Title: Tirso de Molina
Author: Tirso de Molina
Editor: Samuel Gili Gaya
Release date: October 30, 2018 [eBook #58194]
Language: Spanish
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[p. 1]
TIRSO DE MOLINA
[p. 3]
BIBLIOTECA LITERARIA DEL ESTUDIANTE
DIRIGIDA POR RAMÓN MENÉNDEZ PIDAL
TOMO XIII
TIRSO
DE MOLINA
SELECCIÓN HECHA POR
SAMUEL GILI GAYA
Dibujos de F. Marco.
MADRID, MCMXXII
INSTITUTO—ESCUELA
JUNTA PARA AMPLIACIÓN DE ESTUDIOS
[p. 5]
(Sale Paulo de ermitaño.)
Paulo.
¡Dichoso albergue mío!
¡Soledad apacible y deleitosa,
que en el calor y el frío
me dais posada en esta selva umbrosa,
donde el huésped se llama
o verde hierba o pálida retama!
Agora, cuando el alba
cubre las esmeraldas de cristales,
haciendo al sol la salva,
que de su coche sale por jarales,
con manos de luz pura
quitando sombras de la noche oscura,
[p. 6]salgo de aquesta cueva
que en pirámides altos de estas peñas
naturaleza eleva,
y a las errantes nubes hace señas
para que noche y día,
ya que no hay otra, le haga compañía.
Salgo a ver este cielo,
alfombra azul de aquellos pies hermosos.
¿Quién, ¡oh celestes cielos!
aquesos tafetanes luminosos
rasgar pudiera un poco
para ver...? ¡Ay de mí! Vuélvome loco.
Mas ya que es imposible,
y sé cierto, Señor, que me estáis viendo
desde ese inaccesible
trono de luz hermoso, a quien sirviendo
están ángeles bellos,
más que la luz del sol hermosos ellos,
mil glorias quiero daros
por las mercedes que me estáis haciendo
sin saber obligaros.
¿Cuándo yo merecí que del estruendo
me sacarais del mundo,
que es umbral de las puertas del profundo?
¿Cuándo, Señor divino,
podrá mi indignidad agradeceros
el volverme al camino,
que, si yo lo conozco, es fuerza el veros,
y tras esta victoria,
[p. 7]darme en aquestas selvas tanta gloria?
Aquí los pajarillos,
amorosas canciones repitiendo
por juncos y tomillos,
de Vos me acuerdan, y yo estoy diciendo:
“Si esta gloria da el suelo,
¿qué gloria será aquella que da el Cielo?”
Aquí estos arroyuelos,
jirones de cristal en campo verde,
me quitan mis desvelos,
y son causa a que de Vos me acuerde;
¡tal es el gran contento
que infunde al alma su sonoro acento!
Aquí silvestres flores
el fugitivo tiempo aromatizan,
y de varios colores
aquesta vega humilde fertilizan.
Su belleza me asombra:
calle el tapete y berberisca alfombra.
Pues con estos regalos,
con aquestos contentos y alegrías,
¡bendito seas mil veces,
inmenso Dios, que tanto bien me ofreces!
Aquí pienso seguirte,
ya que el mundo dejé para bien mío;
aquí pienso servirte,
sin que jamás humano desvarío,
por más que abra la puerta
el mundo a sus engaños, me divierta.
[p. 8]Quiero, Señor divino,
pediros de rodillas húmilmente
que en aqueste camino
siempre me conservéis piadosamente.
Ved que el hombre se hizo
de barro vil, de barro quebradizo.
(Sale Pedrisco con un haz de hierba. Pónese Paulo de rodillas, y elévase.)
Pedrisco.
Como si fuera borrico
vengo de hierba cargado,
de quien el monte está rico:
si esto como, ¡desdichado!,
triste fin me pronostico.
···············
De mi tierra me sacó
Paulo, diez años habrá,
y a aqueste monte apartó;
él en una cueva está,
y en otra cueva estoy yo.
Aquí penitencia hacemos,
y sólo hierbas comemos,
y a veces nos acordamos
de lo mucho que dejamos
por lo poco que tenemos.
Aquí al sonoro raudal
[p. 9]de un despeñado cristal,
digo a estos olmos sombríos:
“¿Dónde estáis, jamones míos,
que no os doléis de mi mal?
Cuando yo solía cursar
la ciudad y no las peñas
(¡memorias me hacen llorar!),
de las hambres más pequeñas
gran pesar solíais tomar.
Erais, jamones, leales:
bien os puedo así llamar,
pues merecéis nombres tales,
aunque ya de las mortales
no tengáis ningún pesar.”
···············
[Paulo sueña que la muerte le hiere en el corazón, y al quedar su cuerpo “como despojo de la madre tierra”, el alma libertada se presenta ante el Tribunal de Dios, donde ve con espanto que sus culpas pesan más que sus buenas obras en la balanza del Justicia mayor del Cielo; el Juez santo le condena al Infierno.]
Paulo.
Con aquella fatiga y aquel miedo
desperté, aunque temblando, y no vi nada
si no es mi culpa, y tan confuso quedo,
[p. 10]que si no es a mi suerte desdichada,
o traza del contrario, ardid o enredo,
que vibra contra mí su ardiente espada,
no sé a qué lo atribuya. Vos, Dios santo,
me declarad la causa de este espanto.
¿Heme de condenar, mi Dios divino,
como este sueño dice, o he de verme
en el sagrado alcázar cristalino?
Aqueste bien, Señor, habéis de hacerme.
¿Qué fin he de tener? Pues un camino
sigo tan bueno, no queráis tenerme
en esta confusión, Señor eterno.
¿He de ir a vuestro Cielo, o al Infierno?
Treinta años de edad tengo, Señor mío,
y los diez he gastado en el desierto,
y si viviera un siglo, un siglo fío
que lo mismo ha de ser: esto os advierto.
Si esto cumplo, Señor, con fuerza y brío,
¿qué fin he de tener? Lágrimas vierto.
Respondedme, Señor; Señor eterno,
¿he de ir a vuestro Cielo, o al Infierno?
(Aparece el Demonio en lo alto de una peña.)
Demonio.
Diez años ha que persigo
a este monje en el desierto,
recordándole memorias
[p. 11]y pasados pensamientos;
siempre le he hallado firme,
como un gran peñasco opuesto.
Hoy duda en su fe, que es duda
de la fe lo que hoy ha hecho,
porque es la fe en el cristiano
que sirviendo a Dios y haciendo
buenas obras, ha de ir
a gozar de Él en muriendo.
Este, aunque ha sido tan santo,
duda de la fe, pues vemos
que quiere del mismo Dios,
estando en duda, saberlo.
En la soberbia también
ha pecado: caso es cierto.
Nadie como yo lo sabe,
pues por soberbio padezco.
Y con la desconfianza
le ha ofendido, pues es cierto
que desconfía de Dios
el que a su fe no da crédito.
Un sueño la causa ha sido;
y el anteponer un sueño
a la fe de Dios, ¿quién duda
que es pecado manifiesto?
Y así me ha dado licencia
el Juez más supremo y recto
para que con más engaños
le incite agora de nuevo.
[p. 12]Sepa resistir valiente
los combates que le ofrezco,
pues supo desconfiar
y ser, como yo, soberbio.
···············
De ángel tomaré la forma,
y responderé a su intento
cosas que le han de costar
su condenación, si puedo.
(Quítase el Demonio la túnica y queda de ángel.)
Paulo.
¡Dios mío! Aquesto os suplico.
¿Salvaréme, Dios inmenso?
¿Iré a gozar vuestra gloria?
Que me respondáis espero.
Demonio.
Dios, Paulo, te ha escuchado,
y tus lágrimas ha visto.
Paulo.
¡Qué mal el temor resisto! (Aparte.)
Ciego en mirarlo he quedado.
Demonio.
Me ha mandado que te saque
de esa ciega confusión,
porque esa vana ilusión
de tu contrario se aplaque.
Ve a Nápoles, y a la puerta
que llaman allá del Mar,
que es por donde tú has de entrar
a ver tu ventura cierta
o tu desdicha, verás
[p. 13]cerca de allá (estáme atento)
un hombre...
Paulo.
¡Qué gran contento
con tus razones me das!
Demonio.
...que Enrico tiene por nombre,
hijo del noble Anareto.
Conocerásle, en efeto,
por señas que es gentilhombre,
alto de cuerpo y gallardo.
No quiero decirte más,
porque apenas llegarás
cuando le veas.
Paulo.
Aguardo
lo que le he de preguntar
cuando le llegare a ver.
Demonio.
Sólo una cosa has de hacer.
Paulo.
¿Qué he de hacer?
Demonio.
Verle y callar,
contemplando sus acciones,
sus obras y sus palabras.
Paulo.
En mi pecho ciego labras
quimeras y confusiones.
¿Sólo eso tengo de hacer?
Demonio.
Dios que en él repares quiere,
porque el fin que aquél tuviere
ese fin has de tener. (Desaparece.)
Paulo.
¡Oh misterio soberano!
¿Quién este Enrico será?
[p. 14]Por verle me muero ya.
¡Qué contento estoy! ¡qué ufano!
[Paulo, acompañado de Pedrisco, se dispone a ir a Nápoles. El Demonio ha logrado su plan, pues ha infundido la duda en el espíritu del ermitaño.]
Demonio.
Bien mi engaño va trazado.
Hoy verá el desconfiado
de Dios y de su poder
el fin que viene a tener,
pues él propio lo ha buscado.
[Paulo y Pedrisco llegan a la Puerta del Mar, en Nápoles, sitio designado por el Demonio para que conozcan a Enrico.]
Pedrisco.
Maravillado estoy de tal suceso.
Paulo.
Secretos son de Dios.
Pedrisco.
¿De modo, padre,
que el fin que ha de tener aqueste Enrico,
ha de tener también?
Paulo.
Faltar no puede
la palabra de Dios: el ángel suyo
me dijo que si Enrico se condena,
[p. 15]me he de condenar; y si él se salva,
también me he de salvar.
Pedrisco.
Sin duda, padre,
que es un santo varón aqueste Enrico.
Paulo.
Eso mismo imagino.
Pedrisco.
Esta es la puerta
que llaman de la Mar.
Paulo.
Aquí me manda
el ángel que le aguarde.
(Aparece Enrico con sus compañeros.)
Roldán.
Deteneos, Enrico.
Enrico.
Al mar he de arrojalle, vive el cielo.
Paulo.
A Enrico oí nombrar.
Enrico.
¿Gente mendiga
ha de haber en el mundo?
Cherinos.
Deteneos.
Enrico.
Podrásme detener en arrojándole.
Celia.
¿Dónde vas? Detente.
Enrico.
No hay remedio:
harta merced te hago, pues te saco
de tan grande miseria.
Roldán.
¡Qué habéis hecho!
(Salen todos.)
Enrico.
Llegóme a pedir un pobre una limosna;
dolióme el verle con tan gran miseria;
y por que no llegase a avergonzarse
otro desde hoy, cogíle en brazos
y le arrojé en el mar.
[p. 16]Paulo.
¡Delito inmenso!
Enrico.
Ya no será más pobre, según pienso.
Pedrisco.
¡Algún diablo limosna te pidiera!
Celia.
¡Siempre has de ser cruel!
Enrico.
No me repliques,
que haré contigo y los demás lo mismo.
Escalant.
Dejemos eso agora, por tu vida.
Sentémonos los dos, Enrico amigo.
Paulo
(a Pedrisco).
A éste han llamado Enrico.
Pedrisco.
Será otro.
¿Querías tú que fuese este mal hombre,
que en vida está ya ardiendo en los infiernos?
Aguardemos a ver en lo que para.
Enrico.
Pues siéntense voarcedes, porque quiero
haya conversación.
Escalant.
Muy bien ha dicho.
Enrico.
Siéntese Celia aquí.
Celia.
Ya estoy sentada.
Escalant.
Tú, conmigo, Lidora.
Lidora.
Lo mismo digo yo, seor Escalante.
Cherinos.
Siéntese aquí, Roldán.
Roldán.
Ya voy, Cherinos
Pedrisco.
¡Mire qué buenas almas, padre mío!
Lléguese más, verá de lo que tratan.
Paulo.
¡Que no viene mi Enrico!
Pedrisco.
Mire y calle,
[p. 17]que somos pobres, y este desalmado
no nos eche en la mar.
Enrico.
Agora quiero
que cuente cada uno de vuarcedes
las hazañas que ha hecho en esta vida.
Quiero decir... hazañas... latrocinios,
cuchilladas, heridas, robos, muertes,
salteamientos y cosas de este modo.
Escalant.
Muy bien ha dicho Enrico.
Enrico.
Y al que hubiere
hecho mayores males, al momento
una corona de laurel le pongan,
cantándole alabanzas y motetes.
Escalant.
Soy contento.
Enrico.
Comience, seo Escalante.
Paulo.
¡Que esto sufre el Señor!
Pedrisco.
Nada le espante.
Escalant.
Yo digo ansí.
Pedrisco.
¡Qué alegre y satisfecho!
Escalant.
Veinticinco pobretes tengo muertos,
seis casas he escalado, y treinta heridas
he dado con la chica.
Pedrisco.
¡Quién te viera
hacer en una horca cabriolas!
Enrico.
Diga, Cherinos.
Pedrisco.
¡Qué ruin nombre tiene!
¡Cherinos! Cosa poca.
[p. 18]
Cherinos.
Yo comienzo:
No he muerto a ningún hombre; pero he dado
más de cien puñaladas.
[p. 19]Enrico.
¿Y ninguna
fué mortal?
Cherinos.
Amparóles la fortuna.
De capas que he quitado en esta vida
y he vendido a un ropero, está ya rico.
Enrico.
¿Véndelas él?
Cherinos.
¿Pues no?
Enrico.
¿No las conocen?
Cherinos.
Por quitarse de aquestas ocasiones
las convierte en ropillas y calzones.
Enrico.
¿Habéis hecho otra cosa?
Cherinos.
No me acuerdo.
Pedrisco.
¿Mas que le absuelve ahora el ladronazo?
Celia.
Y tú, ¿qué has hecho, Enrico?
Enrico.
Oigan voarcedes.
Escalant.
Nadie cuente mentiras.
Enrico.
Yo soy hombre
que en mi vida las dije.
Galván.
Tal se entiende.
Pedrisco.
¿No escucha, padre mío, estas razones?
Paulo.
Estoy mirando a ver si viene Enrico.
Enrico.
Haya, pues, atención.
Celia.
Nadie te impide.
Pedrisco.
¡Miren a qué sermón atención pide!
Enrico.
Yo nací mal inclinado,
como se ve en los efectos
del discurso de mi vida
que referiros pretendo.
[p. 20]Con regalos me crié
en Nápoles, que ya pienso
que conocéis a mi padre,
que aunque no fué caballero
ni de sangre generosa,
era muy rico, y yo entiendo
que es la mayor calidad
el tener, en este tiempo.
···············
Hurtaba a mi viejo padre,
arcas y cofres abriendo,
los vestidos que tenía,
las joyas y los dineros.
Jugaba, y digo jugaba
para que sepáis con esto
que de cuantos vicios hay
es el primer padre el juego.
Quedé pobre y sin hacienda,
y yo —me he enseñado a hacerlo—,
di en robar de casa en casa
cosas de pequeño precio.
Iba a jugar, y perdía;
mis vicios iban creciendo.
Di luego en acompañarme
con otros del arte mesmo:
escalamos siete casas,
dimos la muerte a sus dueños;
lo robado repartimos
para dar caudal al juego.
[p. 21]De cinco que éramos todos,
sólo los cuatro prendieron,
y nadie me descubrió,
aunque les dieron tormento.
Pagaron en una plaza
su delito, y yo con esto,
de escarmentado, acogíme
a hacer a solas mis hechos.
···············
A treinta desventurados
yo solo y aqueste acero,
que es de la muerte ministro,
del mundo sacado habemos:
los diez, muertos por mi gusto,
y los veinte me salieron,
uno con otro, a doblón.
Diréis que es pequeño precio:
es verdad; mas, voto a Dios,
que en faltándome el dinero,
que mate por un doblón
a cuantos me están oyendo.
···············
No respeto a religiosos:
de sus iglesias y templos
seis cálices he robado
y diversos ornamentos
que sus altares adornan.
Ni a la justicia respeto:
mil veces me he resistido
[p. 22]y a sus ministros he muerto;
tanto, que para prenderme
no tienen ya atrevimiento.
Y, finalmente, yo estoy
preso por los ojos bellos
de Celia, que está presente:
todos la tienen respeto
por mí, que la adoro; y cuando
sé que la sobran dineros,
con lo que me da, aunque poco,
mi viejo padre sustento,
que ya le conoceréis
por el nombre de Anareto.
Cinco años ha que tullido
en una cama le tengo,
y tengo piedad con él
por estar pobre el buen viejo;
y como soy causa al fin
de ponelle en tal extremo,
por jugarle yo su hacienda
el tiempo que fuí mancebo.
Todo es verdad lo que he dicho,
voto a Dios, y que no miento.
Juzgad ahora vosotros
cuál merece mayor premio.
Pedrisco.
Cierto, padre de mi vida,
que con servicios tan buenos,
que puede ir a pretender
éste a la corte.
[p. 23]Escalant.
Confieso
que tú el lauro has merecido.
Roldán.
Y yo confieso lo mesmo.
Cherinos.
Todos lo mesmo decimos.
Celia.
El laurel darte pretendo.
Enrico.
Vivas, Celia, muchos años.
Celia.
Toma, mi bien; y con esto,
pues que la merienda aguarda,
nos vamos.
Galván.
Muy bien has hecho.
Celia.
Digan todos: “¡Viva Enrico!”
Todos.
¡Viva el hijo de Anareto!
Enrico.
Al punto todos nos vamos
a holgarnos y entretenernos.
(Vanse.)
Paulo.
Salid, lágrimas; salid,
salid apriesa del pecho,
no lo dejéis de vergüenza.
¡Qué lastimoso suceso!
Pedrisco.
¿Qué tiene, padre?
Paulo.
¡Ay, hermano!
Penas y desdichas tengo.
Este mal hombre que he visto
es Enrico.
Pedrisco.
¿Cómo es eso?
[p. 24]Paulo.
Las señas que me dió el ángel
son suyas.
Pedrisco.
¿Es eso cierto?
Paulo.
Sí, hermano, porque me dijo
que era hijo de Anareto,
y aquéste también lo ha dicho.
Pedrisco.
Pues aquéste ya está ardiendo
en los infiernos.
Paulo.
Eso sólo es lo que temo.
El ángel de Dios me dijo
que si éste se va al Infierno,
que al Infierno tengo de ir,
y al Cielo, si éste va al Cielo.
Pues al Cielo, hermano mío,
¿cómo ha de ir éste, si vemos
tantas maldades en él,
tantos robos manifiestos,
crueldades y latrocinios
y tan viles pensamientos?
Pedrisco.
En eso, ¿quién pone duda?
Tan cierto se irá al infierno
como el despensero Judas.
Paulo.
¡Gran Señor! ¡Señor eterno!
¿Por qué me habéis castigado
con castigo tan inmenso?
Diez años y más, Señor,
ha que vivo en el desierto
comiendo hierbas amargas,
salobres aguas bebiendo,
[p. 25]sólo porque Vos, Señor,
Juez piadoso, sabio, recto,
perdonarais mis pecados.
¡Cuán diferente lo veo!
Al Infierno tengo de ir.
¡Ya me parece que siento
que aquellas voraces llamas
van abrasando mi cuerpo!
¡Ay! ¡Qué rigor!
Pedrisco.
Ten paciencia.
Paulo.
¿Qué paciencia o sufrimiento
ha de tener el que sabe
que se ha de ir a los Infiernos?
¡Al Infierno!, centro obscuro,
donde ha de ser el tormento
eterno y ha de durar
lo que Dios durare. ¡Ah, Cielo!
¡Que nunca se ha de acabar!
¡Que siempre han de estar ardiendo
las almas! ¡Siempre! ¡Ay de mí!
Pedrisco.
Sólo oírle me da miedo.
Padre, volvamos al monte.
Paulo.
Que allá volvamos pretendo;
pero no a hacer penitencia,
pues que ya no es de provecho.
Dios me dijo que si aquéste
se iba al Cielo, me iría al Cielo,
y al profundo, si al profundo.
Pues es ansí, seguir quiero
[p. 26]su misma vida; perdone
Dios aqueste atrevimiento:
si su fin he de tener,
tenga su vida y sus hechos;
que no es bien que yo en el mundo
esté penitencia haciendo,
y que él viva en la ciudad
con gustos y con contentos,
y que a la muerte tengamos
un fin.
Pedrisco.
Es discreto acuerdo.
Bien has dicho, padre mío.
Paulo.
En el monte hay bandoleros:
bandolero quiero ser,
porque así igualar pretendo
mi vida con la de Enrico,
pues un mismo fin tenemos.
Tan malo tengo de ser
como él, y peor si puedo;
que pues ya los dos estamos
condenados al Infierno,
bien es que antes de ir allá
en el mundo nos venguemos.
[p. 27]
[Galván, Escalante y otros rufianes compañeros de Enrico tienen concertado para aquella noche un robo en la casa de Octavio el Genovés. Mientras aquéllos hacen los preparativos, Enrico va a cuidar de su padre Anareto.]
Enrico.
Pues mientras ellos se tardan,
y el manto lóbrego aguardan
que su remedio ha de ser,
quiero un viejo padre ver
que aquestas paredes guardan.
Cinco años ha que le tengo
en una cama tullido,
y tanto a estimarle vengo,
que, con andar tan perdido,
a mi costa le mantengo.
···············
De lo que de noche puedo,
varias casas escalando,
robar con cuidado o miedo,
voy su sustento aumentando,
[p. 28]y a veces sin él me quedo.
Que esta virtud solamente
en mi virtud distraída
conservo piadosamente:
que es deuda al padre debida
el serle el hijo obediente.
···············
(Descubre su padre en una silla.)
Aquí está; quiérole ver.
Durmiendo está, al parecer.
¿Padre?
Anareto.
¡Mi Enrico querido!
Enrico.
Del descuido que he tenido
perdón espero tener
de vos, padre de mis ojos.
¿Heme tardado?
Anareto.
No, hijo.
Enrico.
No os quisiera dar enojos.
Anareto.
En verte me regocijo.
Enrico.
No el sol por celajes rojos
saliendo a dar resplandor
a la tiniebla mayor
que espera tan alto bien
parece al día tan bien
como vos a mí, señor.
Que vos para mí sois sol,
y los rayos que arrojáis
dese divino arrebol,
[p. 29]son las canas con que honráis
este reino.
Anareto.
Eres crisol
donde la virtud se apura.
Enrico.
¿Habéis comido?
Anareto.
Yo, no.
Enrico.
Hambre tendréis.
Anareto.
La ventura
de mirarte me quitó
la hambre.
Enrico.
No me asegura,
padre mío, esa razón,
nacida de la afición
tan grande que me tenéis;
pero agora comeréis,
que las dos pienso que son
de la tarde. Ya la mesa
os quiero, padre, poner.
Anareto.
De tu cuidado me pesa.
Enrico.
Todo esto y más ha de hacer
el que obediencia profesa.
(Del dinero que jugué [Aparte.]
un escudo reservé
para comprar qué comiese;
porque, aunque al juego le pese,
no ha de faltar esta fe.)
Aquí traigo en el lenzuelo,
padre mío, qué comáis.
Estimad mi justo celo.
[p. 30]Anareto.
Bendito, mi Dios, seáis
en la tierra y en el cielo,
pues que tal hijo me distes,
cuando tullido me vistes,
que mis pies y manos sea.
Enrico.
Comed, por que yo lo vea.
Anareto.
Miembros cansados y tristes,
ayudadme a levantar.
Enrico.
Yo, padre, os quiero ayudar.
Anareto.
Fuerza me infunden tus brazos.
Enrico.
Quisiera en estos abrazos
la vida poderos dar.
Y digo, padre, la vida,
porque tanta enfermedad
es ya muerte conocida.
Anareto.
La divina voluntad
se cumpla.
Enrico.
Ya la comida
os espera. ¿Llegaré
la mesa?
Anareto.
No, hijo mío,
que el sueño me vence.
Enrico.
¿A fe?
Pues dormid.
Anareto.
Dádome ha un frío
muy grande.
Enrico.
Yo os llegaré
la ropa.
···············
[p. 31]Vencióle el sueño,
que es de los sentidos dueño,
a dar la mejor lición.
Quiero la ropa llegalle,
y de esta suerte dejalle.
[Sale a la calle, donde Galván le recuerda que tiene que asesinar a Albano, pues ha recibido ya la mitad de la paga por el crimen. Enrico se dispone a cometer el asesinato; pero al ver que su víctima es un pobre anciano, el recuerdo de su padre le hace desistir de tal propósito. El que le había pagado el crimen se presenta a reclamar a Enrico el dinero por no haber cumplido su compromiso, y Enrico, indignado, lo acuchilla sin piedad. En aquel momento, el Gobernador, con la gente a sus órdenes, se presenta para prender a Enrico; éste y Galván se defienden y matan al Gobernador; pero, al fin, viéndose acosados, se arrojan al mar. Entre tanto, Paulo, en compañía de Pedrisco, se había convertido en capitán de una cuadrilla de bandoleros, que tenía aterrorizada a la comarca por la crueldad de sus crímenes. De vez en cuando tiene algún remordimiento de conciencia.]
(Paulo en el campo.)
Músicos.
No desconfíe ninguno,
aunque grande pecador,
de aquella misericordia
[p. 32]de que más se precia Dios.
Paulo.
¿Qué voz es esta que suena?
Bandol.
La gran multitud, señor,
desos robles nos impide
ver dónde viene la voz.
Músicos.
Con firme arrepentimiento
de no ofender al Señor
llegue el pecador humilde,
que Dios le dará perdón.
Paulo.
Subid los dos por el monte,
y ved si es algún pastor
el que canta este romance.
Bandol.
A verlo vamos los dos.
Músicos.
Su Majestad soberana
da voces al pecador
porque le llegue a pedir
lo que a ninguno negó.
(Sale por el monte un Pastorcillo, tejiendo una corona de flores.)
Paulo.
Baja, baja, pastorcillo;
que ya estaba, vive Dios,
confuso con tus razones,
admirado con tu voz.
¿Quién te enseñó ese romance,
que le escucho con temor,
pues parece que en ti habla
mi propia imaginación?
[p. 33]Pastorc.
Este romance que he dicho
Dios, señor, me le enseñó;
o la Iglesia, su Esposa,
a quien en la tierra dió
poder suyo.
Paulo.
Bien dijiste.
Pastorc.
Advierte que creo en Dios.
···············
Paulo.
¿Y Dios ha de perdonar
a un hombre que le ofendió
con obras y con palabras
y pensamientos?
Pastorc.
¿Pues no?
Aunque sus ofensas sean
más que átomos del sol,
y que estrellas tiene el cielo,
y rayos la luna dió,
y peces el mar salado
en sus cóncavos guardó.
Esta es su misericordia;
que con decirle al Señor:
Pequé, pequé, muchas veces,
le recibe al pecador
en sus amorosos brazos;
que, en fin, hace como Dios.
Porque si no fuera aquesto,
cuando a los hombres crió,
no los criara sujetos
a su frágil condición.
[p. 34]Porque si Dios, Sumo Bien,
de nada al hombre formó
para ofrecerle su gloria,
no fuera ningún blasón
en su majestad divina
dalle aquella imperfección.
Dióle Dios libre albedrío,
y fragilidad le dió
al cuerpo y al alma; luego
dió potestad con acción
de pedir misericordia,
que a ninguno le negó.
De modo que, si en pecando
el hombre, el justo rigor
procediera contra él,
fuera el número menor
de los que en el sacro alcázar
están contemplando a Dios.
···············
Mas mi ganado me aguarda,
y ha mucho que ausente estoy.
Paulo.
Tente, pastor, no te vayas.
Pastorc.
No puedo tenerme, no,
que ando por aquestos valles
recogiendo con amor
una ovejuela perdida
que del rebaño huyó;
y esta corona que veis
hacerme con tanto amor,
[p. 35]es para ella, si parece,
porque hacérmela mandó
el mayoral, que la estima
del modo que le costó.
El que a Dios tiene ofendido
pídale perdón a Dios,
porque es Señor tan piadoso,
que a ninguno le negó.
Paulo.
Aguarda, pastor.
Pastorc.
No puedo.
Paulo.
Por fuerza te tendré yo.
Pastorc.
Será detenerme a mí
parar en su curso al sol.
[Paulo cree ver en ello un aviso de la Providencia; pero al pensar que su suerte ha de ser la misma que la de Enrico, la duda y la desconfianza le impulsan a persistir en sus maldades. Enrico y Galván han llegado nadando a las cercanías del sitio en que está acampada la cuadrilla de Paulo, y caen en poder de Pedrisco y sus compañeros. Paulo manda que los aten a un árbol para ejecutarlos; pero antes quiere probar si Enrico es impenitente para saber con certeza cuál es el fin que Dios ha reservado a ambos. Para ello se viste de ermitaño y se presenta ante Enrico para inducirle a confesar sus pecados.]
[p. 36]
(Sale Paulo, de ermitaño, con cruz y rosario.)
Paulo.
Con esta traza he querido
probar si este hombre se acuerda
de Dios, a quien ha ofendido.
Enrico.
¡Que un hombre la vida pierda,
de nadie visto ni oído!
Galván.
Cada mosquito que pasa
me parece que es saeta.
Enrico.
El corazón se me abrasa.
¡Que mi fuerza esté sujeta!
¡Ah fortuna, en todo escasa!
Paulo.
¡Alabado sea el Señor!
Enrico.
¡Sea por siempre alabado!
Paulo.
Sabed con vuestro valor
llevar este golpe airado
de fortuna.
Enrico.
¡Gran rigor!
¿Quién sois vos, que ansí me habláis?
Paulo.
Un monje, que este desierto,
donde la muerte esperáis,
habita.
Enrico.
¡Bueno, por cierto!
Y ahora, ¿qué nos mandáis?
Paulo.
A los que al roble os ataron
y a mataros se apartaron
supliqué con humildad
[p. 37]que ya que con tal crueldad
de daros muerte trataron,
que me dejasen llegar
a hablaros.
Enrico.
¿Y para qué?
Paulo.
Por si os queréis confesar,
pues seguís de Dios la fe.
Enrico.
Pues bien se puede tornar,
padre, o lo que es.
Paulo.
¿Qué decís?
¿No sois cristiano?
Enrico.
Sí soy.
Paulo.
No lo sois, pues no admitís
el último bien que os doy.
¿Por qué no lo recibís?
Enrico.
Porque no quiero.
Paulo.
(Aparte.)(¡Ay de mí!
Esto mismo presumí.)
¿No veis que os han de matar
ahora?
Enrico.
¿Quiere callar,
hermano, y dejarme aquí?
Si esos señores ladrones
me dieren muerte, aquí estoy.
Paulo.
(Ap.) (¡En qué grandes confusiones
tengo el alma!)
Enrico.
Yo no doy
a nadie satisfacciones.
Paulo.
A Dios, sí.
[p. 38]Enrico.
Si Dios ya sabe
que soy tan gran pecador,
¿para qué?
Paulo.
¡Delito grave!
Para que su sacro amor
de darle perdón acabe.
···············
Mira que eres pecador,
hijo.
Enrico.
Y del mundo el mayor,
ya lo sé.
Paulo.
Tu bien espero.
Confiésate a Dios.
Enrico.
No quiero,
cansado predicador.
Paulo.
Pues salga del pecho mío,
si no dilatado río
de lágrimas, tanta copia,
que se anegue el alma propia,
pues ya de Dios desconfío.
Dejad de cubrir, sayal,
mi cuerpo, pues está mal,
según siente el corazón,
una rica guarnición
sobre tan falso cristal.
···············
Colgad ese saco ahí,
para que diga, ¡ay de mí!:
“En tal puesto me colgó
[p. 39]Paulo, que no mereció
la gloria que encierro en mí.”
Dadme la daga y la espada;
esa cruz podéis tomar;
ya no hay esperanza en nada,
pues no me sé aprovechar
de aquella sangre sagrada.
Desatadlos.
Enrico.
Ya lo estoy,
y lo que no he visto creo.
Galván.
Gracias a los cielos doy.
Enrico.
Saber la verdad deseo.
Paulo.
¡Qué desdichado que soy!
···············
Enrico.
Esta novedad me espanta.
Paulo.
Yo soy Paulo, un ermitaño,
que dejé mi amada patria
de poco más de quince años,
y en esta oscura montaña
otros diez serví al Señor.
Enrico.
¡Qué ventura!
Paulo.
¡Qué desgracia!
Un ángel, rompiendo nubes
y cortinas de oro y plata,
preguntándole yo a Dios
qué fin tendría: “Repara
(me dijo), ve a la ciudad,
y verás a Enrico (¡ay, alma!),
hijo del noble Anareto,
[p. 40]que en Nápoles tiene fama.
Advierte bien en sus hechos
y contempla en sus palabras,
que si Enrico al Cielo fuere,
el Cielo también te aguarda;
y si al Infierno, el Infierno.”
Yo entonces imaginaba
que era algún santo este Enrico;
pero los deseos se engañan.
Fuí allá, vite luego al punto,
y de tu boca y por fama
supe que eras el peor hombre
que en todo el mundo se halla.
Y ansí, por tener tu fin,
quíteme el saco, y las armas
tomé, y el cargo me dieron
de esta foragida escuadra.
Quise probar tu intención,
por saber si te acordabas
de Dios en tan fiero trance;
pero salióme muy vana.
Volví a desnudarme aquí,
como viste, dando al alma
nuevas tan tristes, pues ya
la tiene Dios condenada.
Enrico.
Las palabras que Dios dice
por un ángel, son palabras,
Paulo amigo, en que se encierran
cosas que el hombre no alcanza.
[p. 41]No dejara yo la vida
que seguías, pues fué causa
de que quizá te condenes
el atreverte a dejarla.
Desesperación ha sido
lo que has hecho, y aun venganza
de la palabra de Dios,
y una oposición tirana
a su inefable poder;
y al ver que no desenvaina
la espada de su justicia
contra el rigor de tu causa,
veo que tu salvación
desea; mas ¿qué no alcanza
aquella piedad divina,
blasón de que más se alaba?
Yo soy el hombre más malo
que naturaleza humana
en el mundo ha producido;
···············
mas siempre tengo esperanza
en que tengo de salvarme,
puesto que no va fundada
mi esperanza en obras mías,
sino en saber que se humana
Dios con el más pecador,
y con su piedad se salva.
Pero ya, Paulo, que has hecho
ese desatino, traza
[p. 42]de que alegres y contentos
los dos en esta montaña
pasemos alegre vida,
mientras la vida se acaba.
Un fin ha de ser el nuestro:
si fuere nuestra desgracia
el carecer de la Gloria
que Dios al bueno señala,
mal de muchos, gozo es;
pero tengo confianza
en su piedad, que siempre
vence a su justicia sacra.
Paulo.
Consoládome has un poco.
Galván.
Cosa es, por Dios, que me espanta.
Paulo.
Vamos donde descanséis.
Enrico.
(Ap.) ¡Ay, padre de mis entrañas!
Una joya, Paulo amigo,
en la ciudad olvidada
se me queda; y aunque temo
el rigor que me amenaza,
si allá muero, he de ir por ella,
pereciendo en la demanda.
Un soldado de los tuyos
irá conmigo.
Paulo.
Pues vaya
Pedrisco, que es animoso.
Galván.
Yo me quedo en la montaña
a hacer tu oficio.
Pedrisco.
Yo voy
[p. 43]donde paguen mis espaldas
los delitos que tú has hecho.
Enrico.
Adiós, amigo.
Paulo.
Ya basta
el nombre para abrazarte.
Enrico.
Aunque malo, confianza
tengo en Dios.
Paulo.
Yo no la tengo
cuando son mis culpas tantas.
···············
[p. 44]
[Enrico, atraído por el amor filial, vuelve a Nápoles acompañado de Pedrisco. Ambos caen en poder de la justicia y están presos en la cárcel de la ciudad. Celia se burla de Enrico diciéndole que está casada; él se enfurece y quiere romper los hierros de la prisión. Acuden los carceleros para sujetarle y mata a uno de ellos con un golpe de cadena en la cabeza. El Alcaide manda que le pongan más hierros, y sólo a viva fuerza pueden sujetarle. Vanse todos, y al quedar solo Enrico, el Diablo, invisible para él, viene a hablarle.]
Enrico.
En lóbrega confusión,
ya, valiente Enrico, os veis:
pero nunca desmayéis;
tened fuerte el corazón,
porque aquesta es la ocasión
[p. 45]en que tenéis de mostrar
el valor, que os ha de dar
nombre altivo, ilustre fama.
Mirad...
(Dentro.)
Enrico.
Enrico.
¿Quién llama?
Esta voz me hace temblar.
Los cabellos erizados
pronostican mi temor;
mas ¿dónde está mi valor?
¿Dónde mis hechos pasados?
(Dentro.)
Enrico.
Enrico.
Muchos cuidados
siente el alma. ¡Cielo santo!
¿Cúya es voz que tal espanto
infunde en el alma mía?
(Dentro.)
Enrico.
Enrico.
A llamar porfía.
De mi flaqueza me espanto.
A esta parte la voz suena,
que tanto temor me da.
¿Si es algún preso que está
amarrado a la cadena?
Vive Dios, que me da pena.
(Sale el Demonio y no le ve.)
Demonio.
Tu desgracia lastimosa
siento.
Enrico.
¡Qué confuso abismo!
no me conozco a mí mismo,
[p. 46]y el corazón no reposa.
Las alas está batiendo
con impulsos de temor;
Enrico, ¿éste es el valor?—
Otra vez se oye el estruendo.
Demonio.
Librarte, Enrico, pretendo.
Enrico.
¿Cómo te puedo creer,
voz, si no llego a saber
quién eres y adónde estás?
Demonio.
Pues agora me verás.
Enrico.
Ya no te quisiera ver.
Demonio.
No temas.
Enrico.
Un sudor frío
por mis venas se derrama.
Demonio.
Hoy cobrarás nueva fama.
Enrico.
Poco de mis fuerzas fío.
No te acerques.
Demonio.
Desvarío
es el temer la ocasión.
Enrico.
Sosiégate, corazón.
Demonio.
¿Ves aquel postigo?
Enrico.
Sí.
Demonio.
Pues salte por él, y ansí
no estarás en la prisión.
Enrico.
¿Quién eres?
Demonio.
Salte al momento,
y no preguntes quién soy,
que yo también preso estoy,
y que te libres intento.
[p. 47]Enrico.
¿Qué me dices, pensamiento?
¿Libraréme? Claro está.
Aliento el temor me da
de la muerte que me aguarda.
Voime. Mas, ¿quién me acobarda?
Mas otra voz suena ya.
(Cantan dentro.)
Músicos.
Detén el paso violento;
mira que te está mejor
que de la prisión librarte
el estarte en la prisión.
Enrico.
Al revés me ha aconsejado
la voz que en el aire he oído,
pues mi paso ha detenido,
si tú le has acelerado.
Que me está bien he escuchado
el estar en la prisión.
Demonio.
Esa, Enrico, es ilusión
que te representa el miedo.
Enrico.
Yo he de morir si me quedo;
quiérome ir; tienes razón.
Músicos.
Detente, engañado Enrico,
no huyas de la prisión;
pues morirás si salieres,
y si te estuvieres, no.
Enrico.
Que si salgo he de morir
y si quedo viviré,
dice la voz que escuché.
[p. 48]Demonio.
¿Que al fin no te quieres ir?
Enrico.
Quedarme es mucho mejor.
Demonio.
Atribúyelo a temor;
pero, pues tan ciego estás,
quédate preso, y verás
cómo te ha estado peor. (Vase.)
Enrico.
Desapareció la sombra,
y confuso me dejó.
¿No es este el portillo? No.
Este prodigio me asombra.
¿Estaba ciego yo, o vi
en la pared un portillo?
Pero yo me maravillo
del gran temor que hay en mí.
¿No puedo salirme yo?
Sí; bien me puedo salir.
Pues, ¿cómo?... —¡Que he de morir!
La voz me atemorizó.
Algún gran daño se infiere
de lo turbado que estoy.
No importa, ya estoy aquí
para el mal que me viniere.
[El Alcaide lee a Enrico su sentencia de muerte. El criminal, lejos de sentirse abatido, insulta al Alcaide y rehusa confesarse antes de morir.]
[p. 49]
Anareto.
Enrico, querido hijo,
puesto que en verte me aflijo
de tantos hierros cargado,
ver que pagues tu pecado
me da sumo regocijo.
¡Venturoso del que acá,
pagando sus culpas, va
con firme arrepentimiento;
que es pintado este tormento
si se compara al de allá!
La cama, Enrico, dejé,
y arrimado a este bordón,
por quien me sustento en pie,
vengo en aquesta ocasión.
Enrico.
¡Ay, padre!
Anareto.
No sé,
Enrico, si aquese nombre
será razón que me cuadre,
aunque mi rigor te asombre.
Enrico.
Eso ¿es palabra de padre?
Anareto.
No es bien que padre me nombre
un hijo que no cree en Dios.
Enrico.
Padre mío, ¿eso decís?
Anareto.
No sois ya mi hijo vos,
pues que mi ley no seguís.
Solos estamos los dos.
Enrico.
No os entiendo.
[p. 50]Anareto.
¡Enrico, Enrico!
A reprenderos me aplico
vuestro loco pensamiento,
siendo la muerte instrumento
que tan cierto os pronostico.
Hoy os han de ajusticiar,
¡y no os queréis confesar!
¡Buena cristiandad, por Dios!,
pues el mal es para vos,
y para vos el pesar.
Aqueso es tomar venganza
de Dios; el poder alcanza
del impirio cielo eterno.
Enrico, ved que hay Infierno
para tan larga esperanza.
Es el quererte vengar
de esa suerte, pelear
con un monte o una roca,
pues cuando el brazo le toca,
es para el brazo el pesar.
Es, con dañoso desvelo,
escupir el hombre al cielo
presumiendo darle enojos,
pues que le cae en los ojos
lo mismo que arroja al cielo.
Hoy has de morir: advierte
que ya está echada la suerte;
confiesa a Dios tus pecados,
y ansí, siendo perdonados,
[p. 51]será vida lo que es muerte.
Si quieres mi hijo ser,
lo que te digo has de hacer;
si no (de pesar me aflijo),
ni te has de llamar mi hijo,
ni yo te he de conocer.
Enrico.
Bueno está, padre querido;
que más el alma ha sentido
(buen testigo de ello es Dios)
el pesar que tenéis vos
que el mal que espero afligido.
Confieso, padre, que erré;
pero yo confesaré
mis pecados, y después
besaré a todos los pies,
para mostraros mi fe.
Basta que vos lo mandéis,
padre mío de mis ojos.
Anareto.
Pues ya mi hijo seréis.
Enrico.
No os quisiera dar enojos.
Anareto.
Vamos, porque os confeséis.
Enrico.
¡Oh cuánto siento el dejaros!
Anareto.
¡Oh cuánto siento el perderos!
Enrico.
¡Ay, ojos! Espejos claros,
antes hermosos luceros,
pero ya de luz avaros.
Anareto.
Vamos, hijo.
Enrico.
A morir voy:
todo el valor he perdido.
[p. 52]Anareto.
Sin juicio y sin alma estoy.
Enrico.
Aguardad, padre querido.
Anareto.
¡Qué desdichado que soy!
Enrico.
Señor piadoso y eterno,
que en vuestro alcázar pisáis
cándidos montes de estrellas,
mi petición escuchad.
Yo he sido el hombre más malo
que la luz llegó a alcanzar
de este mundo, el que os ha hecho
más que arenas tiene el mar
ofensas; mas, Señor mío,
mayor es vuestra piedad.
Vos, por redimir el mundo,
por el pecado de Adán,
en una cruz os pusisteis;
pues merezca yo alcanzar
una gota solamente
de aquella sangre real.
···············
¡Gran Señor, misericordia!
No puedo deciros más.
Anareto.
¡Que esto llegue a ver un padre!
Enrico.
(Para sí.) La enigma he entendido ya
de la voz y de la sombra:
la voz era angelical,
y la sombra era el demonio.
Anareto.
Vamos, hijo.
Enrico.
¿Quién oirá
[p. 53]ese nombre, que no haga
de sus dos ojos un mar?
No os apartéis, padre mío,
hasta que hayan de expirar
mis ojos.
Anareto.
No hayas miedo.
Dios te dé favor.
Enrico.
Sí hará,
que es mar de misericordia,
aunque yo voy muerto ya.
Anareto.
Ten valor.
Enrico.
En Dios confío.
Vamos, padre, donde están
los que han de quitarme el ser
que vos me pudisteis dar.
(Paulo en el monte.)
Paulo.
Cansado de correr vengo
por este monte intrincado;
atrás la gente he dejado
que a ajena costa mantengo.
Al pie deste sauce verde
quiero un poco descansar,
por ver si acaso el pesar
de mi memoria se pierde.
Tú, fuente, que murmurando
[p. 54]vas entre guijas corriendo,
en tu fugitivo estruendo
plantas y aves alegrando,
dame algún contento ahora,
infunde al alma alegría
con esa corriente fría
y con esa voz sonora.
Lisonjeros pajarillos
que no entendidos cantáis,
y holgazanes gorjeáis
entre juncos y tomillos;
dad con picos sonorosos
y con acentos süaves
gloria a mis pesares graves
y sucesos lastimosos.
En este verde tapete,
jironado de cristal,
quiero divertir mi mal
que mi triste fin promete.
(Echase a dormir y sale el Pastor con la corona, deshaciéndola.)
Pastor.
Selvas intrincadas,
verdes alamedas,
a quien de esperanzas
adorna Amaltea;
[p. 55]fuentes que corréis
murmurando apriesa
por menudas guijas,
por blandas arenas;
ya vuelvo otra vez
a mirar la selva,
a pisar los valles
que tanto me cuestan.
Yo soy el pastor
que en vuestras riberas
guardé un tiempo alegre
cándidas ovejas.
Sus blancos vellones
entre verdes felpas
jirones de plata
a los ojos eran.
Era yo envidiado,
por ser guarda buena,
de muchos zagales
que ocupan la selva;
y mi mayoral,
que en ajena tierra
vive, me tenía
voluntad inmensa,
porque le llevaba,
cuando quería verlas,
las ovejas blancas
como nieve en pellas.
Pero desde el día
[p. 56]que una, la más buena,
huyó del rebaño,
lágrimas me anegan.
Mis contentos todos
convertí en tristezas,
mis placeres vivos
en memorias muertas.
Cantaba en los valles
canciones y letras;
mas ya en triste llanto
funestas endechas.
Por tenerla amor,
en esta floresta
aquesta guirnalda
comencé a tejerla.
Mas no la gozó;
que engañada y necia
dejó a quien la amaba
con mayor firmeza.
Y pues no la quiso
fuerza es que ya vuelva,
por venganza justa,
hoy a deshacerla.
Paulo.
Pastor, que otra vez
te vi en esta sierra,
si no muy alegre,
no con tal tristeza,
el verte me admira.
Pastor.
¡Ay perdida oveja!
[p. 57]¡De qué gloria huyes,
y a qué mal te allegas!
Paulo.
¿No es esa guirnalda
la que en las florestas
entonces tejías
con gran diligencia?
Pastor.
Esta misma es;
mas la oveja, necia,
no quiere volver
al bien que le espera,
y ansí la deshago.
Paulo.
Si acaso volviera,
zagalejo amigo,
¿no la recibieras?
Pastor.
Enojado estoy,
mas la gran clemencia
de mi mayoral
dice que aunque vuelvan,
si antes fueron blancas,
al rebaño negras,
que las dé mis brazos
y, sin extrañeza,
requiebros las diga
y palabras tiernas.
Paulo.
Pues es superior,
fuerza es que obedezcas.
Pastor.
Yo obedeceré;
pero no quiere ella
volver a mis voces,
[p. 58]en sus vicios ciega.
Ya de aquestos montes
en las altas peñas
la llamé con silbos
y avisé con señas.
Ya por los jarales,
por incultas selvas,
la anduve a buscar:
¡qué de ello me cuesta!
Ya traigo las plantas
de jaras diversas,
y agudos espinos
rotas y sangrientas.
No puedo hacer más.
Paulo.
En lágrimas tiernas
baña el pastorcillo
las mejillas bellas.
Pues te desconoce,
olvídate de ella
y no llores más.
Pastor.
Que lo haga es fuerza.
Volved, bellas flores,
a cubrir la tierra,
pues que no fué digna
de vuestra belleza.
Veamos si allá
con la tierra nueva
la pondrán guirnalda
tan rica y tan bella.
[p. 59]Quedaos, montes míos,
desiertos y selvas,
adiós, porque voy
con la triste nueva
a mi mayoral;
y cuando lo sepa
(aunque ya lo sabe)
sentirá su mengua,
no la ofensa suya,
aunque es tanta ofensa.
Lleno voy a verle
de miedo y vergüenza:
lo que ha de decirme
fuerza es que lo sienta.
Diráme: “Zagal,
¿ansí las ovejas
que yo os encomiendo
guardáis?” ¡Triste pena!
Yo responderé...
No hallaré respuesta,
si no es que mi llanto
la respuesta sea. (Vase.)
Paulo.
La historia parece
de mi vida aquesta.
De este pastorcillo
no sé lo que sienta;
que tales palabras
fuerza es que prometan
oscuras enigmas.
[p. 60]Mas ¿qué luz es esta
que a la luz del sol
sus rayos se afrentan?
(Con la música suben dos ángeles el alma de Enrico por una apariencia, y prosigue Paulo:)
Música celeste
en los aires suena,
y, a lo que diviso,
dos ángeles llevan
una alma gloriosa
a la excelsa esfera,
¡Dichosa mil veces,
alma, pues hoy llegas
donde tus trabajos
fin alegre tengan!
Grutas y plantas agrestes,
a quien el hielo corrompe,
¿no veis cómo el cielo rompe
ya sus cortinas celestes?
Ya rompiendo densas nubes
y esos transparentes velos,
alma, a gozar de los cielos
feliz y gloriosa subes.
Ya vas a gozar la palma
que la ventura te ofrece:
¡triste del que no merece
lo que tú mereces, alma!
[p. 61]
[p. 63]
(Sale Galván.)
Galván.
Advierte, Paulo famoso,
que por el monte ha bajado
un escuadrón concertado,
de gente y armas copioso,
que viene sólo a prendernos.
Si no pretendes morir,
solamente, Pablo, huír
es lo que puede valernos.
[Paulo y Galván se disponen a hacerles frente.]
[El Juez y los villanos armados persiguen a Paulo, el cual, herido, cae rodando por las peñas. Sale Pedrisco.]
Pedrisco.
¿Cómo estás ansí?
Paulo.
¡Ay de mí!
Muerte me han dado villanos.
Pero ya que estoy muriendo,
saber de ti, amigo, aguardo
qué hay del suceso de Enrico.
Pedrisco.
En la plaza le ahorcaron
de Nápoles.
Paulo.
Pues ansí,
[p. 64]¿quién duda que condenado
estará al Infierno ya?
Pedrisco.
Mira lo que dices, Paulo;
que murió cristianamente,
confesado y comulgado
y abrazado con un Cristo,
en cuya vista enclavados
los ojos, pidió perdón
y misericordia, dando
tierno llanto a sus mejillas,
y a los presentes espanto.
Fuera de aqueso, en muriendo
resonó en los aires claros
una música divina;
y para mayor milagro
y evidencia más notoria,
dos paraninfos alados
se vieron patentemente,
que llevaban entre ambos
el alma de Enrico al Cielo.
Paulo.
¡A Enrico, el hombre más malo
que crió naturaleza!
Pedrisco.
¿De aquesto te espantas, Paulo,
cuando es tan piadoso Dios?
Paulo.
Pedrisco, eso ha sido engaño:
otra alma fué la que vieron,
no la de Enrico.
Pedrisco.
¡Dios santo,
reducidle vos!
[p. 65]Paulo.
Yo muero.
Pedrisco.
Mira que Enrico gozando
está de Dios: pide a Dios
perdón.
Paulo.
¿Y cómo ha de darlo
a un hombre que le ha ofendido
como yo?
Pedrisco.
¿Qué estás dudando?
¿No perdonó a Enrico?
Paulo.
Dios
es piadoso...
Pedrisco.
Es muy claro.
Paulo.
Pero no con tales hombres.
Ya muero, llega tus brazos.
Pedrisco.
Procura tener su fin.
Paulo.
Esa palabra me ha dado
Dios; si Enrico se salvó,
también yo salvarme aguardo. (Muere.)
[Los villanos rodean el cadáver de Paulo. Descúbrese fuego, y Paulo lleno de llamas.]
Paulo.
Si a Paulo buscando vais
bien podéis ya ver a Paulo
ceñido el cuerpo de fuego
y de culebras cercado.
[p. 66]No doy la culpa a ninguno
de los tormentos que paso;
sólo a mí me doy la culpa,
pues fuí causa de mi daño.
Pedí a Dios que me dijese
el fin que tendría, en llegando
de mi vida el postrer día:
ofendíle, caso es llano;
y como la ofensa vió
de las almas el contrario,
incitóme con querer
perseguirme con engaños.
Forma de un ángel tomó,
y engañóme; que a ser sabio,
con su engaño me salvara;
pero fuí desconfiado
de la gran piedad de Dios,
que hoy a su juicio llegando,
me dijo: “Baja, maldito
de mi padre, al centro airado
de los oscuros abismos,
adonde has de estar penando.”
¡Malditos mis padres sean
mil veces, pues me engendraron!
¡Y yo también sea maldito,
pues que fuí desconfiado!
(Húndese por el tablado, y sale fuego.)
Juez.
Misterios son del Señor.
[p. 67]Galván.
¡Pobre y desdichado Paulo!
Pedrisco.
¡Y venturoso de Enrico,
que de Dios está gozando!
Juez.
Por que toméis escarmiento,
no pretendo castigaros;
libertad doy a los dos.
···············
No más: a Nápoles vamos
a contar este suceso.
Pedrisco.
Y porque éste es tan arduo
y difícil de creer,
siendo verdadero el caso,
vaya el que fuese curioso
(porque sin ser escribano
dé fe de ello), a Belarmino;
y si no, más dilatado
en la vida de los padres
podrá fácilmente hallarlo.
Y con aquesto da fin
El Mayor Desconfiado,
y pena y gloria trocadas.
El cielo os guarde mil años.
[p. 69]
La escena es en Toledo, León y otros puntos.
Sala en el alcázar de Toledo.
El infante don Enrique, el infante don Juan, don Diego de Haro.
D. Enrique.
Será la viuda reina esposa mía,
y daráme Castilla su corona.
O España volverá a llorar el día
que al conde don Julián traidor pregona.
¿Con quién puede casar doña María,
si de valor y hazañas se aficiona,
como conmigo, sin hacerme agravio?
Enrique soy; mi hermano, Alfonso el Sabio.
[p. 70]Don Juan.
La Reina y la corona pertenece
a don Juan, de don Sancho el Bravo hermano:
mientras el niño rey Fernando crece,
yo he de regir el cetro castellano.
Pruebe, si algún traidor se desvanece,
a quitarme la espada de la mano;
que mientras gobernare su cuchilla,
sólo don Juan gobernará a Castilla.
Don Diego.
Está vivo don Diego López de Haro,
que vuestras pretensiones tendrá a raya,
y dando al tierno Rey seguro amparo,
casará con su madre; y cuando vaya
algún traidor contra el derecho claro
que defiendo, señor soy de Vizcaya:
minas son las entrañas de sus cerros,
que hierro dan con que castigue yerros.
···············
D. Enrique.
Vos, caballero pobre, cuyo Estado
cuatro silvestres son, toscos y rudos,
montes de hierro, para el vil arado,
hidalgos por Adán, como él desnudos,
adonde en vez de Baco sazonado,
manzanos llenos de groseros ñudos
dan mosto insulso, siendo silla rica,
en vez de trono, el árbol de Garnica,
[p. 71]¡Intentáis de la Reina ser consorte,
sabiendo que pretende don Enrique
casar con ella, ennoblecer su corte
y que por rey España le publique!
Don Juan.
Cuando su intento loco no reporte
y edificios quiméricos fabrique,
mientras el reino gozo y su hermosura,
se podrá desposar con su locura.
···············
Don Diego.
Cuatro bárbaros tengo por vasallos,
a quien Roma jamás conquistar pudo,
que sin armas, sin muros, sin caballos,
libres conservan su valor desnudo.
Montes de hierro habitan, que a estimallos,
valiente en obras, y en palabras mudo,
a sus miras guardárades decoro,
pues por su hierro España goza su oro.
Si su aspereza tosca no cultiva
aranzadas a Baco, hazas a Ceres,
es porque Venus huya, que lasciva
hipoteca en sus frutos sus placeres.
La encina hercúlea, no la blanda oliva,
teje coronas para sus mujeres,
que aunque diversas en el sexo y nombres
en guerra y paz se igualan a sus hombres.
El árbol de Garnica ha conservado
[p. 72]sin que tiranos le hayan deshojado,
la antigüedad que ilustra a sus señores,
ni haga sombra a confesos ni a traidores.
En su tronco, no en silla real sentado,
nobles, puesto que pobres, electores
tan sólo un señor juran, cuyas leyes
libres conservan de tiranos reyes.
Suyo lo soy ahora, y del Rey tío,
leal en defendelle, y pretendiente
de su madre, a quien dar la mano fío,
aunque la deslealtad su ofensa intente.
Infantes, si a la lengua iguala el brío,
intérprete es la espada del valiente;
vizcaíno es el hierro que os encargo,
corto en palabras, pero en obras largo.
[p. 73]
La reina doña María, de viuda; don Enrique, don Juan, don Diego.
Reina.
¿Qué es aquesto, caballeros,
defensa y valor de España,
espejos de lealtad,
gloria y luz de las hazañas?
Cuando muerto el rey don Sancho,
mi esposo y señor, las galas
truecan León y Castilla
por jergas negras y bastas;
[p. 75]cuando el moro granadino
moriscos pendones saca
contra el reino sin cabeza,
y las fronteras asalta
por la lealtad defendidas,
y abriéndose su Granada,
por las católicas vegas
blasfemos granos derrama;
¡en civiles competencias,
pretensiones mal fundadas,
bandos que la paz destruyen,
ambiciosas arrogancias,
cubrís de temor los reinos,
tiranizáis vuestra patria,
dando en vuestra ofensa lenguas
a las naciones contrarias!
¡Ser mis esposos queréis,
y como mujer ganada
en buena guerra, al derecho
me reducís de las armas!
¡Casarme intentáis por fuerza,
e ilustrándoos sangre hidalga,
la libertad de mi gusto
hacéis pechera y villana!
···············
Os engañáis, caballeros,
que no está desamparada
de estos reinos la corona,
ni del Rey la tierna infancia.
[p. 76]Don Sancho el Bravo aún no es muerto;
que como me entregó el alma,
en mi pecho se conservan
fieles y amorosas llamas.
Si, porque es el Rey un niño
y una mujer quien le ampara,
os atrevéis ambiciosos
contra la fe castellana,
tres almas viven en mí:
la de Sancho, que Dios haya;
la de mi hijo, que habita
en mis maternas entrañas,
y la mía, en quien se suman
esotras dos: ved si basta
a la defensa de un reino
una mujer con tres almas.
Intentad guerras civiles,
sacad gentes a campaña,
vuestra deslealtad pregonen
contra vuestro Rey las cajas;
que aunque mujer, yo sabré
en vez de las tocas largas
y el negro monjil, vestirme
el arnés y la celada.
Infanta soy de León;
salgan traidores a caza
del hijo de una leona,
que el reino ha puesto en su guarda,
veréis si en vez de la aguja
[p. 77]sabré ejercitar la espada,
y abatir lienzos de muros
quien labra lienzos de Holanda.
···············
[Los pretendientes, al verse rechazados,
reúnen sus partidarios y alzan bandera de rebelión contra el Rey y
la Regente. Don Juan busca el apoyo
de los árabes granadinos: don Enrique
acude en demanda de ayuda a su sobrino el Rey de Portugal; don Diego de Haro espera tropas de Aragón y
Navarra.
La Reina llama
a sus vasallos a palacio y les presenta al niño Fernando IV como rey
legítimo de Castilla y León; pero mientras les habla excitándoles a la
lealtad, las tropas rebeldes cercan el palacio y lo toman por asalto.
La Reina y su hijo huyen precipitadamente
a León.]
(En Valencia de Alcántara.)
[Las familias Benavides y Caravajal tienen desde antiguo profundos resentimientos. Don Alonso Caravajal consigue el amor de doña Teresa de Benavides y se desposa secretamente con ella. Don Juan de Benavides se siente afrentado por esta unión y reta a don Alonso: cuando están a punto de llegar a las manos se presenta la Reina, fugitiva.]
[p. 78]
Reina.
Ilustres Caravajales,
Benavides excelentes,
mis deudos sois y parientes.
Blasones os honran reales:
mostrad hoy que sois leales.
Un árbol sirve de silla
a la inocencia sencilla
de vuestro Rey incapaz.
(Descubre al Rey niño encerrado en el tronco de un árbol.)
No permitáis que en agraz
os le malogre Castilla.
Como la aurora, amanece
entre la tiniebla oscura
de la traición, que procura
matárosle y le oscurece.
Si este tierno sol merece
glorias de una ilustre hazaña,
lograd el que os acompaña,
y con valor español
defended los dos un sol
que os da el oriente de España.
Benavid.
¡Oh retrato del amor,
niño Rey, humilde Alteza!
Con tu angélica belleza
se enternece mi rigor.
[p. 79]No tuviera yo valor
si el socorro que me pides,
a las perlas que despides
negaran mis fieles labios.
Por los tuyos sus agravios
olvidan los Benavides.
Famosos Caravajales,
treguas al enojo demos,
y para después dejemos
guerras y bandos parciales.
No salgan los desleales
con su bárbaro consejo.
A estos pies mi agravio dejo
para volverle a tomar,
que mal se podrá olvidar
el odio heredado y viejo.
Juntemos nuestros amigos
y de dos un campo hagamos;
que mientras al Rey sirvamos
no hemos de ser enemigos.
Serán los cielos testigos,
para ilustrarnos después,
de que hoy el valor leonés,
con lealtad y con amor,
el bien del Rey su señor
antepone a su interés.
Don Al.
Fénix de España, nacido
para que su gloria aumente,
pájaro sois inocente,
[p. 80]en ese árbol como en nido.
¿Quién, mi perla, os ha escondido
desa suerte?
Rey.
Hanme quitado
mi reino, y no me han dejado
aun la cuna en que nací;
y como a Herodes temí,
vengo huyendo al despoblado.
Don Pedr.
No temáis del gavilán,
pájaro tierno y hermoso,
por más que intente ambicioso
hacer presa en vos don Juan.
Benavid.
Todos por ti morirán,
sol de España, hasta que quedes
libre de las viles redes
de ambiciosos cazadores.
···············
Alto, hidalgos, a León:
muera el Infante tirano.
Y vos, ejemplo cristiano, (A la Reina.)
regidnos desde este día,
y será, pues de vos fía
el cielo una ilustre hazaña,
la Semíramis de España
la reina doña María. (Vanse.)
[p. 81]
(Sala en el palacio de León.)
[Los Infantes vencedores están gozando de su triunfo. Han decidido repartirse el reino entre ambos: Don Juan reinará en León, y don Enrique, en Murcia y Sevilla. Entre tanto, los Caravajales y Benavides derrotan a las tropas de los Infantes, los cuales son sorprendidos y presos. Custódianlos don Alonso y don Pedro Caravajal y don Juan de Benavides, mientras esperan la sentencia que contra ellos ha de dictar la enojada Reina.]
(Don Luis, con una fuente de plata, y en ella un papel.)
Don Luis.
La Reina ha mandado, Infantes,
que entréis en esa capilla,
donde os esperan dos padres
que vuestras almas dispongan,
porque quiere en esta tarde
mostrar a España del modo
que allanar rebeldes sabe.
Don Enr.
¿La Reina, nuestra señora,
es posible que eso mande?
¡La piadosa! ¡La clemente!
¡A dos primos! ¡A dos grandes!
[p. 82]¡Ah mujeres! ¡Qué bien hizo
naturaleza admirable
en no entregaros las armas!
Don Juan.
Cuando darnos muerte mande,
y por medio del rigor
a Fernando el reino allane,
puesto que con los rendidos
es medio el amor más fácil,
Portugal y Aragón tienen
reyes de nuestro linaje
que nuestra muerte la pidan
y castiguen sus crueldades.
···············
Don Luis.
Aquí está vuestra sentencia.
(Presenta a los Infantes el papel que viene en la fuente.)
Don Juan.
¿Con ella el plato nos hace?
¿En una fuente la envía?
Pues tiempo vendrá en que pague
la costa deste banquete,
cuando lleguen a aprecialle
con lanzas en vez de plumas
los que nuestro valor saben.
Don Enr.
Dejádmela ver primero.
¡Oh muerte fiera! ¡Que bastes
a asombrar pechos de bronce
sólo con un papel frágil!
(Lee.) “Doña María Alfonso, reina y gobernado[p. 83]ra de Castilla, León, etc.: por el rey don Fernando IV deste nombre, su hijo, etc. Para confusión de sediciosos y premio de leales, manda que los Infantes de Castilla sus primos salgan libres de la fortaleza en que están presos, se les restituyan sus Estados, y demás desto hace merced al infante don Enrique de las villas de Feria, Mora, Morón y Santisteban de Gormaz; y al infante don Juan, de las de Aillón, Astudillo, Curiel y Cáceres, con esperanza, si se redujeren, de mayores acrecentamientos, y certidumbre, si la ofendieren, de que le queda valor para defenderse y ánimo para pagar nuevos deservicios con nuevos galardones. — La Reina gobernadora.”
(Descórrese una cortina en el fondo, y aparece la Reina, en pie, sobre un trono, coronada, con peto y espaldar, echados los cabellos atrás, y una espada desnuda en la mano.)
Reina.
La reina doña María
castiga de aquesta suerte
delitos dignos de muerte.
Contra vuestra alevosía
en armas y en cortesía
os ha venido a vencer,
siendo hombres, una mujer,
a daros vida resuelta,
[p. 84]como quien la caza suelta
para volverla a coger.
Si pensáis que por temor
que a los que os amparan tengo
a daros libertad vengo,
ofenderéis mi valor.
Para confusión mayor
vuestra, he querido premiaros;
porque si acaso a inquietaros
vuestra ambición os volviere,
cuanto agora más os diere,
tendré después que quitaros.
Poco estima a su enemigo
quien le vence y vuelve a armar;
que en el noble es premio el dar,
como el recebir, castigo.
Si dándoos vida os obligo,
por vuestra opinión volved,
y si no, guerra me haced:
veamos quién es más firme,
vosotros en deservirme,
y yo en haceros merced.
Don Juan.
No olvide jamás España
tu magnánimo valor,
pues juntas con el temor
la piedad que te acompaña.
Eternicen esta hazaña
pinceles y plumas cuantas
celebran memorias santas,
[p. 85]pues que reprendiendo obligas,
haciendo merced castigas
y derribando levantas
que yo desde aquí adelante,
desta merced pregonero,
seré en servirte el primero.
Don Enr.
Y yo leal y constante,
con satisfacción bastante...
Reina.
Venid, y al Rey besaréis
las manos.
Don Juan.
Desde hoy podéis
regir nuestros corazones,
que obligan más galardones
que las armas que traéis.
···············
[p. 86]
Don Juan, Ismael.
Don Juan.
De reinar tengo esperanza
con traidora o fiel acción;
mas no juzgo por traición
lo que una corona alcanza.
Reine yo, Ismael, por ti,
y venga lo que viniere.
Ismael.
Si el niño Fernando muere,
cuya vida estriba en mí,
no hay quien te haga competencia.
Don Juan.
De viruelas malo está;
fácil de cumplir será
mi deseo, si a tu ciencia
juntas el mucho provecho
que de hacer lo que te pido
se te sigue.
Ismael.
Agradecido
a tu real y noble pecho
quiero ser, porque esperanza
tengo que en viéndote rey,
[p. 87]has de amparar nuestra ley.
Hebreo soy; la venganza
de Vespasiano y de Tito,
que asoló a Jerusalén,
y el templo santo también,
causando oprobio infinito
a toda nuestra nación,
nos hace andar desterrados,
de todos menospreciados,
siendo burla e irrisión
del mundo, que desvarío
quiere que mi ley se llame,
sin que haya quien por infame
no tenga el nombre judío.
Mas si palabra me das,
en viéndote rey, de hacer
mi nación ennoblecer,
y que podamos de hoy más
tener cargos generosos,
entrar en ayuntamientos,
comprar varas, regimientos,
y otros títulos honrosos,
quitándole al Rey la vida
te pondrás la corona hoy.
Su protomédico soy;
muerte llevo escondida
en este término breve;
(Saca un vaso de plata.)
[p. 88]con que si te satisfago,
diré que el Rey en un trago
su reino y muerte se bebe.
A un sueño mortal provoca,
donde con facilidad,
de la sombra a la verdad,
y al corazón de la boca
viendo el veneno correr,
llamar de la muerte puedes
los médicos Ganimedes,
pues que la dan a beber.
···············
Ismael.
Ismael.
Pues honra y provecho gano
en matar a un niño Rey,
y estima tanto mi ley
a quien da muerte a un cristiano,
¿qué dudo que no ejecuto
del infame la esperanza,
de mi nación la venganza
y destos reinos el luto?
···············
El niño Rey está aquí;
que beba su muerte trato.
(Al querer entrar en el aposento del Rey repara en el retrato de la Reina, que está sobre la puerta.)
[p. 89]Mas ¡cielos! ¿no es el retrato
éste de su madre? Sí.
No sin causa me acobarda
la traición que juzgo incierta,
pues puso el Rey a su puerta
su misma madre por guarda.
¡Vive Dios que estoy temblando
de miralla, aunque pintada!
¿No parece que enojada
muda me está amenazando?
¿No parece que en los ojos
forja rayos enemigos,
que amenazan mis castigos
y autorizan sus enojos?
No me miréis, Reina, airada.
Si don Juan, que es vuestro primo,
y en quien estriba el arrimo
del Rey, prenda vuestra amada,
es contra su mismo Rey,
¿qué mucho que yo lo sea,
viniendo de sangre hebrea
y profesando otra ley?
No es mi traición tan culpada:
tened la ira vengativa.
¡Qué hiciérades a estar viva
pues que me asombráis pintada!
Mas ¿para qué doy lugar
a cobardes desvaríos?
Ea, recelos judíos,
[p. 90]pues es mi oficio matar,
muera el Rey, y hágase cierta
la dicha que me animó...
(Al querer entrar, cae el retrato, y tápale la puerta.)
Pero el retrato cayó,
y me ha cerrado la puerta.
Dichoso el vulgo ha llamado
al judío, Reina hermosa;
mas no hay más infeliz cosa
que un judío desdichado.
Y pues tanto yo lo he sido,
riesgo corro manifiesto
si no huyo de aquí...
(Quiere huír por la otra puerta, sale la Reina, detiénele, y él se turba.)
Reina.
¿Qué es esto?
¿De qué estáis descolorido?
Volved acá. ¿Adónde vais?
¿De qué es el desasosiego?
Ismael.
Volveré, señora, luego.
Reina.
Esperad. ¿De qué os turbáis?
Ismael.
¿Yo turbarme?
Reina.
No es por bueno.
¿Qué lleváis en ese vaso?
Ismael.
¿Quién? ¿Yo?
[p. 91]Reina.
Detened el paso.
Ismael.
Quien dijere que es veneno,
y que al Rey nuestro señor
no soy leal...
Reina.
¿Cómo es eso?
Ismael.
Que estoy turbado confieso,
pero no que soy traidor.
Reina.
Pues aquí ¿quién os acusa?
Ismael.
(Ap.) Mi misma traición será.
Reina.
Culpado, Ismael, está
quien sin ocasión se excusa.
Ismael.
El Infante es el ingrato,
que yo no le satisfice;
y si el retrato lo dice,
engañaráse el retrato.
Que aunque el paso me cerró,
cuando a purgar al Rey vengo,
yo, Reina, ¿qué culpa tengo,
si el retrato se cayó?
Don Juan, el infante, sí,
que con aquesta bebida
me manda quitar la vida
al tierno Rey que ofendí...
Digo, que ofendió el Infante.
Reina.
En fin, vuestra turbación
confesó vuestra traición;
no paséis más adelante.
¿Es la purga de Fernando
esa?
[p. 92]Ismael.
Gran señora, sí;
y si he de decir aquí
la verdad... ¿Qué estoy dudando...?
El deseo de reinar
con don Juan tanto ha podido,
que ciego me ha persuadido
que llegue la muerte a dar
al niño Rey; y el temor
de que no me castigase
me obligó que le jurase
ser a su Alteza traidor.
Afirméle que este vaso
iba con la purga lleno
de un instantáneo veneno;
pero no haga dello caso
Vuestra Alteza, que es mentira
con que pretendí engañalle
no más que por sosegalle
y dar lugar a la ira.
Y pues del título infame
me he librado de traidor,
juzgo agora por mejor
que la purga se derrame;
que otra medicina habrá
que le haga al Rey más al caso.
(Quiere derramarla y detiénele la Reina.)
Reina.
Tened la mano y el vaso;
que pues mi Fernando está
[p. 93]para purgarse dispuesto,
no es bien perder la ocasión
por una falsa opinión
que en mala fama os ha puesto.
Conozco vuestra virtud;
médico habéis siempre sido
sabio, fiel y agradecido.
Asegurad la salud
del Rey y vuestra inocencia
haciendo la salva agora
a esa purga.
Ismael.
Gran señora,
no estoy, con vuestra licencia,
dispuesto a purgarme yo,
ni tengo la enfermedad
del rey Fernando y su edad.
Reina.
¿Que no estáis enfermo?
Ismael.
No.
Reina.
No importa; vuestra virtud
desmienta agora este agravio:
en salud se sangra el sabio;
purgaréisos en salud.
Tiene muy malos humores
el reino desconcertado,
y por remedio he tomado
el purgalle de traidores:
a vos no puede dañaros.
Ismael.
Es muy recia, y no osaré
tomarla, señora, en pie.
[p. 94]Reina.
Pues buen remedio, asentaros.
Ismael.
A vuestros pies me derribo;
no permitáis tal rigor.
Reina.
Bebedla; que haré, dotor,
atenacearos vivo.
El infante don Juan es
noble, leal y cristiano,
sin resabios de tirano,
sin sospechas de interés.
De la nación más rüin
vos, que el sol mira y calienta;
del mundo oprobio y afrenta,
infame judío, en fin:
¿Cuál mentirá de los dos?
¿O cómo creeré que hay ley
para no matar su Rey
en quien dió muerte a su Dios?
···············
Bebed: ¿qué esperáis?
Ismael.
Señora,
si el confesar mi traición
no basta a alcanzar perdón,
baste el ser vos...
Reina.
Bebé agora,
o escoged salir mañana
desnudo y a un carro atado
a vista del vulgo airado
y vuestra nación tirana,
por las calles y las plazas,
[p. 95]dando a la venganza temas,
y vuestras carnes blasfemas
al fuego y a las tenazas.
(El hebreo, ante la amenaza de la Reina, bebe. Vase por la puerta del fondo, y cae muerto dentro.)
Reina.
¡Vos lleváis buena esperanza!
Su bárbara muerte es cierta.
Quiero cerrar esta puerta;
que el ocultar mi venganza
ha de importar por agora.
¡Ay, hijo del alma mía!
Aunque mataros porfía
quien no como yo os adora,
el cielo os está amparando;
mas pues sois ángel de Dios,
sed ángel de guarda vos
de vos mismo, mi Fernando.
[Los Estados vecinos se aprovechan de los continuos disturbios de Castilla, promovidos por los Infantes. Los árabes atacan Jaén; el Rey de Aragón pone sitio a Soria, y en Extremadura se teme a los portugueses. Para sostener los ejércitos fronterizos[p. 96] la Reina se ve obligada a vender su patrimonio y sus joyas, y cuando llega una situación apurada empeña sus tocas a un mercader segoviano antes de imponer nuevos pechos a los vasallos.]
Don Juan.
(Ap.) Alegre espero
del Rey la agradable muerte.
¿Si habrá el veneno mortal
asegurado mi suerte?
¡Oh corona! ¡Oh trono real!
¿Cuándo tengo de poseerte?
Reina.
Primo.
Don Juan.
Señora.
Reina.
Bien sé
que desde que os redujisteis
a vuestro Rey, y volvisteis
por vuestra lealtad y fe,
a saber que algún rico hombre
a su corona aspirara,
y darle muerte intentara
a costa de un traidor nombre,
que pusiérades por él
vida y hacienda.
Don Juan.
Es ansí.
(¿Si dice aquesto por mí?) (Ap.)
Creed de mi pecho fiel,
gran señora, que prefiero
[p. 97]la vida, el ser y el honor
por el Rey nuestro señor.
Pero el propósito espero
a que me habléis desa suerte.
Reina.
Solos estamos los dos:
fiarme quiero de vos.
Don Juan.
(Ap.) Angustias siento de muerte.
Reina.
Sabed que un grande, y tan grande
como vos... —¿De qué os turbáis?
Don Juan.
Témome que ocasionáis
que algún traidor se desmande
contra mí, y descomponerme
con vuestra Alteza procure.
Reina.
No hay contra vos quien murmure,
que el leal seguro duerme.
Digo, pues, que un grande intenta
(y por su honra el nombre callo)
subir a Rey de vasallo,
y sus culpas acrecienta.
Quisiérale reducir
por algún medio discreto,
y porque tendréis secreto,
con vos le intento escribir;
que por querelle bien vos
mejor le reduciréis.
Don Juan.
¿Yo bien?
Reina.
Tan bien le queréis
como a vos mismo.
Don Juan.
Por Dios
[p. 98]que el corazón me sacara
a mí mismo, si supiera
que en él tal traición cupiera.
Reina.
Eso, primo, es cosa clara;
que a no teneros por tal,
no os descubriera su pecho.
El mío está satisfecho
de si sois o no leal.
Aquí hay recado: escribid.
Don Juan.
(Ap.) ¿Qué enigmas, cielos, son éstas?
¡Ay, reino, lo que me cuestas!
Reina.
Tomad la pluma.
Don Juan.
Decid.
Reina.
Infante...
Don Juan.
Señora...
Reina.
Digo
que así, Infante, escribáis.
Don Juan.
Si por Infante empezáis,
claro está que habláis conmigo,
pues si don Enrique no,
no hay en Castilla otro infante.
Algún privado arrogante
mi nobleza desdoró;
y mentirá el desleal
que me impute tal traición.
Reina.
¿No hay Infantes de Aragón,
de Navarra y Portugal?
¿De qué escribiros servía
estando juntos los dos?
[p. 99]Haced más caso de vos.
Don Juan.
(Ap.) ¡Qué traidor no desconfía!
(Paseándose la Reina, va dictando, y don Juan escribe.)
Reina.
Infante: como un rey tiene
dos ángeles en su guarda,
poco en saber quién es tarda
el que a hacelle traición viene.
Vuestra ambición se refrene;
que se acabará algún día
la noble paciencia mía,
y os cortará mi aspereza
esperanzas y cabeza...
La reina doña María.
Leedme agora el papel,
que no es de importancia poca,
y por la parte que os toca
advertid, Infante, en él.
(Léele don Juan.)
Cerralde y dalde después.
Don Juan.
¿A quién? Que sabello intento.
Reina.
El que está en ese aposento
os dirá para quién es. (Vase.)
Don Juan.
“¡El que está en ese aposento
os dirá para quién es!”
[p. 100]Misterios me habla, después
que matar al Rey intento.
¡Escribe el papel conmigo,
y remite a otro el decirme
para quién es! Prevenirme
intenta con el castigo.
¿Si hay aquí gente cerrada,
para matarme en secreto?
Ea, temor indiscreto,
averiguad con la espada
la verdad desta sospecha.
(Saca la espada, abre la puerta del fondo y descubre al judío muerto con el vaso en la mano.)
¡Al cielo! Mi daño es cierto:
el doctor está aquí muerto
y la esperanza deshecha
que en su veneno estribó.
Todo la Reina lo sabe,
que en un vil pecho no cabe
el secreto. Él le contó
la determinación loca
de mi intento depravado.
El veneno que ha quedado
he de aplicar a la boca. (Toma el vaso.)
Pagaré ansí mi delito,
pues que colijo de aquí
que sois, papel, para mí,
siendo un muerto el sobrescrito.
[p. 101]Si deste vano interés
duda vuestro pensamiento,
“El que está en este aposento
os dirá para quién es.”
Mudo dice que yo soy;
muerto está por desleal;
¡quien fué en la traición igual,
séalo en la muerte hoy!
Que por no ver la presencia
de quien ofendí otra vez,
a un tiempo verdugo y juez
he de ser de mi sentencia.
(Quiere beber; sale la Reina y quítale el vaso.)
Reina.
Primo, Infante, ¿estáis en vos?
Tened la bárbara mano.
¿Vos sois noble? ¿Vos cristiano?
Don Juan, ¿vos teméis a Dios?
¿Qué frenesí, qué locura
os mueve a desesperaros?
Don Juan.
Si no hay para aseguraros
satisfacción más segura
si no es con que muerto quede,
quiero ponerlo por obra,
que quien mala fama cobra
tarde restauralla puede.
[p. 102]Reina.
Vos no la perdéis conmigo;
ni aunque desleal os llame
un hebreo vil e infame,
que no vale por testigo,
¿le he de dar crédito yo?
Él fué quien dar muerte quiso
al Rey. Tuve dello aviso,
y aunque la culpa os echó,
ni sus engaños creí,
ni a vos, don Juan, noble primo,
menos que antes os estimo.
El papel que os escribí
es para daros noticia
de que en cualquier yerro o falta
ve mucho, por ser tan alta,
la vara de la justicia;
y lo que su honra daña
quien fieles amigos deja,
con traidores se aconseja,
y a rüines acompaña.
De la amistad de un judío
¿qué podía resultaros,
si no es, Infante, imputaros
tal traición, tal desvarío?
Escarmentad, primo, en él,
mientras que seguro os dejo;
y si estimáis mi consejo,
guardad mucho ese papel,
porque contra la ambición
[p. 103]sirva, si acaso os inquieta:
a la lealtad de receta,
de epítima al corazón;
que siendo contra el honor
la traición mortal veneno,
no hay antídoto tan bueno,
Infante, como el temor.
Don Juan.
No tengo lengua, señora,
para ensalzar al presente
la prudencia que en vos...
Reina.
Gente
viene; dejad eso agora.
[El infante don Juan prepara una nueva traición. Dice a varios caballeros que la Reina y don Juan Caravajal quieren casarse proclamándose reyes de Castilla, y que han sobornado a un médico judío para que envenene al niño Rey, pero el Infante llegó a tiempo de evitar tan horrible crimen y castigó al médico con la muerte. En la habitación inmediata les muestra el cadáver del judío. Como los caballeros no dan crédito a las palabras del Infante, él les invita a que vayan aquella noche a cenar a su quinta donde les dará testimonios indudables de los propósitos de la Reina y de Caravajal.]
[El mayordomo se presenta a la Reina para de[p. 104]cirle que, agotado por completo el tesoro real y su crédito, por la noche no se podrá cenar en Palacio.]
Reina.
Los monteros
de Espinosa, mis guardas, con secreto
me prevenid, don Juan, y caballeros
parientes vuestros: yo os diré a qué efeto.
Don Al.
No quiero saber más que obedeceros.
Reina.
La pena refrenad, que yo os prometo
que esta noche, Melendo, a costa ajena
habemos de tener una real cena.
Don Juan, don Diego, don Nuño, don Álvaro.
Sala en la quinta del infante don Juan.
Don Juan.
Mientras que se hace hora
de cenar, entretengamos
el tiempo.
Don Nuño.
Dados jugamos.
Don Juan.
Dejad los dados agora,
que tienen muchos azares.
Don Diego.
No es pequeño el que sospecho
que ha de alborotar mi pecho
don Juan, mientras no repares
de la Reina la opinión,
que corre riesgo por ti.
Don Juan.
Que al reino he librado di,
don Diego, de una traición.
[p. 105]Don Diego.
Más difícil de creer
se me hace, cuanto más
lo pienso.
Don Juan.
¡Terrible estás,
don Diego! Si te hago ver
hacer la Reina favores
a don Juan Caravajal,
y en correspondencia igual
que él la está diciendo amores,
¿crêráslo?
Don Diego.
Crêré que miente
la vista; pero en tal caso
los celos en que me abraso,
si ven tal traición presente,
y de Castilla el decoro
me obligará a que os incite
que el gobierno se le quite,
y en el alcázar de Toro
esté presa.
Don Juan.
¿A quién podremos
nombrar por gobernador,
y del niño Rey tutor?
Don Nuño.
Si a vos, don Juan, os tenemos,
¿qué hay que preguntar a quién?
Don Juan.
Yo soy muy poco ambicioso.
Don Diego.
Don Enrique es poderoso,
y tendrá ese cargo bien.
Don Juan.
Don Enrique ha pretendido
ser rey, y si en su poder
[p. 106]está el reino, ha de querer
lo que hasta aquí no ha podido.
D. Álvaro.
Serálo don Diego, pues,
que nadie en España ignora
quién es.
Don Juan.
Dejemos agora
aquesto para después;
que cuando por elección
el reino en Cortes me elija,
será fuerza que le rija,
y tuerza mi inclinación.
Don Diego.
(Ap.) Este es traidor, vive el cielo,
y por verse rey levanta
a la Reina, cuerda y santa,
el insulto que recelo.
Aunque la vida me cueste,
lo tengo hoy de averiguar.
Don Juan.
Caballeros, a cenar. (Tocan a rebato.)
Pero ¿qué alboroto es éste?
El Criado.—Dichos.
Criado.
La Reina y toda su guarda
la casa nos han cercado.
[p. 107]
Don Juan.
(Ap.) ¡Qué mucho si tiene al lado
los dos ángeles de guarda
que dijo, que la dan cuenta
de aquesta nueva traición!
[p. 109]¿Cómo esperáis, corazón,
sin matarme, tal afrenta?
Don Alonso, don Melendo, soldados.—Dichos; después la Reina.
D. Alonso.
Daos a prisión, caballeros;
las espadas de las cintas
quitad.
(Quítanselas y sale la Reina, armada.)
Reina.
No se hacen las quintas
si no es para entreteneros,
ni es bien que yo guarde fueros
a quien no guarda a mi honor
el respeto que el valor
de un vasallo a su Rey debe,
y a dar crédito se atreve
ligeramente a un traidor.
···············
Si la vida que os he dado
dos veces (que no debiera),
apetecéis la tercera,
Infante inconsiderado,
decid, pues estáis atado
al potro de la verdad,
quién fué el que con deslealtad
[p. 110]quiso dar veneno al Rey,
haciendo a un hebreo sin ley
ministro de tal maldad.
Don Juan.
Señora...
Reina.
No moriréis,
como la verdad digáis.
Don Juan.
Si piadosa me animáis,
severa temblar me hacéis.
Muerte es justo que me deis,
y cesará la ambición
de una loca inclinación
que a su lealtad rompió el freno,
y con el mortal veneno
ha mezclado esta traición.
Yo al médico persuadí
que al Rey mi señor matase,
porque en su silla gozase
el reino que apetecí.
Después que muerto le vi,
por vos forzado a beber
el veneno, hice creer
a todos, en vuestra mengua,
cosas que no osa la lengua
memoria dellas hacer.
Reina.
En la Mota de Medina
Estaréis, Infante, preso
hasta que os vuelva a dar seso
el furor que os desatina.
Don Juan.
Quien a ser traidor se inclina,
[p. 111]tarde volverá en su acuerdo.
La libertad y honra pierdo
por mi ambicioso interés:
callar y sufrir, pues es
por la pena el loco, cuerdo. (Llévanle.)
Don Nuño.
Nadie, gran señora, ha dado
fe en vuestra ofensa al Infante.
Reina.
Noticia tengo bastante
de quién es o no culpado.
Dos ángeles traigo al lado,
y el cielo a Fernando ayuda,
que ingratos intentos muda.
···············
[La Reina obliga a todos los caballeros presentes a que le devuelvan las rentas que tienen usurpadas al tesoro real.]
[p. 112]
[Fernando IV llega a edad de reinar sin tutela. Su
madre le da prudentes consejos para el gobierno y se retira a la villa
de Becerril.
Don Nuño, don Álvaro
y el infante don Enrique se captan
la privanza del joven monarca, el cual trata con algún desdén a
Benavides y a los hermanos Caravajales.]
El Rey, don Enrique, don Nuño y don Álvaro, en traje de caza; acompañamiento, retirado.
(Claro en los montes de Toledo.)
Rey.
¡Fértiles montes!
D. Álvar.
Notables.
Don Enr.
Afirmarte dellos puedo
que, aunque ásperos y intratables,
son los montes de Toledo
más fecundos y admirables
[p. 113]que los de África, alabados
de Plinio por milagrosos.
···············
Rey.
De más estima es la caza
que tienen, a que me inclino.
Don Enr.
La que esta comarca abraza
es tanta, que hasta el camino
muchas veces embaraza.
Rey.
No pienso salir tan presto,
Infante, de su aspereza.
Don Enr.
Este ejercicio es honesto,
y propio de la grandeza
de un rey.
Rey.
Escuchad: ¿qué es esto?
(Don Juan, de labrador.—Dichos.)
Don Juan.
Ínclito y famoso Rey,
felice por ser Fernando,
en el valor el primero,
aunque en sucesión el cuarto;
si la justicia y prudencia
que mostró en sus tiernos años
Salomón, le ganó nombre
eternamente de sabio,
y a las puertas del gobierno
sobre el trono estáis sentado
[p. 114]de España, cuando Castilla
os pone el cetro en la mano,
imitad a Salomón,
y entrad deshaciendo agravios,
porque al principio os respeten
y adoren vuestros vasallos.
···············
La reina doña María,
mujer de don Sancho el Bravo,
Jezabel contra inocentes,
Athalía entre tiranos,
por vivir a rienda suelta
en tan ilícitos tratos,
que para que no os ofendan,
los publico con callarlos,
intentando libre y torpe
casarse con un vasallo,
y dándôs la muerte niño,
estos reinos usurparos;
de mi lealtad temerosa,
porque me dió mi cuidado
noticia de sus intentos
(que dan voces los pecados),
viendo oponerme leal,
con armas y con vasallos,
a sus mortales deseos,
quitado me ha mis Estados,
y en la Mota de Medina
ha, invicto señor, diez años
[p. 115]que preso por inocente,
lloro desdichas y agravios.
Supe, gracias a los cielos,
que vuelto el siglo dorado,
el gobierno de Castilla
resucita en vuestra mano,
y que esta Athalía cruel
se ha recogido, llevando
los esquilmos de estos reinos,
por su ambición disfrutados,
y fiando en mi inocencia,
y en la lealtad de un criado,
hechas las sábanas tiras,
del homenaje más alto
descolgándome una noche,
como me veis disfrazado,
entre estos montes desiertos
ha cuatro meses que paso.
Si el poco conocimiento
que tenéis de mis trabajos
pone mi crédito en duda,
y a persuadiros no basto
a la justa indignación
de vuestra madre, Fernando;
don Juan soy, infante y hijo
del rey don Alonso el Sabio;
mi sobrino os llama el mundo,
y yo mi señor os llamo.
Ved si es razón, Rey famoso,
[p. 116]que pobre y desheredado
habite silvestres montes
vuestro tío, y que triunfando
de la lealtad la traición,
coma las yerbas del campo.
···············
Rey.
Levantad, ilustre tío,
del suelo, que estáis bañando,
las generosas rodillas,
y dadme los nobles brazos;
que habéis sacado a los ojos
lágrimas que os están dando
los pésames del rigor
con que el tiempo os ha tratado.
Con vuestras quejas he oído
la mala cuenta que ha dado
mi madre de su gobierno;
pero negocio tan arduo,
aunque don Enrique alega
lo que vos, y ha provocado
mi severo enojo, pide
que lo averigüe despacio.
Contento estoy con la caza
que en estos desiertos hallo,
pues siendo vos su despojo
a vuestro ser os restauro.
Vuestros Estados os vuelvo,
dándoos el mayordomazgo
mayor de mi casa y corte.
[p. 117]Don Juan.
Reinéis, señor, siglos largos.
Don Enr.
Para gozarlos seguro,
es, gran señor, necesario
que a los principios cortéis
a los peligros los pasos.
A lo que el Infante ha dicho
contra vuestra madre, añado
que es don Juan Caravajal
el que en ilícitos tratos
con la Reina ofende torpe
la memoria de don Sancho,
vuestro padre, y ambicioso
el reino intenta usurparos.
Para esto ofrece la Reina
que al de Aragón dé la mano
la infanta doña Isabel,
vuestra hermana, y que éntre armado
en Castilla, cuyo reino
le entregará, porque amparo
dé a sus livianos deseos.
En León los dos hermanos
Caravajales intentan,
por ser tan emparentados,
juntar sus deudos y amigos,
y del reino apoderados
alzar por doña María
banderas, y despojaros
de vuestro real patrimonio:
para esto tiene usurpados
[p. 118]diez cuentos de vuestra renta
a costa de pechos varios,
que mientras tuvo el gobierno
la dieron vuestros vasallos.
Mirad, gran señor, si piden
la diligencia estos casos,
con que ataja inconvenientes
y imposibles vence el sabio.
Rey.
¡Válgame el cielo! ¿Es posible
que mi madre haya borrado
la fama con tal traición,
que su nombre ha eternizado?
···············
D. Álvar.
Lo menos, señor, te han dicho
de lo que pasa, que es tanto
que excede a cualquiera suma.
D. Nuño.
Si yo por testigo valgo,
afirmarte, señor, puedo
que si no acudes temprano
al peligro de Castilla,
no has de poder remediallo.
Rey.
Alto, pues, vasallos míos;
no es posible que haya engaño
en vuestros hidalgos pechos;
creeros quiero a los cuatro.
Mi madre es mujer y moza;
quedó el gobierno en su mano;
el poder y el amor ciegan;
no hay hombre cuerdo a caballo.
[p. 119]Si por tantos años tuvo
estos reinos a su cargo,
¿qué mucho, siendo ambiciosa,
que sienta agora el dejarlos?
El derecho natural
perdone, que de dos daños
se ha de elegir el menor.
Castilla me pide amparo;
mi madre la tiraniza;
y pues conspira, afrentando
la ley de naturaleza
contra quien el ser ha dado,
hoy mi justicia dé muestras
que contra insultos y agravios
no hay excepción de personas,
sangre, ni deudos cercanos.
Pues sois ya mi mayordomo,
y estáis, Infante, agraviado,
tomad a mi madre cuentas,
hacelda alcances y cargos
de las rentas de mis reinos;
y si no igualan los gastos
a los recibos, prendelda.
Don Juan.
No me mandéis...
Rey.
Esto os mando:
prended también los traidores
Caravajales; que entrambos
han de dar a España ejemplo,
viéndolos en un cadalso.
[p. 120]Juan Alfonso Benavides
debe ser también tirano:
en Santorcaz esté preso,
que así al reino satisfago.
···············
Don Juan.
Servirte sólo pretendo.
Rey.
Por los cielos soberanos,
que ha de quedar en el mundo
nombre de Fernando el Cuarto.
(Vase con el acompañamiento.)
Don Enrique, don Juan, don Nuño, don Álvaro.
Don Juan.
Esto es hecho, don Enrique.
Don Enr.
Dadme, sobrino, los brazos
en que estriba nuestro aumento,
y por vuestro ingenio gano.
Don Juan.
Quitemos aqueste estorbo;
que si una vez derribamos
la Reina, no hay que temer.
Don Enr.
Para eso yo solo basto.
Don Juan.
Mas escuchad, si os parece,
la traza que he imaginado
para que los dos reinemos,
que es sólo lo que intentamos.
A la Reina tengo amor,
sin que el tiempo haya borrado
[p. 121]con injurias y prisiones
de mi pecho su retrato.
Si por verse perseguida
de su hijo, que indignado
ponella manda en prisión,
su honor y fama arriesgando,
con nosotros se conjura,
y ofreciéndome la mano
de esposa (que esto y más puede
en la mujer un agravio),
de la corona y la vida
al mozo Rey despojamos,
¿qué dicha no conseguimos?
¿Qué temor basta a alterarnos?
Vos reinaréis, don Enrique,
en todo el término largo
que abarca Sierra Morena,
y yo en Castilla gozando
el apetecido cetro;
si con la Reina me caso,
daré Trujillo a don Nuño,
y a don Álvaro otro tanto.
Don Enr.
Si eso con ella acabáis,
habréis, don Juan, dado cabo
a mi esperanza y temores.
D. Álvar.
La traza prudente alabo.
D. Nuño.
Infante, si a efeto llega,
conquistad el pecho casto
de la Reina, y habréis hecho
[p. 122]un prodigioso milagro.
Don Juan.
Eso a mi cargo se quede.
Venid: firmemos los cuatro,
para más seguridad,
la palabra que la damos
de ser todos en su ayuda
contra el Rey, pues de su mano
la fortuna nos corona
en Castilla.
Don Enr.
Vamos.
Los otros
tres.
Vamos. (Vanse.)
[La Reina se instala en su villa de Becerril, donde vive rodeada del cariño de los villanos.]
Don Juan, don Nuño, don Álvaro.—La Reina, don Alonso, don Pedro.
D. Álvar.
(Hablando ap. con el Infante al salir.)
La Reina está aquí y también
los Caravajales.
Don Juan.
Tengo
a dicha el tiempo a que vengo.
(Llegándose a la Reina y los Caravajales.)
Los dos a prisión se den.
[p. 123]D. Alonso.
¿Nosotros? ¿Por qué ocasión?
Don Juan.
¡Bueno es que ocasión pidáis,
desleales, cuando estáis
iniciados de traición!
D. Pedro.
Si no estuviera delante
la Reina nuestra señora,
pudiera un mentís agora
daros la respuesta, Infante.
Don Juan.
¡Oh villanos! Brevemente
vuestros castigos darán
muestras de quién sois.
Reina.
Don Juan,
¿sabéis que estoy yo presente?
¿Sabéis que la Reina soy?
¿Cómo llegáis indiscreto
a prender, sin más respeto,
ninguno donde yo estoy?
Don Juan.
Cumplo, señora, mi oficio.
Reina.
Cuando yo a enojarme llegue...
Don Juan.
Vuestra Alteza se sosiegue,
que esto es todo en su servicio.
Reina.
¡En mi servicio prender
los que me sirven a mí!
Don Juan.
El Rey lo ha mandado ansí.
Reina.
Si él lo manda, obedeced
como vasallos leales,
que tiene el lugar de Dios;
mostrad en esto los dos
quién son los Caravajales.
[p. 124]Y si lo mismo procura
hacer de mí, la cabeza
le ofreceré.
Don Juan.
Vuestra Alteza
tampoco está muy segura.
Harto hará en mirar por sí.
···············
(Don Nuño y don Álvaro se llevan a don Alonso y a don Pedro.)
Reina.
Como a la real obediencia
se sujeta mi paciencia,
no os parezca novedad,
don Juan, no favorecer
a quien tan bien me sirvió,
porque nunca bien mandó
quien no supo obedecer.
Mas el que es ministro real,
cuando algún culpado prende,
con la vara sólo ofende,
que con la lengua hace mal.
El juez prudente castiga
cuando el cargo que vos cobra,
y atormentando con la obra,
con las palabras obliga.
Poco mi respeto os debe.
Don Juan.
Cuando sepáis que estos dos,
[p. 125]gran señora, contra vos
han usado el trato aleve
que ignoráis, no juzgaréis
mi rigor por demasiado.
Reina.
¿Contra mí? Experimentado
tengo, como vos sabéis,
don Juan, en no pocos años,
aunque es fácil la mujer,
lo poco que hay que creer
en testimonios y engaños.
···············
Don Juan.
En prueba, señora, deso,
porque sepáis cuán leales
os son los Caravajales,
y si el Rey mal los ha preso,
advertid que han dicho al Rey
que la ambición de mandar
os obliga a conspirar
contra el amor y la ley
que a vuestro Rey y señor
debéis; tanto, que usurpado
tenéis a su real Estado
treinta cuentos; que el amor
que tenéis al de Aragón
le fuerza, si os da la mano,
a entregalle en ella llano
a Castilla y a León;
y otras cosas que no cuento,
pues por indignas de oíllas,
[p. 126]no sólo no oso decillas,
mas de pensallas me afrento.
El Rey, fácil de creer,
contándole lo que pasa
testigos de vuestra casa,
manda que os venga a prender,
después de tomaros cuentas
del tiempo que gobernado
habéis su reino, y cobrado
de su corona las rentas.
No quise que cometiese
a otro el venir sino a mí,
que serviros prometí,
porque no se os atreviese;
y como aquí los hallé,
no me sufrió el corazón
pasar por tan gran traición,
y ansí prendellos mandé.
Reina.
Que el Rey forme de mí quejas,
y ponerme en prisión mande,
no me espanto, mientras ande
la lisonja a sus orejas.
Mas ¡que los Caravajales
tal traición contra mí digan!...
Por más, don Juan, que persigan
su valor los desleales,
no saldrán con la demanda.
Vuestro cargo ejercitad;
prendedme, cuentas tomad,
[p. 127]y haced lo que el Rey os manda.
Don Juan.
Yo, gran señora, juré
de serviros y ayudaros,
y lo que os debo pagaros
con lealtad, amor y fe.
El infante don Enrique
y otros caballeros sienten
que traidores os afrenten,
y el Rey esto os notifique;
para lo cual hemos hecho
pleito homenaje de estar
de vuestra parte, y pasar
cualquier peligroso estrecho
por vos, si darme la mano
de esposa tenéis por bien,
y el reino quitar también
a un hijo tan inhumano.
···············
En este papel confirman
esto cuatro ricos hombres,
cuyo poder, sangre y nombres
conoceréis, pues lo firman,
que son don Enrique, yo
con don Álvaro, y también
don Nuño: si os está bien,
mi amor justa paga halló.
Reina.
(Tomando el papel.)
Guardaréle para indicio
de vuestra lealtad y ley,
[p. 128]y verá por él el Rey
a quién tiene en su servicio...
(Métele en la manga, y luego saca otro y le rompe.)
Aunque pegarme podría
la deslealtad que hay en él,
que si es malo, de un papel
se ha de huír la compañía,
rasgalle es mejor consejo;
que para vuestros castigos,
es bien aumentar testigos,
y será quebrado espejo,
que en la parte más pequeña,
como en la mayor, la cara
retrata que en él repara;
mas si en pedazos enseña
las vuestras, viéndoos en él,
como son tantas, don Juan,
retratallas no podrán
las piezas dese papel.
Tomad las cuentas, primero
que me prendáis, de la renta
real, y alcanzadme de cuenta,
si podéis; pero no espero
que en eso me deis cuidado,
pues vos mismo sois testigo
que en tres que hicisteis conmigo,
siempre quedasteis cargado.
Pero esperadme, que en breve
[p. 129]las que pedís os daré,
porque el Rey seguro esté,
y sepa quién a quién debe. (Vase.)
Don Juan.
¡Que callar me haga ansí
el valor desta mujer!
El Rey, don Melendo, don Juan.
Rey.
Difícil es de creer
que conspire contra mí
mi misma madre, Melendo;
pero es mujer: ¿qué me espanta?
Don Mel.
La Reina, señor, es santa.
Rey.
Ver por mis ojos pretendo
la verdad que temo en duda.
Don Juan.
¡Rey y señor! ¿Vuestra Alteza
Aquí?
Rey.
La poca certeza
que tengo, manda que acuda
en persona a averiguar
la verdad destos sucesos.
Don Juan.
Ya están los hermanos presos
que el reino os quieren quitar.
Y la Reina, temerosa
de veros con ella airado,
conmigo se ha declarado,
y promete ser mi esposa
[p. 130]si en su favor contra vos
estos reinos alboroto,
y hago que sigan mi voto
los grandes.
Rey.
¡Válgame Dios!
¿Mi madre?
Don Juan.
No guarda ley
la ambición que desvanece.
Vuestra corona me ofrece;
mas yo no estimo ser rey
por medios tan desleales.
De rodillas me ha pedido
que, a su llanto enternecido,
suelte a los Caravajales,
y que me vaya a Aragón
con ella; que desde allá
con sus armas entrará
a coronarme en León;
y si resiste Castilla,
irá después contra ella.
Prendedla, señor, sin vella,
porque si venís a oílla,
yo sé que os ha de engañar;
que, en fin, siendo madre vuestra,
mozo vos, y ella tan diestra,
más crédito habéis de dar
que a mí a su fingido llanto.
Rey.
Esa no es razón ni ley.
[p. 131]
La Reina.—El Rey, don Juan, don Melendo.
Don Mel.
Aquí, señora, está el Rey.
Don Juan.
(Ap.) De mis traiciones me espanto.
Reina.
Huélgome que haya venido,
hijo y señor, Vuestra Alteza
a averiguar testimonios,
que hace gigantes la ausencia.
Su mucha cordura alabo,
porque, en negocios de cuentas
y de honras, suele un cero
dañar mucho si se yerra;
···············
Mandado habéis a don Juan
que a tomar la razón venga
de vuestro real patrimonio;
viéndolo vos, soy contenta,
que aunque deberos me imputan
privados que os lisonjean
treinta cuentos, serán cuentos
de mentiras, no de hacienda.
Pero yo admito sus cargos:
sumad, don Juan, en presencia
del Rey, gastos y recibos,
por que sus alcances vea.—
Cuando de tres años solos
quedó del Rey la inocencia
[p. 132]y este reino a cargo mío,
primeramente en la guerra
que vos, Infante, le hicisteis,
levantándole la tierra,
llamándôs Rey de Castilla
y enarbolando banderas,
gasté, Infante, quince cuentos,
hasta que en la fortaleza
de León, preso por mí,
peligró vuestra cabeza.
Redújeos a mi servicio,
y haciéndôs mercedes nuevas,
murmuraron los leales,
que veros pagar quisieran
vuestra traición con la vida;
y para enfrenar sus lenguas
con el oro, que enmudece,
les di tres, que no debiera.
Item: en edificar
en Valladolid las Huelgas,
donde en continua oración
a Dios sus monjas pidieran
que de vos al Rey librase
y las trazas deshiciera
de vuestro pecho ambicioso
en mi agravio y en su ofensa,
veinte cuentos. Item más:
cuando por estar su Alteza
enfermo quisisteis darle
[p. 133]veneno (ya se os acuerda)
por medio del vil hebreo
que entonces médico era
del Rey, en una bebida,
testigo de la fe vuestra;
en hacimiento de gracias,
misas, procesiones, fiestas,
seis cuentos, que repartí
en hospitales e iglesias.
Aunque pudiera contar
otras partidas inmensas,
en que por servir al Rey
vendí mis joyas y tierras,
como todo el reino sabe,
sólo os sumo, don Juan, éstas,
que no las negaréis, pues
tenéis tanta parte en ellas.
Sólo no he de dejar una,
porque el Rey que os honra, sepa
cuán codiciosa usurpé
en Castilla sus riquezas.
A un mercader de Segovia,
para pagar las fronteras
de Aragón y Portugal,
empeñé mis tocas mesmas,
en prueba de vuestra fe,
que no tuvisteis vergüenza
de ver contra el real respeto
sin tocas a vuestra Reina.
[p. 134]Premié al mercader leal;
quitéle mis nobles prendas,
que los traidores agravian,
y los leales respetan.
···············
Ya me parece que basta
esto en materia de cuentas;
en materia de mi honor,
para no seros molesta,
aquí he escrito mis descargos.
Vuestra Majestad los lea,
(Dale un papel.)
y conozca por sus firmas
en quién su privanza emplea.
Rey.
¡Válgame el cielo! Aquí dice
que como mi madre ofrezca
la mano a don Juan de esposa
juntando Estados y fuerzas
con don Enrique, don Nuño
y otros, haciéndome guerra,
me quitarán a Castilla
para coronarla en ella.
Reina.
Para asegurar traidores,
fingí romper esa letra
y la guardé para vos,
otra rasgando por ella.
Rey.
Don Juan, ¿es vuestra esta firma?
Don Juan.
Sí, gran señor.
[p. 135]
[p. 137]Rey.
Pues en éstas
a los demás desleales
conozco. Si la prudencia
que tanto celebra España,
gran señora, en Vuestra Alteza,
mi confusión no animara,
por no estar en su presencia,
de mí sin causa ofendida,
sospecho que me muriera.
[Los caballeros desleales han huído a Aragón. Al infante don Juan se le destierra de Castilla y León, y los Estados que le pertenecían son repartidos entre Benavides y los dos Caravajales.]
[p. 139]
[Ruy Lorenzo, secretario del Duque de Avero, intenta asesinar al Conde de Estremoz para vengar ciertos agravios que de él había recibido; pero sus intenciones son descubiertas a tiempo. Huye precipitadamente Ruy Lorenzo y el Duque ordena que le busquen y le prendan.]
(Campo del ducado de Avero. Mireno y Tarso, pastores.)
Mireno.
···············
Mucho ha que me tiene triste
mi altiva imaginación,
cuya soberbia ambición
no sé en qué estriba o consiste.
Considero algunos ratos,
[p. 140]que los cielos, que pudieron
hacerme noble, y me hicieron
un pastor, fueron ingratos;
y que, pues con tal bajeza
me acobardo y avergüenzo,
puedo poco, pues no venzo
mi misma naturaleza.
Tanto el pensamiento cava
en esto, que ha habido vez
que, afrentando la vejez
de Lauro, mi padre, estaba
por dudar si soy su hijo,
o si me hurtó a algún señor,
aunque de su mucho amor
mi necio engaño colijo.
Mil veces, estando a solas,
le he preguntado, si acaso
el mundo, que a cada paso
honras anega en sus olas,
le sublimó a su alto asiento
y derribó del lugar
que intenta otra vez cobrar
mi atrevido pensamiento;
···············
Siempre, Tarso, ha malogrado
estas imaginaciones,
y con largas digresiones
mil sucesos me ha contado,
que todos paran en ser,
[p. 141]contra mis intentos vanos,
progenitores villanos
los que me dieron el ser.
Esto, que había de humillarme,
con tal violencia me altera,
que desta vida grosera
me ha forzado a desterrarme,
y que a buscar me desmande
lo que mi estrella destina,
que a cosas grandes me inclina
y algún bien me guarda grande;
···············
si quieres participar
de mis males o mis bienes,
buena ocasión, Tarso, tienes;
déjame de aconsejar,
y determínate luego.
Tarso.
Para mí, bástame el verte,
Mireno, de aquesa suerte:
ni te aconsejo ni ruego;
discreto eres; estodiado
has con el cura; yo quiero
seguirte, aunque considero
de Lauro el grave cuidado.
Mireno.
Tarso, si dichoso soy,
yo espero en Dios el trocar
en contento su pesar.
Tarso.
¿Cuándo has de irte?
Mireno.
Luego.
[p. 142]Tarso.
¿Hoy?
Mireno.
Al punto.
Tarso.
¿Y con qué dinero?
Mireno.
De dos bueyes que vendí,
lo que basta llevo aquí.
Vamos derechos a Avero.
···············
[Mireno y Tarso han dejado de ser pastores y parten, muy gozosos, por el camino de Avero. En el bosque, al lado del camino, encuentran al fugitivo Ruy Lorenzo y a su criado Vasco.]
Ruy.
··················
¿Adónde bueno, amigos?
Mireno.
¡Oh, señores!
a la villa a comprar algunas cosas
que el hombre ha menester. ¿Está allá el Duque?
Ruy.
Allá quedaba.
[p. 143]
Mireno.
Déle vida el cielo.
Y vosotros, ¿dó bueno? Que esta senda
se aparta del camino real y guía
[p. 145]a unas caserías que se muestran
al pie de aquella sierra.
Ruy.
Tus palabras
declaran tu bondad, pastor amigo.
Por vengar la deshonra de una hermana
intenté dar la muerte a un poderoso,
y sabiendo mi honrado atrevimiento,
el Duque manda que me siga y prenda
su gente por aquestos despoblados;
y ya desesperado de librarme,
salgo al camino. Quíteme la vida,
de tantos, por honrada, perseguida.
Mireno.
Lástima me habéis hecho; y ¡vive el cielo!
que si como la suerte avara me hizo
un pastor pobre, más valor me diera,
por mi cuenta tomara vuestro agravio.
Lo que se puede hacer, de mi consejo,
es que los dos troquéis esos vestidos
por aquestos groseros; y encubiertos
os libraréis mejor, hasta que el cielo
a daros su favor, señor, comience;
porque la industria los trabajos vence.
Ruy.
¡Oh noble pecho, que entre paños bastos
descubres el valor mayor que he visto!
[p. 146]Páguete el cielo, pues que yo no puedo,
ese favor.
Mireno.
La diligencia importa:
entremos en lo espeso, y trocaremos
el traje.
Ruy.
Vamos. ¡Venturoso he sido!
(Vanse los dos.)
Tarso.
¿Y habéis también de darme por mi sayo
esas abigarradas, con más cosas
que un menudo de vaca?
Vasco.
Aunque me pese.
Tarso.
Pues dos liciones me daréis primero,
porque con ellas pueda hallar el tino,
entradas y salidas desa Troya;
··················
Ruy Lorenzo, de pastor; Mireno, de galán.
Ruy.
De tal manera te asienta
el cortesano vestido,
que me hubiera persuadido
a que eres hombre de cuenta,
a no haber visto primero
que ocultaba la belleza
[p. 147]de los miembros la bajeza
de aqueste traje grosero.
···············
Alguna nobleza infiero
que hay en ti, pues te prometo
que te he cobrado el respeto
que al mismo Duque de Avero.
¡Hágate el cielo como él!
Mireno.
Y a ti con sosiego y paz
te vuelva, sin el disfraz,
a tu Estado; y fuera dél,
con paciencia vencerás
de la fortuna el ultraje.
Si te ve en aquese traje
mi padre, en él hallarás
nuevo amparo; en él te fía,
y dile que me destierra
mi inclinación a la guerra;
que espero en Dios que algún día
buena vejez le he de dar.
Ruy.
Adiós, gallardo mancebo;
la espada sola me llevo
para poder evitar,
si me conocen, mi ofensa.
···············
(Vanse Ruy Lorenzo y Vasco.)
Tarso.
···············
Mas pues eres ya otro hombre,
por si acaso adonde fueres
[p. 148]caballero hacerte quieres,
¿no es bien que mudes el nombre?
Que el de Mireno no es bueno
para nombre de señor.
Mireno.
Dices bien: no soy pastor,
ni he de llamarme Mireno.
Don Dionís en Portugal
es nombre ilustre y de fama;
don Dionís desde hoy me llama.
Tarso.
No le has escogido mal.
···············
Extremado es el ensayo;
pero ya que así te ensalzas,
dame un nombre que a estas calzas
les venga bien, de lacayo,
que ya el de Tarso me quito.
Mireno.
Escógele tú.
Tarso.
Yo escojo,
si no lo tienes a enojo...
¿No es bueno?...
Mireno.
¿Cuál?
Tarso.
Gómez Brito.
¿Qué te parece?
Mireno.
Extremado.
Tarso.
¡Gentiles cascos, por Dios!
Sin ser obispos, los dos
nos habemos confirmado.
[p. 149]
[Varios pastores van por orden del Duque en busca de Ruy Lorenzo. Topan con Mireno y Tarso y, tomándolos por el Secretario y su criado los atan y conducen al Palacio de Avero.]
Salón del Palacio del Duque en Avero.
Doña Juana, don Antonio, de camino.
Doña Juana.
¡Primo don Antonio!
Don Ant.
Paso:
no me nombréis; que no quiero
hagáis de mí tanto caso,
que me conozca en Avero
el Duque. A Galicia paso,
donde el rey don Juan me llama
de Castilla, que me ama
y hace merced, y deseo,
a costa de algún rodeo,
saber si miente la fama
que ofrece el lugar primero
de la hermosura de España
a las hijas del de Avero,
o si la fama se engaña
y miente el vulgo ligero.
Doña Juana.
Bien hay que estimar y ver;
[p. 150]pero no habéis de querer
que así tan de paso os goce.
Don Ant.
Si el de Avero me conoce
y me obliga a detener,
caer en falta recelo
con el Rey.
Doña Juana.
Pues si eso pasa,
de mi gusto al vuestro apelo;
mas si sabe que en su casa
don Antonio de Barcelo,
conde de Penela, ha estado,
y que encubierto ha pasado,
cuando le pudo servir
en ella, lo ha de sentir
con exceso; que en su Estado
jamás llegó caballero
que por inviolables leyes
no le hospede.
Don Ant.
Así lo infiero;
que es nieto, en fin, de los reyes
de Portugal, el de Avero.
···············
El Duque de Avero, el Conde de Estremoz, doña Serafina, doña Magdalena.—Dichos.
Duque.
Digo, conde don Duarte,
que todo se cumpla así.
[p. 151]Conde.
Pues el Rey nuestro señor
favorece la privanza
del hijo del de Berganza,
y a vuestra hija mayor
os pide para su esposa,
escriba vuestra excelencia
que con su gusto y licencia
doña Serafina hermosa
lo será mía.
Duque.
Está bien.
Conde.
Pienso que Su Majestad
me mira con voluntad,
y que lo tendrá por bien:
yo y todo le escribiré.
Duque.
No lo sepa Serafina
hasta ver si determina
el Rey que la mano os dé;
···············
Doña Juana.
(Hablando aparte con don Antonio.)
Presto os habéis divertido.
Decid, ¿qué os han parecido
las hermanas, don Antonio?
Don Ant.
No sé el alma a cuál se inclina
ni sé lo que hacer ordena:
bella es doña Magdalena,
pero doña Serafina
es el sol de Portugal.
Por la vista el alma bebe
[p. 152]llamas de amor entre nieve
por el vaso de cristal
de su divina blancura:
la fama ha quedado corta
en su alabanza.
Duque.
Eso importa.
Don Ant.
Fénix es de la hermosura.
Duque.
Llegaos, Magdalena, aquí.
Conde.
(A doña Serafina.)
Pues me da el Duque lugar,
mi serafín, quiero hablar,
si hay atrevimiento en mí
para que vuele tan alto
que a serafines me iguale.
Don Ant.
Prima, a ver el alma sale
por los ojos el asalto
que amor le da poco a poco:
ganaréme si me pierdo.
Doña Juana.
Vos entrasteis, primo, cuerdo,
y pienso que saldréis loco.
Duque.
(A doña Magdalena.)
Hija, el Rey te honra y estima;
cuán bien te está considera.
Doña Mag.
Mi voluntad es de cera;
vuexcelencia en ella imprima
el sello que más le cuadre,
porque en mí sólo ha de haber
callar con obedecer.
[p. 153]Duque.
¡Mil veces dichoso padre
que oye tal!
Conde.
(A doña Serafina.)
Las dichas mías,
como han subido al extremo
de su bien, que caigan temo.
Doña Ser.
Conde, esas filosofías
ni las entiendo, ni son
de mi gusto.
Conde.
Un serafín
bien puede alcanzar el fin
y el alma de una razón.
···············
Don Ant.
¡Qué agudamente responde!
Ya han esmaltado los cielos
el oro de amor con celos:
mucho me enfada este Conde.
Doña Juana.
¡Pobre de vuestra esperanza,
si tal contrario la asalta!
Duque.
Un secretario me falta
de quien hacer confianza;
y aunque esta plaza pretenden
muchos, por diversos modos
de favores, entre todos,
pocos este oficio entienden.
Trabajo me ha de costar
en tal tiempo estar sin él.
Doña Mag.
A ser el pasado fiel,
era ingenio singular.
[p. 154]
[Los pastores traen presos a Mireno y a Tarso. Quieren hablar todos a la vez y en su rusticidad no aciertan a explicar por qué han prendido a aquellos dos hombres.]
Duque.
¡Hay mayor simplicidad!
Ni he entendido a lo que vienen,
ni por qué delito tienen
así estos hombres. Soltad
los presos, y decid vos
qué insulto habéis cometido,
para que os hayan traído
de aquesa suerte a los dos.
Mireno.
(De rodillas.) Si lo es el favorecer,
gran señor, a un desdichado,
perseguido y acosado
de tus gentes y poder,
y juzgas por temerario
haber trocado el vestido
por darle vida, yo he sido.
Duque.
¿Tú libraste al secretario?
Pero sí, que aquese traje
era suyo. Di, traidor,
¿por qué le diste favor?
Mireno.
Vuexcelencia no me ultraje,
ni ese título me dé,
que no estoy acostumbrado
a verme así despreciado.
[p. 155]Duque.
¿Quién eres?
Mireno.
No soy, seré;
que sólo por pretender
ser más de lo que hay en mí,
menosprecié lo que fuí
por lo que tengo de ser.
Duque.
No te entiendo.
Doña Mag.
(Ap.)¡Extraña audacia
de hombre! El poco temor
que muestra, dice el valor
que encubre. De su desgracia
me pesa.
Duque.
Di, ¿conocías
al traidor que ayuda diste?
Mas pues por él te pusiste
en tal riesgo, bien sabías
quién era.
Mireno.
Supe que quiso
dar muerte a quien deshonró
su hermana, y después te dió
de su honrado intento aviso;
y enviándole a prender,
le libré de ti, espantado
por ver que el que está agraviado
persigas, debiendo ser
favorecido de ti,
por ayudar al que ha puesto
en riesgo su honor.
Conde.
(Ap.)¿Qué es esto?
[p. 156]¿Ya anda derramada así
la injuria que hice a Leonela?
Duque.
¿Sabéis vos quién la afrentó?
Mireno.
Supiéralo, señor, yo;
que a sabello...
Duque.
Fué cautela
del traidor para engañarte:
tú sabes adónde está,
y así, forzoso será,
si es que pretendes librarte,
decillo.
Mireno.
¡Bueno sería,
cuando adónde está supiera,
que un hombre como yo hiciera
por temor tal villanía!
Duque.
¿Villanía es descubrir
un traidor? Llevalde preso;
que si no ha perdido el seso
y menosprecia el vivir,
él dirá dónde se esconde.
Doña Mag.
(Ap.) Ya deseo de libralle,
que no merece su talle
tal agravio.
Duque.
Intento, Conde,
vengaros.
Conde.
Él lo dirá.
Tarso.
(Ap.) ¡Muy gentil ganancia espero!
Duque.
Vamos, que responder quiero
al Rey.
[p. 157]Tarso.
(Ap. con Mir.) ¡Medrando se va
con la mudanza de estado,
y nombre de don Dionís!
Duque.
Viviréis, si lo decís.
Mireno.
(Ap.) La fortuna ha comenzado
a ayudarme: ánimo ten,
porque en ella es natural,
cuando comienza por mal,
venir a acabar en bien.
···············
(Vanse los pastores, el Duque y el Conde.)
Doña Mag.
Mucho, doña Serafina,
me pesa ver llevar preso
aquel hombre.
Doña Ser.
Yo confieso,
que a rogar por él me inclina
su buen talle.
Doña Mag.
¿Eso desea
tu afición? ¿Ya es bueno el talle?
Pues no tienes de libralle,
aunque lo intentes.
Doña Ser.
No sea. (Vanse.)
Doña Juana.
¿Habéisos de ir esta tarde?
Don Ant.
¡Ay, prima! ¿Cómo podré,
si me perdí, si cegué?
¿Si amor, valiente, cobarde,
todo el tesoro me gana
del alma y la voluntad?
[p. 158]Sólo por ver su beldad
no he de irme hasta mañana.
Doña Juana.
¡Bueno estáis! ¿Que amáis, en fin?
Don Ant.
Sospecho, prima querida,
que de mi contento y vida
Serafina será fin.
[p. 159]
Doña Mag.
¿Qué novedades son éstas,
altanero pensamiento?
¿Qué torres sin fundamento
tenéis en el aire puestas?
···············
Ayer guardaban los cielos
el mar de vuestra esperanza,
con la tranquila bonanza
que agora inquietan desvelos.
Al Conde de Vasconcelos
o a mi padre di en su nombre
el sí; mas porque me asombre,
sin que mi honor lo resista,
se entró al alma, a escala vista,
por la misma vista un hombre.
Vióle en ella, y fuera exceso,
digno de culpar mi error,
a no saber que el amor
es niño, ciego y sin seso.
¿A un hombre extranjero y preso
[p. 160]a mi pesar, corazón,
habéis de dar posesión?
¿Amar al Conde no es justo?
Mas ¡ay! que atropella el gusto
las leyes de la razón.
···············
Doña Juana.—Doña Magdalena.
Doña Juana.
Aquel mancebo dispuesto,
que ha estado preso hasta agora,
y tu intercesión, señora,
ya en libertad le ha puesto,
pretende hablarte.
Doña Mag.
(Ap.) (¡Qué presto
valerse el amor procura
de la ocasión y ventura
que ha de ponerse en efeto!
Mas hace como discreto,
que amor todo es coyuntura.)
¿Sabes qué quiere?
Doña Juana.
Pretende
del favor que ha recibido
por ti, ser agradecido.
Doña Mag.
(Ap.) Áspides en rosas vende.
Doña Juana.
¿Entrará?
Doña Mag.
(Ap.) (Si preso prende,
[p. 161]si maltratado maltrata,
si atado las manos ata
las de mi gusto resuelto,
¿qué ha de hacer presente y suelto
quien ausente y preso mata?)
Dile que vuelva a la tarde,
que agora ocupada estoy.
Mas oye; no vuelva.
Doña Juana.
Voy.
Doña Mag.
Escucha: di que se aguarde.
Mas váyase; que ya es tarde.
Doña Juana.
¿Hase de volver?
Doña Mag.
¿No digo
que sí? Ve.
Doña Juana.
Tu gusto sigo.
Doña Mag.
Pero torna; no se queje.
Doña Juana.
Pues ¿qué diré?
Doña Mag.
Que me deje,
(Ap.) (y que me lleve consigo.)
Anda, di que entre...
Doña Juana.
Voy, pues.
(Vase.)
Mireno, doña Magdalena.
Mireno.
Aunque ha sido atrevimiento
el venir a la presencia,
[p. 162]señora, de vuexcelencia
mi poco merecimiento,
ser agradecido trato
al recebido favor;
porque el pecado mayor
es el que hace a un hombre ingrato.
Por haber favorecido
de un desdichado la vida
(que al noble es deuda debida)
me vi preso y perseguido;
pero en la misma moneda
me pagó el cielo sin duda,
pues libre con vuestra ayuda
mi vida, señora, queda.
¿Libre dije? Mal he hablado;
que el noble, cuando recibe,
cautivo y esclavo vive,
que es lo mismo que obligado.
···············
(Arrodíllase.)
Doña Mag.
Levantaos del suelo.
Mireno.
Así
estoy, gran señora, bien.
Doña Mag.
Haced lo que os digo. (Ap.) (¿Quién
me ciega el alma? ¡Ay de mí!)
¿Sois portugués?
Mireno.
Imagino
que sí.
Doña Mag.
¿Que lo imagináis?
[p. 163]Desa suerte, incierto estáis
de quién sois.
Mireno.
Mi padre vino
al lugar en donde habita,
y es de alguna hacienda dueño,
trayéndome muy pequeño;
mas su trato lo acredita.
Yo creo que en Portugal
nacimos.
Doña Mag.
¿Sois noble?
Mireno.
Creo
que sí, según lo que veo
en mi honrado natural,
que muestra más que hay en mí.
Doña Mag.
¿Y darán las obras vuestras,
si fuere menester, muestras
que sois noble?
Mireno.
Creo que sí:
nunca de hacellas dejé.
Doña Mag.
Creo decís a cualquier punto;
¿crêis acaso que os pregunto
artículos de la fe?
Mireno.
Por la que debe guardar
a la merced recebida
de vuexcelencia mi vida,
bien los puede preguntar,
que mi fe su gusto es.
Doña Mag.
¡Qué agradecido venís!—
¿Cómo os llamáis?
[p. 164]Mireno.
Don Dionís.
Doña Mag.
Ya os tengo por portugués
y por hombre principal;
que en este reino no hay hombre
humilde de vuestro nombre,
porque es apellido real,
y sólo el imaginaros
por noble y honrado, ha sido
causa que haya intercedido
con mi padre a libertaros.
Mireno.
Deudor os soy de la vida.
Doña Mag.
Pues bien; ya que libre estáis,
¿qué es lo que determináis
hacer de vuestra partida?
¿Dónde pensáis ir?
Mireno.
Intento
ir, señora, donde pueda
alcanzar fama que exceda
a mi altivo pensamiento:
sólo aquesto me destierra
de mi patria.
Doña Mag.
¿En qué lugar
pensáis que podéis hallar
esa ventura?
Mireno.
En la guerra;
que el esfuerzo hace capaz
para el valor que procuro.
Doña Mag.
¿Y no será más seguro,
que le adquiráis en la paz?
[p. 165]Mireno.
¿De qué modo?
Doña Mag.
Bien podéis
granjealle, si dais traza
que mi padre os dé la plaza
de secretario, que veis
que está vaca agora, a falta
de quien la pueda suplir.
Mireno.
No nació para servir
mi inclinación, que es más alta.
Doña Mag.
Pues cuando volar presuma,
las plumas le han de ayudar.
Mireno.
¿Cómo he de poder volar
con solamente una pluma?
Doña Mag.
Con las alas del favor;
que el vuelo de una privanza,
mil imposibles alcanza.
Mireno.
Del privar nace el temor,
como muestra la experiencia,
y tener temor no es justo.
Doña Mag.
Don Dionís, este es mi gusto.
Mireno.
¿Gusto es de vuestra excelencia
que sirva al Duque? Pues alto.
Cúmplase, señora, ansí;
que ya de un vuelo subí
al primer móvil más alto.
Pues si en esto gusto os doy,
ya no hay subir más arriba:
como el Duque me reciba,
[p. 166]secretario suyo soy.
Vos, señora, lo ordenad.
Doña Mag.
Deseo vuestro provecho,
y ansí lo que veis he hecho;
que ya que os di libertad,
pesárame que en la guerra
la malograrais; yo haré
como esta plaza se os dé,
porque estéis en nuestra tierra.
Mireno.
Mil años el cielo guarde
tal grandeza.
Doña Mag.
(Ap.) Honor, huír;
que revienta por salir
por la boca amor cobarde. (Vase.)
Mireno.
Pensamiento, ¿en qué entendéis?
Vos que a las nubes subís,
decidme: ¿qué colegís
de lo que aquí visto habéis?
declaraos, que bien podéis:
decidme, tanto favor
¿nace de sólo el valor
que a quien os honra ennoblece?
¿O erraré si me parece
que ha entrado a la parte amor?
¡Jesús! ¡Qué gran disparate!
[p. 167]Temerario atrevimiento
es el vuestro, pensamiento;
ni se imagine ni trate:
mi humildad el vuelo abate
con que sube el deseo vario;
mas, ¿por qué soy temerario
si imaginar me prometo
que me ama en lo secreto
quien me hace su secretario?
¿No estoy puesto en libertad
por ella? Y ya sin enojos,
por el balcón de sus ojos
¿no he visto su voluntad?
Amor me tiene.—Callad,
lengua loca; que es error
imaginar que el favor
que de su nobleza nace,
y generosa me hace,
está fundado en amor.
···············
[Don Antonio, enamorado de doña Serafina, quiere quedarse en el palacio del Duque, aunque guardando el incógnito. Para ello solicita y obtiene la plaza de secretario, vacante por la huída de Ruy Lorenzo.]
[p. 168]
Jardín del palacio.
El Duque, doña Magdalena.
Duque.
Si darme contento es justo,
no estés, hija, desa suerte;
que no consiste mi muerte
mas de en verte a ti sin gusto.
Esposo te dan los cielos
para poderte alegrar,
sin merecer tu pesar
el Conde de Vasconcelos.
A su padre el de Berganza,
pues que te escribió, responde;
escribe también al Conde,
y no vea yo mudanza
en tu rostro ni pesar,
si de mi vejez los días
con esas melancolías
no pretendes acortar.
Doña Mag.
Yo, señor, procuraré
no tenerlas, por no darte
pena, si es que un triste es parte
en sí de que otro lo esté.
Duque.
Si te diviertes, bien puedes.
Doña Mag.
Yo procuraré servirte;
y agora quiero pedirte,
[p. 169]entre las muchas mercedes
que me has hecho, una pequeña.
Duque.
Con condición que se olvide
aquesa tristeza, pide.
Doña Mag.
(Ap.) (Honra, el amor os despeña.)
El preso que te pedí
librases, y ya lo ha sido,
de todo punto ha querido
favorecerse de mí:
con sólo esto, gran señor,
parece que me ha obligado:
y así, a mi cargo he tomado,
su remedio y tu favor.
Es hombre de buena traza
y tiene extremada pluma.
Duque.
Dime lo que quiere, en suma.
Doña Mag.
Quisiera entrar en la plaza
de secretario.
Duque.
Bien poco
ha que dársela pudiera;
aún no ha un cuarto de hora entera
que está ocupada.
Doña Mag.
(Ap.) (Amor loco.
¡Muy bien despachado estáis!
Vos perderéis por cobarde,
pues acudistes tan tarde,
que con alas no voláis.)
Duque.
Por orden del camarero
a un mancebo he recibido,
[p. 170]que de Lisboa ha venido
con aquese intento a Avero;
y según lo que en él vi,
muestra ingenio y suficiencia.
Doña Mag.
Si gusta vuestra excelencia,
ya que mi palabra di,
y él está con esperanza
que le he de favorecer,
pues me manda responder
al Conde y al de Berganza,
sabiendo escribir tan mal,
quisiera que se quedara
en palacio, y me enseñara;
porque en mujer principal
falta es grande no saber
escribir cuando recibe
alguna carta, o si escribe,
que no se pueda leer.
Dándome algunas liciones,
más clara la letra haré.
Duque.
Alto, pues; lición te dé,
con que enmiendes tus borrones;
que en fin, con ese ejercicio
la pena divertirás,
pues la tienes porque estás
ociosa; que el ocio es vicio.
Entre por tu secretario.
Doña Mag.
Las manos quiero besarte.
[p. 171]
Conde.—Dichos.
Conde.
Señor...
Duque.
Conde don Duarte...
Conde.
Con contento extraordinario
vengo.
Duque.
¿Cómo?
Conde.
El Rey recibe
con gusto mi pretensión,
y sobre aquesta razón,
a vuestra excelencia escribe.
Dice que se servirá
Su Majestad de que elija,
para honrar mi casa, hija
de vuexcelencia, y tendrá
cuidado de aquí adelante
de hacerme merced.
Duque.
Yo estoy
contento deso, y os doy
nombre de hijo, aunque importante
será que disimuléis,
mientras doña Serafina
al nuevo estado se inclina;
porque ya, Conde, sabéis
cuán pesadamente lleva
esto de casarse agora.
Conde.
Hará el alma, que la adora,
de su sufrimiento prueba.
[p. 172]Duque.
Yo haré las partes por vos
con ella; perded recelos:
el Conde de Vasconcelos
vendrá presto, y de las dos
las bodas celebraré
luego.
Conde.
El esperar da pena.
Duque.
No estéis triste, Magdalena.
Doña Mag.
Yo, señor, me alegraré
por dar gusto a vuexcelencia.
Duque.
Vamos a ver lo que escribe
el Rey.
Conde.
Quien espera y vive,
bien ha menester paciencia.
(Vanse el Duque y el Conde.)
[Doña Serafina ensaya en el jardín su papel para una representación dramática que ha de celebrarse en el palacio de Avero. Don Antonio, por mediación de doña Juana, está oculto en el jardín con un pintor encargado de hacer en secreto un retrato de doña Serafina, la cual, vestida de hombre e ignorante de que la están retratando, declama con gran entusiasmo los versos de la comedia que ha de representar.]
[p. 173]
Habitación de doña Magdalena.
Doña Magdalena, Mireno.
Doña Mag.
Mi maestro habéis de ser
desde hoy.
Mireno.
¿Qué ha visto en mí,
vuestra excelencia, que así
me procura engrandecer?
Dará lición al maestro
el discípulo desde hoy.
Doña Mag.
(Ap.) ¡Qué claras señales doy
del ciego amor que le muestro!
Mireno.
(Ap.) ¿Qué hay que dudar, esperanza?
Esto, ¿no es tenerme amor?
Dígalo tanto favor,
muéstrelo tanta privanza.
Vergüenza, ¿por qué impedís
la ocasión que el cielo os da?
Daos por entendido ya.
Doña Mag.
Como tengo, don Dionís,
tanto amor...
Mireno.
(Ap.) Ya se declara,
¡ya dice que me ama, cielos!
Doña Mag.
Al Conde de Vasconcelos,
antes que venga, gustara,
no sólo hacer buena letra,
pero saberle escribir,
[p. 174]y por palabras decir
lo que el corazón penetra;
que el poco uso que en amar
tengo, pide que me adiestre
esta experiencia, y me muestre
cómo podré declarar
lo que tanto al alma importa
y el amor mismo me encarga,
que soy en quererle larga
y en significarlo corta.
En todo os tengo por diestro;
y así me habéis de enseñar
a escribir, y a declarar
al Conde mi amor, maestro.
Mireno.
(Ap.)¿Luego no fué en mi favor,
pensamiento lisonjero,
sino porque sea tercero
del Conde? ¿Veis, loco amor,
cuán sin fundamento y fruto
torres habéis levantado
de quimeras, que ya han dado
en el suelo? Como el bruto
en esta ocasión he sido,
en que la estatua iba puesta,
haciéndole el pueblo fiesta,
que loco y desvanecido
creyó que la reverencia,
no a la imagen que traía,
sino a él sólo se hacía;
[p. 175]y con brutal impaciencia
arrojalla de sí quiso,
hasta que se apaciguó
con el castigo, y cayó
confuso en su necio aviso.
¿Así el favor corresponde,
con que me he desvanecido?
Basta; que yo el bruto he sido
y la estatua es sólo el Conde.
Bien puedo desentonarme,
que no es la fiesta por mí.
Doña Mag.
(Ap.) (Quise deslumbrarle así,
que fué mucho declararme.)
Mañana comenzaréis,
maestro, a darme lición.
Mireno.
Servirte es mi inclinación.
Doña Mag.
Triste estáis.
Mireno.
¿Yo?
Doña Mag.
¿Qué tenéis?
Mireno.
Ninguna cosa.
Doña Mag.
(Ap.)(Un favor
me manda amor que le dé.)
¡Válgame Dios! Tropecé...
(Ap.) (Que siempre tropieza amor.)
(Tropieza y da la mano a Mireno.)
El chapín se me torció.
Mireno.
(Ap.) (¡Cielos! ¿Hay ventura igual?)
¿Hízose acaso algún mal
vuexcelencia?
[p. 176]Doña Mag.
Creo que no.
Mireno.
(Ap.)(¡Que la mano la tomé!)
Doña Mag.
Sabed que al que es cortesano
le dan, al darle la mano,
para muchas cosas pie.
(Vase.)
Mireno.
“¡Le dan, al darle la mano,
para muchas cosas pie!”
De aquí, ¿qué colegiré?
Decid, pensamiento vano:
en aquesto, ¿pierdo o gano?
¿Qué confusión, qué recelos
son aquéstos? Decid, cielos,
¿esto no es amor? Mas no,
que llevo la estatua yo
del Conde de Vasconcelos.
Pues ¿qué enigma es darme pie
la que su mano me ha dado?
Si sólo el Conde es amado,
¿qué es lo que espero? ¿Qué sé?
Pie o mano, decid: ¿por qué
dais materia a mis desvelos?
Confusión, amor, recelos,
¿soy amado? Pero no,
que llevo la estatua yo
del Conde de Vasconcelos.
El pie que me dió, será
pie para darla lición,
en que escriba la pasión
que el Conde y su amor la da.
[p. 177]Vergüenza, sufrí y callá;
bajad ya, atrevidos vuelos,
vuestra ambición, si a los cielos
mi desatino os subió,
que llevo la estatua yo
del Conde de Vasconcelos.
[p. 178]
[Ruy Lorenzo se refugia en la casa de Lauro, padre de Mireno, y le refiere que si intentó la muerte del Conde de Estremoz fué para vengar a una hermana suya a la cual había dado el Conde palabra de casamiento. Lauro se lamenta de la fuga de su hijo Mireno, y en su dolor dice que él no es pastor ni se llama Lauro, sino que es el Duque de Coímbra.]
Lauro.
···············
Murió el Rey de Portugal,
mi hermano, en la primavera
de su juventud lozana;
mas la muerte, ¿qué no seca?
De seis años dejó un hijo,
que agora, ya hombre, intenta
acabar mi vida y honra;
y dejando la tutela
y el gobierno destos reinos
solos a mí y a la Reina.
Murió el Rey, sobre el gobierno
hubo algunas diferencias
[p. 179]entre mí y la Reina viuda;
porque jamás la soberbia
supo admitir compañía
en el reinar, y las lenguas
de envidiosos lisonjeros
siempre disensiones siembran.
···············
Pero cesó el alboroto
porque, aunque era moza y bella
la Reina, un mal repentino
dió con su ambición en tierra.
Murió, en fin; gocé el gobierno
portugués sin competencia,
hasta que fué Alfonso quinto
de bastante edad y fuerzas.
Caséle con una hija
que me dió el cielo, Isabela
por nombre, aunque desdichada,
pues ni la estima ni precia.
Juntáronsele al Rey mozo
mil lisonjeros, que cierran
a la verdad en Palacio,
como es costumbre, las puertas.
Entre ellos un mi enemigo,
de humilde naturaleza,
Vasco Fernández por nombre,
gozó la privanza excelsa:
y queriendo derribarme
para asegurarse en ella,
[p. 180]a mi propio hermano induce,
y para engañarle, ordena
hacerle entender que quiero
levantarme con sus tierras,
y combatirle a Berganza,
siendo Duque por mí della.
···············
Creyólo, desposeyóme
de mi Estado y las riquezas
que en el gobierno adquirí:
llevóme a una fortaleza,
donde sin bastar los ruegos,
ni lágrimas de Isabela,
mi hija y su esposa, manda
que me corten la cabeza.
Supe una noche propicia
el rigor de la sentencia;
···············
me descolgué de los muros,
y en aquella noche mesma
di aviso que me siguiese
a mi esposa, la Duquesa.
Supo el Rey mi fuga, y manda
que al són de roncas trompetas
me publiquen por traidor,
dando licencia a cualquiera
para quitarme la vida,
poniendo mortales penas
[p. 181]a quien, sabiendo de mí,
no me lleve a su presencia.
···············
Murió mi esposa querida,
y un hijo hermoso me deja,
que en este traje criado,
comprando ganado y tierras,
y hecho de duque pastor,
ha ya veinte primaveras
que han dado flores a mayo,
hierba al prado y a mí penas.
···············
(Habitación de doña Magdalena.)
Doña Juana, doña Magdalena.
Doña Juana.
Don Dionís, señora, viene
a darte lición. (Vase.)
Doña Mag.
A dar
lición vendrá de callar,
pues aun palabras no tiene.
De suerte me trata amor,
que mi pena no consiente
más silencio; abiertamente
le declararé mi amor,
contra el común orden y uso,
mas tiene de ser de modo
[p. 182]que, diciéndoselo todo,
le he de dejar más confuso.
(Siéntase en una silla y finge que duerme.)
Mireno, doña Magdalena.
Mireno.
¿Qué me manda vuexcelencia?
¿Es hora de dar lición?
(Ap.) (Ya comienza el corazón
a temblar en su presencia.
Pues que calla, no me ha visto;
sentada sobre la silla,
con la mano en la mejilla
está.)
Doña Mag.
(Ap.) En vano me resisto.
Yo quiero dar a entenderme,
como que dormida estoy.
[Pg 183]
Mireno.
Don Dionís, señora, soy.—
No me responde. ¿Si duerme?
Durmiendo está. Atrevimiento,
agora es tiempo; llegad
a contemplar la beldad
que ofusca mi entendimiento.
Cerrados tiene los ojos,
llegar puedo sin temor;
que si son flechas de amor,
no me podrán dar enojos.
[p. 185]¿Hizo el autor soberano
de nuestra naturaleza
más acabada belleza?
Besarla quiero una mano.
¿Llegaré? Sí; pero no,
que es la reliquia divina,
y mi humilde boca indina
de tocarla. Pero yo
soy hombre ¡y tiemblo! ¿Qué es esto?
Ánimo. ¿No duerme? Sí.
(Llega, y se retira.)
Voy. ¿Si despierta? ¡Ay de mí!
Que el peligro es manifiesto,
···············
El temor al amor venza:
afuera quiero esperar.
Doña Mag.
(Ap.) ¡Que no se atrevió a llegar!
¡Mal haya tanta vergüenza!
Mireno.
No parezco bien aquí
solo, pues durmiendo está.
Yo me voy. (Ap.)
Doña Mag.
(¿Que al fin se va?)
(Fingiendo que habla dormida.)
Don Dionís...
Mireno.
¿Llamóme? Sí.
¡Qué presto que despertó!
Miren ¡qué bueno quedara
[p. 186]si mi intento ejecutara!
¿Está despierta? Mas no,
que en sueños pienso que acierta
mi esperanza entretenida,
y quien me llama dormida
no me quiere mal despierta.
¿Si acaso soñando está
en mí? ¡Ay, cielos! ¿Quién supiera
lo que dice?
Doña Mag.
No os vais fuera;
llegaos, don Dionís, acá.
Mireno.
Llegar me manda en su sueño.
¡Qué venturosa ocasión!
Obedecella es razón,
pues, aunque duerme, es mi dueño.
Amor, acabad de hablar;
no seáis corto.
Doña Mag.
Don Dionís,
ya que a enseñarme venís
a un tiempo a escribir y amar
al Conde de Vasconcelos...
Mireno.
¡Ay, celos! ¿Qué es lo que veis?
Doña Mag.
Quisiera ver si sabéis
qué es amor y qué son celos:
porque será cosa grave
que ignorante por vos quede,
pues que ninguno otro puede
enseñar lo que no sabe.
Decidme, ¿tenéis amor?
[p. 187]¿De qué os ponéis colorado?
¿Qué vergüenza os ha turbado?
Responded, dejá el temor;
que el amor es un tributo
y una deuda natural
en cuantos viven, igual
desde el ángel hasta el bruto.
Si esto es verdad, ¿para qué
os avergonzáis así?
¿Queréis bien? —Señora, sí.—
¡Gracias a Dios que os saqué
una palabra siquiera!
···············
¿Y habéis dicho a vuestra dama
vuestro amor? —No me he atrevido.
—¿Luego nunca lo ha sabido?
—Como el amor todo es llama
bien lo habrá echado de ver
por los ojos lisonjeros,
que son mudos pregoneros.
—La lengua tiene de hacer
ese oficio; que no entiende
distintamente quien ama
esa lengua que se llama
algarabía de allende.
¿No os ha dado ella ocasión
para declararos? —Tanta,
que mi cortedad me espanta.
—Hablad, que esa suspensión
[p. 188]hace a vuestro amor agravio.
—Temo perder por hablar
lo que gozo por callar.
—Eso es necedad; que un sabio
al que calla y tiene amor
compara a un lienzo pintado
de Flandes, que está arrollado.
Poco medrará el pintor
si los lienzos no descoge
que al vulgo quiere vender
para que los pueda ver.
El palacio nunca acoge
la vergüenza: esa pintura
desdoblad, pues que se vende,
que el mal que nunca se entiende
difícilmente se cura.
—Sí; mas la desigualdad
que hay, señora, entre los dos,
me acobarda. —Amor, ¿no es dios?
—Sí, señora. —Pues hablad;
que sus absolutas leyes
saben abatir monarcas,
e igualar con las abarcas
las coronas de los reyes.
Yo os quiero ser medianera:
decidme a mí a quién amáis.
—No me atrevo. —¿Qué dudáis?
¿Soy mala para tercera?
—No; pero temo, ¡ay de mí!
[p. 189]—¿Y si yo su nombre os doy?
¿Diréis si es ella, si soy
yo acaso? —Señora, sí.
—¡Acabara yo de hablar!
¿Mas que sé que os causa celos
el Conde de Vasconcelos?
—Háceme desesperar;
que es, señora, vuestro igual
y heredero de Berganza.
—La igualdad y semejanza
no está en que sea principal,
o humilde y pobre el amante,
sino en la conformidad
del alma y la voluntad.
Declaraos de aquí adelante,
don Dionís; a esto os exhorto;
que en juegos de amor no es cargo
tan grande un cinco de largo
como es un cinco de corto.
Días ha que os preferí
al Conde de Vasconcelos.
Mireno.
¡Qué escucho, piadosos cielos!
(Da un grito Mireno, y hace que despierta doña Magdalena.)
Doña Mag.
¡Ay, Jesús! ¿Quién está aquí?
¿Quién os trajo a mi presencia,
don Dionís?
Mireno.
Señora mía...
[p. 190]Doña Mag.
¿Qué hacéis aquí?
Mireno.
Yo venía
a dar a vuestra excelencia
lición; halléla durmiendo,
y mientras que despertaba,
aquí, señora, aguardaba.
Doña Mag.
Dormíme, en fin, y no entiendo
de qué pudo sucederme;
que es gran novedad en mí
quedarme dormida ansí. (Levántase.)
Mireno.
Si sueña, siempre que duerme
vuestra excelencia, del modo
que agora, ¡dichoso yo!
Doña Mag.
(Ap.) ¡Gracias al cielo que habló
este mudo!
Mireno.
(Ap.) Tiemblo todo.
Doña Mag.
¿Sabéis vos lo que he soñado?
Mireno.
Poco es menester saber
para eso.
Doña Mag.
Debéis de ser
otro José.
Mireno.
Su traslado
en la cortedad he sido,
pero no en adivinar.
Doña Mag.
Acabad de declarar
cómo el sueño habéis sabido.
Mireno.
Durmiendo vuestra excelencia,
por palabras le ha explicado.
Doña Mag.
¡Válame Dios!
[p. 191]Mireno.
Y he sacado
en mi favor la sentencia,
que falta ser confirmada,
para hacer mi dicha cierta,
por vuexcelencia despierta.
Doña Mag.
Yo no me acuerdo de nada.
Decídmelo; podrá ser
que me acuerde de algo agora.
Mireno.
No me atrevo, gran señora.
Doña Mag.
Muy malo debe de ser,
pues no me lo osáis decir.
Mireno.
No tiene cosa peor
que haber sido en mi favor.
Doña Mag.
Mucho lo deseo oír:
acabad ya, por mi vida.
Mireno.
Es tan grande el juramento,
que anima mi atrevimiento.
Vuestra excelencia dormida...
—Tengo vergüenza.—
Doña Mag.
Acabad;
que estáis, don Dionís, pesado.
Mireno.
Abiertamente ha mostrado
que me tiene voluntad.
Doña Mag.
¿Yo? ¿Cómo?
Mireno.
Alumbró mis celos,
y en sueños me ha prometido...
Doña Mag.
¿Sí?
Mireno.
Que he de ser preferido
al Conde de Vasconcelos.
[p. 192]Mire si en esta ocasión
son los favores pequeños.
Doña Mag.
Don Dionís, no creáis en sueños,
que los sueños, sueños son. (Vase.)
Mireno.
¿Ahora sales con eso?
Cuando sube mi esperanza,
¡carga el desdén la balanza
y se deja en fiel el peso!
···············
Calle el alma su pasión
y sirva a mejores dueños,
sin dar crédito a más sueños,
que los sueños, sueños son.
[Don Antonio declara
su amor a doña Serafina. Esta le rechaza
y le afea su conducta por haberse fingido secretario del Duque. Don Antonio, al
verse así despreciado, arroja a los pies de doña
Serafina el retrato que hizo pintar en el jardín, y se marcha
indignado.
Doña Serafina
examina el retrato y nota que aquel hombre tiene con ella un
extraordinario pare[p.
193]cido. Deseando saber quién es el retratado, llama nuevamente
al conde don Antonio para que se lo
confiese; y el Conde inventa un nuevo
ardid para conseguir el amor de Serafina.
Dice que él no está directamente interesado en aquel amor y que se
introdujo fraudulentamente en Palacio para servir de mediador entre
doña Serafina y don
Dionís de Coímbra, el cual se enamoró de ella un día
que estuvo en Avero disfrazado de pastor.—Aquel retrato es de
don Dionís. Doña
Serafina cree el embuste y accede a tener aquella noche
una entrevista con el don Dionís del
retrato.]
Habitación de doña Magdalena.
El Duque, doña Magdalena; después Mireno.
Duque.
Quiero veros dar lición;
que la carta que ayer vi
para el Conde, en que leí
del sobrescrito el renglón,
me contentó. Ya escribís
muy claro.
Doña Mag.
Y aún no lo entiende
con ser tan claro, y se ofende
mi maestro don Dionís.
(Sale Mireno.)
Mireno.
¿Llámame vuestra excelencia?
Doña Mag.
Sí; que el Duque, mi señor,
[p. 194]quiere ver si algo mejor
escribo. Vos experiencia
tenéis de cuán escribana
soy; ¿no es verdad?
Mireno.
Sí, señora.
Doña Mag.
Escribí, no ha un cuarto de hora,
medio dormida, una plana
tan clara, que la entendiera
aun quien no sabe leer.
¿No me doy bien a entender,
don Dionís?
Mireno.
Muy bien.
Doña Mag.
Pudiera
serviros, según fué buena,
de materia para hablar
en su loor.
Mireno.
Con callar
la alabo: sólo condena
mi gusto el postrer renglón,
por más que la pluma excuso,
porque estaba muy confuso.
Doña Mag.
Diréislo por el borrón
que eché a la postre.
Mireno.
¿Pues no?
Doña Mag.
Pues adrede le eché allí.
Mireno.
Sólo el borrón corregí,
porque lo demás borró.
Doña Mag.
Bien lo pudisteis quitar,
que un borrón no es mucha mengua.
[p. 195]Mireno.
¿Cómo?
Doña Mag.
(Aparte a Mireno.)
El borrón con la lengua
se quita, y no con callar.—
Ahora bien, cortá una pluma.
Mireno.
Ya, gran señora, la corto.
Doña Mag.
(Enojada.) Acabad, que sois muy corto.
Vuestra excelencia presuma
que de vergüenza no sabe
hacer cosa de provecho.
Duque.
Con todo, estoy satisfecho
de su letra.
Doña Mag.
Es cosa grave
el dalle avisos por puntos,
sin que aproveche. Acabad.
Duque.
Magdalena, reportad.
Mireno.
¿Han de ser cortos los puntos?
Doña Mag.
¡Qué amigo sois de lo corto!
Largos los pido; cortaldos
de aqueste modo, o dejaldos.
Mireno.
Ya, gran señora, los corto.
Duque.
¡Qué mal acondicionada
sois!
Doña Mag.
Un hombre vergonzoso
y corto, es siempre enfadoso.
Mireno.
Ya está la pluma cortada.
Doña Mag.
Mostrad. ¡Y qué mala! ¡Ay Dios!
(Pruébala y arrójala.)
Duque.
¿Por qué la echáis en el suelo?
[p. 196]Doña Mag.
¡Siempre me la dais con pelo!
Líbreme el cielo de vos.
Quitalde con el cuchillo.
No sé de vos qué presuma;
siempre con pelo la pluma
(Ap.) y la lengua con frenillo.
Mireno.
(Ap.)Propicios me son los cielos;
todo esto es en mi favor.
El Conde.—Dichos.
Conde.
Dadme albricias, gran señor;
el Conde de Vasconcelos
está sólo una jornada
de vuestra villa.
Doña Mag.
(Ap.)¡Ay de mí!
Conde.
Mañana llegará aquí,
porque trae tan limitada,
dicen, del Rey la licencia,
que no hará más de casarse
mañana, y luego tornarse.
Apreste vuestra excelencia
lo necesario, que yo
voy a recebirle luego.
Duque.
¿No me escribe?
Conde.
Aqueste pliego.
Duque.
Hija, la ocasión llegó
que deseo.
[p. 197]Doña Mag.
(Ap.) Saldrá vana.
Mireno.
(Ap.) ¡Ay, cielo!
Doña Mag.
(Ap.) Mi bien suspira.
Duque.
Vamos, deja aqueso y mira
que te has de casar mañana.
(Vanse el Duque y el Conde.)
Doña Mag.
(Escribe.) Don Dionís, en acabando
de escribir aquí, leed
este billete, y haced
luego lo que en él os mando.
Mireno.
Si ya la ocasión perdí,
¿qué he de hacer? ¡Ay, suerte dura!
Doña Mag.
Amor todo es coyuntura. (Vase.)
Mireno.
Fuése. El papel dice ansí:
(Lee.) No da el tiempo más espacio:
esta noche en el jardín
tendrán los temores fin
del Vergonzoso en Palacio.
¡Cielos! ¿Qué escucho? ¿Qué veo?
¿Esta noche? ¡Hay más ventura!
¿Si lo sueño? ¿Si es locura?
No es posible, no lo creo.
Esta noche en el jardín...
¡Vive Dios, que está aquí escrito
mi bien! A buscar a Brito
voy. ¿Hay más dichoso fin?
[p. 198]Presto en tu florido espacio
dará envidia entre mis celos
al Conde de Vasconcelos
el Vergonzoso en Palacio. (Vase.)
[Lauro sabe que su hijo está en Avero y decide ir a verle.]
Palacio del Duque, con jardín. Es de noche.
Doña Juana y doña Serafina, a una ventana.
Doña Ser.
¡Ay, querida doña Juana!
Nota de mi fama doy;
mas si no me declaro hoy,
me casa el Duque mañana.
Doña Juana.
Don Dionís, señora, es tal,
que no llega don Duarte
con la más mínima parte
a su valor. Portugal
por su padre llora hoy día;
para en uno sois los dos;
gozaos mil años.
Doña Ser.
¡Ay, Dios!
Doña Juana.
No temas, señora mía,
que mi primo fué por él;
presto le traerá consigo.
[p. 199]Doña Ser.
Él tiene un notable amigo.
Doña Juana.
Pocos se hallarán como él.
Don Antonio y después Tarso, como de noche.—Dichas.
Don Ant.
Hoy, amor, vuestras quimeras
de noche me han convertido
en un don Dionís fingido
y un don Antonio de veras.
Por uno y otro he de hablar.
Gente siento a la ventana.
Doña Juana.
Ruido suena; no fué vana
mi esperanza.
Tarso.
Este lugar
mi dichoso don Dionís
me manda que mire y ronde
por si hay gente.
Doña Juana.
Ce: ¿es el Conde?
Don Ant.
Sí, mi señora.
Doña Juana.
¿Venís
con don Dionís?
Tarso.
(Ap.) ¿Cómo es esto?
¿Don Dionís? La burla es buena.
¿Mas si es doña Magdalena?
Reconocer este puesto
me manda, porque le avise
[p. 200]si anda gente, y me parece
que otro en su lugar se ofrece;
y que le ronde, ande y pise,
vaya; mas que es don Dionís,
eso no.
Don Ant.
Conmigo viene
un don Dionís, que os previene
el alma, que ya adquirís,
para ofrecerse a esas plantas.
Hablad, don Dionís; ¿qué hacéis?
(Finge la voz.)
¿Que estoy suspenso no veis,
contemplando glorias tantas?
Pagar lo mucho que os debo
con palabras será mengua,
y ansí refreno la lengua,
porque en ella no me atrevo.
Mas, señora, amor es dios,
y por mí podrá pagar.
Doña Juana.
(Ap.) ¡Bien sabe disimular
el habla!
Doña Ser.
¿No tenéis vos
crédito para pagarme
esta deuda?
Don Ant.
No lo sé;
mas buen fiador os daré:
el Conde puede fiarme.—
Yo os fío.
Tarso.
(Ap.)¡Válgate el diablo!
[p. 201]sólo un hombre es, vive Dios,
y parece que son dos.
Don Ant.
Con mucho peligro os hablo
aquí; haced mi dicha cierta,
y tengan mis penas fin.
Doña Ser.
Pues ¿qué queréis?
Don Ant.
Del jardín
tengo ya franca la puerta.
Doña Juana.
Mira que suele rondarte
don Duarte, señora mía,
y que si aguardas al día,
has de ser de don Duarte;
cualquier dilación es mala.
Doña Ser.
¡Ay, Dios!
Doña Juana.
¡Qué tímida eres!
¿Entrará?
Doña Ser.
Haz lo que quisieres.
Don Ant.
Don Dionís, amor te iguala
a la ventura mayor
que pudo dar: corresponde
a tu dicha. —Amigo Conde,
por vuestra industria y favor
he adquirido tanto bien:
dadme esos brazos; yo soy
tu amigo, Conde, desde hoy.—
Yo vuestro esclavo. —Está bien:
dará el tiempo testimonio
desta deuda. —Aquí te aguardo,
[p. 202]que así mis amigos guardo:
entrad. —Adiós, don Antonio.
(Éntrase.)
Doña Ser.
¿Entró?
Doña Juana.
Sí.
Doña Ser.
¡Que deste modo
fuerce amor a una mujer!
Mas por sólo no lo ser
del de Estremoz, poco es todo.
(Vanse de la ventana.)
···············
Mireno, de noche.—Tarso.
Mireno.
Él se debió de quedar,
como acostumbra, dormido.
Tarso.
Ya queda sustituído
por otro aquí tu lugar.
Mireno.
¿Qué dices, necio? Responde:
vienes aquí a ver si hay gente,
¡y estáste aquí, impertinente!
Tarso.
Gente ha habido.
Mireno.
¿Quién?
Tarso.
Un Conde,
y un don Dionís de tu nombre,
que es uno y parecen dos.
Mireno.
¿Estás sin seso?
[p. 203]Tarso.
Por Dios,
que acaba de entrar un hombre
con tu doña Magdalena,
que, o es colegial trilingüe,
o a sí propio se distingue,
o es tu alma que anda en pena.
Más sabe que veinte Ulises.
Algún traidor te ha burlado,
o yo este enredo he soñado,
o aquí hay dos don Dionises.
Mireno.
Soñástelo.
Tarso.
¡Norabuena!
Doña Magdalena, a la ventana.—Mireno, Tarso.
Doña Mag.
¿Si habrá don Dionís venido?
Tarso.
A la ventana ha salido
un bulto.
Doña Mag.
¡Ay Dios! Gente suena.
Ce: ¿es don Dionís?
Mireno.
Mi señora,
yo soy ese venturoso.
Doña Mag.
Entrad, pues, mi vergonzoso.
(Vase de la ventana.)
Mireno.
¿Crês, que lo soñaste agora?
Tarso.
No sé.
Mireno.
Si mi cortedad
[p. 204]fué vergüenza, adiós vergüenza;
que seréis, como no os venza,
desde agora necedad. (Vase.)
···············
[Lauro, Ruy Lorenzo y algunos pastores llegan a Avero en el momento en que un heraldo publica el siguiente bando:]
“El rey nuestro señor, Alfonso el V, manda: Que en todos sus Estados reales, con solemnes y públicos pregones, se publique el castigo que en Lisboa se hizo del traidor Vasco Fernández, por las traiciones que a su tío el duque don Pedro de Coímbra ha levantado, a quien por leal vasallo y noble, y en todos sus Estados restituye; mandando que en cualquier parte que asista, si es vivo, le respeten como a él mismo; y si es muerto, su imagen hecha al vivo pongan sobre un caballo, y una palma en la mano, le lleven a su corte, saliendo a recebirle los lugares: y declara a los hijos que tuviere por herederos de su patrimonio, dando a Vasco Fernández y a sus hijos por traidores, sembrándoles sus casas de sal, como es costumbre en estos reinos, desde el antiguo tiempo de los godos. Mándase pregonar para que venga a noticia de todos.”
···············
[p. 205]
[p. 207]Lauro.
Gracias a vuestra piedad,
recto Juez, clemente y sabio,
que volvéis por mi justicia.
Ruy.
El parabién quiero daros
con las lágrimas que vierto:
gocéisle, Duque, mil años.
Duque.
¿Qué labradores son éstos,
que hacen extremos tantos?
Conde.
¡Ah, buena gente! Mirad
que os llama el Duque.
Lauro.
Trabajos,
si me habéis tenido mudo,
ya es tiempo de hablar. ¿Qué aguardo?
Dadme aquesos brazos nobles,
Duque ilustre, primo caro.
Don Pedro soy.
Duque.
¡Santos cielos,
dos mil gracias quiero daros!
Conde.
¡Gran Duque! ¡En aqueste traje!
Lauro.
En éste me he conservado
con vida y honra hasta agora.
···············
Duque.
Es el Conde de Estremoz,
a quien la palabra he dado
de casalle con mi hija
la menor, y agora aguardo
al Conde de Vasconcelos,
sobrino vuestro.
Lauro.
Mi hermano
[p. 208]estará ya arrepentido,
si traidores le engañaron.
Duque.
Doile a doña Magdalena,
mi hija mayor.
Lauro.
Sois sabio
en escoger tales yernos.
Duque.
Y venturoso otro tanto,
en que seréis su padrino.
Ruy.
(Ap.) Aunque el Conde me ha mirado,
no me ha conocido. ¡Ay cielos!
¿Quién vengará mis agravios?
Duque.
Hola, llamad a mis hijas,
que de suceso tan raro,
por la parte que les toca,
es bien darles cuenta...
Doña Magdalena, doña Serafina. Doña Juana.—Dichos.
Doña Mag.
¿Qué manda vuestra excelencia?
Duque.
Que beséis, hijas, las manos
al gran Duque de Coímbra,
vuestro tío.
Doña Mag.
¡Caso raro!
Lauro.
Lloro de contento y gozo.
Doña Ser.
(Ap.) Mi suerte y ventura alabo:
ya segura gozaré
[p. 209]mi don Dionís, pues ha dado
fin el cielo a sus desdichas.
Lauro.
Gocéis, sobrinas, mil años,
los esposos que os esperan.
Doña Ser.
El cielo guarde otros tantos
la vida de vuexcelencia.
Doña Mag.
Si la mía estima en algo,
le suplico, así propicios
de aquí adelante los hados
le dejen ver reyes nietos
y venguen de sus contrarios,
que este casamiento impida.
Duque.
¿Cómo es eso?
Doña Mag.
Aunque el recato
de la mujeril vergüenza
cerrarme intente los labios,
digo, señor, que ya estoy
casada.
Duque.
¡Cómo! ¿Qué aguardo?
¿Estás sin seso, atrevida?
Doña Mag.
El cielo y amor me han dado
esposo, aunque humilde y pobre,
discreto, mozo y gallardo.
Duque.
¿Qué dices, loca? ¿Pretendes
que te mate?
Doña Mag.
El secretario
que me diste por maestro
es mi esposo.
Duque.
Cierra el labio.
[p. 210]¡Ay, desdichada vejez!
Vil, ¿por un hombre tan bajo
al Conde de Vasconcelos
desprecias?
Doña Mag.
Ya le ha igualado
a mi calidad amor,
que sabe humillar los altos
y ensalzar a los humildes.
Duque.
Daréte la muerte.
Lauro.
Paso,
que es mi hijo vuestro yerno.
Duque.
¿Cómo es eso?
Lauro.
El secretario
de mi sobrina, vuestra hija,
es Mireno, a quien ya llamo
don Dionís, y mi heredero.
Duque.
Ya vuelvo en mí: por bien dado
doy mi agravio de ese modo.
Doña Mag.
¿Hijo es vuestro? ¡Ay, Dios! ¿Qué aguardo,
que no beso vuestros pies?
Doña Ser.
Eso no, porque es engaño:
don Dionís, hijo del Duque
de Coímbra, es quien me ha dado
mano y palabra de esposo.
Duque.
¡Hay hombre más desdichado!
Doña Ser.
Doña Juana es buen testigo.
[p. 211]Doña Mag.
Don Dionís está en mi cuarto,
y mi cámara.
Doña Ser.
¡Qué bueno!
En la mía está encerrado.
Lauro.
Yo no tengo más que un hijo.
Duque.
Tráiganlos luego. ¡En qué caos
de confusión estoy puesto!
···············
Mireno.—Dichos.
Mireno.
Confuso vengo a tus pies.
Lauro.
Hijo mío, aquesos brazos
den nueva vida a estas canas.
Este es don Dionís.
Doña Ser.
¿Qué engaños
son éstos, cielos crueles?
Duque.
Abrazadme, que ya ha hallado
el más gallardo heredero
de Portugal, este Estado.
Lauro.
¿Qué miras, hijo, perplejo?
El nombre tosco ha cesado
que de Mireno tuviste;
ni lo eres, ni soy Lauro,
sino el Duque de Coímbra:
el Rey está ya informado
de mi inocencia.
[p. 212]Mireno.
¿Qué escucho?
¡Cielos! ¡Amor! ¡Bienes tantos!
Don Antonio.—Dichos.
Don Ant.
Dame, señor, esos pies.
Duque.
¿A qué venís, secretario?
Doña Ser.
Conde, ¿qué es de don Dionís,
mi esposo?
···············
[Se descubre que don Antonio es el Conde de Penela; el Duque le perdona y accede a que doña Serafina sea su esposa. El Conde de Estremoz se casa con Leonela, hermana de Ruy Lorenzo, y éste, después de perdonado, vuelve a ocupar el cargo de secretario.]
[p. 213]
FERNANDO PIZARRO
Gonzalo, ¿cómo es posible
que el ánimo os satisfaga
si por el premio o la paga
hacéis el valor vendible?
Hasta ese punto invencible,
ya os habéis afeminado,
que quien hace interesado
cuando de su esfuerzo fía
las hazañas granjería,
mercader es, no soldado.
Hágase al plebeyo igual,
pierda de noble la ley
quien a su patria o su rey
le sirve por el jornal;
que el generoso, el leal,
el premio que ha de adquirir
es la fama hasta morir,
y ésta estriba en pretender
[p. 214]merecer por merecer,
servir sólo por servir.
Fuí a España, y a Carlos Quinto
le presenté este occidente,
y ya veis si del presente
lo que se vende es distinto.
Cuanto esta zona, este cinto
ciñe y abraza este mar
le di; no había de tomar
corta paga, a no ser necio,
que lo que no tiene precio
mejor se está sin premiar.
En Almagro el César doble
gobiernos que ha menester;
cobre él como mercader,
sírvale yo como noble.
De estéril laurel y roble
coronó la antigüedad
al valor y a la lealtad
y de infructífera grama,
en prueba de que la fama
sólo busca eternidad.
[p. 215]
El condenado por desconfiado. | 5 |
La prudencia en la mujer. | 69 |
El vergonzoso en palacio. | 139 |
La lealtad contra la envidia. | 213 |
Página. | Línea. | Dice. | Debe decir. |
8 | 6 | vil y de barro | vil, de barro |
13 | 17 | ¿Qué de hacer? | ¿Qué he de hacer? |
48 | 25 | Alcalde | Alcaide |
119 | 18 | agravïado, | agraviado, |
121 | 21 | daré a Trujillo | daré Trujillo |
Nota de transcripción