Title: México tal cual es
Author: Carlo de Fornaro
Release date: January 17, 2019 [eBook #58713]
Language: Spanish
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MÉXICO
TAL CUAL ES
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MÉXICO
TAL CUAL ES
Comentarios por
CARLO De FORNARO
[p. 6]
Copyright 1909,
The International Publishing Co.
All rights reserved
Published February, 1909
Copyright 1909 por
Carlo de Fornaro
Es propiedad exclusiva del autor, quien se reserva cuantos derechos le corresponden con arreglo á la ley de Propiedad literaria de los Estados Unidos y á los convenios sobre la materia celebrados por este país con otras naciones.
[p. 7]Cuando abro un libro de sociología aplicada relativo á una nación, y no encuentro en él fuertes censuras, porque no ha habido ni hay naciones que no las merezcan en cualquier órgano ó función, apunto el nombre del autor del libro ditirámbico y fraudulento, para no volver á ser sorprendido, y echo al fuego el impreso para evitar daño al alma de un hombre honrado.
William Todd, citado por Francisco Bulnes.
[p. 9]
A todos los que la presente vieren hago saber que yo, Carlo de Fornaro, autor de este panfleto, no abrigo intenciones de subvertir el Gobierno mexicano, ni pertenezco á ninguna Junta revolucionaria, ni tengo el plan de derrocar á Porfirio Díaz para instalarme en su puesto; que no soy ni “gringo” ni mexicano, y, por lo tanto, carezco de motivo para inventar proyectos socio-políticos, financieros y regeneradores.—Que no abrigo rencores ni mala voluntad en contra del Gobierno mexicano ni de individuo alguno de México, pues durante mi permanencia en ese país fuí tratado siempre con la mayor cortesía y hasta con distinciones. Que exhorto é instigo á Porfirio Díaz para que permita la libre circulación de este libro en México, tomando en cuenta que si las acusaciones en él contenidas carecen de fundamento, fácilmente serán desechadas con risa. Sin embargo, Porfirio Díaz no se reirá, sino que silenciosamente suprimirá la verdad, porque un gobierno tan corrompido como el suyo, envuelve sus actos en el más obscuro secreto. Que tengo perfecto conocimiento de los peligros á que me expongo en mi empresa, para ahora y para lo futuro; pero que apechugo resueltamente con todas las responsabilidades, con la esperanza de que, en un día cercano, algún filántropo de altos vuelos se decida á crear una sociedad para “la preservación de los mexicanos contra la crueldad”.
Y, por último, que este panfleto contiene la verdad y solamente la verdad, y así Dios me ayude.
Amén!
[p. 11]
En carta dirigida á J. Creelman, el 7 de Marzo de 1908, al darle las gracias por el artículo que sobre el Presidente Díaz publicó en el “Pearson’s Magazine”, afirma Vd. que entre los estadistas contemporáneos ninguno es tan grande como el Presidente Díaz, porque ha hecho en favor de su país todo lo que un hombre puede humanamente hacer, y que Mr. Creelman ha presentado al pueblo americano el retrato mejor y más viviente de cuantos hasta hoy se conocen del gran Presidente.
Pues bien, yo condeno esas tres aseveraciones por erróneas y por injustas, por estar basadas en informes incompletos, parciales y superficiales. Tanto la entrevista de Mr. Creelman con el Presidente Díaz, como la carta de Vd. dándole las gracias, han causado, por su amplia circulación, incalculables perjuicios, pues que una opinión, por más que sea honrada y sincera, es perniciosa cuando se funda en noticias falsas.
Mr. Creelman permaneció en México solamente unas cuantas semanas, lo que acredita superficialidad; tomó directamente su artículo de los labios del Presidente Díaz, y eso constituye parcialidad; y sus conocimientos de las condiciones tanto políticas como históricas de México, son incompletos y con carácter de diletantismo, como bien lo prueba su referido artículo, con lo que se demuestra que son incompletos.
Por mi buena fortuna hace cerca de tres años me trasladé á la ciudad de México, para ser uno de los fundadores, uno de los directores y el editor de la edición dominical de “El Diario”, que es hoy el primer periódico de ese país en lo que respecta al prestigio, y el segundo en lo que respecta á circulación. Durante esos años he tenido oportunidad de observar el desarrollo de los acontecimientos, desde las oficinas del periódico,[p. 12] como un médico que toma el pulso á un enfermo, y de vigilar la actitud del gobierno mexicano, representado por el Presidente Díaz, como un espectador curioso atisba detrás de los bastidores la labor de una compañía teatral.
Me consagré en esos años á leer cuidadosamente y con asiduidad la historia de México anterior al período del presidente Díaz, y después examiné con escrupulosidad la del largo período de su administración, escudriñando panfletos y colecciones de periódicos ya olvidados, y en conferencias privadas é íntimas con enemigos y detractores, y con amigos y admiradores del Presidente Díaz, y, también, con los que miran con indiferencia su labor política.
Después de haber reunido todos esos elementos, he reflexionado con madurez y he llegado á la conclusión de que el Presidente Díaz no ha hecho todo lo que era humanamente posible, sino todo lo que era inhumanamente posible que perpetrase un hombre; que el retrato que del Presidente Díaz presenta Mr. Creelman, no es la mejor representación de ese funcionario, sino que lo presenta tal como el Presidente Díaz gusta que lo exhiban, es decir, como el salvador y creador del México moderno; que en realidad no es más que un tirano y un déspota en el sentido más lato de las palabras; el creador de un sistema político mucho más cruel, diabólico y profundo que el que Machiavelli concibió en su “Principe”, más sutil é hipócrita que el de la orden de los Jesuítas formada por Loyola, más sanguinario é implacable que el del reinado de terror y asesinato de Abdul Hamid, más perverso y dañoso para México que la dominación de Calígula sobre Roma.
Jamás ha hecho el Presidente Díaz algo en favor del pueblo mexicano, á no ser que ese algo sirviese al mismo tiempo para ayudarlo á su elevación al poder, á enriquecerlo y á darle prestigio internacional.
Por lo contrario, ha sofocado todos los ideales puros y patrióticos de su pueblo, conservando, en vez de la substancia, una forma, una apariencia, mejor[p. 13] dicho, lo que para toda persona inteligente, no es más que una burla y un insulto.
Por eso afirmo que no puede ni debe ser llamado un gran estadista; puesto que es esencialmente personalista, su obra morirá con él; que considerarlo como un gran presidente equivale á invertir todos nuestros patrones políticos, porque ni Washington puede ser tenido como un gran presidente, ni Lincoln como el más grande, el más puro, el más alto ideal del estadista, si aquel otro hombre es considerado como grande.
Porque el Presidente Díaz ha sacrificado todas las libertades del pueblo mexicano en aras de su ambición personal, manteniendo sólo las de sus agentes serviles, sus cortesanos, sus favoritos y sus conspiradores asalariados. Ha arrasado los tres grandes baluartes de toda nación civilizada: la libertad personal, la libertad de la prensa y la justicia.
Durante toda una generación el Presidente Díaz ha representado la farsa de un gobierno democrático, liberal, paternal y patriótico en beneficio de las cándidas naciones civilizadas; sus pregoneros en la prensa fueron los extranjeros que, á cambio de concesiones y privilegios, le prodigaron adulaciones y mentiras, ó guardaron silencios muy significativos; sus turiferarios, domésticos y extraños, se dividían el botín, como los Pashás, y el resto de los mexicanos recibía las migajas que caían de la mesa del festín, llena de manjares y de bebidas, y, si gruñían, á puntapiés se les sometía de nuevo al yugo.
En realidad ha defraudado á todo el mundo por algún tiempo; pero no podrá engañar á todo el mundo en todo y por todos los tiempos.
Si la paciencia de Vd. es tan grande como su buena voluntad, sírvase leer estas notas, que son el resultado de una inquisición honrada y concienzuda. Quien estas líneas escribe ha roto con sus intereses pecuniarios, á fin de hallarse en absoluta libertad para decir la verdad; y lo único que reclama para esta pequeña obra, es que se la considere como la primera hoja del libro[p. 14] de la futura Historia del México moderno, que necesario es que se escriba, desde los comienzos, por hombres verdaderamente libres.
Carlo de Fornaro,
National Arts Club, New York.
[p. 15]
Un gran hombre debe hacer grandes sacrificios y matar sus cien bueyes, sin saber si serán consumidos por los dioses ó los héroes, ó devorados por las moscas.
Emerson.
Héroe de mil y una batallas, Príncipe de la Paz, el Superhombre de Oaxaca, el Cincinato de la Noria, Salvador y constructor del México moderno, Gran Lama de Chapultepec, General Porfirio Díaz, Presidente inconstitucional de México, hoy Emperador por Derecho divino, se acerca el día de ajustar cuentas.
En ese día la historia juzgará de su obra declarándola buena ó mala, no con la ayuda de los agentes asalariados de la prensa, los intrigantes, los parásitos y los lacayos de ese hombre; no sólo tomando en consideración las millas de ferrocarriles y telégrafos, los puertos de mar, los edificios públicos y los caminos asfaltados construídos en sus dominios; no por las batallas ganadas ó perdidas, ó de las múltiples decoraciones aglomeradas en su orgulloso pecho; ni por el ejército y la armada que ha creado, ni por las miriadas de concesiones que ha vendido á los extranjeros; ni por la ficticia prosperidad de México y la paz de los sepulcros, la paz de Varsovia.
Será juzgado tomándose en cuenta todas las libertades que ha desgarrado, una tras otra, de un modo deliberado, los ideales políticos que ha pisoteado, so pretexto de una paz que sólo ha sido provechosa para la mafia política que él ha creado.
Será juzgado tomándose en cuenta la Justicia que ha acogotado, encomendando su administración á títeres é ilotas que le pertenecen en propiedad; los millares de individuos que ha arrojado á las mazmorras, para que allí se pudran; por los millares de individuos asesinados á sangre fría, sin previo proceso ni siquiera[p. 16] acusación formal, como se mandan las reses al matadero, para que sirviesen de pasto á su ambición de buitre, para satisfacer sus propósitos de aterrorizar, en su desesperanza de cariño y de estimación; su miedo constante, su perpetuo temor á la revuelta, la que vendría á probar que no es amado, y, á la vez, que su imperio es efímero.
Será juzgado por la carnicería de Veracruz, por el asesinato del General Corona, del General García de la Cadena y del General Ángel Martínez; por el asesinato de todos sus grandes rivales, por el día rojo de Orizaba, por la multitud de periodistas sacrificados en aras de su Gran Miedo, por su terror hacia la Libertad, la Justicia y la Rectitud de Conducta.
Fué un gran sacrificio, y el holocausto levantó sus llamas hasta las nubes, y el humo y las cenizas de un rojo gris tomaron la forma de Porfirio Díaz, el héroe de mil y una batallas.
Pero la Historia juzgará y arrojará á los cuatros vientos la gran Sombra.
[p. 17]
La vida de Porfirio Díaz puede dividirse en cuatro períodos bien determinados. El primer período comprende desde su nacimiento hasta que cumplió los 24 años; el segundo comienza cuando se huyó para unirse á los que hacían la oposición á Santa Ana, y concluye en 1867, con la muerte del Emperador Maximiliano; el tercero comprende desde 1867 hasta 1876, período de tempestades y violencias, que concluyó con el escalamiento de la presidencia de la República; el cuarto desde 1876 hasta el momento actual, y que es el período de su poder continuo, con excepción del interregno del General González. (1880-1884.)
Este es el período de incubación, el brote de la flor silvestre, la evolución del discípulo teológico hacia el estudiante de jurisprudencia.
Este hombre predestinado nació en la más humilde cuna, en Oaxaca, el año de 1830, vástago de un padre de origen español, y de una madre india, y ascendió hasta la cumbre más alta del poder jamás alcanzada en su país, por el sendero de la guerra, la revolución y la anarquía. Pero sus primeros pasos fueron pacíficos, casi vulgares: fué buen hijo, discípulo industrioso y buen muchacho.
En el año de 1846 la ciudad de Oaxaca tuvo aprehensiones de guerra. Se creyó que las fuerzas norteamericanas que avanzaban sobre la capital de la República atacarían á Oaxaca. Con tal motivo se afiliaron en las milicias todos los estudiantes, formando un batallón que las crónicas locales designan seriamente con el cómico nombre de “Peor es nada”.[1] El joven[p. 18] Porfirio se alistó en él también, pero, por desgracia, el cómico batallón no salió jamás á campaña.
Nada hay en esos primeros años que augurasen los atropellados eventos de su futura existencia, en la que las más irrealizables ambiciones de sus ensueños se verían realizadas; existencia salpicada de aventuras románticas, dignas de una novela de las que se reparten por entregas.
Ningún decidor de fortuna, ningún profeta le predijo cosa alguna, y, como él mismo lo confiesa, su más alta ambición, cuando era muchacho, fué llegar á ser coronel de un batallón.
Quienes han estudiado su vida desde el punto de vista psicológico, han intentado explicar el buen éxito por Díaz alcanzado, atribuyéndolo á las cualidades heredadas de las dos razas que en él concurren: la española y la mixteca.
El atavismo no explica el fenómeno, puesto que hay muchos miles de muchachos con madres mixtecas y padres españoles que nunca llegan á ser algo, ni siquiera buenos porteros.
La explicación se encuentra en él mismo; consiste en el perfecto equilibrio entre el cerebro y la voluntad; es la explicación lógica del buen éxito que obtienen los conquistadores, estadistas y conductores de hombres. Con algo más de inteligencia, habría llegado á ser un buen abogado; con un poco más de imaginación, habría podido ser un periodista militante ó un promovedor de negocios; con un exceso de voluntad podría haber sobrepasado la línea del cabecilla revolucionario, para convertirse en un capitán de bandoleros.
En todo hombre debe estar el Don Quijote balanceado por el Sancho Panza, para poder tener buen éxito práctico.
Un ser vulgar, atento y prudente en todo momento de su vida, con frecuencia goza del placer de triunfar sobre los hombres de imaginación, como dice Stendhal.
Esta es la época quijotesca de su vida. Batalló por varios ideales. Se rebeló contra el despotismo de Santa Ana; contra el poder de la Iglesia, las arbitrariedades de los gobernadores poderosos, los autocráticos jefes políticos; por “México para los Mexicanos”, por la justicia y la libertad individual, hasta que sus desesperadas luchas y sus temeridades llegaron á conocimiento de su antiguo maestro de jurisprudencia, Benito Juárez.
Un bello día, el 2 de Diciembre de 1854, Porfirio Díaz se fugó para reunirse con un bandido llamado Esteban Aragón, á causa de haberse negado á votar en favor del archi-comediante y déspota Santa Ana, lo que hizo que la policía le siguiera la pista.
En ese día de predestinación, encontró Díaz su verdadera vocación.
Desde entonces y por cerca de 22 años luchó casi sin tregua, durante 13 años en pro de un ideal político; en los 9 años siguientes, para conseguir la presidencia.
Así fué adquiriendo lecciones prácticas en el arte de la guerra, en la creación y organización de tropas y de revoluciones.
En medio de esas refriegas estalló la revolución de Reforma, y el partido liberal, al que se había unido Díaz, salió victorioso sobre la Iglesia, sacando de la obscuridad al Presidente indio, Benito Juárez, para constituirlo en la más alta personalidad de la historia mexicana.
En seguida vino la Intervención francesa. Porfirio Díaz y los demás generales del partido liberal combatieron contra las disciplinadas tropas francesas, siguiendo el sistema de guerrillas, ó en batallas campales, casi desnudos, hambrientos y mal armados, sin recibir ayuda de los Estados Unidos, hasta que, al fin, arrojaron á los franceses al mar y arrastraron á Maximiliano al cadalso. Con la muerte del Emperador quedó enterrada la causa de la Iglesia.
El joven general que había combatido por tantos ideales políticos, se sintió chasqueado al ver la pobre recompensa que obtenía.
La espina de la envidia empezó á punzarle, y el patriota lo sacrificó todo en su desaforada estampida para alcanzar el poder supremo. Aquella fué una lucha tantalizadora contra el impasible é inquebrantable Juárez.
En cierta ocasión lo agarraron y lo hicieron comparecer ante Juárez, quien le dijo: “Merece Vd. cinco balazos por rebelde; pero el país toma en consideración los servicios que le prestó Vd. durante la guerra de Intervención. Es Vd. muy ambicioso y de seguro será presidente algún día; pero no mientras viva yo.”
La primera prueba de la ambición de P. Díaz por la presidencia se puso de manifesto en 1867: “sitiaba á Querétaro el General Escobedo cuando se le presentó una comisión que iba á proponerle la formación de un partido militar cuya jefatura se rifaría entre los Generales Escobedo, Corona y Díaz, para llevar á la presidencia al designado por la suerte, pues no era justo, agregaban los comisionados, que Don Benito Juárez siguiera de presidente y recogiera las ventajas del triunfo, cuando ellos eran los que lo habían conseguido á costa de su sangre y con peligro de su vida. El Gen. Escobedo contestó diciendo que él era soldado, no político; que se batía por patriotismo, no por ambición; y que bastaba que los franceses hubieran manifestado que nunca tratarían con el Sr. Juárez, para que él creyera debido que, á la hora del triunfo, fuese conservado en el poder el gran patriota que lo había ocupado en las tristes horas de la derrota y la defección.”[2]
Esta pequeña lección de patriotismo y de lealtad hizo abortar la conspiración.
Desde 1867 y por espacio de más de nueve años, el General Díaz conspiró é hizo resistencia á las admi[p. 21]nistraciones legales y constitucionales del presidente Juárez y del presidente Lerdo de Tejada.
Este que es hoy Príncipe de la Paz á toda costa, entonces quebrantó la paz del país con sus proclamas, que hoy se leen como panfletos políticos contra su propio gobierno.
Con persistencia se ostentó antagonista de la autoridad legal y promovió rebeliones en el sur, en el este, en el oeste y desde los Estados Unidos llevó la revolución á México. Cuando el Gen. Escobedo salió en su persecución, á la cabeza de las tropas del gobierno, el Gen. Díaz se acobardó, dispersó á sus cómplices en la rebelión, y huyó á través de la frontera americana, exactamente lo mismo que lo hicieron en la pequeña revuelta que estalló hace pocos meses iniciada de este lado de la frontera por los hermanos Flores Magón. En aquel entonces la razón social era Díaz, Hermano y C.ª
Fracasó repetidas veces, volvía á levantarse de nuevo, frenético, como picado por la tarántula de la ambición, sembrando por todo el país el desorden, la inquietud, el disgusto y la anarquía.
Llegó á tal punto su descrédito que las personas serias y de recto juicio lo compararon con el celebérrimo bandido y cacique de Tepic, Manuel Lozada, un indio notable, salvaje y cruel, cuyo carácter fuerte es interesante. Lozada organizó una dictadura perfecta; su policía y su sistema de espionaje estaban admirablemente organizados, y obtenía sus rentas de la aduana de Tepic, que manejaba á su antojo. En su ambición también hizo Lozada su Plan, el llamado “Plan libertador de Lozada”. En breve tiempo organizó 8,000 indios con el objeto de asaltar la ciudad de Guadalajara y la Presidencia de la República. Pero fué derrotado en la batalla de “La Mojonera”, por el Gen. Corona.
La impresión general del momento se condensó en una frase pronunciada por distinguido abogado y periodista, quien desde lo alto de una torre de Guadala[p. 22]jara telescopiaba la polvareda levantada por las hordas lozadeñas acercándose á atacar esa plaza: “¡Sólo esto nos faltaba... Un tercer imperio con Lozada I.!”[3]
“¡Hombre al agua!” tal fué la frase popular con que se ridiculizaba el fracaso del Gen. Díaz, como caudillo político y jefe revolucionario, cuando, en su viaje de New-Orleans á Veracruz, (1876) con objeto de ponerse al frente de los sublevados de Oaxaca, saltó por la borda del barco que lo conducía, para impedir que lo capturaran las tropas del gobierno legítimo.
Ese mismísimo Príncipe de la Paz que hoy se exhibe hipócritamente como el protector de la Constitución y de la Legalidad, en aquel entonces, á la faz de la derrota popular sufrida en tres elecciones presidenciales sucesivas, persistió en subvertir el orden público, comprometiendo la prosperidad de su patria con sus constantes revueltas, sólo por satisfacer su insaciable codicia y su ambición de poder.
En 1867 obtuvo Benito Juárez 7,422 votos para la presidencia.
En 1867 obtuvo Porfirio Díaz 2,709 votos para la presidencia.
En 1871 Benito Juárez obtuvo 5,837 votos para la presidencia.
En 1871 Porfirio Díaz obtuvo 3,555 votos para la presidencia.[4]
Después de la muerte de Juárez hubo otra elección y Díaz fué derrotado de nuevo. (1872)
Lerdo de Tejada recibió 9,520 votos para la presidencia.
Porfirio Díaz recibió 604 votos para la presidencia.
El General Díaz aparece como responsable del “Motín”[5] de México, del Plan de la Noria, del Plan de Tuxtepec, y del Plan de Palo Blanco en que se reformó al anterior. El último derrocó al Pres. Lerdo. Bajo[p. 23] el título de “Motín”, El Siglo XIX, periódico de oposición, publicó estas líneas: “Según se nos informa el Plan consistía en asesinar al Gen. Alatorre al salir del teatro, proclamar Presidente al Gen. Porfirio Díaz é imponer á la población un préstamo de $300,000.00 so pena de saqueo. El jefe del motín era un oficial Urrutia que había servido al Imperio y se pasó al campamento del Gen. Alatorre cuando sitió á Jalapa. Este oficial había seducido á la tropa, pero una hora antes de estallar el complot lo denunció un cabo.”[6]
Cuando los revolucionarios invitaron ostensiblemente al Gen. Díaz á acaudillar otra revuelta, él contestó: “Yo me resigno al sacrificio de mi honor y de mi vida, y, si el éxito corona nuestros esfuerzos, podré dar pruebas nuevas y evidentes de que no aspiro por ostentación al poder y que prefiero la obscuridad del hogar doméstico.”
Esta es una de sus acostumbradas é innumerables mentiras políticas, pues su ambición personal de poder era tan vehemente y terrible que el Gen. Luis Mier y Terán había sintetizado admirablemente el estado mental de los prohombres del sable en una frase de simpática virilidad:
—“¡¡Porfirio Díaz ó la muerte...!!”
El “Plan de la Noria”, fué llamado así, porque fué escrito en la hacienda de la Noria, propiedad del Gen. Díaz, quien lo subscribió en Nov. 1871. Se consideró este Plan tan absurdo é impracticable, que “El Siglo XIX” periódico de oposición al gobierno, declaró en su número de 16 Nov. 1871: “‘El Plan de la Noria’. Este nombre se ha dado al manifiesto leído recientemente en el Congreso por el Ministro de Gobernación, como expedido por el Gen. Díaz. A muchas personas hemos oído decir que es un documento apócrifo y ciertamente queriéndose dar un fuerte golpe en la opinión pública al Gen. Díaz y á la revolución que él acaudilla, lo más adecuado era atribuirle un plan TAN LLENO DE[p. 24] ABSURDOS POLÍTICOS como el que hoy se llama el Plan de la Noria.”[7]
A la muerte de Juárez ocupó Lerdo de Tejada la presidencia de la república, en virtud de su carácter de Vicepresidente Constitucional.
Por uno de sus primeros decretos (27 de Julio 1872) concedió amnistía general á todos los revolucionarios que estuviesen con las armas en la mano.
El Gen. Díaz consideró esa amnistía degradante para él y para sus secuaces, como lo declaró en una circular fechada el 13 de Sept. de 1872, en Chihuahua: “Creí á propósito proponer que la revolución acreditara dos personas de su confianza cerca del Gobierno para entrar con él en negociaciones francas de que pudiera resultar la paz y la substitución de la degradante ley á que ha querido llamarse amnistía por otra que no rebaje nuestra dignidad militar y nos confunda con los infidentes en la época de la Intervención, como parece que intencionalmente se hizo.”[8]
En esta ocasión el jefe rebelde fué sobrepujado en astucia por el Presidente diplomático, quien logró exhibirlo como traidor á la patria.
Natural era, pues, que las personas amantes de la paz demostrasen su disgusto por la antipatriótica conducta del Gen. Díaz, derrotándolo en los comicios para las elecciones presidenciales, en 1872.
Pero así como un leopardo no puede cambiar las manchas de su piel, Porfirio Díaz, á pesar de lo que dicen sus numerosos aduladores y sus falsos admiradores, es hoy el mismo traidor á la patria que hemos visto en los nueve años de casi no interrumpidas rebeliones y sediciones.
Siempre lo vemos aparecer como perjuro contra la Constitución, contra la República, las Leyes de Reforma y la No-reelección. Ha roto con los dogmas de su partido, con todos los principios liberales que[p. 25] profesó en otro tiempo, con todas las aspiraciones de su patria.
Aspiraba á ser un Washington, y ha degenerado en un Sylla hispano-americano; quiso establecer un paternalismo liberal, y logró tan sólo crear un rastrero “Diazpotismo”; ambicionó ser émulo de Napoleón I, y siguió los pasos de César Borgia; esperó gobernar, y sólo ha aterrorizado; llegó á imaginarse que podía engañar á la historia, y sólo se ha chasqueado á sí mismo.
En sus conversaciones privadas con amigos y extraños, procura convencerse á sí mismo y á los demás de que su propósito constante ha sido el de la honradez y el propio sacrificio, pero que las circunstancias lo han forzado á seguir por otra senda.
Hace un año, en una audiencia que concedió á E. T. Simondetti, presidente de el “El Diario”, le dijo:
“En 1879, cuando declaré que me oponía á la reelección para la presidencia fuí sincero; pero después mis amigos me rogaron que permaneciese en el poder para bien de la nación”.
De lo expuesto se infiere lógicamente que ahora no es sincero, pues los mismos amigos le siguen rogando, en cada nueva farsa electoral, que continúe en el poder para bien de la nación.
En las primeras líneas del plan de la Noria (1871) que fué la proclama contra el gobierno de Juárez, encuentro lo siguiente:
Al Pueblo Mexicano.
“La reelección indefinida, forzosa, y violenta del Ejecutivo Federal, ha puesto en peligro las instituciones nacionales.”
Este cómico llamamiento al pueblo mexicano, hecho por el incipiente sátrapa, recuerda el de otro mandarín mexicano, el traidor Santa Ana, que acostumbraba poner al pie de todas sus bombásticas proclamas y cartas: “Patria y Libertad!” En el famoso[p. 26] Plan de Tuxtepec reformado en Palo Blanco, (21 de Marzo 1876) proclama Porfirio Díaz, bajo su firma: “Art. 20. Tendrán el mismo carácter de ley suprema la NO-REELECCIÓN del Presidente de la República y Gobernadores de los Estados, mientras se consigue elevar este principio al rango de reforma constitucional, por los medios legales establecidos por la Constitución.”
El 16 de Sept. de 1879 hizo el Presidente Díaz ante el Congreso la siguiente declaración:
“No es la oportunidad de que el ejecutivo exprese su juicio sobre esa materia; pero sí debo hacer ante el Congreso la solemne protesta de que jamás admitiré una candidatura de reelección aun cuando ésta no fuere prohibida por nuestro código, pues que siempre acataré el principio de donde emanó la Revolución iniciada en Tuxtepec.”[9]
Cada cuatro años, poco más ó menos, el viejo zorro Porfirio Díaz ordena á sus sicofantes que esparzan el rumor de que el Presidente va á renunciar al poder, de que está cansado y viejo, que desea retirarse á la vida privada.
Entonces muchedumbres de sus amigos, “los Amigos Amistosos de la Amistad” de un modo oficial ó extra oficial, comienzan sus peregrinaciones á Chapultepec, ó al Palacio Nacional y le ruegan rendidamente que permanezca por otro período más, siempre para bien del país; y el viejo socarrón, con lágrimas de gratitud, se sacrifica resignadamente, porque así lo quiere la nación. “Cuando un gobernante dice: quiero dejar el poder, pero si la nación me exige nuevos sacrificios, continuaré sacrificándome”, debe entenderse: “no tengo el menor deseo de dejar el poder y los interesados en que no lo deje deben tomar, aun cuando sea ridículamente, el nombre de la nación, para que ésta me ruegue que no la abandone. Esta copla ha sido recitada en todos los siglos, en todos los planetas, en todas las naciones, por todos los ambiciosos, y ha[p. 27] servido para millones de chistes en sainetes, zarzuelas, y periódicos bufos.”[10]
Cuando se aproximaba la elección presidencial de 1876, el siempre listo Porfirio inició otra revolución.
Unos de los puntos de acusación de los revolucionarios contra el Gobierno, fué: “que el sufragio público se ha convertido en una farsa, pues el presidente y sus amigos por todos los medios reprobados hacen llegar á los puestos públicos á los que llaman sus ‘Candidatos Oficiales’, rechazando á todo ciudadano independiente.”[11]
Los revolucionarios no aguardaron á que concluyese el período de Lerdo, el que terminaba el 30 de Nov. de 1876.
El Gen. Díaz reunió 5,000 hombres y tuvo un encuentro con el Gen. Alatorre, que mandaba 3,000 hombres, cerca de la hacienda de Tecoac. La batalla estaba empatada, porque ambos generales se tenían un miedo recíproco.
Por fortuna para el Gen. Díaz, se salvó la jornada con la llegada del Gen. González, quien cayó como un huracán sobre el enemigo, destrozándolo. El número total de muertos por ambas partes, ascendió á 95.
Después de esa derrota, el Presidente Lerdo, en vez de luchar, hizo sus maletas y huyó hacia los Estados Unidos.
El único vestigio de autoridad que quedó en México, después de la fuga del Ejecutivo legal, fué José María Iglesias, uno de los triunviros del gobierno liberal durante la Intervención francesa.
Iglesias fué un hombre puro, un honrado patriota del tipo de Catón.
Era Presidente de la Suprema Corte de Justicia de la Nación cuando Lerdo se fugó, y, por lo tanto, el Presidente interino constitucional.
Sobre este particular decía el plan de Tuxtepec:
“Art. 60. El Poder Ejecutivo, sin más atribuciones[p. 28] que las meramente administrativas, se depositará, mientras se hacen las elecciones, en el Presidente de la Suprema Corte de Justicia actual, ó en el magistrado que desempeñe sus funciones.”
Iglesias se dirigió á Querétaro con su gobierno, y entró en arreglos con el Gen. Díaz. Las conferencias se celebraron por medio del telégrafo, entre Iglesias y Justo Benítez, representante del Gen. Díaz.
Benítez telegrafió, entre otras cosas:
“La base indeclinable de todo arreglo tiene que ser el plan de Tuxtepec reformado en Palo Blanco, como la expresión genuina de la voluntad nacional. ¿La acepta Vd.?”
Iglesias respondió: “No pudiendo haber vacilación de mi parte en punto tan capital, no acepto, ni puedo, ni debo aceptar la base que Vd. califica de indeclinable. Todo lo que sea separarse de la Constitución de 1857, será rechazado por mí que soy el representante de la legalidad.”[12]
Una de las condiciones impuestas por el Gen. Díaz á Iglesias fué: “que dicho General sería Ministro de la Guerra en el Gobierno del Presidente Interino”; condición inaceptable, puesto que Iglesias había declarado en su manifiesto, que ni él ni sus Ministros figurarían como candidatos en las elecciones á que convocara: circunstancia á la que no quiso plegarse el Gen. Díaz. De modo que el caudillo revolucionario, no sólo reconocía al Presidente Interino, sino que deseaba formar parte de su Gabinete.
El reconocimiento se hacía, conforme al art. 82 de la Constitución, y conforme á él eran del todo improcedentes las condiciones puestas por el Gen. Díaz.[13]
Esta controversia sobre un punto de legalidad y de constitucionalidad estuvo bien manejada por el General Díaz y su banda revolucionaria. Sin embargo, tenía admirable semejanza al argumento entre el lobo y el cordero. Como era de suponerse, las negociaciones[p. 29] no dieron ningún resultado, y el único vestigio que de legalidad quedaba tuvo que huir hacia los Estados Unidos, para conservar la vida.
Con este incidente termina la lucha de nueve años emprendida por Porfirio Díaz con el objeto de capturar la Presidencia de la República.
Nunca debe entregarse una nación á un hombre, quien quiera que sea y cualesquiera que sean las circunstancias.
Thiers.
Un pronunciamiento, según el talentoso historiador mexicano C. Pereira, (forma que tomó la desmoralización militar en España y sus antiguas colonias), es la intervención del ejército armado en los negocios públicos, imponiéndose por la fuerza. Como el papel social del ejército es la conservación del orden y la defensa de la patria, el pronunciamiento constituye un crimen.
El pronunciamiento de Tuxtepec fué la escala por la que ascendió Porfirio Díaz al poder, es decir, por medio de un crimen.
Así como Napoleón Bonaparte sólo pudo conservar su corona por medio de las armas, Porfirio Díaz mantiene su poder autocrático sólo en virtud de una serie ó concatenación de felonías políticas. Una relación detallada de todas las atrocidades cometidas por orden suya y por medio de sus asalariados asesinos, llenaría las páginas de tres gruesos volúmenes en folio, por lo que me limitaré á hablar únicamente de los más cobardes y característicamente torpes, para dar una idea de su mistificador “gobierno pacífico”.
La metamorfosis de Porfirio Díaz, á partir de su primer período administrativo hasta el presente, es tan inesperada como la evolución de cualquier gusano despreciable que llega á convertirse en una multicolora espléndida mariposa.
Llegó á la presidencia tan pobre como un ratón de[p. 30] iglesia; pero tan mañoso como Ulises; completamente desacreditado y, á la vez, con un enorme capital de esperanzas y de recursos maquiavélicos; sin autoridad alguna, pero listo para forjarla con sus propios instrumentos; con poca experiencia, pero sabiendo que tenía por delante toda su existencia para la práctica de la política; sin prestigio nacional ni internacional, pero preparado para crearlo por medio de juegos de manos financieros y de artificiosos anuncios dándose bombo; falto de conocimientos de estadista, pero confiado en que la sabiduría del país gravitaría al rededor de su silla presidencial.
Inauguró su primer período apareciendo como un hombre tan sospechoso, que, según se complace él mismo en referirlo á sus amigos, al principio no encontró un comerciante que se atreviese á honrar su firma y á prestarle un peso para ayudar á los gastos de la administración.
Con frecuencia sucedía, cuando caminaba por la calle de San Francisco, en México, que sus amigos y conocidos apresuraban el paso para tomar una calle atravesada, ó entraban en algún establecimiento para evitar su saludo.
Por intuición adivinó que para gobernar con buen éxito dentro de la esfera del despotismo, es necesario seguir al pie de la letra el aforismo de Maquiavelo que dice: “No es necesario que el príncipe posea todas las virtudes que he enumerado; pero es indispensable que parezca que las posee.”[14]
Y consecuente con este principio, el lobo se vistió la piel del cordero, con lo que engañó tanto á los mentecatos como á los sabihondos.
El diagrama siguiente demuestra la evolución de los sendos períodos presidenciales de Porfirio Díaz:
De 1876 á 1880—primer período—Presidente revolucionario.
De 1880 á 1884—interregno del Gral. González.
[p. 31]
De 1884 á 1888—segundo período—Protector.
De 1888 á 1892—tercer período—Cónsul.
De 1892 á 1896—cuarto período—Cónsul vitalicio.
De 1896 á 1900—quinto período—Ungido Jefe Supremo.
De 1900 á 1904—sexto período—Emperador.
De 1904 á 1910—séptimo período—Gran Mogol.
La gradación desde presidente revolucionario hasta Gran Mogol escandalizará á los ignorantes, pero merece que se la considere con detenimiento.
Para llegar á la cima de la escala ascendente se necesitaban treinta años de labor infatigable de corrosiva destrucción de todas las libertades del pueblo mexicano, por las cuales había luchado durante más de doce lustros. Porfirio Díaz sólo necesitó la mitad de ese tiempo para destruirlas. Fué una operación completamente secreta, como el trabajo de la polilla que va carcomiendo interiormente la troza de madera, sin que sea posible notarlo desde el exterior.
Su primer período fué el cimiento para afianzar su poder imperial. Utilizó el período del General González para hacer experimentos sobre los resultados de las iniciativas del arreglo de la famosa deuda inglesa, del Banco del Gobierno y de la emisión de una nueva moneda de níquel, de á cinco centavos.
Muy diestramente y con conocimiento perfecto de la codicia de González, sugirió esas iniciativas cuando fué Ministro de Fomento, en el gabinete del mismo González.
El gobierno de Porfirio Díaz no dejó en las arcas federales ni un centavo partido por la mitad, para su sucesor, Manuel González, á pesar de que los ingresos de la nación en la última parte del año de 1880 revelaron gran aumento, ascendiendo á $22,278,845.[15]
Al terminar su primer período, en 1879, se declaró en contra de la reelección, no de un modo sincero, sino simplemente porque sus cómplices revolucionarios, los[p. 32] generales conspiradores y rebeldes que le habían ayudado, no le hubieran permitido monopolizar el poder y los productos de cohechos y sobornos y chanchullos.
Entonces decidieron postular para Presidente en el período de 1880, á un hombre leal, que obedeciese ciegamente las órdenes del partido. El General Mier y Terán fué el designado.
Pero, por desgracia para ellos, Mier y Terán, como Gobernador del Estado de Veracruz, obedeció demasiado al pie de la letra la orden de asesinato que le dió el Presidente Díaz en el famoso 25 de Junio.[16]
Ese acto cobarde levantó una tremenda tempestad de indignación contra la administración de Díaz, y eliminó la candidatura de Mier y Terán.
Entonces se escogió á Justo Benítez, ex-secretario de Porfirio Díaz, su consultor y su Mefistófeles durante el período revolucionario. Pero Díaz sospechó de la lealtad de Benítez, y entonces se pensó en el General González, quien, además de ser compadre del Presidente, era soldado y obedecería sus órdenes sin vacilar.
González fué uno de esos innumerables rebeldes de profesión, de los que, desde que México se independizó de España, habían tomado las revoluciones como un modo de vivir.
Sin escrúpulos, desprovistos de patriotismo, faltos hasta de los más rudimentarios conocimientos militares, el único talento de esos hombres, con muy pocas excepciones, consistía en el valor en la pelea. Sus conocimientos tácticos corrían parejos con los del General Cartaux, quien escribió á la Asamblea Nacional proponiéndole su plan para la toma de Tolón, el cual consistía en que “el general de artillería bombardeará á Tolón por espacio de tres días, al cabo de los cuales lo asaltaré con tres columnas y lo tomaré á viva fuerza.”[17]
Para esos aventureros la presidencia estaba simbolizada por el Palacio Nacional, donde reside el Pre[p. 33]sidente de la República, como para los mahometanos la Mecca ó Medina sintetiza el mahometismo.
Sus proclamas rezan, por regla general: “Este plan se pondrá en toda su fuerza y vigor tan luego como el General en jefe del Ejército Regenerador ocupe el Palacio Nacional.”[18]
Es evidente que consideran la nación, especialmente el tesoro público, como algo que les pertenece en propiedad.
Porfirio Díaz era el asociado y compinche de esos filibusteros, absorbió sus medios, sus ambiciones y alcanzó buen éxito donde los otros fracasaron.
La administración de González saqueó el tesoro nacional, vendiendo concesiones ferrocarrileras, con proyectos de colonización, con empréstitos, con lo del Banco Nacional, etc. Él y su pandilla ordeñaron el tesoro hasta extraerle la última gota, hasta el último día, en el que, como despedida, el Presidente extrajo los $9,000 que quedaban en las arcas de la nación.[19]
Entre los ministros de González figuraron Ignacio Mariscal, encargado de la cartera de Relaciones, y Francisco de Landero y Cos, Secretario de Hacienda. Ambos fueron la honradez personificada.
El General González, con la ayuda de su genio maléfico, Ramón Fernández, Gobernador del Distrito Federal, conspiró para deshacerse de Landero y de Mariscal.
Cuando se puso á discusión en el Congreso la Ley del níquel, el General González envió orden para que se suprimiese la limitación de pagos. Esa limitación y la Ley eran obra del ministro Landero, quien llegó al Congreso demasiado tarde para tomar participación en el asunto, y como comprendió el espíritu de la orden mencionada, presentó su renuncia. Pero antes de salir del ministerio, declaró ante el Congreso que había en las arcas del Gobierno más de un millón de pesos.[20]
[p. 34]Para aquella manada de lobos famélicos eso fué un llamamiento al robo y al pillaje.
En el arreglo de lo del Banco Nacional, los banqueros franceses, que fueron los que proveyeron el capital, tuvieron que gastar $1,000,000 en acciones, y $1,500,000 en efectivo, para sobornar á la Administración.[21]
El empréstito para el pago de la deuda inglesa les debió proporcionar una utilidad de $20,000,000, lo que unido á la Ley del níquel, por la que inundaron todo el país con piezas de á cinco centavos, provocó casi una revolución, incidente que redujo la supradicha utilidad á $2,000,000.
Por fortuna el período presidencial tocaba á su término y Porfirio Díaz apareció como el salvador, mientras que González bajó del poder en medio de la vergüenza y de la ignominia, considerado como el “Presidente-Atila”.
Pero en cuanto volvió á tomar Díaz las riendas del gobierno, en su segundo período, no pensó más que en sí mismo, dictando todas las providencias necesarias para impedir que algún competidor pudiese desposeerlo de la Presidencia. Después resolvió eliminar á todos los competidores, y, para el efecto, se erigió en una especie de providencia de la nación, legitimada por la necesidad. Como consecuencia de lo primero, se volvió desconfiado y terrible; como consecuencia de lo segundo, se volvió exclusivista y celoso.[22]
Para poder eliminar á todos sus rivales, uno por uno, era necesario poseer en cuerpo y alma toda la administración de justicia, la policía y el ejército nacional.
Empezó por reemplazar todo el personal de la administración de justicia con servilones manufacturados por él, desde el Ministro del ramo hasta al más ínfimo escribiente. En lugar de los Gobernadores independientes, que antes eran elegidos libremente por el pueblo, impuso hombres suyos, ex-generales, [p. 35]ex-revolucionarios, que aspiraban á la presidencia como medio de enriquecerse. Como gobernadores tenían las mismas oportunidades para el efecto, siendo menor el peligro y sin llamar tanto la atención.
Tan luego como colocó á sus criaturas en todos los puestos de la administración, es decir, de gobernadores, ministros de Estado, senadores, diputados, jefes políticos, comenzó á desgarrar la Constitución, suprimiendo el poder de la prensa, matando la libertad personal por medio de las prisiones arbitrarias, y eliminando lentamente á sus enemigos con la ayuda de “accidentes” y de la famosa “Ley Fuga”.[23]
Pruébase que el gobierno de Díaz era ilegal con el mero hecho de que el Gabinete de Washington se negó á reconocerlo, á causa de su origen revolucionario,[24] y sólo en el año de 1879 lo reconoció formalmente y acreditó un representante en México.[25]
Porfirio Díaz pensó, y no sin razón, que la posesión equivale á las nueve décimas partes de la ley.
Para poder continuar constitucionalmente en la Presidencia, era indispensable reformar la Constitución. Así lo hizo Porfirio Díaz, antes de que terminara su segundo período, y al mandato del señor, sus parásitos en el Congreso establecieron la Presidencia por dos períodos consecutivos.[26]
Pero como esto no bastaba, en el tercer período, obedeciendo el Congreso las órdenes de Díaz, “resolvió el punto definitivamente, aboliendo toda clase de limitaciones”.[27]
Después de esa confirmación de poder, quedó prácticamente convertido en Cónsul vitalicio, y en absoluta libertad para obrar á su antojo.
Capítulos especiales dedicaré á sus asesinatos, así como á la prensa y á la administración de justicia durante su régimen.
La tan cacareada necesidad de conservar á Porfirio[p. 36] Díaz en el poder, en beneficio de la paz, es otro cuento fantástico inventado por el Presidente y su pandilla de cortesanos, tratando de convertir en virtud una gigantesca espoliación política.
Dos de los escritores é historiadores mejor conocidos de México, han discutido en términos formidables ese argumento.
Francisco Bulnes dice “la paz no es causa del progreso de México, todo lo contrario, la paz es la consecuencia del progreso de México y es fácil convencerse de ello”.[28]
Fernando Iglesias Calderón, dice: “Dos personajes políticos, cuya adhesión, sumisión y admiración al Gral. Díaz es manifiesta y proverbial, han declarado honradamente que los bienes que se atribuyen al gobierno de hoy, se deben, en su origen, á los anteriores gobiernos liberales. Esto equivale á trocar el mérito en fortuna, ya que el simple transcurso del tiempo ha desarrollado los bienes fundados por el Gobierno liberal de Don Benito Juárez.”[29]
Los partidarios y admiradores de Porfirio Díaz citan como buena prueba de sus afirmaciones la presente prosperidad de México.
Esto se puede refutar muy fácilmente.
La inversión y desarrollo del capital extranjero significan para México adelanto y prosperidad, porque México carece de capital doméstico. El progreso agrícola, la irrigación y la inmigración significan la prosperidad de México. La actual administración no tiene parte alguna en la inversión inicial de capital en México; jamás ha hecho algo en pro del desarrollo agrícola, ó de la inmigración; y sólo después de treinta años de la pretendida prosperidad, ha comenzado á pensar en la irrigación.
Inútil es decir que ni la inversión de capitales ni la prosperidad eran cosas posibles en México, mientras el poder político y cuatro quintas partes del suelo estu[p. 37]viesen en manos del clero. Así, pues, era esencial poner término al poder de la Iglesia. Benito Juárez fué quien llevó á cabo esa hercúlea labor, con un valor y una persistencia admirables, logrando realizar, á mediados del siglo pasado, lo que Italia sólo se atrevió á hacer por los años setenta, y Francia últimamente.
Necesitó México de algún tiempo para reponerse de los efectos de esa terrible guerra, así como de los de la Intervención.
Precisamente ese mismo Porfirio Díaz, que hoy es considerado indispensable para la prosperidad del México moderno, entonces, y por espacio de nueve años consecutivos, quebrantó la paz del país é interrumpió el progreso de la nación con sus absurdos planes de regeneración y sus revoluciones criminales.
La primera vía férrea, que fué la de México á Veracruz, se terminó durante la administración de Lerdo de Tejada. En la época de González fué cuando se encauzó hacia México la corriente de capitales americanos. Aquí me limitaré á copiar lo que escribió un autor en 1884:—“Un despertamiento inusitado en la vida del país resultó como primera consecuencia de la construcción de vías férreas.—A la irrupción del dinero americano, siguió la irrupción del hierro.”[30]
“Se están construyendo 20,000 casas en México—y la verdad es que jamás, desde el primer año de vida independiente en México, hasta la fecha, ni cuando llegaron á Santa Ana los millones Yankees en pago de la desmembración del territorio, ni cuando le vino á Maximiliano el dinero de Napoleón III para sostenimiento del ejército francés, se había visto en México tanta prosperidad ni tan halagadora perspectiva de riqueza y bienestar.”[31]
Si Porfirio Díaz es tan indispensable hoy para el bienestar de México, por su probidad y su imparcialidad, ¿por qué no dió pruebas de su honradez en 1880, cuando, en vez de dejar dinero en las arcas nacionales, las dejó[p. 38] completamente exhaustas, siendo un hecho innegable que “Los ingresos nacionales en el año fiscal de 1879-1880 pasaron de $21,000,000?”[32]
Año y medio de honrada administración financiera de parte de Landero y Cos, bastó para proporcionar al tesoro federal un superávit de más de un millón de pesos. El General González no tuvo jamás la pretensión de que su gobierno apareciese ni honorable ni filantrópico, y tan luego como el honrado Ministro de Hacienda dejó la cartera, comenzó la razzia, el saqueo de la tesorería, de la manera más desvergonzada.
Por otro lado, Porfirio Díaz siempre ha conservado la apariencia de un gobierno patriótico y recto, á pesar de lo cual, en su primer período, se colocó en la misma categoría que el General González y su cuadrilla. Sólo después de su tercer período, cuando estuvo seguro de que conservaría la presidencia durante toda su vida, dió cierto aspecto de orden á la Secretaría de Hacienda, con la evidente esperanza de repletar su bolsillo y los de aquellos que formaban su cuadrilla, con toda comodidad.
Los ingresos así como los egresos de la nación aumentaban cada año: “durante el mismo año (1891) la administración del General Díaz gastó íntegro el producto de las rentas federales, que ascendieron á $37,000,000, y $5,000,000 más” según la declaración que hizo Matías Romero ante el Congreso, en 1892.[33] Matías Romero, quien había sido Ministro de México cerca del Gobierno de Washington, durante la Intervención francesa, no puede ser acusado de connivencia con la administración. Lo que hay es que no era un financiero y no sabía hacer juegos de manos con los números, como los hace José Ives Limantour.
Los que resultaron más perjudicados á la postre, fueron el pueblo mexicano y los empleados del gobierno. Estos desdichados no recibieron sus sueldos en dinero contante, hasta que Limantour se encargó del Ministerio[p. 39] de Hacienda. En vez de dinero recibían los empleados certificados de alcances, especie de vales pagaderos á la vista en la Tesorería.
Con uno ú otro pretexto, esos vales no se hacían efectivos hasta que eran vendidos á una casa de judíos alemanes, la de los Scherers, que los compraba al 40 ó 50 %, y los cobraba por su valor íntegro cuando los presentaba al Ministro de Hacienda.
Pero desde el principio el General Díaz fué muy cauto, muy escrupuloso en el pago del haber á la tropa, como lo expuso en un brindis que pronunció en el Colegio Militar de Chapultepec: “los soldados que militaban conmigo me amaban; y estaban dispuestos á perder su vida por mi vida.—¿Qué había yo hecho para obtener aquel sacrificio generoso, abnegado, aquel sacrificio voluptuoso de derramar su sangre por mí? Era solamente esto: todos abrigaban la convicción de que yo no les había estafado su haber.”[34]
En este brindis confiesa paladinamente el General Díaz que debe la lealtad de sus tropas, no á la legitimidad de su causa, sino al hecho de haberlas pagado con regularidad.
En el sexto período, cansado el General Díaz de tener que repetir cada cuatro años la farsa de la reelección, hizo que se reformara de nuevo la Constitución, ampliando el período presidencial á seis años, en vez de cuatro.
Este “Augusto mexicano”, como llamó Francisco Bulnes al General Díaz, inició otra ley, el 24 de Abril de 1896, por la que se autorizó al Presidente á delegar su poder en la persona que quisiese, mediante la aprobación del Congreso.[35]
Cuando concluyó el Gran Anciano de echar remiendos á la Constitución de 1857, quedó ésta convertida en el traje abigarrado de un arlequín.
Ahogó la libertad de la prensa; se apoderó del Congreso; manejó á su antojo el ejército y la marina (?);[p. 40] los gobernadores y jefes políticos fueron sus esclavos, y la justicia su servidora. De ese modo construyó una máquina política que es la más perfecta que existe en el mundo.
Tamany Hall, comparado con esa máquina, es tortas y pan pintado; la autocracia de la Rusia pisoteando á la Duma, parece bondadosa.
Abdul Hamid ha jugado ya su último triunfo contra la Joven Turquía; los fatalistas persas han hecho que el hado se vuelva contra el omnipotente Shah; hasta la joven China ha llevado á cabo el acto inconcebible de inyectar reformas en el Celeste Dragón.
Todas las naciones pisoteadas de nuestro planeta, han dado un mentís á la historia, á los principios eminentes, á los privilegios hereditarios, y, lentamente, pero con alegría, empiezan á respirar el aire de la libertad.—Sólo México permanece esclavizado por la tiranía de un hipócrita genial, árbitro y verdugo de su suerte; y se encuentra atado de pies y manos á la ambiciosa voluntad de ese ex-bandido, pues está hipnotizado hasta la inmovilidad por el más hábil de los caballeros de industria de la política.
Después de haber erigido su poder sobre un estuario de sangre, de haber adquirido una enorme fortuna por medio de su influencia política, de haber impuesto la adulación á sus conciudadanos, y capturado furtivamente la admiración de las naciones extranjeras, pretende Porfirio Díaz, como término del clímax, decretarse el homenaje de la historia.
Si llegase á soltar el poder, ó si muriese como cualquier mortal común y corriente, la historia se lanzaría sobre él, animada por la venganza, para vomitar la verdad, como de una “cloaca maxima”, á fin de enterrar en la fosa común la ridícula fama de patriota, de estadista y de general del Presidente Díaz.
[p. 41]Ahora bien, cuando de un poder depende escoger únicamente diez hombres inocentes cada año para matarlos, entre un millón de hombres; todo el millón vive aterrado aun cuando se demuestre al fin del año que cien mil individuos contra uno han gozado de sus derechos.
F. Bulnes.
[p. 43]
Hace cerca de treinta años que perpetró Porfirio Díaz la infame carnicería de Veracruz, en la madrugada del 25 de Junio de 1879.—Ni los veracruzanos, ni los mexicanos en lo general, han podido olvidar esa fecha luctuosa, y ni con sus pretensiones de paternalismo, sus mentiras é hipocresías, ha logrado Porfirio Díaz, cual otro Macbeth, borrar de su mano la sangre y la responsabilidad de ese crimen proditorio, que lo coloca en la historia al lado de Caracalla.
El tan ponderado “gobierno de la paz” de ese paternal verdugo, ha atraído sobre su cabeza el odio y el desdén de los veracruzanos, que lo desprecian con todas las energías de su alma.
Hace dos años publicaron los periódicos noticias de la ejecución de varios presos políticos, perpetrada por Estrada Cabrera, el Presidente de Guatemala. Los periódicos mexicanos se expresaron muy duramente contra Estrada Cabrera, y parecía que gozaban al publicar largos artículos sobre el asunto. Entonces oí de boca de varios mexicanos esta aseveración:—“Los periódicos están acusando hoy á Estrada Cabrera exactamente de los mismos crímenes que ha cometido Porfirio Díaz en mayor escala, no una sola vez, sino continuamente y hasta el momento actual. Esa indignación contra Estrada Cabrera es una denuncia indirecta de la política del General Díaz; pues, como no tenemos libertad de prensa, nos vemos obligados á expresar nuestras opiniones por medio de rodeos.”
Voy á reproducir parte de una carta escrita por una distinguida dama mexicana, en la que se reflejan los sentimientos de sus compatriotas más inteligentes. Hablando de las ejecuciones de Guatemala, dice:
[p. 44]“Ahora, por estar los ánimos tan indignados contra el Presidente de Guatemala y que se compadece tan hondamente á los cuatro valientes que murieron asesinados de una manera tan vil, viene á mi mente, por la analogía que encuentro en ello, el famoso 25 de Junio, de Veracruz, y me pregunto si en México, en aquel entonces, el ejecutor de esa infamia no inspiró la repulsión que ahora inspira Estrada Cabrera; y también me digo, que para este último podría caber la disculpa de la influencia poderosa del ejemplo, que al tratar de tomar de modelo á nuestro cínico autócrata, se deslumbró por el éxito asombroso de los crímenes de éste y pensaría que, al cabo de algunos años, como ha pasado aquí, tendría todos los honores, todo el incienso de una divinidad terrestre, y que imponiéndose por el terror, llegaría, como su vecino, á la apoteosis en vida. Yo insisto que en los males que afligen á Guatemala, tiene su parte de culpa el déspota nuestro.”
En el primer período de Porfirio Díaz, (1876-1880) reinaban en México la intranquilidad y el desafecto. Díaz no había cumplido sus tan pregonadas promesas del plan de Tuxtepec, y, en el fondo, las cosas estaban poniéndose peor de lo que se encontraban antaño. El caso equivalía á saltar de la sartén para caer en el fuego.
El resultado fué una conspiración para derrocar á Díaz y traer la “Restauración” del poder lerdista. Los principales caudillos de esa conspiración fueron el General Escobedo, el General Bonifacio Topete, los Coroneles Lorenzo Fernández, Carlos Fuero, José B. Cueto, y algunos otros jefes.[36]
Esos caudillos conspiraron con poca habilidad y mal éxito.
En los comienzos el gobierno usó de cierta lenidad para con los conspiradores; pero llegó un momento en que creyó necesario castigar y aterrorizar á sus enemigos.
La policía, en virtud de la denuncia que hizo uno de los conspiradores, cateó la casa de Don Felipe Robleda,[p. 45] y encontró, bajo una alfombra, los documentos relativos á la conspiración y la lista de los comprometidos en ella. El General Díaz envió la lista de los conspiradores al Gobernador de Veracruz, Luis Mier y Terán, ordenándole que aprehendiese á los comprendidos en ella. Terán aprehendió á los que estaban á mano, y telegrafió al Presidente anunciándoselo. Porfirio Díaz le contestó de un modo lacónico: “FUSÍLALOS EN CALIENTE”.
En ese telegrama no se ordenaba un juicio previo, ni siquiera una investigación para establecer la culpabilidad; sino que se daba sencillamente la orden de matar en el acto.
Nueve individuos fueron fusilados, á saber: Jaime Rodríguez, el Dr. Ramón Albert Hernández, Antonio P. Ituarte, Francisco Cueto, Luis Alva, Lorenzo Portilla, Vicente Capmany, J. A. Rubalcaba, y Juan Caro.
En el “Juan Panadero”, periódico de Guadalajara, de fecha 13 de Julio de 1879, encuentro un artículo que, á semejanza de nuestros periódicos amarillos, trae los siguientes títulos:
LA BACANAL DE SANGRE. — ASESINATOS COMETIDOS POR TERÁN. — NUEVE ASESINADOS. — OCHO VIUDAS. — TREINTA Y SIETE HUÉRFANOS. — DETALLES HORROROSOS.
En una nota dicen los editores:
“En ella (correspondencia de Veracruz) verán hasta dónde puede llegar el salvajismo de los actuales usurpadores del poder y el odio profundo, el desprecio sin igual con que ven la vida del hombre y las garantías individuales en tratándose de los constitucionalistas. De hoy en adelante Tuxtepecano y asesino serán una misma cosa si Don Porfirio cobija bajo su manto á los verdugos de Veracruz y deja impunes sus atentados.”
Voy á limitarme á extractar del mismo periódico algunos párrafos, para dar idea de cómo fué ejecutada la orden del Presidente Díaz:
Llegados al cuartel, Terán—identificó la persona de Capmany,—y le dijo:
[p. 46]—¿Es Vd. Don Vicente Capmany?
—Sí, contestó el marino con entereza.
—Pues voy á fusilarlo á Vd. de orden del Presidente.
—Se va á cometer un asesinato, contestó Capmany, porque no hay razón para ello, pues no me acusa mi conciencia de ningún delito.
—¡Cállese Vd.! ¡A ver, fusilen á ese hombre! profirió Terán.
—Señor, ¿podré escribir algunas cartas antes de morir? Pido sólo diez minutos.
—¡Fusílenlo en el acto!, rujió Terán, sediento de sangre.
Salió Terán del cuartel del 23 y fué al del 25. Llamó á Rubalcaba y á Caro, oficiales que estaban de guardia, y á Loredo y á Rosello, oficiales del mismo cuerpo, y los llevó al cuartel del 23. Una vez allí, dió orden de fusilar á los cuatro, sin más trámite ni forma de proceso...
El último, mal amarrado, se desató y echó á correr, y la escolta hizo fuego sobre él, matando á un soldado que estaba de imaginaria, é hiriendo á dos más.
La hiena llamó á don Antonio Ituarte, joven de 28 á 30 años.
—¿Es Vd. Don Antonio Ituarte?
—Bien me conoce Vd., respondió impasible la víctima.
—Ya le he dicho á Vd. dos veces que se ausentara de la población, y que á la tercera vez que lo llamara lo fusilaría.
—Es cierto.
—Pues voy á fusilarlo en el acto.
—Está bien.
Marchó Ituarte al suplicio; pero antes se volvió á Terán y le dijo:
—¡Asesino!
Llegó su vez á Cueto.
—¿Es Vd. Don Francisco Cueto?
—Lo sabe Vd. tan bien como yo.
—¡Fusílenlo! prorrumpió Terán.
—Creo, dijo Cueto, que si soy culpable de algún delito, se me debe juzgar antes. ¿De qué se me acusa?
[p. 47]—Está Vd. conspirando.
—En ese caso que se me consigne á un juez, que debe ser el Juez de Distrito.
—Aquí no hay más juez que yo, ni más ley que lo que mando. Fusílenlo.
Llegó su vez á Don Luis Alva.
—¿Me va Vd. á fusilar también, cristiano?—preguntó á Terán, con quien llevaba amistad íntima.
—Y en el acto lo voy á hacer.
—Pero ¿está Vd. loco? ¿No cree Vd. que ha corrido demasiada sangre? ¿Qué culpa tengo yo? ¿Cuál es mi delito?
—¡Silencio!—vociferó Terán.—Vd. conspira y es preciso que muera.
—Supongo que tendrá Vd. las pruebas de lo que dice.
—No necesito más pruebas que mi conciencia.
—Entonces no tiene Vd. prueba alguna, cristiano, porque no tiene conciencia.
Al oir esto, Terán le dió un empellón:
—¡Fusilen á este hombre!—exclamó...
Dijo Terán:
—Es Vd. un lerdista y á éstos nada se les otorga.
—Acuérdese Vd. señor, que los lerdistas le han perdonado la vida cuando lo han aprehendido con las armas en la mano.
—Póngase una mordaza á ese hombre y fusílenlo.
En ese momento llegó al cuartel el Juez de Distrito, Lic. Rafael de Zayas Enríquez, á quien fueron algunos vecinos á despertar, y á rogarle que fuera á ver cómo impedía semejantes asesinatos. El señor Zayas Enríquez corrió al cuartel, medio desnudo, y tuvo un fuerte altercado con Terán, quien le dijo:
—¡Usted tiene la culpa de todo esto!
—¡Yo!—exclamó Zayas estupefacto.
—Sí, Vd., porque en otra vez que le consigné á Capmany y á Portilla no los condenó á presidio.
—Porque yo soy un hombre honrado, señor Terán, que no condeno sin tener pruebas legales; no soy asesino[p. 48] ni esbirro, sino Juez de Distrito; porque yo estoy para cumplir y hacer cumplir las leyes, no para barrenarlas.
—Pues lo hecho se queda hecho.
—Espero que aquí concluya esta bacanal de sangre.
Según sabemos, el señor Zayas impidió que siguiera la matanza, pues parece que Suárez y Galinié debían seguir á los anteriores.
Amaneció el día 25. Un rumor sordo circulaba en la población. Varias señoras, acompañadas de parvadas de niñitos, andaban por las calles, deteniendo á los transeúntes y preguntándoles por sus deudos.
—¿Qué sabe Vd. de Lorenzo?—preguntaba la esposa de Portilla, medio loca, á todo el que hallaba á su paso, sin que nadie se atreviese á darle la triste nueva.
La esposa de Cueto perdió el juicio, y se teme por su vida; la madre de la víctima se hallaba en Orizaba, en agonía.
La población está de duelo; Terán no se atrevía á salir del cuartel. La población entera se hallaba en las calles adyacentes del cuartel, y fué preciso traer un destacamento de la policía, armado con rifles, para contener á la muchedumbre.
Se nos dice que el Lic. Zayas Enríquez, en nombre de la Masonería, pidió el cadáver de Cueto y el de Capmany, ambos hermanos; pero la fiera sanguinaria, no contento con haberles arrancado la vida, se quería cebar en los muertos, y negó los cadáveres, que fueron enterrados en la fosa común, en un lugar ignorado, conducidos en un carretón, acompañados de la policía.
En la actualidad reside en la ciudad de New York un caballero mexicano, Don Rafael de Zayas Enríquez, que se expatrió voluntariamente de México, á causa de las condiciones políticas del país y de las persecuciones de parte de José Ives Limantour, á quien había combatido en discursos públicos y en la prensa. Este caballero, que es abogado, historiógrafo y escritor de gran talento, vino á New York para poder escribir con libertad sobre las condiciones actuales de México.
Después de un año de labor, concluyó un libro[p. 49] intitulado: “Porfirio Díaz”, que es una revista psicológica y filosófica de la vida del Presidente. Es una crítica hábil y sutil, pero no sincera, pues no dice la verdad. Sólo aquí y allá hace una finta hacia ella, como con un florete, pero solamente juega con el arma, como si tuviese temor. Quizás tiene la aprehensión del peligro, y teme que el largo brazo de Porfirio Díaz le alcance traidoramente, aun en esta tierra de libertad.
Es muy probable que sepa lo que pasó hace unos dos años. Entonces apareció en el “World” de New York, un artículo criticando á Porfirio Díaz y á José Ives Limantour, subscribiéndolo “Un Mexicano”. Pocos días después, dos caballeros mexicanos indagaron el nombre del autor de ese artículo anónimo, ofreciendo dinero por el informe, lo que fué rehusado por la administración del “World”, por ser contrario á las prácticas periodísticas americanas. Los referidos caballeros se despidieron disgustados, pero no sin proferir amenazas contra el incógnito autor.
El mismo Señor de Zayas Enríquez era Juez de Distrito de Veracruz cuando la famosa noche del 24 al 25 de Junio. Conoce como nadie todos los detalles del asunto. ¿Por qué no publicó la verdad, en vez de procurar paliar la responsabilidad del Presidente Díaz, cuando sabe que el único responsable fué el mismo Díaz, y no Terán, quien sólo representa el papel de un vil instrumento?
Cuando estos acontecimientos, el gobierno de Díaz se alarmó profundamente ante el horror y la indignación que había provocado ese acto salvaje, y tuvo la impudencia de asegurar oficialmente que los presos habían atacado á los soldados dentro del cuartel, y que éstos, en cumplimiento de sus deberes militares, hicieron fuego sobre sus agresores, matándolos.
En ese período Porfirio Díaz miraba con cierto respeto la opinión pública, y por eso encubrió el crimen con el manto de la calumnia, á fin de salvar á Terán de todo castigo, y para librar su propia frente del estigma de ASESINO.
[p. 50]Para probar lo absurdo de la calumnia, fueron exhumados por el mismo Señor de Zayas Enríquez, los cadáveres de los asesinados, y se evidenció que cada uno de ellos tenía, además de varias heridas en el cuerpo, un agujero en el cráneo, el tiro de gracia, que sólo se da á los ajusticiados. Unicamente en uno faltaba esa herida, y eso fué porque, á causa de otra herida en el corazón, sucumbió instantáneamente la víctima.
Todos los detalles de la exhumación fueron publicados en un libro impreso por los abogados defensores de Mier y Terán, en 1879. El gobierno recogió todos los ejemplares, y probablemente sólo queda uno, el que por fortuna tuve en mis manos.
Sabía Porfirio Díaz que mientras existiese en México uno ó más generales que ambicionasen la presidencia de la República, su dorado ensueño de un poder continuo, con él como arcángel, no podía ser practicable, sino más bien un asunto de los más azarosos.
Como su popularidad había recibido un rudo golpe, con motivo de los asesinatos de Veracruz, y carecía aún del poder suficiente para imponer todas las elecciones en todos los Estados, por medio de las bayonetas de sus soldados, recurrió al método de los cobardes; el de asesinar á sus rivales por medio de “accidentes”, ó valiéndose de algún loco ó fanático que alimentase odios contra la víctima designada, ó simplemente utilizando á un asesino asalariado.
El General Corona era una de las personalidades más populares y atrayentes entre los generales de la guerra de Intervención. Era bravo, inteligente, franco y leal. Durante el primer período del Presidente Díaz fué enviado á España como Ministro de México, y allí, como en todas partes, donde se presentó, llegó á ser el favorito de los españoles. Sin embargo, como[p. 51] ambicionaba la presidencia, encontró un buen pretexto para solicitar su regreso á México en la actitud que respecto á él asumió la Reina de España. El General Corona fué uno de los jefes que contribuyó á la toma de Querétaro, y con tal motivo aparecía indirectamente responsable del fusilamiento del Emperador Maximiliano. La Reina de España era austriaca y pertenecía á la familia de los Habsburgos, y, en una recepción oficial, corrió un desaire al General Corona.
Cuando éste regresó á México, fué nombrado Gobernador del Estado de Jalisco, el más importante de la República por lo que respecta á riqueza y á población.
Resultó Corona un excelente gobernante, y fué el primero que abolió en su Estado el sistema de las “alcabalas” ó de aduanas interiores, que á la sazón existía en el país, de Estado á Estado, y aun de ciudad á ciudad, complicando la administración fiscal y fomentando el contrabando.
Su prestigio, como gobernador y como candidato á la presidencia, crecía de modo tan alarmante que Porfirio Díaz temió por su propia supremacía, y, á fin de conjurar peligro inminente y de aplacar la ambición de Corona, le prometió la presidencia para el próximo período, previendo algún “accidente” que eliminase al rival.
Una noche, cuando el General Corona entraba en el Teatro, acompañado de su esposa y de sus hijos, fué asaltado y muerto á puñaladas por un indio de la clase baja. Huyó rápidamente el asesino, dando vuelta á la primera esquina de la calle, y allí, por una extraña “coincidencia”, le partió el corazón á puñaladas un agente de la policía montada, y recibió también lesiones de parte de un agente de la policía de á pie. Intensifica la peculiaridad de esta “coincidencia” el hecho de que el policía que apuñaleó al asesino, estaba acompañado por un piquete de policías que no pudo haber presenciado el asesinato del General Corona y que, sin embargo obró exactamente como si lo hubiese visto. No trataron de cogerlo vivo, sino de matarlo prontamente, por[p. 52] aquello de que hombre muerto no habla. De propósito se hizo circular el rumor de que el asesino se había suicidado.
Como tan juiciosamente dijo Ignacio Mariscal, refiriéndose al asesinato del General Barillas, ex-presidente de Guatemala, á quien mataron dos muchachos guatemaltecos, en la ciudad de México, el 17 de Abril de 1907, por orden del General Lima, Ministro de la Guerra de Guatemala, “en esta clase de crímenes, por lo difícil que es su comprobación, basta con el fallo de la opinión pública que declara al presidente Cabrera asesino del General Barillas.”
Pues bien, la opinión pública en México señala al General Díaz como el asesino del General Corona, del General García de la Cadena, y del General Martínez.
García de la Cadena fué otro de los generales ambiciosos. Fué bastante temerario para decir la verdad al Presidente Díaz. Comprendió su error cuando era ya demasiado tarde. Estaba vigilado día y noche, pero fingió estar enfermo y no recibía á nadie, y su misma esposa cocinaba y le llevaba los alimentos. Pero, á pesar de todas esas precauciones, no percibieron que la criada que tenían era una espía puesta por Porfirio Díaz. El General García de la Cadena burló al jefe de la policía hasta el punto de que, cuando este digno caballero fué á dar el parte diario al General Díaz, diciéndole que García de la Cadena continuaba enfermo, el Presidente le informó de cuándo y cómo se había escapado, y dónde se le podría encontrar.
En efecto, se había fugado de México, pero había sido aprehendido cerca de Zacatecas, cuando se trasbordaba de un tren á otro, y fué asesinado por una cuadrilla de verdugos asalariados. Esta eliminación fué cargada á la cuenta de los bandidos.
La destrucción del General Martínez se llevó á cabo de un modo idéntico al del caso del General Barillas, ó, para hablar con más propiedad, el asesinato del[p. 53] General Barillas fué la imitación del asunto de Martínez.
El General Barillas era un refugiado político que emigró de Guatemala á causa de su ambición presidencial. En este caso el General Lima fué el instrumento utilizado por el Presidente Cabrera, pues Morales, el asesino de Barillas declaró ante la justicia mexicana que “la orden de matarlo viene de ‘más alto’, del gobierno, y yo tenía miedo de lo que pudiera sucederme en caso de que desobedeciese.”[37].
El General Martínez, á más de ser un soldado y un revolucionario, era doctor en medicina, y había acompañado al General Díaz en la revolución de Tuxtepec. Riñó con el Presidente, y con ese motivo se fué á viajar por Europa. A su regreso se estableció en Nuevo Laredo, Texas, donde se dedicó al ejercicio pacífico de su profesión de médico. Una noche fué llamado ostensiblemente para asistir á un enfermo, y en el camino fué acechado y asesinado por un negro, el que inmediatamente cruzó el río, pasando al territorio mexicano.
En este caso el General Bernardo Reyes fué el General Lima del Presidente Díaz. Un Mayor, llamado L. J. González, organizó la emboscada, y según Demetrio Salazar (yerno del General Pacheco, Ministro é íntimo amigo del Presidente Díaz) el mismo día en que se perpetró el asesinato del General Martínez, el referido Mayor envió un telegrama al General Reyes, Gobernador del Estado de Nuevo León, en el que le decía: “Cumplido su encargo”.
Ambos casos forman un paralelo, con la diferencia de que no se ocuparon en el asunto de Martínez, por ignorarse que el asesinato era de carácter político, mientras que al asesinato de Barillas la prensa de México y la Prensa Asociada le dieron una publicidad universal. Lo secreto de los procedimientos usados por Porfirio Díaz, sólo permite que se vean algunas facetas de su conducta política, y estas de las que le son favorables, y en ello consiste que lo consideren los no iniciados[p. 54] como un gran estadista y benefactor de su país. Cabrera, por lo contrario, á causa de la publicidad de sus actos, es execrado como el moderno Nerón. Pero Cabrera se excusa pretendiendo que no hace más que imitar al General Díaz, para quien sólo tiene la más sincera admiración.
Hace justamente un año que telegrafiaron á México la noticia de que algunos huelguistas de Orizaba, Estado de Veracruz, habían pillado y quemado una tienda; pero que después que las tropas enviadas por el gobierno habían fusilado á algunos de los agresivos obreros, se había restablecido la tranquilidad. Sin embargo, circulaban en la ciudad rumores de haberse cometido actos horrorosos por los soldados, de orden del Presidente. Sólo después de minuciosas investigaciones, pude obtener los detalles de todo el asunto.
La huelga de Orizaba fué de capitalistas y no de obreros. Había entonces unas 92 fábricas de hilados y tejidos en el país, las que pagaban, en junto, más de dos y medio millones de pesos, anualmente, de contribución al gobierno. Los propietarios de las fábricas consideraron excesivas las contribuciones, y resolvieron provocar una huelga, para estar en aptitud bien de cerrar sus fábricas é imponer la ley á los obreros ó bien de aguijonear á los obreros de modo que, desesperados, provocasen una revolución que trajese un nuevo orden de cosas.
Después de los fusilamientos de Orizaba, recibió “El Diario” la visita de un individuo que pretendía ser uno de los caudillos de los obreros, quien quería indagar si estábamos dispuestos á apoyar una conspiración de éstos, pues que “El Diario” había estado de parte de ellos durante la huelga, cuando todos los demás periódicos habían tomado la defensa de los propietarios de las fábricas.
Este individuo reveló un terrible complot, que con[p. 55]sistía en destruir por medio del fuego y de la dinamita todas las fábricas que funcionaban en México, si los propietarios no se prestaban á un arreglo razonable, “El Diario” contestó que no quería ni podía fomentar semejante idea; que el periódico tenía por objeto publicar noticias, y no incitar revoluciones ni alentar para la destrucción de la propiedad.
Este incidente demuestra á qué grado de amargura y de desesperación habían llegado aquellos hombres, que ya sugerían actos de perversidad semejante.
La huelga se inició de la siguiente manera: la unión dió la orden á una fábrica de Puebla de parar el trabajo; dicha unión recibía ayuda pecuniaria de los obreros de Orizaba, quienes entonces trabajaban. Los propietarios de la fábrica de Puebla se quejaron á los propietarios de las de Orizaba, y estos caballeros cerraron sus fábricas, cortando de esa manera la fuente de recursos á los obreros de Puebla. Con esta táctica se obligó á la unión de Puebla á capitular, y, una vez conseguido, los propietarios de Orizaba volvieron á abrir sus fábricas.
Pero entonces surgió otra dificultad, pues la unión de Orizaba exigió mejores condiciones antes de volver á los talleres, y como fué negada la pretensión, volvióse á declarar la huelga. Entre tanto los obreros enviaron una comisión al Presidente, solicitando su ayuda y su influencia para llegar á un arreglo satisfactorio. Porfirio Díaz les prometió ayudarlos, y para el efecto, envió una comisión á Orizaba, la que convocó una reunión de obreros, en un teatro, y les ofreció que si volvían á sus talleres, se les otorgaría su demanda.
Aceptaron los huelguistas la condición, y volvieron al trabajo.
A la mañana siguiente, algunas de las mujeres fueron á la tienda de un francés llamado Garcin, quien vendía á crédito á los obreros de las fábricas, vituallas y otros efectos, los que ellos pagaban con los vales que, en vez de dinero, les distribuían los fabricantes. Cuando esas mujeres concurrieron á la tienda, el tal Garcin[p. 56] comenzó á insultarlas, á ellas y á sus familias, con un lenguaje indecente y vil. Las mujeres regresaron á sus hogares y relataron á sus maridos lo que había pasado, estimulándolos á la venganza. Enfurecidos por las humillaciones, el hambre, los sacrificios llevados á cabo por la causa de la huelga, esos hombres encontraron que su copa rebosaba ya de hiel, y su cólera se desbordó contra el individuo que había vertido la última gota que hizo que la copa se desbordara. Se volvieron indómitos, y aguijoneados por las mujeres, que los acusaban de cobardía, atacaron el establecimiento de Garcin, lo saquearon y lo quemaron. La policía no tuvo dificultad para aquietar y dispersar á la turba, y merced á la intervención del Jefe Político, Don Carlos Herrera, que estaba muy bien quisto en Orizaba, los obreros fueron persuadidos á regresar tranquilamente á sus labores.
Todo volvió á quedar tranquilo; los responsables del asalto y del incendio de la tienda fueron aprehendidos.
“El Diario” fué el único periódico que se atrevió á decir la verdad de lo ocurrido, y en un editorial declaró que toda la responsabilidad del motín recaía sobre Garcin. Ese individuo se precipitó á la oficina del “Diario” y tuvo la impudencia de ofrecer $5,000 por que se escribiese otro artículo que lo rehabilitase. Su pretensión fué desechada cortesmente.
La opinión pública estaba en favor de los huelguistas, y todo el mundo creyó que el asunto había terminado definitivamente con la aprehensión de los amotinados. Pero, á pesar de que todo se hallaba en calma, y de que los obreros habían vuelto pacíficamente á las fábricas, el Presidente Díaz, de un modo repentino é inesperado, dió orden al General Rosalino Martínez, Subsecretario de la Guerra, de que bajase á Orizaba con el Coronel Ruiz (ex-bandido y verdugo oficial de Porfirio Díaz) y con unos cuantos cientos de soldados. Téngase en cuenta que todo y todas estaban en la tranquilidad más perfecta, que los obreros no habían[p. 57] vuelto á hacer nada con el objeto de crear nuevos desórdenes.
Y, no obstante esto, los dos verdugos oficiales, el General Rosalino Martínez y el Coronel Ruiz, se dirigieron precipitadamente á Orizaba, y una vez allí, apostaron sus soldados en las fábricas, detrás de las paredes y los pilares, y cuando hombres y mujeres entraban en las diferentes fábricas, para desempeñar sus labores, rompieron los soldados un asesino fuego de fusilería, segando aquella indefensa y desamparada masa humana como si se tratase de perros rabiosos.
El ruido fué espantoso, el tumulto indescriptible, el clamoreo de desesperación de los heridos es superior á toda pluma y á toda palabra humana. Aquello fué un verdadero pandemonium; no el de una batalla, sino el de una cruel, implacable cacería de hombres, á sangre fría; el asesinato de hombres, mujeres y niños, inocentes, desamparados é inermes.
El tronar de los fusiles, el humo, el polvo levantado por las balas perdidas, la sangre que á torrentes corría de las anchas heridas; los cuerpos tendidos y diseminados por todas partes, con las cabezas casi desprendidas, los sesos salpicando paredes y suelo, todo eso constituía un cuadro que enfermaba, que indignaba, y que no tiene ejemplo en la historia de la civilización.
No satisfechos aún, el General Martínez y el Coronel Ruiz ordenaron á sus soldados que completasen la victoria, y continuó la asesina fusilería en las calles y á través de las ventanas de las casas de los obreros que en ellas habían logrado refugiarse, prosiguiéndose en ellas la carnicería sobre inocentes mujeres y niños.
Órdenes complementarias se dieron á los Rurales para que cazaran á los que habían logrado ganar el campo, persiguiéndolos hasta las montañas. Pero los Rurales, á quienes se utiliza para toda clase de empresas escabrosas, se negaron á obedecer la orden de fusilar á hombres y mujeres indefensos.
Rosalino Martínez y el Coronel Ruiz dieron entonces la orden de que fusilaran también á los Rurales.
[p. 58]El número de víctimas ascendió de 650 á 700.
En la noche de ese día horripilante, fueron recogidos los cadáveres de los asesinados, hacinándolos en furgones del ferrocarril, y llevados á Veracruz. El maquinista que debía conducir el tren, era un americano, quien se negó rotundamente á desempeñar semejante comisión, por lo que fué necesario buscar otro menos supersticioso, y más conciliador. En Veracruz fueron lanzados al mar los cadáveres, para que sirviesen de pasto á los tiburones, que tanto abundan en la bahía.
Este fué el rasgo final de la más brutal, de la más cobarde y de la más salvaje de cuantas orgías de sangre se registran en los anales de la humanidad. Aquello fué la saturnal insensata del cuchillo, la libidinosa rabia de un déspota impotente, cobarde, viejo y sádico.
[p. 59] La tiranía es un mal, porque es imposible que bajo ella el genio de un pueblo pueda desarrollarse y tener libre acción.
Mazzini.
[p. 61]
Cuando un individuo ó un grupo de individualidades crea un sistema, bien sea político, social ó mercantil, se hace responsable de las consecuencias, buenas ó malas, que se deriven de tal sistema. Porfirio Díaz tiene el constante prurito de los elogios y adulaciones con motivo de la redundante prosperidad de México; pero también pesa sobre su frente cana la responsabilidad de los nefarios efectos de su mafia política, su legalizada mano negra, hijas legítimas de sus cogitaciones poderosas y abstrusas de semblanza política.
Cuando un gobernante ordena á sus vasallos que asesinen conforme á sus disposiciones, ya sean estos gobernadores, jefes políticos, ó simplemente amigos suyos, es de suponerse que la etiqueta profesional lo obliga á cerrar los ojos, ó, al menos, á pestañear, ante las venganzas y delincuencias que éstos cometen por cuenta propia. Los jefes políticos han sido los instrumentos más útiles del gobierno. “El jefe político ha sido el instrumento más cruel del despotismo—del bajo y tenebroso despotismo de la ‘ley fuga’, sin duda alguna el jefe político ha sido en la sociedad mexicana la más aguda de las calamidades públicas”.[38]. Y los gobernadores: “la mayoría, casi la totalidad de nuestros gobernadores es casi cordialmente detestada por los pueblos de las respectivas entidades federales.—Cada uno de esos pueblos haría cualquier sacrificio por deshacerse de su respectivo gobernador.”[39]
Pero no pueden hacerlo, porque cada gobernador es escogido por el Presidente, en recompensa de su fidelidad ó para ofrecerle una dádiva que aplaque su am[p. 62]bición. Algunas veces, pero á la verdad muy raras, estos gobiernan con justicia y legalidad; pero lo más frecuente es que hagan chanchuyos, asesinen, y quebranten los diez mandamientos y todos los códigos penales, con la convicción de que Porfirio Díaz ignorará intencionalmente todos los ultrajes, espoliaciones, injurias é infamias perpetrados por ellos, mientras no hagan política contra Porfirio Díaz.
El General Mucio Martínez es el tipo perfecto del gobernador sin escrúpulos, perverso, incompetente, estúpido y todo poderoso. Mucio Martínez ha sido gobernador del Estado de Puebla durante largos años. Voy á relatar un ejemplo característico de sus métodos de gobierno.
Allá por el año de 1891 era el tema de todas las conversaciones de Puebla, el rapto de dos jovencitas, hijas de un relojero alemán, llamado Weber. La opinión pública señalaba como autor de ese atentado al General Martínez, quien, en virtud de su elevada posición, estaba fuera del alcance de la ley.
Olmos y Contreras, joven periodista de Puebla, se encargó de desgarrar el velo que ocultaba aquel asunto, llamando la atención sobre el hecho de que los responsables de aquel acto de satiriasis eran un alto funcionario del Estado y un caballero mexicano muy rico. El periodista atrajo sobre sí las iras del poderoso gobernador, que esperó la ocasión propicia para vengarse.
Dos esbirros del General Mucio Martínez, (uno de ellos murió asesinado más tarde) recibieron la orden de estar en acecho de Olmos y Contreras y “de darle agua” (término que se usa en México para designar el asesinato oficial) en la primera oportunidad. Una noche Olmos y varios amigos suyos departían amigablemente en una mesa de la cantina “La Mascota”, establecida en la calle de Jarciencia y Portal de Morelos. A la sazón pasó “un amigo” de Olmos y Contreras y al ver á éste, lo llamó aparte y lo invitó para un baile que en la casa de un compadre suyo se efectuaba aquella misma noche, en la calle de Siempreviva. Olmos y Contreras aceptó[p. 63] la invitación; pero, como había tomado más copas de lo regular, sus verdaderos amigos le instaron á que se quedara con ellos.
“El amigo” de Olmos, policía privado del General Martínez, condujo al periodista, en compañía con el otro esbirro comisionado para hacerlo desaparecer; hasta una calle apartada, por la plazuela del Carmen, la que, por rara coincidencia, es la misma en que vivía una mujer amancebada con Mucio Martínez, y en esa casa pasaba muchas noches el sátiro gobernante. Allí “los desconocidos” cogieron por la espalda á Olmos y Contreras, y entre tanto los esbirros de referencia lo sujetaron de los brazos y le apuñalearon de tal modo que aquel infeliz no pudo exhalar ni un grito, ni una queja, ni nada que hubiera atraído un “yo lo vi” que más tarde sirviese para proporcionar brillantes datos para la historia de Puebla.
A la mañana siguiente la concubina de Mucio Martínez se asomó á su balcón y pudo ser testigo del horrible espectáculo que ofrecía Olmos y Contreras, tirado en medio del arroyo, con las ropas ensangrentadas, los ojos desmesuradamente abiertos, y con las manos arañando la tierra, signos evidentes de la tremenda lucha que Olmos sostuvo para desprenderse de sus asesinos.
“El Monitor Republicano” y “El Gil Blas” se ocuparon ampliamente del asesinato de Olmos y Contreras; pero antes de que el gobierno general parara mientes en el asunto, Mucio Martínez mandó á México, con “mucho dinero”, al diputado don Pascual Lima Lara, quien “arregló la cosa”; y la prensa enmudeció.
Para sincerarse ante la opinión pública, Mucio Martínez hizo aparecer como responsable del doble rapto á Don Joaquín Pita, su confidente, quien prometió casarse con una de las raptadas; pero ninguna de ellas aceptó la componenda. Martínez premió la abnegación de Pita nombrándolo visitador de Jefaturas del Estado, y después Jefe político de la ciudad de Puebla, en donde[p. 64] es amo y señor don Mucio Martínez.—Carlos García Teruel es el otro seductor de las jóvenes Weber.
El silencio y la complicidad de Porfirio Díaz le cuesta á Martínez cada dos años entre $30,000 y $50,000.
Refiere un periodista de Puebla que, en 1904, se encontró en la calle á un su amigo, empleado del concesionario del juego, quien le dijo que iba á entregar al gobernador $45,000, importe de una anualidad exclusiva de su juego, con rebaja de $5,000 por hacerse el entero de un solo golpe, pues el gobernador necesitaba enviar $50,000 para asegurar su reelección. Esa suma estaba destinada á Doña Agustina Castelló, viuda de Romero Rubio y suegra del Presidente, como precio convenido de la susodicha reelección; que anteriormente la suma había sido mucho menor; pero que entonces había subido, porque el competidor era el capitán Porfirio Díaz Jr., hijo del Presidente.
Postularon á Porfirito (como generalmente le llaman) en la ciudad de Puebla y en las cabeceras de distritos por medio de cartelones, y se formaron varios clubs en pro de su candidatura, todo esto para subir el precio de la contribución á Mucio Martínez.
Mucio Martínez no es solamente un hombre de pocos alcances, sino también un bribón. Ambas cualidades lo hacen á propósito para un héroe ideal de ópera bufa.
Algunas de las anécdotas que se cuentan sobre la ignorancia de tales gobernadores son verdaderamente despampanantes.
Hace algún tiempo que había un gobernador en Guanajuato, que había oído contar de grandes fortunas realizadas con la cría de gusanos de seda. Después de largas, pero ineficaces, lecturas de tratados sobre el asunto, llegó á la conclusión suprema y ortodoxa de que la morera era cosa esencial para la cría y cultura de los gusanos de seda. Inmediatamente mandó que arrancaran los árboles que adornaban la alameda, y que, en lugar de ellos, plantaran moreras. Estas crecieron[p. 65] y ostentaron su follaje verde esmeralda bajo el cuidado del gobernador, quien había convertido en la parte más importante de su misión oficial, la inspección atenta y amorosa de la bonanza de los tales árboles. Pero un bello día, después de haber examinado escrupulosamente las hojas, volvióse hacia su ayudante, y exclamó mal humorado:—“¡Me han engañado, pues he gastado aquí tiempo y dinero en estas plantas de moras, y hasta ahora no ha aparecido ni un solo gusano!”—¡Y pensar que este hombre era uno de los rivales de Porfirio Díaz!
El poder de un gobernador raya en lo supremo en su Estado; Porfirio Díaz es el Czar de México, y sus gobernadores los Grandes Duques.
“Cada uno de nuestros gobernantes sueña, delira con ser en la esfera del gobierno local, un pequeño General Díaz. De ahí su grotesco empeño de imitar al modelo. Gobernador hay que se baña diariamente á las cinco de la madrugada, porque sabe, ó cree saber, que el General Díaz practica otro tanto, é imagina que la entidad moral del Presidente radica toda ella en la ablución.”[40]
Otro ejemplar del tipo inconsciente, mejor dicho sin conciencia ni moralidad, de los gobernadores del Presidente Díaz, fué el gobernador Cravioto, quien gobernó largo tiempo, demasiado largo para el desdichado Estado de Hidalgo, y quien, si hubiese durado un período más, se queda hasta con la última pulgada cuadrada del dicho Estado. Bajo el menor pretexto confiscaba la propiedad, asesinaba y destruía todo y á todos los que de alguna manera estorbaban su insaciable ambición de bienes y de poder indisputable. La lista de sus asesinatos oficiales es formidable. Sus enemigos favoritos eran los periodistas. Estos mártires de una causa desesperada, fueron destruídos como moscas en un día de verano. Entre multitud de casos hay uno tan abyecto y espantoso que provoca la incredulidad.
Un periodista, llamado Emilio Ordóñez, á pesar de[p. 66] las muchas palizas recibidas, insistió en demostrar lo ilícito de los actos oficiales del gobernador. Por último, lo apalearon hasta dejarlo sin conocimiento, y arrastraron su cuerpo hasta un horno de cocer ladrillos, y allí lo quemaron vivo.
Puede ser que el General Cravioto hubiese leído que en la India quemaban á las viudas (suttee) y suspiró por una suttee periodística, á su manera. Parafraseando á Mr. Herford, podemos decir, para estar más en lo cierto, que “una pequeña suttee es cosa peligrosa”. Pero la ley de compensación no se ha desmentido: el hijo del General Cravioto, joven intelectual, estudioso, honrado y moral, ha rechazado todo el dinero maculado que heredó de su padre, y vive del producto de su propio trabajo.
El General Cravioto murió ya. ¡Que su alma arda en paz por los siglos de los siglos! ¡Amén!
De estos ejemplos se desprende cuán perverso es conceder demasiado poder en manos de hombres ignorantes, avaros y sin conciencia.
Nota bene: Muchos de los horrores de que estoy hablando, han acontecido hace ya algún tiempo; pero la situación, en vez de mejorar, parece que deteriora y corrompe los pocos buenos elementos que han quedado.
El actual gobierno creado por Porfirio Díaz, puede compararse con un canasto de manzanas, en el que las frutas que están arriba han sido limpiadas y frotadas hasta que aparecen brillantes de color y de frescura, lo que se hace en beneficio de forasteros y extranjeros; pero si se levanta esa primera capa, se siente el asco al ver la podredumbre y sentir la fetidez de las que se encuentran debajo, y que están destinadas para el regalo de los mexicanos.
Hace dos años que en las haciendas de Hueyapa y Totuapa, pertenecientes al Ministro de Justicia, Don Justino Fernández, y que son limítrofes con la hacienda de José Landero, en el Estado de Hidalgo, este joven descubrió el cadáver de un hombre de la clase media, en estado de inminente putrefacción. Las heridas que[p. 67] presentaba no eran de aquellas propias de un accidente, y los objetos de valor no habían sido tocados. José Landero dió parte al Juez de distrito, el que no dictó medida alguna para aclarar el misterio, ni se preocupó del caso. Nadie parecía conocer al occiso ni la causa de su muerte. Insistió José Landero en la necesidad de que el juez cumpliese con sus deberes oficiales, hasta que, al fin, el juez, para sincerar su conducta, le enseñó un telegrama proveniente del Gobierno federal, ordenándole que no hiciese investigación alguna del “accidente”.
El Ministro de Justicia se mostró sumamente indignado de que se hubiese usado de su hacienda para tal propósito, porque la verdad es que no puede darse invención más diabólica que la de servirse de la hacienda del administrador de justicia para perpetrar un crimen.
Pero el cadáver apesta, y se llegó á descubrir que el responsable del fecho era nada menos que el jefe político Don Francisco Hernández, quien se libró, ó libró al gobernador del Estado de Hidalgo, Don P. L. Rodríguez, de un enemigo. Este gobernador es pariente de Porfirio Díaz.
Otra de las importantes sinecuras es el Gobierno del Distrito Federal, é inmediatamente después viene la jefatura de la policía de la ciudad de México.
En un tiempo fué jefe de la policía un tal Eduardo Velásquez, que era novio de una joven llamada la señorita Ricoy, con quien se proponía contraer matrimonio en un futuro próximo. Era confesor de la joven el Padre Tortolero, quien, conociendo el carácter de Velásquez, opuso su influencia espiritual al proyectado enlace. Una noche fué conducido el Padre Tortolero á la comisaría de policía, por orden de Velásquez, y allí lo sometieron á algo parecido á las pruebas del tercer grado: lo ataron á un banco, y, con un embudo, lo obligaron á tragar una cantidad enorme de alcohol, hasta que se provocó una congestión. En seguida lo condujeron á la calle, lo recostaron suavemente contra[p. 68] un poste de teléfono, de donde lo recogió más tarde la policía, como si ostensiblemente estuviese en estado de embriaguez completa. Murió el desdichado sacerdote de congestión, y fué enterrado en la fosa común, pues nadie reconoció al Padre Tortolero en aquel sacerdote difunto.
Cuando la familia notó la desaparición de su pariente, comprendió que el muerto desconocido era el Padre Tortolero. La prensa clerical se ocupó en el asunto in extenso; pero la autoridad no tomó el caso en consideración, y Eduardo Velásquez continuó tranquilamente su carrera artística.
Una de las tácticas maquiavélicas de Porfirio Díaz consiste en tener un Gabinete heterogéneo, es decir, en el que los Ministros sean contrarios y aun enemigos unos de otros, á fin de que no sea posible que haya jamás un acuerdo secreto entre ellos y lleguen á parársele de frente. Por eso se ha visto que, aunque en México no hay partidos políticos, sí ha habido grupos ministeriales, encabezados por dos ó tres Ministros que se hacen recíprocamente una guerra sorda. Romero Rubio, Dublán, Pacheco, Baranda, Limantour, y Reyes han sido los más prominentes caudillos de esos grupos, con la tolerancia del Presidente. El más poderoso de todos esos jefes ha sido y es aún Limantour, el socio mercantil de Porfirio Díaz, y cuando las cosas se han extremado demasiado, los Ministros enemigos de Limantour han sido depuestos de un modo más ó menos escandaloso. Así pasó con Baranda y también con Reyes.
Reyes es un general que goza fama de valiente y de hábil. Durante largo tiempo lo ha tenido Porfirio Díaz de gobernador del Estado de Nuevo León, donde se fabricó una reputación de diestro gobernante. Llegó un momento en que el grupo limantourista alcanzaba demasiada preponderancia y se atrevió á indicar á su jefe como sucesor del Presidente Díaz, y entonces éste llamó al General Reyes para que se encargara de la cartera de la Guerra y le dió ostensible protección, de[p. 69] modo que en breve se hizo cabeza de grupo, teniendo al Ministro Baranda de asociado.
Pero Reyes “aprendió demasiado pronto” según la frase del Presidente Díaz, pues mañosamente instituyó una falange que se diseminó por todo el país, llamada “la Segunda Reserva”, y salieron á luz periódicos que insinuaron su candidatura é hicieron una guerra sin cuartel al Ministro Limantour, encendiendo la tea de la discordia. Para satisfacer á su socio Limantour, se vió Díaz obligado á destituir al Ministro Baranda; pero como las cosas empeoraron con esa medida, en vez de mejorar, fué necesario hacer renunciar también á Reyes, aunque ofreciéndole un paracaídas, pues que todavía lo necesitaba Díaz como freno para los “científicos”, nombre que á sí mismo se había dado el grupo limantourista. En consecuencia volvió Reyes á su gobierno de Nuevo León, cuando estaba próximo á expirar su período constitucional.
Reyes, como casi todos los gobernadores, estaba malquisto en ese Estado, por los muchos homicidios que en el había cometido, por su carácter atrabiliario y despótico y por otras razones. Los neoleoneses quisieron sacudir el yugo, y concibieron la idea de elegir un gobernador de su agrado, y para el efecto fundaron clubs electorales y propagaron la candidatura de un Licenciado Francisco Reyes, hombre probo y de popularidad en el Estado.
El 2 de Abril de 1903, en vísperas de las elecciones, organizaron los partidarios del nuevo candidato una manifestación cívica, ordenada, perfectamente dentro de la ley. Se reunieron en la alameda y procesionalmente se dirigieron al centro de la población, con una banda de música, victoreando al Licenciado Reyes. Al llegar á la plaza principal, donde se encuentra el palacio del gobierno, fueron recibidos á balazos los manifestantes, por fuerzas de la policía que el General Reyes tenía apostadas en la azotea de palacio y en otros lugares convenientes, asesinando á muchos de los manifestantes, entre los que se hallaban personas de lo[p. 70] más prominente de la población, y así disolvió la manifestación y mató la candidatura de su contrario, quien tuvo que huir esa misma noche para la capital de la República, disfrazado de fogonero del ferrocarril, pues se le buscaba para asesinarlo.
El Licenciado Reyes llegó á México, se quejó con Porfirio Díaz, quien le ofreció que se haría justicia. La prensa del país armó gran escándalo con el hecho; los limantouristas aprovecharon la ocasión para dar el golpe de gracia al General Reyes, y se llegó á presentar en su contra una formal acusación ante el Congreso de la Unión. Pero sucedió lo que tenía que suceder: Porfirio Díaz dió la orden de que se absolviera al Gobernador, y apareció que toda la culpa era de los manifestantes, “quienes se mataron entre ellos mismos para calumniar al insigne General Reyes”, quien triunfó redondamente en las elecciones, y sigue gobernando el Estado de Nuevo León en paz y gracia de Porfirio Díaz, dando una lección al pueblo, para su escarmiento.
El verdadero título del presente capítulo debería ser el de “historia de dos grandes crímenes”, puesto que dos hombres fueron asesinados para borrar las huellas del conspirador que atentó contra la vida de Porfirio Díaz. El personaje que está al fondo de este misterioso complot es bien conocido y se murmura su nombre en secreto, detrás de las puertas cerradas, porque aquel individuo, que presumió llegar á ser el rey, es todavía un alto funcionario de la administración. Estuvo á un milímetro del éxito; fracasó sólo por lo que llamaré una vuelta de mano, y dos vidas, las de los instrumentos de su ambición, fueron trituradas para conservar la suya. Léanse cuidadosamente las constancias del juicio, sígase atentamente el hilo rojo que corre á través de esta maravillosa masa de contradicciones aparentes, y la solución evidente y lógica del enigma saltará ante los ojos, como salta el muñeco de una caja de sorpresa.
[p. 71]Es una historia de un crimen por el crimen, ilustrativa del perverso y peligroso sistema creado por Porfirio Díaz, que, á semejanza de un boomerang, retrogradó y por poco lo destrona.
El 16 de Septiembre de 1897, aniversario de la Independencia de México, fué, como de costumbre, el Presidente en el paseo cívico, á pie, desde el Palacio Nacional á la Alameda, escoltado por los altos funcionarios del reino, y rodeado de sus soldados, cuando, de súbito, un hombre rompió la valla y se lanzó contra Díaz, antes de que nadie pensase en detenerlo; dió un golpe en el cuello al Presidente, que le hizo vacilar, aunque sin echarlo por tierra. Intensos fueron el asombro y la confusión; un grupo de oficiales, empuñando la pistola ó el sable, se disponía á matar á aquel hombre, como pronto castigo de su fechoría; pero el Presidente ordenó que se desistiera de toda violencia, y que se entregara el asaltante á las autoridades correspondientes.
El individuo inmediatamente responsable de aquel ataque idiota é inútil, era un desequilibrado alcohólico, llamado Arnulfo Arroyo, quien fué conducido á la Inspección general de policía, y una vez allí, por orden del jefe de la misma policía, fué amordazado y se le puso una camisa de fuerza. Varias veces ordenó el Gobernador (Rebollar) que se le quitase la mordaza, y otras tantas se la volvió á poner Velásquez.[41]
En la noche del día de la agresión, se reunieron Eduardo Velásquez, jefe de la policía, Antonio Villavicencio, inspector de policía, y Miguel Cabrera, jefe de la policía secreta, con el Ministro de Gobernación, General González Cosío, y resolvieron: que Velásquez ordenase á uno de sus criados que comprase una docena de cuchillos, y se comisionase á Villavicencio para que organizase una imitación de linchamiento que se acercase lo más posible á la realidad, y en el que figurase Arroyo como culpable y como víctima. Villavicencio quedó de director de escena, de héroe y vengador en esta tragedia real, la que consistió en escoger siete[p. 72] “tigres” de entre los agentes de la policía, disfrazándolos de “pelados”, nombre con que se designa en México á la gente de baja ralea, armándolos con los cuchillos comprados para el efecto, dirigiéndolos, á su tiempo, hacia la Inspección general, donde se encontraba Arroyo, y después de lincharlo, escapar gritando: “Viva México” y “Muera la anarquía”.
Mientras que por un lado la policía estaba preparando el escenario, por el otro el Gobierno y el Ministro de la guerra ideaban la manera de destruir á Arroyo de un modo legal y constitucional. Inconscientemente tendían á hacer un caso de lesa majestad; pero, como fácilmente se comprende, la Constitución no se prestaba para ello; entonces se procuró que el crimen, el que en realidad no era tal crimen, sino únicamente una tentativa frustrada, apareciese como del orden militar. Desgraciadamente para tal teoría, Arroyo no era militar; pero se consideró que, cuando el atentado, el Presidente vestía el uniforme militar; mas entonces se vió que el Código militar imponía para hecho semejante sólo dos años de prisión, y hubo de desecharse con disgusto esa vía.
A eso de las doce y media de la noche se levantó el telón; los siete policías, ó “tigres”, disfrazados de “pelados”, acometieron ingeniosamente la Inspección de policía, y llegaron á la pieza en que se encontraba el preso. Los policías que lo custodiaban, y que habían sido desarmados previamente, hicieron una débil resistencia, y desistieron por completo de reconocer en los asaltantes á sus colegas. Arroyo estaba sentado en una silla, siempre amordazado y con la camisa de fuerza, imposibilitado de toda defensa, y los intrépidos é indomables “tigres” se entregaron á su tarea como verdaderos degolladores de oficio. Los cuchillos laceraron el estómago, después el tórax, después los pulmones, mutilando rápidamente, con pasión, con increíble frenesí el cuerpo de la víctima, la que se debatía en lamentable impotencia, saltando la sangre para esparcirse por el suelo. Nueve heridas fueron inferidas[p. 73] en aquella masa de carne—Los criminales trabajaron con impaciencia y precipitación, atendiendo sólo á la perfección del golpe, al grosero arte de asesinar, asestando á las entrañas, de acuerdo con sus rudos conocimientos fisiológicos. La víctima lanzó un grito ahogado de horror, de angustia y de desesperación, el aullido en que condensó la fuerza de una existencia que se perdía en la noche de la eternidad—Los asesinos tuvieron su rasgo de coquetería decorativa: desplegaron y tremolaron la bandera nacional—gritaron: “Viva México”. Respecto á estos detalles no me es posible decir si fueron artística improvisación de los “matadores”, ó una idea de Velásquez invitando á la complicidad al país.[42]
Después echaron á correr, gritando: “Muera la anarquía”.
En la Inspección de policía Sánchez disparó un tiro de revólver, y rompió varias vidrieras, con el objeto de atraer la curiosidad de los ociosos y la atención del jefe de la policía, quien estaba en espera de esa señal.
Los trasnochadores y retardados, atraídos por el ruido, encontraron franca la entrada á la Inspección de policía, y aun algunos de ellos fueron atentamente invitados á entrar, siendo todos ellos aprehendidos como personas sospechosas y peligrosas, autores y perpetradores del crimen.
Poco después, el General Berriozábal, Ministro de la guerra, un viejo asmático, aparentemente tomaba el aire fresco en un balcón de su casa, sita en la Calle de la Independencia, cuando un oficial de la policía se detuvo bajo su balcón y le dijo:—“De parte del Jefe de la policía, participo á Vd. que ya lincharon á Arroyo.” Al oir esto, el General levantó las manos en actitud deprecatoria, y exclamó, sin vacilación ni asombro:—“Lo siento por la honra de la patria”.
En la mañana del 17 “El Imparcial”, periódico oficial, dió la noticia del linchamiento, informando al público que una turba violenta había matado á Arroyo,[p. 74] arrasándolo todo á su paso; que sólo unos cuantos habían podido ser aprehendidos y estaban rigurosamente incomunicados. Al mismo tiempo daba los nombres de los presos, y describía las armas que habían quedado abandonadas en el cuarto por los linchadores prófugos.
La primera impresión que produjo esta extraordinaria noticia, fué la del terror. Lo del linchamiento era una fábula imposible de ser aceptada por la generalidad, y sólo produjo risas sardónicas, lo que bien á las claras significaba que nadie creía que el pueblo, por una extraña novedad, se dedicase á ejercer la justicia por sí mismo.[43] Nadie dió crédito á esta invención macabra. El Presidente exclamó:—“¡Es lástima! Han cortado el hilo, y, lo que es peor, esto es una vergüenza para el país”. Así, cuando una comisión de personas prominentes, encabezada por Sánchez Ramos, fué á felicitarlo por su milagrosa salvación, le dijo:—“Lo que siento es que ya no podremos decir que en México no se lincha”. Pero nadie, repito, ni el mismo Presidente, creyó que Arroyo hubiese sido linchado. Los periódicos independientes se burlaron de semejante fábula; el sentimiento popular se hizo tan intenso y amenazador, que bajo su tremenda presión el General Mena y José Ives Limantour hicieron que se convocara á junta de ministros, de la que resultó que se ordenase por el Congreso una investigación oficial.
Se ordenó que la justicia llamase á cuentas á los autores de esa ocurrencia tan ilegal como atroz. Eduardo Velásquez, Antonio Villavicencio y Miguel Cabrera, así como los “tigres” se sorprendieron é indignaron al verse obligados á entrar en Belén, (la cárcel pública) como resultado de un servicio de “alta política”. Los jóvenes abogados que defendieron á los policías culpables, arguyeron que todos los presos, con excepción de Velásquez, no habían hecho más que obedecer las órdenes del superior, de la misma manera que los soldados obedecen á sus jefes. Excelente fué la labor[p. 75] de estos abogados, principalmente en las repreguntas que hicieron en el jurado. Uno de ellos, Diódoro Batalla, atrapó á Villavicencio cuando éste declaró que en la noche del asesinato, él, Velásquez y Cabrera habían tomado un coche que los condujo á la Calle de Mesones. Fué una confesión de las más perjudiciales, porque todo el mundo sabía que en ella vivía el General González Cosío, Ministro de Gobernación. Se retractó Villavicencio, y expuso que lo que quiso decir era que habían pensado ir; pero que no fueron. Pero ya era demasiado tarde. Al día siguiente Batalla fué aprehendido, con motivo de una acusación que se pregonó á son de trompeta, y estuvo durante un mes en la cárcel.
Velásquez estaba en el tormento. Fué preguntado y contrapreguntado, procurando mantener á todo trance la farsa del linchamiento popular. Combatió desesperadamente contra la verdad y contra la evidencia que se iba acumulando en contra suya y de su fútil conseja fantástica. Por último, sospechando que la invisible mano que lo había dirigido y la influencia con que había contado eran impotentes para impartirle protección, adivinando que por la irresistible lógica de los acontecimientos sería sacrificado como el chivo expiatorio de esa farsa trágica, y persuadido de que el piso se hundía bajo sus pies, perdió la cabeza, y acorralado como jabalí salvaje por una traílla de tenaces sabuesos, se resolvió á luchar por su postrera posibilidad, de la que dependía su existencia. Pálido y trémulo de excitación, se levantó declarando que entonces iba á decir la verdad, toda la verdad; pero el juez lo contuvo súbitamente, bajo el pretexto de que era demasiado avanzada la hora, añadiendo que podría hacer su declaración al día siguiente.
Al día siguiente publicó “El Imparcial” la noticia del “suicidio”. Tres días antes “El Mundo”, nombre que tenía la edición vespertina de “El Imparcial”, había publicado la misma noticia, evidentemente como un aviso confidencial de que, más tarde ó más temprano, había de acontecer. Villavicencio, Cabrera y los siete[p. 76] “tigres” fueron sentenciados á muerte, pero, en seguida, y en virtud de alguna irregularidad técnica, fué conmutada la sentencia, por el juez Flores, en la de seis años de prisión. Villavicencio siguió gozando de la protección del General González Cosío, quien, cuando estuvo en libertad, lo nombró jefe político de Atzcapotzalco; pero toda la población de esa respetable villa, cercana á la ciudad de México, se indignó por tal nombramiento y elevó una protesta al Presidente Díaz. Villavicencio fué entonces nombrado jefe de la policía secreta, y, más tarde, inspector de la cuarta demarcación, la que es de tanta importancia como el “Tenderloin” en New York.
La parte interna de esta historia es la siguiente: el General Berriozábal y el General González Cosío habían fraguado un golpe de Estado, con el objeto de apoderarse del gobierno después del asesinato del Presidente Díaz. En sus manos tenían el poder inmediato de la nación, pues el ejército estaba á las inmediatas órdenes de Berriozábal, y la policía y los jueces de distrito eran manejados por González Cosío. Se valieron de Velásquez como de un instrumento, sobornándolo con la promesa de hacerlo gobernador, y Velásquez, á su vez, se valió de Arnulfo Arroyo para asesinar al Presidente, sin que sepamos qué promesas le haría Velásquez, ni de qué argumentos usaría para arrastrarlo á una fechoría tan desesperada. Además, Velásquez contaba con un indio, llamado Florentino Cortés, á quien se le había pagado para que vigilase al Presidente durante la procesión cívica, con orden de matar á quien quiera que atentase contra su vida.
El 15 de Septiembre se emborrachó Arroyo, en Atzcapotzalco, y fué arrestado, permaneciendo en la cárcel durante toda la noche. Al día siguiente, cuando estaba Arroyo aún con la “cruda”, fué puesto en libertad, sin que le devolviesen el revólver que portaba, y que le fué confiscado. Como si estuviese sugestionado por una voluntad tenaz y mucho más enérgica que la suya, que lo impulsaba á asesinar al Presidente, llevó á[p. 77] cabo su intento de la manera y con el resultado que dichos quedan. Cortés llegó demasiado tarde para desempeñar el papel que se le había encargado, pues el Presidente, sospechando que se trataba de un complot, intervino á tiempo para salvar la vida de Arroyo.
Como dije más arriba, apenas llegó Arroyo á la Inspección de policía, ordenó Velásquez que le pusiesen una camisa de fuerza y una mordaza, temiendo que aquella miserable criatura llegase á “cantar” y lo traicionase, lo mismo que á los “que estaban más arriba”, porque Velásquez jamás habría conspirado contra la vida del Presidente por cuenta propia.
Así, pues, la pronta eliminación de Arroyo se imponía imperiosamente, y aunque el General Díaz deseaba que Arroyo fuese conservado vivo, el sistema fué más poderoso que su deseo. El linchamiento fué efecto de la rápida concepción de cerebros excitados por la alarma, pues de seguro que si se hubiese reflexionado á sangre fría, se hubiese desechado tal proyecto, por absurdo. Es evidente que ninguno de los autores sospechó el horror y la indignación que tal acto había de provocar, y el resultado fué la aprehensión de todos los linchadores, y la de Velásquez con ellos. Que la vida de Velásquez estaba sentenciada desde el principio, está probado por la publicación prematura de su “pretendido suicidio”, en “El Mundo”, periódico oficial, bien se considere la noticia como un error, bien se la tenga como una advertencia de que tal suceso podría ocurrir. Que González Cosío había dado instrucciones al juez que conocía de la causa de Velásquez, es cosa que se prueba por la encarcelación del Lic. Diódoro Batalla, cuando éste arrancó á Villavicencio la confesión de que el trío de jefes de la policía había ido á la Calle de Mesones. ¿Quién sino González Cosío podía tener interés en suprimir la especie, puesto que todo el mundo sabía que los tres jefes de la policía mencionados habían ido á dicha calle con el único y exclusivo objeto de hablar con él, y con nadie más que con él? ¿A quién no llama la atención el acto de ese juez que sus[p. 78]pende la confesión del acusado, posponiéndola para el día siguiente, cuando tenía la certidumbre de que éste no llegaría á ver la luz del subsecuente día? Cuando el periódico oficial, “El Mundo”, dió con tres días de antelación la noticia del “suicidio” de Velásquez, el Gobernador Rebollar ordenó al alcaide de la cárcel que perquisiese minuciosamente el cuarto y la persona del preso, para cerciorarse de que no tenía ninguna arma oculta. A pesar de la cuidadosa inquisición, nada se encontró, y, sin embargo, á la mañana siguiente á la noche del “suicidio” se encontró, junto á la cama de Velásquez, el revólver con que se supone que se privó de la vida. En la noche de referencia, una hora antes, minutos antes del “suicidio”, Villavicencio se encontraba charlando con varios individuos en lugar cercano al cuarto que ocupaba Velásquez, y con cualquier pretexto fútil, se levantó, dejó la pieza en que se encontraba, y, á poco, volvió para proseguir la conversación.
Durante su ausencia se oyó el disparo de una pistola en el cuarto de Velásquez,—el tiro que privó de la vida al desarmado “suicida”. Al día siguiente la historia del “suicidio” se puso en circulación. El General González Cosío jamás habría visitado secretamente á su protegido Villavicencio en Belén, impulsado por la mera amistad, pues hombres de su calidad no comprometen su honor para proteger á asesinos, á no ser que haya algún motivo imperioso y gran peligro en no hacerlo. ¿Quién, sino un hombre poderoso, como González Cosío, pudo forzar á un juez á revocar una sentencia de muerte, conmutándola en la de seis años de prisión? ¿Quién, sino ese mismo poder oculto, protegió incondicionalmente á hombres como Villavicencio y Cabrera, durante su permanencia en la cárcel, y los sigue protegiendo hoy aún?
El General González Cosío es el responsable de todo este negocio tan tenebroso y tan deshonroso. No llegó á sentarse en el trono; pero cortó los dos hilos que pudieron haber servido para colgarlo de una horca.
Continúa aún en el Gabinete, como Ministro de la[p. 79] guerra, revoloteando al rededor de todas las carteras, como un “tiovivo”. Pero Porfirio Díaz es un viejo zorro astuto, que no olvida, y por eso conserva al pretendiente cerca de él, como un rehén.
[p. 81]
Puede haber temporalmente secretos de Estado; es imposible que haya secretos nacionales. Y lo único que se consigue con el método de las presentaciones oficiales de un país á los extranjeros es perder el crédito como gobierno sin hacer subir el del país.
F. Bulnes.
[p. 83]
La justicia es el objeto del gobierno; es el objeto de la sociedad civil. Siempre ha sido proseguida y lo será por siempre hasta que se obtenga, ó hasta que se pierda la libertad en la prosecución.
Madison en “The Federalist”.
México ha perdido su libertad en la prosecución de la justicia. La justicia de México está oculta dentro de la palma de la mano de un embaucador político, quien de seguro morirá antes que su formidable garra suelte á esa justicia ya marchita, ajada y deformada.
La reputación política de un pueblo está basada en su justicia, la independencia de sus tribunales y la incorruptibilidad de sus jueces. La primera pregunta que hace un extranjero respecto á una nación es la de que si las inversiones están garantizadas, si la libertad personal está asegurada.
En México hay dos clases de justicia, una para los extranjeros, otra para los mexicanos. La experiencia enseñó á Porfirio Díaz que la mayor parte de las guerras é intervenciones extranjeras se deben, en México, á los perjuicios legales y á las diferencias arbitrarias de que han sido víctimas los extranjeros. Por eso uno de sus mandamientos políticos ha sido tratar á los extranjeros con tanta cautela y equidad cuanto puedan permitirlo las circunstancias. El extranjero lleva al país dinero ó energías; trabaja y ayuda á mejorar las condiciones económicas de la nación, sin intervenir en los asuntos políticos, y sin más ambición que la de enriquecerse. Si lo oprimen ó lo tratan mal, puede provocar complicaciones internacionales y desacreditar al país pidiendo la protección de su cónsul ó de su ministro. Por otro lado, en el régimen de Díaz, el hijo del país no representa la misma suma de ventajas para éste que el extranjero, pues el mexicano es afecto á la[p. 84] política y, por lo tanto, interfiere con el poder y con la ambición del déspota.
La justicia por naturaleza es esencialmente democrática, sus veredictos no se inspiran en consideraciones de castas, de abolengo, de influencia ni de fortuna. De ahí se desprende lógicamente que la justicia, tomada en su sentido puro, no puede albergarse en una nación regida por un sátrapa, puesto que todo gobierno unipersonal está conglobado en el tipo aristocrático.
Artificiosa y sagaz ha sido la política de Porfirio Díaz al ofrecer justicia, sinceridad y privilegios especiales á los extranjeros; á sus esbirros, inmunidad para sus licenciosos actos, favor y protección; y á los nacionales independientes, arbitrariedades, injusticias y chicanas.
Porfirio Díaz es la representación del bifronte Jano: por delante presenta el rostro de Minerva, serio, tranquilo, justo, profundo y noble. Esta es la cara para los de fuera; pero visto por detrás, presenta la cara reservada para los mexicanos: la máscara de Medusa, terrible, atormentada por el miedo y la crueldad, algo que causa espanto por sus petrificadas líneas de violencia.
Porfirio Díaz tiene un socio español, llamado Íñigo Noriega, que está muy rico y es hombre de gran astucia y de enorme influencia. Nada más curioso que ver á diario á los magistrados de la Suprema Corte y á los jueces federales en las antesalas de ese español para discutir con él las resoluciones que deben dictarse en asuntos judiciales.
Los jueces están corrompidos de la manera más desvergonzada y cínica; los que no están corrompidos y procuran cumplir con sus deberes, siempre obedecen las órdenes de todos los satélites del ministro y del subsecretario de Justicia y de Porfirio Díaz, cuyo simple deseo es una orden. Tómese al acaso de la lista de los jueces cualquier nombre, y se tendrá una idea del tipo de hombre que administra justicia en México.
Demetrio Sodi. Natural de Oaxaca. En ocho[p. 85] años de desempeñar la judicatura ha realizado una fortuna de más de un millón de pesos. Hoy es presidente de la Suprema Corte de la Nación, y ha sido magistrado, presidente de los debates y agente del gobierno.
Es el tipo perfecto del cortesano, lacayo del Presidente. Como el gobierno favorecía la supresión del jurado popular, en una entrevista presentó el siguiente argumento en contra del sistema: “Cualesquiera que sean las intenciones de los jurados, siempre puedo hacer que falle de conformidad con mis propósitos”. Entre sus aforismos está el de que no hay más justicia que la real gana de quien manda.
Telesforo Ocampo. Joven aún. Hace menos de un año estaba juzgando un caso de homicidio, cuando una noche, en una comida con varios amigos, apostó con el abogado defensor que obtendría sentencia de muerte contra el acusado. El defensor aceptó la apuesta, y, en prueba de buena fe, exigió una constancia por escrito de la tal apuesta, cuya pena era la de pagar una comida por el que perdiese. Un periódico se hizo del documento y lo publicó con los datos de la apuesta, creando gran escándalo é indignación. Todo el mundo esperó que Ocampo fuese destituído del foro. Pero sucedió lo inesperado: el abogado defensor fué á la cárcel por faltas al juez; Ocampo sentenció á muerte al acusado, y ganó su apuesta—y continúa administrando “justicia”, sin que nadie le moleste y sin haber recibido siquiera una amonestación del Ministro de Justicia ó de Porfirio Díaz.
Uno de sus axiomas es el de que “todo acusado es un criminal y, por lo mismo, debe ser condenado”.
Eugenio Ezquerro. Juez 3.º correccional. Ha sido acusado por once cargos y se han cometido en su juzgado verdaderos horrores, á pesar de todo lo cual permanece en su puesto por ser un protegido de Don Lorenzo Elízaga. En 1904 metieron en la cárcel á todos sus secretarios por haberse robado las multas impuestas. La absolución fué completa. Todo el que tiene dinero puede arreglar su caso con el juez. Ezquerro se ríe[p. 86] cínicamente de la justicia mexicana y la llama “una pamplina que da de comer á mucha gente”.
Trinidad Meza Salinas es otro ejemplar representativo del juez. Es un ex-abogado que fué sentenciado á seis años de prisión por el delito de bigamia. Después de haber cumplido la sentencia en la cárcel de Belén, se hizo defensor y protector de los pobres. Cometió mil estafas, triquiñuelas y pequeñas picardías hasta el punto de que la misma Comisión de Vigilancia, tan soñolente de suyo, tuvo que dictar providencias en su contra. Fué acusado de varios delitos, pero repentinamente se sobreseyó en su causa y lo nombraron secretario de un tribunal, juez y agente del gobierno en el departamento de la Guerra.
Justino Fernández. Este es el Ministro de Justicia, un hombre decrépito, con un pie en la tumba y el otro que nada tiene que hacer fuera de ella. Lo hizo ministro Porfirio Díaz, de quien es pariente, y confía en que no se entremeterá en los asuntos del departamento de justicia. Eso de Ministro de Justicia no es más que un modo de hablar, y tiene de común con la alegórica representación de la Justicia el ser casi ciego y tan sordo como una tapia. Cuando se solicita de él que resuelva una cuestión judicial, desdeña hacerlo, considerándola como cosa extraña á su departamento. A pesar de esto, con frecuencia asienta axiomas que evidentemente están recogidos en los campos de Friedrich Nietzsche, Porfirio Díaz, y, algunas veces, en los de Sancho Panza.
Si los jueces están corrompidos fácil es colegir lo que será la prisión ó lugar de expiación de los delitos. Nadie puede figurarse lo que es Belén, esa Bastilla mexicana, limbo y purgatorio á la vez. No está descrita en los libros de los viajeros, porque los viajeros no son recibidos como visitantes en ese lugar de tormento.
“El Infierno” del Dante tenía círculos con una profundidad en relación con las iniquidades cometidas por el pecador; pero si se compara con Belén el “Agujero[p. 87] Negro” (The Black Hole) de Calcutta, resulta éste un salón de recreo, así como las prisiones de Siberia aparecerían como instituciones filantrópicas, y los “Piombi” ó calabozos de los palacios de los Dux, confortables residencias.
Belén es la superlativa expresión de la injusticia mexicana y un ejemplo de la equidad de Porfirio Díaz, el Justo, el Recto, el Imparcial. Belén no es una cárcel, ni una galera, ni un presidio; es Gehenna, el abismo de Aqueronte; una enfermedad inmencionable en el cuerpo de la justicia mexicana; una inmensa cloaca que contiene gusanos, inmundicia, carroña, enfermedades, poluciones y depravación; llena de pájaros de presidio, aprensados como sardinas en lata, tratados como reses. Es una abominación sobre la faz de la tierra, un céspol humano, una muestra sucia y apestosa del benévolo interés que se toma el viejo déspota por todo aquello que está oculto á las miradas de los extranjeros.
El gobierno de Díaz ha gastado millones de pesos en un parque y en una calzada para coches en Chapultepec, en una oficina de correos modelo, en un clásico edificio para los telégrafos, y en un palacio monumental para el Congreso; gasta de 8 á 10 millones de pesos en un teatro de mármol, para la ópera, que resultará una maravilla. Pero, en cambio, los planos para una cárcel modelo sugerida por Guillermo de Landa y Escandón, se están pudriendo desde hace seis años en los archivos del gobierno.
Belén, que tiene el tamaño de una media manzana de New York, encierra de cinco á seis mil hombres, unos 300 muchachos y 600 mujeres. Hay una galera de 180 metros cuadrados en la que se supone que deben dormir 1800 hombres, quienes tienen que emprender feroz lucha para conseguir un pedazo del suelo en que tenderse á descansar, y los más débiles se ven obligados á quedar de pie, ó á estar sentados, ó á echarse los unos sobre los otros.
Chinches, piojos, pulgas y toda clase de insectos pululan por miriadas, y si se da una palmada en cual[p. 88]quiera parte de la pared, se aplasta cientos de esos bichos.
El alimento es incomible, y á veces queda expuesto al sol ó á la lluvia horas enteras antes de ser distribuído.
Permítese á los hombres tomar un baño de regadera, pero no se les da jabón ni un trapo para que se enjuaguen, y cada cual se seca como puede.
El resultado de tal orden de cosas es el gran número de epidemias y la frecuencia de la tuberculosis entre aquellos desgraciados. “El Diario”, en su número de 7 de Octubre de 1908, publicó la lista de los presos que en un solo día contrajeron el tifus en la cárcel de Belén: CIENTO SETENTA Y SEIS CASOS.—Al día siguiente no fué posible conseguir la lista de los nuevos casos: la autoridad suprimió la verdad.
Los guardianes de la prisión tienen un poder absoluto. La mayor parte de ellos son presos también; extorsionan, roban y cometen toda clase de villanías, brutalizan y algunas veces matan á palos á los presos refractarios.
La sodomía es desenfrenada y está fomentada por los guardianes; hombres y niños tienen que prestarse, por voluntad ó por fuerza, á esa práctica abominable, y válense para ello del alcohol y de la marihuana.
Hay una Comisión de Vigilancia, compuesta de doce individuos, quienes se supone que están encargados de cuidar de que no se cometan abusos, ni se viole la ley, ni se falte á los reglamentos interiores. Estos visitan la prisión cada tres ó cada seis meses; pero algunas veces electrifican sus actividades, como el Consejo de los Diez de Venecia, si reciben algún anónimo procedente de algún preso.
A despecho de su apariencia de salubridad y de limpieza, este es un lugar de refinada y sutil inquisición. Los presos son maltratados, mal alimentados, mal cuidados. En siete años entraron 1275 penados, de los que fallecieron 162. Obligan allí á los sentenciados á trabajar, pagándoles la décima sexta parte del jornal[p. 89] del trabajador peor retribuído. Los guardianes, como en Belén, son todo poderosos, brutales é injustos. El director de la prisión aumenta meses de recargo de pena á la sentencia de un penado por el solo informe de un guardián, sin entrar en más averiguaciones. Los infelices penados andan casi desnudos, si no tienen ropas propias ó no hay una persona caritativa que se las proporcione. Los médicos visitan la prisión cada ocho días, ó cada diez.
Así llamada por equivocación, porque, en realidad, es una escuela para el desarrollo de vicios y crímenes, en la que cumplen sus sentencias los menores de edad. De allí salen los muchachos graduados de ladrones, rateros, pederastas, rufianes, matones y de algo peor. Se les trata allí como á animales y están obligados á trabajar sin remuneración alguna, en beneficio de los amigos de la administración.
Hay un término que con frecuencia se oye en México cuando alguien es enviado á la cárcel en virtud de cualquiera acusación: “Incomunicado”, que equivale á que el detenido no puede tratar con su defensor, su familia ni con nadie que no sea el juez, ni de palabra ni por escrito. Esta es un arma poderosa en las manos del juez y de las autoridades de la prisión, y para cuando se trata de periodistas ó de pobres extranjeros, para evitar que se comuniquen con los representantes de su nación.
Un tal Manuel Bátiz permaneció incomunicado, en Belén, durante cuatro meses; Juan Garduño, durante siete meses; Luis Torres DOS AÑOS.
Hace dos años publicaron los periódicos la historia del descubrimiento de un individuo que había estado en Belén durante veinte años, esperando, según él dijo, que se presentase alguna acusación en su contra. El Czar Porfirio Díaz, en su bondad infinita, perdonó á aquel desgraciado.
Voy á presentar algunos ejemplos del descuido,[p. 90] incompetencia y menosprecio de los principios más elementales de la justicia.
Francisco Reyes. Fué sentenciado á muerte por haber matado á su novia. Después de haber estado once años en Belén, terminó el juicio, y como fué sentenciado á muerte le conmutaron la pena en la de veinte años de prisión. Pero no le descontaron los once años que llevaba de estar preso, de modo que la pena resultó de 31 años. Cuando su defensor habló con el Ministro de Justicia para enmendar el error, éste le contestó de salomónica manera: “Para aquellos que están dentro de la ley, todo; para aquellos que se han puesto fuera de la ley, ni siquiera aire para respirar.”
Francisco Ramírez. Huésped de la Penitenciaría, de 16 años de edad. Aunque inocente, fué sentenciado á diez años de prisión, por homicidio, sin que apenas se le permitiera defenderse. Protestó y pidió que se le sometiera á juicio, pues estaba en aptitud de probar su inocencia y de revelar el nombre del verdadero culpable. Se le contestó que se callase, ó que lo pasaría peor.
A. Guerrero. Sentenciado á ocho años de prisión por asesinato. Cuando tres años más tarde fué aprehendido su hermano, acusado de complicidad, se revisó el caso y fué condenado Guerrero á muerte. Su abogado fué á ver al Ministro de Justicia para hablarle sobre la apelación de la sentencia, por ser ilegal; el Ministro le contestó: “La generosidad es el atributo de los débiles; los hombres fuertes usan siempre de la severidad.”
Samuel Karsenty. Francés, de 45 años de edad. Giró por $50,000 á cargo de un banco de París, y su giro no fué pagado. Fué aprehendido y en la causa criminal salió absuelto, porque la acción era meramente civil. Entonces el juez, de una plumada, lo sentenció á nueve años de prisión. Lo condujeron á la Penitenciaría, incomunicado, á fin de que no pudiera defenderse ni comunicarse con su Ministro.
T. Godinez. Aunque inocente, fué sentenciado á doce años de prisión. Más tarde se descubrió al ver[p. 91]dadero autor del delito y entonces se le puso en libertad, con la advertencia de:—“Mucho cuidado con hacer hablar de este asunto, pues de lo contrario volverás á la prisión y entonces sí que no volverás á salir de ella.”
Considerando el material y el corrupto medio ambiente que rodea al jefe de la policía, sobrino de Porfirio Díaz, éste es lo mejor que hay en ese departamento, la persona mejor que jamás ha habido en él. Es un hombre reposado, sin ostentación, y procura hacer las cosas lo mejor posible conforme á su modo de ver. Al mismo tiempo hace su pequeño juego en la partida política, porque Félix Díaz es sumamente ambicioso.
Por otro lado, el departamento de la policía secreta se compone de gentuza, de las heces del México criminal. Entre sus miembros hay asesinos y ladrones profesionales. El “detective” Reyes purgó un asesinato con veinte años de prisión en Belén, y es un petardista de profesión; Olmos procede de la Penitenciaría y tiene 21 entradas en la cárcel de Belén por delitos contra la propiedad; Camargo ha entrado en Belén 37 veces y todas ellas por robo; Muñoz, 22 veces por ratero.
Conocen tan bien los jueces la protección incondicional que les dispensa Porfirio Díaz, que creen y hacen creer á los infelices que piden justicia, que son infalibles.
He aquí un caso para ilustrar mi aserto. Una noche varios especuladores de boletas de teatro tuvieron una cuestión con algunos policías secretos, quienes los condujeron á la Comisaría. Al día siguiente comparecieron ante el juez Tello Rodríguez, quien les preguntó dónde habían tomado la última copa antes de la pendencia. Los acusados contestaron que en el Restaurant de Gambrinus, y el juez, sin meterse á averiguar si la cantina estaba cerrada á esas horas, impuso una multa de $200 al propietario, un italiano llamado Bellato, quien llevó sus testigos y aun al policía del punto, para probar que á la hora de referencia la cantina estuvo cerrada y sólo el restaurant estaba abierto, con lo que[p. 92] no se infringía la ley. El secretario del Gobernador del Distrito no se impresionó en lo más mínimo por aquellas evidencias, y como oráculo del Distrito Federal declaró: “aunque sé que Vd. tiene razón, eso nada importa, porque las decisiones del juez son infalibles”.
Todos sabemos que en Roma hay un Papa que es infalible en materias religiosas, pero á México estaba reservada la declaración de la infalibilidad de los jueces.
Veamos ahora hasta qué punto los magistrados de la Suprema Corte resisten la tensión cuando se trata de extranjeros que no tienen miedo y gozan de influencia.
Hace algunos años que una compañía canadiense intitulada “The Mexican Light and Power Co.”, necesitó un pedazo de terreno para la instalación de postes eléctricos. El caballero mexicano á quien pertenecía el terreno, creyó haber encontrado una buena oportunidad para exprimir á la poderosa compañía. El tal lote era casi un paralelogramo y la compañía no necesitaba más que una esquina, un triángulo, que tendría la décima parte del predio. El propietario ofreció todo el predio á razón de tanto por metro cuadrado; pero el presidente de la compañía se negó á comprar todo el terreno y ofreció pagar la esquina que necesitaba al precio señalado. El propietario decidió con toda astucia vender la repetida esquina, pero á un precio que equivalía al de todo el predio, lo que se negó á admitir la otra parte. Llevóse el caso ante la Suprema Corte, la que resolvió que el propietario estaba en su perfecto derecho para poner el precio, y que la compañía debía pagarlo.
El abogado de la compañía participó la solución al presidente de la compañía, añadiendo que si no pagaba el precio estipulado, la Corte la condenaría á pagar. El presidente de la compañía contestó que le importaba un rábano lo que hiciese la Corte, porque el fallo constituía una violación flagrante de la ley, y que si se le llegaba á condenar, la prensa de Europa y de América publicaría la noticia como una muestra de la justicia mexicana. Azorado el abogado, fué con toda premura á ver al Ministro Limantour, quien se hizo cargo de[p. 93] toda la importancia internacional que revestía el caso, y fué, sin pérdida de tiempo, á consultarlo con Porfirio Díaz.
El Presidente tuvo una conferencia á toda prisa con los magistrados de la Corte, y el resultado final fué que se anulara la resolución, decretándose otra conforme á las equitativas bases primitivas.
Moral: Si os halláis á la cabeza de una rica corporación, en México, hasta la misma Suprema Corte revocará sus sentencias; pero si sois solamente un insignificante fondista, la sentencia que os condene se llamará “infalible”.
He aquí otro incidente ilustrativo de cómo la camarilla política de México se substrae algunas veces de la mano de hierro del Czar. Esa misma corporación (The Mexican Light and Power Co.) advirtió que estaba perdiendo enormes cantidades de potencia eléctrica. Después de cuidadosas investigaciones, descubrióse que el escape tenía lugar cerca de una fábrica ubicada en los suburbios de México. Desviaron y midieron la potencia en el poste más cercano á la fábrica, y después de hacer el cálculo respectivo, encontraron que, aunque la fábrica estaba alumbrada y movida por electricidad, el propietario sólo pagaba por una fracción de la potencia y que la pérdida de la compañía ascendía á $45,000. El presidente de la compañía, caballero canadiense llamado C. Cahan, presentó su acusación ante juez competente y se dió orden de prisión contra el administrador de la fábrica. Al día siguiente algunos caballeros mexicanos, de prominencia en la política y en las finanzas, encabezados por Pablo Martínez del Río, fueron á ver á Mr. Cahan para suplicarle que suspendiese los procedimientos contra el administrador de la fábrica, como un favor especial al General Díaz, añadiendo que estaban dispuestos á pagar todas las pérdidas sufridas por la compañía. Mr. Cahan aceptó la proposición, y se dirigió al juez que conocía del asunto, para desistirse. El juez rehusó con arrogancia, y entonces Mr. Cahan comenzó á hacer su querella, nombrando á todos los directores y propie[p. 94]tarios de la fábrica en cuestión. Cuando el juez oyó los nombres de las personas influyentes y de prominencia implicadas en el proceso, y comprendió la importancia del asunto, se negó á seguir conociendo del caso. Entonces, á su vez, Mr. Cahan se indignó ante aquel juez ignorante y mentecato, y le amenazó con proceder en su contra si no cumplía con su deber, por lo que el juez prosiguió el caso con repugnancia. Al día siguiente se presentó en las oficinas de la compañía, con su gran uniforme de ayudante del Presidente, Don Pablo Escandón, lacayo real del Presidente, para informar á Mr. Cahan que había mentido el Sr. Martínez del Río al invocar el nombre del Presidente para solicitar clemencia en el caso de que se trata, y que el mismo Presidente vería con gusto que Mr. Cahan continuase los procedimientos contra los directores y propietarios de la fábrica.
El administrador y su segundo fueron sentenciados á Belén, quedando en libertad los directores que eran los que estaban enterados del asunto y los responsables directos. Un año más tarde, la viuda del administrador de la fábrica se presentó á Mr. Cahan diciéndole que su esposo había muerto en la cárcel, y le pedía una limosna para enterrarlo y para pagar el viaje de regreso de ella á España. Mr. Cahan, con su característica bondad, pagó los gastos de los funerales y el pasaje á España. Imaginaos la cara que pondría cuando, algún tiempo después, descubrió que el tal administrador de la fábrica no había muerto, sino que se encontraba en España gozando de cabal salud, y que había pagado los gastos de los funerales de un muñeco que personificó al administrador supradicho, todo lo cual se llevó á cabo en virtud de la influencia política de los propietarios y directores de la fábrica.
En el año de 1901 se estableció en México una negociación bajo la denominación de “The International[p. 95] Banking and Trust Co. of America”, incorporada para hacer negocios en México según la patente expedida en Delaware, (E. Unidos). Este banco operó hasta el 16 de Octubre de 1903, en cuya fecha quebró.
Mr. J. L. Starr-Hunt era el abogado de dicho banco. Con motivo de la quiebra, el juez del 5.º juzgado de lo civil nombró á Don C. F. Uribe síndico provisional de la quiebra. En Octubre de 1905 cinco síndicos ó comisionados para la liquidación, se encargaron de la negociación fallida, y encontraron los asuntos en el estado que voy á referir: inmediatamente antes de la quiebra del banco, habían desaparecido dos documentos, fechado el uno el 14 y el otro el 15 de Octubre de 1903. El 7 de Noviembre de 1903 Mr. Starr-Hunt llamó á su despacho á Mr. Dunkeley, director de “The Mexican Banking Co.”, y le dijo que como su banco (el de Mr. Dunkeley) había sufrido á causa de la quiebra referida, deseaba ayudarlo, y le entregó los documentos mencionados. En lugar de entregar Mr. Dunkeley esos documentos á la comisión liquidataria, los devolvió á Mr. Starr-Hunt. La comisión liquidataria intentó un proceso contra Mr. Starr-Hunt, R. Huacuja y Ávila y Antonio Rincón Alas, ambos empleados de Starr-Hunt. Esto aconteció en Agosto de 1906. En virtud de las declaraciones de los testigos, se libraron órdenes de prisión contra los tres individuos mencionados. Alas y Starr-Hunt desaparecieron y estuvieron escondidos. Una semana después se supo que Alas se hallaba en Toluca, y de allí fué llevado á México.
Pero al mismo tiempo Starr-Hunt, desde su escondite, que era perfectamente conocido por la policía, trabajaba con toda actividad, ayudado por su esposa, la que había sido condiscípula de la Señora Thompson. El Embajador Americano se propasó hasta el punto de escribir una carta al juez que conocía del asunto, pidiéndole prácticamente que lo abandonara. Esta carta fué mostrada á un reporter de “El Diario”, quien ofreció publicarla; pero el juez tuvo el buen juicio de no soltar esa prenda. El Embajador solicitó y obtuvo la inter[p. 96]posición de la influencia de Porfirio Díaz, y los abogados Warner, Johnston y Galston, encargados del procedimiento en contra de Starr-Hunt, se encontraron impotentes para luchar contra semejante influencia. El Presidente dió la consigna de que se suspendiera todo procedimiento y de poner en libertad á los acusados. Se dió entonces un nuevo giro al caso, estableciendo que, pues los acusados no habían sacado ningún provecho de la transacción, no podía haber delito de abuso de confianza. Así lo falló el Tribunal Superior. Ortega, juez 5.º de instrucción, absolvió á los acusados, declarando que no había delito que perseguir. Este no fué más que un subterfugio para obedecer la orden de Porfirio Díaz.
El resultado de esta intervención del Embajador Americano fué que los dos documentos, cuyo valor ascendía á $9,500 jamás fueron devueltos, perdiendo el dinero el concurso, el que quedó colocado en tal posición que no puede ni demandar ni recobrar el dinero. (G. Pierce, Mutual Building, México D. F., abogado de la liquidación.)
Los periódicos hablaron de este escándalo, pero sólo publicaron los informes recogidos en los autos. Sin embargo, Mr. Thompson solicitó de “El Diario”, por medio de G. I. Ham, que no hablase más del asunto, lo que no le fué concedido, como es de suponerse.
Cuando todo estuvo en calma, Mr. Starr-Hunt salió de su escondite y fué á visitar á “El Diario” amenazándolo con seguirle un proceso por difamación si se atrevía á volver á hablar. Mr. Starr-Hunt tiene mala nota en Texas y en Monterrey.
La copia de la carta del Embajador al juez está en manos de los abogados Warner, Johnston y Galston, quienes protestaron y enviaron copia de todo el caso al Ministerio de Relaciones de Washington, así como una copia de la referida carta.
¿Cómo es que se consiente que continúe el Embajador Thompson representando á los Estados Unidos en México, cuando los Estados Unidos han dado sus pasa[p. 97]portes á Ministros extranjeros á causa de incidentes de mucha menor importancia que la que reviste este negocio?
¿Existe acaso algún acuerdo entre Porfirio Díaz y David Thompson, quien da carpetazo á todas las reclamaciones de sus compatriotas en contra del gobierno mexicano?
“La Ley Fuga” no es en verdad una ley, ni cosa que lo valga, sino un eufemismo mexicano. Ha estado en uso para la eliminación de los bandidos durante las dos ó tres últimas generaciones. En un tiempo los bandidos infestaban el país como una plaga, y cuando se les cogía, al ser conducidos de una población á otra para ser juzgados, generalmente intentaban fugarse y la escolta que los conducía los mataba. Ese impulso natural á la fuga fué hábilmente explotado por los gobernadores, jefes políticos, etc., para verse libres de sus enemigos. Por ejemplo, si un hacendado prominente, ó una persona de influencia, deseaba deshacerse de un enemigo ó del amante de alguna muchacha en la que había puesto sus lúbricas miras, bastaba con acusar de algún delito imaginario á la presunta víctima, la que era aprehendida y, con cualquier pretexto, la conducían de una prisión á otra, de un pueblo á otro pueblo, y en el camino los Rurales, ó sea la policía de los campos, lo dejaban tomar la delantera y lo fusilaban por la espalda. Al volver al lugar de procedencia, declaraban que el preso había querido escaparse y que se habían visto obligados á hacer fuego sobre él para impedir la fuga. Si acaso tenían que comparecer ante un juez con ese motivo, describían cómo los había atacado el preso, disparado sobre ellos, en la huída, y cómo lo habían matado. Para comprobar su dicho, traían un sombrero gris, perforado por un balazo, y una silla de montar con la misma perforación, para corroborar el testimonio. Lo más curioso es que el mismo sombrero y la misma silla han servido y siguen sirviendo en cada caso de este género.
[p. 98]En los comienzos la “ley fuga” no fué más que una infructuosa tentativa para limpiar el país de bandidos. Porfirio Díaz los suprimió, bien por medio de los fusilamientos, ó bien ofreciéndoles mejor sueldo para que entrasen al servicio del gobierno, en el cuerpo de Rurales. De este modo ha formado un excelente cuerpo de hombres endurecidos en todas las fatigas y empresas peligrosas, y que mantienen el orden en todo el país. Porfirio Díaz tiene fe en el antiguo adagio que reza que se necesita de un ladrón para agarrar á otro ladrón.
Ya no hay bandidos en México; pero la “ley fuga” sigue en todo su vigor, utilizándose para las venganzas privadas, para propósitos políticos, y es una de las armas más peligrosas, cobardes y execrables de cuantas usan Porfirio Díaz y su mafia política.
El despótico México no sería una máquina política completa y perfecta si le faltase su Siberia. Pero el cerebro de Porfirio Díaz, siempre fértil en expedientes y subterfugios, encontró un buen pretexto en la rebelión de los Mayas, de Yucatán, para cercenar á ese Estado la mitad de su territorio y formar un distrito federal, de modo que pueda mantener allí constantemente unos cuantos miles de soldados. Utilízase Quintana Roo, que es el nombre del nuevo territorio, de la misma manera que los rusos utilizan la Siberia, es decir, para enviar allí á los presos políticos; pero con la pequeña diferencia de que muchos presos logran escaparse de Siberia para contar el cuento, mientras que de los enviados á Yucatán por algunos años, todavía no ha regresado ni uno solo. Aquel territorio es el más malsano, pantanoso, pestífero y mortífero de todo el país. Las probabilidades contra el preso son mayores que las que se tienen contra la rueda de la ruleta con su 0, 00 y su águila.
Si la execrable alimentación no lo mata, el tabardillo, la insolación, la fiebre amarilla, ó cualquiera otra enfermedad tropical espantosa, se encargará de hacerlo.[p. 99] Si el preso es bastante resistente ó bastante afortunado para sobrevivir, entonces se recurre á una nueva forma de la “ley fuga”: el oficial, ó el sargento encargado del punto, traba amistad con el preso y le sugiere un medio facilísimo de fuga; si el preso es bastante inocente para tragar el anzuelo, ó tiene la ansiedad de la fuga, los soldados, que siempre vigilan á los presos, tienen orden terminante de hacer fuego sobre ellos en cuanto se separen de las filas, aunque sólo sea para tomar un trago de agua en un charco cercano. Si no resulta ninguno de esos engatusamientos, entonces se le proporcionan los medios de suicidarse, y en caso de que rehuse tan bondadosa oferta, se le ayuda á librarse de la vida, ó, hablando en plata, lo asesinan sin más trámite, pues un hombre que estando condenado no acepta ninguna sugestión diplomática, como las indicadas, merece que se le mate como á un perro.
En 1904 un joven llamado Palomón Serrano, de 20 años de edad, durante la convención de los “liberales jacobinos”, la que conmemoraba el aniversario de la muerte de Juárez, en el Teatro Arbeu, se puso en pie y exclamó:—“Vengo para acusar al gran criminal Porfirio Díaz”. No tuvo tiempo para pronunciar una palabra más, pues inmediatamente fué aprehendido por orden del jefe de la policía. Al día siguiente, sin que mediara juicio de ninguna especie, fué remitido á Yucatán por tres años.
He aquí otro ejemplo de justicia que me recuerda la que se hacía en los principados de Italia, allá por el siglo XII.
Un General muy conocido que vive en México, dícese que tuvo una desgracia en su familia, pues una de sus hijas se huyó con el cochero de la casa. La joven regresó al hogar y se casó con un respetabilísimo oficial; pero el ambicioso cochero fué enviado á Yucatán y sus huesos se están blanqueando bajo los ardientes rayos del tórrido sol de Quintana Roo.
Cuando un hombre de talento, ó de cierta influencia política, ha atacado á Porfirio Díaz ó á la administra[p. 100]ción, en artículos de periódico, ó en discursos, y no se le puede aplicar la “ley fuga”, ni desterrarlo á Yucatán, se recurre á algún medio por trasmano para desacreditarlo.
Con frecuencia se arresta á los periodistas, en medio de la noche, sin que haya orden de juez, y simplemente por la invitación de un oficial ó de un simple agente de la policía. La esposa de un periodista estuvo sin noticias de su marido durante quince días, hasta que se dirigió al director de “El Diario” para obtener informes.
Un escritor y abogado muy conocido, Querido Moheno, estaba escribiendo un libro sobre la situación política actual de México. Tan pronto como se supo por las autoridades, lo acusaron de contumacia ó rebeldía. No se resolvió el caso, desde luego, sino que se dejó pendiente, como una espada de Damocles, sobre la cabeza del autor. Pero en cuanto apareció el libro y se vió que contenía ataques contra varios hombres prominentes en la política, se exhumó la causa, y se prosiguió la acusación.
Con harta frecuencia se ve en México llevar á Belén á un individuo, anunciando á son de trompeta los cargos que se le acumulan, y permanecer allí por espacio de un año. Durante ese período se circulan rumores de que ha robado dinero, ó ha cometido cualquier otro delito. Después de cierto tiempo, el acusado comparece ante el juez y se sobresee en la causa, por falta de pruebas; pero el individuo queda desacreditado y arruinado para toda su vida, sin reparación ni apelación de ninguna clase.
Hace un año, en un vaudeville, un actor que representaba á un mono, en son de chanza se puso en la cabeza la gorra de un agente de policía que se hallaba cerca de él. Lo aprehendieron, lo llevaron á la cárcel, donde lo detuvieron todo un día, y lo multaron en $10. Cuando le preguntaron al jefe de la policía el motivo de tanta severidad, contestó: “que el susodicho acto era derogatorio de la dignidad de la policía”.
En verdad que la palabra “derogatorio” es una[p. 101] felicísima figura retórica del jefe de la policía, Félix Díaz, pues, como lo voy á probar por dos incidentes que en seguida mencionaré, cuando el ofensor es persona de influencia, esa muy honorable policía “deroga” y se traga los insultos, como en un Mikado.
Hace un año el hijo del Ministro de Justicia, Enrique Fernández Castelló, insultó y abofeteó al jefe de la policía secreta, con motivo de que éste había divulgado la especie de una corrida de toros de aficionados en honor de unas prostitutas. El aludido no fué arrestado, ni multado, ni siquiera reprendido.
Hace dos años el hijo de Pablo Escandón, el millonario lacayo de Porfirio Díaz, insultó, abofeteó y dió de puntapiés á un policía que se atrevió á ordenarle que saliese de un café después que había sonado la hora de la clausura. Tan pronto como en la Comisaría de policía fué identificado como hijo de Pablo Escandón, lo pusieron en libertad. Al día siguiente el padre, que alardea de despreciar á los periódicos, se presentó en las oficinas de “El Diario”, y solicitó del director, como un favor especial, que no se diese notoriedad al caso, pues, añadió: “he mandado á mi hijo á París, castigado por un año”—¿Por qué no á Belén?
Pocos meses después, un joven sin fortuna y cuyo padre no tenía la categoría de lacayo real, cometió el mismo atentado contra otro agente de la policía. A éste no le enviaron á París—sino á Belén por dos años.
Así se hace justicia en México, el país de las contradicciones.
He aquí un ejemplo de la incorruptibilidad de Porfirio Díaz.—Hace años que la muy conocida familia de Amor y Escandón entabló un juicio en contra de los hijos de Don Vicente Escandón, con motivo de la cláusula secreta del testamento de Don Manuel Escandón, un rico hombre de México. El juicio fué muy sensacional y el abogado de los hijos de Don Antonio Escandón, (que ganaron el punto) hicieron un regalo en nombre de la parte interesada, á Porfirio Díaz, el que consistió en la casa número 8 de la Calle de Cadena, la[p. 102] que desde entonces es la residencia privada del Presidente. Don Pablo Escandón, el lacayo real de Porfirio Díaz, es uno de los hijos de Don Antonio Escandón, favorecido por la sentencia.
Después de treinta años de la obra corruptora, nefaria, dañina y secreta del gobierno, por un lado, y, por el otro, de la publicidad oficial y oficiosa de los maravillosos progresos de México, Porfirio Díaz ha considerado que ya es tiempo de que su estructura, representante de la nacionalidad mexicana, mereciese la misma posición que tienen las potencias extranjeras. Que la fe en la habilidad y en la honorabilidad de la administración de Porfirio Díaz debía recibir una especie de voto de confianza de los extranjeros en el asunto de la incorporación de las compañías de minas, de agricultura y de predios rurales, pues las potencias extranjeras han demostrado su respeto y admiración hacia Porfirio Díaz con la lluvia de medallas y de condecoraciones que han hecho caer sobre él y las personas de su familia. Pero, por desgracia, el extranjero que invierte sus capitales, es más cauto y cuidadoso de su dinero y de su confianza que las naciones. Así fué que cuando Porfirio Díaz se valió de Don Olegario Molina, Ministro de Fomento, para iniciar la llamada “ley de minería”, el déspota sufrió el más completo chasco al ver la absoluta, sincera y franca opinión de los inversores extranjeros protestando contra el proyecto. Esa famosa pretendida ley de minería se inició ostensiblemente con el propósito de impedir que los extranjeros adquiriesen propiedades mineras en el país; pero, en realidad, el objeto fué el de forzar á las compañías á incorporarse, no como ahora lo hacen bajo las leyes de los Estados Unidos, Inglaterra, Alemania, etc., sino conforme á las mexicanas, quedando bajo la jurisdicción de los tribunales mexicanos. Un diluvio de protestas cayó proveniente de todas partes del mundo, acompañado con la amenaza de que no se invertiría más capital en México bajo semejante ley. Esto puso término á la propaganda emprendida[p. 103] en favor de la ley, la que, al fin, fué degollada, cargando Molina con todo el odio que despertó la iniciativa.
La argumentación de los capitalistas extranjeros que invierten sus dineros en México, fué la siguiente: Estamos dispuestos á invertir nuestros millones en México para nuestro provecho y provecho de aquel país; pero no queremos entregarnos en manos de la justicia mexicana tal como hoy existe. Puede ser que Porfirio Díaz se muestre favorable y equitativo hacia los inversores extranjeros y hacia sus inversiones; pero un gobierno que para su justicia depende de un solo hombre, no es un gobierno estable. ¿Qué pasará si muere Porfirio Díaz y continúa su sistema? ¿Quién puede garantizar la honorabilidad, equidad y amistad de su sucesor hacia los extranjeros y hacia los capitales extranjeros?
[p. 105]El martirio jamás es estéril, porque todo hombre ve en la frente del mártir una línea de su propio deber.
Mazzini.
[p. 107]
Una prensa libre es la mejor policía de una nación.
La prensa de México tuvo que descender al nivel del gobierno de Díaz, y con tres excepciones, “El Diario del Hogar”, de México; “La Revista de Mérida”, de Mérida; y “La Opinión”, de Veracruz; todos los periódicos están subvencionados por el gobierno federal ó el de los Estados, y si algunos otros se muestran hostiles á la administración, es porque pertenecen al partido clerical, el que, á pesar de lo que dicen algunos mexicanos, constituye aún fuerte y peligroso elemento.
Hasta la época del primer período de Porfirio Díaz la prensa gozó de libertad. Aún la Constitución de 1824, en el artículo 31, permitió la publicación de las opiniones políticas. La Constitución de 1857 dice en su artículo 7—“la libertad de imprenta no tiene más límites que el respeto á la vida privada, á la moral y á la paz pública. Los delitos de imprenta serán juzgados por un jurado que califique el hecho y por otro que aplique la ley y designe la pena.”—De esta manera los autores de la ley protegieron á la prensa concediéndole dos jurados independientes el uno del otro.
La administración de González reformó el artículo 7 precisamente en la cláusula en la que el legislador estableció con tanto esmero la protección de la prensa. Esa cláusula, que es la que he puesto con cursiva en el párrafo anterior, quedó transformada de la manera siguiente: “Los delitos que se cometan por medio de la imprenta, serán juzgados por los tribunales competentes de la Federación ó por los de los Estados, los del Distrito Federal y Territorio de la Baja California, conforme á la legislación penal.”
Sólo hay un pequeñísimo cambio, que consiste en que los tribunales, mejor dicho, un juez, en lugar de dos[p. 108] jurados, sea el que resuelva el caso. Parece una cosa baladí, pero para la administración era de suprema importancia eso de entenderse con sus propios jueces corrompidos, que pueden manejar á su antojo, en vez de entregarse á dos jurados que bien pudieran diferir de sus opiniones y obrar con independencia.
Desde 1884 quedó abolida la prensa libre y los periodistas han sufrido todo género de vejaciones.—Todo, aun la censura previa, es preferible al actual orden de cosas, en el que no sabe uno cuándo y cómo ha transgredido la ley. (Una Campaña Política, pág. 105) El mismo autor del citado libro agregó que en México, donde todo es anormal, no existe una ley aplicable á la prensa; que el gobierno ha preferido no legislar sobre la materia, para poder oprimir mejor. (Pág. 109.)
Aunque no hay en México ninguna ley de imprenta, toda transgresión de la prensa entra en el elástico capítulo de los “Delitos contra la reputación”, consignado en el Código Penal, libro tercero, capítulo primero. “Injuria—Difamación—Calumnia extrajudicial. Artículo 642. La difamación consiste: en comunicar dolosamente á una ó más personas, la imputación que se hace á otro de un hecho cierto ó falso, determinado ó indeterminado, que pueda causarle deshonra ó descrédito, ó exponerlo al desprecio de alguno.”
De esta manera todo, desde un editorial hasta un mensaje telefónico, desde un signo ó un mero “geroglífico” (sic) puede ser considerado como acto de difamación. En los Estados Unidos y en otros países civilizados nadie es culpable de libelo, conforme á la ley respectiva, siempre que pruebe la imputación. Pero en México si á una persona, pública ó privada, se la acusa de robo, pongo por caso, el acusador va á la cárcel por más que pruebe el cargo. Hace pocos años un periodista acusó á un funcionario público del delito de hurto, y probó el hecho. El funcionario, que era un general muy conocido, fué destituído, pero el periodista fué sentenciado á tres meses de prisión. En muchos Estados los gobernadores han dictado leyes especiales con el[p. 109] fin de poner un bozal á la prensa y de suprimirla, de extirparla.
En caso de infracción de la ley por medio de un artículo de periódico, todo el mundo, desde el propietario y el administrador hasta el mozo de la imprenta, y á veces hasta el muchacho que vende el periódico por las calles, va consignado en cuerpo á la cárcel, y los tipos, máquinas y demás parafernalia quedan confiscados. Esto ha acontecido multitud de veces, no sólo en los Estados, sino también en el Distrito Federal, en la misma Capital de la República. Algunas ocasiones el editor é impresor, pues en México es común que el editor sea también el impresor, recibe el consejo de emigrar de la ciudad y aun del país; pero lo más frecuente es que no reciba aviso de ninguna especie y que se le lleve á Belén con todo su estado mayor, y aun el menor.
En Belén hay un agujero llamado “celda de los periodistas”, el que siempre se encuentra habitado por gente de pluma enjuiciada. Una vez vi en Belén á uno de esos mártires, paseándose en traje de ceremonia, con el que fué aprehendido, y con el que se aguantó durante tres semanas, á pesar de lo poco apropiado que era para la ocasión y el lugar. Algunos de los periodistas más recalcitrantes continúan en la prisión sus labores con la pluma ó el lápiz.
No contento Porfirio Díaz con haber dictado todo género de leyes vejatorias en contra de los periodistas, utiliza á sus esbirros para perseguirlos y cazarlos como á fieras, y cuando los tiene acorralados ó enjaulados, se permite el lujo de la magnanimidad, ordenando que se les ponga en libertad, y les ofrece dinero ó puestos en el gobierno, como diputados ó senadores.
Hace algunos años fundó Díaz un periódico llamado por mal nombre “El Imparcial”, ministrando el dinero de la nación para el pago de las prensas, los tipos, el edificio y hasta del papel. A fin de matar toda competencia, el precio del periódico fué el de un centavo, moneda mexicana, equivalente á medio centavo americano,[p. 110] y, como era natural, su circulación pronto fué mayor que la de todos los demás periódicos combinados. No contento con esto, Porfirio Díaz creó el monopolio de la fabricación del papel en México, aumentando los derechos de importación al papel extranjero. Como resultado, el precio del papel es en México tres veces superior al de los Estados Unidos y la mercancía de una calidad muy inferior. Este monopolio está en manos de la camarilla del gobierno, la que ha asumido prácticamente la dictadura sobre la prensa de México. Nada más fácil para esa camarilla que matar á un periódico, pues todo lo que tiene que hacer es decir que lo siente mucho, pero que no le es posible proporcionarle papel en determinado día; y con esto, por regla general, muere la publicación.
Rafael Reyes Espíndola, el propietario y editor de “El Imparcial”, ha causado mayor daño al país que el que pudiera una inmensa nidada de culebras de cascabel esparcida en el territorio. Ese periódico ha arruinado más hogares, dañado más reputaciones, atacado y vilipendiado á más personas respetables que pelos tiene en la cabeza el tal Reyes Espíndola. Otras dos personas lo han ayudado en su asquerosa labor: Luis Urbina, secretario particular del Ministro de Instrucción Pública, y Carlos Díaz Dufoo. Esa trinidad de chantajistas, de falsificadores, de pícaros, alcahuetes y libertinos han sido perfectamente caracterizados por un caricaturista como la “Trimurti de la Avería” ó la Trinidad de la lepra moral. El capitán de esa cuerda de presidiarios sueltos es Rafael Reyes Espíndola; el más cínico, abyecto maligno, reptilesco y sin vergüenza de cuantos hombres he conocido en mi vida. A este árbitro de la prensa, representante de la prensa oficial de México, á este embajador de la prensa de Porfirio Díaz, es á quien se ha conferido el poder, bajo la condición de que ha de matar toda competencia, es decir, todos los periódicos contrarios á la administración. Con dinero ilimitado á su disposición (el mismo Presidente confiesa que ha gastado más de un millón de pesos en “El Imparcial” en diez años) con[p. 111] la protección del Czar y la inviolabilidad que le da su carácter de Diputado al Congreso de la Unión, fácil es á Reyes Espíndola sacrificar á sus rivales. Recurre hasta á la falsificación para destruir á un contrario peligroso. Una vez, cuando no pudo hundir á un periódico por medio de armas legales, Reyes Espíndola hizo imprimir algunos ejemplares, un facsímil, una reproducción exacta del periódico contrario, con el título y todo, deslizando en él un artículo contrario á Porfirio Díaz, y como es natural, el editor con todos sus redactores y empleados fueron á la cárcel. ¿Cómo y para qué intentar establecer su inocencia, cuando la prensa oficial recurre á práctica tan abominable?
Hace como dos años y medio se estableció un periódico independiente, “El Diario”. El público de México lo saludó con entusiasmo, como á un nuevo Mesías, pensando que, como los fundadores y directores de la empresa eran extranjeros, esto daría al periódico una inviolabilidad desconocida entre los congéneres nacionales. Pero ese entusiasmo duró poco, porque el director, un tal Sánchez Ascona, dió pruebas de ser tan menguado como hombre, como grande como chanchullero. Las tabernas ínfimas eran su oficina editorial, y sus amigos políticos eran los descastados y parásitos. Tenía la ambición de ser un Horacio Greely mexicano, con una cartera de ministro en perspectiva; pero resultó un borrachín vulgar, un patán y un ratero. En cierta ocasión el periódico abrió una suscripción en favor de los niños pobres, y reunió $500 en efectivo, que fueron entregados á Sánchez Ascona. Hasta la fecha “El Diario”, no ha podido averiguar siquiera el color de ese dinero. Por último, fué echado á empellones, de la manera menos ceremoniosa que darse puede, y lo reemplazó otra clase de hombre, un Señor Híjar y Haro, amigo personal del Señor E. T. Simondetti, presidente de la compañía.
Híjar y Haro, que estuvo empleado en la secretaría particular del Presidente Díaz, y después fué pagador del ejército, es uno de los hombres más notables de México. Desprovisto de todas las pasiones caracterís[p. 112]ticas de la raza latina, parece más bien un anglosajón, calmudo, desapasionado de gran paciencia y siempre listo á hacer justicia; imparcial, sin prejuicios ni pequeñeces de ningún género. Su único defecto es su admiración incondicional hacia Porfirio Díaz. Sólo me puedo explicar esa adoración por su perfecta ignorancia de la historia política del Presidente, pues Híjar y Haro ha pasado toda su vida en Italia, donde su padre desempeñaba un puesto diplomático.
Híjar manejó el periódico casi como lo hubiera hecho Jesu Cristo, con esta salvedad: el Salvador llegó á incomodarse y lanzó á los mercaderes del templo; mientras que Híjar nunca ha llegado á incomodarse y no ha intentado siquiera arrojar á los mercaderes del templo de la Justicia.
A pesar de todo eso, bajo la dirección de tal hombre “El Diario” adquirió circulación y cierto prestigio; pero perdió su independencia, convirtiéndose en una hoja neutral é incolora.
El fundador de “El Diario”, un italiano ex-cachorro repórter de la prensa neoyorkina, es un tipo que no carece de interés. Vivo, asimilativo, trabajador duro, bien parecido, fascinador tanto de mujeres como de hombres, éste individuo posee muchas de las características de los napolitanos y de los mexicanos; es diplomático, con la frente audaz, pero en el fondo de su corazón es tan resbaladizo y tímido como una anguila. Superficial como un tenor, con una intuición femenil parecida al talento, con pobrísimo conocimiento de las gentes y de la naturaleza humana, y de pequeñez infinitesimal en sus odios y en sus amores. Comenzó pretendiendo una pitanza y acabó por embaucar é hipnotizar á un banquero americano para que ministrase los fondos para capitalizar á “El Diario”. En menos de dos años “El Diario” gastó más de $650,000; pero ahora cubre sus gastos. En los comienzos el periódico tuvo que capear todo género de temporales. El más encarnizado y peor de sus enemigos fué “El Imparcial”. El golpe más recio que recibió “El Diario” le vino de[p. 113] parte de Reyes Espíndola, quien procuró matarlo tan luego como apareció. Esto aconteció cuando Sánchez Ascona era todavía director de “El Diario”. El caso es que Sánchez Ascona cochechó á uno de los empleados del telégrafo para que proporcionara á nuestro periódico los telegramas procedentes de Guatemala, los que el Ministro de Relaciones, Ignacio Mariscal, se negaba á comunicarnos. Cuando Mariscal vió los telegramas del Ministro mexicano acreditado cerca del gobierno de Guatemala, publicados en nuestro periódico, aun antes de que él los hubiera abierto, se quedó maravillado, al principio, pero en seguida entabló procedimientos contra el director del periódico por hurto y divulgación de secretos de Estado. El director Sánchez Ascona, como diputado al Congreso de la Unión, tenía que ser juzgado por sus pares, es decir, por la Cámara de Diputados. Como de costumbre, el caso quedó pendiente por varios meses, durante los cuales los anunciadores, temiendo la próxima muerte del periódico, se negaron á renovar sus contratos.
Pero en esto se supo que Elihu Root miembro del Gabinete americano, iba á visitar á México, y el mismo día de su llegada á la capital arregló Porfirio Díaz un espectáculo, para demostrar al representante del gobierno de los Estados Unidos con qué justicia, templada por la clemencia, se trata á los periodistas en México. La farsa fué excesivamente bien desempeñada; se reunió el Congreso, erigiéndose en Gran Jurado Nacional, y la comisión respectiva declaró que no habiendo secretos en una república, no podía haber secretos de Estado, y, por lo tanto, no había delito que perseguir. El Señor Sánchez Ascona fué absuelto por unanimidad.
Más tarde, cuando “El Diario” comenzó á publicar datos sobre la sensacional quiebra de Jacoby, fué llamado violentamente nuestro director, Híjar y Haro, por el Ministro de Hacienda, José Ives Limantour, quien de la manera más atenta, pero más firme, le indicó que desistiese de seguir haciendo “insinuaciones” en el asunto Jacoby, ofreciéndole que los tribunales arrastra[p. 114]rían al banquillo á todos los culpables, y los trataría conforme á la ley. Pero todo el mundo, hasta el último rata reporteril de “El Diario”, sabía que Jacoby, que había robado y cuya quiebra ascendía á millones de pesos, estaba oculto en una hacienda de Íñigo Noriega, el socio de Porfirio Díaz. Todo el mundo sabía que la publicación de la verdad en el negocio Jacoby envolvería á la camarilla del Presidente Díaz y á Limantour en un gran escándalo de otro pequeño Panamá; que Jacoby no sería jamás juzgado, y que los tribunales jamás pondrían la mano en asunto tan delicado, á pesar de las promesas de Limantour.
Una carta, corta, pero muy política, de parte del secretario particular del Presidente, tenía siempre la mayor eficacia para cortar el hilo de nuestros mejores relatos. Bien sabíamos, por supuesto, que la exquisita y amable petición del secretario del Presidente era casi una orden y equivalía al lápiz rojo de la censura.
Cuando Telesforo García, un español modelo de inmoralidad, un tipo del bandido financiero, fué aprehendido, acusado de abuso de confianza, recibimos la visita del administrador de la fábrica de San Rafael, la monopolizadora del papel, quien solicitó que no se publicara la noticia de la prisión, á lo que accedió el periódico, comprendiendo que esa súplica equivalía á una amenaza.
Para que mis lectores se formen una idea aproximativa, no completa, del carácter de este Don Telesforo García, voy á relatarles un episodio de su vida financiera. Allá por el año de 1867, cuando se trasladaba el cadáver del Emperador Maximiliano, de Querétaro, donde el Príncipe fué fusilado, á México, Telesforo García era uno de los capataces de una empresa de carros, propiedad de Don Juan Martínez Zorrilla, un español de buena ley. García concibió el proyecto de robarse el cadáver del infortunado Príncipe austriaco, para venderlo después por una fuerte suma de dinero al Emperador de Austria, hermano de Maximiliano. Pero cometió la torpeza de comunicar su proyecto al íntegro Martínez Zorrilla,[p. 115] quien no sólo lo desaprobó, sino que, conociendo el carácter de Telesforo y desconfiando de él, fué á participar al Presidente Juárez de lo que se trataba, para que lo impidiera á toda costa. Juárez hizo que se duplicara la escolta que conducía el cadáver, frustrando el acto de bandidaje concebido por Telesforo García, hombre capaz de todo con tal que le produzca dos pesetas. La empresa de carros de Martínez Zorrilla era la encargada de la traslación del cadáver, y García el jefe de la expedición. Telesforo García ha hecho su fortuna por medio de varias quiebras fraudulentas.
Cuando “El Diario” intentó publicar, á simple título de información, los nombres de la juventud dorada, descendiente de los hombres de mayor influencia en México, con los pormenores de una corrida de toros dada por ellos en honor de algunas rameras de bajo coturno, con la ayuda oficial de soldados y bomberos, esos jóvenes, capitaneados por Enrique Fernández Castelló, hijo del Ministro de Justicia, y por Alberto Braniff, millonario y torero de afición, ejercieron presión en la empresa monopolizadora del papel para que dejase de ministrarnos el que necesitábamos, en caso de que publicásemos la noticia.
Otra vez, cuando “El Diario” publicó la noticia de una arbitrariedad ultrajante, consistente en la prisión de todos los concurrentes á un baile, sin exceptuar á los músicos, el jefe de la policía llamó al director de nuestro periódico á su oficina y le preguntó si tenía rencor ó mala voluntad en su contra.
Todo ataque en contra de cualquier departamento del gobierno, ó de cualquier empleado, se considera como un insulto personal, y con frecuencia da motivo para un duelo.
Una vez publicó “El Diario” una crítica sobre las labores de Justo Sierra, Ministro de Instrucción pública, y se presentó en nuestras oficinas uno de sus secretarios para reprocharnos nuestro atrevimiento de criticar al honorable Señor Ministro.
Desde el momento en que el Presidente coloca á[p. 116] cualquier individuo al frente del gobierno de un Estado, ó en cualquiera otro puesto público, tal individuo cree que está allí por la gracia de Dios, y no tolera la menor crítica, por más justa que sea.
Personas honradas han asentado que los funcionarios públicos viven en casa de cristal. Así lo creen también los funcionarios y empleados mexicanos, y por eso prohiben que les tiren piedras. Lo más que toleran es que se les arroje ramilletes de flores, pues aceptan todo cumplido, toda clase de adulaciones, por más burdas y repugnantes que sean, y al recibirlas hacen demostraciones extravagantes de afecto, como las viejas solteronas cuando se les dice una galantería sobre sus marchitos encantos.
En 1906, merced á los esfuerzos del Sr. Simondetti, se indujo á la Prensa Asociada á ir á México. Ese sindicato de noticias no ha contribuído al progreso de los conocimientos del mundo, dando cuenta de los asuntos de México, porque sus representantes apenas hablan el español, nunca se reunen con mexicanos y, por consecuencia, se encuentran imposibilitados para informar al cuartel general de New York sobre la exactitud de las noticias que envían. En el asunto de Orizaba remitieron las noticias que el gobierno quiso que circularan, y nada más. El gobierno mexicano tiene un censor en la oficina de la Prensa Asociada, quien lee todos los telegramas que remite fuera del país.
Bastará una pequeña anécdota para demostrar como el New York Herald consiguió uno de las mejores correspondencias de la Prensa Asociada. Mr. Nicholas Biddle, corresponsal que el Herald tiene para la guerra, pasó una semana en México. Una noche fué con Mr. Carson, el encargado de la Prensa Asociada, á las oficinas del “Mexican Herald”, para enterarse de las pruebas en español remitidas por “El Imparcial” y el gobierno. Mr. Biddle es un caballero americano muy erudito en español; leyó con detenimiento las pruebas, lo que no hizo Mr. Carson, y mientras éste andaba bobeando por la oficina, Mr. Biddle se embolsó las pruebas[p. 117] que contenían una larga disertación sobre la consolidación de los ferrocarriles mexicanos, escrita por J. I. Limantour. Carson se fué á acostar á dormir, pero Biddle se retiró á su hotel y estuvo trabajando toda la noche, traduciendo la noticia, la que telegrafió en la misma noche al New York Herald. Este periódico alcanzó un gran éxito con su noticia, mientras que la Prensa Asociada se devanaba los sesos á la mañana siguiente, pensando qué habría pasado con su corresponsal. Mr. Carson fué llamado á cuentas para que explicase su conducta, y mientras tanto Mr. Biddle sigue riéndose para su capote con motivo del asunto de la consolidación de los ferrocarriles.
Cuando hace unos cuantos meses ocurrió la rebelión de “Las Vacas”, el gobierno mexicano estaba tan atolondrado y desorientado, que no podía ni quería dar informes de ninguna especie. Fué incapaz de comprender que una declaración abierta y franca le hubiera hecho menos daño que su consuetudinaria conducta de misterio tonto. “El Diario” publicó las noticias tres días después que todo el mundo las conocía, pues Mr. Simondetti se encontraba muy azorado con motivo de una acusación hecha contra el periódico por el jefe de la policía. Esta última dificultad fué zanjada en un cuarto de hora; pero “El Diario” perdió la oportunidad de publicar la mejor noticia del año, por no tener á su frente á un verdadero periodista.
El único verdadero periodista de cuantos han trabajado en México, es Mr. Thomas J. O’Brien, quien habla cuatro lenguas, y tiene el olfato de las noticias. En la actualidad se encuentra al servicio del “New York Herald”; pero en la época á que me refiero trabajaba en “El Diario”. Una noche recibimos el soplo de que el Ministro de Guatemala había recibido un telegrama de importancia, relacionado con la tentativa de asesinato del Presidente Estrada Cabrera. Como no se podía confiar en los reporteros mexicanos para conseguir informes del caso, se comisionó á O’Brien para que, metiéndose por la puerta ó por la gatera, recogiese los por[p. 118]menores. Corrió inmediatamente á casa del Ministro, y á pesar de que era la una y media de la madrugada, solicitó verle sin pérdida de tiempo. Cuando el Ministro apareció en su balcón, en paños menores, le informó O’Brien de que “El Diario” había recibido un telegrama de Guatemala con detalles del asesinato de Estrada Cabrera.—“Es falso” exclamó el Ministro.—“Está bien”, repuso O’Brien, “pero si no nos dice Vd. la verdad, publicaremos la noticia tal como la hemos recibido”. “Espérese Vd. un momento”, dijo el Ministro, “y le enseñaré el telegrama que acabo de recibir”. Y, en efecto, le leyó á O’Brien el telegrama oficial de su gobierno, con todos los detalles del atentado.
Al día siguiente apareció la noticia en la primera página de “El Diario” como una primicia, y todavía el inocente Ministro se está haciendo cruces sobre cómo consiguió el periódico el referido telegrama.
Si “El Diario” hubiese aceptado todo el dinero que se le ha ofrecido para que abandone la campaña contra las corporaciones avaras y poco escrupulosas, no necesitaría ya de la ayuda del gobierno mexicano.
La campaña más agresiva y violenta que ha llevado á cabo fué contra la compañía de los Tranvías de México, compañía americana, manejada por un Mr. Brown, de Boston. El número de los matados y estropeados por los carros en un año ascendió á la terrífica cantidad de 765, negándose la compañía á gastar en salvavidas. Yo sugerí la idea de atacar á los ministros del gabinete para forzarlos á obligar á la compañía á mejorar las condiciones existentes; pero ante esta idea el presidente y el director de “El Diario” sufrieron un ataque de gota del que no se restablecen aún.
La compañía de referencia ofreció á “El Diario”, por medio de Pablo Macedo, abogado de la dicha compañía, diez mil pesos con tal de que diese término á la campaña.—La Waters Pierce Oil Co. ofreció á Mr. O’Brien veinte mil pesos por desistir de la campaña emprendida contra ella y la Standard Oil Co.
Los señores Pearson and Son estaban dispuestos á[p. 119] tomar acciones de “El Diario” por valor de cincuenta mil pesos, con tal de obtener la ayuda del periódico en una campaña que tenía por objeto desterrar del país á la Waters Pierce Oil Co. Esos señores son los que han construído el ferrocarril de Tehuantepec y los puertos de Salina Cruz y de Coatzacoalcos, por cuenta del gobierno mexicano, y han gastado millones de pesos en la extracción y refinamiento de petróleo mexicano.
Por más que han hecho Porfirio Díaz y su camarilla, así como los gobernadores de los Estados, para matar la prensa independiente, ésta surge tan irrepresible é incorregible como de costumbre. Han apaleado, sometido á puntapiés, desterrado y asesinado á cientos de periodistas, los mártires de una causa desesperada, y, sin embargo, no logran exterminar la tribu, para desesperación del gobierno.
Antes de cada farsa de reelección, lo que antes acontecía cada cuatro años, y ahora cada seis, á guisa de maniobras militares, se hace una expedición general en el país con el objeto de capturar, aprehender y destruir todos los periódicos independientes, como lo hace la policía de New York con los rateros que se encuentran en la ciudad, la víspera de los días de fiesta. Sólo que en México las cosas se hacen á la viceversa.
En 1902, con el objeto de matar toda oposición á las elecciones próximas, fueron perseguidos ó sometidos á juicio por asuntos triviales, los siguientes periódicos:
Esta es sólo una parte de la lista negra de la morgue periodística. Con este período coincide la persecución á los clubs liberales, los que en dicho año fueron suprimidos por el general Bernardo Reyes, Ministro de la Guerra, por orden de Porfirio Díaz.
El 24 de Enero de ese año el Diputado Heriberto Barrón,—quien por lo que toca á la raza es una mezcla de indio y de negro, y, por lo que respecta á la política, es una mezcla de esbirro y de descamisado; Scarpia que se disfraza de Marat, según la conveniencia del momento, y brazo derecho de Bernardo Reyes;—Heriberto Barrón, repito, hacía un viaje hacia el norte del país; dejó en San Luis Potosí al General Reyes, y acompañado con algunos soldados disfrazados de campesinos, se metió en el club “Ponciano Arriaga”, club político, y promovió un escándalo con el objeto de que los directores de dicho club fuesen aprehendidos y mandados á la cárcel. Dicho club estaba reconocido por todos los demás clubs liberales (existían en todas las ciudades principales del país y aun en la ciudad de México) como cabeza y centro de la confederación de todos los liberales. De esta manera mató Porfirio Díaz la organización liberal en su propia cuna, en la fuente de su poder.[p. 121] ¡¡¡Este es el modo que tiene el viejo hipócrita de preparar una elección general y unánime por la voluntad del pueblo!!!
Napoleón Bonaparte, que era un genio, declaró en cierta ocasión que si dejaba en libertad á la prensa de Francia, su poder no duraría tres semanas. Porfirio Díaz, que no es un genio, á no ser para la chicana y la inquisición, no duraría más de tres días si dejase en libertad á la prensa mexicana.
Bolivia es el ideal para Porfirio Díaz, sobre este punto. En esa república publicó el General Arce un decreto, en “El Diario Oficial”, declarando que: “La prensa está en libertad de escribir sobre todo, menos sobre asuntos religiosos y del gobierno.”
El ensueño de Porfirio Díaz sería una prensa sin comentarios, sin más que noticias de todas partes del mundo y lo que el gobierno permitiese bondadosamente que se publicase, con el aditamento de himnos y de hosannas en loor suyo.
[p. 122]
Con buen tiempo todos podemos ser pilotos.
Bacon.
[p. 123]
Al decir “partidos políticos” uso de una palabra convencional, puesto que en México, como fácilmente se comprende, no existen ni pueden existir partidos políticos, desde el momento en que por más de treinta años ha estado gobernado por un mismo individuo como señor absoluto. Para que existan partidos políticos es indispensable la concurrencia de la opinión pública, y, como lo he probado ya, ésta fué ahogada por Porfirio Díaz desde los comienzos de su carrera política.
Durante muchos años la sociedad mexicana estuvo dividida en dos partidos opuestos, á saber: el reaccionario, encabezado por el clero y sostenido por el ejército, así como por los españoles y los que tenían pretensiones á la nobleza; y el liberal, republicano y con tendencias revolucionarias, representado por los hombres más talentosos del país, en el que estaba afiliada la clase media, la que allí, como en todas partes, era la de mayores energías y más altos ideales.
El partido reaccionario, después de haber sido derrotado por Benito Juárez en la sangrienta guerra llamada de “los tres años” (1857-60) fué el que llevó á México la Intervención francesa y el funesto ensayo del Imperio, el que concluyó con el fusilamiento de Maximiliano de Austria. Con la muerte del Emperador y de sus dos capitanes más prominentes, el partido reaccionario quedó vencido y desorganizado; pero el clero quedó en pie y tuvo buen cuidado de mantener el fuego bajo las cenizas, y en el silencio del misterio se dedicó á adquirir de nuevo sus cuantiosos bienes y á reconstituirse, sin tomar parte activa en la política, pero preparándose cautelosamente á fin de ser un factor poderoso cuando llegue la ocasión, esto es, cuando muera Porfirio Díaz.
El partido liberal se desorganizó después del triunfo[p. 124] del General Díaz, quien tuvo el cuidado de irlo debilitando, sin matarlo por completo, porque podría necesitarlo para contrarrestar los ímpetus del reaccionario en caso de que éste se atreviese á entrar en acción.
Los hombres prominentes del antiguo partido liberal fueron desapareciendo, bien por muerte natural, bien por medio del asesinato, como lo he demostrado; y los que sobreviven se encuentran en lamentable estado de decrepitud física y moral. Los generales Corona, García de la Cadena, Mejía, Régules, Escobedo, Juan N. Méndez, y todos aquellos que figuraron en las campañas contra la reacción y el Imperio, murieron ya. Los apóstoles de la libertad, Ignacio Ramírez, Ignacio M. Altamirano, Guillermo Prieto, Riva Palacio, Zamacona, José M. Iglesias, Ignacio Vallarta, etc., han fallecido durante el largo reinado de Porfirio Díaz. Quedan sólo dos individuos: Ignacio Mariscal y Félix Romero, momificado el uno en el Ministerio de Relaciones y el otro en la Suprema Corte de Justicia de la Nación. Ambos son honorables y no tienen más defecto que el de haberse dejado engañar por el Gran Mistificador.
El partido clerical conserva y aumenta su influencia por medio de la prensa, pues sostiene buenos periódicos en la capital y en los Estados, mientras que el partido liberal ha perdido su representación en la prensa, pues unos se han vendido á Porfirio Díaz y otros se han visto obligados á suspender la publicación de sus periódicos con motivo de las persecuciones del gobierno. El único periódico que sobrevive es “El Diario del Hogar”, arrastrando una existencia llena de tribulaciones y de ansiedades, habiendo sufrido su director y propietario, Filomeno Mata, varios ingresos en la cárcel.
El incidente que paso á relatar dará un ejemplo de los medios insidiosos y traidores de que se valen los clericales para suprimir la oposición liberal.—En 1901 un sacerdote llamado Joaquín Pérez, que contaba 50 años de edad, escribió á Monseñor Averardi, Delegado Apostólico, una carta solicitando la reducción de la tarifa para la administración de los sacramentos. Esa peti[p. 125]ción estaba subscrita por millares de católicos. Averardi le contestó diplomáticamente que consultaría el caso con el Papa. Pero en lugar de hacerlo así, dió una comida privada á Mucio Martínez, gobernador de Puebla, y convenció á éste de que Pérez estaba fraguando una conspiración política. El gobernador dió la orden de que el infortunado sacerdote fuese asaltado de noche en su parroquia de Atlixco, golpeado y metido en la cárcel. Le confiscaron todas sus propiedades y sus muebles y lo tuvieron encerrado durante catorce meses, padeciendo de reumatismo. Casualmente, y gracias á los esfuerzos de su hermana, quien solicitó y obtuvo la intervención de su tío Ignacio Mariscal, logró verse en libertad.
Mucho se ha dicho respecto del “partido científico”; pero la verdad es que éste no ha existido jamás, al menos como verdadero partido, y lo más propio sería considerar á este grupo de especuladores políticos constituido para explotar á la nación como “Chanchuyero científico”.
El tal grupo está capitaneado por José Ives Limantour, el Ministro de Hacienda, colaborador, socio y cómplice de Porfirio Díaz en todo negocio podrido. Dicho grupo está formado por economistas improvisados que plagian á Leroy Beaulieu y á Augusto Comte de la manera más desvergonzada. Los más virulentos de los representantes del grupo son Carlos Díaz Dufoo y Manuel Flórez. Los directores visibles de este trust de todos los negocios de México, son Sebastián Camacho, Pablo Macedo, Miguel Macedo, Joaquín D. Casasús, Pimentel y Fagoaga, José Castellot, y cuatro ó cinco más, todos ellos inteligentes, quizás demasiado inteligentes, quienes forman una especie de muralla china al rededor del Ministerio de Hacienda, que es su Pactolo, á fin de impedir que otros se puedan bañar en las aguas de oro. Son abogados, banqueros y periodistas, y ningún negocio de importancia puede prosperar con el gobierno, ni en la prensa, ni en los tribunales sino es patrocinado por los acaudalados de la oligarquía.
[p. 126]Este grupo, ensoberbecido por el buen éxito, pretendió elevar á la presidencia á su jefe Limantour, no por consideraciones políticas, sino por conveniencia mercantil, para poder continuar de un modo indefinido y en mayor escala su obra de espoliación.
He aquí la parte interna de la historia de cómo perdió Limantour la vicepresidencia, á causa de una indiscreción cometida en un “five o’clock tea”. Los miembros del grupo “científico” habían convencido al Presidente Díaz de la conveniencia política de hacer una visita á los Estados Unidos y á Europa, como la que verificó el General Grant; viaje que no sólo serviría para ensanchar el prestigio de la nación, al ser anunciado el nombre de su Presidente por el mundo entero, sino que serviría también para patentizar que Porfirio Díaz podía dejar á México en paz con Limantour de vicepresidente.
Díaz se encontraba seguro por lo que á Limantour respecta, pues pensaba dejar al General Reyes en el Ministerio de la Guerra, como un contrapeso en la balanza de la política. Pero Limantour confió el secreto á su esposa, la que, en su alegría, no pudo resistir al deseo de hacer la confidencia á algunas de sus amigas de que “el próximo five o’clock tea les sería ofrecido en el Castillo de Chapultepec”.
Las que oyeron la confidencia, fueron á todo correr á llevar el soplo á Carmelita Díaz, la esposa del Presidente. Carmelita, como generalmente la llaman los mexicanos, sintió altamente ofendida su dignidad y su vanidad de reina de México, y en vez de quejarse con el Presidente, tomó el más hábil de los partidos. Llamó á Teodoro Dehesa, Gobernador de Veracruz y uno de los mejores amigos de Porfirio Díaz, y le contó el incidente, añadiendo, por vía de reflexión, “que si esas gentes obraban con tanta arrogancia cuando todavía se encontraban sometidas á la subordinación, ¿á dónde llegarían cuando Porfirio se encontrase fuera del país?” Suplicó á Dehesa que tomara cartas en el asunto en favor de ella y en favor de Porfirio.
Dehesa cumplió con su cometido con tanta habili[p. 127]dad que llegó á convencer al Presidente de su error, y Porfirio le ordenó que se apersonase con Limantour y le arrancase un documento en que lo relevase de su compromiso.
Por largo tiempo figuró como uno de los tenientes del “grupo científico” un tal Rosendo Pineda, del que hablaré un poco después.
En contraposición con este grupo se encontraba el partido “reyista”, el que llegó á su apogeo cuando su jefe, el General Bernardo Reyes, se encargó de la cartera de la Guerra.
Los antecedentes de Reyes no eran los más apropósitos para conquistarle popularidad, pues hay en su vida páginas de sangre que lo hacen más temible que el mismo Porfirio Díaz.
Pero Reyes no es ladrón y, además, aparece como patriota, liberal y ultramexicano, y, por el momento, era el único hombre que podía ponerse enfrente del partido de Limantour para equilibrar su influencia, puesto que representaba ideales contrarios á los de la mafia científica. Reyes creó “La Segunda Reserva”, que fué una especie de guardia cívica al servicio inmediato del Ministerio de la Guerra. En esa segunda reserva podía afiliarse todo individuo que pudiese probar en un examen que tenía los conocimientos rudimentarios para desempeñar el cargo de subteniente, lo que le daba carácter militar y el derecho de portar uniforme y espada. Los obreros, siempre mediante examen, podían aspirar á cabos y sargentos.
El proyecto agradó á las masas y despertó inmenso entusiasmo. Todo el mundo comprendió desde luego las trascendencias de esta idea y las ventajas que podrían sacarse de una organización semejante, en un momento dado. Pero Limantour lo comprendió también y, como lo tengo dicho en otro capítulo, Reyes fué eliminado del Ministerio de la Guerra, é inmediatamente quedó abolida la Segunda Reserva.
En la campaña que emprendieron los reyistas contra Limantour y los “científicos”, hicieron un verdadero[p. 128] despilfarro de acritud y de energía. Fundaron periódicos y atacaron á la cuadrilla con tal violencia y denuedo como no se había visto jamás en México. Muchos jóvenes de talento y de influencia figuraron en esos periódicos. El más prominente de todos fué Rodolfo Reyes, hijo del General, abogado talentoso, sin miedo, enérgico, de gran cultura y con una vida privada inmaculada. Está llamado á ascender muy alto en su país en cuanto cambie la situación, á pesar de ser hijo del General Reyes. Una vez le pregunté cuál era el programa político de él y de su padre, y me contestó:—“Mi padre y yo trabajamos cada uno por su lado, aunque ambos tenemos un ideal político común: el de oponernos á que se mezclen los negocios con la política”.
Los dos hijos de Joaquín Baranda, que era entonces Ministro de Justicia, fueron de los más audaces en el ataque. Los escritores de más talento fueron Luis del Toro, el Dr. Francisco Martínez Calleja, José J. Ortiz y Diódoro Batalla. Publicaban “El Correo de México” y “La Nación”, y es seguro que en México nunca se han leído editoriales más impetuosos, más hábiles, cáusticos y contundentes. El pobre Limantour y su “pandilla científica” fueron atenazados por la publicidad, sin compasión alguna, y les arrancaron á jirones su hipocresía política hasta dejarles los huesos al descubierto.
Si un “five o’clock tea” echó á perder las posibilidades de Limantour para la vicepresidencia, los artículos de los dos periódicos mencionados lo acabaron de desacreditar como candidato á la presidencia, ante los ojos del pueblo mexicano.
En el grupo de los reyistas figuraban también Joaquín Baranda, el más inteligente de todos, y que era á la sazón Ministro de Justicia, y ejercía gran influencia en los Estados de Campeche y de Yucatán, cuyos gobernadores eran hechura de él; Teodoro Dehesa, gobernador de Veracruz, quien tiene mucho del cardenal Mazarino, y el más sutil y hábil de los políticos mexicanos, y el General Bandala, á quien llaman por apodo “el Vándalo”, gobernador de Tabasco; de manera que el reyis[p. 129]mo dominaba en todos los Estados del golfo de México.
Con la salida de Reyes del Ministerio de la Guerra y la destrucción de la Segunda Reserva, bajaron las acciones de ese grupo, hasta que al fin dejaron de cotizarse.
Cuando Porfirio creó la vicepresidencia, obedeciendo á las sugestiones de Washington, el “partido científico” volvió á la vida, pretendiendo ejercer presión sobre el Presidente para que designase á Limantour. Por desgracia para ellos, era ya demasiado tarde, pues ya había quedado plenamente probado que la Constitución le cerraba el paso, y aunque la Constitución no es un obstáculo para Porfirio Díaz, éste no la viola nunca en provecho de un tercero, sino en el suyo propio.
Los reyistas también quisieron promover intrigas en favor de su candidato; pero el General Reyes comprendió lo peligroso y extemporáneo de semejante movimiento, y encubriéndose con la capa de la disciplina militar, prohibió á sus partidarios que imitasen la torpe conducta de los “científicos”.
Entonces Porfirio Díaz, por sí y ante sí, eligió “libremente” á Ramón Corral vicepresidente de la República, causando el mayor asombro al país entero, pues Corral era en aquella época un factor desconocido en la política. Este movimiento originó una nueva orientación en la política, y se sospechó que Corral sería el sucesor de su protector. Comenzaron las deserciones. Los “científicos” impusieron un coadjutor á Corral, designando para el cargo á Rosendo Pineda, que había sido el Jago de los “científicos” y es ahora el Mefistófeles de Corral. Este Rosendo Pineda es un oaxaqueño, y por varios años fué el secretario particular de Romero Rubio, (suegro de Porfirio Díaz) en el tiempo en que estuvo encargado de la cartera de Gobernación, y con este motivo estaba al tanto de todas las triquiñuelas de la política interior. Pineda es un abogado mediano, un orador de pocos vuelos y un intrigante vulgar; pero al mismo tiempo tiene mucha audacia, una ambición insaciable y sin escrúpulos, con todo lo cual se ha formado una reputa[p. 130]ción, que sabe explotar. Pineda, con su malicia de indio y su perspicacia de rábula de pueblo, comprendió desde luego la situación, y en vez de vigilar á Corral y de dirigirlo conforme á las miras de “los científicos”, se confabuló con él, traicionando á su partido, para hacer su propio negocio al amparo del nuevo sol que se elevaba en el horizonte.
Corral, guiado por su propia intuición y tal vez también por los consejos de Pineda, no ha dado gran importancia á su cargo de vicepresidente, y se limita á ser un secretario del gabinete presidencial, sirviendo ciegamente á su jefe y atendiendo á sus negocios privados, á los que debe su inmensa fortuna, confiando tranquilamente al tiempo la resolución del problema.
No goza de ninguna popularidad en México; á nadie se le consiente adquirirla, y menos aún que cree un partido personal, pues quien tal cosa se permitiese, pronto vería en juego las máquinas ocultas de Porfirio Díaz para destruirlo.
La posición de Corral es bastante difícil. Es el segundo de un hombre que no consiente que ninguna estrella eclipse su propio sol. Sin embargo, hay que admirar su tacto, su silencio, su arte de hacer lo necesario en el momento preciso, su habilidad en la conducción de la nave vicepresidencial á través de los arrecifes en que han encallado tantos hombres políticos. Está dotado de cierto espíritu humorístico, de sagacidad y de carácter, y no se le podrá juzgar mientras no llegue á la presidencia. En los años que he pasado en México he oído muchas opiniones contrarias y muchos juicios superficiales respecto de este hombre; sólo una vez oí una apreciación justa é imparcial emitida por un mexicano, el talentoso joven liberal Don Flavio Guillén, siendo su juicio tanto más notable cuanto que Guillén no se ocupa en la política ni debe nada á Corral.
En conclusión, no hay en México partidos políticos, sino pequeños grupos personales, los que, cuando las circunstancias lo permitan, servirán de núcleos para la formación de tales partidos.
[p. 131]Como resultado de las pérfidas declaraciones que hizo Porfirio Díaz en el Pearson’s Magazine, por medio de Creelman, asegurando que por ningún motivo aceptaría su reelección para otro período presidencial, muchos mexicanos cayeron en la trampa, pues tuvieron la candidez de aceptar como buenas las protestas del viejo zorro, y comenzaron á promover la formación de partidos para entrar en la próxima lucha electoral. Pero tal lucha electoral es imposible, pues aunque Porfirio Díaz realmente no aspirase á la reelección, jamás consentiría en que ocupase la silla presidencial un individuo que no fuese hechura suya.
Sucedió lo que temían todos aquellos que conocen al viejo Maquiavelo, esto es, que Porfirio Díaz condescendió bondadosamente á aceptar la nueva reelección, y en tal virtud, aquellos que soñaban en capitanear la próxima campaña, se conforman con ser brindadores de comilonas, directores de murga, y cabeza de coros y comparsas, para hacer creer á los incautos que están organizando clubs independientes, no para elegir presidente, punto que no está á discusión, sino para “elegir” con toda libertad al vicepresidente “nombrado” por Porfirio Díaz. No puede darse conducta más innoble ni más cobarde que la de esos sicarios que quieren aparecer ante los ojos del pueblo vestidos con la túnica inconsútil del apóstol.
Porfirio Díaz, siguiendo la máxima de “divide é imperarás”, ha hecho creer al General Reyes que será el próximo vicepresidente. Reyes contestó ese pretendido ofrecimiento haciendo publicar una entrevista llena de lugares comunes, poniéndose incondicionalmente á las órdenes de su superior.—Siete editoriales de “La Patria” bastaron para matar la candidatura de Creel; la única que queda en pie todavía es la de Corral, quien continúa su política de silencio, metido en su concha, é imitando á los fakires de la India.
Porfirio Díaz tiene tanta voluntad de abandonar el poder como yo de ser presidente de Patagonia; ni por casualidad ha pensado nunca en aflojar las riendas de su[p. 132] poder férreo, para ayudar á los demócratas ó liberales ó á los mexicanos en general á que aprendan á gobernarse por sí mismos. Morirá en la silla presidencial, como un insecto pegado á un papel cazamoscas.
Sin embargo, la obra de la evolución se va operando de un modo lento, pero seguro. La nueva generación, con ideales más elevados que los de Porfirio Díaz y sus compinches, ó sean los voraces “científicos”, comienza á fijarse en el espectáculo que se está desarrollando ante sus ojos. El joven México tomará la palabra tan pronto como la tempestad de la reacción se desencadene sobre el país, después de la muerte de Díaz. Dos jóvenes, que cuentan con amigos fieles y talentosos, representarán entonces papel de importancia: Rodolfo Reyes y Emeterio de la Garza. El último tiene todos los atributos del caudillo, la lealtad para con sus amigos, talento, habilidad para escribir y para hablar, intrepidez y arrojo, y siempre está listo para afrontar una situación por más desesperada y abrumadora que sea. Como los que hacen más ruido son siempre los que más llaman la atención, estos dos jóvenes se impondrán, á pesar de su juventud. Otros de los jóvenes de talento, patriotismo y de propósitos honrados ayudarán en la dirección de los futuros destinos de México. Entre ellos hay que citar á Diódoro Batalla, el orador de más talento y más patriota del país, Díaz Mirón, Joaquín Clausel, Gabriel González Mier, Ignacio de la Peña y Carlos Pereyra.
El partido clerical, que ha recibido la mayor protección y ayuda de parte de Carmelita Díaz, no debe dormirse sobre sus laureles, y debe ampliar su estrechez de miras, pues la continuación de su política mezquina provocará un cisma entre los católicos liberales de México y la Madre Iglesia de Roma.
La situación, después de la muerte de Porfirio Díaz, dará origen á una pugna por la presidencia entre Corral y Reyes, en caso de que Porfirio Díaz insista en reelegir vicepresidente al primero. Corral tendrá que poner á prueba su bizarría en las tres primeras semanas siguien[p. 133]tes á la muerte de Díaz, pues “los científicos” consideran á Reyes no sólo como al más encarnizado de sus enemigos, sino como una amenaza para el país. He oído hablar á varios de esos “científicos” respecto de la conveniencia de asesinar al General Reyes, no sólo como un medio de concluir con la rivalidad, sino como una medida política. Esto lo sabe Reyes perfectamente, y por eso vive en la montaña, en una especie de castillo llamado “El Mirador”, á usanza de los barones bandoleros de los tiempos medioevales, listo para caer sobre México, como un ave de rapiña. Tiene ahora algo más de 60 años y su ambición por la presidencia es incontrastable. Si se le pone en la disyuntiva de ser asesinado ó de arrebatar la presidencia á Corral, las conjeturas están á su favor. Si saliese de Monterrey con 25 hombres, al llegar á México contaría de seguro con 25,000.
Pero quien quiera que llegue á ser presidente el hecho es que no es posible la continuación del orden de cosas que hoy reina, y que el pueblo mexicano no lo consentirá. Todos están ya cansados y enfermos á causa de esos métodos perversos y dañosos, y si han soportado durante tiempo tan largo á Porfirio Díaz, no es por cobardía, sino porque han abrigado constantemente la esperanza de su muerte, desde hace más de diez años, y al ver frustradas esas esperanzas no han pensado en que el puñal del asesino podría prestar buena ayuda porque con eso no mejorarían la situación.
Todo el mundo está cansado de esta prolongada y fastidiosa farsa de un candidato presidencial perpetuo, inmoral y peripatético. Todos están pendientes de un signo de decadencia física ó mental de este opresor, que parece indestructible, cuya mejor aliada ha sido la muerte, la que se ha negado á arrebatar la vida de un hombre que le ayuda más en el exterminio de existencias que las conflagraciones, la epidemias y los terremotos. Todos imploran al cielo para que ponga fin á esta carrera interminable, y contemplan las líneas y las arrugas de esa máscara impasible, ansiosos de encontrar la profecía de un desenlace próximo.
[p. 134]“Ya estamos cansados de él” me decía mi mexicano. “Pero no es posible que viva más de dos años”, le respondí. “No se deje Vd. engañar”, repuso mi amigo, “el día en que Porfirio Díaz sienta que se posa en su hombro la mano helada de la muerte, se precipitará hacia una pluma y firmara un decreto prolongando su existencia por veinte años más.”
[p. 135]
Porque él es tal como su alma piensa.
Proverbios XXIII. 7.
No podéis voltear una pirámide, pero podéis minarla; eso es justamente lo que he intentado hacer.
A. Lincoln.
[p. 136]
¿Qué clase de persona es Porfirio Díaz? La admiración oficial y el servilismo, la adulación y algunas veces el elogio bien intencionado, y, sobre todo, la ignorancia extranjera han contribuído á la formación de una asombrosa leyenda, á la creación de un mito sorprendente al rededor de este individuo, hasta el punto de que aparezca como iconoclasta todo aquel que intente hacer un análisis concienzudo de semejante personalidad.
Le han puesto la etiqueta de el más grande de los estadistas modernos; más eminente que Bismark; superior desde el punto de vista militar á Alejandro, César y Bonaparte; más trascendental que Washington y que Lincoln; más puro en su patriotismo que Mazzini ó Garibaldi; diplomático más sutil que León XIII ó que Talleyrand; tan divino como Cristo, Buddha y Sri Krishna, y se le ha llamado lo más grande que existe entre el Amazonas y los Andes (sic).
En 1899 dos periodistas latinoamericanos tuvieron una discusión sobre qué despertaría más intensamente la atención pública, si la noticia de un gran descubrimiento científico, ó un elogio de algún gran hombre. Para hacer la prueba, uno de ellos publicó la nueva de un maravilloso descubrimiento relativo al cultivo de la caña de azúcar, y el otro publicó una entrevista con Tolstoi, haciendo el panegírico de Porfirio Díaz. Ambas fueron ficciones cortadas de la misma pieza de paño. La primera pasó inadvertida, pero la segunda fué reproducida por todos los periódicos del país y fué citada en una obra sobre la vida de Porfirio Díaz como poderoso argumento para su continuación en el poder.
Para un hombre honrado, todas estas adulaciones promiscuas, mentidas y groseras son nauseabundas; para un hombre humorístico son idiotas; para una per[p. 137]sona inteligente sólo prueban la pequeñez del calibre mental de Porfirio Díaz y de sus sicofantes.
Físicamente, este hombre providencial ha sido dotado por la naturaleza con una perfección casi sobrehumana, y ha cultivado ese don con una actividad laboriosa y persistente. Hasta la edad de 37 años peleó casi sin tregua, convirtiendo en acero sus músculos, fortaleciendo su constitución por medio de un método de vida vigoroso, sobrio y casto. Sus progenitores indios le dieron la pulpa, sus progenitores españoles la capacidad cerebral.
De mediana estatura, parece alto gracias á la excelente proporción de sus miembros. Los pies y las manos son grandes; su gesticulación es mesurada y calmosa. La frente es baja, oblicua é inintelectual; los ojos como cuentas, penetrantes, algunas veces bondadosos y festivos, siempre observadores y suspicaces. La nariz deformada por ser las ventanillas demasiado dilatadas en forma de arco, como las amplias de un caballo que resopla después de la carrera. La barba ancha, con poderosas mandíbulas macizas y articuladas como un molino de tortillas; las orejas grandes, afeadas por los largos lóbulos, característica de hombres y de razas destinados á la longevidad. El pelo y el bigote blancos; el cutis claro, salpicado de rojas manchas hécticas.
Compárese esta descripción con cualquiera de sus retratos de cuando tenía 37 años, ó de menos edad aún, y se verá que la transformación ha sido maravillosa, casi increíble. Las fotografías ó daguerrotipos de esos tiempos lo presentan como un tipo común, brutal, casi criminal. Los mechones irsutos de cabellos negros, el ralo y caído bigote y la más rala perilla, y la piel morena lo hacían aparecer como una mezcla del “pelado” endomingado y del lacayo japonés. Merced al restregamiento, al estropajo, á los baños de regadera, al jabón y á la alimentación propia de la gente, se ha transformado de un grasiento condottiere en un completo Czar blanco, algo así como el producto del cruza[p. 138]miento de un Bismark de frente estrecha y de un Crispi azteca.
Tenía un propósito de los más amplios y sacrificó todo á su avasalladora ambición, y, semejante á un nuevo Saturno, devoraba á los hijos de sus deseos tan pronto como nacían. Su salud, su energía, todo su tiempo fueron consagrados á ese único propósito. Cuanto para los demás hombres son atractivos, distracciones y divertimiento, fué hecho á un lado si no encajaba en el plan que se había trazado de antemano. Jugar, fumar, beber, las mujeres, el teatro, las bellas artes, los deportes, la lectura, fueron desechados para reconcentrar todas sus energías en el gran juego de la política y de su ambición personal, en el que con frecuencia la brillantez no resulta, mientras que la aplicación constante y la actitud alerta conducen al buen éxito.
En lo político un intruso, y en lo social un descastado, Porfirio Díaz ascendió lentamente por la escala, valiéndose de todos los medios concebibles. Su matrimonio con una hija de Romero Rubio, perteneciente á una de las mejores familias de México, le abrió el camino para su aceptación en la sociedad; colocó en su guardia personal, prácticamente como ayuda de cámara, al orgulloso millonario de sangre azul Pablo Escandón, y casó á su hija natural (de Díaz) con uno de los hombres más ricos del país.
Este ex-merodeador y bandido político, cuyo padre, según el dicho popular, fué un sacerdote, cuya madre fué una india mixteca, cuya hija natural introdujo cándidamente en la alta sociedad, cuyo yerno es un sodomita notorio, y cuyo concuño es un abogado alcohólico y un descarado cazador de gorronas, ese hombre se ostenta ahora como árbitro de la aristocracia de México y decide quién es el primero entre los principales.
No cometió la torpeza de visitar oficialmente Europa y los Estados Unidos para ser objeto de los homenajes, la curiosidad y los juicios de los extranjeros, pues, como su esposa lo soltó en cierta ocasión en que se le hacía con insistencia la pregunta de “por qué no hacía[p. 139] Porfirio un viaje por Europa”,—“Porfirio tiene el temor de hacer mal papel”, y volviendo en sí rápidamente, añadió: “porque no habla ningún idioma extranjero”.
Su vida privada durante los últimos treinta años ha sido inmaculada, y aunque se encuentra rodeado de todos los lujos, ha vivido con la sencillez de un ermitaño; abstinente como un árabe en lo que respecta á la comida y á la bebida; en un país en el que todos fuman, él forma la excepción de la regla; allí donde el alcoholismo es desenfrenado, él toma sólo agua; allí donde todo el mundo va á toros, él se queda en su casa; no va al teatro sino cuando hay una función oficial; no caza sino rara vez; no juega nunca. Vida privada, higiene personal, trabajo asiduo, economía física é intelectual han sido reconcentrados por él para la prolongación del poder por medio de un cuerpo perfecto.
Todo su tiempo, aun sus ratos perdidos, está consagrado á sus obligaciones especiales; no se exime de ningún deber oficial, y concurre á la inauguración de un monumento con la misma exactitud con la que recibe á un visitante. Presta paciente oído á toda petición, demanda, protesta y adulación; recibe á los funcionarios y visitantes extranjeros, ministros y cónsules, gobernadores, jefes políticos, etc., y á todos los escucha, silencioso y atento, inescrutable, avaro de palabras, ambiguo en sus promesas, deliberado en sus discursos y maneras. Con un conocimiento instintivo y profundo del hombre, aumentado por la larga experiencia adquirida en el poder, y dotado de una memoria prodigiosa para los nombres y las facciones de los individuos, es una enciclopedia viviente que contiene á todo el pueblo mexicano. Tiene siempre un ojo fijo en cada amigo y en cada enemigo, perdonando algunas veces, pero sin olvidar nunca.
Una vez que el General Reyes, de Colombia, le preguntó si consideraba á Limantour un gran estadista, le contestó: “—No, porque Limantour nunca perdona á sus enemigos, y en política es necesario algunas veces perdonar.”
[p. 140]
Después de haberse deshecho de sus rivales más peligrosos, presintiendo que las ejecuciones al por mayor no podían seguir á la orden del día, comenzó á utilizar á todos los pícaros y á algunos de sus enemigos para la prosecución de sus propios fines, así como á veces se usa de mortíferos venenos con propósitos medicinales.
Fué favorecido con un gran sentido común que se dislocó á causa de su ambición personal. Si la ambición egoísta desnaturalizó su sentido común, el miedo le hizo cometer todos los errores de su carrera política. Como todo individuo propenso á la ira, Porfirio Díaz no es realmente hombre de valor, pues, como dice La Canción de la Selva, “La ira es el huevo que contiene el germen del miedo”. Miedoso y, por lo tanto, vigilante, se ha salvado por estar siempre alerta, como la liebre por tener siempre abiertas sus largas orejas.
Equivocó la crueldad considerándola como fuerza de carácter, y por eso siempre estuvo listo para aterrorizar, temiendo que lo tuvieran por débil. Como resultado de la ultrajante ley del níquel y del pago de la famosa deuda inglesa, en el período de González, hubo un motín. “Apuñaléalos á todos” aconsejó Porfirio Díaz á González. Pero González no tuvo miedo.
La ambición y el miedo son las dos pasiones que han dominado á Porfirio Díaz en su vitalicia carrera política. Una ambición gigantesca, ultraegoísta, venal, monopolizadora y personalísima. Un miedo, resultante de dicha ambición egoísta, de naturaleza rastrera pusilánime y cobarde.
En el año próximo pasado, con motivo del 16 de Septiembre, los estudiantes de México quisieron hacer una procesión en las calles de la capital, y enviaron á un Señor Olea en representación de ellos para solicitar el permiso del Presidente. Porfirio Díaz le contestó:—“Sí, pero téngase mucho cuidado, porque los mexicanos tienen en la sangre la tendencia revolucionaria”. No se comprende como tres puñados de muchachos, en una manifestación desarmada, podían constituir una[p. 141] amenaza para la República, cuando estaba la capital guardada por 5,000 soldados, rurales y policías.
Sólo admitiendo este estigma vergonzoso y bien oculto bajo la, en apariencia, frente intrépida de este hombre, pueden explicarse lógicamente actos tan viles é infames como los asesinatos de Veracruz y la carnicería de Orizaba. En ellos aparece Díaz poseído del pánico, como un vagabundo que dispara desatinadamente á los fantasmas que vuelan en las tinieblas; tan aterrorizado que el único medio de deshacerse de su infundado miedo fué aterrorizar á los demás.
Otra de las características de su madera mestiza, pintada de manera que parezca de hierro, es su facilidad para derramar lágrimas. Tuve oportunidad de verlo anegado en llanto con motivo de la recitación de un poema romántico por una bonita muchacha, en un acto público.
Sus enemigos le han dado el apodo de “el llorón de Icamole”.—Perdió Díaz la batalla de ese nombre, el 20 de Mayo de 1876, ganándola el General Fuero, y como se suponía que ese encuentro decidiría de su fortuna política, en medio de su desesperación y rabia dió el ridículo espectáculo de ponerse á llorar por su derrota.
Cuando sus visitantes, nacionales ó extranjeros, le hacen manifestaciones de aprecio, celebrándole sus victorias militares, su habilidad de estadista, su patriotismo y su generosidad, entonces se deshiela y brotan las lágrimas de sus ojos y corren sobre sus mejillas, como se funde en la primavera la helada laguna inundando el llano.
Cuando el capitán Clodomiro Cota fué sentenciado por un consejo de guerra á ser fusilado, su padre fué á ver al Presidente, y de rodillas, llorando, imploró el perdón de su hijo. Porfirio Díaz lloró también, y levantando á aquel desgraciado padre, murmuró la siguiente ambigua frase:—“Hay que tener fe en la justicia”. El padre salió consolado, creyendo que se le había otorgado su petición. Pero á la mañana siguiente su[p. 142] hijo murió en el cadalso. Las lágrimas de Porfirio Díaz son lágrimas de cocodrilo.
Lo que es más raro aún en la constitución de este camaleón moral é intelectual, es su espíritu epigramático el que, según las noticias que circulan sobre el particular, es muy agudo y siempre da en el blanco.
Cuando aprehendieron al General Escobedo, sus amigos se quejaron con el Presidente Díaz sobre la falta de consideraciones hacia su víctima política, que había sido el más inteligente de los generales durante la guerra de la Intervención y del Imperio, y una de las más puras glorias del país. “Sí, respondió meditabundo el Presidente, estoy de acuerdo con ustedes, y mi mayor deseo es verlo en el Panteón de los Hombres Ilustres”. Los que conocen cuál ha sido la suerte que han corrido los demás generales ambiciosos son los que pueden apreciar en todo su valor esa salida macabra.
El yerno del Presidente iba con frecuencia á tomar el lunch al Castillo de Chapultepec y siempre llegaba con retardo. Cuando por tercera vez trataba de disculpar su falta de puntualidad, achacando la causa al automóvil, el Presidente le dijo: “¿Acaso ignora Vd. que el automóvil requiere gasolina y no alcohol para su locomoción?”
En una ocasión Mrs. A. Tweedy preguntó á Porfirio Díaz cómo concibió la primera inspiración de ser presidente, y éste le respondió con el aire más inocente del mundo: “—Nunca la tuve.—Fuí meramante arrastrado á la posición que hoy ocupo, y con frecuencia me admiro al considerar cómo ha podido suceder”. Este es un rasgo clásico de humorismo, que acredita á Porfirio Díaz para candidato del Club de Ananías, ó sea el de los embusteros.
Nada es más divertido que ver á este déspota sin escrúpulos que “puso de su parte todo cuanto le fué posible para vivir y luchar sin capital moral”, sermoneando á hombres prominentes para hacerlos bajar uno ó dos grados cuando los ve demasiado presuntuosos y envanecidos.
[p. 143]El presidente y el abogado de la “Mexican Light and Power Co.” entablaron negociaciones para la absorción de otras dos empresas rivales. El Sr. Joaquín D. Casasús, prominente abogado y político de México, estaba interesado en los negocios de una de las compañías absorbidas. Aguardaba su “pot de vin” correspondiente de la transacción, pero Mr. Cahan no veía las cosas desde el mismo punto, y acostumbrado á la usanza antigua, á los escrupulosos métodos canadienses, objetó contra esta benévola forma de picardía. Unas cuantas semanas más tarde, Mr. Cahan fué invitado á visitar á Limantour, quien, en la acostumbrada manera mexicana política y cautelosa, comenzó á hacer la batida del matorral, como se dice en términos de montería. Cuando Mr. Cahan le pidió una explicación sincera, Limantour lo acusó francamente de que procuraba cohechar á jueces y á tribunales. Indignado Mr. Cahan, preguntó á Limantour si le hablaba como amigo ó como Ministro.—“Como amigo”, contestóle Limantour.—“Entonces, prosiguió Mr. Cahan, no tiene Vd. derecho para hacerlo, á menos que nombre Vd. á la persona que le ha traído este chisme.” Después de una larga discusión, mencionó Limantour el nombre de Mr. Scherer, y en el acto se dirigió Mr. Cahan á dicho individuo, para hacer averiguaciones, enterándose de que el responsable de aquella especie era Casasús. Este abogado no sólo repitió á Mr. Cahan sus vehementes protestas de amistad, sino que el mismo Cahan, al entrar en el despacho del abogado, vió salir á otro individuo que le enseñó el famoso cheque de $30,000, tanto por ciento arañado en la operación consabida, el que, según dijo, devolvía generosamente Casasús. Algo más tarde Limantour pidió á Mr. Cahan la correspondencia cambiada entre éste y las partes interesadas en la operación. Mr. Cahan rehusó al principio acceder á esa petición; pero ante la amenaza que le hizo Limantour de que la obtendría á toda costa, no tuvo más remedio que entregarla, y entonces se enteró Porfirio Díaz de todos los detalles del asunto.
[p. 144]En una fiesta que tuvo lugar poco tiempo después halláronse presentes Mr. Cahan y Casasús; después llegó el Presidente y rogó á Casasús que tuviese la bondad de servirle de intérprete para lo que quería decir á Mr. Cahan. Entonces el Presidente, por medio de Casasús, habló á Mr. Cahan del pretendido cohecho, y le dió las gracias por haber resistido con tanta firmeza la tentativa de soborno, así como por haber ido hasta el fondo del asunto con tanto denuedo y conforme á la honrada manera británica. Le reiteró las gracias también por el buen ejemplo que daba á los demás extranjeros, etc.—Porfirio Díaz no usó en esta ocasión como intérprete á su ayudante Pablo Escandón, quien habla correctamente el inglés, sino á Casasús, al ambicioso y orgulloso abogado, estrella de los “científicos”, para darle una lección sutil y efectiva.
Este es una rasgo característico de la diplomacia innata de Porfirio Díaz.
Como político latinoamericano, Díaz ha establecido un patrón y creado una escuela. Las repúblicas más importantes y más ilustradas, como Brasil, Argentina y Chile, no copian tales métodos, pues sus gobiernos son una oligarquía templada por la democracia; pero los directores de los Estados más pequeños y más atrasados, como Cabrera en Guatemala, Zelaya en Nicaragua, Castro en Venezuela, y Reyes en Colombia, son sus imitadores serviles. El último mencionado, Reyes, creyó que valía la pena pasar un año cerca de Díaz para iniciarse directamente en sus métodos.
Hagamos un breve examen de Porfirio Díaz como estadista.
Al principio de su administración preparó el reconocimiento de su gobierno inconstitucional, aceptando las reclamaciones por las deudas inglesa, francesa y de los Estados Unidos. Este fué sin duda golpe maestro, pues lo ponía en aptitud de hacer nuevos empréstitos, como el individuo que paga $5 para poder más tarde pedir prestados $20. Divinizó, ó, al menos, siguió el axioma del[p. 145] Barón Louis: “El Estado que aspira á tener crédito, debe pagarlo todo, hasta sus desatinos.”
Siguió por el cultivo de relaciones amistosas con los Estados Unidos. Esa política no sólo sirvió para robustecerlo en el extranjero, sino también para imposibilitar las revoluciones en la frontera. Para continuar libre de toda traba, como amo y señor del país, jugó una partida intrincada de ajedrez político, llegando á hacer trampas cuando el contrario se descuidaba, hasta que al fin quedaron en el tablero sólo el rey, la reina y unos cuantos peones.
Su ambición y la eliminación de todos sus rivales, concentraron por completo el poder en sus manos. Como dice Bulnes en alguna parte, si se deja á una casta y pura muchacha en un cuarto con diez sátiros, estará perfectamente segura y salva, pues que los sátiros se encontrarán ocupados en pelear los unos contra los otros; pero el peligro sería efectivo si la dejasen á solas con un sátiro. Así México puede ser comparado con una joven que permaneció libre y pura mientras varios sátiros políticos lucharon entre ellos mismos para obtener su posesión; pero en cuanto llegó Díaz y destruyó uno á uno á los sátiros, es decir á todos sus lujuriosos y ambiciosos rivales, la nación perdió su pureza y su libertad, convirtiéndose en su esclava y prostituta. En otras palabras, Porfirio Díaz ha llevado á cabo su obra esclavizadora, corruptora y antipatriótica de un modo tan completo y absoluto, que el Señor Iglesias Calderón se hizo el verdadero intérprete del sentimiento de multitud de mexicanos patriotas cuando dijo: “¡Sin libertades corremos un peligro más bochornoso que el de la desmembración de nuestra Patria por la fuerza de las armas, el de la desmembración traidoramente espontánea de quienes llegan á renegar de la Patria por amor á la Libertad!” Y un alto pensador sud-americano, Don Nicanor Bolet Peraza, ha dicho: “que el gran peligro para las naciones hispano-americanas no está en la colosal potencia militar de la Unión americana, sino en su admirable régimen de libertad que hace envidiable la con[p. 146]dición de ciudadano de los Estados Unidos de Norte América.”
En el error político de Porfirio Díaz se encuentra incluída su indiferencia hacia lo relativo á la inmigración, pues que de lo contrario el influjo europeo ya sería una barrera contra la conquista pacífica y la agresión yanki. Su impotencia para agarrar por los cuernos este gran problema latinoamericano está demostrada por el pequeño número de europeos que hay en México, y el comparativamente grande de americanos que hoy reside en el país, y que se calcula en 65,000. Pues la cuestión de la inmigración tanto para México como para Chile, Brasil y Argentina, es de vida ó muerte, y descuidarlo es invitar, más tarde ó más temprano, á la destrucción, como lo asienta Bulnes.
También prueba su falta de patriotismo la indiferencia marcada con que considera la cuestión de la instrucción pública. El número de los analfabetos en México alcanza la asombrosa proporción del 84 %.
Otro de sus grandes errores consiste en no haber cortado el nudo gordiano de la política centroamericana.
La feliz circunstancia de que el progreso de México creciese á la par que la fama de Porfirio Díaz, ha inducido á los que han estudiado superficialmente el país y su política, á creer que al Presidente corresponde todo el mérito de haber aumentado su maravillosa prosperidad. Pero Díaz y la camarilla que refleja sus ideales, son políticos demasiado miopes, pequeños, presuntuosos y mezquinos, exentos de todo ideal patriótico. No pasan de ser grandes ranas en un pequeño estanque.
La cuestión centroamericana, que debía haberse resuelto desde hace diez años, ha quedado en el aire, no porque el General Díaz quiera la paz en México, sino por que ha tenido miedo y se ha sentido demasiado viejo para pelear. Hace diez años contaba con 68 de edad y, por lo tanto, estaba ya incapacitado físicamente para dirigir con buen éxito una campaña contra Guatemala; y en caso de que hubiese encomendado el mando á[p. 147] otro general, si éste salía victorioso, perdía Porfirio Díaz todo su prestigio y poder.
Porfirio Díaz no es un militar en ningún sentido de la palabra; su condición es más bien la de un político, una imitación liliputiense del Cardenal Richelieu, dirigiendo á un rey impasible, quien en el presente caso está representado por la nación mexicana. Posee todas las sinuosidades, traiciones, y métodos de trasmano de los prelados militantes del siglo XII.
Las relaciones de sus campañas no prueban que sea ni un gran estratégico ni un gran táctico. Fué únicamente lo que los franceses llaman “un beau sabreur”, con tanta habilidad estratégica cuanto era necesaria para un capitán de bandoleros y para su cuadrilla á fin de estar en aptitud de atacar y de destruir un convoy bien protegido.
Su fama de general es otra bola de nieve que ha rodado de la montaña de los hechos militares de México, impelida por sus subordinados y sus aduladores. Qué formidable avalancha cuando llegó al fondo del valle; pero al rayo de luz de la escudriñadora historia, se derretirá, convirtiéndose en un lodazal.
Según sus admiradores oficiales, ha ganado 41 batallas, acciones ó encuentros; posee 14 condecoraciones nacionales y 13 con que le han obsequiado gobiernos extranjeros, entre las cuales se encuentra la de primera clase del Libertador de Venezuela.
A medida que dura en el poder, aumenta el número de las batallas que parece estar ganando, y crece con inaudita rapidez. Ya me imagino á su fiel y útil ayuda de cámara, el millonario coronel Pablo Escandón, entrando en el sanctum sanctorum de su jefe, llevándose la mano derecha á la altura de la frente, poniendo los pies en escuadra al estilo militar y dándole el parte:—“Mi General, tengo la honra de informar á Vd. que ha ganado otra batalla.”—“¿Cuál?” pregunta el General Díaz. Y la gloriosa nueva se esparce á los cuatro vientos y se consigna en la hoja de servicios.
Las batallas del 5 de Mayo de 1862 y del 2 de Abril[p. 148] de 1867, que se celebran oficialmente como grandes victorias alcanzadas por Porfirio Díaz, jamás fueron victorias suyas. La del 5 de Mayo fué ganada por el General Zaragoza, y la acción del 2 de Abril se llevó á cabo en virtud de haberla forzado en un consejo de guerra un civil, Justo Benítez, secretario de Díaz. La organización del asalto se debió al General Alatorre, y Porfirio Díaz entró en acción cuando terminaba el encuentro. La batalla de Tecoac, que decidió la caída de Lerdo, se ganó gracias á la oportuna llegada del General González.
¿Qué es lo que queda, pues, á este héroe de las Mil y una batallas? Solamente dos acciones sangrientas: los asesinatos de Veracruz y la carnicería de Orizaba; victorias dignas de él, que serán inscritas con letras de sangre en su panteón de inmoralidad.
He examinado su obra de estadista, de patriota y de general, y me quedo azorado ante la impudencia de esa fama política y militar falsa y plagiada, inaudita en los anales de la historia, y me veo obligado á repetir con Bulnes que lo único que hay verdaderamente maravilloso en la América latina es la mentira.
Porfirio Díaz ya está viejo, tiene ahora 80 años de edad, demasiado viejo para continuar en la silla presidencial de un modo digno y útil. Aunque de facto es un Czar, finge que le llamen Presidente, porque el título de Emperador es de mal agüero en México. Los cuatro últimos Emperadores de México han perecido de muerte violenta: Motecuhzoma, Cuauhtemóctzin, Iturbide y Maximiliano.
Los días del Czar de México están contados; se está derrumbando en la decrepitud física y mental. Parécese al lobo que llegó á ser cabeza de la manada y conservó su supremacía por la fuerza de sus dientes. El día en que los demás lobos notaron que su jefe había perdido la dentadura, lo hicieron pedazos. Otro tanto puede acontecerle á Porfirio Díaz.
En la actualidad no pasa de ser un león disecado, un gigante con los pies de barro, y si un chiquillo lo advir[p. 149]tiese y lo empujase con uno de sus pequeños dedos, esto bastaría para hacerlo rodar al cajón de la basura.
Y cuando muera—¡Dios bendiga su alma!—con él morirá el último de los bandidos políticos de México.
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Sabemos lo que somos, pero no lo que podremos ser.
Hamlet. Act IV.
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La influencia de los Estados Unidos en el istmo de Panamá ha modificado por completo la manera de ser de la política centroamericana. Ha cubierto con la sombra del águila americana toda la faja que se extiende desde el Río Grande hasta el Chagres. Los acontecimientos que antes pasaban inadvertidos, hoy son escudriñados atentamente y no se aparta la vista de lo futuro.
Toda la situación de la América Central descansa sobre una base débil, á semejanza de un argumento con premisas falsas. La independencia de las cinco repúblicas centroamericanas tiene tan poca razón de ser como la tendría la de los 27 Estados de México ó los 47 de la Unión norteamericana.
En 1821 las cinco antiguas provincias de España entraron en la federación mexicana, permaneciendo en ella hasta la caída de Iturbide (11 de Mayo de 1823); separándose entonces, con excepción de Chiapas que mantuvo sus vínculos con México. Desde esa época Guatemala, Salvador, Honduras y Nicaragua han estado riñendo constantemente entre ellos, ó envueltos en revoluciones intestinas, pudiendo decirse que en el espacio de noventa años no han tenido un sólo año de paz, con excepción de Costa Rica con razón llamada la Suiza de América.
Desde 1821 á 1885 el centro de acción residió en Salvador, Honduras y Nicaragua, contra Guatemala, la que aspiraba á ejercer la soberanía moral y material sobre las otras repúblicas, lo que consiguió. Pero en 1885, con la muerte de Rufino Barrios, acaecida en la batalla de Chalchuapa, Guatemala perdió su supremacía, aunque todavía ejerce influencia aislada alternativamente sobre Honduras ó sobre el Salvador. En esa fecha no sólo recobró Nicaragua su independencia[p. 152] moral, sino que se convirtió en el centro de un movimiento que tenía por objeto favorecer la unión federal de los cinco Estados.
Como cuestión de hecho, la federación de esas repúblicas es imposible, tanto á causa de las dificultades para crear un ejército esencialmente federal, como por la intensa rivalidad de los respectivos gobiernos, la que les impide poder llegar á una “entente cordial”, y por que existe un conflicto de personalidades y una competencia entre rapiñadores.
Toda la situación política de los últimos diez años se reduce á una lucha personal entre el presidente de Guatemala, Estrada Cabrera, y el presidente de Nicaragua, Zelaya. Ambos han protegido toda clase de planes revolucionarios, concebidos por los refugiados rebeldes de las otras repúblicas. Zelaya, doctor en medicina, educado en París, es enérgico é inteligente; Estrada Cabrera, abogado, no le es inferior ni en talento ni en fuerza de voluntad, y su astucia é intrepidez son reconocidas aun por sus propios enemigos. Como fácilmente se comprende, hombres de esa naturaleza no pueden estar dispuestos á sumergir la individualidad de su poder supremo en una federación ideal, pues esta traería consigo la pérdida de los monopolios exclusivos y de los planes para el enriquecimiento personal. En los doce años que hace que Estrada Cabrera está en el poder, ha hecho una fortuna de muchos millones de pesos, gracias á los negocios y empresas de su asociado, un judío alemán americano, llamado Stahl, á quien se le paga un tanto por cada saco de café que se exporta, y quien trató de sacarle á la empresa del Ferrocarril Pan-Americano $1,500,000 en oro por la concesión que los demás países le habían hecho gratuitamente.
Estas malhabidas ganancias no se emplean en los países de los que se han obtenido, sino que van al extranjero. Estrada Cabrera posee un hermoso palacio en Hamburgo; Zelaya envía todos los años á su esposa al extranjero con el propósito aparente de que se compre ropa en París; pero con el propósito real de que sitúe en[p. 153] los bancos europeos buenas cantidades de oro. En realidad ser presidente en Centro América, equivale á algo así como á ser entre bandido y ejecutivo de un vasto establecimiento de misceláneas.
La lucha hubiera sido interminable si no hubiesen intervenido los Estados Unidos y México. Siempre se inicia con la romántica fórmula de “el derecho es la fuerza”, y acaba por la intervención armada. Los Estados Unidos tienen que favorecer la absorción de Centro América por México, y ya esto se habría llevado á cabo, hace diez años, á no ser por la política de Porfirio Díaz, la que siempre ha sido inerte, cobarde y morosa.
En 1898, con motivo del peligro de una guerra entre México y Guatemala, el Estado de Jalisco ofreció hacer la campaña por sí solo y con sus propios recursos de hombres y de dinero, contra la república centroamericana; y si se hubiese admitido su proposición, Jalisco la habría llevado á cabo con buen éxito, pues es el Estado más rico y más poblado de México.
Como Guatemala es, por su posición geográfica, la llave del istmo, su anexión á México concluiría con el caótico estado de los negocios en Centro América, pues que entonces México tendría el control de Honduras y Salvador y, por ende, el de Nicaragua también.
Dos periodistas españoles, Segarra y Juliá, hicieron un viaje desde el canal de Panamá hasta la ciudad de México, y en una serie de conferencias, de artículos de periódicos y de libros, dieron cuenta de sus experiencias propias. Convienen en que las comunicaciones por medio de ferrocarriles, contribuirán más al afianzamiento de la paz que las alianzas y las conferencias sobre ella. La obra de pacificación se está llevando á cabo por el Ferrocarril Pan-Americano, debiéndose gran parte del buen éxito á los esfuerzos y á la diplomacia de su vicepresidente Mr. Neelan. La anexión que es la consecuencia suprema, volverá á ponerse en el tapete después de la muerte de Porfirio Díaz, y el Presi[p. 154]dente mexicano, ó el general que resuelva el problema satisfactoriamente, llegará á ser, no sólo el hombre más popular de su país, sino que hará época en la América Central.
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Aquel que logra que se levanten dos cosechas en un terreno en el que antes sólo se daba una, merece mayor gratitud del género humano y presta servicio más esencial á su país que toda la raza de políticos juntos.
Viajes de Gulliver.
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Parecerá una paradoja decir que México no debe su progreso á Porfirio Díaz; sino que Porfirio Díaz debe su pretendida grandeza al inevitable progreso de México, el que continúa á pesar de la corruptora influencia del tirano. Este aserto quedará comprobado después que desaparezca ese hombre y México recobre su propia conciencia y personalidad, no sólo como un factor agrícola y mercantil internacional, sino también como una potencia política. No hay país que pueda compararse con México en lo que respecta á la belleza del paisaje, en la variedad de climas, y en los recursos mineros, agrícolas y mercantiles.
Todo allí es casi virgen; prácticamente se ignora allí lo que es la irrigación; el suelo apenas ha sido arañado; su portentosa riqueza agrícola ha sido descuidada, para atender á la minería.
Pero ningún país puede ser rico de un modo real y seguro mientras no tenga como cimiento de esa riqueza una agricultura bien desarrollada. Sin eso ni el mismo comercio, y menos aún las industrias fabriles, pueden medrar y resistir las periódicas crisis financieras. En México, con motivo de la última crisis, poblaciones mineras enteras se vieron forzadas á emigrar á otros lugares, en busca de subsistencia. Los 40,000 habitantes de Pachuca se redujeron á 16,000.
Esto prueba que la minería es de naturaleza aristocrática, mientras que la agricultura es de naturaleza democrática. La primera enriquece á unos cuantos y esclaviza á muchos; la última enriquece á todos. Tómese como ejemplo al Egipto ó á Cuba que fué prácticamente devastada por revoluciones que duraron casi dos generaciones, y que se ha reconstituido en cuatro ó cinco años de paz. Hoy el puerto de la Habana, por[p. 157] sí solo, exporta más que toda la República mexicana, en la proporción de 8 á 1.
Porfirio Díaz y su camarilla, de la que Limantour es el jefe, no han hecho más que exprimir á México como si fuese un limón. No se han ocupado más que en vender concesiones, en hacer pactos, empréstitos, planes, tramas y en jugar su egoísta y repugnante partida de chanchullos. Nada tiene de extraño que no hayan fomentado la inmigración, porque para hacerlo habría sido necesario gastar dinero y establecer una organización perfecta; por eso alientan el ingreso de los ricos capitalistas extranjeros, quienes pagan bien las concesiones y no se inmiscuyen en la política.
Uno de los artículos del programa del partido liberal, establece que se den término á los empréstitos extranjeros, con excepción de los que tengan por objeto la irrigación. En otro artículo se consigna que se dictará una ley prohibiendo el sistema de peones en las haciendas.
Este es otro de los problemas importantes: suprimir el sistema del peonaje y dividir la “Latifundiae”, es decir las grandes porciones de terrenos acaparadas por unos cuantos gobernadores y terratenientes.
Nada se ha hecho en pro de la instrucción de los indios los que, aunque son despreciados, como inútiles, forman la espina dorsal del país, pues además de que suman el 35 % de la población, son los que desempeñan todas las labores manuales. Si todos los indios desapareciesen, México quedaría tan desvalido como un niño de meses.
El gobierno de México se ve obligado cada dos ó tres años á suprimir los derechos arancelarios del trigo y del maíz extranjeros, á causa de que los métodos primitivos y la negligencia de la agricultura no permiten al país cosechar lo suficiente de esos cereales para alimentar la población.
En México tienen la mayor fábrica del mundo para tejidos de algodón, y sin embargo, los fabricantes se ven obligados á importar la materia prima, á pesar de[p. 158] que se produce en el país tan bien como en Egipto ó en Texas, pero no en cantidad suficiente. Allí se encuentra la mayor fábrica de cigarros del mundo, “El Buen Tono”, la que provee al mismo gobierno francés. En Necaxa tienen la mayor planta eléctrica conocida, la de la “Mexican Light and Power Co.”, cuya compañía ha gastado $65,000,000, derivado la corriente de más de 30 ríos, represado 10 lagos y dentro de pocos meses se hallará en aptitud de ministrar 300,000 caballos de fuerza. Actualmente produce 50,000, y materialmente alumbra á toda la ciudad de México y da potencia motriz á los tranvías y á las fábricas.
Tienen la mejor cerveza del mundo, exceptuando las alemanas; tienen fuentes de petróleo verdaderamente maravillosas; bosques en las vertientes del Pacífico que jamás han sentido los efectos del hacha. Todo, desde el plátano, el mango, el hule, la piña, cuantas frutas tropicales se conocen, hasta las fresas, las uvas y las manzanas de los climas templados. Cosechan el mejor café del mundo. En Guanajuato se recogen durante todo el año violetas y fresas. Con irrigación pueden levantar dos y tres cosechas de trigo y de maíz. Aquella es una nueva Tierra de Canaán, que está esperando la llegada de otro Moisés que la descubra.
Mr. Canalizo, joven mexicano dotado de buena inteligencia mercantil y una práctica americana en materia de negocios, ha creado una Asociación Financiera, que es el sistema mejor y más digno de confianza para obtener datos referentes á los recursos de la agricultura, del comercio y de la industria nacionales, y sin la cual, como lo observó con tanto acierto Porfirio Díaz, México sería como un libro sin índice.
Francisco Bulnes, escritor brillante y culto de México, escribió, hace pocos años, un libro sobre el porvenir de los pueblos latinoamericanos. En él divide á la humanidad en tres grandes razas: la raza del trigo, la raza del maíz y la raza del arroz. Da la supremacía á la raza que se alimenta con trigo, esto es, á la europea y á la norteamericana. Muéstrase muy escéptico res[p. 159]pecto á lo futuro de la América latina, y cree que lo único que pudiera salvarla es la inmigración, que de lo contrario está perfectamente seguro de que el alcoholismo, la quijotería y la inercia acabarán en breve con sus entidades políticas. Piensa que la América del Sur será repartida entre tres poderes agresivos: Argentina, Chile y Brasil, y que México inevitablemente adquirirá la supremacía sobre la América Central.
Según la opinión de muchos de los europeos y norteamericanos residentes en México, y juzgando por el estado actual de las cosas, Porfirio Díaz ha allanado el camino para la absorción de su país por los Estados Unidos.
Pero hay que tener en cuenta los grandes hombres que México ha producido, tales como el general Morelos, el que dirigió la famosa retirada de Cuautla, hazaña que Napoleón dijo era digna de él; Quintana Roo, Gómez Farías, Melchor Ocampo, patriotas, estadistas pensadores que ayudaron á construir el edificio de la política liberal del país; Benito Juárez, el indio de sangre pura, uno de los reformistas liberales de mayor talla, etc. En mi humilde opinión, el país que ha servido de cuna á hombres semejantes, está en aptitud de anular la antipatriótica labor de Porfirio Díaz y de crear otro México liberal y progresista.
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1.— | Advertencia. | 9 |
2.— | Carta á Theodore Roosevelt. | 11 |
3.— | Porfirio Díaz I, Czar de México. | 15 |
4.— | Sinopsis de la vida de Porfirio Díaz. | 17 |
Primer Período. | 17 | |
El Segundo Período. | 19 | |
El Tercer Período. | 20 | |
El Cuarto Período. | 29 | |
5.— | La Morgue de Porfirio Díaz. | 43 |
Sus asesinatos. Sus víctimas. | 43 | |
Los asesinatos del General Corona, de García de la Cadena, y de Martínez. | 50 | |
La carnicería de Orizaba. | 54 | |
6.— | El sistema. | 61 |
Una mafia política. Sus resultados. | 61 | |
Historia de una gran conspiración. | 70 | |
7.— | La justicia bajo el Diazpotismo. | 83 |
Belén. La Bastilla Mexicana. | 86 | |
La Penitenciaría. | 88 | |
La Escuela Correccional. | 89 | |
El Departamento de Policía de México. | 91 | |
Intervención del Embajador Americano en la quiebra del Banco Americano. | 94 | |
La Ley Fuga. | 97 | |
Quintana Roo, la Siberia Mexicana. | 98 | |
8.— | La prensa en México. | 107 |
9.— | Los partidos políticos. | 123 |
10.— | Porfirio Díaz. | 136 |
11.— | La cuestión centroamericana. | 151 |
12.— | El futuro y los recursos de México. | 156 |
NOTAS
[1] P. Díaz, xxx, pág. 89.
[2] Rectificaciones Históricas, F. I. Calderón, vol. I, pág. 69.
[3] P. Díaz, xxx, pág. 19.
[4] Aurora y Ocaso, C. Ceballos, pág. 177.
[5] P. Díaz, xxx, pág. 14.
[6] Aurora y Ocaso, C. Ceballos, pág. 38.
[7] Rectificaciones Históricas, F. I. Calderón, vol. I, pág. 35.
[8] P. Díaz, xxx, pág. 21.
[9] Diario Oficial, 16 Sept., 1879, México.
[10] El Verdadero Juárez, F. Bulnes, pág. 668.
[11] Plan de Tuxtepec reformado en Palo Blanco.
[12] La Cuestión Presidencial, J. M. Iglesias, pág. 39.
[13] Las Supuestas Traiciones de Juárez, F. Iglesias Calderón, pág. 36.
[14] “Il Principe”, N. Machiavelli.
[15] El General González y su Gobierno en México, F. Quevedo y Zubieta, pág. 123.
[16] Véase la página relativa.
[17] Mémoires de Napoléon I., De las Cases, vol. I, pág. 93.
[18] Quevedo y Zubieta, obra citada.
[19] Quevedo y Zubieta, obra citada.
[20] Idem. idem., pág. 225, vol. I.
[21] Quevedo y Zubieta, obra cit., pág. 30, vol. II.
[22] F. Iglesias Calderón, obra cit., vol. I, págs. 39 y 40.
[23] Véase la página respectiva.
[24] The Maker of Modern Mexico, Mrs. A. Tweedie, pág. 280.
[25] Idem. Idem, pág. 283.
[26] Idem. Idem, pág. 337.
[27] Idem. Idem, pág. 339.
[28] El Porvenir de las Naciones Hispano-Americanas, F. Bulnes, pág. 270.
[29] Rectificaciones Históricas, F. Iglesias Calderón, vol I, pág. 24.
[30] El Gral. González y su gobierno en México, F. Q. y Zubieta, pág. 141.
[31] Idem, pág. 143, vol. I.
[32] “P. Díaz”, por Mrs. A. Tweedie, pág. 282.
[33] “La Nación”, 8 de Diciembre, 1892.
[34] F. Iglesias Calderón, ob. cit., pág. 70.
[35] “La Nación”, Diciembre de 1902.
[36] “Porfirio Díaz”, por R. de Zayas Enríquez, pág. 141.
[37] “El Diario Ilustrado”.
[38] “Hacia dónde vamos”, Q. Moheno, pág. 39.
[39] “Hacia dónde vamos”, pág. 15.
[40] “Hacia dónde vamos”, Q. Moheno, pág. 14.
[41] Historia del gran crimen, J. Rabago, pág. 31.
[42] Historia del gran crimen, J. Rabago, pág. 45.
[43] Historia del gran crimen, por J. Rabago, pág. 56.
Nota de transcripción