Title: An Elementary Spanish Reader
Author: Earl Stanley Harrison
Release date: July 13, 2007 [eBook #22065]
Language: Spanish
Credits: Produced by Juliet Sutherland, Chuck Greif and the Online
Distributed Proofreading Team at http://www.pgdp.net
BY
FIRST ASSISTANT IN MODERN LANGUAGES IN THE COMMERCIAL HIGH SCHOOL, BROOKLYN, NEW YORK
GINN AND COMPANY
BOSTON—NEW YORK—CHICAGO—LONDON
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COPYRIGHT, 1912, BY
E. S. HARRISON
ALL RIGHTS RESERVED
917.6
The Athenæum Press
GINN AND COMPANY—PROPRIETORS
BOSTON—U.S.A.
The increasing study of Spanish in high schools and colleges has made necessary the preparation of a text of a simpler character than those now in common use.
In the present text, especially in the first selections, the language has been simplified so that reading may be begun at a very early stage in the pupil's work. It has not been considered necessary to supply notes, as the matter is simple and the vocabulary furnishes all necessary information. All verb forms occurring in the text, whether regular or irregular, are given in the vocabulary.
There is constant repetition of common words and expressions, so that comparatively long lessons may be assigned and the pupil may be enabled to acquire an extensive knowledge of useful every-day Spanish and become familiar with the structure of the Spanish sentence at an earlier period than has been possible heretofore.
Selection XII is taken from "Tradiciones y leyendas españolas" by Don Luciano García de Real (Barcelona, 1898). Selections IV, VI, IX, X, XIII, are taken from the "Biblioteca de las tradiciones populares españolas" (Madrid, 1886). The remaining selections are taken from various sources or adapted from English or German.
Many changes have been made in all the selections, except in the fables of Iriarte and the story by Fernán Caballero, in order to render the material suitable for beginners.
E. S. H.
I. | El cuento del pollo |
II. | Un hombre insaciable |
III. | Los tres osos |
IV. | Los tres barcos |
V. | El testamento |
VI. | Don juan bolondrón |
VII. | Buena ganga |
VIII. | El médico tunante |
IX. | El príncipe jalma |
X. | El palacio de madrid |
XI. | Las metamorfosis del picapedrero |
XII. | El caballo de aliatar |
XIII. | El príncipe oso |
XIV. | Adivinanzas |
XV. | Anécdotas |
XVI. | El burro flautista Tomás de Iriarte |
XVII. | El oso, la mona y el cerdo Tomás de Iriarte |
XVIII. | El pato y la serpiente Tomás de Iriarte |
XIX. | Los dos conejos Tomás de Iriarte |
XX. | La abeja y el cuclillo Tomás de Iriarte |
XXI. | La ardilla y el caballo Tomás de Iriarte |
VOCABULARY |
EL RICO EXTREMEÑO Y EL EXTRANJERO
Un día un pollo entra en un bosque. Una bellota cae en su cabeza. El pobre pollo cree que el cielo ha caído sobre él. Corre para informar al rey.
En el camino encuentra una gallina.
—¿A dónde vas?—pregunta la gallina. 5
—¡Oh!—dice el pollo,—el cielo ha caído en mi cabeza y voy a informar al rey.
—Yo voy también, si quieres,—responde la gallina y se marchan juntos el pollo y la gallina al palacio del rey.
En el camino encuentran un gallo. 10
—¿A dónde vas?—pregunta el gallo a la gallina.
—¡Oh!—dice la gallina—el cielo ha caído sobre la cabeza del pobre pollo y vamos a informar al rey.
—Yo voy también, si quieres,—responde el gallo y se marchan juntos el pollo, la gallina y el gallo al palacio del rey. 15
En el camino encuentran un pato.
—¿A dónde vas?—pregunta el pato al gallo.
—¡Oh!—dice el gallo,—el cielo ha caído en la cabeza del pobre pollo y vamos a informar al rey.
—Yo voy también, si quieres—responde el pato y se 20 marchan juntos el pollo, la gallina, el gallo y el pato al palacio del rey.
En el camino encuentran un ganso.
—¿A dónde vas?—pregunta el ganso al pato.
—¡Oh!—dice el pato,—el cielo ha caído en la cabeza del pobre pollo y vamos a informar al rey.
—Yo voy también, si quieres,—responde el ganso y se marchan juntos el pollo, la gallina, el gallo, el pato y el ganso al palacio del rey. 25
En el camino encuentran un pavo. El pavo quiere ir con ellos a informar al rey que el cielo ha caído. Ninguno de los pobres animales sabe el camino.
En este momento encuentran una zorra. La zorra dice que quiere enseñarles el camino al palacio del rey. Todos van 30 con ella; pero ella los conduce a su cubil. Aquí la zorra y sus cachorros se comen el pobre pollo y la gallina y el gallo y el pato y el ganso y el pavo. Los pobres no van al palacio y no pueden informar al rey que el cielo ha caído sobre la cabeza del pobre pollo. 35
En Extremadura vivía un hombre. El hombre era rico. Era muy rico. Tenía casas y viñas, vacas y ovejas, caballos y cerdos. Las casas eran grandes y nuevas. Las viñas tenían muchas uvas. Las vacas, las ovejas y los cerdos estaban muy gordos. Los caballos eran los más hermosos de Extremadura. 5
El hombre tenía todavía más. Tenía una buena mujer y buenos hijos. Tenía todo lo que podía desear; pero el hombre no estaba satisfecho. No estaba satisfecho con Dios ni con su mujer ni con sus hijos. Tampoco estaba satisfecho del tiempo. 10
Cuando hacía frío decía:—Hace frío; este tiempo no es bueno para mis viñas.
Cuando llovía, exclamaba:—Llueve demasiado; el tiempo está muy húmedo. Debemos tener sol.
Cuando hacía sol, tampoco estaba satisfecho. Hoy hacía 15 mucho frío, mañana mucho calor; ora el tiempo era muy húmedo, ora muy seco.
Un día entró en su viña. Allí estaban las hermosas uvas. Tenía más uvas que todas las otras personas de Extremadura; pero no estaba satisfecho.—Estas uvas son muy pequeñas—dijo.—Hace20 mal tiempo; hace mucho frío. No hace bastante calor.
En este momento se presentó en la viña un hombre alto y hermoso. Este hombre dijo:—Nunca está Vd. satisfecho del tiempo. Siempre hace frío o calor, es muy húmedo o muy 25 seco. ¿Puede Vd. hacer un tiempo mejor?—Sí,—respondió el hombre rico,—yo puedo hacer mejor tiempo.—Pues bien,—dijo el extranjero,—el año que viene debe Vd. hacer el tiempo para sus viñas.
Entonces el extranjero desapareció. 30
El año próximo llegó. Era el mes de marzo.—Quiero nieve,—dijo el hombre rico. Entonces empezó a nevar. Llegó el mes de abril.—Ahora quiero lluvia,—dijo el hombre rico. Entonces empezó a llover.—Muy bien,—dijo el hombre,—pero ahora quiero un tiempo caluroso. Entonces 35 hacía sol y el hombre estaba satisfecho con sus viñas y con el tiempo.
Así el hombre hacía el tiempo todo el verano. Llovía cuando quería y hacía sol cuando quería. Tenía en la viña muchas hermosas uvas. Entonces dijo:—Mis uvas son las 40 más hermosas de Extremadura. Nunca he visto uvas tan hermosas.
Al fin llegó el otoño y empezó la vendimia. El hombre cogió algunas uvas pero eran ácidas como el vinagre. Nunca había visto uvas tan agrias. En este momento llegó el extranjero.—Este45 año,—dijo—hace Vd. el tiempo. ¿Cómo encuentra las uvas?—Malas, muy malas,—respondió el hombre rico,—son ácidas como el vinagre.
Entonces dijo el extranjero,—Ya lo comprendo. Vd. ha dado a la viña nieve, lluvia, sol, calor y frío, pero ha 50 olvidado el viento.
Cerca de un bosque hermoso vivían tres osos. Estos osos eran muy buenos y amables. Habían construido una 5 casa cómoda solamente con una puerta y una ventana. Uno de los osos era muy pequeño, uno de tamaño mediano y el otro muy grande.
Tenían en la casa todo lo necesario. Tenían un plato pequeño para el oso pequeño, un plato mediano para el oso 10 mediano, y un plato grande para el oso grande. Tenían una silla pequeña para el oso pequeño, una silla mediana para el oso mediano, y una silla grande para el oso grande. Tenían una cama pequeña para el oso pequeño, una cama mediana para el oso mediano, y una cama grande para el oso grande. 15 Y esto era todo.
Una mañana tenían sopa para el almuerzo. Echaron la sopa en los platos. Pero la sopa estaba tan caliente que no podían tocarla con la lengua. Los osos, como Vds. saben, no emplean ni cucharas, ni cuchillos, ni tenedores. Los platos 20 de sopa estaban en el suelo, porque los osos no emplean mesas.
—Vamos a dar un paseo,—dijo el oso grande;—y cuando volvamos podemos tomar la sopa.
Los osos tenían hambre, mucha hambre, pero eran muy pacientes y salieron todos a dar un paseo por el bosque; primero 25 el oso grande, después el oso mediano y por último el oso pequeño.
Poco después entró una niña en el bosque. Vio la pequeña casa pero no sabía de quién era. Pensaba que la casa era muy hermosa y quería entrar para verla. Así, llamó a la 30 puerta.
Nadie respondió. Ella creía que todas las personas de la casa estaban dormidas. Llamó otra vez, pero nadie respondió. Ahora creía la niña que nadie estaba en la casa. Abrió la puerta y entró. Todo parecía tan cómodo que quería quedarse allí algunos minutos. Estaba muy cansada y 35 quería descansar.
Vio la niña los tres platos en el suelo. Tenía mucha hambre y quería probar la sopa. Probó la sopa que estaba en el plato grande. Estaba muy fría. Entonces probó la sopa que estaba en el plato mediano; pero estaba muy caliente. Entonces 40 probó la sopa que estaba en el plato pequeño y le gustó tanto que se la tomó toda.
Al otro lado del cuarto estaban las tres sillas. La niña quería descansar antes de ir a casa.
Primero probó la silla grande; pero era muy alta. Después 45 probó la silla mediana; pero era muy ancha. Por último probó la silla pequeña; pero al sentarse en ella la hizo pedazos.
Luego vio las camas en la alcoba, y quería dormir la siesta antes de ir a casa.
Primero probó la cama grande; pero era demasiado 50 blanda. Después probó la cama mediana; pero era demasiado dura. Por último probó la cama pequeña y como era muy cómoda y le gustó, se echó en ella y se durmió.
Mientras dormía los tres osos volvieron a casa. Tenían hambre después de su paseo y querían tomar la sopa. El oso 55 grande levantó su plato y bramó:
—¡Alguien ha probado mi sopa!
Entonces el oso mediano levantó su plato y gruñó:
—¡Alguien ha probado mi sopa también!
Por último el oso pequeño levantó su plato y gritó: 60
—¡Alguien ha probado mi sopa y se la ha tomado!
Entonces fueron todos al otro lado del cuarto a sentarse en sus sillas. Primero el oso grande probó su silla y bramó:
—¡Alguien se ha sentado en mi silla!
Entonces el oso mediano probó su silla y gruñó: 65
—¡Alguien se ha sentado en mi silla también!
Entonces el oso pequeño probó su silla y gritó:
—¡Alguien se ha sentado en mi silla y la ha hecho pedazos! 70
Después entraron todos en la alcoba. El oso grande fue el primero que vio su cama y bramó:
—¡Alguien ha dormido en mi cama!
Entonces el oso mediano vio su cama y gruñó:
—¡Alguien ha dormido en mi cama también! 75
Por último vio su cama el oso pequeño y gritó con voz aguda:
—¡Alguien ha dormido en mi cama y aquí está!
Este ruido despertó a la niña. Cuando abrió los ojos y vio a los osos, estaba muy asustada. Se levantó y huyó de la casa. 80 Los tres osos fueron a la puerta para mirar tras ella. Vieron que ella corría por el bosque hacia su casa. No la persiguieron, porque eran buenos y amables. Y eso es todo lo que sé acerca de la niña y de los tres osos que vivían en el hermoso bosque en la pequeña casa con solamente una ventana y una 85 puerta.
Cierto hombre rico tenía tres hijos. El hijo mayor no quería quedarse en casa; quería ver el mundo. Su padre dió su consentimiento. Una mañana salió el joven de la casa de su padre. El padre le dió su bendición. También le regaló 5 mucho dinero y un barco de oro. El joven se metió en el barco y se marchó. Llegó a una ciudad y fue a una posada. Los mozos de la posada pusieron el barco en una sala cerca de su alcoba. Entonces el joven salió a ver la ciudad.
Cuando pasó por el palacio vio un letrero en la puerta que 10 decía:
—Dentro del palacio está escondida la hija del rey. El que la encuentre puede casarse con ella.
Él entró para buscarla; pero el rey le dijo que si no podía encontrarla dentro de tres días sería encerrado en el palacio. Él la buscó, pero no podía encontrarla y le encerraron en un 15 cuarto del palacio.
Como el hijo mayor no volvió a casa, el segundo hijo salió a buscarle. Su padre le dió su bendición y le regaló un barco de plata. Se metió en el barco y se marchó. Después de algunos días llegó a la misma ciudad y a la misma posada que 20 su hermano. Los mozos de la posada pusieron el barco de plata en la misma sala con el barco de oro. Vio el joven el barco de oro y conoció que su hermano estaba en la ciudad.
Salió a ver la ciudad, pasó por el palacio y vio el letrero en 25 la puerta. Entró para buscar a la princesa. El rey dijo que allí estaba un joven encerrado porque no podía encontrarla. La misma suerte le esperaba si no podía encontrarla dentro de tres días. Él se decidió a buscarla pero tampoco la halló y le encerraron. 30
Como los dos hijos no volvieron a casa, el hijo menor quería ir a buscarlos. Su padre le dió su bendición y le regaló un barco de seda. Se metió en el barco y se marchó. Llegó a la misma ciudad y a la misma posada que sus hermanos. Los mozos pusieron su barco con los otros dos. Cuando vio el 35 barco de oro y el de plata conoció que sus hermanos estaban en la ciudad.
También salió este joven a ver la ciudad. Vio el letrero en la puerta del palacio del rey. Se sentó en una piedra cerca de la puerta pensando si entraría o no. Después de algunos 40 momentos se presentó una vieja que ofreció ayudarle. Ella preguntó si era rico. El contestó que tenía tres barcos, uno de oro, uno de plata y otro de seda. La vieja respondió:—
Debe Vd. mandar hacer un loro grande de oro con peana de plata. En vez de ojos debe tener agujeros. 45
Colocóse este hermoso pájaro de oro y plata cerca del palacio. Cuando lo vio el rey, quería examinarlo. Lo llevaron seis hombres al palacio. Le gustó mucho al rey este loro grande y creía que también gustaría a su hija. Por eso dijo a los seis hombres que llevasen el pájaro a la princesa. 50 El joven, que estaba dentro del loro, miraba por los agujeros que tenía en vez de ojos. Él notó que levantaron una baldosa detrás de una cama; que bajaron una escalera; que llegaron a un patio; que abrieron la entrada a otra escalera; que bajaron ésta y llegaron a otro patio; que abrieron una 55 puerta y allí estaba la princesa con dos compañeras. Las tres jóvenes estaban vestidas de la misma manera. Los seis hombres pusieron el loro en la alcoba de la princesa. Durante la noche el joven tenía sed y salió del loro para beber. Cuando cogió el vaso de agua tocó la mano de la princesa que también 60 tenía sed. La princesa estaba muy asustada pero el joven le dijo que iba a librarla de aquel encierro. Ella se tranquilizó y le dijo que llevaría en el dedo una cinta roja. Como sus compañeras tendrían cintas azules, él la conocería de esta manera.
Por la mañana sacaron el loro. Entonces el joven se presentó 65 en el palacio para buscar a la princesa. El rey le dijo que era necesario encontrarla dentro de tres días. Si no podía hacer esto le encerrarían con sus dos hermanos. Él insistió en entrar y comenzó a buscar. El primer día fingió no poder encontrarla. El segundo día sucedió lo mismo. El tercer 70 día, levantó la baldosa detrás de la cama, bajó la escalera, llegó al patio, abrió la entrada a la otra escalera, la bajó y llegó al otro patio, abrió la puerta y vio las tres jóvenes. El rey creía que no le era posible reconocer a la princesa entre sus compañeras. Pero él la escogió porque vio la cinta roja 75 en su dedo. Entonces el rey dijo:
—No tengo más remedio que darle mi hija por esposa, porque la ha encontrado Vd. dentro de tres días.
El rey puso en libertad a los dos hermanos del joven. Éste envió por su padre, y con mucho regocijo se celebraron las 80 bodas del hijo menor con la hermosa princesa.
Cierto lugareño estaba a punto de morir. No era muy rico. Sólo tenía un perro y un caballo. No tenía hijos pero tenía una mujer.
Poco antes de morir, llamó a su mujer y le dijo:
—Ya sabes que voy a morir. No te he olvidado en mi 5 testamento; pero no soy rico y no tengo más bienes que un perro y un caballo.
—Yo apreciaré tu recuerdo, marido mío,—dijo la mujer llorando.
—Después de mi muerte,—continuó el marido,—debes 10 vender el caballo y entregar el dinero a mis parientes.
—¡Cómo! ¿debo entregar el dinero a tus parientes?
—Sí; pero espera. Te regalo generosamente el perro. Puedes venderlo, si quieres, o puedes conservarlo para guardar la casa. Es un animal fiel. Te servirá de gran consuelo. 15
El lugareño se murió. La mujer quería obedecer a su marido. Una mañana cogió el caballo y el perro y los llevó a la feria.
—¿Cuánto quiere Vd. por ese caballo? preguntó un hombre. 20
—Quiero vender el caballo y el perro juntos,—respondió la mujer.—Quiero por el perro cien duros y por el caballo diez reales.
—Acepto,—dijo el hombre,—porque el precio de los dos juntos es razonable. 30
La buena mujer dió a los parientes de su marido los diez reales que recibió por el caballo y conservó los cien duros que recibió por el perro. Así obedeció a su marido.
Una vez había un pobre zapatero llamado Juan Bolondrón. Un día estaba sentado en un banco tomando una taza de 5 leche. Había varias moscas en el banco cerca de algunas gotas de leche. Don Juan mató siete de ellas de un golpe. Entonces gritó:
—Yo soy muy valiente, y desde hoy me llamo Don Juan Bolondrón Matasiete. 10
Había cerca de la ciudad un bosque. Dentro del bosque había un jabalí que hacía mucho mal a los habitantes. Ya se había comido a muchos de ellos. El rey había enviado mucha gente para matarlo. Algunos de estos hombres se habían fugado por miedo; el jabalí se había comido a los 15 otros. Dijeron al rey que había en la ciudad un hombre muy valiente que se llamaba Don Juan Bolondrón Matasiete.
—¡Oh!—dijo el rey.—Debo conocer a este hombre. Díganle que venga al palacio al instante.
Le llevaron al palacio y cuando le vio el rey, le dijo: 20
—Hombre, dicen que eres muy valiente. ¿Es verdad que matas siete de un golpe?
—Sí, Vuestra Majestad;—le contestó.
—Pues bien—le dijo el rey—Tengo una hija muy bonita y te la doy por esposa si matas el jabalí que hace tanto mal a 25 los habitantes de la ciudad. ¿Tienes bastante valor?
—Sí, Vuestra Majestad—respondió el zapatero.
—Está bien; pero si no lo matas, perderás la cabeza.
Al día siguiente Don Juan Bolondrón se preparó bien y salió a buscar el jabalí. Estaba tiritando de miedo. Era 30 bastante valiente para matar moscas pero no para matar jabalíes. Este día el jabalí era más feroz que nunca, porque en tres días no había comido nada. Juan empezó a pensar en el mejor modo de matar el animal. Creía que era muy probable que el animal le matara a él. Nunca había tenido 35 en las manos más armas que las de su zapatería. Cuando llegó al bosque, salió el jabalí, furioso de rabia y de hambre. Cuando Don Juan lo vio, empezó a correr en la dirección del palacio, y tras él, el jabalí. Don Juan llegó al palacio y se metió detrás de la puerta de la calle. El jabalí entró en el 40 patio, donde fue matado por los soldados del rey. En este momento Don Juan corrió al patio con la espada en mano. Reprendió a los soldados por haber matado el animal. Después fue derecha al rey que había salido para saber la causa del ruido. 45
—¿Qué es esto, Don Juan?—preguntó el rey.
—Vuestra Majestad,—respondió Don Juan,—no he querido matar el jabalí; he querido traerlo vivo al palacio; pero esos soldados lo han matado cobardemente.
—Eres muy valiente, Don Juan, y mereces por esposa la 50 princesa mi hija.
Le dieron un cuarto en el palacio y después de algunos días se celebraron las bodas. La princesa no sabía que se casaba con un pobre zapatero.
Pensaba Don Juan muchas veces en las miserias de 55 su vida pasada, y hacía comparación con su dicha presente. En consecuencia de esto, una noche soñó con su zapatería y habló de sus hormas y de su lesna.
La princesa oyó estas palabras y estaba muy triste. Creía que tal vez se había casado con un zapatero. Al día siguiente 60 fue a su padre y le dijo:
—Señor padre, tal vez me he casado con un zapatero porque anoche en sueños ha hablado de sus hormas y de su lesna.
El rey llamó a su presencia a Don Juan Bolondrón Matasiete y le preguntó: 65
—¿Hombre, eres zapatero y te has atrevido a casarte con mi hija?
—Señor,—dijo Don Juan,—la señora princesa no comprendió bien lo que yo decía. Yo soñaba que estaba luchando con el jabalí y decía a mi esposa que el animal tenía la cara de 70 horma y los colmillos de lesna, y esto es todo.
El rey estaba satisfecho y su hija también y los dos esposos vivieron felices muchos años.
Una mañana entró un caballero en la tienda de un prendero. Él sacó un cuadro y dijo con cortesía:
—Voy ahora a la oficina. ¿Hará Vd. el favor de guardarme este cuadro? Lo recogeré por la tarde cuando vuelva a casa. 5
—Con mucho gusto, caballero,—respondió el prendero.
—Espero que no lo toque nadie, porque es un cuadro de gran valor. Mi abuelo lo compró hace muchos años y lo apreciamos mucho.
El prendero examinó el cuadro, luego empezó a arreglar sus 15 muebles. Después de una hora se presentó otro caballero. Quería comprar una mesa y algunas sillas. No le gustaron los muebles pero antes de marcharse vio el cuadro. Lo examinó con cuidado y luego preguntó el precio.
—No puedo venderlo,—contestó el prendero—no es 30 mío.
El caballero lo volvió a examinar y dijo:
—Le ofrezco cien duros además del precio del cuadro si quiere Vd. venderlo.
—Ya he dicho que no puedo venderlo, pues no es mío. 35
El caballero se marchó y después de algunos minutos volvió con otro hombre. Dijo que éste era pintor.
Los dos hombres examinaron el cuadro con cuidado, hablaron en secreto algunos minutos y después el comprador dijo al prendero: 40
—Doy cuarenta mil reales por el cuadro y cuatro mil reales para Vd., si quiere venderlo.
—Caballero,—dijo el prendero—si quiere Vd. volver mañana, tal vez pueda yo vender el cuadro; pero ahora no puedo prometer nada. 45
Cuando se marcharon los dos, el prendero escondió el cuadro. A las cuatro de la tarde volvió el dueño.
—¿En dónde está mi cuadro?
—Tengo que hablar con Vd.
—Bien, hable Vd., pero tengo prisa y quiero el cuadro. 50 ¿Dónde está?
—¿Quiere Vd. venderlo?
—No, señor.
—Le doy cien duros por él.
—No quiero venderlo. 55
—Doscientos.
—Nada.
—Quinientos.
—Nada, nada.
—¿Quiere Vd. mil? 60
—No, señor.
—Pues debo confesar la verdad. Me han robado el cuadro y no puedo devolvérselo.
—¡Desgraciado de Vd.! ¿Qué ha hecho?—dijo el caballero.—¿Sabe Vd. que es un cuadro que vale diez mil 65 duros?
—¡Pobre de mí! haga Vd. lo que quiera, pero no puedo darle el cuadro; me lo han robado.
El caballero se dejó caer en una silla desesperado.
Después de algunos minutos, dijo:—¿Cuánto dinero 70 puede Vd. darme?
—Mil quinientos duros. No tengo más, aunque me lleve a la cárcel.
—No, no quiero hacer eso. Si me da Vd. ese dinero estaré satisfecho. 75
El prendero pagó y escondió el cuadro en la tienda, esperando al comprador.
Pasó un día, una semana, un mes y no pareció.
Entonces llamó a un pintor amigo, y le dijo:
—¿Qué le parece a Vd. este cuadro? 80
—Hombre, no es malo.
—¿Lo quiere Vd. comprar?
—No, señor.
—¿Cuánto vale?
—Ya sabe Vd., señor Juan, que los cuadros están muy 85 baratos.
—Pues bien, dándolo barato.
—Hombre, si le dan a Vd. cuarenta reales, no será Vd. mal pagado.
—¿Dice Vd. cuarenta o cuarenta mil? 90
—Cuarenta, señor Juan, cuarenta, y es mucho.
—¡Ah! ¡me he perdido! ¡ladrones! ¡infames ladrones!
Después de esto ¿quién quiere comprar gangas?
Llegó un tunante a la ciudad de Zaragoza, diciendo que sabía raros secretos de medicina. Entre otras cosas dijo que podía remozar las viejas. Muchas viejas del pueblo creyeron sus palabras.
Llegaron pues un gran número de ellas a pedirle este 5 precioso beneficio. Él les dijo:
—Es necesario que cada una escriba en una cédula su nombre y edad.
Había entre ellas mujeres de setenta, de ochenta, y de noventa años de edad. Todas hicieron exactamente como él les 10 había dicho porque no querían perder la dicha de remozarse. El tunante les dijo que volvieran a su posada al día siguiente.
Cuando volvieron él empezó a lamentarse y les dijo:
—Debo confesar la verdad. Una bruja me ha robado todas las cédulas. Era envidiosa de la buena suerte de Vds. 15 Así es necesario que cada una vuelva a escribir su nombre y edad. También quiero decirles porqué es necesaria esta circunstancia. La mujer más vieja ha de ser quemada. Las otras han de tomar una porción de sus cenizas y así se remozarán. 20
Al oír esto se pasmaron las viejas, pero, todavía creyendo su promesa, hicieron nuevas cédulas. Pero todas tenían miedo de ser quemadas y no escribieron sus edades correctamente. Cada una se quitó muchos años. 25
La que tenía noventa, por ejemplo, escribió cincuenta; la de sesenta, treinta y cinco, etc.
Recibió el picarón las nuevas cédulas y luego sacó las del día anterior. Había dicho que las había perdido pero no era verdad. Comparó las nuevas cédulas con las otras y dijo: 25
—Ahora bien, señoras mías; ya tienen Vds. lo que les prometí; ya todas se han remozado. Vd. tenía ayer noventa años, ahora tiene cincuenta; Vd. ayer cincuenta, hoy treinta y cinco.
Hablando así las despachó a todas tan corridas como puede 30 suponerse.
Había un viejo que tenía una hija muy hermosa. Él era muy ignorante y no sabía lo que era ni oro ni plata. Todos los días iba el viejo al bosque a cortar leña. Llevaba la leña a la ciudad y la cambiaba por comida para su mujer y su hija. Un día estaba cortando el tronco de un árbol grande y oyó 5 lamentos adentro. Luego salió un negro muy feo y le dijo:
—Me has herido y morirás por esto.
El viejo se excusó, diciendo:
—Señor, perdóneme Vd. Soy muy pobre y vengo a buscar leña para mantener a mi mujer y a mi hija. 10
—¿Y es hermosa tu hija?—dijo el negro.
—¡Oh! sí, señor—dijo el viejo;—y mucho.
—Pues bien—le dijo el negro,—yo te perdono la vida si me das tu hija por esposa; y si no, morirás. Dentro de ocho días te presentarás aquí con la contestación. Si la 15 niña quiere o no quiere, debes venir para decírmelo. Y ahora abre el tronco de este árbol y hallarás mucho oro. Puedes llevarlo a tu mujer y a tu hija.
El viejo cortó el árbol y adentro halló mucho oro. Cargó su burro con el oro y se fue a casa. Cuando llegó, su mujer y 20 su hija le preguntaron porqué venía tan tarde. Él les explicó el caso y la niña dijo que consentiría en casarse con el negro para salvar a su padre. Entonces les dió todo el oro que traía. Nunca habían visto monedas de oro y no sabían que era dinero. 25
—¿Qué es esto?—dijeron ellas.—¿Qué medallas son éstas tan bonitas?
—Será bueno venderlas en la ciudad, padre, si es posible,—dijo la niña.
El viejo se fue a la ciudad llevando su oro. Quería venderlo, 30 pero le dijeron que eran monedas de oro y que con ellas podía comprar muchas cosas. Él compró comida y vestidos para su familia y volvió muy contento a casa.
Al cabo de los ocho días, tomó el viejo su hacha y su burro y se fue al bosque. Dió algunos golpes al tronco del árbol y 35 salió el mismo negro.
—¿Qué contestación me traes?—le dijo éste.
—Mi hija consiente en casarse contigo—le dijo.
—Bien—dijo el negro;—pero hay una condición y es que las bodas se celebren a oscuras y que ella nunca trate de verme, 40 mientras yo no lo diga.
El viejo le dijo que así sería.
—Carga tu burro con todo el oro que quieras—dijo el negro—y compra todo lo que creas necesario para las bodas. Me casaré con tu hija en ocho días desde hoy. 45
El viejo cargó su burro de oro otra vez y volvió a casa. La hija salió a encontrarle. Él le dijo todo y ella consintió en todo lo que su novio quería.
Al cabo de los ocho días se celebraron las bodas a oscuras. La niña vivió muy feliz. El novio salía muy temprano cada 50 mañana y volvía por la noche.
Un día vino una vecina vieja a visitarla. Le preguntó si era feliz en su matrimonio. Ella le dijo que era muy feliz y que estaba muy contenta. Después le preguntó la vieja como era su marido, si era joven o viejo, feo o hermoso. Ella dijo que 55 no sabía porque nunca le había visto.
—¡Cómo!—dijo la vieja.—¿Te has casado y no conoces a tu marido? Esto no es posible.
—Sí—dijo ella;—pues así lo pedía antes de casarse.
—Niña—dijo la vieja.—¿cómo sabes si tu marido es un 60 perro o si es Satanás? Es necesario verle. Toma este fósforo; cuando tu marido duerma, enciende el fósforo, y le verás.
La niña lo hizo así. Cuando llegó la media noche, encendió el fósforo y miró a su marido. Vio que era muy hermoso. 65 Olvidó el fósforo y un pedazo cayó en la cara de su marido. Entonces él despertó y dijo:
—¡Ingrata, no has tenido palabra! Has de saber que soy un príncipe encantado. Yo soy el príncipe Jalma. Estaba a punto de salir de mi encantamiento pero ahora es imposible 70 por mucho tiempo. Si quieres volver a verme, tienes que gastar zapatos de hierro hasta que me encuentres. Tienes que buscarme por toda la tierra.
El príncipe desapareció. La niña empezó a llorar y sintió haber seguido los consejos de la vieja. Cuando vino ésta al 75 día siguiente, dijo a la niña:
—¿Has visto a tu marido?
—Sí—le contestó,—y lo siento muchísimo. Era un príncipe encantado y ahora nunca volveré a verle.
Se fue a la ciudad, compró zapatos de hierro y salió a 80 buscar a su marido. Visitó muchas ciudades preguntando por el príncipe Jalma, pero ninguno le conocía. Cuando llegó al fin del mundo vio a la madre del viento del Norte y la saludó.
—¿Cómo le va, buena señora? 85
—Bien, hija,—le dijo;—¿qué haces aquí, cuando ni los pájaros llegan a estos lugares? Mi hijo te comerá.
—Señora—le dijo la niña,—vengo en busca de mi marido, del príncipe Jalma. Tengo que gastar zapatos de hierro hasta que le encuentre. 90
—Yo no le conozco, hija,—dijo la madre del Norte,—pero es probable que mi hijo le conozca. Te esconderé debajo de esta olla. Cuando llegue le preguntaré.
Cuando llegó el viento, gritó:
—¡Hu-u-u-u! a carne humana huele aquí! 95
—¿Qué carne humana vendría aquí, hijo,—dijo la madre,—cuando ni los pájaros llegan a estos lugares?
Pero él siguió gritando:
—¡Hu-u-u-u! a carne humana huele aquí!
Su madre puso la mesa, y después que hubo comido, le dijo: 100
—Tengo que pedirte un favor. ¿Quieres concedérmelo?
—Hable Vd. señora—le dijo.
—Has de saber que hay aquí una niña en busca de su marido, el príncipe Jalma. ¿Sabes donde está? ¿Le conoces? 105
—Que salga la niña—dijo el Norte.
La niña salió y preguntó por su marido.
—Yo no conozco a tu marido—dijo el Norte,—pero yo creo que mi amigo el Sur puede conocerle. Te llevaré allí si quieres. 110
La niña dijo que quería ir con él y la madre del Norte le regaló una gallina de oro y trigo de oro para vender en caso de necesidad.
El Norte la tomó en brazos y la llevó al otro fin del mundo. Allí vio a la madre del Sur y ésta le dijo: 115
—¿Qué haces aquí, hija, cuando ni los pájaros llegan a estos lugares? Mi hijo te comerá.
—Vengo en busca de mi marido, del príncipe Jalma. ¿No le conoce Vd. señora? El Norte, que me trajo, dijo que pudieran Vds. darme noticias de él. 120
—Yo no le conozco, hija; pero es probable que mi hijo le conozca. La madre del Sur la escondió debajo de una olla y pronto se oyó un gran ruido y llegó el Sur.
—¡Hu-u-u-u! a carne humana huele aquí!
—¿Qué carne humana puede venir aquí cuando ni los 125 pájaros del cielo llegan a estos lugares? Siéntate a comer y hablaremos.
Después que hubo comido le dijo su madre:
—Quiero pedirte un favor, si me lo concedes.
—Hable Vd., señora, y se lo concederé—contestó él. 130
—Ha venido aquí una niña en busca de su marido, el príncipe Jalma. ¿Tú le conoces?
La niña salió y el Sur le dijo:
—No le conozco; pero te llevaré a mi amigo el Oriente y es muy probable que le conozca. 135
La madre del Sur dió a la niña una cruz de oro y el Sur la llevó al Oriente. Éste tampoco conocía al príncipe Jalma y ofreció llevarla a su amigo el Poniente. La madre del Oriente le regaló un peine de oro para vender en caso de necesidad. 140
Cuando el Oriente llegó con la niña, encontraron a la madre del Poniente. Ella recibió a la niña con gran asombro y cariño. La niña hizo las mismas preguntas y la madre contestó:
—Mi hijo le conocerá. 145
Entonces la escondió debajo de la olla.
Cuando llegó el Poniente, estaba muy enojado pero después que hubo comido, la madre sacó la niña y preguntó por el príncipe Jalma.
—Sí—le dijo,—le conozco, y sé donde está; te llevaré 150 allá. Vive preso en un palacio con una vieja bruja y su hija. La hija quiere casarse con él. Nadie puede verle y él no puede ver a nadie. Duerme bajo siete llaves.
La madre del Poniente dió a la niña una taza de oro para vender en caso de necesidad. 155
Al fin llegó la niña al palacio y supo que dentro de cuatro días se casaría el príncipe con la hija de la bruja. Ella se sentó en el jardín, y trató de hacerse pasar por una tonta. Con este motivo se lavaba la cara con barro y hacía otras muchas tonterías. Sacó la gallina de oro y le dió el trigo. 160 Los sirvientes del palacio refirieron esto a su señorita que vino a verlo. Luego le dijo:
—Dame la gallina de oro.
—No—dijo ella.
—Véndemela entonces. ¿Qué quieres por ella? 165
—Si me dejas dormir en el cuarto del príncipe, te daré la gallina.
—Bien—dijo ella;—dormirás allí.
Abrieron las siete llaves y la niña entró en el cuarto del príncipe; pero antes echaron algo en el vino del príncipe para 170 hacerle dormir. Así la niña le encontró profundamente dormido. Fué a su cama, le sacudió y le dijo:
—Príncipe, despierta, yo soy tu esposa. He gastado los zapatos de hierro según me has pedido. Ahora te he encontrado; pero si no me reconoces te casarán con otra. 175
Pero él no despertó y al día siguiente la sacaron de allí y ella se fue otra vez al jardín. Sacó su peine de oro y se peinó. Salió la hija de la bruja y lo compró bajo las mismas condiciones; pero la misma cosa sucedió con el príncipe. Al tercer día sacó ella la cruz de oro, y la hija de la bruja la compró, 180 pero la niña no podía despertar a su marido.
El cuarto día la niña sacó la taza de oro y la hija de la bruja la compró bajo las mismas condiciones. Pero el príncipe había empezado a sospechar algo y cuando le dieron el vino, no lo bebió. La niña entró en el cuarto y empezó de 185 nuevo sus lamentaciones. Le dijo:
—Si no me reconoces esta noche soy perdida para siempre. No tengo otra cosa con que pagar mi entrada al cuarto. La hija de la bruja tiene la gallina de oro y el trigo de oro y el peine de oro, y la cruz de oro y la taza de oro. Además te casarán 190 con ella mañana.
En este momento despertó el príncipe, le dió un abrazo y le dijo:
—¡Ninguna ha de ser mi esposa sino tú!
Al día siguiente celebró nuevas bodas con su esposa, y 195 mandó quemar a la bruja y a su hija.
El rey de España quería tener un palacio muy hermoso, el mejor del mundo. Quería tener el mejor arquitecto de Europa para construir este hermoso edificio y le buscó por todas partes. Al fin encontró uno muy bueno y muy nombrado. Le prometió grandes sumas de dinero para construir su palacio. 5 El arquitecto empezó la obra y la acabó en breve plazo. El rey estaba satisfecho. Entonces el rey dijo para sí:
—Si este hombre puede hacerme un palacio tan magnífico, puede hacer lo mismo para otro rey. Yo no quiero que otro rey tenga un palacio tan bueno, tan magnífico, como el mío. 10 ¿Qué haré?
Un día convidó a comer al arquitecto famoso y le preguntó si podría hacer otro palacio como el que había concluido. El arquitecto contestó que sí.
El rey le manifestó que no quería que construyese otro 15 palacio. Él quería tener el mejor palacio del mundo. Prometió darle grandes tesoros si daba su promesa de no hacer otra obra como aquélla. El arquitecto estimaba su fama más que todo y se negó a darle su palabra.
Cuando el rey vio que no podía obtener la promesa deseada, 20 mandó que aprisionasen al arquitecto. Después de esto, le sacaron los ojos, para que no pudiera dirigir ninguna otra obra; le cortaron los brazos, para que no pudiera trazar los planos; y también le cortaron la lengua, para que no pudiera comunicar a nadie sus conocimientos. Pero le dió el rey 25 habitación en el palacio y grandes riquezas. Todos los días estaba sentado el arquitecto a la mesa del rey. Los criados tenían que darle de comer porque no tenía brazos. Así estuvo viviendo de esa manera hasta que murió.
Sobre los pequeños pilares que forman la cornisa del palacio 30 se puede ver el busto de un hombre. Como todos los bustos, no tiene ni brazos ni ojos. Según el pueblo este busto es la efigie del arquitecto que dirigió la erección del palacio. Se cree que el rey lo puso allí para honrarle en muerte.
Había una vez un hombre que cortaba piedras de una roca. Su trabajo era largo y penoso, y muy mezquino en su salario, por lo que suspiraba tristemente. Un día, cansado de su ruda tarea, exclamó:
—¡Oh! ¿Por qué no seré yo bastante rico para pasar la 5 vida tumbado sobre un blando lecho, provisto de cortinas que me libren de los mosquitos?
Entonces un ángel descendió del Cielo y le dijo:
—Que tu deseo sea satisfecho.
Y el hombre fue rico, y reposaba en blando lecho, provisto 10 de cortinas de seda roja. Pero he aquí que el Rey de aquel país llega en su magnífica carroza, precedido y seguido de lujosos caballeros y rodeado de servidores que sostienen una sombrilla de oro sobre su cabeza.
El rico se sintió entristecido por este espectáculo y dijo 15 suspirando:
—¡Oh, si yo pudiera ser rey!
Y el ángel descendió del Cielo, y le dijo:
—¡Que tu deseo sea satisfecho!
El hombre fue Rey y se paseaba en una magnífica carroza 20 precedida y seguida de lujosos caballeros, y le rodeaban servidores que sostenían sobre su cabeza la sombrilla de oro.
El Sol brillaba de tal modo que sus rayos quemaban la hierba. El Rey se abrasaba de calor y decía que quería ser cómo el hermoso astro. 25
Y el ángel descendiendo del Cielo le dijo:
—¡Que tu deseo sea satisfecho!
Y el Rey fue transformado en Sol, y sus rayos se derramaban sobre la tierra, abrasando las hierbecillas y haciendo brotar el sudor del rostro de los Reyes. Pero una nube se eleva en los 30 aires y tapa su luz. El Sol se irrita al ver su poder menospreciado y grita que se cambiaría por la nube.
Y el ángel desciende del Cielo y le dice:
—¡Que tu deseo sea satisfecho!
Y el Sol se convierte en nube que sombra a la tierra, y las 35 hierbecillas reverdecen.
Y la nube se abrió y de sus flancos corrieron torrentes de agua que inundaron los valles, devastaron las mieses y ahogaron las bestias; pero nada podían contra una roca, a pesar de embestirla el oleaje por todos lados. 40
Entonces gritó la nube:
—Esa roca es más poderosa que yo; quisiera ser roca.
Y el ángel desciende del Cielo y le dice:
—¡Que tu deseo sea satisfecho!
Y la nube fue convertida en roca, y ni el ardor del Sol, ni la 45 violencia de las lluvias podían conmoverla. Pero llega un obrero que comienza a golpearla, haciéndola pedazos con su martillo, y la roca exclama:
—Este obrero es más poderoso que yo; ¡Quisiera ser este obrero! 50
Y el ángel desciende del Cielo y le dice:
—¡Que tu deseo sea satisfecho!
Y el pobre hombre, transformado tantas veces, vuelve a ser el picapedrero que trabaja rudamente por un mezquino salario y vive al día contento con su suerte. 55
D. Pedro Gómez de Aguilar tenía una magnífica finca cerca de la ciudad de Cabra. Un día del mes de noviembre le avisaron que sus colonos habían abandonado la finca a causa de una invasión de los moros. D. Pedro no podía creer las noticias y sin decir nada a sus hijos, montó a caballo y se fue 5 a la finca para informarse del suceso.
Llovía a cántaros y no vio a nadie en el camino. Al llegar a su finca no vio a nadie tampoco y creía que ya se habían ido los moros.
Algunos momentos después se vio rodeado de cuarenta de 10 ellos a las órdenes del famoso alcaide de Loja, Aliatar. La resistencia y la fuga eran imposibles. Gómez de Aguilar tenía que rendirse.
—¿Dónde están sus hijos?—preguntó Aliatar a D. Pedro.
—He venido solo, porque no podía creer que se atreviese 15 Vd. a llegar hasta aquí.
Sonrió el viejo alcaide, enseñando unos dientes todavía blancos y replicó:
—Me habían ponderado mucho su finca y tenía deseos de conocerla. Pero como sus colonos habrán dado la alarma, 20 vamos ahora hacia Carcabuey y es preciso que nos acompañe Vd.
—Aliatar, fije Vd. el precio de mi rescate, y, si no es demasiado, le doy palabra de que lo recibirá en Loja antes de dos días. 25
—No dudo de su palabra, mas prefiero su persona a su dinero.
—¿Quiere Vd. canjearme por uno de los suyos...?
—No tienen Vds. un prisionero nuestro que valga tanto como Vd. Así, pues, debe Vd. resignarse y seguirnos. 30
Se pusieron en camino, pero no se atrevían a seguir el camino frecuentado. Tenían que marchar uno a uno por sendas extraviadas. D. Pedro iba en el centro, junto a Aliatar, y los dos caballeros hablaban amigablemente.
Llegó una ocasión en que se encontraron solos, pues los de 35 adelante habían caminado más aprisa que los de atrás. Tenían a sus pies un barranco. Al instante comprendió Gómez de Aguilar que se le presentaba una ocasión favorable para salvarse. Tiró al caudillo árabe al barranco, le sujetó y amordazó. Le quitó sus armas y le obligó a esconderse 40 con él.
Empuñó D. Pedro su puñal y dijo a Aliatar en voz muy queda:
—Si se mueve Vd., le mato. Los suyos vendrán en seguida a buscarnos. 45
—Mi palabra le doy, Gómez de Aguilar. No necesita Vd. mordaza para mí.
Se la quitó su enemigo. Fiaba en la palabra de Aliatar como en la suya, porque la fama del alcaide de Loja era la de un perfecto caballero. 50
En efecto, pronto empezaron los árabes a buscar a su jefe y al prisionero. Algunos se dirigían al escondite. Los momentos eran supremos.
Nunca había estado Gómez de Aguilar en peligro tan inminente 55 de su vida. Aquellos hombres no le habrían dado cuartel.
Volvió sus ojos a Aliatar. Éste no se movía y sus ojos parecían decir:
—Yo no me moveré; y no los llamaré. 60
Pero a veces brillaba en su mirada una viva esperanza que Gómez de Aguilar interpretaba en estas palabras:
—Pero es muy probable que nos encuentren sin llamarlos y sin moverme.
Al fin estaban dos de los moros a cuatro pasos del escondite. 65
Otra vez empuñó D. Pedro su puñal y miró a Aliatar.
El caudillo seguía inmóvil y sus ojos le dijeron:
—No dude Vd. de mí; no me moveré; no los llamaré.
En este momento oyeron el galope de un escuadrón y los dos moros huyeron del sitio. 70
El escuadrón era mandado por el Conde de Cabra. Sorprendió y derrotó a los moros. Entonces salió D. Pedro Gómez con el caudillo.
Refirió al conde lo que había ocurrido y éste le dijo:
—En rigor, Aliatar es también mi prisionero, Don Pedro. 75 Es honor que he buscado muchas veces en los campos de batalla.
En confirmación de estas palabras el prisionero movió tristemente la cabeza y dijo al conde:
—En Alora me hirió su lanza y estuve a punto de caer en 80 sus manos, pero me salvó este caballo. Mírenlo Vds., es atigrado, pero más fuerte y más valiente que un tigre.
Y el viejo Aliatar acarició al hermoso bruto y exclamó tristemente:
—¡Pero ahora, mi Leal, no puedes salvarme! 85
Esta escena conmovió igualmente a los dos caballeros, e inflamados por el mismo sentimiento.
—¡Aliatar, es Vd. libre!—exclamó D. Pedro Gómez de Aguilar.
—¡Sí, libre!—añadió el Conde de Cabra. 90
Como seguían los caminos intransitables el moro tenía que aceptar la hospitalidad que le ofrecieron para aquella noche.
Al llegar a un cuarto de legua de la ciudad, tenían que pasar un río. Las aguas habían crecido tanto que no aparecía paso vadeable. 95
Todos se detuvieron contrariados. Entonces les dijo Aliatar:
—Mi Leal les abrirá camino, si me permiten Vds. ir delante.
Entonces vieron al viejo caudillo entrar en la impetuosísima corriente como si cruzase una carretera. 100
Todos le siguieron felizmente por aquel vado que lleva todavía el nombre del moro.
Aquella noche obsequiaron a porfía a su libre prisionero Gómez de Aguilar y el Conde de Cabra.
A la mañana siguiente salieron a acompañarle fuera de la 105 población.
Llegó el momento de la despedida, y Aliatar se vio rodeado de una guardia de honor.
¡Con qué efusión estrechó entonces las manos de D. Pedro y del Conde de Cabra! 110
—Me han vencido Vds., y, aunque estoy libre, me han maniatado.
—¿Cómo?
—Maniatado para siempre, porque ya no podré combatir contra Vds. Me han desarmado con su hidalguía más que 115 con su valor.
—Sólo hemos hecho lo que merece Vd., Aliatar. Es Vd. uno de los más nobles de su raza.
—Les aseguro que mis soldados no volverán a invadir sus dominios. 120
—Dicho esto, Aliatar saltó de su caballo, cogió de su brida a Leal y se lo presentó a Gómez de Aguilar.
—Se lo doy a Vd. como recuerdo de que me hizo prisionero.
—Pues le ofrezco mi alazán en cambio,—respondió D. Pedro,—como recuerdo de que también fui prisionero de Vd. 125
Montó en seguida en el hermoso caballo, saltó Aliatar sobre el alazán, hizo a Leal la última caricia, y exclamando,—¡Que Alá los guarde!—se marchó a galope tendido.
Leal permaneció inmóvil, siguiendo con mirada triste a su amo. 130
En vano le acarició su nuevo amo.
¡Bien merecía el nombre de Leal!
Se dice que aquel hermoso caballo murió de tristeza a los pocos días.
Había una vez un comerciante que tenía tres hijas muy bonitas, sobre todo la más pequeña a quien quería mucho. 5 Toda su fortuna consistía en un barco que tenía en el mar, con el que hacía sus negocios. Por entonces lo había mandado muy lejos y estaba aguardándolo, cuando le dieron la noticia de que se había ido a pique. El pobre hombre se puso muy triste porque, como no poseía más que aquel barco, estaba 10 arruinado.
Así pasó algún tiempo y gastaron lo poco que tenía, cuando supo que el barco, que sólo había estado perdido, había encontrado el camino y estaba en un puerto aguardando sus órdenes. 15
El hombre estaba muy contento y dispuso ir al puerto donde estaba el barco y preguntó a sus hijas qué querían que les trajese.
—A mí, un vestido de seda,—dijo la mayor.
—Y a mí,—dijo la segunda,—un pañuelo bordado. 20
—¿Y tú, qué quieres?—dijo a la hija menor.
—Yo quiero una flor de lis del huerto que encuentre Vd. en el camino.
Se fue mi hombre, llegó al puerto y vendió el cargamento. Compró el vestido y el pañuelo, pero no pudo encontrar la 25 flor de lis.
Como volvía a su casa, vio una casa con unos jardines tan hermosos, que dijo:—Voy a ver si en estos jardines tienen la flor de lis y me la venden.
Entró en la casa y no vio a nadie a quien preguntar, recorrió 30 todos los jardines y al fin vio una planta con una flor de lis tan bonita, que se decidió a llevársela. Viendo que no había nadie a quien pedirla, fue y la cortó. Tan pronto como la había cortado, se le apareció un oso tan grande que retrocedió asustado. 35
—¿Quién te ha dado permiso para cortar esta flor?—le dijo el oso.
—Nadie, señor, sino que una de mis hijas me había pedido una flor de lis, no la he encontrado en ninguna parte, y al pasar por aquí entré a ver si estaba aquí, pero como no he visto a 40 nadie, creí que no tenía dueño y la he cortado. ¿Cuánto tengo que pagar?
—Estas flores no se venden,—dijo el oso,—pero puesto que la has cortado, llévatela, pero en cambio has de traerme la más pequeña de tus hijas, la que ha pedido la flor. 45
—¡Ah! no señor,—dijo el padre,—a ese precio no quiero la flor, tómela Vd.
—No puede ser,—respondió el oso,—ya la has cortado y el daño que has hecho, sólo tu hija puede remediarlo; si no la traes, moriréis todos. 50
Se fue el pobre comerciante muy desconsolado y así que llegó a su casa, dió los regalos a sus hijas, que se pusieron muy contentas, pero como le veían siempre triste le preguntó la más pequeña:
—¿Porqué está Vd. tan triste padre? 55
—Por nada, hija mía,—contestó el padre.
—No; Vd. oculta alguna pena que no quiere decir, porque siempre que me mira, le veo a Vd. llorar.
Al fin tanto porfió la hija que el padre se lo contó todo.
Entonces la hija le dijo que la llevase a aquel jardín. El 60 padre no quería, pero al fin la llevó al jardín y la dejó en la casa como había prometido al oso. Allí tenía todo lo que deseaba, pero sin ver a nadie en la casa; sólo de noche, solía oír unos quejidos en el jardín, pero no se atrevió a llegarse a ver lo que era. Al fin, una tarde oyó que los quejidos eran más tristes 65 que de ordinario y se decidió a ver lo que era.
Entró en el jardín y junto a la planta de la flor de lis halló un oso tendido moribundo, con una mirada tan triste que a ella le dió compasión.
—¿Qué tienes?—le dijo.—¿Estás malo? 70
El oso le dijo que sí.
—¿Cómo puedo yo curarte?
Entonces el oso, señalando la flor y la planta, le contestó:
—El remedio está en tu mano.
Ella miró la planta y comprendiendo que de allí la había 75 cortado su padre, puso la flor sobre el tallo. Después dió la mano al oso que se levantó convertido en un caballero joven y hermoso, el cual le dijo que era un príncipe encantado y que gracias a ella había salido del encantamiento; que si quería casarse con él, se la llevaría a su corte y sería princesa. 80
Se fueron y se casaron y fueron felices por toda su vida, llevándose ella a su padre y a sus hermanas, que también se casaron.
¿En qué mes hablan menos las mujeres?—En el de 5 febrero.
¿Cuál es el mayor castigo para un bígamo?—Tener dos suegras.
¿Quién es el que lleva sin escrúpulo su sombrero en la cabeza, lo mismo delante de un príncipe, que de un rey, o de 10 un emperador?—El cochero.
¿Qué es lo que llevaba Alejandro en la mano izquierda, cuando tomó la ciudad de Lamsaco?—Los cinco dedos.
¿Qué es lo que pasa el río sin hacer sombra?—El sonido de las campanas. 15
¿Qué es lo que se deja quemar por guardar un secreto?—El lacre.
¿Qué es lo que va de Madrid a Zaragoza sin moverse y sin dar un paso?—La carretera.
¿Cuándo entran los perros en las iglesias?—Cuando están 20 abiertas las puertas.
¿Porqué es una mujer deforme cuando está remendando sus medias?—Porque sus manos están donde debían estar sus pies.
¿Porqué los molineros llevan sombrero gris y los carboneros 25 negro?—Por cubrirse la cabeza.
¿En qué se parecen las mujeres a los montes?—En que tienen faldas.
¿Qué fue lo último que consiguió Isabel la Católica?—Morirse. 30
¿En qué se parecen las pesetas a los zapatos?—En que se gastan.
¿Qué es lo que hacen con el tiempo todos los hombres y todas las mujeres, los nobles y los plebeyos, los grandes y los pequeños, los ricos y los pobres?—Envejecer. 35
—Señores, hay perros de más talento que sus amos.
—Yo poseo uno de esa especie.
—¿Ha leído Vd. Romeo y Julieta?
—Romeo, hace mucho tiempo; pero no he leído Julieta.
—¿Sabe Vd. nadar, Gómez? 5
—Sí, mi capitán.
—¿Dónde lo ha aprendido Vd.?
—En el agua, mi capitán.
—Tiene Vd. un hermoso paraguas.
—Sí, es un regalo. 10
—¡De veras! y ¿de quién?
—No lo sé; pero dice en el mango, "Presentado a Juan Pérez."
—¡He visto al diablo! ¡He visto al diablo!—dijo un hombre huyendo. 15
—¡Cómo! ¿Vd. ha visto al diablo?
—Sí, señor, en figura de borrico.
—¡Bah! ha tenido Vd. miedo de su sombra.
En un hospital.
—¿Cuántos han muerto esta noche? 20
—Nueve, señor doctor.
—Pues yo he recetado para diez enfermos.
—Es que el número siete se ha negado rotundamente a tomar la medicina.
Comía un inglés en una fonda y le sacaron, como era 25 natural, pan tierno.
—Tráigame pan duro—dijo al camarero.
—No lo hay, señor—contestó éste.
—Pues que lo hagan. Yo esperaré.
En un examen. 30
—¿Cuántos son los elementos?
—Cinco.
—¡Cómo cinco! ¿Cuáles son?
—Agua, fuego, tierra, aire y aguardiente.
—¿Porqué el aguardiente? 35
—Porque mi padre, siempre que lo bebe, dice que está en su elemento.
—¡Papá, papá! Planté patatas en el huerto, y ¿sabes lo que ha salido?
—Ya lo creo. Patatas. 40
—No, papá; han salido unos puercos y se las han comido.
Un individuo que venía a Madrid en diligencia, entró en una posada a las doce del día y preguntó:
—¿Cuánto vale la comida?
—Doce reales.
—¿Y la cena? 45
—Ocho.
—Pues déme Vd. de cenar.
—¿Qué tienes José?
—¡Estoy desesperado!
—¿Por qué? 50
—Se me ha perdido el perro.
—¿Y por eso te desesperas?
—¡Ya lo creo! Y te juro que si no aparece, le mato.
En una posada. Un turista inglés pide liebre.
—Vamos, un guisado de liebre—dice la posadera a su 55 marido.
—Pero, hija—responde éste en voz baja—ya sabes que no tenemos.
—¿Y qué?—replicó la mujer ingenuamente—Dale conejo... Como es inglés, no entenderá bien nuestra 60 lengua.
Un recluta escribía a su padre una carta bastante breve y concluyó así:
No escribo más porque tengo tanto frío en los pies que no puedo tener la pluma. 65
Un soldado preguntó a uno de sus camaradas, que volvía de una campaña, si había hallado mucha hospitalidad en Holanda.
—¡Oh! sí, mucha; casi todo el tiempo que he estado allí, lo he pasado en el hospital. 70
En cierta ocasión preguntó un comerciante a un marinero:
—¿En dónde murió su padre?
—En el mar.
—¿Y su abuelo?
—En el mar. 75
—¿Y su bisabuelo?
—Señor, también murió en el mar como los otros dos.
—¡Ah, miserable!—dijo el comerciante—después de esos ejemplos ¿todavía se atreve Vd. a embarcarse?
Calló el marinero, meditó algunos momentos y dijo después 80 al comerciante:
—¿En dónde murió el padre de Vd.?
—En la cama.
—¿Y su abuelo?
—En la cama. 85
—¿Y su bisabuelo?
—En la cama también.
—¡Ah, miserable!—dijo entonces el marinero—después de esos ejemplos ¿todavía se atreve Vd. a acostarse?
Cierta señora fue a visitar a una de sus amigas. No la 90 encontró en casa, pero en cambio vio que los muebles estaban todos llenos de polvo. Queriendo dar a su amiga una lección, escribió con el dedo sobre el polvo que cubría mesa y sillas, la palabra: puerca. Al día siguiente volvió y dijo a su amiga que la tarde anterior había tenido la desgracia de no 95 hallarla en casa.
—Sí, ya sé que estuvo Vd.; encontré su nombre escrito en todos los muebles.
Examinando a una señora como testigo de un pleito, el juez le preguntó cuántos años tenía. 100
—Treinta—respondió.
—¡Treinta!—observó el juez.—Hace tres años que declaró Vd. la misma edad en este juzgado.
—Es—respondió ella—que no soy de esas personas que hoy dicen una cosa y mañana otra. 105
Un alcalde de pueblo, yendo a visitar al gobernador de la provincia, llevó consigo a su familia.
—Tengo el honor,—le dijo,—de presentar a V. E. mi mujer y mi hija, y para que las pueda distinguir, me atrevo a advertirle que la de más edad es mi mujer. 110
—Yo no sé qué hacer,—dijo Juan a su mujer.—Don Cándido me escribe pidiéndome mil reales, y ya sabes que no puedo rehusar darle el dinero.
—Puedes excusarte diciendo que no has recibido la carta,—observó la esposa. 115
—Dices bien.
Y, en efecto, nuestro hombre tomó la pluma y escribió lo siguiente:
—Señor don Cándido: siento infinito no poder servirle; pero no he recibido la carta en que me pidió los mil reales que 120 desea. Suyo, etc.
Un hombre muy rico envió por un médico para curarle de su enfermedad, que era pura aprensión. Cuando el médico llegó, le tomó el pulso, le preguntó qué era lo que sentía y viendo que estaba bueno según todas las apariencias, le 125 preguntó:
—¿Come Vd. bien?
—Sí, señor.
—¿Duerme Vd. bien?
—Sí, señor. 130
—Bien,—dijo el médico;—voy a recetarle una medicina con que pierda Vd. todo eso.
Hallándose un marido en peligro de muerte, llamó a su mujer y le dijo:
—Moriré contento, si me das palabra de no casarte con ese 135 oficial que te hace la corte.
—No tengas cuidado,—respondió ella,—que ya he dado la palabra a otro.
Un borracho oyó las dos
Y dijo con mucha paz 140
—¡Hombre! ¿dos veces la una?
Ese reloj anda mal.
Confesábase uno de prestar dinero con usura.
—Si el interés pasa de seis por ciento—decía el confesor—comete Vd. un pecado; no olvide Vd. que Dios todo lo ve 145 desde el cielo.
—Por eso precisamente, señor cura; porque todo lo ve desde el cielo, presto al nueve por ciento, porque el 9 desde arriba le parecerá un 6.
EL BURRO FLAUTISTA[1] 150
Esta fabulilla,
Salga bien o mal,
Me ha ocurrido ahora
Por casualidad.
Cerca de unos prados 155
Que hay en mi lugar,
Pasaba un borrico
Por casualidad.
Una flauta en ellos
Halló, que un zagal 160
Se dejó olvidada
Por casualidad.
Acercose a olerla
El dicho animal;
Y dió un resoplido 165
Por casualidad.
En la flauta el aire
Se hubo de colar,
Y sonó la flauta
Por casualidad. 170
¡Oh! dijo el borrico:
¡Qué bien sé tocar!
¿Y dirán que es mala
La música asnal?
Sin reglas del arte 175
Borriquitos hay,
Que una vez aciertan
Por casualidad.
Sin reglas del arte, el que en algo acierta es por casualidad.
EL OSO, LA MONA Y EL CERDO 180
Un oso, con que la vida
Ganaba un piamontés,
La no muy bien aprendida
Danza, ensayaba en dos pies.
Queriendo hacer de persona, 185
Dijo a una mona: "¿Qué tal?"
Era perita la mona,
Y respondiole: "Muy mal."
"Yo creo, replicó el oso,
Que me haces poco favor. 190
¡Pues qué! ¿mi aire no es garboso?
¿No hago el paso con primor?"
Estaba el cerdo presente,
Y dijo: "¡Bravo! ¡Bien va!
Bailarín más excelente 195
No se ha visto ni verá."
Echó el oso, al oír esto,
Sus cuentas allá entre sí,
Y con ademán modesto
Hubo de exclamar así: 200
"Cuando me desaprobaba
La mona, llegué a dudar:
Mas ya que el cerdo me alaba
Muy mal debo de bailar."
Guarde para su regalo 205
Esta sentencia un autor:
Si el sabio no aprueba, malo;
Si el necio aplaude, peor.
Nunca una obra se acredita tanto de mala como cuando la aplauden los necios. 210
EL PATO Y LA SERPIENTE
A orillas de un estanque
Diciendo estaba un pato:
"¿A qué animal dió el cielo
Los dones que me ha dado? 215
Soy de agua, tierra y aire:
Cuando de andar me canso,
Si se me antoja, vuelo,
Si se me antoja, nado:"
Una serpiente astuta, 220
Que le estaba escuchando,
Le llamó con un silbo,
Y le dijo: "Seor guapo,
No hay que echar tantas plantas;
Pues ni anda como el gamo, 225
Ni vuela como el sacre,
Ni nada como el barbo.
Y así, tenga sabido
Que lo importante y raro
No es entender de todo, 230
Sino ser diestro en algo."
Más vale saber una cosa bien, que muchas mal.
LOS DOS CONEJOS
Por entre unas matas
Seguido de perros 235
(No diré corría)
Volaba un conejo.
De su madriguera
Salió un compañero,
Y le dijo: "Tente, 240
Amigo, ¿qué es esto?"
"¿Qué ha de ser?" responde:
"Sin aliento llego...
Dos pícaros galgos
Me vienen siguiendo." 245
"Sí (replica el otro),
Por allí los veo...
Pero no son galgos."
"Pues ¿qué son?"—"Podencos."
"¡Qué! ¿podencos dices? 250
Sí, como mi abuelo.
Galgos y muy galgos:
Bien visto los tengo."
"Son podencos: vaya,
Que no entiendes de eso.' 255
"Son galgos, te digo."
"Digo que podencos."
En esta disputa
Llegando los perros,
Pillan descuidados 260
A mis dos conejos.
Los que por cuestiones
De poco momento
Dejan lo que importa,
Llévense este ejemplo. 265
No debemos detenernos en cuestiones frívolas, olvidando el asunto principal.
LA ABEJA Y EL CUCLILLO
Saliendo del colmenar,
Dijo al cuclillo la abeja; 270
"Calla, porque no me deja
Tu ingrata voz trabajar.
No hay ave tan fastidiosa
En el cantar, como tú:
Cucú, cucú, y más cucú: 275
Y siempre una misma cosa."
—"¿Te cansa mi canto igual?
(El cuclillo respondió:)
Pues a fe que no hallo yo
Variedad en tu panal. 280
Y pues que del propio modo
Fabricas uno que ciento,
Si yo nada nuevo invento,
En ti es viejísimo todo."
A esto la abeja replica: 285
"En obra de utilidad
La falta de variedad
No es lo que más perjudica.
Pero en obra destinada
Sólo al gusto y diversión, 290
Si no es varia la invención,
Todo lo demás es nada."
La variedad es requisito indispensable en las obras de gusto.
LA ARDILLA Y EL CABALLO
Mirando estaba una ardilla 295
A un generoso alazán,
Que, dócil a espuela y rienda,
Se adiestraba en galopar.
Viéndole hacer movimientos
Tan veloces y a compás, 300
De aquesta suerte le dijo
Con muy poca cortedad;
"Señor mío;
De ese brío,
Ligereza 305
Y destreza
No me espanto;
Que otro tanto
Suele hacer, y acaso más.
Yo soy viva, 310
Soy activa;
Me meneo,
Me paseo;
Yo trabajo,
Subo y bajo, 315
No me estoy quieta jamás."
El paso detiene entonces
El buen potro, y muy formal,
En los términos siguientes
Respuesta a la ardilla da: 320
"Tantas idas
Y venidas;
Tantas vueltas,
Y revueltas,
Quiero, amiga, 325
Que me diga:
¿Son de alguna utilidad?
Yo me afano;
Mas no en vano;
Sé mi oficio; 330
Y en servicio
De mi dueño
Tengo empeño
De lucir mi habilidad."
Con que algunos escritores 335
Ardillas también serán,
Si en obras frívolas gastan
Todo el calor natural.
Algunos emplean en obras frívolas tanto afán como otros en las importantes. 340
adj., adjective. | inter., interjection. |
adv., adverb. | m., masculine. |
art., article. | neut., neuter. |
coll., colloquial. | p. p., past participle. |
cond., conditional. | pers., personal. |
conj., conjunction. | pl., plural. |
dim., diminutive. | prep., preposition. |
Eng., English. | pres., present. |
excl., exclamation. | pres. p., present participle. |
f., feminine. | pret., preterit. |
fam., familiar. | pro., pronoun. |
fut., future. | reflex., reflexive. |
imp., imperfect. | sing., singular. |
impers., impersonal. | subj., subjunctive. |
impv., imperative. | 1, 1st person. |
ind., indicative. | 2, 2d person. |
infin., infinitive. | 3, 3d person. |
[1] Besides blank verse and ordinary rhyme, with which we are familiar in English verse, Spanish verse has also a vocalic rhyme called assonance. When the vowels are the same beginning with the last accented syllable, but the consonants different, the rhyme is called assonance, e.g. boca—tropa.
Assonance of the even lines (2, 4, etc.) is the usual rule in Spanish poetry. In a short poem the same assonance is often kept throughout the composition. In El Burro Flautista the assonance is that of the last syllable only, e.g. mal—casualidad. In El Pato y la Serpiente, p. 40, the assonance is a—o, e.g. pato—dado—canso, etc. In Los Dos Conejos, p. 41, the assonance is e—o, e.g. perros—conejo—compañero, etc.