á propósito del reparto de los capitanes que se alojaban en las torres y castillos de la Alhambra, y con motivo de acuartelamientos, que un tal Don Álvaro López vivía en los Alixares con diez guardias lanceros, de los doscientos que en muchas ocasiones se asignaron á la defensa del real sitio.
Sabemos también que toda la falda del cerro donde se encuentran estas ruínas, extendiéndose hasta la cerca de Casa Gallinas[173], se titula en las escrituras de las fincas rurales la Dehesa de los Alixares, que es un testimonio más de la existencia de monumento tan notable, que un romance morisco describe así:
Una tradición nos cuenta que por todos estos cerros se ocupaban más de cuatrocientos esclavos, la mayor parte cautivos, en lavar las arenas de sus arroyos, para buscar el oro que se halla en diminutos granos esparcido por la tierra. Estos esclavos del monarca producían cada uno el valor de cinco reales diarios, y se dice que los adornos dorados de los palacios, son todavía aquel purísimo oro que se extraía del río, y el cual va al lecho arrastrado por los aluviones que vienen de las montañas.
Campo de los Mártires.—Puerta del Sol.—Abulnest.—El campo de los Mártires es uno de los sitios mas pintorescos{326} de esta ciudad. En tiempo de los árabes esta cumbre se llamaba Campo de Abahul, en el que había grandes subterráneos, especie de silos, donde según la usanza africana y de muchos pueblos orientales, se encerraban los granos excedentes del consumo, en los años de grandes cosechas. En nuestro tiempo hemos visto llenar de escombros estos anchurosos silos.
Aben Comixa, alcaide de la Alhambra, entregó en este campo la llave de la puerta de los Siete Suelos, que era entonces la principal de este real sitio, á los primeros caballeros que vinieron á tremolar el estandarte cristiano en las torres de la Alcazaba. Aquí, pues, terminaba el camino que los condujo desde la ermita de San Sebastián hasta la Alhambra, donde penetraron sin que se apercibieran los habitantes de la ciudad; pero falta saber si fué por la cuesta llamada de Peña Partida por donde pasaba el camino, pues hemos visto en un legajo del archivo de la Casa Real un acta formada con motivo de haberse mandado derribar la Gran Mezquita de los Reyes, que dice vinieron los conquistadores hasta la Puerta de los Siete Suelos por un camino que pasaba cerca del lugar donde se construyó el convento de Carmelitas, y hoy se encuentra la casa de Don Carlos Calderón.
La barriada que hay por bajo de este campo se hallaba en tiempo de los árabes habitada por los judíos y los cristianos. La iglesia de San Cecilio que hay en ella fué conservada durante la dominación mahometana y se reedificó después. La plaza, delante de esta iglesia, se llama Campo del Príncipe, por la muerte del infante Don Juan á consecuencia de una caída de caballo que sufrió en este sitio. Lleva hoy una gran parte de este barrio el nombre de Antequeruela, porque á él se vinieron á morar los vencidos de Antequera en 1410.
La Puerta del Sol.—Se hallaba al extremo de la calle de los alamillos, cerca de las Torres Bermejas, y abierta en la muralla ó recinto que descendía hasta cerca de la Casa de los Tiros. Hoy no tiene este sitio importancia alguna monumental ni histórica, más que como límite entre la población árabe{327} y judía. La Comisión de monumentos conserva un dibujo de lo que fué.
En el Campo del Príncipe, y en el lugar que hoy ocupa el Hospital de Santa Ana, había una casa árabe muy grande llamada de Abulnest, que se derrumbó, y que era una de las fortalezas principales.
Casa de los Tiros.—Esta era una de las fincas solariegas de arquitectura mudéjar, con el aspecto propio de las casas feudales, con abolengo del tiempo de los árabes y mero y mixto imperio, horca y cuchillo. La construcción está basada en un alcázar árabe cuya torre principal ha sido transformada completamente. En su interior hallamos techos formados de alfaques y casetones, en los cuales hay pintados retratos, y en otros, como sucede en el zaguán ancho y espacioso de la entrada, animales y figuras de fantasia al estilo gótico, raro en Granada. En el interior se encuentran capiteles mozárabes, cartelas ó zapatas bajo aleros agramilados del buen género arábigo, y aun bajo los enlucidos de yeso en las paredes no es raro encontrar estucadas comarraxias y azulejos de suma delicadeza.
Otras casas inmediatas participan mucho del mismo carácter, y aunque menos encastilladas, son dignas de estudiarse porque en ellas se ve la modificación del gusto artístico bajo la influencia del renacimiento, y con cuanta razón hemos dicho en otra parte que el arte mudéjar en Granada tuvo un carácter más próximo del greco-romano, que del gótico hallado en otros pueblos de España.
Cuarto Real.—Dijimos en otro lugar que desde el Castillo de Bibataubín partía un lienzo de muralla que llegaba hasta una torre cuadrada y alta, llamada desde el siglo XVI Cuarto Real, y más antiguamente de Nonsará. Esta debía ser parte de un palacio, porque hemos observado que todos los edificios más ó menos importantes, estaban construídos sobre las murallas ó fortificaciones, y pertenecían á las familias de los monarcas. Así, pues, era un aposento no destinado, como han dicho algunos respetables anticuarios, á la oración, sino habitado por ilustres familias, toda vez que las inscripciones hasta aquí halladas{328} no contienen el nombre de ningún rey moro; de donde se deduce que el Cuarto Real era una casa-palacio de segundo orden, de la cual no se conserva hoy más que un pórtico de ingreso, una sala cuadrada grande como las mayores de la Alhambra, y dos alhamíes, por haberse destruído antes de 1556 la casa que falta, según lo demuestran las inscripciones que había en ella, publicadas por Iranzo. Las que se conservan en el recinto de esta torre son todas leyendas del Korán, suras 112, 48, 11, 2, vers. 1.º, 2.º, 3.º, 90, 10, 257 á 259, alternando, según el capricho del decorador, los caracteres cúficos y africanos.
Nada más bello en su género que los mosáicos de esta torre, y es lástima que no se hayan conservado íntegras como el resto del ornato, las repisas, cenefas y pavimentos. A juzgar por el carácter de la construcción, creemos que pertenezca al final del siglo XIII, pues que la forma del arco y de los almizates, al par que la confección de los mismos azulejos, corresponde al primer siglo de la época floreciente del arte musulmán, poco antes que alcanzara el esplendor y caprichosa desenvoltura del último siglo.
Los mirtos, laureles y antiguos embovedados de los jardines parecen del tiempo de los árabes, y dan una idea de su antigüedad contemplando los robustos troncos y la forma arabesca que se ha trasmitido en Granada, para la distribución de estos singulares sitios de recreo. En los alrededores de este monumento había muchas construcciones moriscas, que se destruyeron para hacer el Convento de Santo Domingo y su huerta.
Alcázar de Said.—Navajero dice: «que de la parte por donde viene el Genil, ya casi en la llanura... hay asimismo palacios y jardines medio arruinados que eran de dichos reyes moros, y aunque es poco lo que de ellos queda, el sitio es muy delicioso y también se ven allí todavía mirtos y naranjos... Más abajo, en lo llano, pasado el Puente de Genil y mucho más á la izquierda que los otros palacios, existe uno conservado en parte, con muy bella huerta y estanque que se llamaba el Jardín de la Reina, etc.»{329}
Hemos estudiado con detención los restos de este alcázar de Said, como lo han titulado los modernos arabistas, y hecho lo posible por conservar los arabescos con el color y carácter que ha impreso un período de siete siglos sobre sus delicados detalles[174]; el pavimento es una de esas solerías que llaman los árabes almorrefas, y el espacio liso, hasta la primera faja de inscripción, estaba destinado para tapizados de tela ó cueros semejantes á los que ponían en la Alhambra, donde hemos hallado muy recientemente hierros en forma de alcayatas para sujetarlos.
En tiempo de Mohamad I sirvió para alojar una larga temporada al infante Don Felipe, cuando huyendo de los sinsabores de la corte de Alfonso X, vino con otros caballeros á disfrutar las delicias de este pintoresco país, y la galante oferta del rey moro. La arquitectura parece más antigua que la de la Sala de Comareh, y pudiéramos asegurar que es del tiempo de los Almohades, aunque hoy contemplamos una parte muy pequeña de lo que existió.
A algunos pasos de distancia y frente á la puerta, se halla el muro de un hermoso estanque, citado en los romances moriscos por ser este el que podía remedarse á un mar artificial cubierto de embarcaciones donde en más de una ocasión hubo juegos navales, figurando el incendio de los galeones cristianos[175]. No hay vestigios en Granada de un lago artificial más extenso.
En una casita de labranza que se ve á la cabecera de estos gruesos muros, hay bóvedas subterráneas y fundamentos de construcciones árabes, y según los títulos de posesión de toda la finca, pertenecía á la sultana Aixa, madre de Boabdil, y fué vendida á un rico judío de Granada pocos días antes de la rendición{331} de la ciudad, cuyo judío la vendió á los antecesores de los actuales dueños.
Las inscripciones son cúficas y africanas y no ofrecen interés ninguno, excepto la que guarnece los nichos de la puerta, donde se cita confusamente á un monarca y la fecha de 1204.
Conserva esta sala hoy su carácter antiguo; los apilastrados de las veinte ventanas caladas están compuestos de finos y primorosos detalles; encima una ancha cornisa de boveditas sostiene el artesonado, compuesto de ensambladuras de madera; el cuerpo de la sala lo decora un ancho friso de dobles florones geométricos, y el bajo ostenta tres decoraciones de arcos, con fondo cubierto en dos de ellos, y ajimeces de paso para las alcobas.
El ilustrado dueño de esta finca ha querido que las casas para el labrador que hay al lado del cuarto árabe, tengan el carácter de la misma arquitectura, á lo menos en su exterior, y presentar así un conjunto simétrico de agradable perspectiva.
La cruz de hierro sobre una columna árabe que hay cerca del estanque, no tiene otro significado, que el haber querido conservar la que servía de veleta en la torre desde el tiempo de la conquista.
Puente de Genil.—Cuentan algunas tradiciones que este río había que vadearlo para entrar por este lado en la ciudad, y que el puente se hizo pocos años después de la conquista. Por la configuración y fábrica de los malecones, creemos que había un puente árabe en el mismo sitio donde se construyó el actual con los muchos restos de aquél. La forma romana de los arcos está hecha con materiales usados exclusivamente por los moros, y pudiera muy bien sospecharse que los fundamentos fueron de época más antigua, ó que los árabes imitaron perfectamente aquí las construcciones de aquellos remotos tiempos.
Puerta de las Orejas.—Plaza de Bibarrambla.—Hoy ha quedado en uno de los ángulos de la plaza del mismo nombre, y se descubren en ella dos hermosas cartelas, sobre las que se arranca un elegante arco de herradura de grandes dimensiones. Tomó el nombre de Puerta de las Orejas, porque{332} en 1621 se celebraban fiestas en honor de Felipe IV en Bibarrambla, y había un tablado orilla de dicha puerta árabe, el cual se hundió por el peso de la gente que lo ocupaba; en la confusión que produjo, robaron los rateros los ricos zarcillos de las damas que había en él, á tirones ó cortándoles las orejas.
La plaza que lleva este nombre, estaba en tiempo de los árabes más regularizada que hoy, pues contra la costumbre de aquellos pueblos, se hallaban decorados los cuatro frentes con armoniosas líneas de simétricos ajimeces sobre columnitas de mármol, y los claros que hoy se ven todavía, cerrados con grandes y bordadas celosías.
En 1501 dispuso la reina Isabel se derribaran todos los ajimeces que había en las casas granadinas, con el intento de quitar las celosías á las mujeres que se ocultaban tras de ellas.
La puerta citada fué medio destruída en 1873, más por instigación de algunos interesados, que por otras causas á que se atribuyen siempre estos hechos.
Puerta del Carbón.—Detrás de la casa actual del Ayuntamiento, y dando frente á la calle y puerta de la Alcaicería, se halla un edificio bastante extenso, de planta cuadrada, con una puerta que lleva este nombre, por haber sido después de la conquista el sitio destinado para la venta del carbón, y antes casa de comedias, á cuyo uso se consagró durante dos. siglos.
En el claro de entrada y en el zaguán que hay después del ingreso, quedan unos restos preciosos tallados en madera y yeso de la mejor época del arte; y penetrando en el patio, no vuelve ya á encontrarse más que la distribución en tres cuerpos de éste, con pilastras y cartelas como fuertes sostenes de la galería.
Ha habido dudas sobre el objeto que tuvo en su origen este edificio, y no creemos fundada la opinión de que se hiciera para casa de peregrinos, caravanserallo, caserna, etc., porque su construcción, más indica un lugar muy frecuentado por el público, que alojamiento de especial destino, como hospital, caballerizas, oficinas, etc., que escritores de nota han supuesto,{333} sin fundamento plausible, hasta que se ha visto[176] que fué hecha para alhóndiga, y que como tal se llamaba Alhóndiga Gidida, es decir nueva, poco antes de la conquista, y después siguió en el mismo uso, según una real cédula de 14 de Octubre de 1494. Se sabe también que el puente que había frente de ella se llamaba Alcántara Gidida, y que hasta 1531 no principiaron á conocerse estos edificios con el nombre de Casa y Puente del Carbón.
No tienen interés histórico las inscripciones que hay en esta portada, ni las que se hallan en el pasadizo de entrada á uno y otro lado sobre elegantes arcos, ni tampoco entre las que han desaparecido se encuentra la que pudiera indicarnos la época de su construcción[177] limitándonos á decir que toda la obra de ornamentación es del último período granadino, aunque no exactamente igual, como supone un erudito escritor, á la de la casa de los Oidores. La puerta exterior es un hermoso arco de herradura, y el cuerpo de obra que hay encima no tiene toda la esbeltez que en otros sitios hemos podido admirar.
Almadriza.—Alcaicería y contornos.—Almadriza era el edificio destinado por los árabes á Universidad, y ocupaba la casa que hay frente de la puerta de la Capilla Real, la cual ha servido para Municipio desde el año 1500 hasta el 1861.
Sabíamos por Pedraza y otros, que la puerta árabe era de mármol blanco, adovelada y con inscripciones interesantes; pero todo había desaparecido, hasta que por efecto de un reciente incendio se levantaron las losas del pavimento del patio y se encontró que muchas de ellas correspondían á la citada puerta principal, descrita exactamente por nuestros antepasados. Estas losas de mármol blanco fueron adquiridas por el Sr. Riaño, el que las conservó en su poder hasta que pasaron al de la Comisión de Monumentos.
Servía, pues, esta construcción para Academia Alkoránica, instituída por Abdallah Solimán Alcasem, donde se educaron muchos sabios, y entre ellos el Gasanida, que escribió el Collar de Perlas, según Cassiri.
Penetrando en esta casa, hoy convertida en fábrica de tejidos, se ven todavía hermosos artesonados moriscos de la primera época del arte granadino, tirantes caladas delicadamente dispuestas, almizates de raras combinaciones, y aunque no ocupara este monumento un local excesivamente grande, no dejaba de ser un palacio hecho con lujo é importancia, relativamente{335} al escaso impulso que se daba en aquella época al estudio de las ciencias.
Son muchas las inscripciones que tenía y las que infaliblemente se descubrirán cuando se arruinen ó se levanten las gruesas capas de yeso que en sus paredes ocultan los arabescos y labrados moriscos.
Mármol cita esta inscripción de un escudo:
«Si tienes la dicha de mirar en lo interior de esta casa, labrada para habitación de las ciencias, para firmeza de la grandeza, y para lustre de los venideros siglos, verás que está fundada en dos prerogativas, que son la firmeza en la justicia, y la piedad; prerogativas que lograron los que se emplearon en ella, para la gloria de Dios. Si en tu espíritu hace asiento el deseo del estudio y de huir de las sombras de la ignorancia, hallarás en ella el hermoso árbol del honor. Hace el estudio{336} brillar como estrellas á los grandes, y á los que no lo son los eleva con igual lucimiento. Con él puedes conseguir el camino de la luz cuando desengañado resuelvas huir de la oscuridad del mal. Si buscas la estrella de la razón, verás su claridad sin engaño, aun por entre las nubes de la duda. Pero reducido á la ciencia, para aprovechar en ella has de volver tu cara al bien obrar, y has de desechar toda inclinación al mal. No es el camino de la sabiduría para el que lo anda cargado de malvada codicia. Sigue, pues, este consejo, así hallarás el provecho cuando anciano, cuando mozo serás estimado y te buscarán las dignidades. Vuelve los ojos al cielo del pueblo y verás cuántas estrellas que tenían muy escasa luz, se hallan por este camino llenas de infinitos resplandores. Y si bien reparas, verás que unas de ellas hacen la corona y otras son las columnas de la casa del saber. Ellas alumbran los corazones, ellas guían al bien y nos son verdaderos amigos que nos aconsejan. Acepte Dios tanto bien instituído por Yusuf, estrella del más alto grado, brillante en la ciencia y en la ley».
No sabemos que pueda escribirse cosa más útil en los tiempos de civilización que alcanzamos, pues bien: ¡hemos llamado bárbara á la raza que trazó estas líneas hace seis ó siete siglos!
Como descriptiva del edificio principia otra leyenda.
«Advierte esta maravillosa entrada..... sus bruñidas piedras..... y su artificio singular..... etc.»
Y con efecto, todos los mármoles que hemos hallado están labrados primorosamente.
Se explicaba aquí Teología, Matemáticas, Retórica y Poética, Medicina, Jurisprudencia, Historia y Arte Militar.
Piedra Romana.—Hay una que se encontraba frente de esta casa y hoy está en el Museo Provincial, con una inscripción que dice en latín:
«El aficionado Cabildo del florido Municipio iliberitano puso á costa pública esta Memoria á la Majestad de Furia Sabina Tranquilina Augusta, mujer del emperador César Marco Antonio Gordiano Pío Félix Augusto.»
Fué hallada esta piedra á fines del siglo XVI, abriendo unos{337} cimientos de una casa cerca del Aljibe del Rey, inmediato al convento de Santa Isabel la Real, que es el barrio considerado más antiguo de esta población; y la piedra corresponde á las canteras de la Sierra Elvira.
No lejos se encuentra un bazar de forma y aspecto árabe, cuya decoracion fué hecha en 1844 con motivo de un incendio ocurrido en el año anterior. La Alcaicería, dícese que significa casa del César, y según Mármol, es el sitio donde se almacenan las mercancías de la hacienda pública y de los particulares, según costumbre de los pueblos de Oriente y de los romanos en Africa; pero aquí era recinto cerrado para comerciantes ricos, como se ve en Fez, Marruecos y otras poblaciones musulmanas. Antes del citado incendio, esta Alcaicería conservaba todo su carácter antiguo, pues era un espacio más estrecho todavía que lo es hoy, con tiendas tan pequeñas que algunas no tenían hueco para el vendedor, el cual se situaba sobre el mostrador ó fuera de él. Hoy la decoracion árabe es demasiado simétrica para caracterizar este especial recinto.
El Zacatín ó calle de comerciantes, según Alcántara, participa en parte de ese aspecto de las ciudades africanas. La calle de Abenamar conduce á una plaza pequeña donde estaba el palacio de Aben-Hamar, caudillo de los moros del último siglo; desde ella se encuentra la calle de la Cárcel baja y convento del Angel, á cuyo frente hay una gran casa solariega perteneciente hoy á los poseedores de Generalife, y en la cual pueden hallarse curiosos fragmentos moriscos.
Para el aficionado á los recuerdos de la época árabe conviene citar antes de dejar estos sitios, el lugar donde estaba construída la Gran Mezquita ó Metropolitana de la corte mora, dícese de ella:
«En el sitio que ocupa hoy este templo (el Sagrario), estuvo la Gran Mezquita de los moros, labrada á mediados del siglo XIV, la cual se bendijo por los cristianos conquistadores. Era un edificio cuadrado, bajo de techos, compartido en cuatro naves sostenidas por cuatro órdenes de columnas de jaspe, de modo que cada dos de ellas tenía en su capitel el arranque de{338} cuatro arcos. La techumbre formaba cúpulas ó medias naranjas primorosa y prolijamente labradas. Tenía tres puertas, una al Occidente (donde hoy la principal); otra al Mediodía, junto á lo que es hoy postigo de la Sacristía, y otra al Norte que corresponde al lado de la Catedral. El testero estaba detrás del altar mayor, donde se guardaba el Korán en un alhamí ó nicho con labores delicadísimas. En la puerta de esta mezquita, contigua á la de la Capilla Real, fué donde Hernán Pérez del Pulgar clavó con una daga el mote del Ave María, para lo cual salió de Alhama, se mantuvo oculto en las cercanías de Granada, entró de noche por el cauce del río Darro seguido de muy pocos caballeros, y burlando la vigilancia de los moros, plantó aquel emblema, con audacia y valentía».
Las hazañas de Pulgar han dejado una huella imperecedera en la fogosa imaginación de los cristianos andaluces. También las crónicas moriscas conservaban la memoria de otro héroe, Osmín, famoso por los desafíos con los cristianos, y sus hazañas se cuentan todavía por los descendientes de aquella ilustre raza, que fué á confundirse con las salvajes kabilas de la costa africana.
El Laurel de la Reina.—A una legua de Granada se encuentra la Zubia, pueblo pequeño, hermosamente situado y de los más curiosos y ricos de la vega. En tiempo de los árabes había en su lugar un espacioso bosque de laureles, de los cuales no se conserva hoy más que el que lleva el nombre de la Reina Isabel I.
Las leyendas fantásticas de nuestros poetas modernos, los cuentos de Irving, la novela del inspirado Fernández y González y las canciones y romances, dan acaso testimonios de la tradición que vamos á contar.
El 18 de Junio de 1491, Isabel I se esforzaba en contemplar lo más cerca posible las torres almenadas de blanco, los minaretes y jardines de la última ciudad morisca. Le acompañaba el Rey, sus hijos, sus damas, el marqués de Cádiz, Gonzalo de Córdova, el conde de Cabra, el de Ureña, el de Tendilla, el de Villena, Don Alonso de Aguilar, Don Alonso de Córdova{339} y palafraneros, criados, soldados y lanzas; llegados al bosque de los laureles, vieron venir una tropa de jinetes árabes, al trote, reconociendo los puestos avanzados. Los caballeros cristianos quisieron salirles al encuentro, pero la Reina Isabel les mandó ocultarse en el bosque, y ella misma se escondió en el fondo del espeso ramaje del laurel que hoy se conserva. Durante el tiempo que estuvo oculta se encomendó la Reina al Santo del día, San Luis de Francia, invocándolo para que la salvase, por lo cual prometió erigir luego en aquel lugar un convento.
Los jinetes agarenos pasaron sin ver nada y pudo retirarse la Reina con toda seguridad; pero los caballeros cristianos, afanosos por ganar la gloria que consideraban perdida y por haberse visto forzados á ocultarse, prepararon una sorpresa á los moros cuando salían de noche á retirar los cadáveres que se hacían en los combates diarios, y con efecto, así lo cumplieron; pero en vez de salir victoriosos, fueron derrotados y perseguidos, después de dejarse muchos muertos en el campo. El mismo Gonzalo de Córdova estuvo á punto de caer en manos de los árabes. Todavía conserva en aquellas inmediaciones, el sitio de esta batalla, el nombre de Haza de la Muerte.
Isabel I fundó efectivamente el convento de San Francisco. Un relieve y un cuadro antiguo recuerdan también el suceso de la salvación de la Reina Católica, é Isabel II adquirió después el laurel y la huerta donde radica, como recuerdo del hecho que contamos.
Desde este punto se disfruta una espléndida vista de Granada.
Casa de la Moneda.—Era este un edificio grandioso que hemos conocido, y del cual se conservan restos de carácter enteramente clásico. Su portada[178] estaba compuesta de ladrillos agramilados, por el estilo de los de la Giralda; las esculturas que arrojaban agua en el estanque que había en el{340} centro del patio, y se conservan en la mezquita de la Alhambra, son de aspecto é inspiración babilónica, y la hermosa inscripción de su fachada, dará bastante testimonio de la importancia de este monumento.
Se construyó el año 1376 para hospital de la población, y después de la conquista se destinó á azeca ó casa de acuñación de moneda, porque en los últimos tiempos de la dominación árabe estuvo dedicada á dicho objeto.
He aquí el texto de la inscripción citada:
«Loor á Dios. Mandó construir este hospital, amplia misericordia para los débiles enfermos musulmanes y útil proximidad (si Dios quiere) al Señor del Universo; y perpetúe su bondad publicándola elocuentemente con lengua clara, é{341} haga pasar (la memoria) de su caridad á través del tiempo y á pesar del transcurso de los años, hasta que herede Dios la tierra y lo que sobre ella existe, pues es el mejor de los herederos; el Señor, el príncipe, el sultán valeroso, grande, ilustre, puro, vencedor, el más feliz de su estirpe, el que caminó impetuosamente por el sendero de Dios, Señor de las conquistas, de las caritativas obras y dilatado pecho, el amparado de los ángeles y del espíritu (divino), el defensor de la ley tradicional, asilo de religión, príncipe de los muslimes Algani bil-lah (el contento con Dios), Abú Abdil-lah Mohammah, hijo del Señor, del grande, del exclarecido, del sultán ilustre, elevado, belicoso, justo, dadivoso, feliz, mártir, santificado, príncipe de los muslimes, Abul Hachach, hijo del Señor, del sultán ilustre, exclarecido, grande, magnánimo, victorioso, ahuyentador de los politeistas, y conculcador de los infieles enemigos, el venturoso, el mártir Abul Walid ebn Nasr, el Ansars, el Jazrechi (de la tribu de Jazrech). Haga Dios venturosas sus obras con su beneplácito y le cumpla sus esperanzas con su bondad perfecta y recompensa amplia. Creó una buena obra, que no ha sido sobrepujada desde que el Islam penetró en estas comarcas y por la cual le corresponde una orla de gloria sobre su antiguo traje de guerra, y se dirigió á la faz de Dios en demanda de recompensa. Dios es el Señor de la bondad grande. Anticipó una luz que caminará delante y detrás de él el día en que no aprovecharán las riquezas, ni los hijos, sino á aquél que se presente á Dios con corazón puro. Comenzó su construcción en la segunda decena del mes de Moharram año de 767[179]: terminó su obra (el kalifa) y le asignó bienes para su sostén en la segunda de Xawal año 768[180]. Dios no deja de recompensar á los que obran bien, ni frustra los esfuerzos de los buenos. La paz de Dios sea sobre nuestro Señor Mohamad: sello de los profetas, y sobre su familia y compañeros todos».{342}
Dejando las ruínas de esta muestra de la caridad musulmana desarrollada en la más culta época de la denominación árabe, observemos el aspecto monumental de la mayor parte de las casas que se encuentran recorriendo los estrechos y enredados callejones del barrio situado entre la carrera de Darro y la calle de San Juan de los Reyes. Casas llamadas solariegas construidas con los materiales más antiguos, modificada su estructura para servir á las comodidades de los cristianos, pero dispuestas con anchurosos patios y salas abiertas en sus galerías, cuyos artesonados tienen tanto árabe como renacimiento, modificación especial de difícil estudio: pero cuyo noble aspecto recuerda la soberbia grandeza de sus fundadores.
Antigua Mezquita, hoy San Juan de los Reyes.—La torre y puerta de su costado manifiestan que fué una Djama de poca importancia; pero la primera que bendijo Fray Fernando de Talavera, donde más número de moros se convirtieron al cristianismo, y en la que, según las tradiciones, se convertían también al mahometismo los judíos y pobladores cristianos durante el período arábigo. Se llamaba Taybin. Estaba dotada con pingües rentas de un rico moro, por haber salvado las embarcaciones con que hacía su comercio á Oriente[181], de manos de los cristianos. Los restos de adornos agramilados de la torre, son del estilo mismo empleado en la Giralda de Sevilla, pero más sencillos.
Casa del Chapiz.—Fué el Palacio Real de Albaida, fundado por un príncipe almohade, y se encuentra á la entrada del camino del Sacro Monte. Los escritores del siglo XVII creyeron que este edificio se construyó para aduana de la seda, porque esta floreciente industria estableció en él su contraste oficial después de la reconquista.
Dos hermosos patios cuyas ruínas subsisten, componen las plantas que publicamos á seguida, los cuales corresponden á dos distintas épocas, y particularmente á las construcciones{343} del siglo XI, como se ven en el barrio de San Miguel bajo, cuyos esqueletos de madera son tan esbeltos y las cartelas sobre sus pilares tan elegantes y fantásticas en sus adornos, que pudieran aplicarse con éxito á algunas repisas y aleros de las construcciones modernas, sin chocar al sentimiento del arte cosmopolita de nuestra edad.
Esta casa, habitada hoy por familias pobres, cercenada y próxima á hundirse, fué construída á la entrada de la población por el camino de Guadix, el más importante y estratégico de aquellos tiempos. Desde ella, hasta la orilla del río, había vistosísimos jardines sostenidos con gruesos murallones que terminaban en un puente, por donde iba el camino hasta lo más alto de la Alhambra y Generalife.
Baños árabes de la carrera de Darro.—Hoy son una casa pobre que da paso á un patio cuadrado, alrededor del cual se observa todavía la distribución mural de estos edificios. Pasando el referido patio, donde había en medio una alberca ó estanque, hallamos la más completa repartición de una casa{344} pública de baños. Suponemos la entrada por la última estancia, donde después de un paralelógramo abovedado y hundido, se desciende una ancha escalera, al final de la cual se encuentra otra estancia larga, terminada en sus dos lados cortos por dos alhamíes de reposo. Aquí hay dos cuartos de baños reservados, y continuando por una puerta estrecha se halla el gran baño de ablución, cuyos muros se reconocen perfectamente por los restos de color y dibujo árabe de que se hallaban emplastecidos.
Después del cuarto central con sus bóvedas, sus claraboyas y respiraderos, pasamos á otra sala de dos alhamíes, muy semejantes á la primera, y de allí á otros pequeños cuartos en conexión con la casa de la entrada, cuyo orden es propio de estos establecimientos.{345}
Casa del Gallo y Palacio de los Walíes.—Se hallaba en las alturas que ocupa la parroquia de San Miguel, entre varias casas de origen morisco, están revelando por su construcción que pertenecían al segundo período de la arquitectura árabe española. Veíamos en ellas esos corredores de maderas labradas con primor, balaustres en los antepechos torneados, con boceles y cordones, pilastras de madera que sostienen aleros avanzados, vigas delgadas que se apoyan en las puentes ornadas de lóbulos y boveditas y todo descansando sobre cartelas mudéjares de formas caprichosas, simulando en algunas troncos y cabezas de animales, que no eran muy comunes.
Es curioso visitar este barrio con detenimiento, y enojoso el describir objetos aislados casi siempre, que desaparecen con facilidad, correspondientes á edificios derribados ó que antes de pocos años dejarán de existir.
Entre todos se veían los vestigios de la casa de los Oidores, dignos de estudiarse; el aljibe con su arco de herradura y sus hermosas bóvedas; y el convento de Santa Isabel, que es lo que llamaremos Palacio de los Walíes.
Pedraza pensó que los restos de los torreones que se hallan en este paraje, eran edificios gentílicos, en los que se había celebrado el primer concilio iliberitano, y después, variando de opinión, lo hizo celebrar junto á la Casa del Tesoro; pero lo único que se puede asegurar es, que en este tramo de muralla estuvo la puerta que los moros llamaban Bib-Aleced donde terminaba la primera cerca.
La casa de San Miguel sirvió de recreo á algún arzobispo de Granada, y de ella se dice que el moro Aben-Habuz, walí de esta kora granadina, la hizo para su morada, y que en la parte más alta de una torre puso la veleta de bronce representando un guerrero á caballo con lanza y adarga, y con un letrero árabe en esta forma:
y las gentes que lo veían moverse desde lejos, dieron en llamarle Gallo de viento, de donde tomó el nombre la casa y calle.
Nosotros que hemos tratado de averiguar esta tradición, hallamos que el verdadero palacio de los gobernadores ó walíes estuvo, como era corriente entonces, sobre las murallas y cubos que hay por encima de la Puerta Bonaita en el actual convento de Santa Isabel, en el cual existe una torre ó mirador ornado de arabescos, con altura suficiente para dominar toda aquella barriada, y sobre la que se puede suponer la existencia de la mencionada veleta. Algunas de las inscripciones de este edificio de Santa Isabel la Real, demuestran que era habitado por magnates de los que en tantas ocasiones tomaban el título de reyes, y se rebelaban contra los emperadores de Córdoba. En él se ve un precioso patio con columnas de mármol blanco, bellos capiteles, arcos labrados, y habitaciones que conservan perfectamente las pinturas y dorados de sus finos arabescos. Los techos son de ensambladuras de madera, perfilados con delicadeza en rojo y azul. Lástima que no sea fácil obtener el permiso para penetrar en este patio y estudiar los bellos fragmentos de aquella época. Restos notables para el arte, pues que el haber sido destinado el edificio á convento, ha sido causa de que pueda trazarse hoy la distribución de sus cuartos árabes hasta el tercer piso con todos los pequeños accesorios de construcción que exijen las costumbres mahometanas.
De cualquier modo, la citada tradición de la Casa del Gallo y de que Aben-Habuz era lugarteniente del capitán Tarif, es inverosímil también, por habernos revelado las crónicas de los árabes, que los primeros gobernadores de este territorio habitaron en la ciudad de Illiberis, que se sitúa á dos parasangas de Garnata, y que en esa antigua población permanecieron á lo menos tres siglos antes de trasladar á Granada su residencia.
Recomendamos al viajero las casas y ruínas que se ven en todo este recinto de San Miguel bajo, donde hallarán restos{347} no menos importantes que los de la Casa del Gallo: pero volviendo al palacio árabe de Santa Isabel, citaremos la tradición de que esta casa fué habitada por la madre de Boabdil, y que los moros la titulaban Darlahorra ó casa de la honesta, que en ella se refugió aquél cuando le perseguía su padre; y que estos barrios, con el edificio llamado la Lona, el cual confunden también con la Casa del Gallo, fueron habitados en los años inmediatos á la conquista por los más ricos granadinos[182].
En la casa que fué Convento del Angel en 1812, vivió el conocido pintor Juan de Sevilla, y en la casa Lona, Atanasio Bocanegra.
Casa de Hamet.—Situada cerca de San Nicolás: fué de las más importantes de la dominación mahometana. Todavía podemos hallar algunas leyendas que la suponen embellecida con capiteles de mármol de Elvira, alfreizares y linteles labrados, artesones alicatados, y otras preciosidades que en vano se buscan hoy.
Casa Blanca ó Daralbaida.—Siguiendo estos escombrados recintos, no olvidemos la casa que tenía este nombre cerca del Aljibe Dulce (por la frescura y virtudes de sus aguas) y donde una inscripción en mármol decía:
«Dios, soberano y bienhechor, crió todas las cosas y les dió perfección. Él con su aliento dió vida á Salem Alhamar, que buscando las delicias de esta tierra de paraíso, vino del África. Le trajo el espíritu de Dios y por eso quiere llamarle su padre y ser llamado su hijo».
Nótase en estos edificios, de los que hay á lo menos cuatro en la calle de María la Miel, que tienen arabescos tan delicados como los de la Alhambra. El viajero puede entretenerse algún rato en buscar entre oscuros y mezquinos aposentos, vestigios hermosos de aquella civilización olvidada.
En la calle del Agua había una inscripción procedente de un baño morisco, que entre otras cosas decía:
«Dios extendió las aguas sobre la tierra para que se{348} purificasen los hombres. El baño es saludable y delicioso. El que quiere tener el alma limpia, ha de tener limpio el cuerpo. Las manchas exteriores son signos de las interiores. Dios quiere la purificación y la limpieza, etc., etc.».
Baños y casas de la calle de Elvira.—Existen cerca de la iglesia de San Felipe los restos de unos baños árabes, que no debemos olvidar, porque son de planta cuadrada y un poco diversos, en su distribución, de los otros. Se hallan situados en uno de los barrios más moriscos de Granada, donde se encuentran siempre patios con estanques y pórticos con esbeltas columnas, salas en los bajos con artesonados, y restos de colorido. Muy cerca se halla la Puerta de Elvira, construcción almenada, con barbacanas y pasadizos cubiertos al estilo de aquellas fortificaciones que vemos en otros parajes, pero que aquí han desaparecido.
Volviendo á los baños, son de notar los capiteles, que bien pudiéramos llamar mozárabes, porque se resienten de la influencia gótica y romana, como otros muchos de época no dudosa.
La calle de Elvira es de las más antiguas de la población y la principal en los primeros años de la dominación cristiana. En ella y bajando la calle que hay cerca de San Andrés, había una casa morisca que se destinó á Inquisición, cuyo solar se puede ver hoy todavía.
Terminamos aquí el estudio descriptivo de los monumentos árabes de las tres más importantes poblaciones antiguas de Andalucía, y de su influencia bajo el interés artístico é histórico. Nos propusimos particularmente ordenar la multitud de ideas que asaltan visitando tan preciados restos, sobre la época, influjo y desarrollo de un arte peculiar, que no puede distinguirse en España con la exacta limitación que se determinan otros{349} estilos clásicos, lo cual hemos hecho sin olvidar el influjo que el arte cristiano tuvo sobre el árabe, y el que éste ejerció sobre aquél por espacio de tantos siglos, desvaneciendo el error de muchos modernos historiadores que suponen una civilización no oriental sino puramente africana, en lucha victoriosa con el pueblo visigodo.
Tribus oriundas de los más civilizados países del Oriente cayeron armadas sobre nuestro suelo, pasando ligeramente por las costas africanas hasta llegar á la Península, y ajenas casi siempre al flujo invasor y salvaje que agitó á los pueblos del Maghreb; razas más civilizadas que las que se quedaron en Africa, las cuales pudieron después enseñar muchos de los conocimientos antiguos, que en los siglos medios eran ignorados por los francos, castellanos y gallegos.
Las artes y la poesía de estos árabes españoles, tienen un carácter propio y distinto de la literatura y las artes cristianas. ¿Qué punto de contacto existe entre la Alhambra y las obras góticas, románicas y del renacimiento? Hemos visto que ninguno. Pues esto basta para demostrar lo que ya hemos iniciado en este libro: que el pueblo árabe invasor era más ilustrado y científico que el pueblo visigodo y el que le sucedió en los siglos medios.
Como hemos hecho al tratar de Sevilla y Córdoba, damos una ligerísima reseña de los monumentos cristianos más interesantes, con el doble objeto de ayudar al viajero en su estudio y de que se comparen tan diversas y radicales civilizaciones como la árabe y la cristiana.
La catedral de Granada es un majestuoso templo, espacioso y bien proyectado, sin que sea ni pueda ser de los más magníficos de Europa, como opinan los entusiastas. Su planta es hermosa y su elevación interior tan sublime y bien delineada, que se coloca á buena altura entre los monumentos cristianos del Renacimiento. No es difícil entrever que la disposición de sus robustos pilares repartidos en hileras y formando cinco naves es más una concepción de arquitectura gótica que greco-romana, y que no fué planteada en el estilo que representa, sino que pudo haberse dispuesto como la capilla Real gótica que hay orilla, cuya variación de pensamiento originara el conflicto que hubo con los capellanes reales cuando consiguieron una orden del Rey mandando suspender la obra por no ser gótica y parecida á la de la Real capilla; lo cual obligó al Cabildo á encargar al director que defendiese su trazado y proyecto, y consiguiera el que continuara la obra. No se necesita más que contemplar este edificio para creer en la historia de sus primeros años: el Renacimiento no es el carácter de su distribución; pero aun así, está ejecutado con tal maestría{352} y conocimiento de las proporciones, que hay verdadera grandeza y suntuosidad en el conjunto.
Esta Metropolitana es apostólica por haberla fundado San Cecilio, que según piadosa tradición se estableció en Illiberis. Se perpetuó durante la época mahometana en la iglesia mozárabe, y después de la conquista, Inocencio VIII expidió la Bula concediendo catedral con el título de la Encarnación, y dándole por sufragáneas las Sillas de Guadix y Almería.
Consta que estuvo establecida esta Metropolita iglesia primero en la Sala de Justicia del patio de los Leones, y luego en la Mezquita mayor de la Alhambra, hoy iglesia de Santa María (y no en la del Sagrario, como se ha supuesto), de donde se trasladó á este gran templo, siendo Arzobispo D. Pedro Guerrero. Se había puesto la primera piedra de los cimientos el 15 de Marzo de 1523, y llevaba cuarenta años de obra cuando murió[183] Diego de Siloe, dejando el cuidado de concluirla á su discípulo Juan de Maeda. Queda, pues, averiguado que sólo hasta la altura de cornisas dirigió Siloe; y con efecto, ya en las bóvedas y embocinados se vuelve á sentir el gusto gótico, viciado por la ornamentación plateresca y de Renacimiento decadente.
A Maeda le sucedió en 1571 Juan de Orea, el cual adelantó poco la fábrica por estar ocupado en el palacio de Carlos V de la Alhambra.
En 1590 aparece Ambrosio de Vico, pero ya estaba hecha la notable portada del Perdón, y la mayor parte de la torre y bóvedas del Crucero, sin que hallemos noticia de este arquitecto en ningún acta; pero en 1590 se celebró una reunión de facultativos, con Vico, para resolver la necesidad de calzar de sillería la torre por no creerla muy segura.
Gaspar de la Peña, arquitecto de la catedral de Córdoba, se encargó en 1664 de acabar la obra, para lo cual informó Alonso Cano y el padre Alonso Díaz favorablemente; pero fué nombrado por el Rey director de las obras del Retiro y se fué sin concluirla.
Le sucedió Rojas, que se fué á poco tiempo á la obra de la catedral de Jaén, y con este motivo se encargó Granados interinamente de su dirección; aunque en realidad ésta estaba á cargo del insigne{353} racionero Cano, el cual había ya trazado la fachada principal, obra de mal gusto que no corresponde á la fama del autor.
Hasta 1689[184] no fué elegido Ardemans en certamen con otros doce arquitectos, para echar las aguas á la calle y cerrar la crucería de piedra que cubre el coro. La iglesia, pues, á ser justos, no es una obra clásica del arte, pero es un magnífico conjunto de bellezas artísticas. La altura de la decoración de la puerta es de 139 pies, distribuída en cuerpos, que aunque simétricos, presentan un exterior más grande que proporcionado y bello. Casi todas las esculturas que contiene son de Verdiguier, menos la medalla que representa el Misterio de la Encarnación, que es de Risueño: las dos de los lados, de Uceda, y las de los Evangelistas, de Rojas.
La planta total de la Iglesia tiene 433 pies por 249 en el Crucero sin el espesor de los muros; la altura varía de 90 á 124 pies. El casi círculo de la Capilla mayor tiene 73 pies de diámetro. La cúpula sube á cerca de 170 pies. Tiene ocho entradas, y el pavimiento data de 1775. Veinte pilares ó grupos de columnas corintias distribuyen las cinco naves, y la Capilla mayor apoyándose en más de un semicírculo sobre ocho gruesísimos pilares, es la construcción más suntuosa y más artística en sus proporciones que tiene el templo. Se elogia mucho el rompimiento ó arco toral entre esta capilla y la nave central de la iglesia, que recogido por su clave, es una consecuencia muy natural de la intersección de la circunferencia de la cúpula, con el plano que ofrece el embocinado. Pero aparte del felicísimo y simétrico decorado de esta capilla, se ven las mejores y más notables pinturas de Alonso Cano en siete grandes lienzos que representan la vida de la Virgen; obras sobre las que llamamos especialmente la atención. No son malos los cuadros de los Doctores de la Iglesia, pintados por Atanasio; y son también dignas de mención las dos estatuas de los Reyes Católicos arrodillados, de Pedro Mena y Medrano, las cuales se evaluaron en aquel tiempo en cuarenta mil reales.
Mírense con detención los dos grandes bustos de Adán y Eva, obras de Alonso Cano, que legó á su criada para que los vendiese al Cabildo.
Los cuatro cuadros grandes que hay en los dos altares á derecha é izquierda, cerca de los púlpitos, son dos de Juan de Sevilla y otros dos de Atanasio Bocanegra.{354}
El coro no tiene nada de especial mérito; los dos grandes órganos son de Leonardo Dávila. El altar del Trascoro se hizo en 1733, obra de gusto plateresco y extravagante. Pasemos ahora á recorrer las capillas en el mismo orden que hemos establecido en otras.
Desde la puerta derecha de la fachada hallamos primero, un cuadro que se dice ser de Juan de Sevilla, y representa la Sacra Familia.
La capilla de San Miguel, que costeó el Arzobispo de Granada Moscoso y Peralta, Obispo del Cusco, que trajo á este país inmensas riquezas, y la fabricó para su eterno descanso. La inscripción que se halla en uno de sus costados lo explica todo. Se concluyó en 1807, y se proyectó por Romero Aragón, arquitecto. La medalla de San Miguel la hizo el escultor Adán de un gran pedazo de mármol traído con grandes dispendios desde las canteras de Macael. González hizo las demás esculturas del altar. El notabilísimo y hermoso cuadro de la Soledad es una pintura del célebre Alonso Cano. Las demás de poco mérito, y el conjunto de la capilla es rico en mármoles y bronces, y ostentoso como el Arzobispo que tales muestras dejó en Granada de su amor á las artes. Este mismo fué el que se hizo construir el palacio de recreo en Viznar.
Sigue la puerta del Sagrario, donde hay un cuadro venerado, porque ante él oraba San Juan de Dios.
La Capilla de la Trinidad, por un cuadro de este asunto, probablemente obra de Cano y bosquejo del celebrado de la Chanfaina. Un San José en el retablo, de Maroto, y otros de poco interés. Hay en los altares de los costados una Virgen y un Obispo que se atribuyen á Pedro de Moya, y la Virgencita con el niño en los brazos de origen italiano.
Siguiendo, se halla un gran retablo dorado, dedicado á Jesús Nazareno, y aquí hallará el lector las más notables pinturas de la Catedral: son de José Rivera el San Antonio, la Magdalena, el San Lorenzo y un San Pablo que fué robado de este sitio. La calle de la Amargura, San Agustín, el Salvador y la Virgen son de Cano, el primero interesantísimo. Los de San Pedro, San Pablo y San Francisco, son: los dos primeros del Españoleto, y el último del Greco. Cuadros todos donados en 1722 por el Tesorero Medinilla.
La puerta gótica de la Capilla Real, que daba en su origen á una ancha plaza, es una muestra de este género, que tomó en Andalucía un carácter propio, perdiendo la sencillez germánica y complicándose{355} en sus cresterías y festones, de una manera más ingeniosa que monumental. Es, sin embargo, esta puerta uno de los mejores ejemplares del arte gótico, y del tiempo en que se dejaba sentir la influencia del renacimiento en todas las construcciones de España.
El Retablo de Santiago, de mal gusto, con imágenes de Mena y de Mora. Una Virgencita, que parece del siglo XV, fué un regalo de Inocencio VIII á Isabel I, que le hizo con la Rosa bendita del domingo de este nombre. Dícese que este cuadro sirvió en el Real de Santa Fe y en la Alhambra para formar el altar portátil de los Reyes Católicos.
En la puerta de la Sacristía hay una medalla circular con una Virgen y un niño, que se dice es de Siloe.
Lo mismo un Ecce Homo que hay sobre la puerta inmediata, por el exterior, que conduce al Colegio Eclesiástico, y es, según se cree, del mismo maestro.
La Capilla de Santa Ana: parecen de Raxis varias tablas que contiene; y los dos grandes lienzos de San Juan de Mata y San Félix de Valois, de Bocanegra. Debajo de esta Capilla hay un aljibe.
En la de San Sebastián, un cuadro de este Santo por Juan de Sevilla.
La de San Cecilio, rica en mármoles y pobre de notabilidades. Las de San Blas y del Cristo de las Penas, capillas sin curiosidades artísticas, y la de Santa Teresa, que tiene una Concepción y un Angel de la Guarda, de Juan de Sevilla, con la de Jesús de la Columna donde hay una Santa Catalina y una Coronación, de Risueño.
La Capilla de la Virgen de la Antigua es obra del disparatado ornamentista Cornejo. Los retratos de los Reyes Católicos parecen de Juan de Sevilla.
Llegamos á la Puerta del Perdón cuyo exterior es la obra más perfecta del renacimiento, y en nuestro concepto tiene los detalles más admirablemente trazados y ejecutados que pueden hallarse de este género, tanto en España como en la misma Italia. Si hay algo censurable en esta preciosa portada, es la forma de su estructura, ó sea la repartición de sus proporciones, y el segundo cuerpo que no corresponde con el primero; pero nada puede desear el más escrupuloso adornista, y aún el más severo escultor, delante de esta obra, la más bella de la Catedral.
Luego se halla la Capilla de Nuestra Señora de la Guía, sin interés alguno. Después la del Carmen, costeada por el Arzobispo Barroeta, y que tiene una cabeza de San Pablo, de Cano.
La Puerta de San Jerónimo, de 1639, y por último: la Capilla del Pilar de Zaragoza, costeada por el Arzobispo Galván, de mediano gusto.
Continuando, hay sobre la puerta de la Sala Capitular una Caridad, del célebre Torrigiano, florentino y rival de Miguel Angel. Este magnífico relieve lo presentó en Granada como muestra de pericia, al saber que se convocaba á los escultores para hacer los sepulcros de los Reyes Católicos. Nótese con la detención de que es digna, tan notabilísima obra de arte.
Un Cristo en la cruz que hay á la izquierda, junto á la puerta, parece de Atanasio.
La torre era magnífica si se hubiera terminado, le falta un cuerpo, y tiene hoy 202 pies de altura. En ella está la Sala Capitular, con un apostolado, italiano; un cuadro de Atanasio y otro de Risueño. Encima{357} habitan los campaneros, y están los cuartos que sirvieron de taller y morada al insigne Alonso Cano.
Pasemos á la sacristía. En la puerta hay un cuadro, representación de la vida de San Juan de Dios, con el retrato del mismo santo. Al frente hay un Crucifijo, de Becerra, bastante bueno. Una Concepción de Cano, una Virgen del Rosario del mismo, obras todas de encantadora expresión, muy bellas y dignas de estudio. Otras de menos valer hay en el Oratorio de los canónigos, con los ternos y alhajas destinadas al culto, objetos ricos que son especialidades en su género.
Ya hemos hablado en el lugar correspondiente de la mezquita que había en el sitio donde se construyó este templo, y que fué bendecida por los Cristianos, para que sirviera de iglesia donde se enterraban arzobispos y grandes señores. El proyecto y dirección fué de Hurtado Izquierdo, y se hizo desde 1705 á 1759, no sin dificultades en la construcción. La portada es elegante, greco-romana, sin gran severidad, y la planta de toda la obra es cuadrada con cuatro grandes pilares en el centro, sobre los que se apoya la media naranja y la bóveda que la circunda. Su aspecto es agradable por la uniformidad del conjunto y excelente composición de líneas simétricas. En el testero del Mediodía se encuentran dos cuadros de Atanasio, algunos altares apreciables, especialmente en el centro, y otras esculturas de su portada y tabernáculo, solo pasaderas.
Nada de notable en el edificio, á no ser que se quiera parar la atención en la puerta y ventanas del lado frente de la Catedral, que son excelentes ejemplares de renacimiento. Posee cuadros regulares y alguno digno de mención entre otros muchos de ningún precio.
El 2 de Abril de 1767, cuando la expulsión de los jesuítas, se le agregó el Colegio Real que estaba adjunto, cuyo edificio fué en parte destruído en 1868, y reedificada su fachada en 1872.{358}
Templo dedicado á sepultura de los Reyes Católicos y construído desde el año 1502. Es de arquitectura gótica y de la más sencilla que se hacía en aquella época, con la marcada degeneración que estaba experimentando, como lo demuestra este edificio, cuyas cresterías exteriores y pináculos son los detalles más bellos que contiene. Hasta ahora no se ha sabido el nombre de su arquitecto. Un Jerónimo Palacios fué veedor de la obra, y el conocido Felipe de Borgoña se cita, pero sin certidumbre.
La iglesia, pues, se construyó con menos grandeza que la que hoy se ve, y fué aumentada luego que el emperador Carlos V, al visitarla, dijo: «que era estrecho sepulcro para la grandeza de sus abuelos».
La puerta humilde que tiene á la calle de la Lonja, de mal gusto plateresco, fué hecha después que por haberse construído la Catedral, quedó su portada principal, que ya hemos indicado, dentro de aquel edificio.
Tiene el templo 179 pies de largo, 78 de ancho y 75 de altura.
Está interceptado por un coro donde había dos órganos muy celebrados. Hoy apenas queda uno.
Leemos la inscripción del friso:
«Esta capilla mandaron edificar los muy católicos D. Fernando y Doña Isabel, rey y reina de las Españas, de Nápoles, Sicilia, Jerusalén; éstos conquistaron este reino de Granada, é lo redujeron á nuestra fé, é edificaron é dotaron las iglesias, é monasterios, é hospitales de el, é ganaron las islas de Canarias, é las Indias, é las ciudades de Oran, Tripol é Bugia, é destruyeron la heregía, é hecharon los moros e judíos de estos reinos é reformaron las religiones. Finó la reina martes veinte y seis de Noviembre año de mil quinientos y cuatro; Finó el rey miércoles veinte y tres de Enero, año de mil é quinientos y diez y seis. Acabóse esta obra año de mil é quinientos é diez y siete años».
Nótase lo bien trabajada que fué la verja que cierra el Crucero, por «MASTRE BARTOLOMÉ me fec» como dice un letrero sobre ella{359} misma; y los excelentes ornatos platerescos en que abunda esta notable obra de cerrajería, que hoy sería dificilísimo ejecutar.
En ninguna descripción de los monumentos granadinos, hemos visto citada la capilla por donde se entra á la sacristía de este templo y las tres tablas de su altar, que consideramos de un mérito notable; parecen de origen alemán, y tienen un carácter especialísimo, particularmente la del centro, que representa un Descendimiento admirablemente pintado, aunque con trajes tudescos, cosa muy usada por los artistas de aquel tiempo.
En la otra capilla, debajo del coro, hay un cuadro de Juan de Sevilla, y otros menos importantes.
Dos magníficos sepulcros de mármol blanco: el uno de los Reyes Católicos Don Fernando y Doña Isabel, y el otro de sus sucesores Doña Juana y Don Felipe I, se levantan majestuosos bajo la cúpula central de la iglesia: el de Doña Isabel y su esposo es de mármol de Carrara, lo cual hace suponer que se encargaran á aquella tierra clásica del arte. El otro parece de mármol de Macael, el cual se haría por alguno de los escultores que labraron los medallones del palacio de Carlos V, que parecen de la misma mano. En el primero hay más delicadeza en el adorno y más corrección en las esculturas; en el segundo, menos seguridad de ejecución, más rudeza en el ornato, pero ambas son obras de arte muy notables.
Dice una inscripción latina que hay en un tarjetón:
«Los postradores de la secta mahometana y los que acabaron con la herética gravedad D. Fernando, rey de Aragón, y Doña Isabel, reina de Castilla, llamados los Católicos, en este marmóreo túmulo se encierran».
Después de lo mucho que se han ocupado los cronistas sobre la procedencia de estos sepulcros, se ha sabido que el escultor Bartolomé Ordóñez fué el autor del de los reyes.
Debajo del pavimento hay una bóveda ó cripta muy pequeña, donde se ven las cajas de plomo barreadas de hierro, donde se guardan los cuerpos. El ataúd más pequeño es el de la princesa María. Se distinguen todos por las iniciales.
El retablo del altar mayor es de gusto plateresco, con tres cuerpos y una buena coronación. Posee esculturas de mucho mérito, pero lo que más llama la atención en él, es el basamento con dos relieves de talla uno á cada lado, que representan la entrada de los reyes{360} cristianos en la Alhambra, y el bautismo de moriscos convertidos.
En el Crucero se ven dos retablos en forma de relicarios, del tiempo de Felipe IV, con relieves de Mexía y pinturas de poco valor. Se encierran aquí muy contadas reliquias. Dos cuadros, uno de San José, de Guevara, y otro de San Juan Bautista, de Sevilla, existen en las capillas laterales del presbiterio.
En la sacristía hay una Concepción que dicen es de Cano; un cuadro que representa el abrazo del rey católico al rey moro vencido; la espada y corona que se considera haber pertenecido á Fernando V; un cetro de plata, un terno dibujado y bordado por Isabel I, según se dice; varias telas, cojín, paños, etc. del altar de campaña; un cuadro raro de devoción, donado por los mismos reyes, que parece de escuela griega, y el misal manuscrito de Francisco Flórez, con 20 dibujos y 151 fojas, que usaba la reina.
Otros cuadros son de poco interés; citaremos uno pequeño que hay al lado de la puerta de la Lonja y el cual representa la hazaña de Pulgar.
En el pasadizo que hay entre la Capilla Real y el Sagrario, se halla una capilla donde está enterrado Pulgar el de las Hazañas. Vése en ella una manopla de un guerrero empuñando una hacha encendida, y al pie esta inscripción:{361}
«S. M. esta capilla mandó dar á Hernando del Pulgar, señor del Salar, por ser el lugar donde con los suyos posesión tomó de esta Santa Iglesia, año 1490, estando en esta ciudad Muley Buadela, rey de ella. Acabóse esta obra año de 1531».
En el frontal del altar que hay con un cuadro de la Sacra Familia, están las armas del caudillo, un mosáico, y en el suelo la lápida sepulcral, donde dice que se le dió enterramento.
Por último, se sabe que Francisco Berruguete pidió en distintas ocasiones al emperador Carlos V que le abonasen su trabajo de pintura, dorado y bulto, hecho en el altar mayor y sacristía y el de los cuadros murales de las dos ochavas de dicho altar, ó sean quince historias á la manera mosaica é italiana con fondo de oro. Parece que estos trabajos han desaparecido casi todos.
Es la fundación católica más antigua de esta ciudad, porque ya en Santa Fé se instaló la orden en 1491, y el 92 se trasladó á este sitio por decreto de los reyes. Comenzóse la obra del claustro y parte de la iglesia en 1496 y estuvo suspendida hasta que Doña María Manrique, viuda del Gran Capitán, solicitó de Carlos V le cediese la capilla mayor para enterramento de su esposo, obligándose por esta merced á acabar todo el templo á su costa. Había muerto en Granada el Gran Capitán después de un retiro de algunos años, enfermo y triste, dice un autor, por la extraña conducta de Don Fernando V, y se le hicieron honras tan magníficas, como las merecía el que contaba setecientas banderas y estandartes ganados en el campo, las cuales se tremolaron para solemnizar sus regias exequias. El 4 de Octubre de 1552 se acabó el edificio y se trasladó á la bóveda el cuerpo de aquel insigne guerrero, poniendo al lado el de su esposa.
Diego de Siloe dirigió la obra después de principiada, y es majestuosa y expresiva de su inmortal objeto; robusta y no pródiga de ornatos inútiles, labrada por el exterior y con las armas de Gonzalo de Córdova y esculturas.
La torre y campanario, con carrillones flamencos, fué mandada derribar por el general francés Sebastiani en 1810, para hacer el puente{362} Verde sobre el río Genil. La iglesia tiene 147 pies de largo y 89 de ancho, lujosa en su ornamentación y estofados de oro y plata, con multitud de flores, hojas y caprichosos adornos, alternando con pinturas al fresco, entre las que se hallan medallones con los retratos de Don Fernando y Doña Isabel y trofeos de guerra modelados con gracia.
En la capilla del presbiterio se ven las armas del Gran Capitán y otros muchos detalles, algunos de los cuales fueron hechos á principios del siglo XVIII. Los apóstoles, en doce cuadros de tamaño natural, parecen de buena escuela.
Fué demolida también la sacristía en tiempo de la invasión francesa.
Delante del altar mayor hay una lápida de mármol blanco, con esta inscripción:
Se ve, pues, que es la sepultura del Gran Capitán, cuya memoria será más imperecedera que los mármoles y fuertes murallas de este mausoleo, tan espléndidamente costeado. Los huesos del caudillo fueron desenterrados en la aciaga época que ya hemos citado de la dominación francesa, y se profanó su tumba rompiendo las cajas de bronce, y robando las banderas y despojos. Desapareció la espada que se conservaba con el cuerpo, y como talismanes se repartieron las vestiduras. Fué un verdadero saqueo, y gracias á las investigaciones verificadas recientemente, se han devuelto algunos huesos á esta respetable mansión[185], los cuales se cuidan hoy con respeto.{363}
Detrás de la antigua Plaza de los Toros, descuella una Cruz, erigida para perpetuar la memoria del suceso que arrancó del mundo al Duque de Gandía, y lo llevó á sepultarse para siempre en un convento. En el lugar que ocupa la Cruz hizo alto la comitiva que conducía el féretro de la Emperatríz Isabel, mujer de Carlos V, para descubrir el cadáver y tomar acta de haberlo entregado al Justicia de la ciudad, que había salido á recibirlo. El Duque de Gandía se consternó tanto al ver aquel hermoso rostro tan desfigurado, que tomó aquella piadosa resolución, y la cumplió tan bien, que la iglesia lo cuenta hoy entre sus santos, con el nombre de San Francisco de Borja.
Hay en el Triunfo otros edificios que fueron conventos y que ya no tienen importancia.
En el circo de la Plaza de Toros, y no á mucha profundidad, se encontraron hace años sepulturas, que debían corresponder al enterramento de los judíos, de que habla Dozy. Ya hemos indicado que el actual Barrio de San Lázaro debía ser una población judía en tiempo de los moros.
De grande extensión, espaciosas naves y multitud de cuartos, este edificio es uno de los mejores que hay en España, y se fundó por los Reyes Católicos. Tiene muy buenos detalles en las ventanas del exterior de la capilla gótica del centro, y su planta es de magnífica distribución, según la higiene y reglas del arte de construir. Reúne local para más de mil asilados, y en él abriga la caridad oficial de la provincia á los dementes, á los niños huérfanos ó abandonados, y á los mendigos en muchas ocasiones.{364}
Subiendo la Calle Real y pasando una Ermita de poco interés monumental, dejando á la derecha una casa en una altura, que se llama el Mirador de Orlando, que lo construyó un rico Genovés, se entra en un ancho camino que conduce á este Monasterio.
Es fundación del año 1513, en cuya época se hizo parte de la fábrica, que vinieron á poblar tres monjes de las Cuevas de Sevilla. Dícese que fueron víctimas de los moriscos porque perecieron en una insurrección. En 1516 se comenzó de nuevo la obra, y se amplió en los siglos sucesivos, hasta 1842 en que se demolió parte del primitivo edificio.
Cuéntase que Gonzálo de Cordova cargó un día contra una partida de moros de los que salían á vigilar el campamento cristiano, y que llegado al sitio que se llama Golilla de Cartuja, antiguo cerro de Ainadamar, descubrió por vez primera desde un punto cercano la ciudad árabe. No le inquietó el ruido de los guerreros que salían al socorro de los fugitivos, puesto que el cristiano permaneció en este lugar algún tiempo, y se arrodilló para dar gracias á Dios por el éxito conseguido. Añádase que se pidió noticia del sitio donde había descansado, y que este lo señaló donándolo para los frailes, con las huertas de la Alcudia.
Desde la Portería se pasa al Claustro, donde se enseña una galería de cuadros de Cotan (copia), figurando la mayor parte martirologios de las guerras religiosas de Inglaterra. Unos son menos malos que otros, muy débiles por el dibujo, color y falta de sentimiento estético. Luego se pasa al refectorio, donde se enseña una cruz pintada que no tiene nada de particular.
La iglesia no ofrece un género especial de ornamentación; están revelando los adornos picados de sus paredes, la obra pacienzuda de frailes ingeniosos. Siete lienzos de Atanasio hay colocados en las paredes de la iglesia y varios cuadritos del mismo Cotan y de Giaquinto. Hay una esculturista pequeña de San Bruno, muy buena, otra de la Concepción, de Mora, y cuadros en el Sagrario, de Palomino, el celebrado no con mucho fundamento.{365}
Hay preciosas puertas en la Sacristía, en el Coro y en los guardaropas, hechas de embutidos á lo mosáico, de concha, nácar, marfil y plata, con molduras de ébano, cuyo trabajo merece atención y fué hecho por un lego llamado José Vázquez.
Sorprende la Sacristía por la limpieza, composición y belleza de sus jaspes y mármoles, yesos, pinturas y muebles. El aspecto es rico y elegante, la ornamentacion plateresca con ribetes de churrigueresco; pero tan bien trabajada y repartida, que sin darse cuenta de un verdadero motivo de encanto, existe en realidad en esta estancia una agradable disposición que no se halla en otros edificios de mayor mérito. De aquí fueron extraídos cuatro cuadros de Zurbarán, y queda una Concepción pequeñita, un Señor de la Espiración, que dicen de Cano, un Ecce Homo que atribuyen al divino Morales, y otras cosas de menos precio. Los pavimentos son dignos de mencion.
Ocupa este edificio el centro de una hermosa huerta que disfruta de saludable temperamento y de encantadoras perspectivas: en ella existían completos los muros de un gran estanque que tenía cuatrocientos pasos de circuíto, construcción árabe con torreones en los ángulos. Esta clase de obras de recreo y regadío se encuentran en casi todos los jardines antiguos de esta población, y suponen siempre la existencia de algún palacio ó casa de campo en sus orillas. Creemos, pues, que habría alguno que se derribó para hacer el Convento, y que tal vez sería el que habitó en este sitio Aben Abiz después de la conquista de Sevilla. El lugar es de los más amenos y deliciosos.
Es el edificio de la antigua Chancillería, construído en la Plaza Nueva desde 1531 á 1587, época de gran desarrollo monumental para Granada. Es uno de los mejores de España, de buen aspecto, majestuosidad y grandeza. En él estuvo la Universidad, según lo declara una inscripción, y se fundó por una Real Cédula del año 1505 que dispuso trasladar á Granada la Chancillería de Ciudad Real.{366}
Situado en el Campillo. Se construyó con la sencillez que se nota á expensas de repetidas suscripciones, hechas por espacio de treinta años, hasta colocársele la estatua de mármol blanco, en 1874. El Ayuntamiento allegó fondos para esta obra.
Uno de los templos de más culto en Granada, al cual se hallaba unido, no hace muchos años, un Hospital para los hermanos devotos. El retablo central y camarín es una costosísima obra en mármoles de colores, de pésimo gusto y digna de mejor trazado.
Ricos en vegetación. El territorio granadino tiene excelentes paseos en los que suple la naturaleza al arte. Los llamados Salón y la Bomba, se hicieron desde 1810 á 1830, y en este largo tiempo se plantaron sus árboles, hoy magníficos, que si se perpetúan adquirirán ese majestuoso y venerable aspecto secular que tienen los bosques de otros países.
El puente de Sebastiani se hizo bajo la dominación francesa, con la piedra de la torre de San Jerónimo, que el general francés de aquel nombre decretó demoler. Nosotros le habríamos aconsejado que respetara la tumba del Gran Capitán, cuya memoria valía más que el escaso importe de haber comprado la piedra en las canteras.{367}
Situada en el paseo llamado del violón. De pobre y mezquino aspecto: no conserva de su origen árabe más que el arco de la entrada, y la planta cuadrada como la de una de esas blancas mezquitas que hay prodigadas en el Africa septentrional, sin ornato y sin belleza. Hay en ella una inscripción; que recuerda el suceso de la entrega de las llaves de la ciudad morisca á los Reyes Católicos, por el mismo Rey en persona, verificada bajo un hermoso árbol que dicen se conservó hasta un siglo más tarde. Debemos dar crédito al testimonio de esta antigua lápida; pero ¿qué haremos con las crónicas que nos cuentan la llegada de Boabdil al campamento cristiano antes de aquel día memorable, ó las de la entrega de las llaves de la Alhambra no lejos de la puerta de los Siete Suelos por el Alcaide Aben Comixa?
En el paseo que conduce á este sitio se celebra la feria anual concedida á esta población.
Reconstruído en tiempo de Felipe II por haber sido roto en una inundación repentina; restaurado después muchas veces, hasta la última en 1865. No tiene interés monumental. Aguas abajo, se encuentra un castillo arruinado que sirvió mucho en las guerras contra los Infantes de Castilla. El vulgo dió en llamar á este castillo la Cabeza del P. Piquiñote, suponiendo que fué el refugio, después de la conquista, de un conspirador que incitó y fraguó la rebelión de los moriscos, y que descubierto por delación, fué decapitado y puesta su cabeza en un lugar de tránsito, que suponemos más allá de la huerta del Duque de Gor.
Antigua iglesia de jesuítas, que ocupaban también los edificios que son hoy Universidad, Jardín Botánico y el Gobierno civil. Es de rica y esmerada construcción. Su planta latina, y su alzado greco-romano con una elevada cúpula. El retablo es bueno, la portada costosa, con esculturas de los Moras y otros detalles que demuestran el poderío de sus fundadores. Contiene cinco cuadros grandes de Atanasio para cerrar los nidios de relicarios, y otros cuatro de la vida de San Ignacio. Además los hay de Blanes, una Concepción de Atanasio, y otras obras de menos importancia.
Fundada en 1531 por Carlos V, dotada por aquel monarca con cátedras de Filosofía, y por Clemente VII con los privilegios mismos de las de París, Bolonia y Salamanca, en ella se estudia Teología, Literatura, Ciencias, Jurisprudencia, Medicina, Farmacia y hay cátedras de Árabe, Hebreo, etc. Tiene hoy un buen claustro de profesores; acuden á sus áulas unos setecientos alumnos, por término medio, cada año, que vienen de un radio de ocho ó diez provincias, y posee una Biblioteca con más de 21.000 volúmenes, entre los cuales se pueden contar 12.000 que tienen verdadero interés. Los gabinetes de Física, Historia natural y Química están surtidos de colecciones é instrumentos modernos, aunque no en extraordinaria dotación.
Del edificio no debemos citar más que su portada de piedra, bien trabajada y de mal gusto.
Frente al extinguido convento de San Felipe, cuya construcción es rica y elevada aunque poco bella, se halla el Hospital é iglesia de aquel nombre. Cuenta en su recinto con locales suficientes, distribuídos en muchos salones, que se dedican á enfermedades diversas. Posee{370} una Clínica ó Escuela de Medicina práctica, dotación facultativa suficiente, y bastante asistencia.
En 1552 se principió este Hospital, y muchos años después, la iglesia, digna de notarse, no por el buen gusto que en ella campea, sino por el extraordinario ornato con que fué construída: costó ciento cuarenta mil duros. La puerta del Hospital tiene una regular estatua del Santo, atribuída á Mora. El claustro fué reparado en 1749, haciéndose los frescos por Ferrer, de Zaragoza, y los lienzos por Sánchez Sarabia. En la escalera había una pintura de Juan de Sevilla, otra enfrente, de Medina, y otras dos pequeñas de Vargas. En el Oratorio una estatua de Mora.
La portada de la iglesia tiene esculturas de Vera, Moreno, Ponce de León y Perea. En una tarjeta sobre el arco principal dice: «Haced bien para vosotros mismos,» palabras con que pedía limosna el Santo.
Las cúpulas y torres son de rara estructura, cubiertas de pizarra y azulejos. Triunfa Churriguera en todo el decorado interior, donde hay muchos frescos y estatuas de Sarabia é imágenes de Santisteban y Mora; dos cuadros de mucha composición de Cárlos Morato, y otros dos á los lados del retablo, no malos de Conrado Giaquinto. En la Sacristía cuatro cuadros de Atanasio, buenos, y una escena de la vida del Santo, de Vargas. El Camarín, rico en mármoles, en pinturas, en alhajas y en reliquias. Otro Camarín con más cuadros, de Vargas, Sarabia y Ferrer. Los mármoles de uno y otro son de Lanjarón, Cabra, Macael y Loja. Por último, todo está prodigado menos el sentimiento del bello arte.
Inmediato á la plaza Nueva. Su portada se atribuye á Diego de Siloe, pero obsérvese la torre, que si no tuviera el cuerpo último, podría parecerse á las torres árabes de Cairo y Damasco.
El techo es también mudéjar, aunque de menor importancia. Hay dos cuadros de Atanasio, uno de Juan de Sevilla y está en este templo enterrado el famoso negro Juan Latino.{371}
Situada en la Carrera de Darro: posee una de las más elegantes portadas del siglo XVI, con bellísimos detalles de renacimiento y relieves de prolijo realce, tan bien dibujados, que se atribuyen á Siloe. Nosotros creemos que tanto esta portada como otras que vemos en Granada menos ricas, fueron hechas por una brillante escuela de ornamentistas, que se formó en esta ciudad sin haber aprendido en los talleres de Florencia y Roma.
Nótase al lado de la puerta un balcón de ángulo, hoy tapiado, con un letrero encima que dice: Esperándola del Cielo, y he aquí lo que se cuenta de ello:
«Hernando de Zafra, después de haber servido lealmente á los Reyes Católicos, y ya viejo, se retiró á este palacio, en donde fué invitado por los referidos monarcas á que pidiera la gracia que quisiese. Se escudó el anciano á las reiteradas exigencias que le hacían sin cesar, hasta que contestó terminantemente, que la única gracia ya la esperaba del Cielo, cuya frase, memorable en la familia, se hizo después estampar en la piedra para eterna memoria».
No acertamos á explicar este hecho satisfactoriamente, porque la forma y especial situación del letrero sobre la ventana del ángulo, indica otra cosa más accidental, si este no era un mote concedido al linaje del fundador de la casa.
Veamos su versión más dramática que hemos leído en el Manual de Jiménez Serrano.
«Habitaba esta casa un descendiente de Hernando de Zafra, viudo y con una hija joven y bella. Una noche había salido para volver más temprano que de costumbre. A la hora que su hija estaba en amoroso coloquio, penetra en la casa sin ser visto, se encamina al aposento de su hija y halla uno de sus pajes, joven de hermoso aspecto; cree que es el amante seductor y tira de una daga para atravesarlo; en vano grita el paje explicando su inocencia: «¡Justicia!» exclama asomándose al balcón é indicando el sitio por donde había partido el amante de su hija: «No la hallarás en la tierra» le contesta el caballero mandando á sus criados que lo colgasen del balcón: Que muera esperándola del Cielo. El padre mandó luego tapiar este balcón, donde había acontecido tal escena de deshonra para su linaje.{372}
En la Carrera de Darro. Templo que posee un magnífico artesonado mudéjar de esbelta construcción y de atrevida ensambladura.
En la calle del mismo nombre. Como templo cristiano no tiene nada de notable. Era una mezquita de la cual se conserva la torre, antiguo minarete ornado con labores cortadas de gramil á semejanza de otras que hay en Sevilla y Toledo. Llamóse esta iglesia de Teybin ó de los Convertidos, por haberse bautizado en ella millares de moros en tiempo del Arzobispo Talavera. Este edificio no debió ser de la primera época árabe, toda vez que fué construído fuera de las antiguas murallas de la Alcazaba Cadima.
Un Seminario que goza de pingües rentas y de donde han salido ilustres teólogos y literatos. Fué fundado para Convento de Benedictinos, y sirvió también de Colegio para las misiones. Está situado en uno de los sitios más pintorescos al par que más tranquilos del valle de Darro. Multitud de escritores se han ocupado de circunstancias que hacen interesante bajo el punto de vista religioso este establecimiento. Sebastián López en 1595, buscando oro, descubrió unas planchas de plomo que los jesuítas interpretaron, escritas para hallar las cenizas de San Cecilio y mártires que le acompañaban. Esto produjo la excitación consiguiente en la ciudad, y dícese que se colocaron hasta 679 cruces en toda esta montaña. Halladas las reliquias, hornos y nuevas planchas, se sometieron á la aprobación de Clemente VIII el cual la otorgó, y desde entonces se mandó labrar la casa (1608), y luego el colegio dedicado á San Dionisio Areopagita.{373}
Las Cuevas se visitan todavía con mucho entusiasmo, especialmente el día de San Cecilio, y las reliquias cuya autenticidad se ha combatido por doctos de diferentes épocas, se guardan en el altar mayor. En 1588 se derribó la torre Turpiana para replantear la Catedral, y dió mucho que hacer una caja que se encontró en ella con pergaminos y una canilla de San Esteban. El pergamino estaba escrito en árabe vulgar y firmado por San Cecilio, Obispo de Garnata, y el manuscrito se conserva en Roma.
Una numerosa población habita en huecos tallados en la tierra, á lo cual se presta fácilmente la formación de la montaña. Estas cuevas existían en el sitio, desde los primeros árabes, pues hemos hallado fragmentos de barros labrados, entre escombros, que no habían sido removidos en centenares de años. Se ve, pues, el fundamento de las tradiciones referentes á las cuevas, que podían existir en los últimos tiempos del imperio gótico.
Templo situado en la altura más pintoresca y deliciosa que tiene esta población, y construído con las piedras labradas que correspondían al exterior de un palacio árabe; cuyos cimientos se notan al rededor y al pie de los muros de la iglesia.
No lejos de Fajalauza, subiendo á San Miguel, hay una cruz gótica entre cipreses; este sitio se llama la Cruz de la Ráuda, y se supone que era panteón árabe bendecido luego en tiempo de los cristianos.
También antigua iglesia construída sobre una mezquita y al estilo mudéjar.
Templo que ocupa el lugar de una de las principales mezquitas del Albaicín, y que se perpetuó siete años después de la conquista{374} para culto de los muslimes, hasta que se la convirtió en parroquia en 1501, para obligar más á los moriscos que se mostraban opuestos á la conversión. En la rebelión se fijó esta iglesia, como más concurrida, para levantar en ella el estandarte mahometano.
Fué luego Colegiata de la Compañía de Jesús hasta que se trasladó al templo que tiene este nombre.
Alrededor de este templo hemos conocido la casa del Abad con techo y columnas árabes, que se vendieron para derribarla. Los restos de un caserón informe y sin más adornos que algunas inscripciones, el cual fué convento de Derviches, y un edificio Alhóndiga, por el costado Norte, con una inscripción[186] sobre la puerta, que ha desaparecido.
Fué mezquita de morabitos: conserva el aljibe sagrado y tiene algunos objetos artísticos, aunque no es de elegante construcción.
En una callejuela de Poniente estaba la Casa de Jorge de Baeza, de origen árabe, hoy casi destruída. Se descubre la torre de la del Almirante de Castilla.
Situado en una placeta con hermosísimo panorama, fué también mezquita. En esta parroquia está la torre de Hizna Román (castillo del Granado), donde se supone que estuvo preso el apóstol de Granada San Cecilio.
Lo fundó la Reina Isabel para retiro de ilustres señoras, y en 1507 vino con veinte monjas de Córdoba Doña Luisa Torres, para constituírlo. En la iglesia hay elegantes artesonados á lo mudéjar, de difícil{375} lacería, formando almocarbes á manera de estrellas. No es malo el retablo principal de orden corintio y compuesto, con dos relieves y tablas. Hay dos pequeñitos cuadros de Juan de Sevilla y otros mayores de desconocido autor.
Cerca de este convento, en una callejuela sin salida, se supone la casa donde se celebró el primer concilio iliberitano, y al lado de ella se abrieron las excavaciones para la extracción de los falsos documentos inventados por Flores y Echevarría.
En una casa principal de la calle de los Oidores, que sirvió de Convento del Angel en 1812, vivió el pintor Juan de Sevilla, y en la Casa Lona, no lejos de este paraje, habitó Pedro Atanasio.
Fué, pues, todo este barrio distinguido por las familias más pudientes en los primeros cien años después de la conquista. La misma Reina Católica mandaba expresamente se habitase en él, por lo pintoresco y saludable de su situación.
En este convento se ha instalado la Comisión de Monumentos de la Provincia, la Academia Escuela provincial de Bellas Artes, y una sociedad particular titulada El Liceo. La Comisión de Monumentos estableció aquí el Museo compuesto de cuantos cuadros pudieron recogerse de los extinguidos conventos, y además prepara la formación de uno de antigüedades.
Los Reyes Católicos cedieron á Fray Tomás de Torquemada ricos bienes para fundar este edificio, en la huerta de Almanjarra, arrabal de Bib-alfajarin. A los cuatro meses de conquistada esta Ciudad se principió la obra, pero hasta treinta años después no se vió terminada, debiéndose sin duda á este tiempo el pórtico singular de transición que tenía. A fin del siglo XVII se hizo el Camarín y el gran Claustro. La planta es una cruz latina, y su alzado tiene grandeza y severidad. En la crujía del Norte del Claustro gótico tuvo su celda Fray Luis de Granada. Este Claustro no existe ya.{376}
En los Salones altos de Santo Domingo, y subiendo la gran escalera central, se halla el Museo en salas mal alumbradas, y cubiertas de almizates con alfardas caladas bien construídas. En ellas se encuentran colocados muchos cuadros que corresponden á la escuela granadina, en su mayor parte de tercero y cuarto orden, que se sacaron de los templos derruídos, los cuales se ha convenido en coleccionar para el estudio de la historia del arte. En dos estancias separadas se distinguen las mejores obras granadinas, entre las cuales hay tres de Alonso Cano, y otras elegidas de los autores que hemos tenido ocasión de citar. Unas tablas con bajos-relieves y algunos ligeros detalles, vestigios de iglesias destruídas, constituyen con el precioso esmalte que hay en la última sala, lo más escogido del Museo provincial.
La Comisión de Monumentos está organizando un Museo arqueológico, donde colecciona una multitud de inscripciones romanas, capiteles, troncos, bustos estatuarios, y fragmentos de sepulturas recogidos con prodigiosa constancia. Si á esto se une la multitud de objetos pequeños árabes que pueden coleccionarse todavía, á más de los que hemos visto dispuestos ya para formar la base de este Museo, no titubeamos en asegurar que antes de pocos años estará cubierto el local de interesantes vestigios.
En el campo del Príncipe, que ya hemos citado otra vez, se halla esta iglesia, con su portada semejante á las anteriores, aunque no tan buena.
Este templo fué de cristianos durante la dominación árabe y dedicado{377} á los que habitaban toda la Antequeruela, los cuales se hallaban mezclados con pobladores judíos.
Otros edificios de tercer orden deben pasar aquí desconocidos por su poca importancia.
Es la capital de la provincia del mismo nombre, situada en la parte meridional de la Península á los 13° 21´ longitud Este, y 36° 57´ latitud Norte y elevada 927 varas castellanas sobre el nivel del mar. La Sierra Nevada la reserva por los lados Oriente y Sur, de modo que está descubierta á las frescas brisas de Norte y Poniente; pero sus accidentados valles y colinas templan estas corrientes y producen una variada vegetación que no se encuentra en ningún otro lugar de Andalucía. La ciudad comprende más de seiscientas calles y plazas, y sobre once mil edificios, por lo general de mezquino aspecto. Su población pasa de setenta y dos mil almas, y toda la provincia cuenta muy cerca de quinientas mil, repartidas en doscientos treinta y siete pueblos, de los cuales hay muchos tan prósperos y tan adelantados como la capital.
Reside en Granada el Gobierno civil de la provincia, la Capitanía general del 7.º distrito militar, que comprende Málaga, Jaén y Almería, provincias que constituían el celebrado reino árabe. Hay una Chancillería de muy extensa jurisdicción: un Arzobispado con tres Obispados sufragáneos y una Abadía: tres juzgados en el ámbito de la población, sus arrabales y pueblos limítrofes.
Tiene como puntos de recreo dos Casinos, dos Teatros y un Liceo ó Sociedad artístico-literaria, y cuenta muchos paseos y lugares deliciosos para esparcimiento de las gentes.
Aparte de sus calles estrechas y tortuosas, del sucio aspecto de las muchas barriadas que contiene, es la ciudad más pintoresca de España, y la que ofrece accidentes más bellos por la naturaleza y los monumentos. No es el pueblo moderno de anchas calles y simétricos edificios, pero es un oasis de vegetación, un templo del arte antiguo, un peristilo de montañas coronadas de nieves eternas, destacándose sobre una alfombra persa matizada de los ricos colores de la vega ó{378} campiña. El arte y la poesía hallan en ella la más poderosa inspiración, y sus deliciosos verjeles participan de la frescura amena de Suiza, de los calientes y dorados celajes del Ejipto, y del ambiente oloroso de los jardines de Italia. Si ayudase el hombre con la industria moderna, la esplendente naturaleza de Granada ofrecería el más bello rincón de Europa y el más visitado.
FIN
NOTAS:
[1] Histoire de la Civilisation Anglaise.
[2] Ruinas de Tak-Bostan.
[3] Dibujos de la Biblioteca Real de París.
[4] Histoire de l’Art monumentel.
[5] Hemos citado y podríamos citar innumerables ejemplos de esta propaganda entonces inútil.
[6] En muchas iglesias de aquel tiempo se ven inscripciones árabes y lacerías.
[7] «Hist. d’Espagne.»
[8] Así resulta de copias de manuscritos del archivo de la Alhambra.
[9] Escritor del siglo XIII, nacido en Granada y muerto en Túnez.
[10] Los que recortaban ladrillos para hacer labores.
[11] El que llamado por los cordobeses desembarcó en las costas de Granada. De la familia Omeya.
[12] Se dedicó á su construcción el trabajo voluntario de los muslimes, el forzado de los prisioneros, el quinto del botín de guerra, los subsidios y las conquistas en Cataluña y Narbona.
[13] Se atribuye á la venida de los Embajadores de Miguel II (822), el principio de la influencia bizantina en la decoración. Esta influencia existía ya como se ve en otros fragmentos.
[14] Especialmente en la España monumental de Parcerisa, cuyo texto nos ha dado noticias, y en Casas-Deza en su descripción, etc., etc.
[15] Según autores árabes, traducciones del Dr. Simonet.
[16] ¿Sería el púlpito que la mayor parte de las veces es portátil en las grandes mezquitas?
[17] Según un informe del año 1644 presentado á Felipe IV, era ésta «una de las tres capillas que tenían en este sitio los árabes.» Lo cual concuerda con lo dicho.
[18] Al-Makkari.
[19] Publicado antes.
[20] Habiéndose publicado por nuestro querido amigo el inteligente anticuario y orientalista D. Leopoldo Eguílaz, á la sazón de estarse imprimiendo esta obra, un opúsculo titulado «Estudio sobre el valor de las letras arábigas en el alfabeto castellano y reglas de lectura», en el cual se formula una nueva clave de ortografía para la trascripción de los nombres propios y de lugar arábigos, fundada en la tradicional de nuestros cronistas y poetas y comprobada por la manera con que respectivamente los árabes andaluces, los mudéjares y moriscos interpretaron en su escritura las letras de nuestro abecedario, convencidos de la bondad del sistema, que cuenta en su apoyo con la grave autoridad de gramáticos tan insignes como Silvestre de Sacy, Caspari y Cousín de Perceval, hemos resuelto acomodar en lo sucesivo la trascripción de los nombres arábigos á las reglas consignadas en el referido opúsculo.
[21] Se conservaba en el estudio del célebre y malogrado pintor Fortuny.
[22] La Comisión de Monumentos de Granada ha hallado algunos ejemplares.
[23] Esto se confirma en Córdoba, Toledo y Granada, donde los restos de mezquitas y sinagogas son siempre del estilo que se extendió por el Egipto á Africa, ó por el imperio griego, rara vez la tradición persa.
[24] Las obras del rey Don Pedro en Sevilla no pudieron ser nunca toledanas; las que se llevaron en forma de originales de Granada y Córdoba son muy patentes.
[25] La arcilla arenosa era usada en lugar de arena lavada.
[26] El autor se ha olvidado decir, que cuando se extienden la tierra y cal para formar el muro, se hace á lechos procurando que esta última vaya á la superficie de la pared.
[27] Así ocurre en las indagaciones relativas á la situación que ocupó la antigua Iliberis.
[28] En las últimas obras hechas en este Alcázar, ha llegado á cometerse el absurdo de colocar inscripciones árabes á la inversa ó al revés, como se ven en este patio.
[29] En prueba de la falta de criterio artístico que preside en muchos casos, conviene citar que hemos visto en los archivos del Patrimonio Real documentos que se ocupan de haber remitido á Sevilla, á petición del Alcaide de su Alcázar, varios arabescos «de los mejores», que había éste pedido para la restauración que se verificaba entonces. Después hemos visto colocados estos ornatos de diversas épocas y estilo en las paredes del citado Alcázar.
[30] Otro de los lamentables excesos de la restauración hecha en el Alcázar de Sevilla, ha sido el de introducir adornos vaciados en yeso para completar las labores de madera que se habían perdido. Estos quebradizos y sucios remiendos, colocados en los cuerpos movibles de las puertas, producen fatal impresión en todo el que siente la pureza y propiedad con que deben elegirse los materiales de las restauraciones. Así como á nadie se le habría ocurrido recomponer con madera un objeto de bronce, tampoco puede admitirse reparar con yeso ornamentos de madera.
[31] Kartas, pág. 138, traducción de Thornberg.
[32] Véanse las del libro de D. Emilio Lafuente Alcántara y se hallarán todas éstas con el aditamento islamítico.
[33] Los artistas que supone el erudito Sr. Amador de los Ríos, que vinieron de Toledo para construir este Alcázar, no pudieron hacer en él más que restauraciones y obras para trasformarlo.
[34] Esta inscripción, como todas las del Alcázar, la copiamos en nuestro último viaje á Sevilla en 1867. Otras muchas las hemos comparado nosotros con el texto del libro de las inscripciones de Granada, que publicó el malogrado Lafuente Alcántara. Las de D. Rodrigo Amador de los Ríos son más completas.
[35] Kartas, pág. 138, texto árabe.
[36] Abbad, t. II, págs. 151 y 152. Dozy, Hist. des Musulmans d’Espagne, t. IV, págs. 139 y 140. Al-Makkari se ocupa también de esta aventura. Ed Dugut, etc.
[37] Kartas, pág. 212, trad. de Thornberg.
[38] Urbium Praæ Ciprarum totius Mundi.
[39] Ibid, pág. 241.
[40] Pág. 151 de Thornberg.
[41] Los hay del año 1245, y sabido es que los Alejandrinos tuvieron almanaques sacados de las tablas que tenían labradas los Egipcios desde muy remota antigüedad.
[42] Cuentos como el de Aldiño, se refieren de Gerbert, el Papa Silvestre II; pero no es preciso que citemos á este venerable prelado para hallar la historia del Santo Grial y otras.
[43] Heisterbarch, I, pág. 279.
[44] Los de Juan, el presbítero Daniel, Reinaud, etc.
[45] Hace poco tiempo que ha sido derribada la mayor parte de este lujoso aposento que ocupaba una de las más ilustres familias árabes de Granada. Apenas queda hoy un tercio de él.
[46] Nos han asegurado que la trajo el orientalista Sr. D. Emilio Lafuente Alcántara.
[47] Ben Jaldum.
[48] Hemos dedicado una buena parte de los estudios que hacemos sobre los monumentos árabes de Granada á demostrar con ejemplos este teorema, que sentíamos bullir en nuestra mente al comparar las mediciones de los detalles de la Alhambra. Continuados esfuerzos, tan difíciles de verificar cuando tantas mutilaciones han perdido en muchos parajes las antiguas líneas del edificio, nos han puesto en posesión de lo que sospechamos. La conformidad de esta regla no está desmentida en la parte realmente clásica de estos monumentos.
[49] Siglos XVI al XVIII.
[50] En nuestro tiempo han desaparecido muchas de estas raras y espléndidas casas, cuyas comodidades no hemos sabido apreciar.
[51] La fábrica de la Puerta del Vino es distinta de las demás obras de la Alhambra.
[52] Según manuscrito árabe de la biblioteca del Escorial titulado: «Libro de noticias sobre el tiempo de la dinastía de lor Beni Nazar».
[53] Legajos 197, 201 y otros.
[54] Hay en la Alhambra y en algunos templos mudéjares de Albaicín muros revestidos de angostos sillares desde 3 á 6 pulgadas de grueso, labrados con grecas é inscripciones por uno ó dos de sus cantos, que colocados como las hiladas de ladrillo se hallan interrumpidos y como mezclados á las restauraciones de sus baluartes. Estas piedras son las llamadas «kiddan» que se hacían para las construcciones de Sicilia en los tiempos normandos, á manera de franjas horizontales que estrechaban de distancia para enriquecer los exteriores de las hiladas de sillares ó loza pintada de diversos colores. En Granada hay muchas restauraciones del tiempo de Mohamad V, y después en las mezquitas hechas con estas piedras de más antiguo origen, que data de las primeras construcciones bizantinas del tiempo del waliato de Elvira. Las inscripciones que suelen tener estas piedras son cúficas, tipo clásico.
[55] Iranzo, Pedraza, Echevarría y otros muchos se extienden sobre los significados de la llave á la entrada de las poblaciones árabes. Nosotros remitimos al lector á estos conocidos autores.
[56] Aquí no publicamos más que las inscripciones históricas y volvemos á indicar, tanto con relación á esta puerta, como á la Judiciaria y á los demás edificios, que otros muchos letreros que se ven en los muros son alabanzas y salutaciones á los reyes, ó versículos del Korán.
[57] Archivo de la Alhambra.
[58] Hubo varios.
[59] Principiamos la restauración de esta torre el año 1873, y quedó suspendida por falta de recursos.
[60] Está tan elevada que no se concibe el modo de subir á ella aun con buenas escalas.
[61] Calahorrat.
[62] Efectivamente, es una pequeña casa con habitaciones altas y bajas suficientes para una familia árabe.
[63] Estos han desaparecido.
[64] Por la que subió Mahoma al séptimo cielo.
[65] La inscripción la damos traducida en el artículo «Casa de la Moneda».
[66] También lo relata Conde en su Historia.
[67] Archivo de la Alhambra.
[68] También quiere decir pájaro.
[69] Hasta Ben Muzín, que parece fué el primero que recibió el señorío de Granada en 1013.
[70] Archivo de la Alhambra.
[71] O de los Siete Suelos.
[72] Véase Hernando de Baeza y manuscritos árabes.
[73] En Toledo están las cadenas de estos cautivos que se guardaban en los silos y mazmorras.
[74] Legajo 14 del Archivo.
[75] Cantidad que es muy superior relativamente á la de 18.000 pesetas que hoy se le destinan.
[76] Pasaba de 6.000 almas.
[77] Don Francisco Serna, enviado por Fernando VII para conservar estos edificios.
[78] El autor de este libro obtuvo entonces este cargo por haber presentado al Gobierno los primeros modelos de decoraciones árabes del edificio.
[79] En corroboración de lo expuesto á propósito del mármol blanco de Macael, hemos visitado estas antiguas canteras y hallado en ellas capiteles rotos y otros á medio labrar del tiempo mismo en que se construyó la Alhambra. Sus labores son idénticas, y también hemos visto tazas agallonadas para fuentes, en pedazos muy parecidos á la del patio de los Naranjos. Pero lo más notable es que entre los mismos restos de trabados abandonados desde muy antigua fecha, hay fragmentos de cornisas y fustes pertenecientes á la época romana, y los vaciaderos inmensos que se encuentran están indicando grandes explotaciones de 1800 años de antigüedad.
[80] Archivo, Legajo 172 y otros.
[81] Legajos 72, 84 y 50.
[82] Así se nombraban las murallas de argamasa.
[83] Legajo 21 y otros.
[84] Al citar las restauraciones que hemos hecho en la Alhambra durante treinta años, debo tributar un cariñoso é inolvidable recuerdo á mi querido padre, que había sido Director de las obras de fortificación y seguridad de estos edificios desde el año 1828, y por cuyo antecedente yo me consagré á los modelos decorativos y restauraciones subsiguientes que se han hecho para conservar el alcázar, mediante los trabajos que presenté al Gobierno en 1847. Desde dicha fecha han cooperado también á estas obras, accidentalmente y como facultativos en ramos especiales, D. Baltasar Romero, D. Juan Pugnáire, y el coronel de Ingenieros D. Ramón Soriano.
[85] Cuadros de labor de azulejos.
[86] Es sin duda el más exacto que se ha hecho de las inscripciones de la Alhambra. Sin él no estarían tan de acuerdo los modernos arabistas.
[87] Socorro de los africanos.
[88] Abencirix Zohri, astrólogo de Abu-Hacen, le dijo un día al monarca en este sitio que había oído sonar una gran campana, y que cada vez que pasaba por esta puerta la oía más ruidosa, anunciándole á los moros que pronto los ixpianos pondrían una en la más alta torre para amedrentarlos, etc., etc.
[89] Testimonio de una escritura que firma un tal Rojas.
[90] De los amigos del Profeta que le regalaban delicados manjares y lo entretenían con alegre conversación. De este personaje descendían los Reyes de Granada. Así lo cuenta Alchozami. Dos fueron los que vinieron á España de la estirpe de Saab Ebn Obada, uno de ellos se estableció en tierras de Takeruna (Ronda), y el otro en una alquería cerca de Zaragoza. La familia de éste se trasladó á Arjona cuando Aragón fué conquistado por los cristianos, y allí nació Mohamad I, fundador de la dinastía granadina, cuya genealogía ascendente es así: Mohamad I, Algalib-bil-lah, Ebn Yusuf, Ebn Nasr, Ebn Ahmed, Ebn Mohamad, Ebn Jamis, Ebn Ocail, Ebn Nasr, Ebn..... Cais, Ebn Saab, Ebn Obada Al-ansari, amigo de Mahoma, Al-Jazrechi de la tribu de Jazrech. (Jatib. diccionario).
[91] Según Pedraza y escritores posteriores.
[92] También pudiera ser de Al-berka.
[93] Vuelve á hablarse de los vasos llenos de agua, lo cual sustenta la opinión que hemos emitido sobre estos nichos.
[94] Aquí está citado el nombre verdadero del sitio más sagrado de los mahometanos: significa el medio día, y el santuario es el mihrab. Se ve que es lugar que colocan del lado de Oriente en todas las mezquitas.
[95] Seguiremos el mismo orden de no insertar más que las inscripciones de importancia, pues sería enojoso en este libro el repetir las suras coránicas, las salutaciones ó las zalemas que á cada paso se encuentran.
[96] La mayor parte de los datos relativos á los tiempos posteriores á la conquista, se hallaban en el Archivo de la Alhambra, antes del año 1850. Desde aquella época se facilitaron para que los vieran, á todo el que quería, y el año 1869 se llevaron los legajos en completo desorden á la Administración Económica de la provincia donde acabaron de desordenarse. Existen, pues, en los legajos tres ó cuatro numeraciones diferentes.
[97] Hemos vuelto á colocar en su forma primitiva los medallones cúficos que hay sobre los azulejos, año 1872.
[98] Hemos corregido lo que faltaba en la pared ateniéndonos al texto.
[99] La existencia de este caudillo no está suficientemente comprobada todavía más que por las tradiciones.
[100] Boabdil.
[101] El trono del Sultán.
[102] Por relación de un viajero artista que ha visitado á Fez hace tres años, hemos sabido: que en uno de los palacios del Sultán de Marruecos existe un patio algo semejante al de los Leones, construído en la misma época que éste y por los mismos alarifes pedidos por aquél rey de Granada. No sabemos la autenticidad de una noticia que hemos oído relatar de boca del mismo viajero.
[103] Cean.
[104] Legajo 16 del archivo.
[105] Legajo 28 y siguientes.
[106] Dirigió esta obra el escultor Pedro Morele, la cual duró hasta 1601.
[107] Espinel.
[108] Reconocimiento hecho por Juan Mijares.
[109] Este techo, de figura oblonga terminada por dos casquetes esféricos, parece que tiene los escudos del tiempo de Felipe V é Isabel Farnesio, con algunos atributos de los monarcas austriacos, que se ponían siempre como recuerdos de las grandezas de la España imperial. No ocupa todo el largo de la sala, porque ésta se hallaba interrumpida por un muro para dejar espacio á otra pieza que hemos descubierto, restableciendo el arco de colgantes que estaba destruído, y hallando los paramentos cubiertos de algunas labores que conservaban los colores puros y vivos de los tiempos árabes, las cuales hemos guardado cuidadosamente.
[110] Abencerrajes, quiere decir hijos de Sillero; y Zegries fronterizos.
[111] La hemos restaurado en 1856 por hallarse en cuatro pedazos abandonada en los almacenes de la casa.
[112] Hemos visto títulos que lo acreditan y fincas que llevan este nombre, las cuales fueron cedidas en 1501 al adelantado de Murcia Don Juan Chacón.
[113] Esta es la Isabel de Solís de algunas leyendas.
[114] Fué secretario del último rey de Granada.
[115] Con efecto, la humedad produce esas manchas en un mármol tan poroso como el de Macael, pero esta misma porosidad ha podido absorber alguna sangre, que rara vez deja de manchar en ciertos mármoles cuando se ha posado algún tiempo sobre ellos. El lugar en la taza donde la mancha está más señalada, parece también ocasionado por un desnivel de la superficie, en cuyo fondo ha permanecido por más tiempo encharcada el agua y el polvo ferruginoso que da la tierra.
[116] El que publicamos se halló en un pueblo inmediato y adquirió un artista ruso que vivió en Granada muchos años. Era de latón con dibujos y letras incrustadas de plata. Se destornillaba y abría en dos medias esferas, de las que una contenía el braserillo pendiente de varios arcos de metal, para sostenerlo sin derramar la lumbre. Tenía abiertos en toda su superficie multitud de agujeritos redondos para exhalar los perfumes que se quemaban dentro; la forma era ingeniosa para que pudiera rodar entre divanes y alfombras sin quemarlas ni apagarse.
[117] Sostendríamos que lo que se hundió fué la antesala del Patio de los Leones.
[118] Como veremos existen todavía algunas de ellas.
[119] Debemos aquí citar un precioso pasaje del Korán que tiene alguna relación con la idea subjerida á los árabes de hacer los techos como grutas naturales de estalactitas, cuyas trazas no se ven antes del nacimiento de su Profeta. Cuéntase que son un recuerdo de la caverna de Tur, donde las arañas con su tela, las abejas con sus panales y las palomas con sus nidos, cubrieron la entrada para ocultar el refugio de Mahoma cuando, huyendo de los coreiscitas, se fué á Abisinia.
[120] El célebre pintor Fortuny poseía un león de este metal, que adquirió en España, y la Comisión de monumentos de Granada ha adquirido algunos bronces de aquella época hallados en Atarfe. También hemos visto cajas árabes de bronce con nieles de plata figurando cacerías, danzarinas, caballeros, etc., que según sus inscripciones habían sido regaladas por un rey africano al de Granada.
[121] Esta viñeta, como otras tres ó cuatro que teníamos dibujadas para este libro, han sido reproducidas de nuestros originales en el «Cuaderno sobre el estilo árabe» que ha publicado D. Mariano Borrell, en Madrid, año de 1874.
[122] Es el álamo especial que abunda en Granada, que tiene la hoja blanca por el reverso.
[123] Era constante el uso de estañar los hierros de las puertas, lo cual los hace aparecer plateados.
[124] Hurtado de Mendoza dice en su «Historia de la rebelión de los moriscos:» «Aposento real y nombrado..., que después acrecentaron diez reyes sucesores suyos (del fundador), cuyos retratos se ven en una sala, alguno de ellos conocido en nuestro tiempo por los ancianos de la tierra».
[125] Se conserva en casa del señor marqués de Villaseca.
[126] Argote de Molina en su «Nobleza de Andalucía».
[127] Tomo XVI, pág. 267, texto árabe.
[128] Dice el muy docto Don Aureliano Fernández Guerra «que fué mortificación y escándalo al famoso Ibn-Jaldun cuando vino de Africa á la ciudad del Genil, año de 1363, hallar retratos y cuadros de romanescas aventuras (en bien adobados cueros y en lienzos y tablas) adornando los techos y muros de las casas reales y de casi todos los ciudadanos», lo cual nos demuestra que no podrían ser solo los cristianos los pintores, sino que habría muchos moriscos que aprenderían á hacerlo, y que los maestros serían de origen bizantino como la mayor parte de la población donde también había muchos cristianos, pero no tantos en mi concepto, como se afirmó en el Concilio Vienense de 1311, porque después de conquistada esta ciudad por los Reyes Católicos, formaban mayoría los moriscos verdaderos creyentes, que llegaron á sublevarse en defensa de sus costumbres y de su religión.
Y dice el mismo Fernández Guerra: «Paréceme error histórico el de haber supuesto que en España, cristianos y mahometanos fueron siempre vecinos irreconciliables... no los dividían playas como las que separan de las tierras los mares. En los territorios libres por la cruz, y lo mismo en los esclavizados por el Korán, vivían juntos y según su diferente religión, cristianos, judíos y musulmanes; caballeros de un reino fincaban y se avecindaban en el otro, ó se ponían á su servicio, etc., etc.,» y esta tan ilustrada opinión favorece la emitida por nosotros sobre las relaciones y continuo roce que existía entre tan diversas familias, origen del novelesco trance que representan las dos mencionadas pinturas.
[129] ¿Podrá este verso haberle dado el nombre de Dos Hermanas?
[130] Hemos visto los mosáicos del mismo género, imitaciones que se han hecho en Londres, París, Berlín, etc., en los que cada piececita tiene una convexidad diferente.
[131] Archivo, legajo 28.
[132] Lindaraxa, la casa de Aixa.
[133] Los hemos hallado nosotros con motivo de nuestras obras, y conservamos fragmentos.
[134] Llamamos la atención sobre este verso que sostiene nuestra opinión de no existir el Patio de Lindaraxa que se ve desde estas ventanas, en tiempos antiguos. Con efecto, desde el Mirador se veía bien casi toda la ciudad y el río Darro. El alcázar por este lado terminaba en estos muros exteriores.
[135] Existe dificultad muy grande en interpretar bien la traducción de los letreros árabes, según hemos notado en las versiones que de ellos se han hecho por muy competentes orientalistas. Ultimamente nos ha dicho nuestro ilustrado amigo el Sr. Comandari, persona nacida en Damasco y conocedora de la lengua clásica, que puede haber en las inscripciones de la Alhambra un segundo significado, por la combinación de letras que expresan las fechas y nombres de artífices, que no se encuentran por ninguna otra parte del edificio, lo cual se llama el álgebra del alfabeto árabe. En la Siria hay leyendas que tienen este doble sentido.
[136] De Leval: hechas para el palacio moderno.
[137] Memoria leída por D. Manuel Gómez Moreno.
[138] «Viñedos» en lengua árabe.
[139] En el tomo III; rarísimo.
[140] Así lo revela la inscripción de la entrada.
[141] Pedro Machuca, que fué el encargado por el conde de Tendilla para hacer la tasación de lo hecho por Julio Aquíles, pintor de imaginería, en la estufa de las casas reales de la Alhambra, tasó las obras y pinturas del dicho Julio del modo siguiente, en 23 del mes de Marzo de 1546:
«Once cuadros de grutesco y bastiones de cuadros y molduras, que los tasó en cuatro ducados y medio cada uno, que monta cuarenta y nueve ducados y medio.
Un friso grande de follaje del romano, ocho ducados.
Un pedazo de enmaderamiento de siete puertas, seis ducados.
Tres puertas y una ventana pintadas y barnizadas de todas partes con aguas é adobos é otros: hizo todo doce ducados.
Otros dos frisos de grutesco encima de las puertas, seis ducados.
Seis panes de oro, cuatro ducados, los cuales seis panes de oro ha gastado en dorar guarniciones é molduras.
Del asiento de estos panes de oro, cuatro ducados.
Lo cual declara de toda la costa del dicho Julio é monta todo á treinta y tres... é sesenta y dos mrs.»
Número 60 del mismo legajo.
[142] Visitó este palacio acompañado del embajador M. Layard en 1872, y le oímos esta opinión tan competente.
[143] Desde que nos encargamos de la conservación de la Alhambra, hacemos cuanto es posible por evitar esta costumbre lamentable, para lo cual establecimos un segundo álbum de firmas, semejante á otro que regaló un viajero con el mismo fin, el año 1829.
[144] Nuestro ilustrado amigo D. Manuel Gómez Moreno, presentó á la Comisión de Monumentos, una razonada explicacion del significado de estos cuadros, en el año 1872, cuyo trabajo fué perfectamente recibido.
[145] La misma Memoria del Sr. Moreno.
[146] En el Cairo tienen hoy en sitios análogos, máquinas de hacer café y las pipas.
[147] En el año 1872 hemos hallado otro semejante en la casa núm. 82 de la calle de Elvira.
[148] Rebelión de los moriscos.
[149] En estos palacios había hasta cuatro ó cinco destinadas, unas al sultán, otras á sus mujeres y favoritas.
[150] Nosotros dimos una de ellas al Sr. Lafuente para su excelente libro de las inscripciones, y respondemos de la exactitud de la copia. Los puntos diacríticos no se pueden confundir con los adornos.
[151] Hemos visto otro capitel de este género, procedente de un alhamí que había en un cuarto cerca de la escalera de los baños, que se hundió en 1549; lo que demuestra que estas reminiscencias antiquísimas se aplicaron más á esta parte de la Alhambra que á otras más modernas.
[152] El nombre de Mosala al-aidi se daba á las mezquitas pequeñas de los palacios, según Edrisi y Palgrave.
[153] De origen cristiano. Sería una falta salir de la Alhambra sin dedicar algunas palabras á este edificio.
[154] Existen los cimientos de muchos de estos edificios en la plaza contigua de los Alamos.
[155] Legagos 228 y 256.
[156] Hoy las Vistillas.
[157] Estefanía.
[158] Testimoniado por la inscripción gótica de Santa María de la Alhambra.
[159] Citado por Casiri.
[160] Lo hemos publicado el año 1871, y en él están marcadas todas las murallas antiguas.
[161] Nuestro querido amigo D. Leopoldo Eguilaz, á quien debemos muchos datos importantes sobre Granada, nos ha dado los referentes á estas puertas.
Estos trabajos los hace nuestro amigo para su interesante plano de Granada del tiempo de la dominación árabe.
[162] Libro de noticias sobre la extinción de la dinastía de los Beni Nazar, versión inédita.
[163] Diccionario, Nebrija, Mármol y otros.
[164] «Recherches de Dozy», tomo I.
[165] Al-Makkari, Simonet, etc.
[166] Son diversas las denominaciones dadas por los escritores antiguos. Es probable que el nombre Jardín del Alarife haga alusión al gran visir de Abdallá III que era de oficio carpintero, y que por su habilidad llegó á este elevado puesto.
[167] Nieto de Ismail, tronco de los Himyaritas del Yemen.
[168] Protectores de Mahoma.
[169] Este verso indica que el kalifa renovó la obra y está conforme con los recientes documentos que hemos citado.
[170] Alude á la victoria de 1319.
[171] Según legajos del Archivo de la Alhambra, los Reyes Católicos dieron la Alcaidía de Generalife á D. Alonso Venegas y á D. Pedro, como se hizo con las demás Torres de la Alhambra que pertenecen hoy á la Nación. En 1555 parece que se expidió Real cédula disponiendo que con motivo de los gastos de la guerra con Francia se vendiesen cerros, huertas y bienes, á excepción de Generalife. Resulta también que las obras de esta finca se costeaban por el Rey el año 1709. Las rentas todas eran para la corona de 6.430 reales ánuos.
También parece que se dió en 1631 á la familia de Venegas la Alcaidía perpetua, con la condición de que sus rentas se destinasen á la conservación del edificio, etc., etc.
[172] Alixares significa Alhicar (las piedras).
[173] Palacio de Darluet, hoy perdido, en el camino de Cénes.
[174] Fuimos encargados de su restauración.
[175] Manuscritos árabes conservados en Viena.
[176] Por nuestro amigo D. Leopoldo Eguilaz.
[177] El mismo Sr. Eguilaz posee todas las antiguas.
[178] El grabadito que de ella publicamos lo debemos á nuestro amigo el conocido pintor don Manuel Obren.
[179] Del 26 de Setiembre al 5 de Octubre de 1365.
[180] Del 8 al 17 de Mayo de 1367.
[181] Archivo de la Alhambra.
[182] Véanse las ordenanzas y Cédulas Reales de aquel tiempo.
[183] El Cabildo dispuso que se diese sepultura á este maestro mayor en la misma iglesia, pero que se pusiese la lápida modestamente. Esta misma modestia podía haberse encargado en otras ocasiones con más razón que para el ilustre artista.
[184] Todos los anteriores datos constan en actas capitulares.
[185] El año 1872 se llevaron á Madrid para el proyectado Panteón Nacional, pero una reclamación de la Comisión de Monumentos los ha devuelto á este sitio.
[186] Se halla en «Paseos por Granada», y en otros, etc.