The Project Gutenberg eBook of Obras dramáticas de Eurípides (2 de 3) This ebook is for the use of anyone anywhere in the United States and most other parts of the world at no cost and with almost no restrictions whatsoever. You may copy it, give it away or re-use it under the terms of the Project Gutenberg License included with this ebook or online at www.gutenberg.org. If you are not located in the United States, you will have to check the laws of the country where you are located before using this eBook. Title: Obras dramáticas de Eurípides (2 de 3) Las Troyanas, Heracles furioso, Electra, Ifigenia en Áulide, Ifigenia en Táuride, Helena Author: Euripides Translator: Eduardo de Mier Release date: November 8, 2024 [eBook #74704] Language: Spanish Original publication: Madrid: Librería de los sucesores de Hernando Credits: Ramón Pajares Box. (This file was produced from images generously made available by Biblioteca Digital Floridablanca / Fondo antiguo de la Universidad de Murcia.) *** START OF THE PROJECT GUTENBERG EBOOK OBRAS DRAMÁTICAS DE EURÍPIDES (2 DE 3) *** NOTA DE TRANSCRIPCIÓN * Las cursivas se muestran entre _subrayados_ y las versalitas se han convertido a MAYÚSCULAS. * Los errores de imprenta han sido corregidos. * La ortografía del texto original ha sido modernizada de acuerdo con las normas publicadas en 2010 por la Real Academia Española. * También se han modernizado los nombres propios de personas y lugares, y los gentilicios. * Los nombres de los dioses y héroes no aparecen con la denominación latina, utilizada por el traductor, sino con la griega, como hizo el autor. Es decir, Venus y Hércules aparecen como Afrodita y Heracles. * Las notas a pie de página han sido renumeradas y colocadas al final del libro. * Las páginas en blanco han sido eliminadas. OBRAS DRAMÁTICAS DE EURÍPIDES BIBLIOTECA CLÁSICA TOMO CCXXII OBRAS DRAMÁTICAS DE EURÍPIDES VERTIDAS DIRECTAMENTE DEL GRIEGO AL CASTELLANO POR EDUARDO MIER Y BARBERY Traductor del alemán de las obras dramáticas de Schiller de la «Biblioteca Clásica». Grajis ingenium, Grajis dedit ore rotundo Musa loqui. HORAC., _Epist. ad Pis._ TOMO II MADRID LIBRERÍA DE LOS SUCESORES DE HERNANDO Calle del Arenal, núm. 11. — 1909 ES PROPIEDAD MADRID. — Imprenta de Perlado, Páez y C.ª, Quintana, 33. LAS TROYANAS ARGUMENTO Eurípides intenta representar en esta tragedia uno de los episodios más terribles que siguieron a la toma de Ilión por los griegos, y con dicho objeto acumula varios incidentes trágicos, casi todos de su invención. Supone que los vencedores, que aguardaban vientos favorables para soltar sus naves, se reparten las esclavas, reservándose los más famosos capitanes las más distinguidas, ya para su servicio, como sucede a Hécuba respecto de Odiseo, ya para sus placeres, como acontece a Casandra y Andrómaca respecto de Agamenón y Neoptólemo. No contentos con esto, sacrifican a Políxena, hija de Hécuba y de Príamo, a los manes de Aquiles, y precipitan a Astianacte, nieto de aquellos reyes, desde las altas torres de Troya, temerosos de dejar con vida a este tierno retoño del linaje de Príamo, que más adelante podría reedificar su ciudad, a la que incendian también en presencia de la mísera viuda, antes reina y ahora esclava. No hay, pues, en ella acción verdadera, ni causa ni obstáculos que la aceleren o detengan. Carece, por tanto, de unidad dramática, a no ser que supongamos que Hécuba es aquí, como en la tragedia que lleva su nombre, el foco o centro en donde convergen estos sucesos. Como toca en suerte al astuto y cruel Odiseo, autor principal de sus últimas y más acerbas desdichas; como Poseidón pronuncia el prólogo, y juntamente con Atenea se prepara a emplear sus fuerzas en hacer desastrosa la vuelta de los griegos a su patria; como los coros aluden a los viajes de Odiseo y a sus trabajos, y como se sabe, por último, que LAS TROYANAS son la última pieza de una trilogía, cuyas dos primeras representaban el reconocimiento de Paris por sus padres y el suplicio de Palamedes, a causa de los infernales artificios del héroe de la _Odisea_, debemos suponer que el objeto del poeta ha sido probar lo vario e instable de las cosas humanas, puesto que los favorecidos hoy por la fortuna pueden ser mañana víctimas de los mayores sufrimientos. Partiendo de tal hipótesis no es posible desconocer la trágica grandeza de esta composición. Los cuadros más lúgubres se suceden unos a otros, formando grupos patéticos inimitables, y los rudos embates de la adversidad humillan en incesante acometida la vanidad y el orgullo humanos. Desde este punto de vista no podemos considerar como episodios inútiles el desvarío de Casandra, ni el diálogo de Helena con Hécuba y Menelao. Dolor grande para una madre es ver a su hija frenética, y más sabiendo que su delirio es efecto de infausto y deshonroso himeneo, y dolor el presenciar la impunidad en que queda su mayor enemiga. Debemos decir, sin embargo, que, a nuestro parecer, Eurípides se deja llevar demasiado lejos de su afán de hacer efecto en el auditorio; que amontona con profusión los incidentes desgarradores, siendo algunos innecesarios, y que a veces, como ocurre con las lamentaciones de Hécuba ante el cadáver de Astianacte, después de las bellísimas quejas de su madre Andrómaca, es frío, inoportuno y algo declamatorio. Séneca ha imitado esta tragedia en la suya titulada _Troades_, condensando en ella la acción de la _Hécuba_, de Eurípides, y de LAS TROYANAS. Incurre en sus faltas ordinarias, acompañadas como siempre de brillantes rasgos. Su estilo afectadamente sentencioso, sus disputas filosóficas, su mal gusto, su hinchazón y ampulosidad, y su poco conocimiento de la escena la deslucen y afean, sobre todo cuando sus imitaciones se leen después de los originales. La francesa de Châteaubrun es mejor, aunque con ese sabor transpirenaico al cual nunca podremos acostumbrarnos. Representose LAS TROYANAS en la olimpiada 91, 1 (416 antes de J.-C.), ateniéndonos a las siguientes palabras de Eliano. _Var. Hist._, II, 8: κατὰ τὴν πρώτην καὶ ἐνενηκοστὴν Ὀλυμπιάδα..., ἀντηγωνίσαντο ἀλλήλοις Ξενοκλῆς, ὅστις ποτὲ οὗτός ἐστιν, Οἰδίποδι καὶ Λυκάονι καὶ Βάκχαις καὶ Ἀθάμαντι σατυρικῷ. Τούτου δεύτερος Εὐριπίδης ἦν Ἀλεξάνδρῳ καὶ Παλαμήδῃ καὶ Τρῳασὶ καὶ Σισύφῳ σατυρικῷ. Resulta, pues, de ellas que concurrieron a este certamen Xenocles, con la trilogía compuesta de _Edipo, Licaón_ y _Las Bacantes_, y el drama satírico titulado _Atamante_, y Eurípides con la trilogía de _Alejandro, Palamedes_ y LAS TROYANAS, y el drama satírico denominado _Sísifo_. El escoliasta de Aristófanes, en _Las Avispas_, al verso 1326, confirma el testimonio de Eliano, diciendo: ὑστερεῖ ἡ τῶν Τρῳάδων κάθεσις ἔτεσιν ἑπτα. «_Las Avispas_ se representaron siete años después que LAS TROYANAS»; y como se sabe que esta comedia de Aristófanes se representó en la olimpiada 89, 2, concuerda el testimonio el escoliasta con el de Eliano. PERSONAJES POSEIDÓN, _dios del mar._ ATENEA, _diosa de la guerra y de la sabiduría._ HÉCUBA, _exreina de Troya._ CORO DE CAUTIVAS TROYANAS. TALTIBIO, _heraldo de los griegos._ CASANDRA, _profetisa, hija de Hécuba._ ANDRÓMACA, _viuda de Héctor._ MENELAO, _rey de Micenas._ HELENA, _esposa de Menelao y de Paris._ La acción es delante de Troya. Se ve en el teatro una vasta tienda de las que forman el campamento griego, y en el fondo la ciudad de Ilión y su alcázar. Cerca de la tienda yace Hécuba, y dentro las cautivas troyanas. POSEIDÓN Yo, Poseidón, vengo del salado abismo del mar Egeo,[1] en donde las nereidas[2] danzan en coros con sus pies bellos. Desde que Febo y yo edificamos las altas torres de piedra de este campo troyano,[3] he favorecido siempre a la ciudad de los frigios, que ahora humea, destruida por el ejército argivo. Porque Epeo, el focidio del Parnaso,[4] fabricando por arte de Palas un caballo preñado de armas, introdujo en las torres esta carga funesta, que en adelante será llamada por los hombres el corcel bélico,[5] por contener en su vientre ocultas lanzas. Desiertos los bosques sagrados, los templos de los dioses destilan sangre, y Príamo moribundo cayó al pie del altar de Zeus Herceo.[6] Mucho oro y muchos despojos frigios han llevado los griegos a sus naves; ahora esperan que sople un viento favorable que, hinchando sus velas, les proporcione el placer de abrazar a sus esposas e hijos, ya que al cabo de diez años se han apoderado de esta ciudad. Y yo, vencido por Hera, diosa argiva, y por Atenea, que juntas derribaron a los frigios,[7] abandono la ínclita Ilión y mis altares, que si reina en ella triste soledad, sufre detrimento el culto de los dioses y no suelen ser adorados como antes. Muchos alaridos de esclavas resuenan en las orillas del Escamandro,[8] mientras sus dueños las sortean, y unas tocan al pueblo arcadio, otras al tesalio, y otras a los hijos de Teseo, generales de los atenienses.[9] Todas las troyanas no sujetas a la suerte y reservadas a los principales del ejército están aquí, y Helena con ellas, la lacedemonia hija de Tindáreo, cautiva también, según las leyes de la guerra. Quienquiera puede contemplar a la mísera Hécuba, que yace en tierra delante de las tiendas, derramando abundantes lágrimas por la pérdida de tantas prendas amadas. Su hija Políxena ha sido sacrificada, sin saberlo ella, sobre el túmulo de Aquiles, y también perecieron Príamo y sus hijos, mientras que el rey Apolo inspiraba el delirio en la virgen Casandra,[10] impía y rebelde a las órdenes del dios, convertida hoy a la fuerza en esposa adulterina de Agamenón. Adiós, pues, ciudad feliz en otro tiempo y brillantes torres; si no te hubiese arruinado Palas, la hija de Zeus, aún subsistirías sobre tus cimientos. ATENEA ¿Puedo hablar a un pariente de mi padre, gran dios, y entre los dioses venerado, depuesta nuestra antigua enemistad? POSEIDÓN Habla, que si los parientes se conciertan, ¡oh reina Atenea!, pueden conciliar los ánimos discordes. ATENEA Alabo tu afable respuesta; vengo a hablarte de un asunto, ¡oh rey!, que a ambos interesa. POSEIDÓN ¿Acaso a anunciarme nuevos mandatos de algún dios? ¿Quizá del mismo Zeus o de algún otro? ATENEA No; tráeme a tu presencia Troya, y recurro a tu poder para que me ayudes. POSEIDÓN ¿Acaso no la odias ya, y te has compadecido de ella al verla devorada por las llamas? ATENEA Contesta a mi primera pregunta: ¿me comunicarás tus proyectos, y querrás asociarte a los míos? POSEIDÓN Sí; pero deseo conocer tu voluntad, y si has venido por favorecer a los griegos o a los troyanos. ATENEA Anhelo ahora llenar de júbilo a los troyanos, mis anteriores enemigos, y que sea infortunada la vuelta del ejército aqueo. POSEIDÓN ¿Cómo cambias así de parecer, y odias y amas con pasión, dejándote llevar del viento de la fortuna? ATENEA ¿No tienes noticia del insulto que han hecho a mi divinidad y a mi templo? POSEIDÓN Sí, cuando Áyax arrastraba por fuerza a Casandra.[11] ATENEA Y, sin embargo, nada sufrió, ni aun oyó nada de los griegos. POSEIDÓN Y con tu auxilio arrasaron a Ilión. ATENEA Por eso quiero afligirlos. POSEIDÓN Dispuesto estoy a complacerte, Pero ¿cuál es tu propósito? ATENEA Deseo que sea infortunada su vuelta. POSEIDÓN ¿Que sufran desdichas mientras permanecen en tierra, o cuando entren en el salado mar? ATENEA Cuando naveguen hacia su patria desde Ilión, Zeus les enviará lluvias y fuerte granizo; el aire acumulará negras nubes, y hasta ha prometido darme su fulmíneo fuego para desbandarlos e incendiar sus naves. Haz tú lo que puedas; que graves borrascas retiemblen en el Egeo, y que revuelvan sus ondas saladas, y se llene de cadáveres el estrecho puerto de la Eubea.[12] Así respetarán los aqueos mis templos y venerarán a los demás dioses. POSEIDÓN No hablemos ya más, que no es necesario. Haré lo que anhelas, y removeré el mar Egeo; las riberas de Miconos,[13] las rocas de Delos, Esciros, Lemnos y el promontorio Cafereo se llenarán de cadáveres. Pero vete al Olimpo, recibe de manos de tu padre los fulmíneos dardos y deja que la armada aquea desate sus cables. Necio es cualquier mortal que conquista una ciudad y abandona sus templos y sepulcros, sagrado asilo de los muertos. Inevitable es su ruina. HÉCUBA (_que se incorpora_). Alza del suelo tu cabeza, ¡oh desventurada!; levanta tu cuello; ya no existe Troya, y nosotros no reinamos en ella. Sufre este nuevo golpe de la fortuna; navega siguiendo su corriente, navega por donde te lleve la suerte, y no vuelvas contra sus olas la proa de la vida, que te arrastra deidad caprichosa. ¡Ay, ay de mí! ¡Ay, ay de mí! ¿Cómo no he de llorar, sin patria, sin hijos y sin esposo? ¡Oh fastuosa pompa de mis mayores! ¡Cómo has venido a tierra! ¡Nada eras! ¡Tantas deberían ser mis quejas, tantos mis lamentos, que no sé por dónde empezar! ¡Desdichada de mí! ¡Tristemente reclino mis miembros, presa de insoportables dolores, yaciendo en duro lecho! ¡Ay de mi cabeza! ¡Ay de mis sienes y de mi pecho! ¡Cuánta es mi inquietud! ¡Cuánto mi deseo de revolverme en todos sentidos para dar descanso a mi cuerpo y abandonarme a perpetuos y lúgubres sollozos! ¡También los desdichados entonan su canto y dan al viento tristes ayes! _Estrofa 1.ª_ — ¡Proas ligeras de las naves, que arribasteis con vuestros remos a la sagrada Ilión, atravesando el mar purpúreo y los abrigados puertos de la Grecia al son de las flautas y de odiosos cantos, y os sujetaron, ¡ay de mí!, en la ensenada de Troya con cables torcidos por arte egipcio para rescatar la aborrecida esposa de Menelao, deshonra de Cástor[14] y afrenta del Eurotas,[15] por cuya causa fue degollado Príamo, padre de cincuenta hijos, y cayó sobre mí, sobre la desdichada Hécuba, esta calamidad! _Antístrofa 1.ª_ — ¡Ay de mí! ¡Funesto destino, que me obligas a habitar ahora en las tiendas de Agamenón! ¡Llévanme, vieja esclava, de mi palacio, y lúgubre rasura me ha despojado de mis cabellos![16] Míseras compañeras de los guerreros troyanos, míseras vírgenes y desventuradas esposas, ¡lamentémonos, que humea Ilión! Como madre alada levanta el grito por sus hijuelos cubiertos ya de pluma, así yo comenzaré mi canto, no como en otro tiempo, apoyada en el cetro de Príamo cuando celebraba a los dioses, resonando como pocos al compás frigio mis pies ligeros. PRIMER SEMICORO (_que sale de la tienda_). _Estrofa 2.ª_ — Hécuba, ¿a qué esos clamores?, ¿a qué esos gritos?, ¿qué pretendes? Oí en las tiendas tus lamentos, y el miedo se apoderó de las troyanas, que lloran en ellas su esclavitud. HÉCUBA ¡Oh hijas!, ya se mueven los remos de las naves argivas. PRIMER SEMICORO ¡Ay de mí, desventurada! ¿Qué quieren? ¿Me llevarán, ¡ay mísera!, a las naves, arrancándome de mi patria? HÉCUBA No lo sé; pero mucho me lo temo. PRIMER SEMICORO ¡Ay, ay! ¡Infelices troyanas! Venid y sabréis los trabajos que os aguardan; salid de las tiendas; los argivos se preparan a navegar. HÉCUBA ¡Ay, ay de mí! No llaméis ahora a mi lado a Casandra, bacante furiosa, que la afrentarán los griegos y doblará mi dolor. ¡Ay de ti, mísera Troya! ¡Pereciste con los desdichados que te abandonan, vivos y muertos! SEGUNDO SEMICORO (_que sale de la tienda_). _Antístrofa 2.ª_ — ¡Ay de mí! Temblando dejé la tienda de Agamenón para oír de tus labios, ¡oh reina!, si los argivos me han condenado a muerte o si los marineros se aprestan a agitar en las popas los remos. HÉCUBA ¡Oh hija, respira y reanímate! El terror embarga tus miembros. SEGUNDO SEMICORO ¿Ha venido algún heraldo de los griegos? ¿Quién será el dueño de esta mísera esclava? HÉCUBA Pronto lo decidirá la suerte. SEGUNDO SEMICORO ¡Ay, ay de mí! ¿Cuál de los argivos o de los ftiotas[17] me llevará lejos de Troya a alguna isla? HÉCUBA ¡Ay, ay de mí! ¿A quién serviré yo, infeliz anciana, en qué país, en qué país, abeja ociosa, mísera imagen de la muerte, trasunto de impalpables manes? ¿Guardaré quizá algún vestíbulo, o cuidaré de los niños[18] que me confíen, después de disfrutar en Troya de regios honores? EL CORO (_júntanse los dos semicoros_). _Estrofa 3.ª_ — ¡Ay, ay de mí! ¿Qué lamentaciones bastarán para deplorar tu indigna suerte? No tejeré con la lanzadera telas ideas de varios colores. Por última vez saludo los cuerpos de mis hijos, por última vez; más graves serán mis trabajos,[19] ya en el lecho de los griegos (¡maldita noche!, ¡funesto destino!), o miserable sierva, trayendo agua de las puras ondas de Pirene.[20] ¡Ojalá que vayamos a la región preclara y afortunada de Teseo! Al menos que yo no vea al revuelto Eurotas, mansión odiosa de Helena, en donde serviría a Menelao, el destructor de Troya. _Antístrofa 3.ª_ — Sagrada es la tierra que baña el Peneo,[21] asiento bellísimo del Olimpo, abundante en riquezas, según dice la fama, y en sabrosos frutos. ¡Que vaya yo a ella, ya que no sea a la región sagrada y divina de Teseo! Alabáronme las coronas que premian la virtud de los habitantes de la Etnea,[22] amada de Hefesto, enfrente de la Fenicia, y madre de los montes Sículos. Los navegantes celebran también la tierra vecina al mar Jónico, regada por el Cratis,[23] de apuesta y blonda cabellera, que con sus sagradas fuentes le da vida, derramando la dicha en sus márgenes populosas. Pero he aquí un heraldo del ejército griego, que sin duda llega con ligeros pasos a comunicarnos nuevas órdenes. ¿Qué trae? ¿Qué dice? Ya somos esclavas de la Dóride.[24] TALTIBIO Te acordarás, ¡oh Hécuba!, de haberme visto en Troya en distintas ocasiones de heraldo del ejército aqueo; yo, Taltibio, a quien tú conoces, ¡oh mujer!, vengo a anunciarte una ley sancionada por todos los griegos. HÉCUBA Esto, esto, ¡oh amigas!, es lo que temía hace tiempo. TALTIBIO Ya habéis sido sorteadas, si tal es la causa de vuestros temores. HÉCUBA ¡Ay, ay de mí! ¿A qué ciudad de la Tesalia, de la Ftía o de la Beocia, a qué ciudad iré, di? TALTIBIO Cada cual ha tocado a distinto dueño; una sola suerte no ha decidido a la vez de todas. HÉCUBA ¿Y a quién servirá cada una? ¿Cuál de las hijas de Ilión ha sido afortunada? TALTIBIO Lo sé; pero pregúntamelo poco a poco, no todo a un tiempo. HÉCUBA ¿Quién será el dueño de mi hija? Di, ¿quién será el dueño de la mísera Casandra? TALTIBIO La eligió para sí el rey Agamenón. HÉCUBA Para ser esclava de su lacedemonia esposa.[25] ¡Ay de mí, ay de mí! TALTIBIO No; ocultamente le acompañará en su lecho. HÉCUBA ¿La virgen de Febo, a quien el dios de cabellos de oro concedió el don de vivir sin esposo?[26] TALTIBIO Hiriole el Amor, y se apasionó de esa fatídica doncella. HÉCUBA Deja las sagradas llaves, hija, y las guirnaldas, también sagradas, que te adornan. TALTIBIO ¿No es acaso honor insigne compartir el lecho del rey? HÉCUBA ¿Y dónde está mi hija, la que me arrancasteis ha poco de los brazos? TALTIBIO ¿Me preguntas por Políxena, o por alguna otra? HÉCUBA ¿De quién será esclava? TALTIBIO La han destinado al servicio del túmulo de Aquiles.[27] HÉCUBA ¡Ay de mí! ¡La que di a luz destinada a servir a un sepulcro! Pero ¿qué significa esa ley de los griegos? ¿Qué esa costumbre, ¡oh amigo!? TALTIBIO Alégrate de la dicha de tu hija; su suerte es buena. HÉCUBA ¿Qué has dicho? ¿Ve el sol mi hija? TALTIBIO Esclava es del destino, que la libra de males. HÉCUBA ¿A quién tocó la mísera Andrómaca,[28] esposa de Héctor, el de la broncínea loriga? TALTIBIO El hijo de Aquiles la eligió también para sí. HÉCUBA Y yo, ¿cúya esclava soy, cuando para sostener mi blanca cabeza necesito de un báculo que me ayude a andar? TALTIBIO Odiseo, rey de Ítaca, es tu dueño, y tú serás su esclava. HÉCUBA ¡Ay, ay de mí! Golpea tu cabeza rasurada, desgarra con las uñas tus mejillas. ¡Ay, ay de mí! La suerte me obliga a servir a un hombre abominable y pérfido, enemigo de la justicia, que desprecia las leyes, y todo lo trastrueca y resuelve con su engañosa lengua haciéndonos odiar lo que más amábamos. ¡Lloradme, oh troyanas! ¡Yo he muerto, desventurada de mí! ¡Yo he muerto! ¡No puede ser más funesto mi destino! EL CORO Ya sabes, ¡oh mujer venerable!, lo que te aguarda; pero ¿cuál de los aqueos o de los griegos es mi dueño? TALTIBIO ¡Ea, servidores!; llevaos de aquí cuanto antes a Casandra, para que yo la entregue a nuestro general, y las demás a sus distintos dueños. ¡Ah! ¿Qué antorcha arde allá dentro? ¿Incendian las troyanas la tienda, o qué hacen? ¿Quizá por no ir a Argos desde aquí se abrasan voluntariamente, ansiosas de morir? Trabajo nos cuesta, cuando somos libres, sufrir tales desdichas. Abre, abre, no sea que su interesada resolución perjudique a los griegos y me obliguen a responder de ella. HÉCUBA No es eso; nada incendian; es mi hija Casandra que, arrebatada por su delirio, viene hacia aquí corriendo. CASANDRA[29] _Estrofa._ — Levántala en alto, vuélvela a un lado, trae la luz; mirad, mirad; yo venero con antorchas, yo ilumino este templo. ¡Oh Himeneo, oh rey Himeneo! Feliz esposo y feliz yo, que entre los argivos celebraré nupcias reales. ¡Oh Himeneo, oh rey Himeneo! Ya que tú, ¡oh madre!, lloras y suspiras por mi difunto padre, por mi patria amada, yo, en mis bodas, enciendo esta antorcha en loor tuyo, para que tú brilles. ¡Oh Himeneo, Himeneo! Derrama tu luz, ¡oh Hécate!, y alumbra las nupcias de las vírgenes, según costumbre. _Antístrofa._ — Que tu pie hienda el aire, ¡oh tú que vas al frente de los coros! ¡Viva, viva, viva, como en los tiempos en que era feliz mi padre! Sagrado es el carro, guíalo tú, Febo: en tu templo, ceñida de laurel, yo soy sacerdotisa, Himeneo, ¡oh Himeneo, Himeneo! Danza, madre, alza tu pie, danza conmigo a uno y otro lado, que mi amor es grande. Celebrad el himeneo de la esposa con alegres cantares y sonoros vítores. Andad, vírgenes frigias de bellos mantos; cantad al esposo destinado fatalmente a acompañarme en el lecho, después que se celebren nuestras bodas. EL CORO ¿No sujetarás, ¡oh reina!, a esa doncella delirante, no se precipite en su veloz carrera en medio del ejército argivo? HÉCUBA Tú, Hefesto, llevas sin duda la antorcha en las nupcias de los mortales; pero funesta es la llama que agitas ahora y contraria a nuestras pomposas esperanzas. ¡Ay de mí, hija! ¡Cómo había yo de pensar en cierto tiempo que celebraras estas bodas entre soldados enemigos y bajo la lanza argiva! Dame la antorcha, que la tuerces, ¡oh hija!, corriendo delirante a una y otra parte, y todavía no está sano tu juicio. Guardadla (_da la antorcha a sus servidores para que la guarden en la tienda_), troyanas, y contestad con lágrimas a sus cánticos nupciales. CASANDRA Orna, madre, mi sien victoriosa, y alégrate de mis regias nupcias, y guía mis pasos, y si no te obedezco pronto, arrástrame con violencia, porque si Apolo existe, más funesto que el de Helena será el himeneo que contrae conmigo Agamenón, ese ínclito rey de los aqueos. Yo lo mataré y devastaré su palacio, pagándome lo que me debe por haber dado muerte a mi padre y a mis hermanos. Pero pasemos esto por alto: no hablaré de la segur, que herirá mi cuello y el de otros, ni de las luchas parricidas, que brotarán de mis nupcias, ni de la ruina de la familia de Atreo;[30] solo me detendré en esta ciudad, más feliz que sus enemigos (que el dios me inspira, y el delirio me dejará libre algunos instantes), los cuales, por la posesión de una mujer, por perseguir a Helena, perdieron a muchos. Su mismo general, tan prudente, sacrifica lo que más ama[31] en aras de los que más detesta, trueca los goces domésticos que le ofrecen sus hijos por una mujer, y los vende a su hermano, y eso que huyó de grado, no robada por fuerza. Y murieron muchos después que llegaron a las orillas del Escamandro, no por defender su país, ni sus elevadas torres; y los que mató Ares no vieron sus hijos, ni fueron vestidos por última vez por manos de sus esposas, sino yacen en país extranjero. Iguales desdichas acaecían en sus hogares: sus mujeres morían viudas, y otras perdían sus hijos, habiéndolos criado en vano, sin ofrecer sacrificios en su sepulcro. ¡Seguramente merece alabanza tan desastrosa expedición! Más vale callar ahora todo esto y que mi musa no cante tales infamias. En cambio los troyanos daban la vida por su patria, que es la más pura gloria, y al menos los muertos en la guerra eran llevados a sus casas por sus amigos, y cubríalos después una capa de su tierra natal, y vestíanlos las manos de sus parientes. Los frigios que no morían en la batalla vivían con sus esposas e hijos, placer negado a los griegos. En cuanto al destino de Héctor, tan cruel a tus ojos, has de saber que murió después de alcanzar por su valor renombre famoso. Y lo debió a la llegada de los argivos, pues a no venir, su esfuerzo quedaría ignorado; Paris se casó con la hija de Zeus, y de no ser así, acaso en su país hubiese contraído algún oscuro himeneo. El hombre prudente debe evitar la guerra; pero si se llega a ese extremo, es glorioso morir sin vacilar por su patria, e infame la cobardía. Así, madre, no deplores la ruina de Troya, ni tampoco mis bodas, que perderán a los que ambas detestamos.[32] EL CORO ¡Cuán dulcemente sonríes pensando en tus desdichas domésticas! Profetizas lo que acaso no suceda. TALTIBIO Si Apolo no trastornase tu juicio, no amenazarías impunemente a mis capitanes con tus fatídicos augurios. Los ilustres, y los que llama el vulgo sabios, en nada aventajan a los más humildes, si observamos que aquel gran rey de todos los griegos, el hijo amado de Atreo, solo se enamora de esta bacante, cuya mano rechazaría yo, a pesar de mi pobreza. El aire (pues tu razón no está sana) se llevará tus maldiciones contra los argivos y tus alabanzas a los frigios. Mas sígueme ahora a las naves, bella esposa de mi general. Tú, Hécuba, harás lo mismo cuando lo mande el hijo de Laertes; serás esclava de una mujer casta,[33] según dicen los que han venido a Troya. CASANDRA Cruel es, sin duda, el siervo; ¿qué quiere decir heraldos? Aborrecidos son de todos estos mensajeros de reyes y ciudades. ¿Aseguras tú que mi madre irá al palacio de Odiseo? ¿Y los oráculos de Apolo, según los cuales ha de morir aquí? Ya no te insultaré más. ¡Infeliz Odiseo! Ignora los males que ha de sufrir; tan codiciados como el oro serán después por él los míos y los de los frigios. Diez años de penalidades le restan, además de las que aquí ha experimentado, y volverá solo a su patria; errante atravesará los escollos del angosto estrecho,[34] en donde habita la cruel Caribdis, y verá al cíclope que mora en los montes[35] y se alimenta de carne humana, y a la ligur Circe,[36] que transforma a los hombres en cerdos, y naufragará en el mar salado, y le aguardan el apetecido loto[37] y los bueyes sagrados del Sol,[38] cuya carne dará voces amargas para Odiseo. En una palabra: irá en vida al reino de Hades y, después de escapar de los peligros de la mar, sufrirá en su palacio innumerables desdichas. Pero ¿a qué referir los trabajos de Odiseo? Anda, llévame a celebrar mi himeneo en los infiernos. Como eres malvado, ¡oh general de los griegos!, te sepultarán de noche, no de día, aunque, a tu juicio, te sonría la más envidiable suerte. Y mi desnudo cadáver, el de la sacerdotisa de Apolo, será arrojado también a los valles que riega el agua del torrente, cerca del sepulcro de mi esposo, para servir de pasto a las fieras. Adiós, coronas del dios más querido, fatídicas galas; adiós, fiestas que antes me deleitaban. Lejos de mí, arrancadas con violencia, que, puro todavía mi cuerpo, las entrego, ¡oh rey profeta!, a los alados vientos para que te las lleven. ¿En dónde está la nave del general? ¿Adónde he de subir? Ahora no esperarás con impaciencia viento favorable que hinche tus velas, porque, al arrebatarme de esta tierra, te acompañará una de las tres Furias. Adiós, madre mía, no llores; ¡oh cara patria, y vosotros, hermanos que guarda la tierra, hijos todos de un mismo padre!; pronto me veréis llegar vencedora a la mansión de los muertos, después de devastar el palacio de los Atridas, autores de nuestra ruina. (_Vase con Taltibio_). EL CORO Vosotras, las que cuidáis de la mísera anciana Hécuba, ¿no la habéis visto caer en tierra sin habla? ¿No la sostenéis? ¿Consentiréis que así padezca esa anciana, ¡oh mujeres negligentes!? Levantadla de nuevo. HÉCUBA (_postrada en tierra_). ¡Dejadme en tierra, ¡oh doncellas!, que no me placen vuestros cuidados! En tierra debo yacer, víctima ahora de estos males, y antes y después. ¡Oh dioses!; bien sé que no me favorecéis, pero debemos, no obstante, invocaros cuando la adversidad se ensaña en alguno de los nuestros. Agrádame recordar los bienes de que he disfrutado, y así será mayor la lástima que exciten mis males presentes. Fui reina y me casé en real palacio, y en él di a luz nobilísimos hijos, no solo por su número, sino porque fueron los más esclarecidos de los frigios. Ninguna otra mujer troyana, griega ni bárbara podrá vanagloriarse nunca de haberlos procreado iguales. Y sucumbieron al empuje de la lanza griega, y yo los vi muertos y corté estos cabellos que miráis para depositarlos en sus tumbas; lloré también a su padre Príamo, no porque otros me contasen su muerte, sino presenciándola con estos ojos, cuando fue asesinado junto al ara de Zeus Herceo, mientras se apoderaban sus enemigos de la ciudad. Las vírgenes, destinadas a ser la más preciosa joya de sus esposos, educadas fueron para deleite de mis enemigos, y las arrancaron de mis brazos, y no abrigo la más remota esperanza de que vuelvan a verme, ni yo tampoco a ellas. Y el último, mi mal más grave, es que yo vaya ahora a la Grecia, esclava y anciana, y que en mi vejez sufra intolerables trabajos, ya guardando las puertas y las llaves, cuando soy madre de Héctor, ya amasando el pan y reclinando en el duro suelo mi arrugado cuerpo, después de haber descansado en regio lecho, y cubriéndolo de viles andrajos que deshonran y envilecen a los que antes fueron felices. ¡Oh desventurada de mí! Por solo una mujer, ¡cuántos males he sufrido y sufro! ¡Oh hija, oh Casandra, bacante que habla con los dioses! ¡Qué desdicha incomparable acaba al fin con tu castidad! Y tú, mísera Políxena, ¿en dónde estás? ¡Ninguna de mis hijas ni de mis hijos, siendo tantos, me socorre en mi aflicción! ¿A qué, pues, me levantáis? ¿Cuál será mi esperanza? Guiad mis pies, delicados ha poco en Troya y ahora esclavos, a mi vil lecho, y llevadme a un precipicio para lanzarme en él y morir allí consumida por las lágrimas. No creáis nunca que los opulentos son dichosos hasta no llegar su última hora.[39] EL CORO _Estrofa._ — Entona, ¡oh musa!, canto fúnebre y nuevos versos acompañados de lágrimas, deplorando la suerte de Troya, porque ahora comenzaré en su alabanza con voz clara triste canción, y lloraré su ruina y mi funesta suerte, cautiva en la guerra, merced al caballo de madera que abandonaron los griegos a las puertas con sus dorados arreos, llenas sus entrañas de armas. Y el pueblo exclamó desde la roca tróade: «Andad, que libres ya de trabajos podéis traer a Troya esta imagen sagrada de la virgen, hija de Zeus». ¿Qué doncella no fue? ¿Qué anciano no abandonó su hogar? Animados con alegres cánticos, se precipitaron ciegos en el abismo que había de perderlos. _Antístrofa._ — Todos los frigios acorren a las puertas ansiosos de llevar al templo de Atenea la dolorosa ofrenda labrada por los argivos en silvestre abeto, instrumento de muerte para la Dardania,[40] presente grato a la virgen inmortal que desconoce el himeneo; ciñéronlo con lazos de retorcido lino, como si fuese el negro casco de una nave, y arrastrándolo se encaminaron a la suntuosa morada de Palas, funesta enemiga de mi patria. Apenas había terminado esta fiesta nos envolvieron las tinieblas de la noche, y en toda ella no dejaron de oírse la flauta líbica y los alegres cánticos de las vírgenes frigias al compás de sus danzas ruidosas, mientras en las casas daba negro resplandor a los que dormían la luz de las antorchas. _Epodo._ — Yo entonces, formando coros, celebraba en mi albergue a la virgen que habita en los montes, a la hija de Zeus. Voz funesta se oyó a la sazón en la ciudad, morada de los hijos de Pérgamo,[41] y los tiernos niños, agarrándose de los vestidos de sus madres, extendían aterrados sus brazos, y Ares salió de su emboscada por obra de la virgen Atenea. Alrededor de los altares morían los frigios, y en los aposentos destinados al sueño, y en el silencio de la noche, nos arrebataban nuestros esposos, y nos vencía la Grecia, madre de jóvenes guerreros, y llenaba de perpetuo luto a la patria de los frigios. ¿Ves, Hécuba, a Andrómaca en peregrino carro? Contra su pecho palpitante estrecha al caro Astianacte, tierno hijo de Héctor. HÉCUBA ¿Adónde te llevan así, ¡oh mujer desdichada!, confundida con las armas de bronce de Héctor y con los despojos de los troyanos,[42] ganados en la guerra, que servirán al hijo de Aquiles para coronar los templos ftióticos? ANDRÓMACA Llévanme mis señores los aqueos. HÉCUBA ¡Ay de mí! ANDRÓMACA ¿A qué gimes, cuando yo debo entonar fúnebre canto? HÉCUBA ¡Ay, ay de mí! ANDRÓMACA Por estos dolores... HÉCUBA ¡Oh Zeus! ANDRÓMACA Y por esta calamidad. HÉCUBA ¡Hijos míos! ANDRÓMACA En otro tiempo lo fuimos. HÉCUBA Adiós dicha, adiós Troya. ANDRÓMACA ¡Infeliz! HÉCUBA Adiós, nobles hijos. ANDRÓMACA ¡Ay, ay de mí! HÉCUBA ¡Ay también de mí! ¡Cuán deplorables son mis...! ANDRÓMACA Males. HÉCUBA Calamidad funesta. ANDRÓMACA De la ciudad... HÉCUBA Que humea. ANDRÓMACA ¡Vuelve a mis brazos, oh esposo! HÉCUBA ¿Llamas a mi hijo, que está debajo de la tierra, ¡oh desventurada!? ANDRÓMACA ¡Escudo de tu esposa! HÉCUBA Mas tú, azote en otro tiempo de los griegos, tú, que eres mi primogénito, llévame a los infiernos y descansaré al lado de Príamo. ANDRÓMACA ¡Tal es nuestro anhelo! ¡Tan sensible su falta! Tantos los dolores incesantes que sufrimos, asolada nuestra patria, desde que los dioses nos fueron adversos, y se libró tu hijo de la muerte,[43] el que arruinó los alcázares de Troya con su odioso himeneo. Cadáveres ensangrentados yacen junto al templo de Palas para servir de pasto a los buitres, y Troya sufre el yugo de la esclavitud. HÉCUBA ¡Oh patria, oh desdichada! Te deploro al dejarte (ya ves mi triste fin), al abandonar mi palacio en donde nacieron mis hijos. ¡Oh prendas amadas!, vuestra madre, sin hogar, se separa de vosotros. ¡Cómo las lamentaciones, cómo las lágrimas suceden a las lágrimas en nuestra familia! Pero el que muere, ni llora ni siente los dolores. EL CORO ¡Qué gratos son a los afligidos los sollozos y el lúgubre luto, y los cantos que expresan su pena! ANDRÓMACA ¡Oh madre de Héctor, guerrero que en otro tiempo mató con su lanza a muchos argivos!, ¿tú contemplas esto? HÉCUBA Veo que los dioses ensalzan lo que nada vale, y humillan lo que parece de más precio. ANDRÓMACA Me llevan con mi hijo, como parte del botín, y mi libertad se trueca en servidumbre, víctima de horribles mudanzas. HÉCUBA Inevitable es la necesidad; ahora poco me arrancaron por fuerza a Casandra. ANDRÓMACA ¡Ay, ay de mí! Algún otro Áyax, según parece, tropezó con tu hija; pero varios son los males que te afligen. HÉCUBA Y para mí no tienen término ni medida; espantosa es mi lucha. ANDRÓMACA Pereció tu hija Políxena, sacrificada en el túmulo de Aquiles, ofrenda hecha a cadáver exánime. HÉCUBA ¡Ay de mí, desventurada! Este es el enigma a que aludió hace poco Taltibio, oscuro entonces y ahora claro. ANDRÓMACA Yo misma la vi, y descendí de este carro, la cubrí con su peplo, y lloré sobre su cadáver. HÉCUBA ¡Ay, ay hija mía, impío sacrificio! ¡Ay, ay de mí otra vez; triste ha sido tu muerte! ANDRÓMACA Murió, como sabemos, pero más feliz es su suerte que la mía, aunque yo viva. HÉCUBA No es lo mismo, ¡oh hija!, vivir que morir; la muerte es la nada,[44] y a la vida queda la esperanza. ANDRÓMACA ¡Oh madre!, ¡oh tú, que siempre lo fuiste mía!, óyeme atenta, y que mis consoladoras palabras mitiguen tu amargura. Yo aseguro que el que no nace es igual al que se muere; pero más vale morir que vivir con trabajos, que así no se sienten los males. El mortal feliz que experimenta una calamidad languidece de tristeza recordando su anterior dicha; pero Políxena ha muerto como si no hubiese visto la luz; casi no tuvo tiempo para llorar sus infortunios; pero yo, que llegué a la cumbre de la felicidad y alcancé no escasa gloria, caigo despeñada por la fortuna. Yo, en el palacio de Héctor, cumplía las santas obligaciones propias de mi estado. En primer lugar, como mancilla la buena fama de las mujeres no estar en su casa, ya falten, ya no, renuncié a salir, y vivía encerrada en ella; no me agradaba el trato de amigas elegantes;[45] mi única maestra era mi conciencia, naturalmente pura, y en verdad bastábame con ella; callábame delante de mi esposo y siempre le sonreía; solo en ocasiones sostuve mi parecer, cediendo otras. Perdiome mi reputación de honesta esposa, que llegó hasta el ejército aqueo porque después de cautivarme ha querido casarse conmigo el hijo de Aquiles, y serviré en el palacio de los que mataron a mi marido. Y si me olvido de mi amado Héctor y abro mi corazón a mi nuevo esposo, creerán que le falto; si, al contrario, le aborrezco, me odiarán mis dueños. Verdad es que, según dicen, basta una sola noche para que la mujer deponga su odio en el lecho conyugal;[46] mas yo detesto a la que pierde a su primer amante y ama pronto a otro. Ni aun la yegua que se separa de su compañera, con la cual fue alimentada, lleva sin trabajo el yugo, aunque sea bestia y muda y carezca de razón y en sus afectos no pueda compararse con el hombre. Esposo sin igual fuiste para mí, ¡oh Héctor querido!, por tu prudencia, por tu linaje, por tus riquezas y por tu valor, y al recibirme pura del palacio de mi padre, fuiste también el primero que te acercaste a mi tálamo virginal. Y tú pereciste, y yo navego esclava a sufrir en Grecia dura servidumbre. La muerte de Políxena, que tú deploras, ¿no es acaso un mal inferior a los míos? Ni aun esperanza me queda, último bien de los mortales, ni me engaño a mí misma hasta pensar que gozaré algún día de mejor fortuna, cuando solo el creerlo sería grato. EL CORO Tu calamidad es igual a la mía; al llorar tu suerte me recuerdas mis penas. HÉCUBA Jamás entré en nave alguna, y solo las conozco por haberlas visto pintadas, y por lo que de ellas me han contado. Pero si los marineros sufren la tempestad que no se desencadena en toda su furia, y por salvarse trabajan contentos, y el uno atiende al timón, el otro a las velas y el otro desagua la sentina del buque, y cuando la mar se revuelve con violencia, se resignan y se abandonan a merced de las olas, así yo también, presa de tantos males, estoy muda,[47] y me someto a mi desgracia, y renuncio a las lamentaciones, cediendo a la mísera borrasca que han enviado los dioses. No te cuides, ¡oh hija!, de la muerte de Héctor, que no le devolverán la vida tus lágrimas; respeta ahora a tu señor, y sedúcelo con los dulces atractivos de tu cariñoso trato. Y si lo hicieres, llenarás de alegría a tus amigos, y podrás educar a este hijo del que lo fue mío, última esperanza de Troya, para que tus descendientes reedifiquen a Ilión y vuelva a existir nuestra ciudad. Pero mientras nos desahogamos en no interrumpidos coloquios, ¿qué heraldo griego se acerca, mensajero de nuevas órdenes? TALTIBIO Tú que fuiste en otro tiempo esposa de Héctor, el más esforzado de los frigios, no me aborrezcas, que contra mi voluntad vengo a anunciarte los públicos decretos de los dánaos pelópidas. ANDRÓMACA ¿Qué sucede? Tus palabras me anuncian nuevos males. TALTIBIO Han decretado que este niño... ¿Cómo lo diré? ANDRÓMACA ¿Que no sea el mismo su dueño y el mío? TALTIBIO No será esclavo de ningún griego. ANDRÓMACA ¿Dejan aquí al único frigio que sobrevive? TALTIBIO No sé cómo dulcificar la pena que voy a causarte. ANDRÓMACA Alabo tu temor, a no ser que me participes faustas nuevas. TALTIBIO Matarán a tu hijo; tal es la terrible desdicha que te amenaza. ANDRÓMACA ¡Ay de mí! ¡Cuánto peor es esto que un himeneo! TALTIBIO El parecer de Odiseo triunfó en la asamblea de los griegos... ANDRÓMACA ¡Ay, ay de mí otra vez! ¡No es igual nuestro infortunio! TALTIBIO ...sosteniendo que no debía vivir el hijo de tan esforzado guerrero. ANDRÓMACA Ojalá que así triunfe cuando se trate de los suyos. TALTIBIO Será precipitado desde las torres de Troya. Así se hará, y tú parecerás más prudente si no lo retienes obstinada y sufres con fortaleza tu desdicha; no creas que, siendo impotente para oponerte a sus órdenes, conseguirás nada; nadie te socorrerá. Recuerda que pereció tu ciudad y tu esposo, que tú eres esclava y nosotros bastante fuertes para dominar a una sola mujer; no te resistas ni cometas torpezas, que te harán odiosa, ni maldigas tampoco a los griegos. Porque si tus palabras excitan el furor del ejército, ni este niño será sepultado, ni podrás llorarlo; pero si callas y te resignas, no quedará insepulto su cadáver y los griegos serán contigo más complacientes. ANDRÓMACA ¡Oh hijo de mis entrañas, oh hijo muy querido, morirás por mano de tu enemigos, abandonando a tu mísera madre! La nobleza de tu padre, fuente de salvación para otros, es causa de tu muerte, y su valor te es funesto. ¡Oh lecho mío infeliz, oh himeneo que me trajiste en otro tiempo al palacio de Héctor no para dar la vida a una víctima de los dánaos, sino un soberano a la fértil Asia! ¡Oh hijo! ¿Lloras? ¿Presientes acaso tu desdicha? ¿Por qué te agarras a mí y estrechas mi vestido, tierno hijuelo, que te cobijas bajo mis alas?[48] ¿No vendrá Héctor a salvarte, empuñando su famosa lanza y pasando de la luz a las tinieblas? ¿No los parientes de tu padre, no el poder frigio? ¿Exhalarás el alma, cayendo sin conmiseración desde las alturas, precipitado en letal salto? ¡Oh dulce carga, la más amada de los brazos de una madre! ¡Oh dulce hálito! ¡En vano, pues, envuelto en estos pañales te alimentó mi pecho; en vano sufrí por tu causa y me acabaron los trabajos maternales! ¡Ahora (nunca más será) abraza a tu madre, acércate a la que te dio a luz, échame tus bracitos al cuello, dame un beso! ¡Oh griegos, autores de bárbaros males!, ¿por qué matáis a este niño inocente? ¡Oh hija de Tindáreo!, no era tu padre Zeus: muchos fueron en verdad; algún mal genio, después la Envidia, el Asesinato y la Muerte y todos los males que produce la tierra. ¡Nunca diré que te engendró Zeus para perder a tantos bárbaros y griegos! ¡Que tú mueras, que tus bellísimos ojos devastaron torpemente los ínclitos campos de los frigios! Ea, pues, lleváoslo; precipitadlo, si queréis; devorad sus carnes; mátannos los dioses, y no podremos librar a mi hijo de la muerte. Ocultad mi cuerpo miserable y llevadme a la nave: ¡feliz himeneo el mío, perdiendo antes a mi hijo! EL CORO ¡Mísera Troya: por una mujer, por odiosas nupcias murieron innumerables guerreros! TALTIBIO Anda, niño, deja ya los dulces abrazos de tu desventurada madre, y sube a las altas almenas de las torres de tu padre, en donde rendirás el alma como han ordenado los griegos. Lleváoslo, pues. Para anunciar tales desdichas sería preciso no tener entrañas y ser más impudente de lo que yo soy. HÉCUBA ¡Oh hijo, oh hijo de mi hijo desdichado!: inicuamente nos arrancan tu vida a mí y a tu madre. ¿Qué haré? ¿Qué haré yo por ti, ¡oh desventurado!? ¡Solo estas heridas en nuestra cabeza y estos golpes en nuestro pecho! ¡Solo podemos esto! ¡Ay de mí, ay de mi ciudad! ¡Ay de mí por tu causa! ¿Qué mal no sufrimos, cuál nos falta, para que acaben de una vez conmigo? (_Retíranse Taltibio, Andrómaca y Astianacte_). EL CORO _Estrofa 1.ª_ — Oh Telamón,[49] rey de Salamina,[50] abundante en abejas y cercada del mar, próxima a la santa colina en donde enseñó Atenea el primer ramo de verde oliva,[51] celestial corona, gloria de la espléndida Atenas: tú viniste antes de la Grecia con el hijo de Alcmena, armado del arco, guerrero esforzadísimo, a derribar, a derribar a Ilión, nuestra ciudad.[52] _Antístrofa 1.ª_ — En cuyo tiempo capitaneó la flor de la Grecia, enfurecido por la negativa de Laomedonte de entregarle los caballos,[53] e Ilión contempló sus naves, que cortaban las ondas, junto al Simois, de caudalosa corriente, y sujetó con los cables sus popas, y de ellas sacó las flechas que tiraba su certera mano y que dieron a Laomedonte la muerte, y demolió con la encendida tea las murallas construidas por arte de Apolo, y devastó el campo troyano. Ensangrentada lanza destruyó a Troya dos veces en dos asaltos distintos. _Estrofa 2.ª_ — En vano, pues, recostado con molicie entre doradas copas, ¡oh hijo de Laomedonte!, llenas los vasos en que bebe Zeus, honrosísimo cargo; el fuego devora a la tierra que te crió. Las riberas del mar resuenan, y como el ave que clama por sus hijuelos, así lloran unas a sus esposos, otras a sus hijos, otras a sus madres ancianas. Ya no existen tus deleitosos baños, ya no existen tus gimnasios, y tú, junto al trono de Zeus, ostentas tranquilo tu semblante gracioso y juvenil, y la lanza griega ha devastado la tierra de Príamo. _Antístrofa 2.ª_ — Amor, amor que viniste en otro tiempo al palacio de Dárdano por orden de los dioses. ¡Cuán soberbiamente ensalzaste entonces a Troya! ¡Qué estrechos lazos contrajo con los dioses! No lo diré para afrenta de Zeus; pero la luz de la Aurora, de blancas alas, grata a los mortales, alumbra a esta región mortífera y contempla impasible la ruina de Pérgamo, aunque de aquí fuese oriundo el esposo[54] que en su tálamo la hizo madre de sus hijos, y fue transportado entre los astros por la cuadriga dorada, consoladora esperanza de su patria; pero los amores de los dioses de nada han servido a Troya. MENELAO ¡Oh cabellera del sol, que difundes la hermosa luz de este día en que recuperaré a mi esposa Helena; yo soy ese Menelao que sufrió infinitos males, y este el ejército aqueo! Vine a Troya, no tanto, según piensan, por mi esposa cuanto por vengarme del hombre que, engañando a los que le daban hospitalidad, robó a Helena de mi palacio. Pero con el favor de los dioses pagó su delito, y él y su patria cayeron al empuje de las armas griegas. Ahora me llevaré esta lacedemonia (no la doy de buen grado el nombre de esposa que tuvo en otro tiempo) que se halla aquí con las demás esclavas troyanas. Los que a fuerza de trabajos la recobraron batallando, me la dan para matarla, o, si no quiero, para llevarla a Argos. Yo he resuelto no sacrificarla en Troya, sino conducirla a Grecia en mi nave para darle allí la muerte y vengar a los amigos que han perecido en esta guerra. Ea, pues, servidores, id allá y traedla arrastrándola por sus cabellos, tan manchados de sangre. Cuando soplen vientos favorables nos acompañará a la Grecia. HÉCUBA ¡Oh Zeus!, tú que llevas a la tierra y que en ella moras, quienquiera que seas, impenetrable a nuestro entendimiento, ya una ley de la naturaleza, ya una invención de los mortales,[55] yo te venero: por oculta senda riges con justicia los negocios humanos. MENELAO ¿Qué hay? ¡Cómo diriges a los dioses nuevas preces! HÉCUBA Te alabaré, Menelao, si matas a tu esposa. Pero cuida al verla de que el amor no te ciegue, que deslumbra los ojos de los mortales, derriba las ciudades e incendia los palacios. ¡Tales son sus atractivos! Yo la conozco bien, y tú y los que sufrieron tantas desdichas deben también conocerla. HELENA (_a quien sacan a la fuerza de la tienda_). Exordio es este, ¡oh Menelao!, que infunde pavor; a la fuerza me arrastran tus siervos fuera de esta tienda. Pero aunque casi segura de que me aborreces, quiero, no obstante, preguntarte qué habéis decretado tú y los griegos acerca de mi vida. MENELAO No te has expuesto a los azares de un juicio; todo el ejército, que te odia, te pone en mis manos para que yo te la quite. HELENA ¿Puedo yo responderte que, si muero, será injustamente? MENELAO No vengo a disputar contigo, sino a matarte. HÉCUBA Óyela, Menelao, para que no muera sin defensa, y nosotras, si lo permites, le replicaremos: tú ignoras las faltas que cometió en Troya, y todas juntas serán bastantes para perderla y condenarla a muerte sin demora. MENELAO Sería menester para acceder a vuestros ruegos que hubiera tiempo para ello; pero si quiere hablar, que hable. Sepa, sin embargo, que a tu intercesión lo debe, no a sus méritos. HELENA Acaso, ya me des o no la razón, no me contestarás, mirándome como a tu enemiga; mas yo, segura de que al disputar conmigo me has de reconvenir, responderé anticipadamente a tu acusación, oponiendo mis cargos a los tuyos. En primer lugar, esta es madre de Paris, autor de nuestros males; después me perdió el viejo Príamo, y también a Troya, no matando al niño que anunciaba la triste antorcha,[56] llamado luego Alejandro. Recuerda, además, que fue juez en la contienda de las tres diosas, y que Palas prometió a Paris el imperio de la Frigia y la destrucción de la Grecia; Hera, que reinaría en el Asia y en los confines de la Europa si salía vencedora; y Afrodita, ponderando maravillosamente mi hermosura, que sería suya si daba a ella la palma de la hermosura, no a las otras diosas. Reflexiona ahora en las consecuencias de este juicio: venció la deidad de Chipre, y mis nupcias con Paris fueron útiles a la Grecia, libre de bárbaros y de su tiranía desde que triunfó de ellos en el campo de batalla. Y lo que contribuyó a la dicha de la Grecia fue fatal para mí: me perdió mi belleza y me acusan de infame, cuando debía ceñir mis sienes una corona. Pero dirás que ni siquiera he aludido a mi huida de tu palacio. Vino mi mal genio protegido por deidad no despreciable, ya le quieras llamar Alejandro, ya Paris, al cual tú, ¡oh el más descuidado de los hombres!, dejaste conmigo en tu palacio mientras navegabas de Esparta a Creta.[57] Veamos, pues; esta pregunta me hago, no a ti...: ¿en qué pensaba yo cuando desde mi palacio seguí a tu huésped, faltando a mi patria y a mi honra? Insulta a la misma Afrodita, y serás más poderoso que Zeus, el cual, superior a los demás dioses, es su esclavo. Así, ¿no debes perdonármelo? Me acusarás quizá especiosamente porque, después de muerto Alejandro y de descender al seno oscuro de la tierra, hubiera yo debido, no ligándome a mi lecho ninguna ley divina, dejar estos palacios y encaminarme a Argos. En efecto, intenté hacerlo; testigos son los centinelas de las torres y los espías de los muros, que muchas veces me sorprendieron en las fortificaciones descolgándome con cuerdas. A la fuerza se casó conmigo Deífobo,[58] mi nuevo esposo, oponiéndose los frigios. ¿Cómo, pues, ¡oh Menelao!, moriré justamente, y sobre todo por tu mano, cuando se casó conmigo contra mi voluntad, ya que esta belleza mía en vez de darme la palma de la victoria me ha condenado a dura esclavitud? Ahora, si quieres vencer a los dioses, tu propósito es insensato. EL CORO Defiende, reina, a tus hijos y a tu patria, refutando sus elocuentes palabras; habla bien, a pesar de sus maldades, don en verdad amargo. HÉCUBA Defenderé primero a las diosas, y probaré que no es cierto lo que dice. Yo no creo que Hera y la virgen Palas delirasen hasta el punto de vender aquella a Argos a los bárbaros, y Palas a Atenas, condenándolas a sufrir algún día el yugo de los frigios, ya que, como por juego o diversión, vinieron al Ida a disputar la palma de la hermosura. ¿Por qué razón había de dar Hera tanto valor a la belleza? ¿Quizá por tener un esposo superior a Zeus? ¿Anhelaría Palas casarse con algún dios, habiendo logrado de su padre vivir perpetuamente virgen por odio al matrimonio? No supongas necias a las diosas por disculpar tu falta, que nunca persuadirás a los prudentes. Dijiste que Afrodita (lo cual es ridículo) acompañó a mi hijo al palacio de Menelao. ¿No hubiese podido, permaneciendo tranquila en el cielo, llevarte a Ilión con la misma Amiclas?[59] Fue mi hijo de notabilísima hermosura, y tú, al verlo, la verdadera Afrodita. A todas sus locuras llaman Afrodita los mortales, y el nombre de esta diosa tiene en ellas su raíz,[60] y tú, al admirarlo con sus lujosas galas y vestido de oro resplandeciente, sentiste arder en tu pecho el fuego de la lujuria. Pocas riquezas poseías en Argos, y al dejar a Esparta esperabas que la opulenta ciudad de los frigios sufragaría a tus gastos, no bastando a satisfacer tus placeres el palacio de Menelao.[61] ¡Te atreves a decir que mi hijo te robó a la fuerza! ¿Qué espartano podrá asegurarlo? ¿Qué voces diste siendo Cástor adolescente y viviendo todavía su hermano en la tierra, no entre los astros?[62] Después que llegaste a Troya, y cuando siguieron tus huellas los argivos y se encendió la guerra, si la fortuna favorecía a Menelao, lo alababas para atormentar a mi hijo, aludiendo a tan poderoso rival; y cuando vencían los troyanos, Menelao era un desdichado. Solo te cuidabas de la fortuna, solo a ella seguías, no a la virtud. ¿Y añades que quisiste descolgarte con cuerdas desde las torres, indicando quizá que permanecías allí contra tu voluntad? ¿Cuándo te sorprendieron preparando fatales lazos o afilando homicida cuchilla? Hubiéralo hecho mujer noble, sensible a la pérdida de su anterior esposo. Yo, en cambio, te aconsejé así muchas veces: «Vete, ¡oh hija!; mis hijos contraerán himeneo con otras; yo te llevaré a las naves griegas, y te ayudaré en tu oculta huida; pon término a la guerra entre griegos y troyanos.» Pero esto te desagradaba, llena de orgullo en el palacio de Alejandro, y querías ser adorada de los bárbaros.[63] Y a pesar de todo, sales tan galana y contemplas junto a tu marido el mismo cielo, ¡oh mujer execrable!, ¡cuando debías aparecer humilde y desaliñada en tu traje, temblando de horror, con la cabeza rasurada y fingiendo modestia en vez de impudencia, en expiación de tus anteriores faltas! ¡Oh Menelao!, no es otro mi objeto sino que honres a la Grecia dándole merecida muerte, como cumple a tu dignidad, y que desde hoy en adelanto mueran todas las mujeres que son infieles a sus esposos. EL CORO ¡Oh Menelao!, acuérdate de tus nobles abuelos y de tu linaje; castiga a Helena, y evita así las reconvenciones que te hará la Grecia. No podrá echarte en cara tu molicie, si eres fuerte contra sus enemigos. MENELAO Creo, como tú, que esta huyó voluntariamente de mi palacio en busca de adúltero tálamo, y que solo invoca a Afrodita para cohonestar su delito. Anda, ve a buscar a los que han de apedrearte, y que tu pronta muerte expíe los prolongados padecimientos de los griegos, para que aprendas a no deshonrarme. HELENA ¡Oh, no; por tus rodillas te ruego que no me mates, imputándome un crimen, obra de los dioses! ¡Perdóname! HÉCUBA No te olvides de los aliados, que por Helena murieron: por ellos y por mis hijos te lo pido. MENELAO Déjame, anciana; solo merece mi desprecio. Que mis servidores la arrastren a las naves para ser llevada a Grecia. HÉCUBA Que no vaya en la tuya. MENELAO ¿Por qué, pues? ¿Pesa ahora más que antes?[64] HÉCUBA No hay enamorado que no ame siempre, piense como quiera la mujer amada. MENELAO Se hará lo que deseas: no entrará en la nave en que yo vaya, que no es despreciable tu consejo. Cuando llegue a Argos morirá indignamente como merece, y servirá de escarmiento a las demás mujeres, enseñándolas a ser honestas; y aunque, en verdad, no sea esto fácil empresa, su suplicio, por el miedo que ha de infundirles, refrenará la femenil locura, aunque las haga más perversas. (_Vase con Helena_). EL CORO _Estrofa 1.ª_ — ¡Así nos abandonas, ¡oh Zeus!, dejando a los griegos tu templo edificado en Troya, el ara llena de perfumes, la llama de las libaciones, el humo de la mirra que se elevaba en los aires, la sagrada ciudadela de Pérgamo, los bosques, los bosques ideos, abundantes en yedra, regados por la nieve derretida de los ríos, y la cima que el sol hiere primero, aquella mansión divina que sus rayos purifican![65] _Antístrofa 1.ª_ — Acabáronse ya tus sacrificios, y el alegre compás de los coros durante la noche, y las fiestas que se celebraban a los dioses en las horas destinadas al sueño, y las estatuas resplandecientes, y los doce plenilunios divinos de los frigios.[66] Inquiétame, inquiétame, ¡oh rey que habitas en el éter y en palacio celestial!, penosa incertidumbre de si atiendes o no a mi ciudad arrasada, que devoró el furor impetuoso del fuego. _Estrofa 2.ª_ — ¡Oh esposo querido; vagas muerto, insepulto, no lavado por mis manos, y las naves del mar, agitando sus remos, me llevarán a Argos, rica en caballos, cercada de altísimas murallas de los cíclopes![67] Muchedumbre de hijos lloran a las puertas, agarrándose a nuestros vestidos y clamando en su aflicción: «Ay de mí, madre, que cuando me abandones, los aqueos me separarán de ti, y en negra nave de marinos remos me llevarán a la sagrada Salamina, o a la cumbre del Istmo,[68] que mira a dos mares, en donde se ven las puertas de la mansión de Pélope.» _Antístrofa 2.ª_ — ¡Ojalá que en la nave de Menelao, cuando hienda el mar profundo, caiga en el Egeo el fuego sagrado que vibran tus dos manos, y la reduzcan a cenizas: de Ilión, mi patria, me arrastran, llorosa esclava, a la Grecia! ¡Que la hija de Zeus, que se lleva los dorados espejos,[69] delicia de las vírgenes, nunca llegue a la Laconia, ni a sus patrios lares, ni a la ciudad de Pirene,[70] ni al templo de puertas de bronce de la diosa![71] ¡Que Menelao no recobre a Helena, cuyo malhadado himeneo solo ha servido de oprobio a la Grecia, país poderoso y de perpetua desventura a las ondas del Simois! ¡Oh dolor, oh dolor! ¡Nuevas desdichas agobian a mi patria! ¡Oh míseras esposas de los troyanos, contemplad a Astianacte, sacrificado por orden de los griegos, que desde las torres lo han precipitado tristemente! TALTIBIO (_acompañado de esclavos, que traen sobre un escudo el cadáver de Astianacte_). ¡Oh Hécuba!; la única nave con bancos de remeros del hijo de Aquiles, Neoptólemo, que queda, se prepara a llevar a las costas ftióticas los restantes despojos que le han tocado en suerte. Él se hizo antes a la vela, sabedor de ciertas desdichas que han ocurrido a Peleo, desterrado de su patria, según dicen, por Acasto, hijo de Pelias.[72] Tal es la causa que le obligó a retirarse más pronto de lo que pensaba. Creyó pasar aquí algún tiempo, pero al fin se embarcó con Andrómaca, que derramaba muchas lágrimas al separarse de esta tierra, lamentándose de los infortunios de su patria y apostrofando al túmulo de Héctor. Y le pidió permiso para sepultar a su hijo, precipitado desde las murallas, muerto horriblemente, y que le sirviese de féretro este escudo cubierto de bronce, terror de los aqueos, que defendió a su padre, en vez de llevarlo al palacio de Peleo o al mismo tálamo de su nuevo esposo.[73] Así no tendrá siempre a la vista tristísimos recuerdos, y hará las veces de caja de cedro y de marmóreo sepulcro. También dispuso que te entregase su cadáver, para que, como puedas, lo adornes con peplos y coronas, ya que ella se ausenta, oponiéndose la precipitación del viaje de su señor a tributarle los últimos deberes. Nosotros, cuando engalanes su cuerpo y lo cubra la tierra, clavaremos una lanza en su tumba, y a ti sola corresponde lo demás. Observarás, sin embargo, que al pasar las aguas del Escamandro lo lavé y limpié sus heridas. Ahora le abriremos una hoya, y después, reuniendo nuestros esfuerzos y haciendo lo que nos han ordenado, nos volveremos a nuestro campo. HÉCUBA Dejad ahí el circular escudo de Héctor, recuerdo triste y desagradable para mí. ¡Oh aqueos!, más dignos de alabanzas por vuestras hazañas que por vuestros pensamientos: ¿cómo por temor a un niño habéis cometido un nuevo crimen? ¿Para que no reconstruyese a Troya arruinada? Hombres inútiles erais cuando la fortuna de las armas favorecía a Héctor, y perecimos sin embargo, a pesar de nuestros innumerables soldados, y tomada la ciudad y aniquilados los frigios, todavía os infunde miedo tan tierno niño. No alabo esta vil pasión, si carece de racional fundamento. ¡Oh tú el muy querido, qué deplorable ha sido tu muerte! Si hubieses perdido la vida por tu patria, después de llegar a edad adulta, de casarte y regir un imperio como el de los dioses, hubieras sido feliz, si hay felicidad en todo esto. Mas tú, ¡oh hijo!, cercado de regia pompa, no has sabido apreciarla, y no disfrutaste de los placeres que tu palacio te ofrecía. ¡Infeliz! ¡Cómo las murallas de tu ciudad natal, obra de Apolo, han puesto tu cabellera, que tanto cuidó tu madre, y a la cual prodigó tanto beso! De sus huesos destrozados brota ahora la sangre, por no nombrar más repugnantes objetos. ¡Oh manos, qué grata semejanza tenéis con las de su padre, y ahora yacéis caídas, rotas vuestras articulaciones! ¡Oh dulce boca, que solías decir grandes cosas con infantil petulancia! ¡Pereciste! Me engañabas cuando agarrado a mis vestidos me hablabas así: «¡Oh madre, yo cortaré para ti muchos rizos de mis cabellos, y llevaré muchos niños a tu sepultura, y te diré palabras que te complazcan!». No tú a mí, que a pesar de tu edad infantil, yo anciana, desterrada, sin hijos, te sepulto, ¡oh mísero cadáver! ¡Ay de mí! ¡Aquellos ósculos innumerables, y mis desvelos en criarte, y mis interrumpidos sueños, todo esto fue inútil! ¿Qué inscripción, pregunto yo, grabará algún poeta en tu sepulcro? ¿Que los argivos por miedo te mataron tan niño? Vergonzoso para la Grecia sería tal epitafio. Pero ya que no disfrutaste de tus bienes patrimoniales, poseerás al menos un escudo de bronce, en el cual serás enterrado. ¡Oh escudo, que resguardabas en otro tiempo el bellísimo brazo de Héctor; ya perdiste a tu dueño incomparable! ¡Cuán dulce es la señal que dejó en la embrazadura y el sudor que derramó en tu centro bien torneado, cuando corría copioso de su frente, al acercarlo a sus mejillas pasando insoportables trabajos! Llevad, poned estas galas, las únicas que poseo, a ese cadáver desventurado, que los dioses no me favorecen lo bastante para hacerle funerales suntuosos; toma los tristes restos de mi pasada grandeza. Necio es el mortal que, creyéndose siempre feliz, se abandona al placer; la fortuna, cual furiosa delirante, salta aquí y allí, y a ninguno concede perpetua dicha.[74] EL CORO Mira los despojos frigios que en sus manos traen las cautivas, para que engalanes el cadáver de Astianacte. HÉCUBA ¡Oh hijo!, aun cuando no has vencido a tus iguales a caballo ni con el arco, según costumbre frigia (no obstante la moderada afición de los troyanos a esta clase de ejercicios), la madre de tu padre te pone estas galas, resto triste de lo que fue tuyo en otro tiempo, que hace poco te arrebató Helena, aborrecida de los dioses, causa además de tu muerte y de la ruina de todo tu linaje. EL CORO ¡Ay, ay de mí! ¡Tocaste, tocaste mi corazón! ¡Oh tú, que hubieses sido soberano inmortal de mi ciudad! HÉCUBA Con los ricos vestidos frigios que debían adornarte al celebrar tu himeneo con la más noble asiática, cubre ahora tu cuerpo. Y tú, escudo querido de Héctor, que en días más venturosos ganaste tantos trofeos, recibe esta guirnalda; aunque tu fama es imperecedera, morirá, sin embargo, con este cadáver; más justo es honrarte que no a las armas del astuto y malvado Odiseo. EL CORO ¡Ay, ay, ay, ay de mí! Amargamente llorado, ¡oh hijo!, te recibirá la tierra. Llora, madre... HÉCUBA ¡Ay, ay de mí! EL CORO Como debes llorar a los muertos. HÉCUBA ¡Ay de mí, ay de mí! EL CORO ¡Ay de tus males insufribles! HÉCUBA Yo, médico desventurado solo en el nombre, no en realidad, cuidaré como pueda de parte de tus heridas, ligándolas con vendajes; tu padre te curará las demás entre los muertos. EL CORO Golpea, golpea tu cabeza, que tus manos resuenen. ¡Ay de mí, ay de mí! HÉCUBA ¡Oh mujeres muy amadas! EL CORO ¿Qué significan esos clamores? HÉCUBA Dignáronse solo los dioses hacerme desgraciada y aborrecer a Troya más que a las otras ciudades, y de nada sirvieron nuestros sacrificios. Y sin embargo, debemos confesar que, si no nos precipitasen en el abismo desde la altura, yacería nuestro nombre en la oscuridad y sin que nadie se acordase de nosotros en sus cantos, y no seríamos para la posteridad manantial perenne de poesía. Andad, sepultad este cadáver en mísero túmulo, que ya ha recibido los fúnebres honores. A mi parecer, interesa poco a los muertos que se les tributen funerales suntuosos, y más bien son vana pompa de los vivos.[75] EL CORO ¡Oh desventura, oh desventura! ¡Mísera madre que, al perderte, perdió contigo su más consoladora esperanza! Cuando se reputaba muy feliz, porque eran nobles tus padres, pereciste de muerte cruel. (_Aparecen a lo lejos guerreros con antorchas encendidas_). HÉCUBA ¡Hola! ¿Qué es esto? ¿Quiénes son esos hombres que en sus manos llevan antorchas, y aparecen en las alturas? Alguna nueva desdicha amenaza a Troya. TALTIBIO (_que vuelve, aunque manteniéndose a cierta distancia_). Sepan los capitanes de las cohortes, a quienes se ha ordenado incendiar la ciudad de Príamo, que en sus manos no ha de estar ociosa la tea; abrásenla, pues, cuanto antes, para que, derribada en sus cimientos, tornemos alegres a nuestra patria. Y vosotras, hijas de los troyanos, para cumplir a un tiempo ambos mensajes, cuando los generales del ejército hagan sonar las trompetas encaminaos a las naves de los griegos para alejaros de aquí. Tú, anciana la más infortunada, sígueme; estos son servidores que vienen de parte de Odiseo, tu señor, para que abandones a Troya, según dispuso la suerte. HÉCUBA ¡Ay desventurada de mí! ¡Remate es este y último fin de mis males! Dejo a mi país natal y a mi ciudad entregada a las llamas. Así, pies cansados por la vejez, daos prisa a saludarla por última vez, aunque os cueste trabajo. ¡Oh Troya, hace poco el orgullo de los bárbaros; no tardarás en perder tu ilustre nombre! Te incendian y nos arrancan esclavas de tu seno, ¡oh dioses! Pero ¿qué dioses invoco? Antes, cuando los llamé, no me oyeron. Precipitémonos, pues, en el fuego, pues será para mí lo más honroso perecer en él. TALTIBIO Tus males te hacen delirar, ¡oh desventurada! Lleváosla, pues, sin demora; es preciso entregarla a Odiseo, a quien ha tocado en el reparto del botín. HÉCUBA ¡Ay, ay de mí! ¡Ay, ay, ay de mí! ¡Oh Cronio!,[76] rey de la Frigia, tronco de mi estirpe, ¿contemplas impasible los indignos ultrajes que sufren los descendientes de Dárdano? EL CORO Lo ve; la gran ciudad, que ya no lo es, ha perecido; ya no existe Troya. HÉCUBA ¡Ay, ay de mí! ¡Ay, ay, ay de mí! Ilión resplandece; el fuego devora ya el elevado alcázar, y la ciudad entera, y las más altas murallas. EL CORO Y como el viento se lleva el humo, así pereció mi patria, cayendo desde la altura al empuje del hierro; abrasados han sido tus palacios, presa del fuego y de enemiga lanza. HÉCUBA ¡Oh patria, madre de mis hijos! EL CORO ¡Ay, ay de mí! HÉCUBA ¡Oíd, hijos; reconoced la voz de vuestra madre! EL CORO ¿Llamas a los muertos con voz lúgubre? HÉCUBA (_arrodillándose_). Arrastrando por la tierra mis cansados miembros, e hiriéndola con ambas manos. EL CORO Ahora nos toca a nosotras hincar la rodilla, llamando a nuestros esposos desdichados, que moran en el infierno. HÉCUBA Nos llevan, nos arrastran... EL CORO Tu dolor, tu dolor publicas. HÉCUBA A los atrios, en donde seré esclava, lejos de mi patria. ¡Ay, ay de mí! ¡Oh Príamo, Príamo; tú, muerto, insepulto, sin amigos, ignoras mi desdicha! EL CORO La negra muerte cubre tus ojos; un crimen impío se burla de tu piedad.[77] HÉCUBA ¡Ay de los templos de los dioses, y de mi ciudad amada! EL CORO ¡Ay, ay de mí! HÉCUBA Mortífera es la llama que os abrasa, y la punta de la lanza que os hiere. EL CORO Pronto caeréis sin gloria en mi suelo adorado. HÉCUBA El polvo, semejante al humo, en alas de los vientos me roba la vista de mi palacio. EL CORO Se olvidará el nombre de esta región como todo se olvida; ya no existe la desdichada Troya. HÉCUBA ¿Lo habéis visto? ¿Lo habéis oído? EL CORO ¿El fragor de Pérgamo al derrumbarse?[78] HÉCUBA Tiembla la tierra, tiembla la tierra al desplomarse toda la ciudad. ¡Ay de mí! Trémulos, trémulos miembros, arrastrad mis pies. Vamos a vivir en la esclavitud. EL CORO ¡Ay de la ciudad infortunada! Ea, dirige tus pasos hacia las naves de los griegos. HERACLES FURIOSO ARGUMENTO Once de sus famosos trabajos había ya cumplido Heracles, y estaba ausente de Tebas para terminar el último, que consistía nada menos que en traer al Cancerbero de las tinieblas a la luz. En esta ciudad había dejado a su esposa Mégara, y a tres hijos que había tenido de ella, bajo la custodia de su padre Anfitrión que, temeroso de las violencias de que pudieran ser víctimas por parte de Lico, rey de la Eubea, que mandaba en Tebas apoyado por un partido rebelde y victorioso, se refugia junto al altar de Zeus Salvador, asilo sacrosanto que podía resguardarlos de sus iras; pero el tirano entonces inventa el medio de realizar su sanguinario intento sin tocar el ara, mandando a sus esclavos que la cerquen de leña y abrasen de este modo a los heráclidas. Anfitrión y Mégara convienen en tal apuro en someterse a su voluntad, abandonándoles su vida y la de los hijos de Heracles, siempre que perezcan de otra manera, y lo consiguen del tirano, y además un breve plazo para prepararse a la muerte y adornarse en el palacio de Heracles con sus vestidos y galas funerarias. Afortunadamente vuelve este héroe de los infiernos, y enterado por Anfitrión de lo que sucede, y aconsejado por él, entra en su morada, en donde después sorprende y mata a su enemigo al venir en busca de sus víctimas. Por desgracia, la diosa Hera, que siempre lo odia, y más ahora viendo que ha salido triunfante de la última y más peligrosa prueba, envía a su mensajera Iris y a la Locura para que trastornen su juicio y lo obliguen a matar a sus hijos. Así acontece, en efecto, y el héroe, víctima de su delirio, los sacrifica sin piedad con su madre, y aun intenta asesinar a su padre creyendo que todos eran de la familia de Euristeo, no de la suya, librando solo al último de la suerte que le aguarda la intervención de Atenea, que derriba a Heracles con una piedra, le infunde triste sueño y le devuelve la razón perdida. Al fin despierta de su letargo, llora su desventura cuando ya no tenía remedio, y se ausenta de Tebas con su amigo Teseo, que llega en tan crítico instante deseoso de auxiliarlo contra Lico, encargando a su padre Anfitrión que dé honrosa sepultura a Mégara y a sus hijos. Tal es el argumento de esta tragedia, cuya acción parece doble a primera vista, según opinan críticos tan competentes como A. G. Schlegel y M. Artaud, quienes aseguran que la primera acaba cuando Mégara y sus hijos evitan la muerte por la llegada de Heracles y el castigo de Lico, y que la segunda expone el sacrificio de los heráclidas y de su desventurada madre. Sin embargo, con la desconfianza natural a quien intenta refutar juicios tan autorizados, debemos decir nosotros que esa primera acción es solo un complemento esencialísimo de la segunda, y está enlazada a ella tan íntimamente que ambas forman una sola, supuesta la intención del poeta y la misma índole de la tragedia, dirigida, como dice Aristóteles, a mover la piedad y la compasión. El principal interés que nos inspira esta obra de Eurípides proviene de la situación del padre, esposa e hijos de Heracles, los cuales, amenazados primero de muerte por Lico, se libran de ella por la llegada del héroe; y cuando su gozo debía ser mayor, cuando se veían ilesos, cuando nada debieran temer, teniendo a su lado a su padre y protector, sucumben a manos de este de una manera inesperada. Por consiguiente, si suprimimos la primera parte se desvanece casi todo el interés de la segunda, y no aparecen tan claras esas alternativas del destino que ha querido figurar el poeta. El defecto capital de esta tragedia no es, pues, ese, en nuestro concepto, sino otro muy distinto, que salta a los ojos al leerla; a saber: que su trama y su espíritu están en abierta contradicción, o lo que es lo mismo, que toda ella en su plan y accidentes supone la existencia de los dioses que determinan la acción, y en su espíritu la niega. La piedad y la compasión que excita el poeta cuando paramos la atención en la suerte de Heracles, de su esposa e hijos, se convierten en indignación y odio contra Hera, que solo por satisfacer su celosa venganza sacrifica víctimas inocentes, y contra su esposo Zeus, que siendo el soberano del cielo y padre de Heracles, contempla impasible la ruina de su propia descendencia. Esto solo, supuestas aquellas creencias y prescindiendo ahora de las nuestras, como debemos hacerlo, era inmoral y altamente irreligioso, justamente tratándose de un espectáculo cuyo objeto era fortificar este sentimiento y moralizar al pueblo. Por lo demás, es obra, como todas las de Eurípides, notable por sus bellezas dramáticas aisladas, por su pintura de afectos, por su poesía sobria y elegante, por sus rasgos sencillos y por la armónica distribución de sus partes. Hay de ella una imitación de uno de los Sénecas, no se sabe si del filósofo o del retórico, como casi todas las suyas llena de singularidades y absurdos, pues aun siendo español y poeta, y no obstante la cruzada que de algún tiempo a esta parte se ha levantado a su favor, para nosotros y para toda persona imparcial y sensata que lea sus imitaciones después de los originales, es y será siempre un trágico deplorable. El patriotismo tiene sus límites, y nunca debe hollar los del buen gusto, porque ni Lucano ni Séneca nos hacen falta, habiendo florecido tan famosos poetas españoles. Si intentamos ahora fijar la época en que se representó esta tragedia, tendremos que contentarnos con presunciones más o menos fundadas, careciendo de datos positivos y fidedignos, ya transmitidos por los escoliastas, ya por otros escritores griegos. Parece lo más probable que la escribió Eurípides ya anciano, según se desprende de estos versos que pronuncia el coro y que indudablemente aluden al autor: Οὐ παύσομαι τὰς Χάριτας Μούσαις συγκαταμειγνύς, ἁδίσταν συζυγίαν. μὴ ζῴην μετ᾽ ἀμουσίας, αἰεὶ δ᾽ ἐν στεφάνοισιν εἴην, ἔτι τοι γέρων ἀοιδὸς κελαδεῖ Μναμοσύναν. ἔτι τὰν Ἡρακλέους καλλίνικον ἀείδω, κ. τ. λ. Calcúlase, por tanto, que no es anterior a la olimpiada 90 (420 antes de J.-C.), y que fue obra de un poeta sexagenario. PERSONAJES ANFITRIÓN, _padre_ } Y } _de Heracles._ MÉGARA, _esposa_ } CORO DE ANCIANOS TEBANOS. LICO, _rey de Tebas._ IRIS, _mensajera de los dioses._ LA LOCURA. UN MENSAJERO. HERACLES. TESEO, _rey de Atenas._ La acción es en Tebas. Se ve en el teatro el palacio de Heracles, junto al templo de Zeus Salvador, cuya ara cerca la familia de aquel héroe. Anfitrión, abandonando los umbrales del templo, dice así: ANFITRIÓN ¿Qué mortal no conoce al argivo Anfitrión,[79] padre de Heracles, que compartió su lecho con Zeus, y a quien engendró en otro tiempo Alceo,[80] hijo de Perseo?[81] Habitó en esta ciudad de Tebas, en donde nacieron los hijos de la Tierra,[82] que se sembraron como el grano, de cuyo linaje salvó muy pocos Ares, heredando sus nietos tan rico reino. De ellos descendía Creonte, hijo de Meneceo, rey de este país, padre de Mégara, esposa de Heracles, cuyo himeneo celebraron los hijos de Cadmo en mi palacio al son de la flauta. Ausente de Tebas mi hijo, de donde yo emigré, y lejos de Mégara y de sus parientes, quiso vivir en Argos, ciudad ciclópea, de la cual me desterraron por haber dado muerte a Electrión; y como deseaba consolarme y restituirme a mi patria, ofreció a Euristeo,[83] si permitía mi vuelta, nada menos que pacificar todo el orbe, ya lo atormentase Hera, ya lo guiase el destino. Y en verdad que ha sufrido duros trabajos; al fin se encaminó al palacio de Hades, atravesando las bocas del Ténaro,[84] para sacar a la luz del sol al perro de tres cuerpos, de cuya expedición no ha vuelto. Antigua tradición hay entre los tebanos de que en otro tiempo se casó con Dirce[85] cierto Lico, señor de esta ciudad de siete torres, antes que reinasen en ella Anfión y Zeto, los de los blancos caballos, hijos de Zeus. Uno de sus descendientes, llamado como su padre, no tebano, sino oriundo de la Eubea, quitó la vida a Creonte y reina aquí, habiéndose apoderado de esta ciudad, afligida por sediciones. Pero a nosotros, según parece, nos perjudica no poco nuestro parentesco con Creonte, porque mientras Heracles yace en el seno de la tierra, Lico, ínclito[86] rey de Tebas, quiere exterminar a sus hijos y matar también a su esposa, para ahogar en sangre su estirpe, sin perdonarme a mí (si es lícito contarme entre los mortales, inútil anciano), temiendo que lleguen a ser hombres y venguen a su abuelo. Y yo (porque mi hijo me dejó en este palacio, encargándome de la educación de los suyos al bajar al oscuro seno de la tierra), para salvarlos de la muerte, me he refugiado con su madre en este ara de Zeus Salvador, erigida por su generoso padre como monumento de la victoria, que ganó con su lanza, sobre los minias.[87] Y aquí estamos, careciendo de todo, del sustento, de agua, de vestido y durmiendo en el duro suelo; nos echaron de nuestro palacio, y aquí nos acogimos desesperados. De nuestros amigos, unos han probado no serlo en realidad, y los leales no pueden socorrernos. Así sucede en la adversidad (¡ojalá que nunca se ensañe ni aun en los que me aman sin pasión!), piedra segura de toque para conocer a los que nos rodean. MÉGARA ¡Oh anciano, que en otro tiempo, al frente de guerreros de Tebas, arrasaste con tanta gloria la ciudad de los tafios![88] ¡Cuán cierto es que los dioses abandonan a los hombres a su ignorancia! Ni aun me fue contraria la fortuna, dándome ilustre padre, orgulloso en otro tiempo con sus riquezas y dueño de un reino cuya codiciosa posesión suelen disputar numerosas lanzas y ensañarse en sus felices soberanos; contento con sus hijos, me casó con el tuyo, y llegué a ser la noble esposa de Heracles. Y todos estos bienes se desvanecieron; ambos, ¡oh anciano!, moriremos, y con nosotros los heráclidas, tiernos hijuelos que abrigo bajo el calor de mis alas. Cércanme y me preguntan: «¿Adónde fue nuestro padre, madre mía? ¿Qué hace? ¿Cuándo volverá?». Engáñales su infantil inocencia, y lo buscan vanamente. Y yo los distraigo hablándoles de otras cosas, y me estremezco cuando rechinan las puertas, y todos se levantan como para abrazar sus rodillas. Ahora, pues, ¡oh anciano!, ¿cuál es tu esperanza? ¿Cómo podremos salvarnos, siendo tú solo nuestro defensor? Ni abandonaremos los confines de esta tierra (puesto que nos lo impide fuerza más poderosa que la nuestra), ni debemos esperar auxilio de amigos. Dime, pues, lo que piensas, para no perder tiempo, amenazándonos la muerte y siendo tan débiles para resistirla. ANFITRIÓN ¡Oh hija!, no es fácil en tan críticos momentos evitar ligeramente y sin trabajo tan graves males. MÉGARA ¿Hay dolor que no sufras, y sin embargo tanto amas la vida? ANFITRIÓN Pláceme, en verdad, y aún no desespero del todo. MÉGARA Ni yo; pero no esperemos imposibles, ¡oh anciano! ANFITRIÓN Ganar tiempo es ya un alivio a nuestras desdichas. MÉGARA Pero el que pasa, lleno de tristeza, me atormenta sin descanso. ANFITRIÓN No dudes, ¡oh hija!, que nuestros males presentes se trocarán en bienes, y que algún día vendrá mi hijo, tu bien amado esposo. Tranquilízate, pues, y enjuga las lágrimas perennes de tus hijos, y consuélalos, y engáñalos con fingidas palabras, por triste que sea este recurso. También se cansan las calamidades humanas, y los vientos no soplan siempre con igual fuerza, y los afortunados no lo son perpetuamente; todo cambia y se trastorna. El hombre virtuoso siempre tiene esperanza, y solo el malo desespera. EL CORO _Estrofa._ — Apoyado en mi báculo me acerco a la morada y al lecho del anciano Anfitrión, entonando lúgubre canto, como blanco cisne, y mi voz y mi aspecto son de fantasmas nocturnos, trémulo, aunque resuelto, ¡oh hijos sin padre!, ¡oh anciano!, y tú, madre infeliz, que lloras a tu esposo, ahora en el palacio de Hades. _Antístrofa._ — No fatiguéis vuestros pies y vuestros miembros, agobiados por los años, cansándoos como el caballo uncido al yugo que, al arrastrar el carro por inclinada ladera, se detiene sin aliento. Ayúdente mis manos y mi vestido, si tropiezan mis pies vacilantes; que un anciano guíe a otro; en los pasados días sufrimos iguales trabajos, y jóvenes peleamos juntos, sin deshonrar a nuestra patria celebérrima. _Epodo._ — Observad sus terribles miradas,[89] semejantes a las de su padre; ni ha desaparecido su gracia, aunque el infortunio paterno alcance también a sus hijos; ¡oh griegos, de qué auxiliares, de qué auxiliares os priváis en la guerra si llegáis a perderlos! Pero veo a Lico, señor de este país, que se acerca. LICO Pregunto al padre y a la esposa de Heracles si me es lícito (y lo es, en verdad, y puedo preguntaros, siendo señor de este territorio): ¿hasta cuándo queréis prolongar vuestra existencia? ¿En qué esperanza, en qué auxilio confiáis para no morir? ¿Creéis acaso que vendrá el padre de estos niños, ahora en los infiernos? Indigna es vuestra aflicción al ver cercana la muerte, cuando te jactaste vanamente en toda la Grecia de que Zeus compartió tu lecho, y engendró un nuevo dios (_A Mégara_), llamándote esposa de varón gloriosísimo. ¿Qué preclara hazaña ejecutó tu esposo? ¿Dar muerte a la hidra de la laguna,[90] o a la fiera Nemea?[91] La apresó en sus redes, y dice que la ahogó en sus brazos. ¿Osáis luchar conmigo por esto? ¿Y bastará para librar de la muerte a los hijos de Heracles? Ganó fama de esforzado sin merecerlo, peleando solo con fieras, no en más altas empresas, porque nunca embrazó el escudo ni manejó la lanza en la refriega; estuvo pronto siempre a huir, armado solo del arco, la más cobarde de todas las armas. Pero este no es indicio de fortaleza, sino formar impasible en las filas sin miedo al surco que abre formidable enemigo. No atribuyas a crueldad mi propósito, hijo solo de la previsión; sé muy bien que quité la vida a Creonte, padre de esta, y que poseo su reino. No consentiré, pues, que estos niños sean hombres, ni dejaré vivir a quienes se vengarán de mí. ANFITRIÓN Defienda Zeus a su hijo; yo, ¡oh Heracles!, probaré por ti la necedad de este, y no dejaré que te desacredite. Apelo al testimonio de los dioses para lavarte, ¡oh Heracles!, de la mancha de cobarde, absurdo inaudito y el más inverosímil. Hablen los rayos y las cuadrigas de Zeus que te llevaron, desde las cuales clavaste tus rápidas flechas en el pecho de los gigantes,[92] hijos de la Tierra, celebrando con los dioses el triunfo de tu gloriosa victoria. Hablen también los centauros;[93] ve a Foloe,[94] ¡oh tú el peor de los reyes!, y pregunta cuál es el varón más famoso, y te dirán que mi hijo, el que, según aseguras, solo es esforzado en apariencia. Si preguntas a Dirfis,[95] la de los abantes,[96] en donde te criaste, no te alabará, que en tu patria no has ejecutado hazaña alguna. Desprecias las saetas, sapientísima invención, como armas ofensivas. Óyeme y rectificarás tu juicio: el hombre pesadamente armado es esclavo de sus armas, y cuando los que forman con él en las filas no son valientes, sucumbe víctima de la cobardía de sus compañeros, y cuando se rompe su lanza no puede evitar la muerte, puesto que ella sola lo defiende. Pero el de ojo certero en disparar el arco disfruta del apetecido privilegio, después de lanzar millares de flechas, de defender a los demás, y desde lejos se venga de sus enemigos y hiere y ciega con ellas a los que ven, y no se expone a sus golpes situado en paraje seguro; lo esencial en el combate es guardar bien el cuerpo y hacer daño a los enemigos, sin exponerse a los caprichos de la fortuna. Mis palabras prueban, por tanto, lo contrario de lo que has dicho. Pero ¿por qué quieres matar a estos niños? ¿Qué te han hecho? Solo eres prudente, a mi juicio, temiendo, cobarde, a los hijos de varón tan ilustre. Pero es intolerable para nosotros morir víctimas de tu miedo. Lo justo hubiese sido que tú padecieses en nuestro lugar, si Zeus nos hiciese justicia, porque valemos más que tú. Si quieres reinar aquí, déjanos salir desterrados; nada conseguirás a la fuerza, y serás víctima de ella si cambia la fortuna. ¡Ay de mí! ¡Oh tierra de Cadmo, que yo te vea, que ensalces también mis maldiciones! ¿Así ayudas a Heracles y a sus hijos? Él solo peleó contra los minias y devolvió a Tebas su libertad. No alabo a la Grecia, ni callaré nunca paciente que sea impasible testigo de tu vituperable conducta con mi hijo, cuando debía venir al socorro de estos niños con fuego, con lanzas, con todo linaje de armas, y premiar los trabajos de Heracles, que ha purgado de enemigos el mar y la tierra. Ni la Grecia ni la ciudad de los tebanos os socorren, ¡oh hijos!, y cifráis en mí, débil amigo, vuestras esperanzas, cuando solo sirvo ya para hablar, y trémulos están mis miembros por los años, y desapareció mi antiguo vigor. Si fuese joven y de robusto cuerpo, empuñaría la lanza y llenaría de sangre la cabellera de este, para que, temeroso, huyera de mí más allá de los límites atlánticos.[97] EL CORO ¿No encuentran ocasión de hablar los hombres buenos, aunque sea lenta su palabra? LICO Desata contra mí tu lengua, que pronto sufriréis justo castigo. Andad, que vayan unos al Helicón[98] y otros a los valles del Parnaso,[99] y mandad a los leñadores que corten troncos de encina; y cuando los trajeren a la ciudad y los amontonéis alrededor del ara, prendedles fuego y quemadlos a todos, y así sabrán que no reina aquí el difunto Creonte, sino yo. A vosotros, ancianos, que os oponéis a mis proyectos, solo aseguro que lloraréis a los hijos de Heracles y los males que sobrevendrán a vuestras familias; así os acordaréis de que sois mis esclavos. EL CORO Hijos de la Tierra, que sembró Ares en otro tiempo arrancándoos de la boca voraz del dragón, ¿no levantáis los cetros en que se apoyan vuestras diestras y ensangrentáis con ellos la cabeza de este impío? ¿Cómo no siendo tebano, sino un advenedizo, osas tiranizar a estos jóvenes? Al menos no te atreverás a ofenderme impunemente, ni poseerás lo que gané con tanto trabajo de mis manos; vete al país de donde viniste para sufrir el condigno castigo y hacer alarde de tu insolencia; mientras yo viva no matarás nunca a los hijos de Heracles, aunque él los haya abandonado y yazga bajo la tierra. Tú has arruinado este país, y el que tanto le sirvió no obtiene la recompensa merecida. ¿Por ventura no debo acordarme de mis amigos difuntos cuando más me necesitan? ¡Oh diestra mía! ¡Cuánto anhelas empuñar la lanza, aunque los años frustren tu deseo! Te haría callar a no ser por esto, ya que osas llamarme esclavo, y con gloria habitaremos en Tebas, cuya posesión tanto placer te infunde. Desacertada anduvo entregándose a sediciosos y pérfidos consejeros; de otro modo nunca hubiese consentido que reinases en ella.[100] MÉGARA Alabo vuestra conducta, ¡oh ancianos!; justo es indignarse contra los que hacen sufrir a los amigos, pero que ningún daño padezcáis por causa nuestra de este rey airado. Oye, pues, mi parecer, ¡oh Anfitrión!, si en tu juicio lo merece. Ciertamente amo a mis hijos, ¿y cómo no, si los di a luz? La muerte es para mí una desdicha, pero luchar contra la necesidad, necia pretensión. Ya que hemos de perecer, que sea de otra manera, no devorados por el fuego y sirviendo de escarnio a nuestros enemigos, mal más intolerable que la muerte, cuando, por otra parte, no debemos deshonrar a nuestros abuelos. Gloriosa fama alcanzaste tú en la guerra para morir sin valor; pero mi ínclito esposo, ¿no expresó también su deseo de que no viviesen sus hijos mancillados? Afligen a los nobles las acciones torpes de sus hijos, y yo no debo olvidar el ejemplo de Heracles. He aquí, pues, mi opinión acerca de tus esperanzas. Crees que tu hijo vendrá del centro de la tierra, pero ¿qué muerto ha vuelto jamás de los infiernos?[101] ¿Podremos acaso aplacar con ruegos a Lico? De ninguna manera: que el necio intente huir de su enemigo; los prudentes, los que han recibido educación distinguida, solo deben ceder, porque más fácilmente se apiadarán de ti si te resignas. Ya he pensado en solicitar el destierro de estos hijos a fuerza de súplicas. Miserable será, no obstante, su suerte si han de vivir pobres y sin ventura, pues, según dicen, los que dan hospitalidad a los desterrados solo el primer día los miran con buenos ojos. Soporta, como nosotros, la muerte que te aguarda. Apelamos a tu nobleza, ¡oh anciano! El que intente luchar contra las calamidades que mandan los dioses, por grande que sea su ánimo, no dejará de ser un insensato, pues nadie logrará evitar lo que ha de suceder necesariamente.[102] EL CORO Si mi brazo fuese vigoroso y os injuriaran, fácilmente castigaría a quien tal osase; ahora nada somos; así, ¡oh Anfitrión!, piensa en la mejor manera de evitar esos males. ANFITRIÓN Seguramente no es timidez ni afición a la vida lo que me impide morir, sino mi deseo de salvar a los hijos de mi hijo, aunque, por otra parte, parezca que pretendo imposibles. He aquí mi cerviz, que ofrezco al suplicio; hiéranla, sepárenla del tronco, precipítenla de elevado peñasco; solo te pedimos, ¡oh rey!, que a nosotros dos nos concedas una gracia: mátame a mí y a esta desventurada antes que a mis hijos, para no presenciar el espectáculo impío de su martirio llamando a su madre y al padre de su padre; no esperamos auxilio alguno que nos libre de la muerte. MÉGARA Y yo te ruego suplicante que me concedas otra gracia, para que tú solo nos dispenses dos a un tiempo: déjame entrar en nuestro palacio, y preparar las fúnebres galas de estos niños; ahora poco nos echaron de él. Así, al menos, poseerán los únicos restos de los bienes de su padre. LICO Se hará lo que pides; ordeno, pues, a mis servidores que abran las puertas. Entrad y preparad esas fúnebres galas, que mi odio no va tan lejos; pero cuando los hayáis vestido, vendré a buscaros para enviaros a la mansión subterránea. (_Vase_). MÉGARA Seguid, hijos míos, los tristes pasos de vuestra madre al hogar paterno, en donde otros poseen lo que os pertenece, y solo queda vuestro nombre. (_Entra en el palacio con sus hijos_). ANFITRIÓN ¡Oh Zeus!, en vano disfrutaste de mi lecho, y en vano te llamábamos padre de mi hijo; me amas menos de lo que aparentabas; y yo, simple mortal, te aventajo en virtud, siendo tú dios poderoso, porque no he hecho traición a los heráclidas. Tú sabías venir furtivamente a ajeno tálamo, o introducirte en él sin licencia de nadie, pero no salvar a tus amigos. Eres, por tanto, dios injusto o poco sabio.[103] (_Entra también en el palacio_). EL CORO _Estrofa 1.ª_ — Entona, ¡oh Febo!, alegre canto, pulsando la sonora cítara con dorado plectro,[104] que yo quiero celebrar con alabanzas, corona de sus trabajos, al que penetró en las tinieblas subterráneas de los infiernos, ya le llame hijo de Zeus, ya de Anfitrión; cantar sus nobles hazañas es honrar a los muertos. Y primeramente mató al león de la selva de Zeus, y con su cabeza y con la terrible piel de la retinta fiera abrigó sus espaldas. _Antístrofa 1.ª_ — E hirió en otro tiempo con su arco mortífero al linaje de los crueles centauros[105] que vagaban por los montes, y les dio muerte con sus veloces saetas. Testigo fue el Peneo,[106] de deleitosa corriente, y las espaciosas y estériles llanuras, y los valles del Pelión,[107] y las peñas vecinas a Hómola,[108] desde donde, armados con pinos, devastaban con sus correrías el país de los tesalios. Y después que mató a la cierva de manchado lomo, envanecida con sus cuernos de oro, azote de los rústicos labradores, la ofreció a la diosa de Énoe, cazadora de fieras.[109] _Estrofa 2.ª_ — Y subió en las cuadrigas, y domó los caballos de Diomedes,[110] que, furiosos y sin freno, devoraban en sus letales pesebres ensangrentado pasto, disfrutando el nefando banquete del placer de desgarrar carne humana. Y pasó el Hebro,[111] de argentadas ondas, para cumplir el trabajo que le ordenó Euristeo, el tirano de Micenas, y atravesó las cumbres del Pelión, junto a la corriente del Anauro.[112] Y con su arco mató a Cicno,[113] asesino de extranjeros, inhospitalario habitante de Anfanas. _Antístrofa 2.ª_ — Y llegó al palacio Hesperio, en donde moraban las vírgenes cantoras, para coger el fruto de los manzanos de hojas de oro resplandeciente, después de exterminar al dragón rojo, que, enrollado en el árbol, lo guardaba de todos. Y entró luego en el seno del espacioso mar, y lo limpió de monstruos para que los mortales navegaran. Y con sus brazos sostuvo el cielo en su centro, cuando fue al palacio de Atlas,[114] y merced a su fortaleza la estrellada mansión de los dioses no vaciló en sus cimientos. _Estrofa 3.ª_ — Y hendiendo las olas del Euxino, buscó al escuadrón de las amazonas[115] cerca de la laguna Meótide,[116] en donde desaguan muchos ríos. ¿Cuántos amigos suyos de la Grecia no lo acompañaron en demanda del vestido de oro de la virgen, hija de Ares,[117] y del tahalí mortífero? La ínclita Grecia recibió los despojos de la virgen bárbara, que se guardan en Micenas. Y cauterizó las heridas de la hidra de Lerna, perro homicida de mil cabezas, y la mató con sus saetas, y al pastor de tres cuerpos de la Eritea.[118] _Antístrofa 3.ª_ — Y en otros combates ganó afortunada palma; y navegó en busca de Hades, que hace derramar tantas lágrimas, su último trabajo, y allí murió el desdichado, y aún no ha vuelto. Sin amigos está su palacio, y la barca de Caronte espera a sus hijos, que, desde la orilla de la vida, emprenderán peregrinación nefanda e impía, de la cual jamás se regresa; solo en tu brazo confía tu familia, y no te presentas. Si mis fuerzas fuesen ahora las de mi juventud; si yo pudiera vibrar la lanza en la pelea, con mis compañeros de Tebas socorrería a tus hijos; pero ya pasó ese tiempo. Veo venir a los hijos de Heracles, antes tan famoso, con sus vestidos mortuorios, y a su esposa amada, que los guía con tardo paso, y al anciano Anfitrión. ¡Ay de mí, desventurado, que no puedo contener las lágrimas que a torrentes brotan de mis viejos ojos! MÉGARA Veamos. ¿Quién es el sacerdote, quién el sacrificador de estos desdichados, quién el verdugo de mi mísera ánima? Prontas están las víctimas que se han de enviar al infierno. ¡Oh hijos, el carro que ha de conducirnos después de muertos no ofrecerá bello espectáculo, confundidos ancianos, jóvenes y madres! ¡Oh hado mío funesto, y de estos hijos a quienes veo por última vez! Yo, en verdad, os di a luz; pero os crié para que vuestros enemigos os deshonrasen, para que os sacrificasen, para servirles de ludibrio. ¡Ay de mí! ¡Cómo se han desvanecido las esperanzas que en otro tiempo me hizo concebir vuestro padre! (_A sus hijos_). Él, ahora difunto, te instituía heredero de Argos, en donde te esperaba el palacio de Euristeo, rey de la fértil Pelasgia, y cubría tu cabeza con los despojos del fiero león, que él mismo usaba. Tú habías de ser rey de Tebas, aficionada a carros, y poseer mis campos, según hubiesen convenido Heracles y mi padre; y a tu diestra entregaba esa incontrastable clava, vano don de Dédalo.[119] Y a ti te prometió, por último, que te daría la Tesalia, que despobló en otro tiempo con sus flechas de largo alcance. Como sois tres y era tanta la grandeza de su ánimo, os dejaba también tres reinos. Yo os buscaba bellas esposas y provechosas alianzas del campo ateniense, de Tebas y de Esparta, para que con tan dulces lazos vivieseis venturosos. Y todo se desvaneció, y cambió la fortuna, y la muerte es la esposa que os aguarda, y mis lágrimas infortunadas os servirán de ablución nupcial. Y vuestro abuelo os ofrece el banquete de bodas, y seréis yernos del Orco, cruel pariente. ¡Ay de mí! ¿Cuál de vosotros será el primero, cuál el último que estrecharé contra mi pecho? ¿A quién besaré? ¿A cuál abrazaré? Ojalá que, como la abeja de transparentes alas, recoja todas vuestras lágrimas y, reuniéndolas, derrame abundantes las mías. ¡Oh tú, el muy amado!; si en los infiernos hay algún muerto que pueda oírme, óyeme, ¡oh Heracles!; mueren tu padre y tus hijos, y yo también, la que los hombres apellidaban feliz en otro tiempo por ser tu esposa; socórrenos; ven, aunque no seas más que una sombra; solo así nos salvarás, y cobardes serán en tu presencia los asesinos de tus hijos. ANFITRIÓN Tú, ¡oh mujer!, te has acordado de cuanto a Hades se debe; yo, elevando mis manos al cielo, te invoco, ¡oh Zeus!, para que auxilies a estos niños si en algo quieres servirlos, que no podrás dentro de poco. Verdad es que te llamé otras muchas veces... Vano es mi deseo; según parece, moriremos sin remedio. Breve es la vida, ¡oh ancianos!; pasadla, pues, lo más alegremente que os sea posible,[120] y que no os visiten los dolores ni de noche ni de día. Porque el tiempo no sabe acariciar nuestras esperanzas, sino solo volar cuando acaba sus obras. Contempladme: yo, en concepto de los hombres, disfrutaba de los favores de la fortuna. Un día me los arrebata veloz, como el ave que hiende los aires. Ignoro si la felicidad y la gloria han sido siempre duraderas. Adiós, pues; por última vez veis a vuestro amigo y compañero. MÉGARA ¿Qué es esto, ¡oh anciano!? ¿Veo acaso al hombre más querido? ¿Qué diré? ANFITRIÓN No sé, hija; el estupor embarga también mi ánimo. MÉGARA Este, según afirmaban, yacía bajo la tierra, a no ser que nos engañe algún sueño a la luz del día. ¿Qué diré? ¿Deliro acaso y veo vano fantasma? Este no es otro que Heracles, ¡oh anciano! Agarraos, ¡oh hijos!, de los vestidos de vuestro padre; daos prisa, no lo soltéis, ya que para vosotros en nada cede a Zeus Salvador.[121] HERACLES Yo te saludo, palacio y vestíbulo de mis lares; ¡con qué gozo te miro de vuelta a la luz! ¡Hola! ¿Qué sucede? Delante de él veo a mis hijos, cuyas cabezas ornan fúnebres galas, y a mi esposa rodeada de hombres, y a mi padre, que llora alguna desdicha. Me acercaré a ellos, y averiguaré qué novedad ha ocurrido. ANFITRIÓN ¡Oh, el más amado de los mortales!; ¡oh luz que alumbras a tu padre!; ya te veo, ya te salvaste; a tiempo apareces a tus amigos. HERACLES ¿Qué dices? ¿Qué desgracia ha sobrevenido, ¡oh padre!? MÉGARA Estábamos a punto de morir; perdóname, anciano, si te interrumpo, que las mujeres son en cierto modo más dignas de lástima que los hombres, e inminente era la muerte de mis hijos y también la mía. HERACLES ¡Oh Apolo, triste es el exordio de tu discurso! MÉGARA Perecieron mis hermanos y mi anciano padre. HERACLES ¿Qué nueva oigo? ¿De qué manera? ¿Qué lanza les dio muerte? MÉGARA Matolos Lico, ínclito[122] señor de este país. HERACLES ¿En lucha armada, o favorecido por sediciones que hayan agitado a esta ciudad? MÉGARA Una sedición le dio el cetro de Tebas, la de las siete puertas. HERACLES ¿Y por qué te embarga tal terror, y a este anciano? MÉGARA Porque intentaba matar a tu padre, a mí y a tus hijos. HERACLES ¿Qué dices? ¿Por qué temía a mis hijos, huérfanos? MÉGARA No vengasen algún día la muerte de Creonte. HERACLES ¿Y por qué los veo revestidos de un traje que solo a los muertos conviene? MÉGARA Pusímonos ya nuestras fúnebres galas. HERACLES ¿Y habíais de morir víctimas de la tiranía? ¡Cuánta es mi desventura! MÉGARA Y sin amigos: dijéronnos que habías sucumbido. HERACLES ¿Y quién os trajo esa nueva, causa de vuestro abatimiento? MÉGARA Los mensajeros de Euristeo. HERACLES Pero ¿por qué habéis dejado mi palacio y mis lares? MÉGARA A la fuerza arrancaron a tu padre de su lecho. HERACLES ¿Y no se avergonzó de insultar así a un anciano?[123] MÉGARA La vergüenza habita lejos de la violencia. HERACLES ¿Y porque me ausento os abandonan los amigos? MÉGARA ¿Y quiénes lo son del desgraciado? HERACLES ¿Se olvidaron ya de la lucha que sostuve contra los minios? MÉGARA La desgracia, para decírtelo otra vez, no conoce amigos. HERACLES ¿No arrojaréis esas lúgubres cintas que ornan vuestros cabellos, y miraréis la luz, contemplándola gozosos con vuestros ojos, en vez de las tinieblas infernales? Ya que hay necesidad de mi brazo, buscaré al nuevo tirano y derribaré su palacio, y después de cortarle la cabeza la echaré a los perros para que la devoren, y someteré con esta clava victoriosa a todos los tebanos que me han abandonado después de recibir de mí tantos beneficios; mis aladas saetas arrancarán a otros la vida, y con su estrago llenaré de muertos el Ismeno, y de sangre las claras ondas de Dirce. ¿A quién he de socorrer con más razón que a mi esposa, a mis hijos y a este anciano? De nada me servirían mis trabajos si los sufrí sin provecho alguno mío, y no doy cima a este ahora. Yo debo morir defendiéndolos, ya que ellos habían de perecer en breve por causa de su padre. ¿Qué no se dirá de mí si después de vencer a la hidra y al león por orden de Euristeo no puedo auxiliar a mis infortunados hijos? No me llamarán, como antes, Heracles el de las gloriosas hazañas. EL CORO Justo es que un padre ayude a sus hijos, y un hijo a su padre anciano y a su compañera. ANFITRIÓN Digno es de ti, ¡oh hijo!, amar a tus amigos y aborrecer a tus enemigos; pero no te precipites. HERACLES ¿Y cómo, ¡oh padre!, puede haber precipitación en esto? ANFITRIÓN El rey tiene muchos auxiliares miserables, aunque los hombres los llamen opulentos, que promovieron la sedición y perdieron la ciudad por despojar a los otros;[124] sus gastos y su vituperable holganza han dado fin a sus bienes. Te han visto llegar a la ciudad; guárdate, pues, de morir, contra lo que te figuras, si se reúnen tus adversarios. HERACLES Poco me importaría que toda la ciudad me viera, pues al observar cierta ave en paraje infausto, comprendí que alguna calamidad había ocurrido a mi familia, y sin rodeos, deliberada y públicamente, he venido aquí. ANFITRIÓN Está bien; acércate ahora a saludar a tus lares, que vea tu rostro el hogar paterno. El rey en persona vendrá a arrastrar a la muerte a tu esposa e hijos, y a sacrificarnos a los demás. Estate, pues, allí, y sin peligro saldrá todo como deseas, y no alborotarás tu ciudad, ¡oh hijo!, hasta no acabar esta empresa. HERACLES Así lo haré, y bien me aconsejaste; iré a mi palacio. Al fin, de vuelta de los subterráneos sin sol, donde moran Hades y su esposa, saludaré primero a mis dioses domésticos. ANFITRIÓN ¿Y descendiste verdaderamente al palacio de Hades, hijo mío? HERACLES Y traje a la claridad del día a la fiera de tres cabezas. ANFITRIÓN ¿En lucha vencedora, o por concesión de la diosa? HERACLES Después de vencerla; también tuve la fortuna de ser iniciado en los santos misterios.[125] ANFITRIÓN ¿Y está ahora esa fiera en el palacio de Euristeo? HERACLES En la selva de Deméter y en la ciudad de Hermíone.[126] ANFITRIÓN ¿Ignora acaso Euristeo que has vuelto a la tierra? HERACLES No lo sabe; yo, a mi regreso, deseaba visitar cuanto antes a mi familia. ANFITRIÓN ¿Y cómo estuviste tanto tiempo en el infierno? HERACLES Me detuve por sacar de él a Teseo, ¡oh padre! ANFITRIÓN ¿Y en dónde está? ¿Fue a su patria? HERACLES Encaminose a Atenas, lleno de alegría al verse fuera del Orco.[127] Pero seguid a vuestro padre a su palacio, ¡oh hijos!; vuestra entrada en él os será más grata que vuestra salida. Cobrad ánimo y no derramad a torrentes las lágrimas. Tú también, ¡oh esposa!, reanímate y no tiembles; soltad mis vestidos, que no soy ningún ave, ni quiero huir de mis amigos. ¡Ah! ¡No me obedecen, sino los estrechan con más fuerza! ¡Tan inminente era el peligro! Como si fuesen navecillas los llevaré de la mano y los remolcaré, que no me opongo a salvarlos. Todos los hombres son semejantes: aman a sus hijos los que más valen, y los que nada son; en punto a riquezas hay diversidad entre ellos: unos las tienen, otros no; pero todos los aman igualmente. EL CORO _Estrofa 1.ª_ — Grata es para mí la juventud, no la vejez, carga más pesada que los peñascos del Etna, que agobia mi cabeza y oscurece con sus tinieblas la luz de mis ojos.[128] Ni todo el lujo del imperio del Asia, ni un palacio lleno de oro valen para mí lo que ella, que si es muy dulce en la opulencia, también lo es en la pobreza. Aborrezco la triste y letal senectud; ojalá que desaparezca bajo las olas, pues nunca debió acercarse a los hombres y a las ciudades, sino volar por los aires. _Antístrofa 1.ª_ — Si la prudencia y la humana sabiduría fuesen patrimonio de los dioses, disfrutaríamos de doble juventud los que la mereciésemos por nuestras virtudes, para que, después de muertos, volviésemos a ver de nuevo el sol y viviésemos dos veces, y así se distinguirían los buenos de los malos como los marineros distinguen las innumerables estrellas del firmamento. Pero ahora no hay señal alguna para conocerlos, y vivimos vida agitada, pensando solo en acumular riquezas. _Estrofa 2.ª_ — No cesaré de adorar a las Gracias y a las Musas, unidas en dulcísimo consorcio. Que yo no viva sin las nueve hermanas, y que las coronas ornen siempre mis sienes. Todavía el anciano poeta celebra a Mnemósine;[129] todavía cantaré el triunfo de Heracles, ya en el templo de Dioniso, que nos da aromático vino, ya al son de la lira de siete cuerdas y de la flauta líbica; aún alabaremos a las Musas, que me invitaron a formar estos coros. _Antístrofa 2.ª_ — Himnos entonan las delíades,[130] danzando en bellos grupos a las puertas del templo en loor de los bienaventurados hijos de Leto; yo, anciano poeta, como el cisne[131] cantaré también himnos en tu palacio, ¡oh Heracles!, con voz trémula; fausto argumento me da para ello el hijo de Zeus, que, superando con sus hazañas a sus nobles progenitores, ha logrado con sus trabajos que los mortales vivan tranquilos, sin miedo a las fieras. (_Sale Anfitrión del palacio, y aparece Lico_). LICO A tiempo sales del palacio, ¡oh Anfitrión!; no habéis tardado poco en vestiros el traje mortuorio. Pero ve y ordena que lo dejen ya los hijos y la esposa de Heracles, según prometisteis espontáneamente, sabedores de vuestra próxima muerte. ANFITRIÓN ¡Oh rey! Me persigues sin apiadarte de mi suerte, y tu conducta es insolente, cuando sabes que ha muerto mi hijo, y que, por lo mismo que mandas, debías ser mesurado y compasivo. Pero ya que nos obligas a morir, necesario es someternos a nuestro destino y obedecerle. LICO ¿En dónde está Mégara? ¿Dó los hijos del hijo de Alcmena? ANFITRIÓN Figúraseme, en cuanto puedo presumir desde aquí fuera... LICO ¿Qué? ¿En qué te fundas? ANFITRIÓN Que pide suplicante en el santuario de sus lares... LICO Seguramente suplica en vano que la salven. ANFITRIÓN Y en vano llama también a su esposo. LICO Que ni la oye, ni jamás vendrá. ANFITRIÓN No, a no ser que algún dios lo resucite. LICO Ve a buscarla, y arráncala del palacio. ANFITRIÓN Sería cómplice de este asesinato si lo hiciera. LICO Nosotros, libres de esos terrores que la religión te inspira, traeremos a los hijos y a la madre. Seguidme, servidores, para que, libres de inquietud, logremos al fin el descanso apetecido. ANFITRIÓN Ve tú también; ve adonde debes ir; quizá otro se encargue de lo restante. Pero ya que obras mal, lo sufrirás también. ¡Oh ancianos! Buen camino lleva; en lazos mortales ha de enredarse el malvado que espera matar a otros. Pero iré y le veré caer, que es grato presenciar la ruina de un enemigo cuando paga la pena de su delito. PRIMER SEMICORO Truécase la suerte; el que antes era gran rey, descenderá a los infiernos. ¡Ay de la justicia! ¡Ay de las alternativas del destino! SEGUNDO SEMICORO Tarde llegaste, ¡oh tú que injuriabas a quienes valían más que tú!, adonde expiarás con la vida tu crimen. PRIMER SEMICORO Pero veamos, ¡oh anciano!, lo que sucede en el palacio, y si alguno se encarga de realizar mi deseo. (_Acércanse a la puerta del palacio_). LICO ¡Ay, ay de mí! PRIMER SEMICORO Ya escucho desde aquí canto grato a mis oídos; cercana está la muerte. Los clamores y los gemidos del rey son el prólogo que precede a su ruina. LICO ¡Oh tierra entera de Cadmo! ¡Pérfidamente muero! SEGUNDO SEMICORO ¡Así mataste a otros! Sufre, pues, ahora la pena que mereces, que tal debe ser el castigo de tus delitos. PRIMER SEMICORO ¿Qué mortal, acusando injustamente a los dioses, profiere necias injurias contra los celestiales bienaventurados, diciendo que nada pueden? SEGUNDO SEMICORO Ancianos, ya no existe el impío. El silencio reina en el palacio; volvamos a nuestros coros; felices son aquellos a quienes amo. (_Vuelven los semicoros a su puesto, y se reúnen de nuevo_). EL CORO _Estrofa 1.ª_ — Danzas, danzas y festines se celebran en la ciudad sagrada de Tebas; trocáronse las lágrimas, trocose la fortuna, y se oirán, se oirán nuestros cantos. Pereció este nuevo rey, y el antiguo impera, recién venido de las orillas del Aqueronte. Inopinadamente se realizó nuestra esperanza. _Antístrofa 1.ª_ — Los dioses, los dioses no se olvidan cuando es conveniente premiar a los piadosos o castigar a los impíos. El oro y la fortuna borran la modestia del corazón humano, y consigo traen la arbitrariedad y la injusticia. El que huella las leyes no arrostra las vicisitudes de la suerte, y el inicuo rompe por sí mismo el negro[132] carro de la felicidad. _Estrofa 2.ª_ — ¡Oh Ismeno!, corónate de guirnaldas;[133] danzad vosotras, moradas brillantes de esta ciudad de siete puertas, y tú, Dirce de bellas ondas, y vosotras, vírgenes ninfas del Asopo, andad, dejad las aguas de vuestro padre y cantad en coro la gloriosa lucha y la preclara victoria de Heracles. ¡Oh rocas de Apolo, cubiertas de selvas, y Helicón, albergue de las musas!; alabad con alegre algazara mi ciudad, alabad mis murallas, en donde apareció un linaje de hombres sembrados que, embrazando sus escudos de bronce, formaron armado escuadrón y dejaron en herencia esta tierra a los hijos de sus hijos, luz sagrada de Tebas. _Antístrofa 2.ª_ — ¡Oh lecho, que en dulce consorcio fuiste visitado por un mortal y por Zeus, fogoso amante de la ninfa, hija de Perseo!; si no lo dudé en otro tiempo, ahora lo creo más firmemente, porque no lo esperaba; probado está el incomparable valor de Heracles, que volvió del centro de la tierra, después de haber visto el palacio infernal de Hades. Prefiero tu imperio al de reyes degenerados, como el que ha sucumbido en esta lucha, señal de que la justicia agrada todavía a los dioses. (_Aparécese la Locura en negro carro encima del palacio, e Iris a su lado_). ¡Hola!, ¡hola! ¿Volvemos, ¡oh ancianos!, a sentir el aguijón del temor? ¿Qué fantasma es ese que veo sobre el palacio? Huye, huye, aligera tu tardo paso, aléjate de aquí. ¡Oh rey Apolo, líbrame de estos males! IRIS No os alarméis, ancianos, de ver a la Locura, hija de la Noche, y a mí, Iris,[134] mensajera de los dioses; no venimos a hacer daño a esta ciudad, sino a la familia de un solo hombre, llamado hijo de Zeus y de Alcmena. Porque antes de terminar sus duros trabajos, guardábalo el destino, y no permitía Zeus que ni Hera ni yo le infiriésemos la más leve ofensa; pero ya que ha obedecido las órdenes de Euristeo, Hera y yo queremos castigarlo,[135] obligándolo a matar a sus hijos y a derramar la sangre de sus más allegados parientes. Anda, pues, hija virgen de la negra Noche, de corazón inexorable; inspírale la locura, trastorna su juicio hasta que extermine a sus hijos y se muevan sus pies en danzas insensatas; agítalo, envuélvelo en tus redes letales, para que sus hijos, muertos a sus manos siendo su más bella corona, atraviesen el estrecho Aqueronte, y sepa lo que es la ira que a Hera y a mí animan; nada valdrán los dioses, y mucho los mortales, si no sufre ese castigo. LA LOCURA Nací de padre y madre nobles, de la sangre del Cielo y de la Noche, y ni me es dado aborrecer a mis amigos, ni ofender a los que lo son de los hombres. Pero quiero hacer una advertencia a ti y a Hera antes que te vayas, por si la tenéis en cuenta. Ni en la tierra ni en el Olimpo es desconocido este héroe a cuyo palacio me enviáis, pues pacificó regiones inaccesibles y el alborotado mar, y solo él reconstruyó los altares de los dioses que abandonaron los impíos, y por todo esto te aconsejo que no le suscites graves males.[136] IRIS No te opongas a mis deseos y a los de Hera. LA LOCURA La senda que yo trazo es la mejor. IRIS La esposa de Zeus no te ordenó que vinieses aquí para mostrarte afable. LA LOCURA Sea testigo el Sol de que la obedezco contra mi voluntad. Si es necesario que yo cumpla vuestros mandatos sin vacilar, como el perro del cazador, iré allá; ni la mar con sus olas que braman, ni el horrible terremoto, ni el incontrastable rayo, fuente de dolores, me igualarán cuando me enseñoree del pecho de Heracles, y pulverice los techos, y derribe su palacio, matando antes a sus hijos; y él no sabrá que los sacrifica, habiéndolos engendrado, hasta que no se vea libre de mi rabia. Ved cómo el toro, pronto a embestir, sacude ya su cabeza y revuelve en silencio sus ojos extraviados, de mirar siniestro, y respira con trabajo, y muge terriblemente, invocando a las Furias del Tártaro. Luego te atormentaré más y te llenaré de terror. Vete al Olimpo, Iris; levanta tus pies generosos, que voy a penetrar invisible en la regia morada de Heracles. (_Retíranse Iris y la Locura_). EL CORO ¡Gime, ay de mí, ay de mí, ¡oh ciudad!, que cortan tu flor, el hijo de Zeus! ¡Grecia infeliz, que pierdes tu bienhechor, víctima de los furores de la Locura, que no desaparece al son de las flautas! Causa de muchos gemidos, alejose en su carro y aguijó sus caballos para hacer el mal, que es la Gorgona,[137] hija de la Noche, cuyas sierpes silban a un tiempo con sus cien cabezas, la Locura de ojos ardientes. Pronto destruye un dios su felicidad, pronto expirarán los hijos a manos de su padre. ¡Ay de mí, desventurado! ¡Oh Zeus! En breve las crueles Furias, rabiosos ministros de venganza, azotarán a tu linaje, que se extinguirá. ¡Oh palacio! ¡Danza sin tímpanos,[138] sin el grato tirso de Dioniso! ¡Oh palacio!, que inundará de sangre, no del jugo de báquicos racimos. Huid, ¡oh hijos!; ya suena, ya suena el canto de guerra, y comienza a perseguir a sus hijos; la Locura no se desencadenará en vano en el palacio. ¡Ay de mí, ay de mis desdichas; ay, ay de mí, que lloro a su padre anciano, y a la madre de estos niños, en mal hora nacidos! Mirad, mirad; la tempestad conmueve el edificio, el techo se desploma. ¡Ay de mí! ¿Qué haces, hijo de Zeus? Desorden infernal promueves en tu morada, como Palas en otro tiempo luchando con Encélado.[139] EL MENSAJERO (_que sale del palacio_). ¡Ancianos de blancos cabellos! EL CORO ¿Por qué me llamas con esas voces? EL MENSAJERO Terribles sucesos ocurren no lejos de aquí. EL CORO No preguntaré a ningún adivino. EL MENSAJERO ¡Perecieron sus hijos! EL CORO ¡Ay, ay de mí! EL MENSAJERO Llorad, que lo merece esta desdicha; cruel muerte fue la suya. EL CORO Cruel también su padre, ¡oh! EL MENSAJERO Es increíble lo que hemos sufrido. EL CORO ¿Cómo cuentas tan lamentable, tan lamentable desgracia, causada por un padre a sus hijos? Dime cómo la cólera divina ha descargado en esa familia, y cuál ha sido el fin miserable de los nietos de Creonte. EL MENSAJERO Preparadas estaban las víctimas ante el ara de Zeus para purificar el palacio, libre ya del odioso cadáver del rey de este país;[140] asistía a esta ceremonia el coro de sus bellos hijos, y Heracles y Mégara, y ya el cesto sagrado circulaba en torno del ara y guardábamos silencio. Cuando el hijo de Alcmena se disponía a tomar con su diestra el tizón y sumergirlo en el agua lustral, detúvose sin decir palabra, y al verlo vacilar, miráronle sus hijos. Pero ya no era él; había perdido el juicio, y tenía los ojos extraviados y llenos de sangre, y de su poblada barba caía copiosa espuma. Entonces dijo con risa insensata: «¡Oh padre!, ¿a qué preparo el agua lustral antes de matar a Euristeo, y anticipo inútilmente esta expiación, que podrá hacerse después? Cuando traiga aquí su cabeza purificaré mis manos de sangre. Derramad el agua y tirad los cestos. ¿Quién me da el arco? ¿Quién mi arma terrible? Iré a Micenas; llevemos palancas y azadones para derribar con su corvo hierro la ciudad en donde habitaron los cíclopes, después de edificarla con ayuda de su regla roja y de haber observado los astros». Se apartó un poco, y no habiendo allí carro alguno, él lo afirmaba, y fingió subir en él, y agitaba la mano como si manejase el aguijón. Y a un mismo tiempo infundía risa y miedo en sus servidores, y uno de ellos se expresó así, mirando a los demás: «¿Está loco nuestro señor, o se divierte con nosotros?». Mientras tanto él subía y bajaba las escaleras, y apareciéndose de repente en el aposento de los hombres, aseguraba que había llegado a la ciudad de Niso,[141] cuando realmente no había salido de su palacio. Recostándose luego en tierra como si estuviera en aquella ciudad, preparó su alimento, pero a los pocos instantes decía hallarse en las cumbres frondosas del Istmo, y despojándose de sus vestidos luchaba solo, y se proclamaba vencedor, hablando a espectadores imaginarios. Profiriendo contra Euristeo palabras horribles, creía hallarse en Micenas. Su padre, estrechando su robusta mano, le habló así: «¡Oh hijo!, ¿qué sufres? ¿Qué peregrinación es esta a que aludes? ¿Acaso te ha trastornado el juicio la muerte de los que ha poco perecieron a tus golpes?». Pero él, creyendo ver al padre de Euristeo en ademán suplicante, lo rechaza, y amenaza a sus hijos con su ligera aljaba y su arco, persuadido de que eran los de Euristeo. Ellos, consternados, huyeron en diversas direcciones, refugiándose uno bajo los vestidos de su mísera madre, otro detrás de una columna, y el último, en fin, como temblorosa ave, cerca del altar. Mégara exclamó: «¡Oh padre!, ¿qué haces? ¿Matas a tus hijos?». El anciano y todos los servidores dan voces; pero él, persiguiendo al pobre niño alrededor de la columna con pasos terribles, cuadrose enfrente y le hirió las entrañas, y cayó en tierra, tiñendo con su sangre, al morir, las columnas de piedra. Dio entonces un grito de júbilo, y vanagloriándose de su acción, dijo: «Ya murió un hijo de Euristeo, y yace en tierra en expiación de la enemistad paternal». Y tiende el arco contra el otro, que temblaba al pie del altar, pensando escaparse. Cayó el desdichado de rodillas ante su padre, y extendiendo sus manos hacia su cuello y barba, dijo: «¡Oh padre muy amado, no me mates!; hijo tuyo, hijo tuyo soy, no de Euristeo». Pero él, revolviendo con furor sus ojos gorgónicos, y viendo que estaba demasiado cerca para dispararle sus saetas, como el herrero que golpea en la encendida masa descargó su clava en la blonda cabeza del niño y desbarató sus huesos. Y después que dio muerte al segundo de sus hijos, fue en busca de la tercera víctima. Prevínole su madre mísera, y cerró las puertas; pero él entonces, como si se hallase junto a los muros de los cíclopes, remueve la tierra, da golpes en las puertas con las palancas y, arrancando los postes, postró en tierra de un flechazo al hijo y a la madre. De allí corre apresurado a matar al anciano; mas se apareció Palas, según creímos, blandiendo en su mano aguda lanza, y tiró una piedra enorme que, dándole en el pecho, impidió que perpetrase su rabioso crimen, y le infundió sueño; cayó al suelo, recostándose en un trozo de columna que quedó en pie en el umbral después de caer el techo. Y nosotros, cuando volvimos, lo atamos con cuerdas a ella ayudados del anciano, para que al despertar no derramase más sangre. El desdichado, ya sin esposa y sin hijos, duerme mísero sueño. No hay mortal más infortunado. EL CORO Celebérrimo e increíble fue en la Grecia el asesinato que en la región argólica osaron cometer las hijas de Dánao;[142] pero supéralo este, y aún es más deplorable que tan antiguo crimen. Yo puedo decir que la muerte que dio Procne[143] a su generoso y único hijo redundó en honor de las musas; pero tú, ¡oh desventurado!, asesinaste rabiosamente a los tres que engendraste. ¿A cuál gemiré o lloraré, por cuál entonaré fúnebre plegaria o pronunciaré los versos que cantan los coros infernales? ¡Ay, ay de mí! (_Ábrense las dos puertas del palacio y se ve a Heracles dormido y atado a un trozo de columna, rodeado de los cadáveres de su mujer e hijos_). Ved cómo se abren las dos puertas y se descubren los altares del palacio; contemplad los míseros hijos, que yacen cerca de su infortunado padre, mientras duerme profundamente lejos de este estrago, y los lazos y multiplicados nudos que envuelven su cuerpo, atado a la columna de piedra. Como el ave que llora a sus hijuelos implumes, así se acerca aquí el anciano con tardo paso, atravesando esta escena horrible. Helo ya aquí. ANFITRIÓN Ancianos de Tebas, ¿no guardaréis silencio para que olvide durmiendo sus males?[144] EL CORO Por ti lloro y gimo, y por estos hijos, y por el varón ilustre que ganó tan preclaras victorias. ANFITRIÓN Alejaos; no hagáis ruido, no gritéis, para que no despierte, pues duerme plácida y sosegadamente. EL CORO ¡Ay de mí! ¡Cuántos horrores! ANFITRIÓN ¡Ah, ah! Vosotros me desesperáis. EL CORO El que estaba tendido en tierra se levanta. ANFITRIÓN ¿No os lamentaréis en silencio, ancianos? Cuidado no despierte y rompa las cuerdas que lo sujetan, y pierda a la ciudad, y pierda a su padre, y acabe de derribar el palacio. EL CORO ¡Imposible, imposible! ANFITRIÓN Calla, que observaré cómo respira; vamos, me acercaré a escuchar. EL CORO ¿Duerme? ANFITRIÓN Sí, duerme sueño parricida; mató a su esposa, mató a sus hijos, los hirió con su rechinante arco. EL CORO Gime, pues... ANFITRIÓN Gimo... EL CORO Por la muerte de sus hijos. ANFITRIÓN ¡Ay de mí! EL CORO Y por el tuyo. ANFITRIÓN ¡Ah, ah! EL CORO ¡Oh anciano!... ANFITRIÓN Calla, calla, que ha despertado y se revuelve. Ea, pues, me ocultaré en el palacio. EL CORO No tengas miedo, que las tinieblas envuelven los párpados de tu hijo. ANFITRIÓN Mirad, mirad. Agobiado por males tan intolerables no temo dejar la luz, sino que cometa también el crimen de matar a su padre y aumente sus infortunios, y que además de las Furias, que ya lo agitan, vengan las que castigan a los parricidas. EL CORO Debiste morir cuando vengaste la muerte de los hermanos de tu esposa, derribando la ciudad de los tafios, bañada por las olas. ANFITRIÓN Huid, ancianos, huid de este palacio; huid de este hombre furioso, que despierta de su sueño. Pronto presenciaréis un nuevo asesinato, y alborotará a la ciudad de Tebas. EL CORO ¡Oh Zeus! ¿Por qué tan sin mesura odias a tu hijo y lo sumerges en este abismo funesto? HERACLES (_que vuelve en sí poco a poco_). ¡Ah! Ya respiro. (_Anfitrión y el coro se ocultan cuando oyen las exclamaciones de Heracles_). Y veo lo que más anhelo, el aire, la tierra y estos rayos del sol; pero figúraseme que he sufrido grave borrasca y perturbación en mi juicio, y que abrasa mi aliento, saliendo de mis pulmones con trabajo, no como antes. ¿Qué es esto? ¿Por qué, como a una nave,[145] sujetan cuerdas mi pecho y vigorosos brazos, y estoy sujeto a este trozo de columna, cercado de cadáveres? Flechas aladas y un arco yacen esparcidos por el suelo, que antes no se separaban de mí, y me defendían, y yo los conservaba con cuidado. Según presumo, no he vuelto otra vez a los infiernos por orden de Euristeo, habiendo venido hace poco. Ni veo el peñasco de Sísifo, ni a Hades, ni el cetro de la hija de Deméter. Admirado estoy; ignoro en dónde me hallo. ¡Hola! ¿Hay cerca o lejos algún amigo que disipe mis dudas? Paréceme que me son desconocidos todos estos objetos. ANFITRIÓN Ancianos, ¿me acercaré ya al autor de mis males? EL CORO Y yo contigo, para compartir tu desgracia (_Acércanse a él el coro y Anfitrión, este sollozando y cubierto el rostro_). HERACLES Padre, ¿por qué lloras y ocultas tu rostro, apartándole de tu hijo muy querido? ANFITRIÓN ¡Oh hijo, que eres mi hijo, aunque desdichado! HERACLES Pero ¿cuál es mi infortunio, para que así llores? ANFITRIÓN Si algún dios lo sufriese, gemiría. HERACLES Tus palabras son graves, pero aún no has dicho lo ocurrido. ANFITRIÓN Tú mismo lo ves, si estás en tu juicio. HERACLES Di si me acusas de algún crimen que yo haya cometido. ANFITRIÓN Te lo diré, si ya no eres esclavo de Hades. HERACLES ¿Qué es esto? Por dos veces has hablado en términos enigmáticos. ANFITRIÓN Estoy observándote, hasta cerciorarme de que has recobrado la razón. HERACLES No recuerdo haber padecido nunca dolencia alguna de ese género. ANFITRIÓN Ancianos, ¿desato a mi hijo? ¿Qué hago? HERACLES Dime también el nombre del que me sujetó, que al verme así me avergüenzo. ANFITRIÓN Piensa solo en tus males, y deja lo demás. HERACLES ¿Basta, acaso, tu silencio para saber lo que deseo?[146] ANFITRIÓN ¡Oh Zeus!, ¿impasible contemplas estas desdichas, fraguadas en el solio de Hera? HERACLES ¿He recibido, por ventura, algún nuevo daño de esa diosa? ANFITRIÓN Olvídate de ella y acuérdate solo de tu infortunio. HERACLES ¡Perdidos somos! ¿De qué calamidad hablas? ANFITRIÓN Mira, contempla estos cadáveres de tus hijos. HERACLES ¡Ay de mí! ¡Horrible espectáculo! ¡Oh desgracia! ANFITRIÓN Guerra nefanda, ¡oh hijo!, has hecho a los tuyos. HERACLES ¿De qué guerra hablas? ¿Quién los mató? ANFITRIÓN Tú y tu arco, y el dios que te sugirió ese crimen. HERACLES ¿Qué dices? ¿Quién es el asesino? ¡Oh padre, mensajero de desdichas! ANFITRIÓN Víctima de tu delirio, deseas oír narración deplorable. HERACLES ¿También soy yo el asesino de mi esposa? ANFITRIÓN Todos estos atentados obra son de la misma mano. HERACLES ¡Ay, ay de mí! Tristes tinieblas me cercan. ANFITRIÓN ¡Tus males me hacen llorar! HERACLES ¿Furioso derribé, pues, mi palacio? ANFITRIÓN Solo sé que en todo eres desdichado. HERACLES ¿Cuándo me acometió la locura? ¿Cuándo se ensañó en mí? ANFITRIÓN Al purificar con el fuego tus manos junto al ara. HERACLES ¡Ay de mí! ¿Cómo no me arranco la vida,[147] cuando he asesinado a los hijos de mi corazón, o me precipito de algún peñasco escarpado, o atravieso mi pecho con la espada, para que yo sea también el vengador de su muerte, o abrase el fuego mi cuerpo para lavar esta infamia que me agobia? Pero aquí viene Teseo, mi pariente[148] y amigo, que se opondrá a mi suicidio. ¿Me verán los ojos de mi huésped más amado lleno de sangre de mis hijos? ¡Ay de mí! ¿Qué haré? ¿A qué soledad dirigiré mis pasos para librarme de estos males? ¡Ay, si pudiera volar por los aires, o esconderme en la tierra! Ocultaré mi rostro, que me avergüenzo de mis crímenes, y ya que estoy manchado con esta sangre, no quiero contaminar a los demás. (_Aparece Teseo con su séquito de guerreros atenienses_). TESEO Acompáñanme otros jóvenes guerreros de Atenas, que acampan a las orillas del Asopo, para auxiliar a tu hijo, ¡oh anciano! A la ciudad habitada por los descendientes de Erecteo llevó nueva la fama de que Lico, después de apoderarse de esta región, os había declarado la guerra y se preparaba a pelear con vosotros. He venido, pues, a pagar a Heracles el beneficio que me hizo sacándome de los infiernos, y por si necesitáis de mi auxilio o del de mis aliados. ¿Qué es esto? ¿Qué hacen aquí estos cadáveres? ¿He venido acaso tarde para evitar esta desgracia? ¿Quién mató a estos niños? ¿Cúya es esta esposa que miro? Porque presumo que no han muerto en la guerra, sino que han sido víctimas de alguna otra calamidad. ANFITRIÓN ¡Oh rey, dueño de la colina cubierta de olivos!... TESEO ¿Por qué comienzas tu plática con tan triste exordio?[149] ANFITRIÓN Hemos sufrido graves males, obra de los dioses. TESEO ¿Quiénes son estos niños a quienes lloras? ANFITRIÓN Engendrolos mi desventurado hijo, y él mismo los mató; él osó asesinarlos. TESEO Otras palabras quiero oír. ANFITRIÓN Y de buen grado te obedeciera. TESEO ¡Horribles son las que has proferido! ANFITRIÓN ¡Perdidos somos! ¡Perdidos somos! TESEO ¿Qué dices? ¿Cómo lo hizo? ANFITRIÓN Arrastrado por la locura; los mató con veneno de la hidra de cien cabezas.[150] TESEO Débelo al odio de Hera. ¿Quién es ese que yace entre los muertos, anciano? ANFITRIÓN Mi hijo, mi hijo mísero, que, armado de su escudo, combatió en mortal pelea a favor de los dioses, y luchó contra los gigantes en los campos de Flegra.[151] TESEO ¡Ay, ay de mí! ¿Qué mortal fue nunca tan desdichado? ANFITRIÓN No hallarás otro víctima de tantas calamidades ni de tan inauditos infortunios. TESEO ¿Por qué el infeliz oculta su cabeza bajo sus vestidos? ANFITRIÓN Porque se avergüenza de verte, recordando tu amistad fraternal y la muerte de sus hijos. TESEO También vine a compartir su dolor; descúbrelo. ANFITRIÓN (_que se arrodilla delante de Heracles_). ¡Oh hijo!, quita ese vestido de tus ojos, sepáralo a un lado, muestra tu faz al sol, que un noble amigo viene a enjugar tus lágrimas. ¡Por tu barba, por tus rodillas y tu mano te lo suplico, por el llanto que vierte este anciano! ¡Hijo mío, aplaca tu ira de fiero león, que te arrastra fuerza mortífera e impía, y quieres añadir nuevos males a los que ya sufrimos! TESEO Vamos; a ti me dirijo, que yaces en tan deplorable postura; muestra tu rostro a tus amigos. ¡No hay nube tan negra que pueda encubrirnos la plaga de tus males! ¿Por qué extiendes hacia mí tu mano, y me señalas esos muertos? ¿Temes acaso contaminarme si me hablas? No rehúso compartir tus desdichas, que fui feliz algún día, y no olvido que me sacaste de las tinieblas a la luz. Detesto a los que muestran fría gratitud a sus amigos, y al que quiera disfrutar con ellos de sus placeres y abandonarles en la desgracia. Levántate, descubre tu cabeza desdichada, míranos. (_Quítale el vestido del rostro_). El mortal que es noble sufre con resignación la cólera del cielo. HERACLES ¡Oh Teseo!, ¿no eres testigo del estrago que he hecho en mis hijos? TESEO Ya me lo han referido, y mis ojos contemplan el desastre a que aludes. HERACLES ¿Por qué descubriste mi cabeza a la luz del sol? TESEO ¿Y por qué no? Tú, siendo hombre, ¿ofendes acaso a los dioses? HERACLES Evita, ¡oh desdichado!, mi contagio impío. TESEO Nunca contagian los amigos. HERACLES Te alabo; no me arrepiento de los beneficios que te hice. TESEO Y yo que los recibí, me compadezco ahora de ti. HERACLES Digno soy de lástima por haber asesinado a mis hijos. TESEO Lamento tu desdicha y la mudanza de tu suerte. HERACLES ¿Viste nunca a algún otro víctima de mayores males? TESEO Desde la tierra llegan los tuyos al cielo. HERACLES Dispuesto estoy a morir. TESEO ¿Crees, acaso, que se cuidarán los dioses de tus amenazas? HERACLES Crueles son conmigo, y yo lo seré con ellos. TESEO Refrena tu lengua, que agravarás tus dolores si hablas con soberbia. HERACLES Tantos son ya mis males, que no hay lugar para más. TESEO ¿Qué harás? ¿En dónde descargarás tu ira? HERACLES Muerto iré al infierno, de donde he venido. TESEO Palabras son las tuyas de un hombre vulgar. HERACLES Tú me aconsejas así porque no sufres lo que yo. TESEO ¿Cómo? ¿Así se expresa Heracles, el que padeció tantos trabajos? HERACLES No los sufriré tan crueles, suponiendo que pueden tolerarse. TESEO ¿El bienhechor y grande amigo de los hombres? HERACLES De nada me sirve esto, que vence Hera. TESEO No consentirá la Grecia que tan temerariamente mueras. HERACLES Oye, pues, y mis palabras desvanecerán tus escrúpulos; yo te explicaré por qué no debo vivir ahora, ni debía vivir antes. Recuerda, en primer lugar, que este es mi padre, manchado con la sangre del anciano que engendró a mi madre Alcmena, su esposa.[152] Cuando es vicioso el tronco de un linaje, es necesario que sean desgraciados sus descendientes. Zeus, sea quien fuere, me dio el ser y me hizo odioso a Hera; no te ofendas, anciano, que para mí eres tú mi padre, no Zeus. Y cuando todavía mamaba envió a mi cuna terribles serpientes aquella diosa para que me ahogasen.[153] ¿A qué contar los trabajos que después sufrí, cuando la pubertad sombreó mi labio? ¿Qué luchas no he sostenido con leones, con tifones de tres cuerpos,[154] con gigantes o con innumerables centauros? Y después de dar muerte a la hidra, perro de muchas cabezas que sin cesar renacían, terminé otras muchas empresas, y fui a los infiernos por orden de Euristeo, para sacar a la luz del sol al monstruo de tres cabezas que guarda la entrada. Y ahora, por último, me aflige la desdicha de haber asesinado a mis hijos, para poner el colmo a los males que se ensañan en mi familia. A tal extremo he llegado; ni aun me es lícito habitar en mi amada Tebas, porque si permanezco en ella, ¿qué templo visitaré, qué amigos? Tan grande es mi desventura que no puedo hablar con nadie.[155] ¿Me encaminaré a Argos? ¿Cómo, estando desterrado de mi patria? ¿A qué otra ciudad iré? Me mirarán con malos ojos, porque todos me conocerán y amargamente murmurarán así de mí: «¿No es ese aquel hijo de Zeus que mató en otro tiempo a sus hijos y a su esposa? ¿No se irá de aquí a expiar en otra parte su crimen?». Tristes son las mudanzas de la fortuna para los que se reputan felices, que quien fue siempre desdichado no siente los nuevos males que le atormentan. Pienso que algún día ha de ser tan extremada mi desventura que la tierra me dará voces para que no la toque, y el mar para que no lo atraviese, y las fuentes de los ríos, y que sufriré un suplicio análogo al de Ixión en la rueda. Lo mejor es, por tanto, que ningún griego vuelva a verme, ya que entre ellos fui feliz. ¿Para qué he de vivir ya? ¿Qué ganaré, hombre inútil y deshonrado? Dance ya contenta la ínclita esposa de Zeus, hiriendo el Olimpo con sus pies; logró lo que deseaba, aniquilar por completo al héroe más ilustre de la Grecia. ¿Quién adorará a semejante deidad? Por celos de una mortal, amada de Zeus, ha perdido al bienhechor de la Grecia, de todo punto inocente. TESEO La esposa de Zeus ha sido la única autora de todo: con razón lo has creído. (Más fácil es aconsejarle que soportar sus males). En todos los seres se ensaña la fortuna, hasta en los dioses, si no son falsas las narraciones de los poetas. ¿No han contraído entre sí incestuosos himeneos? ¿Por mandar, no han cargado a sus padres de ignominiosas cadenas?[156] ¡Y habitan en el cielo y no se afligen mucho recordando sus faltas! ¿Y qué dirás tú, mísero mortal, que sufres tan impaciente los males de esta vida, y quieres superar a los dioses? Deja, pues, a Tebas, si la ley te prohíbe residir en ella, y sígueme a la ciudad de Palas. Allí, purificando tus manos de este crimen, te daré un palacio, y parte de mis bienes, y los presentes que me hicieron los ciudadanos por haber salvado la vida a los catorce jóvenes, después de dar muerte al toro de Creta. Campos tengo propios en toda esta región: mientras vivas, tuyos los llamarán los hombres; y cuando mueras y desciendas al infierno, edificarán en ellos monumentos, se instituirán sacrificios en tu honor y te rendirá culto toda Atenas. Bello galardón es para sus ciudadanos alcanzar fama entre los griegos por servir a un hombre eminente. Y yo te lo debo por haberme salvado; además, no tienes ahora amigos. Cuando los dioses favorecen a un mortal, no los necesita, que nos basta su celestial protección si quieren dispensárnosla. HERACLES ¡Ay de mí! Leve es este consuelo para mitigar mis males. No pienso probar que los dioses han celebrado himeneos incestuosos, ni he creído nunca, ni creeré jamás que encadenaron a otros, ni que haya uno que domine a los demás. El dios que lo es verdaderamente, de nadie necesita: esas son deplorables invenciones de los poetas.[157] Pero temo que alguno me llame cobarde si abandono la luz por evitar mis males. Porque el hombre que no sabe soportar los embates de la adversidad no podrá resistir tampoco los dardos enemigos. Aguardaré impávido la muerte; iré a tu ciudad, y desde ahora agradezco infinito tus dones. Pero ya he sufrido innumerables trabajos que no me hicieron mella alguna, ni mis ojos derramaron lágrimas, ni creí nunca que llegara al extremo de derramarlas. Ahora, según parece, debo también resignarme. Sea así: ya ves cómo me destierro, asesino de mis hijos, ¡oh anciano! Dales sepultura y adorna sus cadáveres, y hónralos con tu llanto (la ley no me lo permite), acercándolos al pecho de su madre y depositándolos en sus brazos; unión deplorable, obra involuntaria de mi mísera locura. Y después que la tierra los reciba en su seno, habita, infortunado, en esta ciudad y cobra ánimo para sufrir conmigo estos males. ¡Oh hijos!, el mismo padre que os engendró os ha perdido y ningún fruto sacasteis de mis triunfos, ni de lo que gané para vosotros en mis trabajos, la más grata recompensa para vuestro padre. También te perdí, ¡oh desventurada!, no pagándote como debía, que fielmente guardaste mi lecho, encerrada tan largo tiempo en mi palacio. ¡Ay de mi esposa y de mis hijos! ¡Ay de mí! ¡Lastimoso fue mi delito, y ya me separo de ellos y de mi amada compañera! ¡Oh amargos ósculos! ¡Oh funestas armas! No sé si conservarlas o abandonarlas, pues pendientes de mis hombros me reconvendrán así: «Con nuestra ayuda mataste a tus hijos y a tu esposa; no nos dejas y somos sus asesinos». ¿Y yo las he de llevar? ¿Qué podré replicarles? Pero sin ellas, instrumentos de tan gloriosas hazañas en la Grecia, ¿me expondré a que mis enemigos me den muerte ignominiosa? No las soltaré nunca, para mi mayor tormento. ¡Oh Teseo!, solo te ruego que ayudes a este desdichado. Acompáñame a Argos a pedir conmigo el premio que se me prometió si traía al Cancerbero, no me suceda alguna otra desgracia, sin amigos y afligido por la pérdida de prendas tan caras. ¡Oh tierra de Cadmo y pueblo entero de Tebas!: cortad vuestros cabellos, llorad, sepultad a mis hijos, y gemid a un tiempo por los muertos y por mí. ¡Todos perecimos! Hera nos ha herido: a ella debemos esta horrible calamidad.[158] TESEO Levántate, ¡oh infeliz!; bastantes lágrimas has derramado. HERACLES No puedo; rígidos están mis miembros. TESEO También las desdichas abaten a los fuertes. HERACLES ¡Ay de mí! ¡Ojalá que me convierta en monumento imperecedero de mis males! TESEO Basta ya; da la mano a un amigo que te ama. HERACLES Cuidado, no llene de sangre tus vestidos. TESEO Llénalos, no tengas miedo; poco me importa. HERACLES (_levantándose_). Huérfano de mis hijos, tú harás sus veces conmigo. TESEO Apóyate en mi cuello; yo te guiaré. HERACLES (_abrazándole_). He aquí dos amigos verdaderos, pero el uno es desdichado. ¡Oh anciano!, así deben ser los tuyos. ANFITRIÓN Afortunada es la patria madre de tales hijos. HERACLES Teseo, déjame mirar de nuevo a mis hijos. TESEO ¿Podrá esto consolarte? ¿Sentirás así algún alivio? HERACLES Lo anhelo, y quiero abrazar también a mi padre. ANFITRIÓN Aquí me tienes, ¡oh hijo!; dulce es para mí tu recuerdo. TESEO (_mientras Heracles y Anfitrión se abrazan_). ¿Te olvidaste ya de tus trabajos? HERACLES Inferiores son a estos todos ellos. TESEO Si alguno observa tu abatimiento, no te alabará. HERACLES Débil te parezco ahora, no antes, según creo. TESEO Seguramente: ¿qué se hizo el famoso Heracles? ¿Es este acaso? HERACLES ¿Y cómo pensabas cuando yacías mísero en los infiernos? TESEO Encontrábame más abatido que otro cualquier hombre. HERACLES ¿Y cómo dices que los males me humillan? TESEO Prosigamos nuestro camino.[159] HERACLES (_desprendiéndose de los brazos de su padre_). Adiós, anciano. ANFITRIÓN Adiós, hijo. HERACLES Que sepultes a los míos como te he dicho. ANFITRIÓN Y a mí, ¿quién me sepultará, ¡oh hijo!? HERACLES Yo. ANFITRIÓN ¿Cuándo volverás? HERACLES Cuando entierres a mis hijos. ANFITRIÓN ¿Cómo, pues? HERACLES Desde Tebas te llevaré a Atenas. Pero cuida tú de depositar a mis hijos en su última morada. ¡Triste encargo, en verdad! Nosotros, que deshonramos a nuestra familia, seguiremos a Teseo como perdida navecilla. Se engaña el que apetece el poder o las riquezas y las prefiere a los buenos amigos. EL CORO Alejémonos de aquí llenos de tristeza y derramando abundantes lágrimas, que hemos perdido a nuestro mejor amigo. ELECTRA ARGUMENTO Egisto y Clitemnestra, asesinos de Agamenón, esposo de esta y rey de Argos y Micenas, después de su muerte casaron a su hija Electra con un labrador, hombre oscuro, para no exponerse a su venganza ni a la de sus hijos, y hasta quisieron matar a Orestes, hermano de Electra, salvándose solo merced a la fidelidad de un viejo servidor de su padre que lo llevó a la Fócida, al palacio de Estrofio, rey de esta región y padre de Pílades. Ya hombre, el dios Apolo le ordenó que vengase a Agamenón, y con este objeto penetró en el territorio argivo, llegando a la pobre morada en donde vivía su hermana Electra, virgen aún, merced al respeto que a su elevada alcurnia profesaba su esposo. Como era tan grande la pobreza de este matrimonio, Electra aconsejó a su esposo que buscase al servidor de su padre que salvó a Orestes, pastor entonces de ricos rebaños a las orillas del Tanao, para que trajese algunos presentes a aquel y a su compañero Pílades. Vino, en efecto, el anciano, y habiendo reconocido a Orestes por una cicatriz que tenía en la frente, concertáronse los cuatro (el anciano, Electra, Orestes y Pílades) para asesinar a Egisto y Clitemnestra. Casualmente había salido Egisto al campo a ofrecer a las ninfas un sacrificio, y presentándosele sus mortales enemigos, a quienes no conocía, como si fuesen extranjeros tesalios, tomaron parte en aquella religiosa ceremonia, siendo invitados por Egisto, que muere, mientras se celebraba, a manos de Orestes. Quedaba todavía otra víctima: la madre de sus asesinos. Electra, para atraerla a su casa, fingió que había dado a luz un niño, y lo participó a su madre para que viniese. Así sucedió, y sus propios hijos clavaron en ella sus puñales matricidas. Entonces se aparecen los Dioscuros, hermanos de Helena y Clitemnestra, y ordenan a Pílades que se lleve a la Fócida a Electra, casándose con ella y dando a su esposo el labrador una libra de oro, y que Orestes se encamine a Atenas a ser juzgado en el Areópago, en donde Apolo será su defensor. Como este mismo asunto ha servido a Esquilo y a Sófocles para la composición de dos tragedias, es conveniente que los estudiosos las comparen entre sí y noten las diferencias que las caracterizan. Así lo ha hecho Aug. Guill. Schlegel,[160] cuyo juicio acerca de la de Eurípides es el siguiente: «La tragedia de Eurípides es un singular ejemplo de poético, o más bien dicho, de absurdo antipoético; sería difícil exponer todas las faltas y contradicciones que contiene. ¿Por qué, verbigracia, engaña Orestes a su hermana tanto tiempo, sin darse a conocer? ¿Por qué abrevia el poeta tan fácilmente su trabajo, prescindiendo sin escrúpulo de sus invenciones, como sucede con el labrador, de cuyo paradero nada se sabe después que llega el anciano con los presentes? En parte quiso Eurípides dar a su tragedia novedad, en parte le pareció inverosímil que Orestes matase al rey y a su esposa en la misma ciudad, y por evitarlo ha sido aún más inverosímil. Lo trágico de esta obra no es suyo propio, sino de la fábula, de sus predecesores, de la tradición primitiva. Su plan no es tampoco de tragedia, sino de un cuadro familiar, en la significación que tiene hoy esta palabra. Los efectos de la miseria de Electra hacen una impresión lastimosa; el poeta ha descubierto su secreto en la grata exposición que ella hace de su triste estado. Todos los móviles de la acción son extremadamente superficiales y evidencian que no parten del convencimiento íntimo del autor; es inexplicable que Egisto conmueva con su generosa hospitalidad y Clitemnestra con la compasión que muestra a su hija: la acción, después de cumplida, remata desgraciadamente en deplorable arrepentimiento, el cual es de tal especie que, sin ofrecer sentido moral, puede tan solo calificarse de acceso ligero de moralidad. De los cargos que dirige al oráculo de Delfos nada queremos decir. Como en toda la composición se revela este espíritu, no puedo comprender qué objeto se propusiera Eurípides al escribirla, a no ser casar bien a Electra y hacer feliz al viejo labrador en premio de su continencia. Yo desearía, en verdad, que se verificase el enlace de Pílades, y que el labrador recibiese una cuantiosa suma de dinero; así todo acabaría como una comedia ordinaria, a satisfacción de los espectadores. Advertiré, para que no se me tache de injusto, que la ELECTRA es quizá la peor tragedia de Eurípides. ¿Fue acaso su afán de novedades la causa que lo impulsó a escribir este absurdo? Sin duda sentía que dos predecesores de tal fama se le hubiesen adelantado. Pero ¿qué necesidad tenía de medirse con ellos y escribir una ELECTRA?». De acuerdo enteramente con este juicio de Schlegel, no obstante la complacencia con que señala todos sus defectos, sin indicar siquiera una belleza, solo debemos advertir que hasta el mismo Hartung, que rechaza la crítica de Schlegel, viene después a confirmarla, pues en su introducción a esta tragedia se limita, sin defenderla, a dar algunas reglas a los escolares que se dedican al estudio del griego. En cuanto a la época de su representación, solo podemos atenernos a las indicaciones que hace el poeta en el texto, siguiendo a M. de Boissonnade, a Theod. Berghius (en su libro _De reliq. aut. comœd._, pág. 50), y a Théob. Fix en su _Chronologia fabularum Euripides_, página XI. En efecto, los Dioscuros (versos 1329-1337), dicen así: νὼ δ᾽ ἐπὶ πόντον Σικελὸν σπουδῇ σῴσοντε νεῶν πρῴρας ἐνάλους. διὰ δ᾽ αἰθερίας στείχοντε πλακὸς τοῖς μὲν μυσαροῖς οὐκ ἐπαρήγομεν, οἷσιν δ᾽ ὅσιον καὶ τὸ δίκαιον φίλον ἐν βιότῳ, τούτους χαλεπῶν ἐκλύοντες μόχθων σῴζομεν. οὕτως ἀδικεῖν μηδεὶς θελέτω μηδ᾽ ἐπιόρκων μέτα συμπλείτω. Por tanto, en atención a estas clarísimas alusiones que se hacen a la funesta expedición de Sicilia, al espíritu filosófico irreligioso de toda ella, al descuido de su versificación y a las faltas que hemos señalado más arriba, es de presumir que se representara hacia la olimpiada 91, 4. PERSONAJES UN COLONO _de Micenas._ ELECTRA, _hija_ } Y } _de Agamenón._ ORESTES, _hijo_ } PÍLADES (_personaje mudo_). CLITEMNESTRA, _viuda de Agamenón y ahora esposa de Egisto._ CORO DE MUJERES _de Micenas._ UN ANCIANO. UN MENSAJERO. LOS DIOSCUROS (_Cástor y Pólux_). La acción es en el campo, no lejos de Argos. Se ve en la escena una pobre y rústica casa, de la cual, al romper el día, sale el colono. EL COLONO ¡Oh Argos,[161] antigua ciudad y corriente del Ínaco,[162] desde el cual Agamenón navegó en otro tiempo hacia los campos troyanos llevando la guerra en mil naves! Muerto Príamo,[163] que reinaba en Ilión, y tomada la ínclita ciudad de Dárdano, volvió a Argos y depositó en los elevados templos[164] muchos trofeos de bárbaros. Y aunque allí fue, en verdad, afortunado, pereció en su palacio por engaño de su esposa Clitemnestra,[165] y a manos de Egisto, hijo de Tiestes. Y al morir dejó el antiguo cetro de Tántalo, y Egisto reina en esta tierra, casado con su esposa, la hija de Tindáreo. De los herederos de su nombre que quedaron en su patria al navegar hacia Troya, a saber, Orestes y Electra, el primero, en gran peligro de muerte por el odio que le profesaba Egisto, fue llevado ocultamente por un viejo servidor de su padre al palacio de Estrofio, en la Fócida, para educarse en él, y la mano de Electra, que permaneció en el hogar paterno, fue solicitada por los próceres griegos cuando llegó a la pubertad. Pero Egisto la retenía en su palacio y no la dio a ninguno, temiendo que engendrara hijos argivos, vengadores de Agamenón; hasta quiso asesinarla, muy receloso que, de otra cualquier manera, se enlazase a algún hombre ilustre, y fue salvada por su madre, que si tuvo un motivo aparente[166] para asesinar a su esposo, no se atrevió, temerosa del escándalo, a ensañarse en sus hijos. Tal fue la razón que movió a Egisto a ofrecer un premio al que matase al hijo desterrado de Agamenón y a casarme con Electra. Aunque mis padres fueron ciudadanos de Micenas (que en esta parte a nadie envidio, pues mi linaje es preclaro, aunque carezca de bienes, causa de mi oscuridad), la entregó a un esposo poco distinguido, para no exponerse a tanto peligro. Porque si la poseyese un hombre poderoso por su dignidad, lo excitaría a vengar el asesinato impune de Agamenón, y el castigo alcanzaría a Egisto. Yo puedo decir, poniendo a Afrodita por testigo, que jamás manché su lecho, y que todavía permanece virgen. Sería para mi vergonzoso empañar el lustre de estos hijos de varones opulentos, y deploro, aunque solo sea su pariente en el nombre, que el desdichado Orestes, si vuelve alguna vez a Argos, contemple el miserable consorcio de su hermana. Quien dijere que soy un necio, porque he recibido una virgen en mi hogar y continúa inmaculada, sepa que la continencia no es joya de las almas pervertidas, y que el que así pensare será el verdadero necio. ELECTRA (_llevando un cántaro en la cabeza_). ¡Oh negra Noche, madre de los dorados astros (que me ves llevando en mi cabeza este cántaro para llenarlo de agua de la fuente, no obligada por la pobreza, sino para probar a los dioses la injuria que me hizo Egisto,[167] y quejarme a mi padre en el seno del vasto éter)! Porque la malvada hija de Tindáreo, mi madre, me expulsó de su palacio por complacer a su esposo, tratándonos a mí y a Orestes como si no fuéramos sus hijos, mientras daba otros a Egisto. EL COLONO ¿Por qué, ¡oh infortunada!, te fatigas por mi causa, pasando trabajos, educada antes con regalo, y no descansas a pesar de mis ruegos? ELECTRA Te miro como a un amigo, y eres para mí tan venerable como un dios, porque no me insultaste en mis desdichas. Dulcísimo consuelo es para los mortales encontrar alivio en su desgracia, como yo en ti. Conviene, por tanto, que aun sin mandármelo, y a medida de mis fuerzas, te ayude en el trabajo para que sea menos molesto, y sufrir contigo cuando tú sufres; que si fuera de casa tienes ocupación bastante, yo debo cuidar de ella para que, al regresar cansado, nada te falte. (_Retíranse en dirección opuesta, y al poco tiempo aparecen Pílades y Orestes_). EL COLONO (_alejándose_). Anda, pues, si te agrada, que la fuente no está lejos; yo, así que amanezca, llevaré al campo los bueyes, y sembraré la tierra, que el perezoso, aunque siempre tenga en los labios el nombre de los dioses, no ganará el sustento sin fatiga. ORESTES Para mí, ¡oh Pílades!, eres el más leal de los hombres, y al mismo tiempo mi amigo y huésped, y tú solo permaneces fiel al desdichado Orestes, que tanto sufría por causa de Egisto, asesino de mi padre y cómplice de mi depravada madre. Vengo al territorio argivo por orden secreta del dios Apolo, sin saberlo nadie, para castigar con la muerte a los asesinos de Agamenón. Esta noche he visitado su sepulcro, y llorado allí, y ofrecídole las primicias de mis cabellos,[168] y derramado sobre el altar la sangre de una oveja, ignorándolo los tiranos que dominan en este pueblo. Pero mis pies no pasarán las murallas, que vengo aquí con dos objetos: para refugiarme en otro país, si algún espía me conoce, mientras busco a mi hermana (que, según dicen, se ha casado y ya no es virgen), y para verla y participarla mis proyectos de venganza y saber con certeza lo que sucede en la ciudad. Ahora, pues, que la aurora muestra su rostro refulgente, dejemos esta senda; algún labrador o alguna esclava podrán vernos, y entonces preguntaremos si mi hermana habita en estos parajes. En efecto, se acerca una esclava, que en su rasurada cabeza trae un cántaro de agua de la fuente; sentémonos y averigüemos de ella, si podemos, algo de lo que nos trae a esta región. (_Ocúltanse detrás de un matorral. Llega Electra con el cántaro de agua_). ELECTRA _Estrofa 1.ª_ — Apresura tus pasos, que ya es hora; entra, entra lamentándote. ¡Ay de mí, ay de mí! Engendrome Agamenón y pariome Clitemnestra, la odiosa hija de Tindáreo, y las gentes me llaman la desdichada Electra, con razón, es verdad, por los duros trabajos que sufro y por mi triste vida. ¡Oh padre, tú yaces en la morada de Hades, degollado por tu esposa y por Egisto! _Mesodo_.[169] — Anda, pues, quéjate como siempre; disfruta de tus tristes goces. _Antístrofa 1.ª_ — Apresura tus pasos, que ya es hora; entra, entra lamentándote. ¡Ay de mí, ay de mí! ¿En qué ciudad, en qué casa sirves, ¡oh hermano miserable!, dejando en el hogar paterno a tu hermana, mujer infeliz, presa de acerbos dolores? ¡Oh Zeus, Zeus, ven a librar a esta mísera de tantos males; ven a vengar el cruelísimo asesinato de un padre; ven alguna vez a Argos! _Estrofa 2.ª_ — Baja esta carga de mi cabeza para dar a mi padre quejas nocturnas, con voz clara, lamentos, cantos, fúnebres plegarias. ¡Oh padre, que yaces enterrado!; oye mis sollozos de cada día, mientras desgarro con las uñas mi cuello y lastimo mi cabeza sin cabellos para llorar tu muerte. _Mesodo._ — ¡Ah, ah!, redobla tus golpes; como si el canto del cisne llamase a las ondas del río a un padre carísimo, asesinado en dolorosos lazos,[170] así yo te lloro, ¡oh mísero Agamenón! _Antístrofa 2.ª_ — Tú lavaste por última vez tu cuerpo en el lecho acerbísimo de la muerte. ¡Ay de mí, ay de mí, ¡oh padre!, herido por cruel segur y por crueles asechanzas a tu vuelta de Troya! Tu esposa no te recibió con guirnaldas ni coronas, que la cuchilla de dos filos de Egisto te causó grave ofensa, y así conservó mi madre su adúltero amante. (_Entra el coro de mujeres argivas_). EL CORO _Estrofa 3.ª_ — ¡Oh Electra, hija de Agamenón!; llegué, por fin, a tu rústico albergue... Ha venido un hombre oscuro, un montícola de Micenas de los que se alimentan de leche, anunciando a los argivos que prevengan el sacrificio para dentro de tres días, y que todas las vírgenes se reúnan en el templo de Hera. ELECTRA No me engalanan resplandecientes vestidos, ¡oh amigas!, ni ostento dorados collares, ni asisto a los coros de doncellas argivas, danzando con pie ligero, que, desgraciada, son las lágrimas mis coros, las lágrimas mis cuidados cotidianos. Mira si mi cabeza descuidada y mis rasgados vestidos convienen a la hija del rey Agamenón, el que tomó a Troya en otro tiempo. EL CORO _Antístrofa 3.ª_ — Poderosa es Hera. Ya que he venido, recibe este palio,[171] que tejí para ti, y estos adornos dorados que aumentan la nativa gracia. ¿Crees acaso que bastan tus lágrimas, si no veneras a los dioses, para vencer a tus enemigos? Serás feliz, ¡oh hija!, no gimiendo, sino orando con frecuencia. ELECTRA Ningún dios oye los clamores de la infeliz Electra, ni se acuerda de los sacrificios que ofreció mi padre. Lloro al que ya murió; a Orestes, que vive errante, hollando miserable extraña tierra, acaso esclavo, cuando es hijo de ínclito padre. Verdad es que yo habito en una pobre cabaña, atormentando mi alma el destierro del hogar paterno y morando en sus ásperas rocas, mientras mi madre, casada con otro, duerme en lecho nupcial, manchado con la sangre de su esposo. EL CORO Helena, hermana de tu madre, fue causa de muchos males que afligieron a los griegos y a tu linaje. ELECTRA ¡Ay de mí, oh mujeres!; dejemos ya los lamentos; ciertos extranjeros, ocultos aquí cerca, salen de repente de su emboscada; huye tú por esa senda, que yo me refugiaré en mi cabaña, y escaparemos de estos criminales. (_Orestes le sale al encuentro_). ORESTES Detente, ¡oh desdichada!; no temas. ELECTRA (_cayendo ante la estatua de Apolo que está a la puerta de su cabaña_). ¡Oh Febo Apolo,[172] ruégote suplicante que me salves! ORESTES Más bien que a ti, mataría a otros más odiosos. ELECTRA Vete, no toques a quien no debes. ORESTES A nadie podría tocar con mejor derecho. ELECTRA Pero ¿por qué te ocultas armado cerca de mi cabaña? ORESTES Detente y oye, y pronto pensarás como yo. ELECTRA Sea, pues; cedo porque eres más fuerte. ORESTES Te traigo noticias de tu hermano. ELECTRA ¡Oh mensajero muy amado!; ¿está vivo o ha muerto? ORESTES Vive; quiero darte primero alegres nuevas. ELECTRA Que seas feliz; que los dioses premien palabras tan gratas. ORESTES Tal es mi deseo: que los dos seamos dichosos a un tiempo. ELECTRA ¿En qué país vive ese mísero desterrado? ORESTES Sufre, y no obedece las leyes de una sola ciudad.[173] ELECTRA ¿Carece acaso del sustento cotidiano? ORESTES Aunque no le falte, siempre es pobre un desterrado. ELECTRA ¿Qué te encargó para mí? ORESTES Que averiguara si vives, y cuáles son tus males. ELECTRA Tú mismo observas mi cuerpo descarnado. ORESTES Enflaqueciéronlo los dolores para hacerme gemir. ELECTRA Y cortados los cabellos, sin rizos que me adornen. ORESTES ¿Sientes acaso la ausencia de tu hermano y la muerte de tu padre? ELECTRA ¡Ay de mí! ¿Qué prendas serán para mí más caras? ORESTES ¡Ay, ay! ¿Cuáles son, a tu juicio, los sentimientos de tu hermano? ELECTRA Ausente, no presente, nos ama. ORESTES ¿Por qué habitas aquí, lejos de la ciudad? ELECTRA Estoy casada, ¡oh extranjero!, en funesto matrimonio. ORESTES Deploro la suerte de tu hermano. ¿Quizá con alguno de Micenas? ELECTRA No, seguramente, como mi padre hubiera deseado. ORESTES Explícate para decirlo a Orestes. ELECTRA Vivo en esta casa lejos de él.[174] ORESTES El que habita en ella debe ser algún cavador o boyero. ELECTRA Un hombre pobre, aunque noble y piadoso conmigo. ORESTES ¿Qué especie de piedad es la suya? ELECTRA Jamás subió a mi lecho. ORESTES ¿Su castidad es sobrehumana, o hija del desprecio?[175] ELECTRA No ha querido deshonrar a mis padres. ORESTES ¿Y cómo no se alegró de casarse contigo? ELECTRA Sabe que el que me dio a él en matrimonio no tenía derecho de hacerlo, ¡oh extranjero![176] ORESTES Ya entiendo; teme que Orestes lo castigue. ELECTRA Sin duda; pero además es hombre humilde. ORESTES Noble es su conducta y digna de premio. ELECTRA Si regresa alguna vez el ausente. ORESTES ¿Y cómo lo consintió tu madre? ELECTRA Las mujeres, ¡oh extranjero!, aman más a los esposos que a los hijos.[177] ORESTES ¿Qué objeto se propuso Egisto al injuriarte así? ELECTRA Que tuviese hijos tan oscuros como su padre. ORESTES ¿Para que no te vengasen? ELECTRA Tal fue su propósito, y ojalá que lo expíe. ORESTES ¿Sabe acaso el esposo de tu madre que permaneces virgen? ELECTRA No, se lo hemos ocultado. ORESTES ¿Y estas amigas tuyas que nos escuchan? ELECTRA A nadie dirán tus palabras ni las mías. ORESTES ¿Qué hará, pues, Orestes, si viene a Argos? ELECTRA ¿Lo preguntas? Son palabras ociosas. ¿No han llegado ya las cosas al extremo? ORESTES ¿Pero cómo dará muerte a los asesinos de su padre? ELECTRA Osando imitarlos. ORESTES ¿Y te atreverías a asesinar con él a tu madre? ELECTRA Con la misma segur con que asesinaron a Agamenón. ORESTES ¿Podré decirlo a él? ¿Estás decidida? ELECTRA Moriría de gozo si derramara la sangre de mi madre.[178] ORESTES ¡Qué placer para Orestes si nos oyese! ELECTRA Y yo no lo conoceré si lo veo, ¡oh extranjero! ORESTES Nada tiene de extraño, separándoos tan jóvenes. ELECTRA Solo uno de mis amigos podría reconocerlo. ORESTES ¿Quizá el que, según dicen, le salvó la vida? ELECTRA Sí, el ayo de mi padre, ya muy anciano. ORESTES ¿Sepultaron a tu padre después de muerto? ELECTRA Sí, arrojándolo del palacio. ORESTES ¡Ay de mí! ¿Qué has dicho? Tormento es para un hombre sentir demasiado los males ajenos. Habla, sin embargo, para que, instruido, lleve a tu hermano tristes nuevas que debe, no obstante, oír. La compasión, que no afectaría a un hombre grosero, aflige en ciertos casos a los más cultos, pues no carece de peligro la sabiduría de los sabios si pasa los límites ordinarios.[179] EL CORO Iguales son nuestros deseos,[180] ¡oh extranjero!, desde que te he oído. Lejos de la ciudad, ignoro esas desdichas, y ya anhelo saberlas. ELECTRA Hablaré si conviene, y conviene sin duda, contar a un amigo mis infortunios y los de mi padre. Ya que me instigas a declarártelos, ¡oh extranjero!, suplícote que los refieras a Orestes, pues también le alcanzan, y que, en primer lugar, sepa cuál es mi traje, cuánto mi desaliño, bajo qué techo habito yo, nacida en regia morada; yo he de tejer mis peplos (o andar desnuda, careciendo de vestido) y traer el agua del río; no tomo parte en los coros ni en las sagradas fiestas, y huyo de las demás mujeres, siendo virgen; huyo de Cástor, que es de mi linaje, y con el cual me desposaron mis padres antes que volase al cielo.[181] Y mi madre se sienta en el trono entre despojos de troyanos, y la sirven esclavas asiáticas, cautivas de mi padre, que prenden sus palios frigios con broches dorados. Pero la negra sangre de Agamenón mancha todavía el pavimento, y su asesino se sirve de sus carros, empuñando gozoso en sus ensangrentadas manos el cetro con que rigió a los griegos. No se acuerdan de su sepulcro, ni le ofrecen libaciones, ni ramos de mirto, ni en la pira presentes de ningún género. Pero el esposo de mi madre, el ínclito Egisto, según dicen, orgulloso con su amor, insulta al sepulcro y arroja piedras al marmóreo monumento de mi padre, y se atreve a proferir contra nosotros estas palabras: «¿Dó yace el niño Orestes? Si lo sabe, ¿por qué no te defiende?». Tales injurias sufre ausente. Suplícote, pues, ¡oh extranjero!, que así se lo digas, pues muchos lo desean, siendo yo su intérprete, y mis manos, mi lengua, mi alma contristada, mi cabeza, mis cabellos y su propio padre; es vergonzoso que él aniquilara a los frigios y que Orestes no pueda matar a un solo hombre, cuando es joven e hijo de tan famoso padre. EL CORO Veo al que llaman tu esposo cansado del trabajo, que se apresura a llegar a su morada. EL COLONO ¿Quiénes son esos extranjeros que están a la puerta? ¿Qué motivo los trae a mis umbrales? ¿Me necesitarán acaso? Indecoroso es para una mujer conversar con hombres jóvenes. ELECTRA ¡Oh carísimo!, nada sospeches de mí; sabrás lo que sucede; estos extranjeros me traen nuevas de Orestes. Dispensadme vosotros estas palabras. EL COLONO ¿Qué dicen? ¿Vive y ve la luz? ELECTRA Vive, según aseguran, y al parecer no mienten. EL COLONO ¿Y se acuerda de su padre y de tus desdichas? ELECTRA Así lo creo, pero poco puede un desterrado. EL COLONO ¿Y qué nuevas traen de su parte? ELECTRA Los envía para averiguar mis males. EL COLONO Algunos sabrán ya por sí mismos al verte; de los demás les habrás informado. ELECTRA Ya los conocen; nada les he callado. EL COLONO Más valiera llevarlos primero a casa. Id a ella, y recibiréis por tan alegres nuevas la hospitalidad que yo puedo daros; llevaos allá su equipaje, ¡oh siervos!, y no os opongáis a mi propósito, pues venís de parte de un ser querido al hogar de quien lo ama; y aunque pobre, no será villana mi conducta. ORESTES ¿No es este, ¡oh dioses!, el hombre que respeta ocultamente tu virginidad, no queriendo ofender a Orestes? ELECTRA Llámanle el esposo de esta desgraciada. ORESTES ¡Ah! No hay señal cierta para conocer la nobleza,[182] porque los ingenios de los mortales suelen padecer extrañas perturbaciones. Yo vi a un hijo de ilustre padre que no lo era, y después a hombres honrados hijos de otros malvados, y pobreza de espíritu en un opulento, y grandeza de ánimo en un miserable. ¿Quién, pues, podrá distinguirla y juzgar rectamente? ¿Atenderá a las riquezas? Sin duda será mal juez. ¿Se decidirá por los que nada poseen? La pobreza tiene sus inconvenientes; la necesidad obliga a veces a ser malo. ¿Apelará a las armas? ¿Pero quién, mirando una lanza, podrá testificar de la bondad del que la lleva? Lo mejor es abstenerse de juzgar. Este hombre, no distinguido entre los argivos, ni de familia ilustre, sino un pobre labrador, es, sin embargo, excelente. ¿No sabréis vosotros, los que os alucináis con falsas imágenes, llamar nobles a los hombres ateniéndoos a su índole y costumbre? Estos gobiernan bien las ciudades y las familias, y los ricos sin seso son estatuas del ágora. Un brazo robusto no resiste mejor la lanza enemiga que uno débil, pues la verdadera fuerza es la energía y el valor natural. (_A Electra_). Por esta razón, ya presente, ya ausente el hijo de Agamenón, que nos manda, aceptemos la hospitalidad que nos ofrecen; entrad, pues, ¡oh siervos! Más quiero que me hospede un pobre atento que un rico. Alabo la recepción que este hombre nos ha hecho, aunque exigiera quizá más si, feliz tu hermano, me trajese a una casa también feliz. Quizá venga él, que Apolo ha pronunciado sus oráculos; las adivinaciones humanas solo compasión me inspiran. (_Retíranse Pílades, Orestes y los servidores, que entran en la casa_). EL CORO La alegría, ¡oh Electra!, fortalece ahora mi corazón más que antes; acaso la fortuna, que tan tristemente ha caminado hasta ahora, se detenga y nos favorezca. ELECTRA ¿Cómo te has atrevido, ¡oh desgraciado!, a recibir en tu casa tan ilustres huéspedes, conociendo tu pobreza? EL COLONO Porque si, como parecen, son nobles, ¿no lo agradecerán, ya coman bien, ya mal? ELECTRA Puesto que erraste, siendo tanta tu miseria, ve en busca del anciano servidor de mi padre que, desterrado de la ciudad, guarda el ganado en las orillas del río Tanao,[183] límite de la tierra argiva y del suelo espartano, y dile que venga y traiga presentes para los extranjeros. Se alegrará y dará gracias a los dioses de que viva el joven a quien salvó en otro tiempo. Del palacio paterno y de nuestra madre nada recibiremos, que no habría tan mala nueva para ese miserable como la de saber que vive Orestes. EL COLONO Iré, pues que te agrada, en busca de ese anciano; pero llégate a casa y prepara lo necesario. Como quiera, encontrará cualquier mujer abundante alimento. De lo que estoy seguro es de que, al menos, tenemos lo bastante para saciarlos un día. Cuando pienso en estas cosas siempre recuerdo lo que valen las riquezas para ofrecer la hospitalidad y curar el cuerpo si lo ataca alguna dolencia; pero con poco se satisface la necesidad de cada día, porque, estando harto, lo mismo es el rico que el pobre. EL CORO _Estrofa 1.ª_ — Ínclitas naves, que arribasteis un día a Troya con innumerables remos, danzando entre coros de nereidas, mientras que el delfín, apasionado de la flauta,[184] envolvía las cerúleas proas llevando al hijo de Tetis, a Aquiles de pies ligeros, y al rey Agamenón a las orillas del Simois, que riega los campos de Ilión. _Antístrofa 1.ª_ — Pero las nereidas, al dejar las riberas de la Eubea, llevaban las cinceladas armas que labró Hefesto en sus dorados yunques,[185] y buscaron a Aquiles por el Pelión y las altas y sagradas arboledas del Osa,[186] y por las grutas de las ninfas, testigos de sus amores, en donde el centauro Quirón[187] educó a este sol de la Grecia, hijo de la marina Tetis y veloz auxiliar del Atrida. _Estrofa 2.ª_ — Contome cierto griego que volvió de Troya al puerto de Nauplia, que en tu escudo, ¡oh hijo de Tetis!, estaban esculpidos estos signos, terror de los frigios: en el cerco, Perseo volando sobre los mares con sus talares alígeras, mostrando la cabeza ensangrentada de la Gorgona, con Hermes, nuncio de Zeus, rústico hijo de Maya,[188] y en el centro el Sol resplandeciente con sus alados caballos, y los coros etéreos de astros, las Pléyades,[189] y las Híades, formidables a los ojos de Héctor. En su casco de áureas figuras, las Esfinges,[190] oprimiendo entre sus garras su famosa presa; en la loriga, que protege su cuerpo, la leona Quimera,[191] de rápido curso, respirando llamas, y en sus uñas el caballo Pegaso de Pirene. _Antístrofa 2.ª_ — Por último, en su mortífera lanza una cuadriga de fogosos caballos, envueltos en oscuro polvo. Al rey de tales guerreros mataste, ¡oh Tindáride!, mujer malvada, a tu mismo esposo, y los dioses en castigo decretarán tu muerte, y algún día, sí, algún día veré correr la sangre por tu cuello. (_Llega el viejo ayo de Agamenón_). EL ANCIANO ¿En dónde, en dónde está mi dueña y veneranda virgen, la hija de Agamenón, que eduqué en otro tiempo? De arduo acceso es esta casa para los pies de un anciano, lleno de arrugas. Preciso es, sin embargo, ver a mis amigos, a pesar de mi encorvado cuerpo y vacilantes rodillas. ¡Oh hija!, ya que te veo junto a tu casa; tráigote este tierno cordero del rebaño de mis ovejas, y guirnaldas, y enjutos quesos, y este tesoro añoso de Dioniso, que perfuma el ambiente, escaso, en verdad, pero de dulce sabor cuando se vierte en la copa. Que alguno lo lleve a la casa para los huéspedes, mientras yo enjugo con mis vestidos las lágrimas que derraman mis ojos.[192] ELECTRA ¿Por qué lloras, anciano? Después de tanto tiempo, ¿renuevan mis males tus dolores, o gimes por Orestes, mísero desterrado, y por mi padre, que en vano educaste en otro tiempo para ti y para tus amigos? EL ANCIANO Vanamente, es verdad; no puedo menos de llorar, que de paso visité su sepulcro, y solo derramé abundantes lágrimas, prosternado en tierra, y ofrecí libaciones del vino que he traído para tus huéspedes, y deposité alrededor del túmulo ramos de mirto; y en la misma pira vi vellón de negra oveja, y sangre recién vertida, y rizos de una rubia cabellera. Me admiré, ¡oh hija!, de que hubiese osado ningún hombre acercarse al túmulo, y no será ningún argivo, sino acaso tu hermano, que ha venido ocultamente, y ha tributado al mísero sepulcro de tu padre los honores debidos. Mira los cabellos de que hablo y compáralos con los tuyos, por si son como estos, cual suele suceder entre hermanos. ELECTRA No es de sabio lo que hablas, ¡oh anciano!, si crees que mi animoso hermano ha vuelto y se esconde por miedo de Egisto. Además, ¿cómo han de ser iguales los rizos de ambos, cuando los unos serían de un hombro noble, educado en la palestra, y los otros de una mujer que se peina con frecuencia?[193] Es, pues, imposible lo que pretendes, que encontrarás, ¡oh anciano!, muchos cabellos parecidos, aunque no sean parientes los que los llevan. EL ANCIANO Compara al menos su huella, examina los pasos impresos, a ver si el pie es igual al tuyo, ¡oh hija! ELECTRA ¿Cómo se ha de imprimir la huella de los pies en la endurecida tierra? Y aunque así fuera, nunca es igual la de dos hermanos, si son varón y hembra, sino mayor la del primero. EL ANCIANO ¿Y no podrías reconocer, si estuviese de vuelta, la tela que tejiste con tu lanzadera, y en la cual lo oculté en otro tiempo para salvarlo de la muerte? ELECTRA ¿Ignoras que yo era jovencilla cuando huyó Orestes de este país? Y aunque la hubiera tejido, ¿cómo, siendo entonces niño, tendría ahora el mismo vestido, a no ser que crezca con el cuerpo? Así, pues, o algún peregrino se cortó el cabello, observando el abandono del sepulcro, o algún argivo, favorecido por las tinieblas. EL ANCIANO ¿Pero en dónde están los huéspedes? Quiero verlos y preguntarles por tu hermano. (_Salen de la casa Pílades y Orestes con su séquito_). ELECTRA De mi morada salen con pies ligeros. EL ANCIANO Y en verdad que parecen nobles, aunque la sola apariencia sea indicio falaz, pues muchos, nobles de aspecto, son villanos. Voy, sin embargo, a saludarles. ORESTES Salve, ¡oh anciano! ¿De cuál de tus amigos, ¡oh Electra!, es esta sombra? ELECTRA Es el que educó a mi padre, ¡oh huésped! ORESTES ¿Qué dices? ¿El que ocultó a tu hermano? ELECTRA El que lo salvó, si de él queda algo. ORESTES ¡Hola! ¿Por qué me mira como si examinara una obra curiosa de plata cincelada? ¿Me confunde con alguno? ELECTRA Acaso se alegra; creyéndote igual a Orestes. ORESTES Varón amado en verdad; ¿con qué objeto da vueltas? ELECTRA Yo misma me admiro, ¡oh huésped!, observándolo. EL ANCIANO ¡Oh amada hija Electra!, da gracias al cielo. ELECTRA ¿Por qué? ¿Está presente o no? EL ANCIANO Y acepta el rico tesoro que un dios te ofrece. ELECTRA He aquí cómo imploro a los dioses. ¿Pero qué dices, anciano? EL ANCIANO Mira con atención a este hombre muy amado, ¡oh hija! ELECTRA Temo, ya hace rato, que no está cabal tu juicio. EL ANCIANO Lo pierdo, en efecto, viendo a tu hermano. ELECTRA ¿Qué extrañas palabras has proferido? EL ANCIANO Que veo aquí a Orestes, hijo de Agamenón. ELECTRA ¿En qué señal te fundas que me inspire fe? EL ANCIANO En una cicatriz junto a la ceja que se hizo en otro tiempo persiguiendo contigo un cervatillo en el palacio paterno, y cayendo al suelo ensangrentado.[194] ELECTRA ¿Qué dices? Veo, en efecto, esa señal. EL ANCIANO ¿Y dudas abrazarlo? ELECTRA Ya no, ¡oh anciano!, pues me ha convencido la prueba que adujiste. ¡Oh, por fin viniste, por fin te vuelvo a ver inesperadamente! ORESTES ¡Y al cabo también te encuentro! ELECTRA Cuando jamás lo hubiera pensado. ORESTES Ni yo tampoco. ELECTRA ¿Aquel Orestes eres tú? ORESTES Tu solo compañero si, como el pescador, saco una vez la red que pienso echar. Confío, sin embargo, en que así sucederá, o no merecen fe los dioses, si los crímenes han de ser superiores a la justicia. EL CORO Llegaste, llegaste, ¡oh día tardío!; luciste, mostraste el astro que alumbra a la ciudad, desterrado antes del hogar paterno, y que ahora viene errante. Un dios, algún dios nos trae la victoria, ¡oh amiga!; levanta las manos, esfuerza el habla, implora a los dioses para que tu hermano entre en la ciudad con favorables auspicios. ORESTES Sea así, pues; gozaré en este momento de sus abrazos, y después me entregaré de nuevo a ellos. Pero tú, anciano, que tan a tiempo llegas, dime de qué modo podré castigar al asesino de mi padre, y a mi madre, su cómplice e impía esposa. ¿Tengo en Argos algunos amigos fieles? ¿Cómo la fortuna nos han abandonado todos? ¿A quién podré hablar de noche o de día? ¿Qué camino seguiré para caer de repente sobre mis enemigos? EL ANCIANO ¡Oh hijo, eres desdichado y no tienes un solo amigo! Pocos, por puro afecto, comparten nuestros bienes y nuestros males. Tú (que has perdido todos los tuyos y con ellos toda esperanza) ten muy presente que de ti solo depende recuperar tu palacio paterno y tu ciudad. ORESTES ¿Y qué haremos para conseguirlo? EL ANCIANO Matar al hijo de Tiestes y a tu madre. ORESTES He venido a recoger esta palma;[195] pero ¿cómo lograrlo? EL ANCIANO Si penetras dentro de las murallas no lo conseguirás, aunque lo desees. ORESTES ¿Están guardadas por centinelas y armados satélites? EL ANCIANO Así es; te teme, sin duda, y no duerme tranquilo. ORESTES Piensa, pues, lo que debemos hacer. EL ANCIANO Escúchame; algo se me ocurre. ORESTES ¡Ojalá que sea feliz la idea y yo la apruebe! EL ANCIANO Cuando venía hacia aquí encontré a Egisto. ORESTES Con atención te escucho: ¿en dónde lo viste? EL ANCIANO Cerca de estos campos, en los pastos de sus yeguadas. ORESTES ¿Qué hacía? Vislumbro una esperanza en mi desesperación. EL ANCIANO Según me pareció, preparaba una fiesta a las ninfas. ORESTES ¿Por los hijos que ya tiene, o por los que espera? EL ANCIANO No sé más que lo dicho, que se ceñía para sacrificar toros. ORESTES ¿Con cuántos hombres? ¿Estaba solo con los esclavos? EL ANCIANO No estaba presente ningún argivo, sino algunos siervos. ORESTES ¿Podrá descubrirme alguno si me ve, ¡oh anciano!? EL ANCIANO Son gentes de su servicio que jamás te vieron. ORESTES Si vencemos, ¿estarán de nuestra parte? EL ANCIANO Propio es de siervos, y útil a tu propósito. ORESTES ¿Cómo podré acercarme a él? EL ANCIANO Si vas adonde sacrifica ahora... ORESTES Según parece, está en los campos próximos al camino. EL ANCIANO Probablemente te invitará al banquete cuando te vea.[196] ORESTES Amarga invitación será, sin duda, si los dioses quieren. EL ANCIANO Piensa lo que has de hacer después, según lo que ocurra. ORESTES Hablas con prudencia. Y mi madre, ¿en dónde está? EL ANCIANO En Argos; pero vendrá pronto a la cena. ORESTES ¿Por qué no ha acompañado a su esposo? EL ANCIANO Temiendo las murmuraciones del pueblo, se ha quedado en su palacio. ORESTES Ya entiendo: recela que, como siempre, su conducta infunda sospechas en sus súbditos. EL ANCIANO Así es: la aborrecen por su impiedad. ORESTES ¿Cómo mataré a los dos a un tiempo? ELECTRA A mi cargo queda la muerte de mi madre. ORESTES La fortuna nos favorecerá en todo. ELECTRA Este anciano nos servirá a ambos. EL ANCIANO Cierto; pero ¿cómo piensas asesinar a tu madre? ELECTRA Ve, ¡oh anciano!, y di a Clitemnestra que he dado a luz un hijo varón. EL ANCIANO ¿He de decir que recientemente, o que hace algún tiempo? ELECTRA Di que ha llegado el momento de purificarme.[197] EL ANCIANO ¿Y qué tiene que ver esto con su muerte? ELECTRA Cuando sepa que he sufrido los dolores del parto, vendrá sin falta. EL ANCIANO ¿Por qué? ¿Crees que se cuida acaso de ti, hija? ELECTRA Sin duda, y llorará al recordar la humilde condición de mis hijos. EL ANCIANO Quizá llore; pero tratemos de nuestro asunto. ELECTRA Si llega a venir, morirá sin remedio. EL ANCIANO Y entrará por las puertas de tu casa. ELECTRA Y entonces será fácil que descienda al Orco. EL ANCIANO ¡Que yo muera después de verlo! ELECTRA Lo primero que has de hacer es servir a este de guía. EL ANCIANO ¿Adonde Egisto sacrifica ahora a los dioses? ELECTRA Busca después a mi madre, y dile lo que te he encargado. EL ANCIANO Creerá oírlo de tus mismos labios. ELECTRA Ahora te toca a ti, Orestes: la suerte ha decidido que mates primero a Egisto. ORESTES Allá voy, si alguien me enseña el camino. EL ANCIANO Yo te llevaré, y no de mala gana. ORESTES ¡Oh Zeus, tronco de mi linaje,[198] vengador nuestro; compadécete de nosotros, que hemos sufrido males deplorables! ELECTRA ¡Apiádate de tus descendientes! ORESTES ¡Y tú, Hera, que presides en los altares de Micenas, danos la victoria si pedimos justicia! ELECTRA ¡Déjanos vengar a mi padre! ORESTES ¡Y tú, padre mío, que en los infiernos moras, infamemente asesinado, y soberana Tierra, a quien tiendo mis manos, socorre, socorre a estos tus hijos muy queridos! ¡Ven, Agamenón, y acompáñente en nuestra ayuda todos los muertos que contigo aniquilaron a los frigios, y cuantos detesten a los execrables asesinos! ¿Lo oíste, tú que has sufrido tales horrores de mi madre? ELECTRA Sé bien que todo lo oye mi padre, pero es hora de obrar. Y te recuerdo que Egisto ha de perecer, porque si vencido, por hado fatal, cayeres, también yo moriré; y no se dirá que vivo, pues herirá mi cabeza cuchilla de dos filos. Voy a mi hogar a realizar mis proyectos, porque si de los tuyos viniese buena nueva, toda la casa saltará de júbilo; si sucumbes, sucederá lo contrario. Esto te digo. ORESTES Ya comprendo. ELECTRA Preciso es que pruebes tu valor. (_Vase Orestes_). Vosotras, ¡oh mujeres!, indicadme con claridad las tumultuosas alternativas de este combate. Yo esperaré empuñando cortadora espada; jamás se vengarán de mí mis enemigos, ni vencida injuriarán ni afrentarán mi cuerpo. EL CORO _Estrofa 1.ª_ — Famosa es la antigua tradición, según la cual Pan, protector de los campos, que espira dulcísonos versos,[199] trajo en mimbres donosamente tejidos una hermosa cordera de vellón dorado, amamantada por su tierna madre en las montañas de la Argólida, y subiéndose en las gradas de piedra, exclamó: «Al ágora, al ágora,[200] ¡oh habitantes de Micenas!: venid y veréis terribles prodigios de felices tiranos». _Antístrofa 1.ª_ — Y los coros llenaban el palacio de los Atridas, y se descubrían los dorados templos, y ardía el fuego en las aras de la ciudad de los argivos, y la flauta de Lotos, servidora de las musas, daba suavísimos sonidos, y se entonaban gratos cantos en honor del dorado cordero y de Tiestes. Seducida por él la esposa amada de Atreo en oculto lecho, llevó a su palacio el prodigio, y volviendo al ágora, dijo en alta voz que era suya la cornígera corderilla de maravilloso vellón dorado. _Estrofa 2.ª_ — Pero entonces, entonces torció Zeus el brillante rumbo que siguen los astros, la luz del sol y el rutilante rostro de la Aurora; la ardiente llama encendida en el cielo descendió por las llanuras del occidente; las nubes, llenas de agua, se encaminaron a la constelación ártica, y el seco domicilio de Amón,[201] careciendo de rocío y privado por Zeus de las bienhechoras lluvias, aparece desde entonces árido y desierto. _Antístrofa 2.ª_ — Así dicen; pero yo doy poco crédito a esos insólitos giros del ardiente Sol, que, por castigar a los hombres, abandonó su dorado asiento en daño de ellos. Fábulas en verdad formidables a los mortales y útiles para mantener vivo en los hombres el culto de los dioses. ¿Por qué no te has acordado de ellas, tú, que mataste a tu esposo, madre de ínclitos hermanos? Callad, callad; ¿no habéis oído, ¡oh amigas!, un grito, o me engaña la fantasía, como si escuchase (_Se detiene y escucha_) el trueno infernal de Zeus?[202] Más claros son ya estos clamores. (_Llamando en alta voz_). Electra, nuestra dueña, sal de tu casa. ELECTRA (_saliendo de su casa_). ¿Qué hay, amigas? ¿Cómo se muestra nuestra fortuna en esta lucha? EL CORO Solo sé que he oído el gemido de un moribundo. ELECTRA (_escuchando_). Yo también; desde lejos, es verdad, pero lo he oído. EL CORO De lejos viene la voz; pero es, sin embargo, clara. ELECTRA ¿Será de algún argivo este gemido, o de alguno de mis amigos? EL CORO No lo sé; es un clamor confuso. ELECTRA Me anuncias que debo suicidarme; ¿por qué me detengo? EL CORO Aguarda hasta conocer tu suerte. ELECTRA No es posible; hemos sucumbido; ¿en dónde están los mensajeros? EL CORO Vendrán; no es fácil matar a un rey. EL MENSAJERO (_que llega corriendo_). Preclara victoria, ¡oh vírgenes de Micenas!, hemos alcanzado; sepan todos mis amigos que Orestes ha vencido, y que Egisto, asesino de Agamenón, yace postrado en tierra; pero demos las gracias a los dioses. ELECTRA ¿Quién eres tú? ¿Cómo he de creer lo que me dices?[203] EL MENSAJERO ¿No recuerdas que soy uno de los servidores de tu hermano? ELECTRA ¡Oh tú, el muy amado!; no te conocí de miedo; ya sé quién eres. ¿Qué dices? ¿Murió el odioso asesino de mi padre? EL MENSAJERO Murió; dos veces te he dicho lo que tanto deseas saber. ELECTRA ¡Oh dioses, y tú, Justicia, que todo lo ves, al fin venciste! Pero explícame todos los pormenores de la muerte del hijo de Tiestes. EL MENSAJERO Después que salimos de aquí, entramos en el camino trillado por los carros, junto al cual estaba el ínclito príncipe de Micenas tejiendo coronas de tierno mirto. Al vernos dijo: «Salve, ¡oh huéspedes!; ¿quiénes sois?, ¿de dónde venís?, ¿en dónde habéis nacido?». Orestes respondió: «Somos de la Tesalia, y vamos al Alfeo[204] a adorar a Zeus Olímpico». Al oírlo Egisto replicó: «Hoy me acompañaréis a la cena, porque sacrificaré bueyes a las ninfas, y mañana temprano saltaréis del lecho y llegaréis al término de vuestro viaje. Pero entremos en la casa». Mientras decía esto nos guiaba a ella, y nosotros le seguíamos, no pareciéndonos bien rechazarlo. Ya dentro, dijo: «Tráiganse baños cuanto antes a estos huéspedes, para que se acerquen al altar y al agua lustral». Orestes le contestó así entonces: «Nos hemos purificado en las ondas puras de un río; pero si es lícito a los extranjeros sacrificar con los ciudadanos, ¡oh Egisto!, preparados estamos, y no nos opondremos, ¡oh rey!». Acabada esta plática, y dejando las lanzas los servidores que formaban su guardia, todos pusieron manos a la obra. Unos traían el vaso lustral, otros los cestos, otros encendían el fuego y ponían los vasos alrededor del hogar, y todos hacían gran ruido en el edificio. El esposo de tu madre derramaba la salsamola[205] en las aras, profiriendo estas palabras: «Ninfas que habitáis en las rocas, que yo os sacrifique muchas veces bueyes, y que mi esposa, la hija de Tindáreo, que está en el palacio, sea, como yo ahora, afortunada en cuanto emprenda, y desdichados mis enemigos». (Aludía a ti y a Orestes). Pero mi señor hacía votos contrarios, no, en verdad, en voz alta, para recuperar su patrimonio. Egisto tomó del cesto un cuchillo recto; cortó los pelos del novillo, echándolos con su mano derecha en el fuego; hirió a la víctima en los lomos al levantarla los sacrificadores, y dijo a tu hermano: «Los tesalios, entre otras artes insignes, se envanecen de ser maestros en despedazar un toro y domar caballos. Toma el acero, ¡oh huésped!, y prueba que la fama no miente cuando así habla de los hijos de Tesalia». Orestes cogió en sus manos el bien templado cuchillo dórico;[206] sujetó el manto con el broche, y echándolo hacia atrás, eligió por sacrificador a Pílades, e hizo que se apartasen los demás servidores; y tomando un pie del novillo, descubría sus blancas carnes extendiendo la mano, y despojaba sus lomos de la piel en menos tiempo que tarda el jinete en recorrer dos veces el estadio.[207] Abría después las entrañas, y Egisto, recibiéndolas en su mano, las examinaba con cuidado porque faltaba el lóbulo en los intestinos, y así esta falta como el cuello de la vejiga de la hiel, presagiaban desdichas al que las escudriñara. Contrajo, pues, su rostro y, al observarlo, le preguntó mi dueño: «¿Por qué te entristeces?». «¡Oh huésped! —replicó—; temo fuera de aquí alguna asechanza; el hijo de Agamenón es mi más mortal enemigo, y también de mi familia». Él respondió: «¿Temes asechanzas de un desterrado, reinando tú en la ciudad? ¿No me dará alguno un cuchillo ftío, en vez del dórico,[208] para que, acabada la exploración, celebremos el banquete, después de abrir el pecho de la víctima?». Entonces Egisto se apoderó de las vísceras pectorales y se puso a examinarlas; mas al bajar la cabeza, tu hermano, levantándose sobre la punta de los pies, le descargó un golpe, rompiéndole las vértebras y tirando en tierra cuan largo era su cuerpo palpitante, que se revolcó en su sangre. Enteráronse sus servidores y tomaron las armas, y todos ellos, muchos en número, atacaron a los dos; pero los detuvo el valor de Pílades y Orestes, vibrando sus armas, y el último dijo: «No vengo como enemigo contra esta ciudad ni contra mis servidores; yo soy el mísero Orestes, que ha castigado al asesino de su padre. No me matéis, vosotros que sois mis antiguos súbditos». Contuviéronse ellos al oírlo, y fue reconocido por cierto anciano que sirvió en su palacio. Regocijáronse entonces, y al punto lo coronaron. A buscarte viene, a enseñarte la cabeza, no de la Gorgona, sino de Egisto, a quien aborreces; su sangre paga con triste usura la derramada por él en otro tiempo. EL CORO _Estrofa._ — Prepara los pies para la danza, ¡oh amiga!, como el potrillo que salta con gracia en el aire. Tu hermano trajo una corona de más valor que la ganada en lucha victoriosa a las orillas del Alfeo.[209] Pero canta el himno triunfal en mi coro. ELECTRA ¡Oh luz, oh crines de los cuatro caballos del Sol, oh tierra y tinieblas, que antes me envolvíais!; ahora están mis ojos libres y clara mi vista desde que sucumbió Egisto, el asesino de mi padre. Ea, amigas; con las galas que guardo en mi casa, coronaré la cabeza de mi hermano vencedor. EL CORO Hace bien en engalanar su cabellera, que nuestros coros seguirán gratos a las musas. Ahora que al rigor de la justicia perecieron estos hombres inicuos, gobernarán nuestro país sus antiguos y queridos reyes. Prosigan, pues, nuestros unánimes y alegres vítores. (_Aparecen Orestes y Pílades con su séquito, trayendo el cadáver de Egisto. Electra sale al encuentro de Orestes con coronas y cintas_). ELECTRA ¡Oh victorioso Orestes, hijo de padre también victorioso en las guerras de Ilión!; toma para ti estas coronas entrelazadas. Vuelves a mi casa, no después de recorrer vanamente el estadio, sino después de matar a nuestro enemigo Egisto, asesino de tu padre y del mío. Y tú, Pílades, educado por un varón muy piadoso,[210] que estás a su lado, toma de mi mano otra corona, que te expusiste a iguales peligros. Siempre desearé vuestra dicha. ORESTES A los dioses solo, ¡oh Electra!, la debemos; después puedes alabarme, que solo soy instrumento suyo y de la Fortuna. No me jacto vanamente de haber dado muerte a Egisto, y para que nadie lo dude te traigo su cadáver, ya por si quieres echarlo a las fieras que lo despedacen, o suspenderlo de un poste y ofrecer sus restos a las aves hijas del Éter. El que antes se llamaba tu señor es ahora tu siervo. ELECTRA De buena gana diría, a no ser por vergüenza... ORESTES ¿Qué? Habla, ya no tendrás miedo. ELECTRA De que me aborrezcan si insulto a los muertos. ORESTES No hay quien lo reprenda. ELECTRA Nuestra ciudad es descontentadiza e inclinada a la maledicencia. ORESTES Di cuanto quieras, hermana; odio inextinguible profesamos siempre a Egisto. ELECTRA Sea, pues:[211] ¿cuál será mi primera injuria? ¿Cuáles otras le seguirán? Jamás, al levantarme, dejaba de pensar en lo que te diría al verte, si alguna vez no embargaba el temor mi lengua. Ya llegó ese día, y ahora, ¡oh Egisto!, me oirás como si vivieras. Tú me perdiste, huérfana de mi caro padre; también a este, no provocado por agravio alguno; sedujiste a mi madre, y sin haber peleado contra los frigios mataste al general de los griegos. Tan lejos fue tu locura que creíste que no te sería infiel mi madre, con la cual te casaste, profanando el lecho de mi padre. Sepa, pues, todo el que corrompa a mujer ajena, que si después se ve obligado a tomarla por esposa, será infeliz si piensa que guarda para él solo el pudor que antes no tuvo. Desgraciada era tu suerte, aunque no lo creyeras así: no ignorabas que habías contraído un himeneo impío, ni mi madre que impío era también su esposo. Como los dos erais malvados, participasteis ambos de vuestras respectivas desdichas: tú de la suya, ella de la tuya. Todos los argivos decían a una: «Aquel es el esposo de esta mujer; esta mujer no es esposa de este hombre». Y era vergonzoso que una mujer estuviese al frente de un palacio, no un hombre, y yo aborrezco los hijos que en la ciudad llevan, no el nombre de su padre, sino solo el de su madre. Si alguno se casa con esposa más ilustre que él, nadie se acuerda del esposo y todos de la mujer. Te engañaste muy mucho y diste pruebas de ignorante si pensabas que eras algo porque tenías riquezas, que nada son y se disfrutan poco tiempo. Duradero es el ingenio, no ellas; mientras que poseyéndolo vencemos a los males, la opulencia es injusta y vive con los malvados, y vuela fácilmente y efímera es su flor. Callo lo que has hecho con las mujeres (que una virgen no debe decirlo); pero lo indicaré con reserva, para que se entienda: tu conducta era insolente, porque morabas en un palacio y eras hermoso. Que un marido tenga corazón varonil, no rostro virginal. Buenos son los mismos hijos de Ares, no los hombros bellos, gala de los coros. Muere, pues, necio como pocos; nunca sospechaste que pagarías la pena merecida. Ninguno me diga que por haber dado con felicidad el primer paso en la carrera ha vencido, mientras no llegue a la meta y alcance el término de la vida. (_Dale con el pie_). EL CORO Cometió atentados horribles, y horriblemente os vengasteis tú y tu hermano. ¡Grande es el poder de la justicia! ORESTES Ea, servidores, llevaos ese cadáver y ocultadlo en las tinieblas, para que no lo vea mi madre antes de morir. (_Llévanse el cadáver_). ELECTRA Calla; hablemos de otra cosa. ORESTES ¿Qué hay, pues? ¿Vienen a socorrerlo de Micenas? ELECTRA No; es la madre que me dio a luz. ORESTES A tiempo viene a caer en la red. ELECTRA Soberbia se presenta con su carro y con su estola. ORESTES ¿Qué hacemos? ¿Matamos a nuestra madre? ELECTRA ¿Sientes compasión al verla?[212] ORESTES ¡Ay de mí! ¡Cómo he de matar a la que me alimentó y me dio a luz! ELECTRA Como ella mató a tu padre y al mío. ORESTES ¡Oh Febo, seguramente es insensato tu oráculo! ELECTRA Si es Apolo necio, ¿quiénes serán los sabios? ORESTES Cualquiera que me aconseje matar a mi madre, lo cual no es lícito. ELECTRA ¿Pero qué mal te aguarda vengando a tu padre? ORESTES Tendré que huir, reo de parricidio, cuando antes era inocente. ELECTRA Y si no vengas a tu padre serás impío. ORESTES Yo expiaré el asesinato de mi madre. ELECTRA ¿Y no serás castigado si no vengas a tu padre? ORESTES ¿Si el oráculo será obra de algún mal genio, no del dios? ELECTRA ¿Sentándose en el sagrado trípode? No lo creo. ORESTES Ni yo que es piadoso ese oráculo. ELECTRA No te desalientes y pierdas el ánimo. ORESTES ¿La mataré también dolosamente? ELECTRA Como a Egisto, su esposo. ORESTES Entraré; cruel es esta lucha y cruel será mi acción. Si los dioses lo quieren, así sea; combate es este para mí dulce y amargo a un tiempo. EL CORO Viva la hija de Tindáreo, reina de la tierra argiva, hermana de los fuertes hijos de Zeus[213] que moran entre los astros del ardiente éter y socorren a los mortales afligidos en medio de los mares. Salve: venérote como a los bienaventurados, que grandes son tus riquezas y tu dicha; tiempo es ya, ¡oh reina!, de rendir homenaje a la fortuna. CLITEMNESTRA Bajad del carro, troyanas, y dadme la mano para ayudarme a salir. Adornados están los templos de los dioses con los despojos frigios, aunque en mi palacio posea, en vez de la hija que perdí,[214] estas esclavas escogidas de la tierra de Troya, don exiguo, pero grato. ELECTRA ¿No me será lícito, ¡oh madre!, a mí, esclava arrojada del hogar paterno, que habito en pobre casa, tocar tu bienaventurada mano? CLITEMNESTRA Para eso sirven estas esclavas; no me atormentes. ELECTRA ¿Por qué no? Como a cautiva me lanzaste del hogar paterno; sin él, cautiva soy también como estas, huérfanas de padre, abandonadas. CLITEMNESTRA Así pensaba también tu padre de amigos que no lo merecían. Me explicaré, sin embargo, aunque se crea, y a mi parecer sin razón, que es interesado el lenguaje de una mujer de mala fama.[215] Si después de oírme estima alguno que debe odiarme, hágalo en buen hora; si no, ¿por qué aborrecerme? Tindáreo me dio a tu padre, no para que me matase ni tampoco a mis hijos, y Agamenón, al dejar su palacio, arrastró a Ifigenia a Áulide, en donde estaban detenidas las naves, pretextando que la casaría con Aquiles; y allí, llevándola a la pira, manchó con sangre sus blancas mejillas. Y esto podría perdonarse si lo hubiera hecho por librar de asedio a Argos o por salvar a su familia y los demás hijos, perdiendo uno por todos; pero no arrancármela por recobrar a la libidinosa Helena y porque su esposo no pudo refrenarla. Esto solo, a pesar de ser injusto, no me habría precipitado a asesinarlo; pero volvió en compañía de una bacante de inspirado estro,[216] y compartió con ella su lecho y quiso tener a un tiempo dos esposas en un mismo palacio. No diré que las mujeres no sean deshonestas; pero aun siendo cierto, si el esposo peca y rechaza sus abrazos, ella quiere imitarlo y buscar otro amante. ¡Y para nosotras es ignominioso, y si los hombres lo hacen nadie se admira! Si hubiesen robado a Menelao, ¿debía yo sacrificar a Orestes por salvar al esposo de mi hermana? ¿Y el que mató a mi hija no debía morir y yo sí? Yo lo maté; yo le salí al encuentro, y fueron mis cómplices sus enemigos; si no, ¿qué amiga hubiese osado ayudarme a perpetrar ese crimen? Di lo que quieras con toda libertad, y prueba que tu padre no sufrió el castigo merecido. ELECTRA Defendiste tu causa, pero es injusta. Conviene a la mujer prudente ceder siempre a su esposo; de la que así no piense, ni aun hablar quiero. Acuérdate, ¡oh madre!, de tus últimas palabras concediéndome completa libertad de replicarte. CLITEMNESTRA Lo mismo repito ahora, y no me vuelvo atrás de lo dicho. ELECTRA Y después de oírme, ¿no me harás ningún mal, madre? CLITEMNESTRA De ningún modo, y seré contigo indulgente. ELECTRA Sea así, pues, y este será mi exordio.[217] ¡Ojalá, ¡oh madre!, tuvieses mejores pensamientos, porque es grande tu hermosura y la de tu hermana Helena!; pero sois dos hermanas igualmente frívolas e indignas de Cástor. La una consintió en su rapto y tú perdiste al más ilustre de los griegos, pretextando que le dabas muerte por haber degollado a tu hija, pues no todos saben como yo la verdad del caso, y que tú, antes de cerciorarte de ello y a poco de separarte de tu esposo, peinabas al espejo los rubios rizos de tu cabellera. Pero la mujer que, ausente de su esposo, se adorna para agradar, merece vituperio; nunca sale de su casa sino en demanda de traiciones. Tú fuiste la única griega que se alegraba de los triunfos de los troyanos, nublándose tus ojos cuando sucumbían, y deseando que Agamenón no volviese de Troya. Y justo motivo tenías para ser casta, pues en nada le aventaja Egisto, y los griegos le eligieron general; y por lo mismo que tu hermana Helena había cometido tales maldades más gloria reportarías, porque los delitos ajenos ofrecen a los justos útil enseñanza. Pero aun suponiendo, como dices, que mi padre matase a tu hija, yo y mi hermano, ¿qué daño te hemos hecho? ¿Por qué, después de muerto tu esposo, no nos llevaste al palacio paterno en vez de traer a él otro lecho, y das una corona en precio de su crimen, ni destierras a tu esposo en vez de a tu hijo, ni por vengarme lo asesinas, cuando él en vida me ha hecho perecer, no una, como mi padre a mi hermana, sino dos veces? No hay duda que si un asesinato se venga con otro, yo y tu hijo Orestes vengaremos en ti el de nuestro padre. Si su muerte fue justa, lo será también la tuya. Todo el que se casa con una mujer malvada solo por sus riquezas o ilustre linaje, es un necio; que un himeneo modesto y casto es la bendición de una familia.[218] EL CORO La fortuna juega un gran papel en los casamientos de las mujeres, y hace la felicidad o la desdicha de los mortales. CLITEMNESTRA Obedeces, ¡oh hija!, a la ley natural amando al que te engendró. También sucede que unos hijos quieren solo a sus padres, y otros prefieren a la madre. Te perdono, porque no siempre, ¡oh hija!, me alegran mis recuerdos. ¿Pero así estás sin purificarte, y mal abrigada, y recién parida, sin embargo? ¡Oh, cuán desgraciada soy, solo por mi causa, excitando las iras de mi esposo más de lo justo! ELECTRA Tarde gimes, cuando no puedes remediarlo. Mi padre ha muerto; ¿cómo no llamas a tu hijo, que anda errante lejos de su patria? CLITEMNESTRA Tengo miedo; así me lo aconseja mi interés, no el suyo, porque, según dicen, se enfurece al recordar el asesinato de Agamenón. ELECTRA ¿Y por qué nos trata tu esposo con tanto rigor? CLITEMNESTRA Tal es su carácter, pero no mejor el tuyo. ELECTRA Lo siento, aunque no me indigno. CLITEMNESTRA Ya no te hará ningún daño. ELECTRA Se llena de orgullo porque habita en mi palacio. CLITEMNESTRA ¿Lo ves? ¿Promueves nuevas disputas? ELECTRA Me callo: le temo, y yo me entiendo.[219] CLITEMNESTRA No hables más de esto. ¿Para qué me llamabas, hija? ELECTRA Según creo, tienes ya noticia de mi parto; sacrifica en mi nombre, porque yo ignoro la costumbre observada cuando tiene el niño diez días, y no es extraño, por ser el primero. CLITEMNESTRA Eso corresponde a la que te asistió en el parto. ELECTRA Nadie me ayudó, y sola di a luz un hijo. CLITEMNESTRA ¿No tenéis ningún amigo? ELECTRA Nadie codicia pobres amistades. CLITEMNESTRA Iré, pues, para sacrificar a los dioses, ya que el niño tiene el tiempo debido;[220] pero así que recibas esta gracia volveré al campo, en donde mi esposo sacrifica a las ninfas. Vosotros, servidores, llevad a los pesebres los caballos uncidos a la lanza, y regresad cuando calculéis que he concluido el sacrificio, pues también debo complacer a mi esposo. (_Entra en la casa_). ELECTRA Entra en mi pobre casa; cuida de que su ennegrecido techo no deslustre tu peplo; sacrificarás como conviene a los dioses. Pronto está el cesto para los sagrados auspicios, y aguzado el cuchillo que dio muerte al toro, junto al cual caerás tú misma herida; en el palacio de Hades te casarás también con quien dormías en el imperio del Sol: tan grande será la gracia que te dispense en pago de la pena que debes a mi padre. (_Entra tras ella_). EL CORO _Estrofa 1.ª_ — Una cadena terrible forman los males, y vientos varios agitan a las familias. Mi príncipe, sí, mi príncipe sucumbió en otro tiempo en el baño, y resonó el pavimento, y resonaron las almenas de piedra del palacio mientras él exclamaba: «¡Oh mujer criminal!, ¿por qué me matas cuando vuelvo a mi patria amada después de diez sementeras?». _Antístrofa 1.ª_ — Pero sonó la hora de la venganza para esta infame, que profanó el lecho nupcial y mató con sus propias manos a su esposo desdichado, que regresaba tarde a su patria, a los muros de los cíclopes, que se elevan en los aires, blandiendo ella misma el puñal afilado. ¡Oh mísero esposo, qué ofensa tan grande te hizo esta furia ensañándose criminal en ti, como salvaje leona que mora en las espesuras de los montes! CLITEMNESTRA (_dentro_). ¡Por los dioses, hijos, no matéis a vuestra madre! EL CORO ¿Oyes una voz bajo el techo? CLITEMNESTRA ¡Ay de mí! ¡Ay de mí! EL CORO Deploro que sucumba a manos de sus hijos. La justicia divina ejerce su ministerio cuando la ocasión se presenta. Adversa es tu suerte, ¡oh desgraciada!, pero impíos fueron también tus hechos. Vedlos, vedlos aquí manchados con la sangre de su madre, que salen de la casa, señal manifiesta de la victoria, como los lamentos que oímos antes. Nunca hubo palacio más funesto que el habitado por los hijos de Tántalo. (_Al salir Electra y Orestes ábrense las puertas, y se ven los dos cadáveres de Clitemnestra y Egisto_). ORESTES[221] _Estrofa 2.ª_ — Ensalcemos a la Tierra y a Zeus, que ve cuanto hacen los mortales; contemplad, ¡oh dioses!, estos crímenes sangrientos y nefandos; dos cuerpos tendidos en tierra al golpe de mi mano, único remedio a mis desdichas. ELECTRA Lamentables son en verdad, ¡oh hermano!; autora soy también de ellos. Con furor me he ensañado en esta madre que me dio a luz. ORESTES ¡Oh madre infortunada y criminal que me diste la vida! ¡Oh calamidad, oh calamidad, obra voluntaria de tus propios hijos! Sin embargo, has expiado el asesinato de mi padre. _Antístrofa 2.ª_ — Me instigaste, ¡oh Febo!, a cumplir esta venganza, y cometiste horrible y manifiesto delito, y desataste funesto himeneo en la tierra helénica. ¿A qué ciudad iré? ¿Qué hombre piadoso me dará hospitalidad y mirará tranquilo el rostro del matador de su madre? ELECTRA ¡Ay de mí! ¡Ay de mí! Y yo, ¿adónde iré? ¿Qué coro podré formar? ¿Quién me querrá por esposa? ¿Qué hombre querrá recibirme en su lecho conyugal? ORESTES Como el viento, sí, como el viento has cambiado; ahora piensas piadosamente, antes no, y excitaste a tu hermano, ¡oh hermana amada!, a cometer terribles atentados que no aprobaba. ¿No viste cómo la desdichada se despojó de su manto, me presentó su pecho para que lo hiriera, ¡ay de mí, ay de mí!, y, enterneciéndome, arrastró por tierra el cuerpo que me engendrara? ELECTRA Sé que vacilaste al oír el flébil clamor de la madre que te dio a luz. ORESTES Así habló, tocando mi barba: «¡Oh hijo mío, por los dioses te lo pido!». ¡Y besaba mis mejillas, y se me cayó el arma de las manos! EL CORO ¿Cómo te has atrevido, ¡oh desgraciada!, a presenciar el asesinato de tu madre? ORESTES Yo la maté ocultando mi rostro con el palio y atravesando su cuello con mi espada. ELECTRA Pero yo te animé y esgrimí también el acero.[222] ORESTES Envuelve en el manto a tu madre, quítala de nuestra vista, lava sus heridas. (_Dirigiéndose al cadáver de Clitemnestra_). ¡Oh madre de tus asesinos! ELECTRA (_mientras cubre el cadáver_). He aquí cómo amigas y enemigas te ocultamos bajo nuestros vestidos, última víctima de nuestra familia. EL CORO Mirad cómo aparecen ciertos seres sobrenaturales sobre lo alto de la casa; quizá sean algunos dioses, porque así no vienen los mortales. ¿Por qué se presentan de este modo a los hombres? LOS DIOSCUROS (_habla Cástor_). Oye, hijo de Agamenón, que te hablan los gemelos hijos de Zeus, hermanos de tu madre, Cástor y mi hermano Pólux. Después que aplacamos en la mar una borrasca fatal a las naves, vinimos a Argos, en donde presenciamos el asesinato de nuestra hermana, madre tuya. La justicia se ha cumplido, pero tú no has sido su ministro, que Apolo, Apolo... Pero es mi rey y callo, pues aunque sabio, no pudo inspirarte sabiduría. Mas después de todo, es menester resignarse, porque se han de obedecer los decretos del destino y de Zeus: que Electra sea esposa de Pílades y la lleve consigo; abandona tú a Argos, pues habiendo asesinado a tu madre, no debes entrar en ella. Las terribles Furias, diosas de feroces miradas, te perseguirán errante, víctima del delirio; pero encamínate a Atenas y abraza la sagrada imagen de Palas, que ahuyentará a tus perseguidoras, azotándolas también con crueles dragones, y no osarán acercarse a ti, y te protegerá con la terrible égida y la cabeza gorgónica. Hay allí cierta colina de Ares, en donde los dioses se juntaron primero para dar sus votos y fallaron sobre el homicidio de Halirrotio,[223] hijo del rey del mar, que pereció a manos del dios cruel de la guerra, enfurecido a causa de las impías nupcias que celebró con su hija, desde cuyo suceso es para los dioses santísima o irrevocable la sentencia que allí se pronuncia.[224] En este mismo lugar te sujetarás al fallo que recaiga en tu causa. Votos iguales salvarán tu vida y no morirás por tu crimen, pues Febo será responsable de haberte aconsejado el parricidio. Y las crueles diosas, presas de profundo dolor, se precipitarán en una sima cerca de esa eminencia, oráculo sagrado desde entonces y temido de los hombres. Ley será en adelante para la posteridad que el reo se salve siempre que el mismo número de votos lo condene y lo absuelva. Conviene que después habites a las orillas del Alfeo, en la Arcadia, cerca del templo Liceo,[225] y se fundará además una ciudad que lleve tu nombre.[226] Esto es lo que te digo. El cadáver de Egisto será enterrado por los argivos. Menelao, dueño ya de los campos troyanos, y su esposa Helena, llevarán a tu madre a Nauplia, en donde le darán sepultura. Helena viene ahora del palacio de Proteo,[227] dejando a Egipto; no ha estado en Troya, pues Zeus, para suscitar guerras y muertes de hombres, envió a Ilión una falsa imagen suya.[228] Pílades llevará a su virgen esposa a la tierra aquea,[229] y al país de los focidios[230] al esposo de tu hermana,[231] tu pariente solo en el nombre, dándole una libra de oro. Tú irás por el Istmo a la afortunada roca de Cécrope,[232] y cuando cumplieres tu fatal destino y expiares tu parricidio, serás feliz, libre de estos males. EL CORO ¡Oh hijos de Zeus!, ¿nos dais licencia de hablaros? LOS DIOSCUROS Podéis hacerlo, si no os habéis contaminado. ORESTES Y yo, ¿puedo hablar con vosotros, ¡oh hijos de Tindáreo!? LOS DIOSCUROS También tú, porque a Febo imputo este crimen sangriento. EL CORO ¿Cómo siendo dioses y hermanos de esta, ahora cadáver, no habéis alejado de aquí a las Furias? LOS DIOSCUROS El destino lo ordenaba y la voz imprudente de Febo. ELECTRA ¿Y qué me mandó Febo? ¿Qué oráculos me prescribieron dar muerte a mi madre? LOS DIOSCUROS Crimen común y común destino, y el delito de vuestro padre os perdió a ambos. ORESTES ¡Oh hermana mía! Hoy que te veo después de tanto tiempo, me alejan al punto de tu presencia, y te abandono, y tú a mí. LOS DIOSCUROS Ya tiene hogar y esposo; solo en dejar la ciudad de los argivos participa de tus males. ORESTES ¿Y qué cosa hay más deplorable que ser desterrado de su patria? Pero yo, reo de la muerte de mi madre,[233] abandonaré los lugares en que vivió mi padre para sujetarme al fallo de un tribunal extranjero. LOS DIOSCUROS No desmayes; resígnate, que vas a la santa ciudad de Atenea. ELECTRA Abrázame, ¡oh hermano muy amado!; las horribles imprecaciones de una madre nos alejan del hogar paterno. ORESTES Anda, pues, abrázame tú, y llora como si lo hicieses ante mi sepulcro. LOS DIOSCUROS ¡Ay, ay! Tristes hasta para los dioses son tus lamentos. Nosotros y los demás habitantes del cielo nos compadecemos de las desdichas humanas. ORESTES ¡No te veré ya más! ELECTRA ¡Ni yo a ti tampoco! ORESTES Esta es la última vez que me hablas. ELECTRA Adiós, ¡oh ciudad!; adiós por largo tiempo vosotras, mujeres que la habitáis. ORESTES ¡Oh hermana fidelísima!, ¿ya te vas? ELECTRA Me voy derramando tiernas lágrimas. ORESTES Alégrate tú, Pílades, que Electra será tu esposa. LOS DIOSCUROS Celebrar su himeneo será, en efecto, su primer cuidado; pero tú, si has de huir de estas Furias, encamínate a Tebas. Con sus manos armadas de dragones y su negro cuerpo te acometerán con terrible ímpetu, y te causarán atroces dolores. Nosotros vamos ahora volando al mar Sículo a proteger en sus aguas las proas de los bajeles. Cuando atravesamos el éter no socorremos a los impíos, salvando tan solo de graves trabajos a los que rinden culto a la Piedad y a la Justicia. Que nadie, pues, navegue que sea injusto ni perjuro. Yo, dios, lo anuncio a los hombres. EL CORO Y yo me despido de vosotros. Entre los mortales es solo feliz el que no sufre infortunios y está contento con su suerte. IFIGENIA EN ÁULIDE ARGUMENTO Detenida en Áulide[234] la armada griega por vientos contrarios en su navegación a Troya, declara el adivino Calcas que no soplarán los favorables hasta que Ifigenia, hija de Agamenón y de Clitemnestra, sea sacrificada en el ara de Artemisa. Su padre, generalísimo del ejército, que está descontento e impaciente, instado por su hermano Menelao y por su propia ambición, accede a tan inhumana exigencia y escribe a su esposa mandándole que le envíe a Ifigenia para casarla con Aquiles. Pero se arrepiente después de su resolución, y le escribe otra carta diciéndole lo contrario. Carece de prólogo, y la acción comienza cuando el mensajero que ha de llevar la última carta se dispone a cumplir las órdenes novísimas de su señor. Pero esta última carta es interceptada por Menelao, y Clitemnestra e Ifigenia sobrevienen, deseosas de celebrar las bodas anunciadas. La mentira de Agamenón se descubre al fin; Ifigenia se conforma con su propio sacrificio, y al consumarse este, desaparece la víctima destinada a sufrirlo, siendo sustituida milagrosamente por una cierva. No crea el lector, sin embargo, que el desarrollo y exposición detallada de esta tragedia nos afecte desagradablemente, como podrá pensarlo cualquiera si tiene solo en cuenta el argumento de ella, trazado en las líneas anteriores con la concisión que nos impone la naturaleza y objeto primordial de nuestra versión. Se desenvuelve con arte y maestría sin apelar a recursos dramáticos violentos ni inesperados más o menos verosímiles, y motivados en general los unos en absoluto, y desapercibidos los otros por el interés de la curiosidad y por las pasiones que nos mueven al leerla, y que debió ser mucho más poderoso para los espectadores que asistieron a su representación. A pesar de la extensión y de los defectos del primer coro, indicados en las notas; prescindiendo de los largos parlamentos de Agamenón y de Menelao, y aun haciendo el traductor caso omiso de las interpolaciones de este drama, que saltan a la vista, de la inexperiencia poética y escénica que se revelan en su autor o en sus autores, de sus innovaciones y faltas en la versificación, en los metros usados y hasta en la cantidad de las sílabas, y del escaso e imperfecto partido que saca, al parecer, el poeta de algunas partes de su composición; a pesar de todo esto, que no es poco, repetimos, está tan magistralmente trazada en su conjunto, ofrece situaciones y complicaciones de sus personajes tan dramáticas y trágicas como la de la llegada de Clitemnestra y de Ifigenia y su entrevista con Agamenón, de mérito extraordinario, y resplandece tal verdad y tanta ternura y naturalidad en su diálogo, y en las resoluciones varias y hasta contradictorias de Agamenón, de Menelao y de la misma Ifigenia, y se presentan tan bien la ambición característica de Aquiles, de Menelao y del mismo Agamenón, la nobleza, el amor filial y la resignación patriótica de Ifigenia, y un instinto poético tan recto, un gusto tan ático y seductor y un arte tan maravilloso e inesperado en la transición, que nos conduce sin sentirlo de los horrores y temores que nos asaltan en la entrevista de Agamenón con su esposa e hija, a la placidez y relativa dulzura del desenlace, que nos llena y encanta a su conclusión, y nos obliga a proclamar no solo que es su autor Eurípides, sino también que es esta tragedia, entre todas las suyas que conocemos, una de las más notables. Racine la ha imitado con la alteración importante de transformar a Aquiles, el de _los pies ligeros_, discípulo del centauro Quirón, educado en las selvas y alcanzando a las ciervas en su carrera, y nada pulido, por tanto, en un galán almibarado, y a la estancia de la armada griega en Áulide en una sesión dramática del tiempo de Luis XIV. La lectura y examen de esta tragedia y las manchas que la afean, juntamente con las noticias que dan acerca de ella el escoliasta de Aristófanes, Eliano y Hesiquio, su falta de prólogo y el uso de los anapestos en su principio, han inducido a los helenistas y eruditos a revisarla y disecarla de tal manera, con tanta desenvoltura y exceso de libertad y parsimonia de prudencia, que acaso si resucitara Eurípides le costaría harto trabajo y no poco dolor reconocerla como suya. La edición de Cambridge, una de las mejores, dice así hablando de la de Hermann, célebre helenista: «Posible es que esa edición de la IFIGENIA se haya escrito más ligeramente de lo que convenía; posible es que los años de su autor hayan trocado su perspicacia anterior en sutileza; posible que su indiscutible superioridad en este género de literatura, y el respeto que merecen a sus compatriotas sus juicios críticos, hayan exagerado su confianza en sí mismo, estimulándolo a emplear su talento sin la debida prudencia. No me atrevo a decidir acerca de las causas probables del hecho; pero, en mi opinión, paréceme evidente que ha empeorado el texto en vez de mejorarlo». Y no decimos más, porque basta lo citado para los lectores y para nuestro propósito. Se representó después de la muerte de Eurípides por el hijo del poeta, del mismo nombre que su padre, y formaba parte de una trilogía con _Las Bacantes_ y _Alcmeón_. Se ignora si le acompañaba o no drama satírico, y la fecha de su representación. PERSONAJES AGAMENÓN, _rey de Argos y de Micenas, general de los griegos en el sitio de Troya._ UN ANCIANO, _servidor de Agamenón._ CORO DE DONCELLAS DE CALCIS (_en la Eubea_). MENELAO, _hermano de Agamenón y esposo de Helena._ CLITEMNESTRA, _esposa de Agamenón, hija de Tindáreo y hermana de Helena._ IFIGENIA, _hija de Agamenón y de Clitemnestra._ AQUILES, _hijo de Peleo y de Tetis._ UN MENSAJERO. La escena es en Áulide, junto al Euripo.[235] Envuelta en las sombras de la noche se ve en el teatro una tienda suntuosa próxima al campamento griego. Agamenón sale de ella con una carta en la mano y como hablando consigo mismo, y pronuncia las palabras que siguen: AGAMENÓN (_dirigiéndose a la tienda_). Hola, anciano, sal de la tienda y ven acá. EL ANCIANO Aquí estoy. Aunque viejo, no duermo, ni son torpes mis ojos. ¿Qué nueva orden quieres darme, rey Agamenón? AGAMENÓN Ya la sabrás. EL ANCIANO Pronto, pues. AGAMENÓN ¿Cuál es esa estrella que sigue su curso por el cielo? EL ANCIANO Sirio,[236] que guía junto a las siete Pléyades, todavía a la mitad de su carrera. AGAMENÓN Aún no se oye el canto de las aves, ni la mar, y vientos silenciosos se deslizan en el Euripo. EL ANCIANO Pero, ¿a qué sales de tu tienda, rey Agamenón? Todavía descansa Áulide, y no se mueven los centinelas de las murallas. Entremos. AGAMENÓN Feliz eres, anciano; feliz es cualquier mortal que pasa su vida sin fama y sin gloria, y menos felices los que disfrutan de honores. EL ANCIANO Y, sin embargo, son el encanto de los hombres. AGAMENÓN Pero ocasionados a peligros; y aun cuando agrade ser el primero, trae también sus penalidades: ya porque descuidamos el culto de los dioses y nos castiguen, ya porque nos atormentan los juicios humanos, varios y descontentadizos. EL ANCIANO No alabo tales palabras en boca de un príncipe. Atreo, ¡oh Agamenón!, no te engendró solo para gozar, sino para que sintieras placer y dolor, como mortal que eres. Y aunque no quieras, quiérenlo los dioses. Tú, a la luz de la lampara, has escrito esta carta, que todavía traes en tus manos, y borraste otra vez sus letras, y la sellaste, y la desataste y tiraste las tablillas por tierra, derramando abundantes lágrimas, y poco te faltaba para perder el seso. ¿Qué te aflige? ¿Qué te aflige? ¿Qué novedad ha ocurrido? ¿Qué novedad, rey? Vamos, habla conmigo, que soy bueno y leal, pues Tindáreo[237] me dio a tu cónyuge al casarte como prueba de su liberalidad, y he sido su fiel compañero. AGAMENÓN Tres vírgenes dio a luz Leda, hija de Testio:[238] Febe, Clitemnestra, mi esposa, y Helena, cuya mano pretendieron los mancebos más nobles y ricos de la Grecia. Atroces amenazas profería, abundante sangre se preparaba a derramar cualquiera de ellos que no la lograse. Tindáreo, su padre, dudaba, pues, si la daría o no a alguno, preocupándole cuál sería el partido más acertado. Y se le ocurrió entonces obligar a los pretendientes, con juramento, juntando sus diestras y ofreciendo libaciones mientras el fuego consumía a las víctimas y pronunciaban terribles imprecaciones, a socorrer al que se casase con su hija si alguno la robaba de su palacio, arrancándola del lecho de su dueño, y que pelearían con él y derribarían su ciudad a mano armada, ya fuese griega, ya bárbara. Después que así lo hicieron todos y que el astuto viejo ejecutó su sagaz proyecto, dejó en libertad a su hija de elegir uno de ellos, el más favorecido por Afrodita, y ella (ojalá que nunca la tomase por esposa) prefirió a Menelao. Cuando desde la Frigia vino a Lacedemonia este juez de diosas (según es fama entre los hombres) con sus brillantes vestidos, lleno de oro resplandeciente y con su bárbaro lujo, enamorado de Helena y ella de él, la llevó a los pastos de Ida, ausente Menelao en lejanos países. Su esposo, al volver, recorrió toda la Grecia y recordó el antiguo juramento que sus rivales prestaron a Tindáreo, con arreglo al cual debían ayudar al ofendido. Por esta causa resolvieron los griegos hacer la guerra; tomaron las armas, y vinieron al estrecho de Áulide con naves y clípeos, y con muchos caballos y carros, y me eligieron su capitán por deferencia a Menelao, mi hermano. ¡Ojalá que otro cualquiera obtuviese en mi lugar esta dignidad! Reunido el ejército, permanecemos en Áulide sin poder navegar. El adivino Calcas[239] contesta a nuestras preguntas y vacilaciones diciéndonos que sacrifiquemos a Ifigenia, mi hija, para honrar a Artemisa, que mora en este suelo, y que si así lo hacemos, seguiremos nuestro rumbo y destruiremos a los frigios; y que si no, nada lograremos. Cuando lo supe, ordené a Taltibio[240] que licenciase sin dilación todo el ejército, ya que nunca conseguirá de mí que dé muerte a mi hija; pero después mi hermano, estrechándome vivamente, me ha persuadido que consienta en tales atrocidades. Y he escrito a mi esposa que me envíe a Ifigenia como para casarla con Aquiles; le pondero la grandeza de este, y le digo que no quiere navegar con los aqueos a no tener en la Ftía esposa de nuestra sangre: he pensado convencer a Clitemnestra pretextando el falso matrimonio de su hija; pero la verdad, entre todos los griegos, solo la sabemos yo, Calcas, Odiseo y Menelao. Pero cuanto prometí entonces sin razón, lo borro ahora de estas tablillas mejor aconsejado, favorecido por las sombras de la noche; y habiéndolas desatado y sellado de nuevo, las entregaré a un anciano fiel a mi linaje y a mi esposa. Ahora llevarás a mi esposa la carta que me has visto abrir y sellar varias veces, diciéndote antes su contenido. EL ANCIANO Dímelo, decláramelo, para que, al hablar, mi lengua lo confirme. AGAMENÓN Además de mi carta anterior, te remito esta, ¡oh hija de Leda!, para que no venga tu hija al estrecho sinuoso de la Eubea, a Áulide, abrigada de las olas. El año próximo inmediato celebraremos su himeneo. EL ANCIANO Pero ¿cómo Aquiles, viéndose engañado, no se encolerizará, indignándose contra ti y contra tu esposa? Peligroso es esto. Dime lo que piensas. AGAMENÓN Aquiles solo es el pretexto, no la verdadera causa de su venida, y nada sabe de tales nupcias, ni de nuestros proyectos, ni que yo haya dado palabra de casarlo con mi hija, ni de entregársela. EL ANCIANO Grave es lo que meditas, rey Agamenón, pues en vez de casar a tu hija con el hijo de la diosa, piensas sacrificarla a los griegos. AGAMENÓN ¡Ay de mí, he perdido el juicio! ¡Ay, ay de mí, me precipito en mi daño! Pero vete ligero y olvídate de tu edad. EL ANCIANO Ya corro, ¡oh rey! AGAMENÓN Que no te detengas en las fuentes umbrosas ni te dejes dominar por el dulce sueño. EL ANCIANO Ruégote que pronuncies palabras de buen agüero. AGAMENÓN Siempre que atravieses una encrucijada mira alrededor, cuidando de que no se te oculte ningún carro de veloces ruedas que traiga a mi hija a las naves de los hijos de Dánao. Y si encuentras a los que la conducen, hazlos volver, apodérate de las riendas y llévalos a las murallas de los cíclopes. EL ANCIANO Así lo haré. AGAMENÓN Pero anda, sal cuanto antes de esta plaza. EL ANCIANO Mas, dime, ¿cómo darán crédito a mis palabras tu esposa e hija? AGAMENÓN Guarda el sello que cubre esta carta. Vete. Ya brilla la aurora y palidece esta luz, y asoma el fuego de la cuadriga del sol. Sírveme en mis trabajos. Ningún mortal es dichoso hasta el fin; ninguno ha habido hasta ahora que no conozca el dolor. (_Vanse Agamenón y el anciano_). EL CORO _Estrofa 1.ª_ — He venido a la arenosa costa de la marítima Áulide navegando por las ondas de Euripo hasta el angosto estrecho, y dejando la Cálcide,[241] mi ciudad, bañada por la ínclita Aretusa,[242] que se precipita en la mar, para ver el ejército de los aqueos y las mil naves de belicosos guerreros que se dirigen a Troya, mandados por el blondo Menelao y por el noble Agamenón. Tratan, según cuentan nuestros esposos, de recobrar a Helena, robada del Eurotas, abundante en cañas, por el pastor Paris, don que le hizo Afrodita cuando, cerca de la oculta fuente, la declaró más bella que sus dos rivales Hera y Palas. _Antístrofa 1.ª_ — Presurosa atravesé el bosque en donde se elevaba el humo de muchos sacrificios en honor de Artemisa, tiñendo mis mejillas juvenil rubor por contemplar las trincheras de los que llevan clípeos, las tiendas de campaña de los hijos de Dánao y los escuadrones de caballos. Y he visto a los dos Áyax, amigos, al hijo de Oileo y al de Telamón, gloria de Salamina, y a Protesilao, que con Palamedes, el nieto de Poseidón, juega con varias figurillas;[243] y a Diomedes, aficionado a lanzar el disco, y junto a él a Meriones,[244] de la raza de Ares, portento entre los hombres; y al hijo de Laertes, oriundo de insulares montes, y a Nireo,[245] el más hermoso de los griegos. _Epodo._ — Y vi también a Aquiles, ligero como el viento, hijo de Tetis, discípulo de Quirón,[246] corriendo con sus armas por la arenosa ribera, disputando a pie la victoria a una cuadriga. Y gritaba el auriga Eumelo,[247] del linaje de Feres, aguijando los hermosísimos caballos de insignes frenos llenos de oro: los de en medio, junto al yugo, eran pintados de blanco, y los otros dos, los de más largas riendas, que se ayudaban mutuamente en su carrera, de pelo rojo, con manchas en las piernas, más arriba de su casco sólido; y junto a ellos, y cerca de la rueda y de sus rayos, corría armado el hijo de Peleo. _Estrofa 2.ª_ — Vi también sus numerosas naves, espectáculo admirable y que satisfizo mi juvenil curiosidad, disfrutando de dulce deleite. Formaba el ala derecha de la armada la escuadra ftiota de los mirmidones, con cincuenta bajeles impetuosos. Doradas imágenes en su parte más alta representaban a las nereidas, distintivo de las naves que llevaban el ejército de Aquiles.[248] _Antístrofa 2.ª_ — Cerca de ellas estaban los buques argivos, de igual número de remos, a cuyo frente iba el hijo de Mecisteo,[249] educado por su abuelo Tálao, y Esténelo, el hijo de Capaneo.[250] Seguían después las sesenta naves del Ática, mandadas por el hijo de Teseo,[251] llevando a Palas en ecuestre y alado carro, signo fausto a los navegantes. _Estrofa 3.ª_ — Vi también la armada de los beocios, compuesta de cincuenta naves adornadas de símbolos, y entre ellos, y en la parte más elevada, a Cadmo,[252] teniendo en sus manos un dragón dorado; Leitos, el hijo de la Tierra, los mandaba. Vi también a los de la Fócida,[253] y a los locrenses, iguales en número, capitaneados por el hijo de Oileo,[254] que abandonó a la ilustre ciudad Troniada. _Antístrofa 3.ª_ — El hijo de Atreo, de la ciclópea Micenas, iba al frente de cien naves, y con él su hermano, capitán también, como un amigo va con otro, para pedir en nombre de la Grecia estrecha cuenta a la que dejó su palacio para contraer, en las popas de las naves de Gerenio Néstor,[255] que vino de Pilos, bárbaras nupcias. Vi además una imagen con pies de toro, símbolo del Alfeo. _Epodo._ — Doce eran los bajeles de los enianes que obedecían al rey Guneo, y junto a ellos los príncipes de la Élide,[256] llamados epeos por todo el pueblo, a las órdenes de Eurito. Las naves tafias, armadas de brillantes remos, las guiaba Meges, hijo de Fileo, habiendo dejado las islas Equínadas, inaccesibles a los marineros. Y Áyax, criado en Salamina, juntaba las últimas del ala derecha a la izquierda, en doce ligerísimos bajeles, apostado cerca de ellos, según observé al visitar la flota griega; y si algún buque bárbaro se atreve a atacarla, no podrá volver, según es de presumir de su formidable aspecto. Oiga lo que oyere, en mi patria conservaré eterna memoria de tan importante armada.[257] EL ANCIANO Menelao, ¿osas cometer atrocidades que no debías intentar? MENELAO Aparta; eres demasiado fiel a tus señores. EL ANCIANO Honrosa es la injuria que me haces. MENELAO Llorarás si no desistes de tu propósito. EL ANCIANO No debiste abrir la carta que yo llevaba. MENELAO Ni tú llevarla, si habías de perjudicar a toda la Grecia. EL ANCIANO Con otros puedes disputar; pero déjamela ahora. MENELAO No la soltaré. EL ANCIANO Ni yo tampoco. MENELAO Pronto con mi cetro llenaré de sangre tu cabeza. EL ANCIANO Pero es glorioso morir por sus señores. MENELAO Suelta, que para esclavo hablas demasiado. EL ANCIANO Injúriannos, señor: Menelao, ¡oh Agamenón!, me ha arrancado con violencia tu carta, y desoye la voz de la justicia. AGAMENÓN ¿Cómo? ¿Qué tumulto es este? ¿Qué sucede en las puertas? ¿Qué significan estas palabras descomedidas? MENELAO Más vale que yo te hable, no este. AGAMENÓN Pero, ¿por qué, ¡oh Menelao!, disputas y violentas a este esclavo? MENELAO Mírame, para saber cómo he de hablarte. AGAMENÓN ¿Me impedirá el miedo abrir los párpados, siendo hijo de Atreo? MENELAO ¿Ves esta tablilla? ¿Conoces su odioso contenido? AGAMENÓN La veo, y lo primero que hay que hacer es soltarla. MENELAO No antes de enseñar a todos los griegos lo que hay escrito en ella. AGAMENÓN ¿Sabes acaso, habiendo roto el sello, lo que debías ignorar? MENELAO Aflígete, que se han de descubrir tus ocultas maldades. AGAMENÓN ¿Cómo te apoderaste de ella? ¡Oh dioses, cuánta es tu impudencia! MENELAO Esperando a tu hija de Argos, si ha de venir a reunirse con el ejército. AGAMENÓN ¿Y por qué tanto interés por mis asuntos? ¿No es inaudito descaro? MENELAO Solo porque quería; yo no soy tu esclavo. AGAMENÓN ¿Y dejará de ser un abuso? ¿No podré gobernar mi casa? MENELAO Fácilmente varías de parecer: ahora piensas así, antes de otra manera, después pensarás de otra distinta. AGAMENÓN Sagaz eres en demasía; perjudicial la lengua hábil en hacerse odiosa. MENELAO Los ánimos versátiles, no sinceros, son injustos con los amigos. Pero deseo convencerte, para que ni la ira te desfigure la verdad, ni digas que te hablo con desprecio. ¿Acuérdaste de cuando deseabas llevar a los griegos a Troya, no fingida, sino verdaderamente, cuán humilde eras y cómo estrechabas todas las diestras y dabas acceso en tu palacio a todo el pueblo, y audiencia aunque no quisieran, mostrándote afable con exceso, para que te confiasen el supremo mando? Y después, así que te lo concedieron, variaste de conducta, no fuiste ya amigo de tus amigos como antes, era difícil verte, y rara vez se te hallaba en tu palacio. El hombre probo que obtiene el mando, no debe ser tan inconstante, sino, al contrario, amar más a sus amigos, porque si la fortuna le sonríe, puede servirles mejor. Tales son tus primeras faltas. Después que llegaste a Áulide con todo el ejército, para nada servías, consternado con el contratiempo que te suscitaron los dioses, oponiéndose a nuestra navegación. Pero los griegos te pedían que disolvieras la armada, para no sufrir en Áulide inútilmente. ¡Qué triste era tu semblante y cuánta tu turbación si, capitán de cien naves, no llenabas con tus soldados los campos de Príamo! Y me mandabas llamar y me decías: «¿Qué haré? ¿Qué remedio pondré?». Y todo por temor de perder el mando y la preclara gloria que esperabas conseguir. Después, cuando Calcas sacrificó y te intimó que mataras a tu hija en honor de Artemisa, y que solo así podrían navegar los griegos, te llenó de gozo y prometiste hacerlo; y voluntariamente ordenaste a tu esposa, no obligado por la fuerza, como no te atreverás a sostener, que enviase aquí a tu hija con el pretexto de casarla con Aquiles. Luego cambias de parecer, y averiguamos que remites otras cartas y que no inmolarás a tu hija, lo cual, en verdad, no te favorece mucho. Así también se desprende de tus últimas palabras. Lo que a ti, sucede a muchos en la gestión de los negocios públicos: primero se afanan cuanto pueden, y a poco decaen vergonzosamente, ya por temor a necias hablillas, ya con razón, porque no pueden defender a la república. Duélome sobre todo de la mísera Grecia, que deseaba acometer gloriosa empresa y se ve forzada a dejar impunes a bárbaros que nada valen, y que se burlarán de ella por tu causa y por tu hija. A ninguno pondría yo al frente de un estado ni de un ejército por su interés personal; el que manda en una ciudad ha de ser prudente; así cualquiera puede gobernarla, con tal de que sea sensato. EL CORO Amargo espectáculo es el de hermanos que se querellan, disputan y dan voces. AGAMENÓN Quiero replicarte como mereces, aunque con dulzura y en pocas palabras, sin fruncir mi ceño con impudencia, sino con moderación, porque eres mi hermano. El hombre de bien suele ser con todos respetuoso. Dime, ¿a qué viene tu desagrado y esos ojos que respiran sangre? ¿Quién te injuria? ¿Qué necesitas? ¿Deseas rescatar tu buena esposa? Yo no puedo dártela; mal la educaste. Y yo, que en nada pequé, ¿expiaré tus faltas? ¿Te atormenta mi ambición? ¿O quieres estrechar en tus brazos a tu bella compañera, sin acordarte del honor ni de la justicia? Son vituperables deleites de hombre depravado. Y si yo, pensando mal primero, varié prudentemente de parecer, ¿estaré loco por eso? Más bien tú que, perdiendo una esposa culpable, gracias a algún dios que te favorecía, quieres recuperarla. Sus necios pretendientes, ansiosos de casarse con ella, prestaron a Tindáreo el consabido juramento. Pero la Esperanza es diosa, según creo, y contribuyó más a ello que tú y tu poder. Emprende, pues, con su ayuda la guerra, que, a mi juicio, no tardarás en arrepentirte de tu insensatez. No hay deidad sin inteligencia que no sepa distinguir el juramento informal y arrancado por la fuerza. Yo no mataré a mis hijos, ni será justo que tú logres tu deseo castigando a una mujer pésima, y me consuman las lágrimas noche y día si cometo iniquidades e injusticias contra los hijos que engendré. Pocas son mis palabras, pero claras, por lo cual, si no quieres moderarte, cuidaré de lo que me interesa. EL CORO Distintas son estas frases de las pronunciadas antes; pero aconsejan con razón que miremos por nuestros hijos. MENELAO ¡Ay, ay de mí! ¡Que sea tanta mi desventura y me abandonen mis amigos! AGAMENÓN Sí, si no intentas perder los que tienes. MENELAO ¿Cómo pruebas que eres también hijo de mi padre? AGAMENÓN Deseo ser contigo prudente, no enfurecerme. MENELAO Nuestros amigos deben participar de nuestras penas. AGAMENÓN Aconséjame haciéndome bien, no llenándome de amargura. MENELAO ¿No piensas ya acabar con los griegos tu penosa empresa? AGAMENÓN La Grecia, sin duda por decreto de algún dios, delira como tú. MENELAO ¡Envanécete, pues, con tu cetro, vendiendo a tu hermano! Apelaré a otros recursos y acudiré a otros amigos. EL MENSAJERO ¡Oh Agamenón, rey de todos los griegos! Tráigote a tu hija, a la que llamaste Ifigenia en tu palacio. Acompáñanla su madre, tu esposa Clitemnestra, y tu hijo Orestes, para que goces al verlos tras dilatada ausencia. Como el camino ha sido largo, lavan sus delicados pies en una clara fuente, como yeguas sueltas en verde prado, para que saboreen agradable pasto.[258] Yo me adelanto para que te prepares, porque el ejército sabe (veloz fama ha corrido por él) que tu hija ha llegado. Presurosa muchedumbre acude a verla. ¡Bienaventurados los mortales que alcanzan preclara gloria! Mas dicen: «¿Qué nupcias son estas? ¿De qué se trata? ¿El rey Agamenón ha mandado llamar a su hija por regocijarse con su visita?». A otros hubieras oído estas palabras: «Van a iniciar a esa tierna doncella en los sacrificios de Artemisa, reina de Áulide. ¿Quién se casará con ella?». Pero date prisa en ofrecer los cestos sagrados,[259] y que tú y el rey Menelao coronéis vuestras cabezas; celebra con pompa el himeneo, y que en el palacio resuenen la flauta y las ruidosas danzas, que brilló para la doncella el día de su ventura. AGAMENÓN Está bien; pero entra en mi morada, que si es propicia la fortuna, no nos abandonará en lo demás. (_Vase el Mensajero_). ¡Ay de mí! ¿Qué diré yo, desventurado? ¿Cómo empezaré? ¿En qué lazo fatal hemos caído? El destino me previene, y es más sagaz que todas mis intrigas. ¡Cuántas ventajas trae el nacer en humilde cuna! Licencia tiene el hombre oscuro para llorar cuanto quiera y decir lo que le plazca, y esto es indecoroso para los nobles; vanas apariencias gobiernan nuestra vida, y servimos a la plebe. Temo seguramente dar rienda suelta a mis lágrimas, y después, en mi desdicha, siento no llorar, víctima de tantas calamidades. Veamos. ¿Qué diré a mi esposa? ¿Cómo recibirla? ¿Con qué ojos mirarla? Y ha venido sin ser llamada, añadiendo este nuevo mal a los que ya sufría. Sin embargo, con razón ha seguido a su hija para celebrar sus bodas y entregarla a su esposo, ya que tanto la ama, y solo encontrará aquí hombres pérfidos. A la desdichada virgen (¿pero a qué la llamo virgen? Hades, según creo, la tomará en breve por esposa) ¡cuánto la compadezco! Paréceme oírla, diciéndome suplicante: «¿Por qué me matas, padre? ¡Que nupcias como estas celebres tú y todos los que ames!». Orestes gritará junto a ella no sabiendo lo que sucede, pues todavía es niño. ¡Ay, ay, cómo me ha perdido Paris, el hijo de Príamo, causa de todos mis males, por casarse con Helena! EL CORO Compasión me mueve, y, mujer peregrina, gimo, como debo, por la desdicha de mis príncipes. MENELAO Hermano, déjame tocar tu diestra.[260] AGAMENÓN Sea así; tuya es la victoria, mía la derrota. MENELAO Juro por Pélope, el que se llamaba padre del tuyo y del mío, y por Atreo, que me engendró, que te hablaré con franqueza y sin artificio ni disimulo. Cuando te vi llorar me compadecí de ti y lloré también, y abandono ahora mi anterior propósito, por no ser cruel contigo; pienso, pues, como tú, y te ruego que no mates a tu hija, ni solo atiendas a mi conveniencia. No es justo que tú gimas y yo goce, que los tuyos mueran y los míos vean la luz. ¿Qué pretendo? ¿No podré celebrar otras nupcias gloriosas si las deseo? Y perdiendo a mi hermano, lo cual es indigno para mí, ¿recibiré a Helena, o lo malo por lo bueno? Como aturdido joven discurría, hasta que reflexionando un poco he llegado a comprender que es un verdadero crimen matar a nuestros hijos. Duélome también de esta infeliz doncella, pensando en los lazos de la sangre que a ella me unen, y en su sacrificio en aras de mi himeneo. ¿Qué relación hay entre tu hija y Helena? Acábese la expedición en Áulide. Tú, hermano, no llenes tus ojos de lágrimas y no me fuerces a llorar. Y si te inquieta el vaticinio sobre tu hija, a mí no; cédote todo mi derecho. Repruebo ahora mi cruel propósito, como debo; varié de parecer por afecto al hijo de mi padre. Costumbre es del hombre de bien elegir siempre lo mejor. EL CORO Has hablado con grandeza, digna de Tántalo, hijo de Zeus: no deshonras a tus mayores. AGAMENÓN Alábote, Menelao, porque, contra lo que esperaba, has pronunciado palabras razonables, tales cuales debías. Causas de discordia ha de ser entre hermanos el amor y el deseo de enriquecer su familia: maldigo tal parentesco, amargo para ellos. Pero la necesidad me obliga a consumar el sangriento asesinato de mi hija. MENELAO ¿Cómo? ¿Quién podrá obligarte a matar a tu hija? AGAMENÓN Todo el ejército aqueo aquí reunido. MENELAO No, si ordenas a Ifigenia que se vuelva a Argos. AGAMENÓN En esta parte podría engañarlos, pero no en la otra. MENELAO ¿Y cuál es la otra? Nunca conviene demostrar demasiado temor a la muchedumbre. AGAMENÓN Calcas declarará los oráculos al ejército de los griegos. MENELAO No si lo previenes, lo cual es fácil. AGAMENÓN El linaje entero de los adivinos es ávido de males. MENELAO Ni provechoso, ni útil en nada en que interviene. AGAMENÓN ¿Pero no te infunde recelo la idea que me ocurre? MENELAO ¿Cómo adivinarla? AGAMENÓN El hijo de Sísifo lo sabe todo. MENELAO Ni a ti ni a mí puede Odiseo dañarnos. AGAMENÓN Es siempre astuto y defensor del pueblo. MENELAO Domínalo la ambición, mal grave. AGAMENÓN No dudes, pues, que asistirá a la asamblea de los griegos, declarará los oráculos de Calcas y hablará del sacrificio que he prometido; añadirá que intento engañar a Artemisa, faltando a mi palabra, y arrastrará al ejército, y matándonos a ti y a mí, mandará a los griegos que maten también a mi hija. Y si huyo a Argos, me seguirán y arruinarán las murallas ciclópeas y a mí con ellas, y devastarán mi reino. Tales son mis desdichas. ¡Oh, cuánta es mi desventura! ¡A qué angustia me reducen los dioses! Cuida solo, ¡oh Menelao!, atravesando el campamento, de que nada sepa Clitemnestra antes de inmolar a mi hija y de entregarla a Hades, para que, ya que soy infortunado, derrame las menos lágrimas posibles. Y vosotras, extranjeras, guardad silencio. EL CORO _Estrofa._ — Felices los morigerados y castos que disfrutan del tálamo de Afrodita y de sus pacíficos goces libres de rabiosos ardores, cuando el Amor de cabellos de oro tiende contra nosotros sus dos arcos: el uno que da venturosa y duradera suerte, y el otro desordenada vida. Bellísima Afrodita, aparta este último de nuestro lecho: contenta con modesta hermosura que sean puros mis amores, que yo participe de tus placeres sin abusar de ellos. _Antístrofa._ — Diversos son los caracteres de los mortales, diversas las costumbres, pero las buenas, dicha segura. Una educación escogida es de gran importancia para alcanzar la virtud. La vergüenza es sabiduría y da gracia que consuela, haciéndonos elegir lo que nos conviene, y en opinión de todos nos da inmarcesible gloria. Afanarse por el cumplimiento de nuestro deber es digno de alabanza; eviten, pues, las mujeres los amores ilícitos, y sean los hombres modestos sin afectación, que así servirán mucho a su patria. _Epodo._ — Tú viniste, ¡oh Paris!, desde donde te educabas, apacentando los blancos novillos del Ida, al son de tus cantos bárbaros y modulando con la flauta frigia imitaciones de Olimpo;[261] gozosas pacían la hierba las vacas, abundantes en leche, cuando te hicieron su juez las diosas, y de aquí tu embajada a los ebúrneos palacios de la Grecia, y el amor que al verte sintió Helena, y la herida que tú recibiste. De aquí también que la discordia, sí, que la discordia guiase a los griegos con sus lanzas y sus naves contra la Troya de Pérgamo. (_Ven llegar el carro de Clitemnestra_). ¡Viva! ¡Viva! Grandes son las felicidades de los poderosos: ved a mi reina Ifigenia, hija del rey, y a Clitemnestra, hija de Tindáreo, ambas de ilustre prosapia, y que han logrado afortunada suerte. Mucho pueden los dioses que conceden las riquezas a los mortales no desventurados. Detengámonos, ¡oh doncellas de Calcis!, ayudemos a la reina a descender de su carro y depositémosla en tierra con pie firme, extendiendo suavemente nuestras manos y con benévola sonrisa, para no afligir a la ínclita hija de Agamenón, que acaba de llegar a este país. Nosotras, extranjeras, no debemos infundir sobresalto ni terror a estas argivas, también extranjeras. CLITEMNESTRA (_desde su carro_). De buen agüero es para nosotras tu bondadosa acogida y corteses palabras, y abrigo cierta esperanza de que la desposada que me acompaña contraerá feliz himeneo. Saca del carro los presentes nupciales que traigo para la virgen, y llévalos con diligencia al palacio. Tú, hija, baja también, poniendo en tierra tu pie tierno y poco seguro. Vosotras, jóvenes de Calcis, recibidla en vuestros brazos y ayudadle a descender, y a mí también, para apearme cómodamente; y otros sujeten a los caballos (que son asustadizos y no obedecen a la voz), y tomad a Orestes, hijo de Agamenón, que todavía no habla. ¿Duermes, hijo, arrullado por el movimiento del carro? Despierta, afortunado, y asistirás a la nupcias de tu hermana, que, siendo tú noble, vas a contraer ilustre parentesco con el nieto de Nereo, igual a los dioses. Ifigenia, hija mía, ven cerca de mí, cerca de tu madre, y prueba a estos extranjeros mi dicha, y saluda ya a tu amado padre. ¡Oh rey Agamenón!, para mí el más venerable de los hombres, ya hemos llegado, obedeciendo sin tardanza tus mandatos. IFIGENIA ¡Oh madre! (_Saliéndole presurosa al encuentro_), (y no te enojes conmigo), estrecharé contra mi pecho a mi padre. Quiero abrazarle corriendo. ¡Oh padre!, al cabo de tanto tiempo, deseo gozar mirándote; no te enfades. CLITEMNESTRA Abandónate a tan puro placer, ¡oh hija!, que quisiste siempre a tu padre más que todos tus hermanos. IFIGENIA ¡Oh padre! Con cuánta alegría te veo tras ausencia tan larga. AGAMENÓN Y yo a ti; tú sientes lo que yo. IFIGENIA Salve, padre. Alabo tu propósito de hacerme venir junto a ti. AGAMENÓN No sé, ¡oh hija!, si afirmarlo o negarlo. IFIGENIA ¡Ay de mí! Poco halagüeño es ahora tu semblante, tan plácido ha poco al verme. AGAMENÓN Muchos son los cuidados de un rey y de un general. IFIGENIA Piensa solo en mí, y olvídate de lo demás. AGAMENÓN Y contigo estoy en cuerpo y alma, y no en otra parte. IFIGENIA Desarruga, pues, tu ceño y mírame con ternura. AGAMENÓN Ya me alegro; siempre me alegro al verte, ¡oh hija mía! IFIGENIA ¿Y sin embargo derramas lágrimas de tus ojos? AGAMENÓN Larga será después nuestra ausencia. IFIGENIA No sé lo que dices; no sé lo que dices, padre muy querido. AGAMENÓN Cuanto más sensatas son tus palabras, más me mueves a lástima. IFIGENIA Diré, pues, sandeces, si así te complazco. AGAMENÓN ¡Válganme los dioses! No puedo callar; alábote, sin embargo. IFIGENIA Quédate en tu palacio, ¡oh padre!, al lado de tus hijos. AGAMENÓN Lo deseo en verdad, y siento no poderlo hacer. IFIGENIA Perezcan los guerreros con Menelao, origen de nuestros males. AGAMENÓN Que a otros harán desdichados, como a mí me hicieron. IFIGENIA ¡Cuánto ha durado tu ausencia, detenido en Áulide! AGAMENÓN Y algún obstáculo me impide también ahora proseguir mi rumbo con el ejército. IFIGENIA ¿En dónde dicen que habitan los frigios, padre? AGAMENÓN En donde ojalá que nunca habitara Paris, hijo de Príamo. IFIGENIA Lejos navegas, padre, abandonándome. AGAMENÓN Igual es tu suerte, ¡oh hija!, a la de tu padre. IFIGENIA ¡Oh! ¡Ojalá que fuese lícito a ambos que yo te acompañara! AGAMENÓN Y tú has de navegar ahora adonde te acordarás de tu padre. IFIGENIA ¿Navegaré sola o con mi madre? AGAMENÓN Sola, separada de tu padre y de tu madre. IFIGENIA ¿Me llevarás a otro palacio, padre? AGAMENÓN Hablemos de otra cosa; las doncellas no deben saber esto. IFIGENIA Que de la Frigia vuelvas pronto a mi lado, después de realizar tus proyectos, ¡oh padre! AGAMENÓN Antes he de hacer aquí cierto sacrificio. IFIGENIA Pero conviene que lo prepares aconsejado por los sacerdotes. AGAMENÓN Ya lo verás, porque has de estar cerca del vaso sagrado. IFIGENIA ¿Danzaremos en coros alrededor del ara, padre? AGAMENÓN Más dichosa eres que yo, no sabiendo nada. Pero irás al palacio, para que te vean las doncellas, después de darme tu diestra y un ósculo amargo, ya que por largo tiempo te separarás de tu padre. ¡Oh pecho y mejillas, oh rubios cabellos, cuánto dolor nos ha causado Helena y la ciudad de los frigios! Pero callemos. Lágrimas incesantes corren de mis ojos cuando te abrazo. Vete al palacio. A ti ruego, ¡oh hija de Leda!, que te compadezcas de mí, pues voy a casar mi hija con Aquiles. Afortunada es esta separación, pero sensible para un padre llevar a palacio ajeno a los hijos que educó con trabajo. CLITEMNESTRA No soy tan necia como crees. Advierte también que mi pena será igual a la tuya cuando lleve a la doncella al altar del himeneo, sin que te molestes en avisármelo; pero la necesidad y el tiempo mitigarán a una ese dolor. Sé el nombre del que desposaste con mi hija; pero deseo conocer su linaje y patria. AGAMENÓN Egina[262] fue hija de Asopo. CLITEMNESTRA ¿Qué mortal o qué dios es su esposo? AGAMENÓN Zeus, que engendró a Éaco, príncipe de los enones. CLITEMNESTRA ¿Pero cuál de los hijos de Éaco empuñó el cetro? AGAMENÓN Peleo, cónyuge de la hija de Nereo. CLITEMNESTRA ¿Pero la recibió por esposa consintiéndolo el dios, o contra la voluntad divina? AGAMENÓN Zeus la desposó: se la dio quien tenía derecho de dársela. CLITEMNESTRA ¿En dónde celebró sus nupcias? ¿En las olas del mar? AGAMENÓN En la estrecha morada del Pelión,[263] en donde Quirón habita. CLITEMNESTRA ¿En donde dicen que habita también el linaje de los centauros? AGAMENÓN Allí celebraron los dioses con banquetes las bodas de Peleo. CLITEMNESTRA ¿Y fue Tetis la que educó a Aquiles, o su padre? AGAMENÓN Fue Quirón, para que no aprendiese las pervertidas costumbres de los hombres. CLITEMNESTRA ¡Bien! Sabio maestro, y más sabio aún el que le confió a su sabiduría. AGAMENÓN He aquí el esposo de tu hija. CLITEMNESTRA Seguramente no es despreciable. ¿Pero en qué ciudad de la Grecia reside? AGAMENÓN A orillas del Apídano,[264] en los confines de la Ftía. CLITEMNESTRA ¿Y allá ha de llevar a nuestra hija virgen? AGAMENÓN Él, que ha de poseerla, lo decidirá. CLITEMNESTRA Que sean, pues, felices. ¿Qué día se celebrará el himeneo? AGAMENÓN Cuando en favorable auspicio la luna llegue a su plenitud.[265] CLITEMNESTRA ¿Sacrificaste ya a la diosa víctimas propiciatorias por el casamiento de nuestra hija? AGAMENÓN Lo haré; tal es ahora mi propósito. CLITEMNESTRA ¿Y habrá después festín nupcial? AGAMENÓN Cuando inmole las víctimas que he de sacrificar a los dioses. CLITEMNESTRA ¿Y en dónde celebraremos nosotras el banquete de las mujeres? AGAMENÓN Aquí, junto a las naves de los griegos, engalanadas sus popas. CLITEMNESTRA Pláceme, y necesario es en verdad. En fin, que todo sea para bien. AGAMENÓN ¿Sabes, ¡oh esposa!, lo que has de hacer? Obedéceme. CLITEMNESTRA ¿Qué dices? Siempre acostumbro a obedecerte. AGAMENÓN Nosotros, allí en donde está el esposo... CLITEMNESTRA ¿Cómo haréis sin la madre de la desposada lo que solo a ella incumbe? AGAMENÓN Llevaremos a tu hija en medio de los dánaos. CLITEMNESTRA Y mientras, ¿en dónde estaré yo? AGAMENÓN Vete a Argos, y educa a las vírgenes que allí quedan. CLITEMNESTRA ¿Dejando a mi hija? ¿Quién llevará la antorcha? AGAMENÓN Yo llevaré la que ha de alumbrar a los esposos. CLITEMNESTRA No es esa la costumbre, aunque sea para ti poco importante. AGAMENÓN Indecoroso parece que fuera de aquí te cerque innumerable soldadesca. CLITEMNESTRA Pero no que como madre intervenga en las bodas de mis hijos. AGAMENÓN Ni las doncellas han de estar solas en el palacio. CLITEMNESTRA Bien las guardan seguros gineceos. AGAMENÓN Obedéceme. CLITEMNESTRA No, por la diosa, reina de los argivos. Atiende a tus negocios y deja a mi cargo los domésticos, y, entre ellos, el de casar a mis hijas. (_Vase_). AGAMENÓN ¡Ay de mí! Infructuosos han sido mis esfuerzos desvaneciose la esperanza de alejar a mi esposa para que no presencie el espectáculo que se prepara. Engaño y tiendo asechanzas a los que más amo, y soy vencido. Consultaré, no obstante, al adivino Calcas lo que puede ser grato a la diosa y a mí fatal, y pesada carga para Grecia. Conviene que el hombre sensato alimente en su casa a una mujer buena y complaciente o que no tenga ninguna. (_Vase_). EL CORO _Estrofa._ — Vendrá al Simois y a sus argentados remolinos numeroso ejército de griegos armados y en sus naves, y llegarán a Ilión, en la febea[266] tierra troyana, en donde dicen que Casandra esparce al aire sus rubios cabellos y se ciñe corona de verde laurel cuando la abrasa el fuego fatídico del dios. _Antístrofa._ — Aguardarán los troyanos alrededor de las murallas y en la ciudadela de Pérgamo hasta que Ares, con su escudo de bronce y atravesando el mar en naves de afiladas popas, a fuerza de remos, se acerque al álveo del Simois, para arrancar del palacio de Príamo a Helena, hermana de los Dioscuros que están en el cielo, y llevarla a Grecia, y sean vencidos al empuje de las belicosas lanzas y de los clípeos griegos. _Epodo._ — Y Pérgamo, ciudad de los frigios, después de presenciar sangrientos combates ante sus torres de piedra, y de ver separada de la cerviz la cabeza de sus hijos, será arrasada en sus cimientos, y hará derramar abundantes lágrimas a las hijas vírgenes y a la esposa de Príamo. Y Helena, hija de Zeus, llorará mucho al abandonar a su marido. Que ni yo ni los hijos de mis hijos vean nunca a las ricas lidias y a las esposas de los frigios hablando así unas con otras, mientras trabajan en sus labores: «¿Quién me arrancará de mi patria arruinada, arrastrando por lagrimoso surco mis cabellos bien peinados solo por tu causa, hija del cisne, orgulloso con su esbelto cuello? ¿Será cierto que Leda te concibió de ave voladora, transformándose en ella Zeus, o que las piérides contaron a los hombres estas fábulas tan inoportunas como temerarias?». AQUILES ¿Dó yace el capitán de los griegos? ¿Cuál de sus servidores podrá decirle que lo busca Aquiles, el hijo de Peleo? No es igual la suerte de cuantos permanecieron junto al Euripo, porque algunos célibes, lejos de sus hogares, se hallan detenidos en estas riberas, y otros dejaron en ellos mujer e hijos. ¡Tanto ardor (no sin intención de los dioses) mostró la Grecia en esta empresa! Conviene que yo defienda mi derecho; que otros, si les parece, defenderán el suyo. He abandonado la Farsalia y a Peleo, y se oponen a mi navegación estos vientos suaves que soplan en el Euripo, y con trabajo contengo a los mirmidones, que a cada instante me dicen: «¿Qué esperamos, Aquiles? ¿Por cuánto tiempo se ha de dilatar todavía nuestra partida a Troya? Vamos, pues, si ha de ser, o que el ejército vuelva a su patria; no te cuides de las vacilaciones de los Atridas». CLITEMNESTRA ¡Oh hijo de la diosa nereida! Al oírte desde el palacio he salido a tu encuentro. AQUILES ¡Oh pudor venerable! ¿Quién es esta mujer que veo, de tan apuesta belleza? CLITEMNESTRA No es de admirar que no conozcas a quien no has visto antes; alabo, no obstante, tu homenaje al pudor. AQUILES Pero ¿quién eres? ¿Por qué tú, siendo mujer, has venido al ejército griego en busca de hombres armados de escudos? CLITEMNESTRA Soy hija de Leda, me llamo Clitemnestra y es mi esposo el rey Agamenón. AQUILES En pocas palabras has dicho muy bien cuanto debías; pero no es decoroso que yo hable con mujeres. CLITEMNESTRA Detente. ¿A qué huyes? Que tu diestra toque la mía, prenda feliz del futuro himeneo. AQUILES ¿Qué dices? ¿Yo darte mi diestra? Respetemos a Agamenón no tocando lo que no es nuestro. CLITEMNESTRA Puedo hacerlo porque te unes a mi hija, tú que naciste de la marina diosa nereida. AQUILES ¿De qué nupcias hablas? Admirado me dejas, ¡oh mujer!, a no ser que equivocada pronuncies tan extrañas frases. CLITEMNESTRA Natural es que cualquiera se avergüence al ver a sus sinceros amigos que le hablan de su himeneo. AQUILES Nunca, ¡oh mujer!, pretendí la mano de tu hija, y jamás los Atridas me hablaron de mi himeneo. CLITEMNESTRA ¿Qué habrá, pues, sucedido? Si mis palabras te sorprenden, no me maravillan poco las tuyas. AQUILES Averígualo tú, que a ambos nos interesa; quizás nos habrán engañado. CLITEMNESTRA ¿Acaso tramarán contra mí alguna maldad? Concierto bodas que, según parece, no han de celebrarse. Avergüénzome de ello. AQUILES Alguno acaso se ha burlado de ambos; pero no te aflijas y llévalo con paciencia. CLITEMNESTRA Adiós; ya no puedo mirarte cara a cara, después de haber dicho una mentira y de sufrir tal sonrojo. AQUILES Sucédeme lo mismo; voy, pues, a buscar a tu marido en este palacio. EL ANCIANO ¡Detente, extranjero, hijo de Éaco, detente, que te lo pido, ¡oh hijo de una diosa!, y tú también, hija de Leda! AQUILES ¿Quién me llama así, entreabriendo las puertas? ¡Cuán conmovido parece! EL ANCIANO Un esclavo, aunque no insolente, pues soy muy desdichado. AQUILES ¿Cúyo eres? No mío, que mis bienes y los de Agamenón yacen separados. EL ANCIANO De la que está delante del palacio; diome a ella Tindáreo, su padre. AQUILES Henos aquí; di, si te place, por qué me llamas. EL ANCIANO ¿Estáis solos? CLITEMNESTRA Puedes hablar como si lo estuviéramos; pero sal de la regia morada. EL ANCIANO ¡Oh fortuna, oh providencia, salva a los que deseo salvar! AQUILES Tales voces indican ansiedad y cierto temor. CLITEMNESTRA Por mi diestra no vaciles,[267] si intentas decirme algo. EL ANCIANO Sabes quién soy, y has experimentado mi fidelidad contigo y con tus hijos. CLITEMNESTRA Sé que eres un antiguo servidor de mi familia. EL ANCIANO Y que fui a poder del rey Agamenón como parte de tu dote. CLITEMNESTRA Conmigo viniste a Argos, y fuiste siempre mío. EL ANCIANO Así es; y a ti te quiero bien, más que a tu esposo. CLITEMNESTRA Acaba, pues, de decirnos lo que deseas. EL ANCIANO El padre que engendró a tu hija ha decretado su muerte... CLITEMNESTRA Horrorízanme, ¡oh anciano!, tus palabras; a la fuerza has perdido el juicio. EL ANCIANO Hiriendo con la cuchilla la blanca cerviz de la desventurada. CLITEMNESTRA ¡Oh, mísera yo! ¿Delira acaso mi esposo? EL ANCIANO Está en su acuerdo, excepto en lo que a ti y a tu hija atañe, que en esta parte es insensato. CLITEMNESTRA ¿Por qué? ¿Qué genio maléfico le instiga? EL ANCIANO Los oráculos, como dice Calcas, para que los dioses favorezcan la navegación del ejército. CLITEMNESTRA ¿Adónde? ¡Cuánta es mi desventura y la de esa desdichada que ha de morir a manos de su padre! EL ANCIANO A la tierra de Dárdano, para que Menelao recobre a Helena. CLITEMNESTRA ¿Acaso ha decretado el destino que Helena vuelva con daño de Ifigenia? EL ANCIANO Así es. El padre inmolará a tu hija en el ara de Artemisa. CLITEMNESTRA Pero entonces, ¿a qué me llamó de mi palacio bajo el pretexto de casarla? EL ANCIANO Para que de buen grado la trajeses, como si hubiese de enlazarla con Aquiles. CLITEMNESTRA ¡Oh hija, a morir has venido, y tu madre contigo! EL ANCIANO Desdicha grande es la vuestra, y crueldad inaudita la de Agamenón. CLITEMNESTRA Yo, infortunada, muero; ya mis ojos no pueden contener las lágrimas. EL ANCIANO Seguramente que es amargo llorar por la pérdida de nuestros hijos. CLITEMNESTRA ¿Pero cómo lo has averiguado, ¡oh anciano!? EL ANCIANO Encargome que te llevara otra carta distinta de la primera. CLITEMNESTRA ¿Prohibiéndome, o exhortándome a traer a mi hija a morir? EL ANCIANO Prohibiéndotelo; al fin pensó tu esposo cuerdamente. CLITEMNESTRA Pero ¿cómo habiendo llevado después esa carta no me la entregaste? EL ANCIANO Arrebatómela Menelao, autor de estos males. CLITEMNESTRA ¿Lo oyes, hijo de la nereida, lo oyes, hijo de Peleo? AQUILES He comprendido tu desdicha, aunque no deja también de afectarme. CLITEMNESTRA Matarán a mi hija, engañándonos con el pretexto de casarla. AQUILES Muéveme también a ira tu marido, y no lo sufro con paciencia. CLITEMNESTRA No me avergonzaré de caer a tus rodillas, que soy mortal, y tú has nacido de una diosa. ¿De qué me serviría ya mi orgullo? ¿Qué podrá interesarme más que mi hija? Socórreme en mi infortunio, ¡oh hijo de una deidad!, y a la que llamaron tu esposa, vanamente, es verdad, pero socórrela, no obstante. Coronada de flores la traje para casarla contigo, y ahora la llevo a morir; será para ti una afrenta que no la auxilies. Aun cuando no os haya unido el himeneo, te han llamado caro esposo de virgen desventurada. Ruégotelo por tu barba, por tu diestra, por tu madre; tu nombre es causa de mi infortunio, y debes ayudarme. No tengo otra ara en donde refugiarme que tus pies, ni cerca amigo alguno, y ya conoces el proyecto cruel y bárbaro de Agamenón. Yo, siendo mujer, he venido a la armada, a una armada feroz y desenfrenada para el mal, pero que puede serme útil si quiere. Si tú te atreves a extender tu mano protectora, nos hemos salvado; si no, morimos. EL CORO Grave es tener hijos, e inspiran grande amor, y todos padecen por los suyos. AQUILES Rudo golpe sufre mi natural grandeza de ánimo; he aprendido a condolerme de ajenos males, y a gozar con moderación de los bienes. Los hombres de mi temple observan la regla segura de vivir esclavos de la prudencia. Ocasiones hay en que es agradable y útil seguir ciegamente sus consejos, y lo contrario otras. Yo, educado en el palacio de los dioses, aprendí de Quirón, hombre muy venerable, sencillas costumbres. Y me someteré a los Atridas, si gobiernan con justicia, pero si no, no los obedeceré; aquí y en Troya daré pruebas de mi libérrima índole, y me distinguiré en las batallas cuanto pueda. Mucha compasión me inspiras, sufriendo tales desdichas de los más amados, y te consolaré en cuanto puede un joven como yo; nunca será sacrificada por su padre la hija tuya, que se ha llamado esposa mía; no consentiré que Agamenón urda tan indignas tramas. Mi nombre solo, sin que yo levante el acero, podrá matar a tu hija; pero la verdadera causa es tu marido. Sin embargo, yo no sería inocente si bajo el pretexto de casarla conmigo muere una virgen, víctima de males atroces e intolerables y de las más extrañas e indignas afrentas. Sería el peor de los griegos, nada valdría, Menelao pasaría por hombre, y negarían que soy hijo de Peleo, creyendo que me engendró algún mal genio, si consintiese que bajo mi nombre cometiese tu esposo un asesinato. No, por Nereo, educado en las húmedas olas, y padre de Tetis, mi madre; por Nereo, no tocará a tu hija el rey Agamenón, ni aun con la punta de sus dedos llegará a su manto; de otro modo, Sípilo,[268] aldea bárbara de donde son oriundos esos Atridas, será una ciudad, y nadie pronunciará nunca con respeto el nombre de Ftía. Amarga será la salsamola[269] y el vaso de los sacrificios que consagre el adivino Calcas. ¿Qué es un adivino sino quien dice muchas mentiras y pocas verdades, si alguna vez acierta, y si yerra nadie se cuida de él? No hablo así pesaroso de perder a Ifigenia (que infinitas doncellas me pretenden), sino la injuria que nos ha hecho el rey Agamenón. Debía haberme anunciado que mi nombre serviría para tender el lazo que preparaba a su hija. Si por mi causa hubiese venido Clitemnestra para dármela en himeneo, no me hubiera contrariado, suponiendo que de esa suerte conseguíamos llegar a Troya; no rehusaré sin duda contribuir al buen éxito de mis compañeros de armas. Ahora nada valgo en el concepto de estos capitanes, y soy un miserable, ya obren bien o mal conmigo. Pronto hará conocimiento con esta espada (que mancharé con sangre antes de llegar a Troya) el que me arrebatare tu hija. Tranquilízate, pues; un dios grande te protege, pues si no lo soy, he de parecerlo. EL CORO Has hablado cual conviene al hijo de Peleo y de la veneranda deidad marina. CLITEMNESTRA ¡Ay! ¿Cómo te alabaré ni más ni menos de lo que debo, ingrata a tu beneficio? Cuando celebramos a los buenos exageradamente, nos exponemos a incurrir en su odio. Me avergüenzo de hablarte solo para excitar tu compasión, sufriendo yo sola, ya que tú no puedes sentir mis males; pero es consolador espectáculo el que ofrece el hombre probo, aunque no sea nuestro deudo, al socorrer a los afligidos. Apiádate, pues, de mí, que lo merecen mis infortunios, ya que en un principio acaricié la vana esperanza de que serías mi yerno, y que la muerte de mi hija podrá ser de funesto agüero a tus próximas nupcias. Debes, por tanto, evitarlo. Hablaste bien al empezar, hablaste bien al concluir; mi hija se salvará si tú lo intentas. ¿Quieres que ella, suplicante, abrace tus rodillas? Verdad es que no conviene a una virgen, pero acudirá si te parece, y te mostrará su noble rostro, teñido de rubor. Ausente ella, ¿lo conseguiré de ti? AQUILES Que no venga; yo respeto su decoro. CLITEMNESTRA Pero solo hasta cierto punto debe respetarse. AQUILES ¡Oh mujer!, no me traigas a tu hija para que yo la vea, ni cometamos esa falta. Un numeroso ejército, libre de cuidados domésticos, propende a acoger falsos y escandalosos rumores. Lo mismo conseguirás, sin duda, ya me supliques o no; porque estoy firmemente decidido a libraros de vuestros males. No olvides tan solo que yo no falto a mi palabra; y si no la cumplo y os engaño, que muera en castigo; evitaré la muerte si salvo a tu hija. CLITEMNESTRA Que seas feliz socorriendo siempre a los desdichados. AQUILES Oye, pues, para obrar como debo. CLITEMNESTRA ¿Qué has dicho?, que sin duda me interesa. AQUILES Hablemos antes con tu esposo. Acaso la razón recobre en él su imperio. CLITEMNESTRA Es cobarde, y teme al ejército demasiado. AQUILES Pero hay ciertas razones más convincentes que otras. CLITEMNESTRA ¡Triste esperanza! Di, no obstante, lo que he de hacer. AQUILES Primero le suplicarás que no sacrifique a tu hija, y si se resistiese, recurre a mí. Si lo persuades, como deseas, no hay necesidad de que yo intervenga en nada, que así se salvará tu hija, y él, que es mi amigo, me lo agradecerá, y el ejército no me culpará porque haya empleado la persuasión, no la fuerza. Y si consigues tu objeto, tú y los demás os congratularéis de que todo se haya acabado sin mi mediación. CLITEMNESTRA ¡Cuán juiciosamente has hablado! Se hará como deseas. Y si no realizo mi propósito, ¿en dónde podré verte? ¿Adónde he de acudir en mi desventura, para encontrar tu mano, que ha de consolarme en mis males? AQUILES A mí cargo queda defenderte cuando sea menester, y yo cuidaré también de que nadie te vea atravesar consternada el ejército; que no deshonres tu linaje paterno, porque Tindáreo es famoso entre los griegos. CLITEMNESTRA Así será; manda y yo obedeceré. Si hay dioses, tú, que eres justo, serás premiado; si no, ¿para qué afligirnos? EL CORO _Estrofa._ — ¿Qué epitalamio resonó acompañado de la flauta líbica y de la cítara, que alegra a los coros, y de las flautas de leve caña, como cuando atravesaron el Pelión las piérides de hermosos cabellos, e hirieron la tierra con sus doradas sandalias, y vinieron a las nupcias de Peleo, y en las selvas peliacas, en los montes de los centauros, alabaron a Tetis, al hijo de Éaco, con sus voces melodiosas? El hijo de Dárdano, delicia de Zeus, el frigio Ganimedes, escanció el néctar en copas profundas de oro, y las cincuenta hijas de Nereo celebraron juntas las bodas, saltando en círculo sobre la blanca arena. _Antístrofa._ — Con dardos de abeto y coronas de grama acudió la ecuestre muchedumbre de los centauros al festín de los dioses, y a gustar el licor de Dioniso. Tales fueron las aclamaciones de las hijas de Tesalia: «Brillante, brillante astro, ¡oh hija de Nereo!, anuncian el profeta Apolo y el centauro Quirón (discípulo de las musas y conocedor de las generaciones futuras) que vendrá al campo troyano con los mirmidones armados de lanzas, a arrasar con el fuego la tierra ínclita de Príamo, revestido de armas de oro fabricadas por Hefesto, y don de su madre, la diosa Tetis, que lo dio a luz en hora afortunada». Entonces celebraron los dioses el noble enlace de Peleo con la primera de las nereidas. _Epodo._ — Pero los griegos, ¡oh Ifigenia!, coronarán tu apuesta cabellera, gala de tu cabeza, como si fueses ternerilla inmaculada y de manchada piel que viene de las peñascosas cavernas de los montes, y llenarán de mugre tu cerviz, sin haberte criado al son de la flauta ni de los cantos de los pastores, sino al lado de tu madre, que te destinaba para esposa de alguno de los hijos de Ínaco.[270] ¿Qué valdrán el pudor y la virtud en donde domina la impiedad, en donde los mortales desprecian lo bueno y la injusticia se sobrepone a las leyes, y no todos se afanan en huir de la cólera del cielo? CLITEMNESTRA Separada ha tiempo de mi esposo, salí del palacio a verlo. Y mi hija mísera yace anegada en lágrimas, y exhala tiernas quejas desde que sabe el inhumano proyecto de su padre. Pero he aquí a Agamenón, que se acerca al nombrarlo, y que no tardará en cometer contra sus hijos impíos atentados. AGAMENÓN A tiempo, ¡oh hija de Leda!, te encuentro fuera del palacio, para hablarte sin que la virgen nos escuche, que mis palabras no deben ser oídas de las que van a casarse. CLITEMNESTRA ¿Qué quieres? ¿Tanto te interesa aprovechar esta oportuna ocasión de hablarme? AGAMENÓN Llama a tu hija del palacio, para que yo la acompañe; ya la aguarda el agua consagrada y la salsamola que consumirá el fuego lustral, y las ternerillas que se han de sacrificar a Artemisa antes de las bodas, derramando su negra sangre. CLITEMNESTRA Buenas son tus palabras, pero no sé cómo calificar tus obras. Sal, hija mía; tú sabes cuanto trama tu padre; debajo de tu manto trae también a tu hermano Orestes. Hela aquí obediente a tus órdenes; en su nombre y en el mío diré lo que debes oír. AGAMENÓN ¿Por qué lloras, hija, y no me miras afable, sino que con tu manto cubres tu rostro, fijo en tierra? CLITEMNESTRA ¡Ay de mí! ¿Cuál será el exordio de mis males? ¿Cuándo brotará todo mi discurso, así en su principio como en su medio y fin? AGAMENÓN ¿Pero qué hay? ¿Por qué conspiráis todos contra mí, retratándose en vuestros semblantes la confusión y el miedo? CLITEMNESTRA Contesta ingenuamente a mis preguntas, ¡oh esposo! AGAMENÓN No necesitas rogármelo; yo deseo que me interrogues. CLITEMNESTRA ¿Quieres matar a tu hija y a la mía? AGAMENÓN ¿Cómo? ¡Horribles son tus palabras! Sospechas sin motivo. CLITEMNESTRA No te alteres, y replícame a mi primera pregunta. AGAMENÓN Si fuera sensata, lo sería también mi respuesta. CLITEMNESTRA Solo esto te pregunto; contéstame, pues, y no divagues. AGAMENÓN ¡Oh fortuna veneranda! ¡Oh destino y genio maléfico que me persigues! CLITEMNESTRA Y a mí también y a mi hija; es uno mismo el de estos tres desventurados. AGAMENÓN ¿Cuál es tu ofensa? CLITEMNESTRA ¿Tienes valor de hablar así? Tu disimulo es algo necio. AGAMENÓN ¡Muerto soy! ¡Descubriose mi secreto! CLITEMNESTRA Todo lo sé; informáronme bien de tus inicuos proyectos. Tu mismo silencio y tus repetidos sollozos equivalen a una confesión. No pierdas tiempo en negarlos. AGAMENÓN Mira cómo callo. ¿A qué agravar mis males fingiendo engañosa impudencia? CLITEMNESTRA Oye, pues; seré franca y no usaré de enigmas, ajenos a mi propósito. En primer lugar, y para que esta sea también mi primera reconvención, te casaste conmigo contra mi voluntad, y me robaste a la fuerza, matando a Tántalo,[271] mi primer esposo, y estrellaste en el suelo a mi tierno niño, arrancándolo violentamente de mis pechos. Y los hijos de Zeus, mis hermanos, apuestos caballeros, te hicieron la guerra, y te libró de ella a tu ruego Tindáreo, mi anciano padre, y entonces te di mi mano. Así me reconcilié contigo, y tú mismo podías atestiguar que he sido esposa fiel, digna de ti y de tu linaje, y casta, y económica, de suerte que cuando entrabas en tu palacio gozabas, y cuando salías de él eras feliz. Preciosa joya es para un hombre tal esposa, así como no es raro tenerla mala. Y además de tres hijas te di este hijo, y tú piensas arrebatarme bárbaramente una de ellas. Si alguno te pregunta por qué la matas, dime, ¿qué contestarás? ¿Debo yo hablar en tu nombre, para que Menelao recobre a Helena? Laudable costumbre, sin duda, que nuestros hijos paguen las culpas de una criminal mujer. Rescatamos lo más odioso a costa de lo que más amamos. Ea, pues; si vas a la guerra y me dejas abandonada en mi palacio largo tiempo, ¿cuáles serán mis pensamientos, viendo los solitarios aposentos que mi hija ocupaba, y solitaria también la morada de las vírgenes, y me halle sola llorando, y lamentándome siempre de este modo?: «Te ha perdido, hija mía, el padre que te engendró; él mismo te ha dado muerte, no otro, ni ajena mano; tal es el premio que da el traidor a su familia». Bastará entonces leve pretexto para que yo y las hijas que dejas te recibamos a tu vuelta como es justo. Por los dioses, no me obligues a faltarte ni tú me faltes. Pero supongamos que sacrificas a tu hija. ¿Qué preces recitarás en los altares? ¿Qué bien orarás dándole muerte? Seguramente será funesto tu regreso si así sales de tu palacio. Y yo, ¿qué podré pedir para ti? Creeríamos sin duda que son necios los dioses, si pidiésemos beneficios en pro de infanticidas. ¿Cómo abrazarás a tus hijos al tornar a Argos? No te será lícito. ¿Cuál de ellos podrá mirarte sin horror cuando deliberadamente has inmolado a uno de sus hermanos? ¿Reflexionaste en todo esto? ¿Solo anhelas llevar el cetro y mandar? En rigor, tal debía ser tu réplica a los griegos: «¿Queréis, ¡oh griegos!, navegar a la Frigia? Que decida la suerte cúya sea la hija que haya de morir». Esto sería equitativo; no que tú solo, entre todos, des a la tuya; o que Menelao, a quien más interesa, ofreciese a Hermíone por recobrar a su madre. Pero ahora me arrancan mi hija amada, cuando tan santamente cumplo mis deberes conyugales, y la que delinquió será feliz conservando a la suya en Esparta. Respóndeme si no tuviere razón en cuanto he dicho; pero si la tengo, no mates a Ifigenia, y serás prudente y justo. EL CORO Accede a sus ruegos, Agamenón, que honra a los padres conservar a sus hijos la vida, y ningún mortal osará contradecirlo. IFIGENIA Si yo tuviese la elocuencia de Orfeo, ¡oh padre!, y las piedras me siguiesen cuando cantara, y mis palabras ablandasen los corazones, a ello apelaría. Pero lloraré ahora, que tal es mi única elocuencia y lo que puedo hacer. Y estrecho tu cuerpo, como rama de suplicantes, con este que dio a luz mi madre, no para que me sacrifiques prematuramente, ni me obligues a visitar las entrañas de la tierra. Yo la primera te llamé padre, y tú a mí hija; yo la primera, sentada en tus rodillas, te infundí dulce deleite y lo sentí a mi vez. Así hablabas tú: «¿Te veré feliz algún día, ¡oh hija!, al lado de tu esposo, llena de vida y de vigor, como mereces?». Y yo a mi vez te decía estas palabras, cerca de tus mejillas, que ahora tocan mis manos: «¿Y qué haré yo contigo? ¿Te recibiré anciano en mi palacio, ¡oh padre!, dándote grata hospitalidad en premio de las penalidades que sufriste al criarme?». Conservo el recuerdo de estas pláticas, pero tú las olvidaste y quieres matarme. ¿Por qué he de ser víctima de las nupcias de Alejandro y de Helena? ¿Por qué, ¡oh padre!, ha de ser su venida causa de mi perdición? Mírame, déjame tu rostro, y dame tierno ósculo, para que, a lo menos, al morir tenga esta memoria tuya, si no accedes a mi ruego. Tú, hermano, eres débil socorro a tus amigos, pero lloras sin embargo, y pides suplicante a tu padre que no muera tu hermana; hasta los niños que no hablan tienen cierto presentimiento de los males. Mira, padre, cómo te suplica callado; compadécete de mí y de mi vida. Sí, por tus rodillas te rogamos dos a quienes amas: este, que aún no habla, y yo, mísera jovencilla. Basten estas frases para refutar todos tus argumentos. Ver la luz es lo más grato a los mortales; los muertos nada son, y delira el que anhela perecer. Más vale penosa vida que gloriosa muerte. EL CORO ¡Oh infausta Helena! Por ti y por tu himeneo aflige horrible lucha a los Atridas y a sus hijos. AGAMENÓN Conozco, sin duda, cuándo debo compadecerme y cuándo no, y amo a mis hijos, que de otro modo sería insensato. Mucho, ¡oh mujer!, me aflige realizar mí proyecto, mucho también no osarlo, pero es mi deber. Ya veis qué formidable escuadra está aquí reunida, y cuántos griegos armados de bronce, a quienes no es permitido acercarse a las torres de Ilión si no te sacrifico, como ha dicho el adivino Calcas, ni les es lícito arruinar a la famosa Troya. Cierto afán insano de navegar cuanto antes a la tierra de los bárbaros se ha enseñoreado del ejército, y de castigar el rapto de una esposa griega, y matarán en Argos a mis hijos, y a vosotras y a mí, si por mi culpa no se cumple el oráculo de Artemisa. No me arrastra Menelao, ¡oh hija!, ni me conformé con su opinión, sino Grecia me obliga, en cuyo provecho, ya quiera o no, he de inmolarte, porque somos más débiles. Conviene que sea libre en cuanto de ti y de mí dependa, ¡oh hija!, y que los bárbaros no roben a los griegos sus esposas. (_Vase_). CLITEMNESTRA ¡Oh hija, oh extranjeras, cuán desventurada me hace tu inevitable pérdida! Tu padre huye, entregándote a Hades. IFIGENIA ¡Ay de mí, madre, madre mía, un mismo canto de muerte conviene a nuestra común desgracia, que ya se acabó para mí la luz y este resplandor del sol! ¡Ay, ay de mí! Montes nevados de los frigios y selvas del Ida, en donde Príamo en otro tiempo expuso tierno niño[272] lejos de su madre, y condenó a Paris a funesta muerte, y se llamaba Ideo, sí, llamábanle Ideo en la ciudad de Dárdano. Ojalá que nunca se criase con sus toros el boyero Paris, por orden de Príamo, cerca de cristalinas aguas, en donde yacen las fuentes de las ninfas, y el verde prado de lozanas flores, y rosas y jacintos que habían de coger las diosas. Allí vino después Palas, y la dolosa Afrodita, y Hera, y Hermes, el mensajero de Zeus; Afrodita, envanecida con sus atractivos; Palas con su lanza, y Hera con su esposo el rey Zeus. Y acorrieron a juicio odioso y a disputar cuál era la más hermosa, y también a darme muerte, único medio de que logren fama los hijos de Dánao; tales son, ¡oh doncellas!, las princesas que Artemisa pide para favorecer la expedición contra Troya. Mas quien engendró a esta desventurada, ¡oh madre, madre mía!, huye y me abandona y me vende. ¡Ay de mí, mísera, que he visto a la funesta, a la funesta e infausta Helena sacrificarme, y perezco por orden impía de un padre, también impío! ¡Ojalá que no se refugiasen en Áulide las popas de mis naves con sus espolones de bronce, ni la armada que ha de llevar los griegos a Troya, ni que Zeus enviase al Euripo contrarios vientos, él, que a unos concede propicias auras, que llenan plácidamente sus velas, causa para otros de llanto; a estos para envolverlos el destino en sus redes, a aquellos para dejar puerto, a otros para recoger las velas, y a otros, en fin, para morir! Desdichado es, sin duda, sí, desdichado es el linaje humano, y fatal desgracia que los hombres se atraigan además nuevos infortunios. ¡Ay, ay de mí! Fuente de graves males, fuente de graves dolores es para los griegos la hija de Tindáreo. EL CORO Compadézcome de ti; triste es tu suerte, y ojalá que nunca te amenazase. IFIGENIA ¡Oh madre, que me diste a luz, yo veo multitud de hombres que se acercan aquí! CLITEMNESTRA Y el hijo de la diosa, causa de tu venida. IFIGENIA Abrid, esclavas, las puertas, que voy a ocultarme. CLITEMNESTRA ¿Por qué huyes, hija? IFIGENIA Me avergüenzo de ver a Aquiles. CLITEMNESTRA ¿Por qué? IFIGENIA El malogrado éxito de mi himeneo tiñe de rubor mis mejillas. CLITEMNESTRA No es lisonjera tu derrota. No te muevas; tan grande es nuestro dolor, que ni aun lugar deja a la vergüenza. AQUILES ¡Oh hija de Leda, mujer desventurada! CLITEMNESTRA No es falso lo que dices. AQUILES Óyense horribles clamores entre los argivos. CLITEMNESTRA ¿Qué clamores son esos? Dímelo. AQUILES Acerca de tu hija. CLITEMNESTRA De mal agüero son tus primeras palabras, y nada bueno anuncian después. AQUILES Dicen que es menester sacrificarla. CLITEMNESTRA ¿Nadie lo contradice? AQUILES Yo vengo, como ves, exponiéndome al peligro. CLITEMNESTRA ¿A cuál, ¡oh extranjero!? AQUILES A morir apedreado. CLITEMNESTRA ¿Porque deseas salvar a mi hija? AQUILES Ciertamente. CLITEMNESTRA ¿Quién sería tan osado que se atreviera a tocarte? AQUILES Todos los griegos. CLITEMNESTRA ¿Y no te defenderá el ejército de los mirmidones? AQUILES Son mis mayores enemigos. CLITEMNESTRA Sin duda perecemos, ¡oh hija! AQUILES Afirmaban que me había seducido Ifigenia. CLITEMNESTRA ¿Y qué respondiste? AQUILES Que por los dioses no mataran a mi futura esposa. CLITEMNESTRA Bien dicho. AQUILES La que me prometió su padre. CLITEMNESTRA Llamada por él de Argos. AQUILES Pero sus clamores ahogaban los míos. CLITEMNESTRA Intolerable es la muchedumbre. AQUILES Te ayudaré, sin embargo. CLITEMNESTRA ¿Y pelearás solo contra tantos? AQUILES ¿No ves esos que vienen armados? CLITEMNESTRA Que los dioses premien tu nobleza. AQUILES Así lo harán. CLITEMNESTRA ¿No morirá ya mi hija? AQUILES No, a lo menos con mi asentimiento. CLITEMNESTRA ¿Llegará acaso alguno que me la arrebate? AQUILES Muchos, sin duda, y Odiseo a su frente. CLITEMNESTRA ¿El nieto de Sísifo?[273] AQUILES El mismo. CLITEMNESTRA ¿Espontáneamente, o en nombre del ejército? AQUILES Elegido por él y por su propia voluntad. CLITEMNESTRA Mala elección, de seguro, para mancharos de sangre. AQUILES Pero yo lo impediré. CLITEMNESTRA ¿Y se la llevarán resistiéndose? AQUILES Arrastrándola de sus rubios cabellos. CLITEMNESTRA ¿Y qué haré yo entonces? AQUILES No soltarla. CLITEMNESTRA Si de esto depende su salvación, no la matarán. AQUILES Pero vendrán sin tardanza. IFIGENIA Madre, escúchame: veo que te indignas en vano contra tu esposo, pretendiendo imposibles. Justo es que alabemos por su decisión a este extranjero; pero tú debes evitar las acusaciones del ejército, y que por nuestra resistencia sobrevenga a Aquiles alguna calamidad. Oye, madre, lo que pensando se me ha ocurrido: resuelta está mi muerte, y quiero que sea gloriosa, despojándome de toda innoble flaqueza. Vamos, madre, atiéndeme, aprueba mis razones: la Grecia entera tiene puestos en mí sus ojos, y en mi mano está que naveguen las naves y sea destruida la ciudad de los frigios, y que en adelante los bárbaros no osen robar mujer alguna de nuestra afortunada patria, si ahora expían el rapto de Helena por Paris. Todo lo remediará mi muerte, y mi gloria será inmaculada, por haber libertado a la Grecia. Ni debo amar demasiado la vida, que me diste para bien de todos, no solo para el tuyo. Muchos armados de escudos, muchos remeros vengadores de la ofensa hecha a su patria acometerán memorables hazañas contra sus enemigos, y morirán por ella. ¿Y yo sola he de oponerme? ¿Es acaso justo? ¿Podremos resistirlo? Pero vengamos a lo principal. No conviene que Aquiles pelee contra todos los griegos por una mujer, ni que por ella muera. Un solo hombre es más digno de ver la luz que infinitas mujeres. Y si Artemisa pide mi vida, ¿me opondré, simple mortal, a los deseos de una diosa? No puede ser. Doy, pues, mi vida en aras de la Grecia. Matadme, pues; devastad a Troya. He aquí el monumento que me recordará largo tiempo, esos mis hijos, esas mis bodas, esa toda mi gloria. Madre, los griegos han de dominar a los bárbaros, no los bárbaros a los griegos, que esclavos son unos, libres los otros. EL CORO Generosos sentimientos, ¡oh tierna joven!, víctima de tu adversa suerte y de Artemisa. AQUILES Algún dios, ¡oh hija de Agamenón!, me hubiese hecho feliz concediéndome tu mano. ¡Bienaventurada es la Grecia por tu causa, y tú por ella! No oponiéndote a una deidad más poderosa que tú, has pensado lo que es útil y necesario. Mayor es mi deseo de casarme contigo ahora que conozco tu noble índole y tu sin par grandeza. Escúchame, pues: quiero hacerte dichosa y llevarte a mi palacio, y sentiré, poniendo a Tetis por testigo, no salvarte y pelear contra toda la Grecia. Mira que la muerte es mal grave. IFIGENIA Hablo así sin acordarme de nadie. Baste a la hija de Tindáreo ser causa, por su hermosura, de batallas y muertes entre los hombres. Tú, ¡oh extranjero!, no mueras por mí, ni mates a nadie, sino déjame que si puedo, salve a la Grecia. AQUILES ¡Oh criatura nobilísima! Nada te replicaré ya si así piensas. Generosos son tus sentimientos; ¿por qué no se ha de decir la verdad? Pero quizás te arrepientas de tu propósito. Para que comprendas bien mis intenciones, me colocaré junto al ara y apostaré allí estos soldados, no para asegurar, sino para impedir tu muerte, que acaso sigas luego mis consejos, al ver la cuchilla que amenaza a tu cuello. No te dejaré, pues, morir tan audaz y temerariamente, sino que iré acompañado de estos guerreros al templo de la diosa, y allí te esperaré. (_Vase_). IFIGENIA Madre, ¿por qué lloras en silencio? CLITEMNESTRA Bastante es mi desdicha para llorar. IFIGENIA Déjame, no me intimides; aprueba mi resolución. CLITEMNESTRA Habla, hija, porque yo no seré contigo injusta. IFIGENIA Que no cortes los rizos de tu cabellera ni te cubran negros vestidos. CLITEMNESTRA ¿Qué has dicho, hija? ¿Cuándo te perderé? IFIGENIA Tú a mí no; me he salvado; por mi causa será más ilustre tu nombre. CLITEMNESTRA ¿Qué dices? ¿Por qué no he de llorar tu muerte? IFIGENIA De ninguna manera, porque no me elevarán túmulo alguno. CLITEMNESTRA Qué, ¿la muerte no es una sepultura? IFIGENIA El ara de la diosa, hija de Zeus, será mi sepulcro. CLITEMNESTRA Te obedeceré, pues, ¡oh hija!, porque eres generosa. IFIGENIA Como feliz que soy, y causa de bien para la Grecia. CLITEMNESTRA Pero ¿qué diré de tu parte a tus hermanas? IFIGENIA No las obligues a ponerse negros vestidos. CLITEMNESTRA ¿Qué diré en tu nombre que sea grato a las vírgenes? IFIGENIA Que deseo su felicidad. A Orestes edúcamelo como conviene a un hombre de su calidad. CLITEMNESTRA Abrázalo, que no volverás a verlo. IFIGENIA ¡Oh tú, el más amado, ayudásteme cuanto podías! CLITEMNESTRA ¿Qué haré en Argos en tu obsequio? IFIGENIA No aborrecer a mi padre y a tu esposo. CLITEMNESTRA Terrible desastre le acarreará tu muerte. IFIGENIA Contra su voluntad me sacrifica por salvar a la Grecia. CLITEMNESTRA Pero con dolo, no cual cumple al linaje de Atreo. IFIGENIA ¿Quién me llevará antes que me arrastren por los cabellos? CLITEMNESTRA Yo iré contigo... IFIGENIA De ninguna manera; no dices bien. CLITEMNESTRA Sin soltar tu vestido. IFIGENIA Obedéceme, madre, no te muevas, que así lo aconseja tu decoro y el mío. Alguno de estos servidores de mi padre me acompañará hasta el prado de Artemisa, en donde me han de sacrificar. CLITEMNESTRA ¡Oh hija, te separas de mí!... IFIGENIA Y no volveré más. CLITEMNESTRA Y abandonas a tu madre. IFIGENIA Y, como ves, sin merecerlo. CLITEMNESTRA Detente, no me dejes. IFIGENIA No quiero que llores más. Vosotras, ¡oh doncellas!, cantad lúgubre himno en honor de Artemisa, hija de Zeus, y que felices presagios favorezcan a los griegos. Así, que se preparen los cestos y arda el fuego destinado a la salsamola; que mi padre toque el ara con su diestra, porque voy a dar a los griegos victoria salvadora. Llevadme al sacrificio, que triunfo de Troya y de los frigios. Traed las coronas que han de ceñir mis sienes, y dádmelas; ved mi cabellera, pronta a recibirlas, y el agua lustral dispuesta. Danzad vosotras alrededor del templo y del altar, alabad a Artemisa, a Artemisa, reina y bienaventurada, que, a costa de mi sangre y de mi vida, por ser necesario, cumpliré voluntaria el oráculo. ¡Oh madre mía veneranda, para ti son estas lágrimas que derramo, no lícitas en los sacrificios! ¡Oh doncellas, alabad conmigo a Artemisa, protectora de este lugar frontero a Calcis, en cuyo puerto estrecho de Áulide anclaron las naves griegas, y hará inmortal mi nombre! ¡Oh tierra mía natal, oh pelásgico Argos, oh Micenas, en donde me he criado! EL CORO ¿Invocas a la ciudad fundada por Perseo,[274] obra de los cíclopes? IFIGENIA Eduqueme en su seno, y glorificará a Grecia, y no me apena la muerte. EL CORO Imperecedera será tu fama. IFIGENIA ¡Oh día claro y luz de Zeus!, vivamos otra vida y sea otra nuestra suerte. ¡Adiós luz, para mí grata! (_Vase_). EL CORO Vedla, vedla cómo se encamina a regar con su sangre el ara de numen cruento, la vencedora de Troya y de los frigios, purificada con el agua lustral y coronada su cabeza, que se doblará en el sacrificio sobre su elegante cuello. Aguárdante las aguas lustrales paternales,[275] y los sagrados vasos, y el ejército griego, impaciente por llegar a Troya. Pero invoquemos a Artemisa, hija de Zeus, divina reina, para que favorezca al ejército. ¡Oh deidad augusta, a quien deleitan víctimas humanas, lleva al ejército griego al país de los frigios y a la pérfida Ilión, y concede a Agamenón llenar de gloria inmarcesible al ejército griego y ceñir sus sienes con aureola eterna! EL MENSAJERO ¡Oh Clitemnestra, hija de Tindáreo, deja el palacio y óyeme! CLITEMNESTRA He venido al escuchar tu voz, temblando de miedo y temerosa de que me anuncies alguna nueva calamidad. EL MENSAJERO Al contrario, quiero contarte maravillas y portentos acerca de tu hija. CLITEMNESTRA No vaciles, pues; habla sin tardar. EL MENSAJERO Claramente lo sabrás todo, ¡oh cara dueña! Todo te lo contaré, desde el principio, a no ser que la emoción que siento trabe mi lengua. Después que llegamos con Ifigenia al prado florido de Artemisa, hija de Zeus, en donde estaba reunido el ejército de los griegos, acudió a verla inmensa muchedumbre. Cuando el rey Agamenón vio a la doncella que se encaminaba a la muerte, gimió y volvió hacia atrás su cabeza, y lloró ocultando los ojos bajo el manto. Al detenerse ella junto a su padre dijo así: «¡Oh padre, aquí me tienes, que de buen grado vengo a dar mi vida por mi patria y por la Grecia, para que me sacrifiquéis en el ara de la diosa, ya que así lo pide el oráculo! Mi único deseo es que seáis afortunados, y que alcancéis insigne victoria, y regreséis después a vuestra patria. Así, que ningún griego me toque; callada y animosa entregaré mi cerviz al hierro». Tales fueron sus palabras, sorprendiendo a cuantos las oyeron la grandeza de ánimo y el valor de la virgen. Taltibio, de pie en medio de todos, como heraldo del ejército, pidió a los dioses felices presagios, e impuso silencio. Y el adivino Calcas, desenvainando la afilada cuchilla, la depositó en el dorado cesto, y coronó a la doncella. Pero Aquiles entonces se acercó presuroso al ara, y apoderándose del cesto y del agua lustral, dijo: «¡Oh Artemisa!, hija de Zeus, que gozas matando fieras y mueves de noche tu luz brillante, acepta propicia esta víctima que te ofrecemos el ejército de los griegos y el rey Agamenón, sangre inmaculada de la bella cerviz de una virgen; concédenos favorable navegación y que conquistemos con nuestras armas la ciudadela de Troya». Y los Atridas y todo el ejército quedaron suspensos mirando a la tierra. El sacerdote empuñó la cuchilla, recitó sus preces y examinó el cuello antes de herirlo. Dolor no leve afligía mi corazón, y no separaba mis ojos de la tierra. Entonces ocurrió un milagro repentino: todos oyeron claramente el ruido del golpe al herir, pero ninguno vio en dónde se había ocultado la virgen. Clama el sacerdote, conclama todo el ejército, admirado de tal portento, obra sin duda de los dioses, y al cual, aun presenciándolo, no se daba crédito. En lugar de Ifigenia, yacía en tierra una cierva palpitante, muy grande y de maravillosa hermosura, inundando con su sangre el ara de la diosa. Imagínate, pues, con qué gozo pronunciaría Calcas estas palabras: «¡Oh capitanes del ejército griego!, ¿veis esta víctima, esta cierva de los montes, que la diosa ha traído al ara? Acéptala con preferencia a la doncella, para que tan noble sangre no mancille su altar. Y lo hace de buen grado, y nos concede favorable navegación y que conquistemos a Ilión. Cobren ánimo los marinos, y váyanse a las naves; hoy atravesaremos el mar Egeo, dejando las sinuosas ensenadas de Áulide». Después que la llama de Hefesto consumió a la víctima, pidió a los dioses que favoreciesen la vuelta del ejército. Agamenón me envió, pues, para anunciarte estas nuevas y el acuerdo de los dioses, y la gloria inmortal que ha alcanzado en Grecia. Yo que, presente, lo vi todo, te aseguro que Ifigenia ha volado al Olimpo. Que desaparezca, pues, tu dolor y se aplaque tu indignación contra tu esposo; inesperados sucesos ocurren a los mortales por mandato de los dioses, y así salvan a los que aman. Hoy he visto a tu hija viva y muerta. EL CORO ¡Cuánta es mi alegría al oír estas nuevas! El Mensajero dice que tu hija vive entre los dioses. CLITEMNESTRA ¡Oh hija! ¿Qué dios te ha arrebatado? ¿Cómo te invocaré? ¿Cómo hablarte? ¿Si habrá fingido este discurso para consolarme y para que cesen mis tristes lágrimas? EL CORO Mira al mismo rey Agamenón, que viene a repetirte sus palabras. AGAMENÓN Nada debemos temer por nuestra hija, ¡oh esposa! No dudes que se halla ahora con los dioses. Conviene que regreses a tu palacio, en compañía de este tierno novillejo, pues el ejército se prepara a darse a la vela. Adiós; largo tiempo ha de transcurrir antes que oigas mi voz y vuelva de Troya. Que la dicha te acompañe. EL CORO Que gozoso, ¡oh Atrida!, llegues a la Frigia, y que tornes contento, trayéndome de Troya bellísimos despojos. IFIGENIA EN TÁURIDE ARGUMENTO Ifigenia, hija de Agamenón, que no ha muerto sacrificada en Áulide, siendo sustituida por obra de Artemisa por una cierva, vive en Táuride,[276] puerto del Quersoneso Táurico, y en un templo de la misma diosa en cuya ara son sacrificados todos los extranjeros que arriban a sus costas. Orestes, su hermano, con su amigo Pílades, desembarcan en Táuride con el propósito de robar la estatua de Artemisa, cuya sacerdotisa es Ifigenia, y son descubiertos y aprisionados por los indígenas, devotísimos de su deidad protectora. Ifigenia, antes de sacrificarlos, sabedora de que eran griegos y acordándose siempre de su patria, de su familia y de su rango, escribe una carta a su hermano Orestes, a quien no conocía, e intenta aprovechar la ocasión oportuna que se le presenta para servirse de uno de los dos extranjeros destinados al sacrificio, y salvarle la vida si acceden a su deseo. Al recibir Pílades la carta que ha de entregar a Orestes, la pone en los manos de su destinatario, llamándolo por su nombre, y se reconocen los dos hermanos, y puestos todos de acuerdo, roban la estatua y huyen; y cuando el rey Toante se prepara a perseguirlos y capturarlos, aparece Atenea, que lo aplaca y salva a los fugitivos, anunciándolo que así lo ha decretado el poder divino. Esta tragedia, en su plan, en su traza, en los caracteres de sus personajes, en sus pasiones y hasta en sus menores detalles nos ofrece el tipo distintivo y propio de las obras de Eurípides, y es muy útil, por tanto, para ilustrarnos acerca de sus rasgos poéticos personales, de su importante papel en la literatura helénica y de la influencia que ha tenido y tiene en los pueblos modernos, siendo inferior a Sófocles y Esquilo, y justamente por serlo. Comienza con su prólogo o soliloquio expositivo de hechos supuestos anteriores relativos a la acción, en cuanto son necesarios para comprender los que le suceden, e indicar el lugar en donde se ejecutan y desenvuelven después, en virtud de pasiones puramente humanas y de caracteres que también lo son, enredándose y complicándose con naturalidad y verosimilitud; y cuando el nudo o el conflicto alcanza su punto culminante, y su desate o resolución parecen difíciles o imposibles, interviene un poder sobrenatural que desvanece rápida y milagrosamente los obstáculos que lo impiden. Concédese al destino la parte tradicional y preponderante que le corresponde, pero no lo domina y absorbe todo, como en Esquilo, sino, al contrario, lo menos posible, y no tanto por la convicción del poeta, cuanto atendiendo a las exigencias y costumbre del público. Ese poder superior a dioses y hombres ha ordenado el hecho final, pero los últimos obran y se mueven dentro de su natural esfera, y exactamente como lo harían si aquel no existiese. El discípulo de Anaxágoras, que no comparte las creencias y las supersticiones populares, y las contradice y ataca por ser opuestas a la razón, se manifiesta sin rebozo siempre que la ocasión lo permite. Las flaquezas del bello sexo asedian al autor como perpetua pesadilla, quizás por considerarlo indigno de embargar con tanto imperio la atención de los hombres y apartarlos de más serias y útiles aficiones y pensamientos. Sobresale en la representación dramática de los afectos, como en el reconocimiento de los dos hermanos, justificando los elogios que Aristóteles le prodiga en su _Poética_, y por medios sencillos, verdaderos e interesantes. No olvida, sin embargo, congraciarse con sus compatriotas al hablar de la fiesta de las copas, del Areópago, del culto de la Artemisa ática en Braurón, opuesto al bárbaro táurico, y del oráculo de Delfos, distinto de la adivinación por los sueños. Su buen gusto se revela en la sobriedad y eficacia de sus recursos escénicos, y en el arte con que los reúne y los contrasta. Despréndese de esto que el estudio de las obras de Eurípides, en las cuales desaparece sensiblemente el carácter religioso de la primitiva tragedia, acercándose más y más a la puramente humana que la ha sustituido y persiste en la actualidad, nos enseña la senda recorrida por esta parte de la poesía dramática desde sus orígenes hasta nuestros días, y las reformas radicales que ha sufrido hasta lograr su completa formación. De lo divino o religioso, que todo lo llena al principio, se va poco a poco separando lo puramente humano, que permanece luego independiente, perfeccionándose más y más hasta conseguir su esencia y su forma última y definitiva, más durable y constante. Lo mismo ha acontecido a los demás géneros poéticos, y casi pudiera decirse que a todas las instituciones humanas, incluyendo en ellas a las políticas. La religión ha sido la nodriza y el mentor de la humanidad, guiándola solicita y cariñosa en sus primeros pasos, y sin separarse de ella. Eurípides, como trágico griego, es así el menos griego de ellos, si atendemos solo a la índole característica y hierática de la tragedia griega, y en este sentido es el peor de los tres trágicos conocidos, pero precisamente por esto es el eslabón que une a la tragedia antigua con la moderna. Nos convencemos fácilmente de esta verdad si suprimimos mentalmente la influencia del destino en cualquiera de las obras de este poeta, o, al contrario, si suponemos que el objeto o término final de otra cualquiera moderna ha sido decretado y preparado por el destino, en cuya hipótesis resultará que en lo sustancial del fondo y de la forma son ambas iguales. Las demás diferencias que las separan, sin afectar a lo sustancial, provienen de muchas causas diversas relacionadas con los distintos elementos sociales de las naciones antiguas y modernas, como la diferencia de religión, de gobierno, de hábitos y costumbres, de educación, de mayor o menor cultura y de influencias nacionales o locales más o menos poderosas en el auge o en la decadencia de esta clase de composiciones. Y así se comprende y se explica también que, desde el renacimiento clásico literario hasta nuestros días, haya sido Eurípides el preferido para estudio y para modelo, y que continúe siéndolo ahora, no Sófocles, ni menos Esquilo. El _Edipo rey_ del primero, en nuestra modesta opinión, es la obra maestra e inimitable del teatro griego; no ha logrado adaptarse todavía al teatro moderno, ya por no haberlo intentado siquiera, ya por los resultados obtenidos por insignes poetas españoles y extranjeros que, habiéndolo intentado, encallaron en la empresa. Sin la creencia, y creencia firme y general en el destino, que no existe, la realización de ese deseo es de todo punto imposible. En cambio abundan las imitaciones de las tragedias de Eurípides, sobre todo en Francia, en donde ocupan lugar preferente en su literatura clásica. En las obras impresas de Racine se conserva el plan de un primer acto de _Iphigénie en Tauride_, y ha sido imitada también por Guimond de la Touche, siempre al estilo francés, aunque no sea el de Racine. Goethe ha escrito otra _Ifigenia en Táuride_, que solo tiene el título de común con la griega. De algunas alusiones muy embozadas que se han visto o creído ver en la tragedia de Eurípides, no por cierto muy convincentes, se ha supuesto que su representación hubo de hacerse en el año primero de la olimpiada 92, que corresponde al 412 de nuestra era. PERSONAJES IFIGENIA. ORESTES, _hermano de Ifigenia._ PÍLADES, _amigo de Orestes._ CORO DE MUJERES GRIEGAS. UN PASTOR. TOANTE. UN MENSAJERO. ATENEA. El lugar de la acción es Táuride (Crimea). Vese en la escena el templo dórico de Artemisa Táurica, en lo alto de una roca. El altar está salpicado de sangre, y alrededor se observan vestidos y armas, despojos de las víctimas sacrificadas. Empieza a amanecer. IFIGENIA Pélope, hijo de Tántalo, obtuvo en Pisa,[277] con sus ligeros caballos, la mano de la hija de Enómao, madre de Atreo, que engendró a Menelao y Agamenón, y de este y de la hija de Tindáreo nací yo, Ifigenia, víctima sacrificada, a juicio de mi padre, en el claro seno de Áulide, para recobrar a Helena, y cerca de los torbellinos que revuelve el Euripo cuando impetuosos vientos lo llevan a la mar. En Áulide juntó también el rey Agamenón un ejército en mil naves para conquistar a Ilión y ganar gloriosa corona, castigando a Helena, esposa infiel, por complacer a Menelao. Graves obstáculos se oponían a la navegación, porque no soplaban vientos favorables. Calcas entonces, observando las llamas, habló así: «¡Oh tú, Agamenón, que mandas este ejército griego!; tus naves no dejarán el puerto antes que Artemisa acepte el sacrificio de tu hija Ifigenia, pues prometiste consagrar a la diosa lucífera lo más hermoso que el año produjera. Tu esposa Clitemnestra dio a luz en tu palacio una hija (aludió a mí y me llamó muy bella), que has de inmolar». Y por arte del sagaz Odiseo me arrancaron del regazo de mi madre, pretextando que lo hacían para casarme con Aquiles. Y al llegar, desdichada, a Áulide, ya en lo alto de la pira, y a punto de herirme la cuchilla, sustrájome Artemisa, poniendo en mi lugar una cierva, y llevándome a través del resplandeciente éter a esta tierra de los tauros, en donde Toante impera, rey bárbaro de bárbaro país que corre como las aves con sus pies ligeros, de donde le vino su nombre. La hija de Leto hízome su sacerdotisa en este templo, entre cuyos ritos, gratos a ella, hay uno cuyo solo nombre es bueno; pero callaré, por respeto a mi señora. Yo inmolo aquí, según antigua costumbre, a los griegos que arriban a estas costas. Siempre doy principio a las ceremonias religiosas, y consuman el sacrificio los que habitan en la morada augusta de esta deidad nefanda. Sepan las auras, por si tienen remedio, las pavorosas visiones que me han perseguido esta noche. Pareciome en sueños que abandonaba este país y habitaba en Argos, y reposaba al lado de las vírgenes, mis compañeras, cuando tembló la tierra y hui de mi aposento, y se desplomó la cúspide del palacio, y toda la techumbre vino a tierra, hasta los más altos pilares. Solo quedaba en pie una columna del palacio paterno, de cuyo capitel pendía blonda cabellera que hablaba, y yo, lamentándome de mi triste ministerio de matar a los extranjeros, la rociaba con agua, como destinada a la muerte. He aquí la interpretación que doy a este sueño: no vive ya Orestes, porque lo purifiqué para su sacrificio. Son los hijos varones columnas de las familias, y los rociados con el agua de mis sagrados vasos están condenados a morir. Y, sin embargo, no puedo aplicar este sueño a otros amigos, porque Estrofio[278] no tenía hijos cuando me inmolaron. Quiero, pues, ahora celebrar los funerales de mi hermano ausente con las esclavas griegas que me dio para mi servicio el rey. Pero no sé qué causa les impide venir; entraré, pues, en el templo de la diosa, en donde habito. (_Vase_). ORESTES Mira, observa si hay gente en el camino. PÍLADES Miro, observo, y todo lo examino con mis ojos. ORESTES ¿Crees, Pílades, que sea este el templo de la diosa, adónde hemos dirigido nuestra nave atravesando la mar desde Argos? PÍLADES A mí me lo parece; no basta, sin embargo, si tú no opinas lo mismo. ORESTES ¿Y el ara empapada con sangre griega? PÍLADES Tiene, en efecto, coronas teñidas en sangre. ORESTES ¿Ves, acaso, despojos suspendidos de sus muros? PÍLADES Restos de extranjeros sacrificados. ORESTES Pero conviene que lo escudriñes todo con diligencia. ¡Oh Febo! ¿Por qué tus oráculos me atraen a nuevas redes, después que me hiciste asesinar a mi madre para vengar a mi padre? Las Furias, siempre renovando sus persecuciones, atormentábanme en mi destierro, obligándome a vagar sin descanso. Y me acerqué a tu templo, y te pregunté cómo podría librarme de este furor que me agita, y de tantas penalidades como he sufrido en mi errante peregrinación por la Grecia. Tú me mandaste entonces que me encaminara a los confines de la Táuride, en donde es adorada tu hermana, y robase su estatua, que, según dicen estos habitantes, cayó del cielo en su templo, apoderándome de ella, ya por engaño, ya aprovechándome de alguna feliz casualidad, y que, arrostrando el peligro, la llevase al país de los atenienses; nada más me ordenaste, y si lo cumplo, pondré término a mis trabajos. He venido aquí obedeciéndote, a esta tierra desconocida e inhospitalaria. Ahora te pregunto, ¡oh Pílades!, ya que me ayudas en esta empresa, ¿qué hacemos? ¿Ves sus altos y fuertes muros? ¿Subiremos los peldaños del templo? ¿Cómo nos ocultaremos después en él? ¿Abriremos las puertas de bronce de este recinto que no conocemos? Si nos sorprenden cuando intentemos entrar, moriremos; así, antes que suceda esto, huyamos a la nave que nos trajo. PÍLADES No debemos huir, ni acostumbramos hacerlo, ni el oráculo del dios merece menosprecio. Alejémonos del templo y refugiémonos en las cavernas que lava el negro Ponto con sus aguas, lejos de la nave, no la descubra alguno, nos delate a los reyes y nos cautiven a la fuerza. Y cuando viniere la oscura noche osaremos con maña robar del templo la tersa estatua de la diosa. Mira si los triglifos dejan bastante espacio para albergarnos. Audaces en sus empresas son los esforzados, no así los cobardes, que para nada sirven. ¿Acaso después de andar tan largo camino a fuerza de remos retrocederemos al llegar a la meta? ORESTES Has dicho bien, y debo obedecerte. Ocultémonos, pues, en donde nos sea posible. Como el dios no ha de impedir el cumplimiento de su oráculo, osémoslo: para los jóvenes no hay trabajo excusable. EL CORO Silencio, habitantes del Ponto Euxino, que moráis en dos peñascos que se besan;[279] ¡oh Dictina[280] de las selvas, hija de Leto!, a tu palacio, a las doradas almenas de tu templo, de bellas columnas, acerco mi pie santo y virginal, siervo de la sacerdotisa que lleva la clava, y habiendo abandonado las torres de la ecuestre Grecia, las murallas y los campos umbrosos de la insigne Europa, en donde yace el hogar de mi padre. Ya he llegado. ¿Qué hay de nuevo? ¿Qué te inquieta? ¿Por qué me llamaste al templo, por qué me llamaste?, ¡oh hija de los ilustres Atridas que asediaron las torres de Troya con famosa armada de mil naves, llenas de innumerables soldados! IFIGENIA ¡Oh siervas, cómo me abandono a tristes plegarias, canto lúgubre en elegíacos, no acompañados de la lira, ¡ay, ay de mí!, sino solo de fúnebre llanto! Tales son mis desdichas, llorando la muerte de mi hermano, cuya sombra se me ha aparecido en sueños en las tinieblas de esta noche oscura. Yo muero, yo muero; ya pereció el linaje de mi padre, ¡ay de mí! Mi familia ya no existe, ¡ay, ay!, víctima de los infortunios sufridos en Argos. ¡Ay, ay del destino que me arranca mi único hermano, llevándolo a los infiernos! A sus manos ofreceré las libaciones que contiene este vaso, derramándolo en el seno de la tierra, y abundante leche de las vacas de los montes, vino de Dioniso y miel de abejas de amarillentas alas que aplacan a los muertos. Pero dame el vaso de oro macizo y la infernal ofrenda. ¡Oh hijo de Agamenón que yaces bajo la tierra! Como si hubieses muerto te ofrezco este don; acéptalo, que en tu túmulo no depositaré mi blonda cabellera ni tampoco derramaré mis lágrimas. Lejos estoy de tu patria y de la mía, en donde creen que yo, mísera, he sido inmolada. EL CORO Cantos que respondan a los tuyos, e himno asiático en bárbaro lenguaje haré oír, ¡oh señora!, musa lúgubre, grata a los muertos, tristes versos que a Hades deleitan. ¡Ay de mí! Desapareció el astro que iluminaba el augusto palacio de los Atridas, ¡ay de mí!, tu hogar paterno. ¿Quién, pues, ahora empuñará el cetro de los reyes famosos de Argos? Una pena sucede a otra desde que, torciendo las riendas de sus veloces caballos, el Sol se alejó, y apartó, indignado de tus progenitores, su sagrado y brillante rostro.[281] Un dolor sucede a otro en su palacio, a causa del vellocino de oro; un asesinato a otro, a un llanto otro llanto, y de aquí que el funesto destino asentara su planta en la mansión de los Tantálidas, que ya perecieron, y con triste ímpetu te haya acometido numen nefando. IFIGENIA Desde el principio, y desde el himeneo de mi madre, ha sido adversa mi suerte, y desde la noche aquella en que las Parcas, que presiden al nacimiento, decretaron que yo viviera vida amarga, primogénita de la infortunada hija de Leda, que me concibió en mal hora en su tálamo, y me dio a luz y me educó para ser víctima de la debilidad de mi padre, quien me había de sacrificar cruelmente, y llevándome, en cumplimiento de su voto, a las arenas de Áulide en su carro ecuestre, como prometida, ¡ay!, como infeliz esposa del nieto de Nereo. Extranjera ahora en el inhospitalario Ponto, habito lúgubre mansión, sin esposo ni hijos, sin patria, sin amigos, cuando tantos amigos solicitaban mi mano; no cantando himnos a la argiva Hera, ni tejiendo con la lanzadera en finas telas la imagen de Palas Ática y de los Titanes,[282] sino manchando las aras de Artemisa con sangre, después de dar a los extranjeros deplorable muerte, y oyendo sus clamores, que mueven a lástima, y contemplando las lágrimas tristes que derraman. Y ahora me olvido de estos males, y lloro a un hermano, muerto en Argos, que dejé tierno infante, todavía en la lactancia, cara prenda en los brazos y en el seno de su madre, Orestes, en fin, que en Argos debía empuñar el cetro. EL CORO Desde la orilla del mar viene hacia aquí un pastor, quizá a anunciar alguna nueva importante. EL PASTOR Hija de Agamenón y de Clitemnestra, oye la noticia que voy a darte. IFIGENIA ¿Quién osa interrumpirme en este momento? EL PASTOR Dos jóvenes fugitivos han arribado a esta región, a las Cianeas Simplégades, sacrificio y víctimas agradables a Artemisa. Prepara, pues, desde luego el agua lustral y las ofrendas. IFIGENIA ¿De qué país? ¿Cómo se llama la patria de esos extranjeros? EL PASTOR Son griegos; solo sé esto y nada más. IFIGENIA ¿Dices que ignoras sus nombres? EL PASTOR Uno llamaba Pílades al otro. IFIGENIA ¿Y cuál era el nombre de su compañero? EL PASTOR No lo sé; no lo hemos oído. IFIGENIA ¿Cómo los descubristeis y los cautivasteis? EL PASTOR En la extrema orilla del inhospitalario estrecho. IFIGENIA Pero vosotros los pastores, ¿qué hacíais en la mar? EL PASTOR Fuimos a lavar en sus olas los bueyes. IFIGENIA Dejemos eso, y dime ahora, para satisfacer mi curiosidad, de qué manera los cautivasteis. Largo tiempo hacía que no llegaban los griegos para regar el ara de la diosa con torrentes de sangre. EL PASTOR Cuando llevábamos a los bueyes selvícolas al mar que baña las Simplégades, llegamos a cierta caverna, abierta por el continuo embate de las olas, abrigo de pescadores de púrpura. Aquí vio a los dos jóvenes uno de nuestros compañeros, y retrocedió, desandando el camino con la punta de los pies, y dijo: «¿No veis? Ahí habitan ciertas deidades». Otro, el más religioso, alzó las manos y los adoró así al verlos: «¡Oh Palemón soberano,[283] hijo de la marina Leucótoe, patrono de los navegantes!, muéstratenos propicio, ya sean los Dioscuros quienes yacen en la ribera, ya los hijos amados de Nereo,[284] padre del noble coro de las cincuenta nereidas». Pero otro, vano, audaz e impío, se burló de sus plegarias, y dijo que los de la gruta eran náufragos, y que allí se ocultaban, sabedores de la costumbre observada entre nosotros de sacrificar extranjeros. Casi todos creíamos que tenía razón, y que debíamos apoderarnos de estas víctimas y traerlas, como siempre, a la diosa. Mientras tanto, uno de los peregrinos dejó la roca, se detuvo un poco, movió la cabeza a un lado y a otro, gimió y se estremeció su cuerpo como presa del delirio, clamando a modo de cazador: «¿La ves, Pílades? ¿No ves este dragón del Orco que intenta matarme, armado de horrendas víboras? ¿Y esta que espira fuego y muerte y sacude las alas que se destacan de su ropaje, llevando a mi madre en sus brazos, y quiere lanzarme este peñasco? ¡Ay de mí! ¡Me matará! ¿Adónde huiré?». Sin embargo, nada se veía, confundiendo él el mugido de los novillos y el ladrar de los perros con los aullidos semejantes que, según se dice, dan las Furias. Nosotros, entretanto, aterrados y suspensos, permanecíamos quietos y en silencio. Pero él, desenvainando la espada, arremetió como un león a los novillos, los hirió en el vientre con su acero, atravesoles los costados, creyendo espantar a las Furias, hasta el extremo de llegar la sangre al mar. Todos entonces se armaron, viendo el estrago que hacía en los rebaños, y tocamos los caracoles, llamando en nuestra ayuda a los indígenas, pues contra peregrinos robustos y llenos de vida podrían poco débiles pastores. Muchos, en efecto, nos reunimos en breve. El extranjero cayó al fin víctima de su locura, arrojando espuma por la boca. Cuando lo vimos en tierra en sazón tan oportuna, todos nos pusimos a la obra, y juntamos piedras, tirámoslas, y lo herimos; el otro extranjero lo cuidaba y atendía, protegiéndolo la tela bien urdida de su vestido, y examinaba solícito sus heridas, y le prodigaba los tiernos desvelos de un leal amigo. Recobrando luego el juicio, se levantó del suelo, observó la muchedumbre de enemigos que les acometía, y presintiendo la calamidad que les amenazaba, gimió. Mas nosotros no cesamos de tirarle piedras a porfía. Entonces oímos esta exhortación atroz: «Moriremos, Pílades, pero con el honor posible; sígueme, esgrimiendo en tu diestra la espada». Cuando se adelantaron hacia nosotros vibrando sus armas, huimos y nos refugiamos en las frondosas selvas. Pero si alguno se intimidaba, los demás, amenazándole de cerca, le obligaban a la fuerza a volver, y si unos eran rechazados, los de reserva volvían a la carga con nuevas pedradas. Increíble parece que, siendo nosotros tantos, ninguno pudiese herir mortalmente a las víctimas de la diosa. Con trabajo, al cabo, y faltándonos valor, los cautivamos, y cercándolos a pedradas, hicimos caer las espadas de las manos, obligándolos por el cansancio a arrodillarse en tierra. Llevámoslos, pues, a la presencia del rey, los vio y te los envió inmediatamente para que los purifiques e inmoles. Debes desear, ¡oh virgen!, que se repitan estos sacrificios, porque si das muerte a tales extranjeros, la Grecia pagará la que quiso darte, y expiará la pena del crimen cometido en Áulide. EL CORO Maravilloso es lo que has contado del extranjero, sea quien fuere, venido de la Grecia al inhospitalario Ponto. IFIGENIA Bien está; vete y trae a los extranjeros; yo cuidaré de lo demás. ¡Oh corazón desdichado, antes afable y misericordioso con las víctimas! Solías derramar lágrimas por tus compatriotas siempre que caían en tus manos; pero como ahora, y en vista de los sueños que me han asustado, creo que Orestes no ve ya la luz del sol, no os miraré con benevolencia, cualquiera que seáis. Es una verdad, y yo la he experimentado, ¡oh amigas!, que los infelices no quieren bien a los venturosos. Mas ni llegó nunca a esta costa inhospitalaria el viento de Zeus,[285] ni nave que, atravesando los escollos de las Simplégades, trajese a Menelao ni a Helena, que me perdieron, para vengarme de ellos, y que encontrasen aquí otra Áulide en vez de aquella en donde me sacrificaron los hijos de Dánao como a cautiva ternerilla, sacrificándome el mismo padre que me engendró. ¡Ay de mí! No olvido aquellos males y las veces que mis manos tocaron su rostro, y que me abracé a las rodillas de mi padre, diciéndole: «¡Oh padre!, hicísteme contraer vergonzoso himeneo, y mientras tú me matas, mi madre y las argivas celebran mis bodas,[286] y en todo el palacio resuenan la flauta y los cánticos, y tú me sacrificas sin piedad. Hades era, pues, Aquiles, no el hijo de Peleo, el esposo que me habías anunciado; en carro me trajiste por engaño a sangrientas bodas». Y yo, al ponerme el sutil velo, no tomé en mis brazos a mi hermano, el que pereció hace poco, ni de vergüenza besé a mi hermana, creyendo encaminarme al palacio de Peleo; y no me despedí de muchas, pensando en mi pronto regreso a la ciudad de Argos. ¡Oh mísero Orestes, si has muerto, perdiste envidiable suerte y la herencia afortunada de tu padre! No alabo el siniestro placer de una diosa que aleja de su ara a cualquier mortal, considerándolo impuro, ya haya derramado sangre, ya sufrido los dolores del parto, o tocado algún cadáver con sus manos, y, sin embargo, se deleita con víctimas humanas. De ningún modo Leto, esposa de Zeus, ha dado a luz tan necia deidad. Increíble, en verdad, me parece el festín que dio Tántalo a los dioses, y que ellos disfrutaran comiendo un niño, y más bien creo que los moradores de esta región, para excusar sus homicidios, atribuyen a una divinidad su delito. A mi juicio, ningún dios es malo.[287] (_Ifigenia se calla, esperando a los extranjeros_). EL CORO _Estrofa 1.ª_ — Cerúleas, cerúleas olas del mar, en donde Ío,[288] abrasada por el delirante estro, voló desde Argos al estrecho Euxino, y lo pasó, viniendo al Asia desde Europa, ¿quiénes son los que dejando el caudaloso Eurotas,[289] de verdes cañas, o las aguas sagradas de Dirce, arribaron, arribaron a una tierra insociable, en donde divina doncella riega con sangre humana las aras y los templos cercados de columnas? _Antístrofa 1.ª_ — ¿Navegaron acaso a fuerza de impetuosos remos de abeto, que resonaban a compás a los dos costados de la nave, llenando el viento las velas, ávidos de riquezas, para llevar la abundancia a sus hogares? La dulce esperanza se torna insaciable en los hombres, en daño suyo, cuando traen la carga de sus tesoros, después de andar errantes por las olas y recorriendo bárbaras ciudades con vanas ilusiones. Vehementes son unos con su avaricia, y otros más moderados. _Estrofa 2.ª_ — ¿Cómo atravesaron los peñascos que se juntan,[290] cómo los escollos Fineos, nunca tranquilos, navegando cerca de la orilla en las revueltas olas de Anfitrite, en donde los coros de las cincuenta doncellas nereidas danzan a la redonda, mientras llenaba el viento las velas y rechinaba el timón que gobierna en la popa, ya impelida por las auras del Noto, o por los soplos del Céfiro, para arribar a una región abundante en aves, a la isla de Leuca, célebre estadio de las carreras de Aquiles en el Ponto Euxino? _Antístrofa 2.ª_ — ¡Ojalá que se realizasen los deseos de mi señora querida, y por alguna casualidad viniese aquí Helena, hija amada de Leda, dejando la ciudad troyana para rociar su cabello con el agua lustral, precursora de la muerte, y que mis manos la degollaran, sufriendo las penas que debe! Dulcísima nueva sería para nosotras que de la Grecia llegase algún navegante a poner término a mis trabajos y a mi desdichada servidumbre. Que en sueños siquiera me vea yo en la casa mía y en mi patria, para oír suave canto, deleite de los afortunados. _Epodo._ — Pero he aquí a los extranjeros, atadas sus manos con dobles lazos, nuevas víctimas para la diosa. Callad, amigas. Ya mis compatriotas se acercan al templo, confirmando los anuncios del pastor. ¡Oh numen venerando!, si te es grata tal ofrenda, acepta las víctimas que te presentamos en observancia de nuestras costumbres, aun cuando no sean para los griegos hijas de la piedad. IFIGENIA (_a los que traen a los cautivos_). Vamos, pues; mi primer cuidado es que nada falte al culto de la diosa. Desatad las manos de los extranjeros, que, consagrados, ya no han de estar así. Entrad en el templo, preparad lo que sea necesario para esta ceremonia, y lo que el ritual ordena. (_Vanse_). ¡Hola! ¿Qué madre os dio a luz en otro tiempo? ¿Cuál es vuestro padre?, ¿cuál vuestra hermana, si acaso la tenéis? ¡Qué dos jóvenes hermanos va a perder! ¡De qué hermanos quedará huérfana! ¿Quién está seguro de los golpes de la fortuna? ¿Quién sabe lo que le aguarda? Impenetrables son los decretos del destino; todos ignoran sus desdichas futuras, y la ciega deidad nos arrastra a desconocido abismo. ¿De dónde venís, extranjeros desventurados? ¡Qué larga navegación habéis traído para arribar a este país, y cuán eternamente estaréis ausentes de vuestra casa, sepultados en los infiernos! ORESTES ¿A qué te lamentas así, ¡oh mujer!, seas quien fueres, y agravas nuestros próximos males? No es sabio, a mi juicio, el que ha de morir y disimula su miedo, excitando la piedad, ni el que deplora su fin cercano, sin esperanza de salvación: de un solo mal hace dos; de necio es su conducta, y muere no obstante. Sea libre la fortuna. No te compadezcas más de nosotros, que conocemos los sacrificios que se celebran aquí. IFIGENIA ¿Cuál de vosotros se llama Pílades? Es lo que primero deseo saber. ORESTES Este, si tal es tu placer. IFIGENIA ¿En qué ciudad de la Grecia has nacido? ORESTES ¿Qué ganarás con saberlo, ¡oh mujer!? IFIGENIA ¿Sois hermanos, hijos de la misma madre? ORESTES Somos hermanos por la amistad, no como dices. IFIGENIA Y a ti, ¿qué nombre te puso tu padre? ORESTES El nombre que me cuadra es el de infortunado. IFIGENIA No es esa mi pregunta: es obra de tu desgracia. ORESTES Si muero y no se sabe mi nombre, no serviré a nadie de ludibrio. IFIGENIA ¿Por qué te opones a mi ruego? ¿Tan grande es tu soberbia? ORESTES Matarás mi cuerpo, no mi nombre. IFIGENIA ¿Ni dirás tampoco la ciudad en donde moras? ORESTES Si he de morir, a nada conducen tus preguntas. IFIGENIA ¿Pero por qué no me has de complacer en esto? ORESTES Me envanezco de tener por patria a la ínclita Argos. IFIGENIA Por los dioses, ¿eres de allí verdaderamente, o extranjero? ORESTES De Micenas, venturosa en otro tiempo.[291] IFIGENIA ¿Saliste desterrado de tu patria, o huyendo de alguna otra desdicha? ORESTES En cierto modo, soy desterrado contra mi voluntad y voluntariamente. IFIGENIA ¿Me dirás lo que deseo saber? ORESTES Sí, que no debo dar a esto importancia, cuando tan grande es mi infortunio. IFIGENIA Yo he deseado mucho que viniese alguno de Argos. ORESTES No yo; si te sucede lo contrario, sabrás por qué. IFIGENIA ¿Has oído hablar de Troya, tan famosa en todas partes? ORESTES ¡Ojalá que nunca oyese su nombre, ni siquiera en sueños! IFIGENIA Dicen que ya no existe, arrasada por la guerra. ORESTES Así es; no te engañaron al contártelo. IFIGENIA ¿Y volvió Helena al palacio de Menelao? ORESTES Volvió, y su vuelta fue fatal a alguno de los míos. IFIGENIA ¿En dónde está? Algo me debe también por cierta desgracia de que fue causa. ORESTES Habita en Esparta con su primer esposo. IFIGENIA Objeto de horror para toda la Grecia, no para mí sola. ORESTES Amargo fruto recogí yo también de sus nupcias. IFIGENIA ¿Volvieron acaso los griegos, como pregona la fama? ORESTES ¿Tantas preguntas me haces en una sola? IFIGENIA Antes que mueras quiero disfrutar de este placer. ORESTES Interrógame, pues, si lo deseas; yo te responderé. IFIGENIA Cierto adivino Calcas, ¿regresó de Troya? ORESTES Murió, según decían en Micenas. IFIGENIA Cuán justamente, ¡oh deidad veneranda! ¿Y el hijo de Laertes? ORESTES Aun no ha llegado a su patria, pero se cree que viva. IFIGENIA Que muera y nunca torne a ella. ORESTES No le desees mal, que su suerte no es envidiable. IFIGENIA ¿Vive todavía el hijo de la nereida Tetis? ORESTES No; en vano celebró su himeneo en Áulide. IFIGENIA Era más bien un engañoso lazo, según aseguran los desdichados que deben saberlo. ORESTES ¿Quién eres tú? ¿Con qué interés te informas del estado de la Grecia? IFIGENIA Soy también griega; cuando era jovencita, perecí. ORESTES Con razón, pues, ¡oh mujer!, te cuidas de averiguar lo que en ella sucede. IFIGENIA ¿Y qué ha sido del capitán cuya dicha publica la fama? ORESTES ¿Cuál? El que yo conozco, al menos, no es de ese número. IFIGENIA Cierto hijo de Atreo, que se llamaba el rey Agamenón. ORESTES No sé de quién hablas; dejemos esto, ¡oh mujer! IFIGENIA De ninguna manera, por los dioses; al contrario, contéstame, ¡oh extranjero!, para complacerme. ORESTES Murió el desdichado, y además arrastró consigo a la muerte a algún otro. IFIGENIA ¿Murió? ¿Cómo? ¡Ay de mí, desventurada! ORESTES ¿Por qué has gemido así? ¿Te unía a él algún lazo? IFIGENIA Gimo recordando su pasada dicha. ORESTES Murió miserablemente, asesinado por una mujer. IFIGENIA ¡Oh! ¡Cuán deplorable es la suerte de la criminal y de su víctima! ORESTES Déjame ya; no me preguntes más. IFIGENIA Solo quiero saber si vive todavía la esposa de ese desdichado. ORESTES No vive; pereció a manos de su mismo hijo. IFIGENIA ¡Oh palacio arruinado! ¿Y con qué objeto? ORESTES Por vengar el asesinato de su padre. IFIGENIA ¡Ay de mí! ¡Instrumento deplorable de castigo merecido! ORESTES Sin embargo, los dioses no le favorecen, a pesar de su justicia. IFIGENIA ¿Ha dejado Agamenón en el palacio algún otro hijo? ORESTES Electra, su única hija. IFIGENIA ¿Se dice algo de la otra que mataron? ORESTES Nada, sino que, muerta, no ve la luz. IFIGENIA ¡Desventurada, y desventurado también el padre que la sacrificó! ORESTES Pereció inicuamente por una mujer malvada. IFIGENIA ¿Sobrevive en Argos algún hijo a su padre? ORESTES Sí, desdichado en verdad; en ninguna parte existe, y en todas a un tiempo. IFIGENIA Adiós, falsos sueños; nada erais, pues. ORESTES Ni los dioses, que se llaman sabios, son menos engañosos que los leves sueños. Grande confusión reina en las cosas divinas y humanas; solo me duele que, por obedecer a adivinos, perezca quien no carece de prudencia; bien lo saben algunos. EL CORO ¡Ay, ay de mí! ¿Quién se acordará de nosotras y de nuestros padres? ¿Viven acaso? ¿No viven? ¿Quién podrá decirlo? IFIGENIA Oíd: ya he tomado mi resolución, ¡oh extranjeros!, que puede seros útil y a mí también. Lo mejor será, sin duda, que nos convengamos todos. ¿Quieres acaso, si te salvo, llevar un mensaje mío a mis amigos de Argos, y cartas que me escribió cierto cautivo, compadecido de mi suerte, juzgando que no era homicida mi mano, sino que moría en virtud de una ley justa en concepto de la diosa? Hasta ahora no he encontrado ninguno que regrese a mi patria, y que, salvándose, entregase mis cartas a alguno de mis amigos. Tú, pues, que según parece no eres villano, y que has visto a Micenas y conoces a aquellos a quienes me dirijo, no morirás, alcanzando por obedecerme recompensa no despreciable. Pero el otro, ya que la ciudad me obliga a ello, será separado de ti y sacrificado a la diosa. ORESTES Apruebo cuanto has dicho, ¡oh extranjera!, excepto una cosa, porque la muerte de mi compañero me afligiría mucho. Yo soy el piloto que lo ha traído a este mar calamitoso, y navegó conmigo para compartir mis trabajos. No es, pues, justo que me salve y te sirva a costa de su vida. Más vale hacerlo así: tú le entregas las cartas que te interesa mandar a Argos, y a mí me matará quien quiera. Es lo más infame arrastrar a la desgracia a los amigos y evitarla nosotros. Este lo es mío, y quiero que vea la luz no menos que yo. IFIGENIA ¡Oh corazón generoso! ¡Cómo se conoce que es noble tu estirpe y que eres verdadero amigo de tus amigos! Que así sea el único pariente que me queda; yo también, ¡oh extranjeros!, tengo un hermano, aunque no le veo. Pero ya que tal es tu voluntad, enviemos a este que lleve las cartas; tú morirás, víctima de tu estrecha amistad. ORESTES ¿Pero quién ha de sacrificarme? ¿Quién osará cometer tan bárbaro crimen? IFIGENIA Tal es mi deber en honor de la diosa. ORESTES No envidiable, sin duda, ¡oh virgen!, ni tampoco grato. IFIGENIA Oblígame la necesidad, numen incontrastable. ORESTES ¿Tú, siendo mujer, matas a los hombres con la espada? IFIGENIA No, pero rociaré con agua lustral tu cabellera. ORESTES Pero ¿quién es sacrificador, si me es lícito preguntarlo? IFIGENIA Los encargados de este ministerio habitan en el templo. ORESTES ¿Y qué sepulcro me recibirá cuando muera? IFIGENIA Dentro arde el fuego sagrado, y en la roca han abierto vasta sima. ORESTES ¡Ay de mí! ¡Ojalá que mi hermana me tributase los últimos deberes! IFIGENIA Vano es tu deseo, ¡oh desventurado!, quienquiera que seas, que yace lejos de ti y de esta tierra bárbara. Pero basta que seas argivo para que te honre como pueda. Yo adornaré tu sepulcro, y mi mano untará tu cuerpo frío de amarillento aceite, y derramaré sobre tu pira la miel que liba de las flores la roja abeja. Pero voy a traer las cartas del templo de la diosa; no me odies por eso. Custodiadlos, servidores, sin ataduras, que acaso envíe cartas a alguno de mis amigos de Argos, que no las espera, y a quien amo mucho, participándole, con gran gozo suyo, que viven algunos que cree muertos. EL CORO Deploro tu destino: pronto serás sacrificado con las sangrientas gotas del agua lustral. ORESTES En vez de lamentarlo, ¡oh extranjeras!, debéis regocijaros. EL CORO Feliz eres, ¡oh joven!, y afortunada tu suerte, porque vuelves a tu patria. PÍLADES Nunca desea un amigo que su amigo muera. EL CORO ¡Oh peregrinación infausta! ¡Ay, ay, tú morirás! ¡Ay, ay de mí! ¿Cuál de los dos ha de perecer? Duda mi alma, y no sabe si llorar y gemir por ti primero o acaso por ti. ORESTES Di, Pílades, por los dioses, ¿estás tan conmovido como yo? PÍLADES No lo sé; me preguntas cuando no puedo responderte. ORESTES ¿Quién es esa doncella? Como si fuese griega se ha informado de los trabajos sufridos en Troya, y de la vuelta del ejército, y de Calcas, sabio adivino, y de Aquiles; y se apiadó mucho del desventurado Agamenón, y me preguntaba con interés por su esposa y por sus hijos. Esa extranjera debe ser alguna argiva que ha llegado hasta aquí, pues no de otro modo enviaría esas cartas ni se interesaría por todo esto, como si hubiese de participar de la ventura de mi patria. PÍLADES Has prevenido mi juicio, y has dicho primero cuanto yo pienso, excepto que las desdichas de los reyes son conocidas de todos los que se cuidan de los asuntos humanos. Pero indicó también otra cosa. ORESTES ¿Cuál? Mejor la entenderás participándomela. PÍLADES Que es vergonzoso que muerto tú vea yo la luz; si navegué contigo, contigo debo morir. Afrentosa reputación de tímido y de cobarde tendré en los valles de Argos y de la Fócida, y creerá la multitud, ya que abundan los malos, que habiéndote hecho traición vuelvo a mi patria sano y salvo, o que te he dado muerte por reinar, cuando a tu familia afligían tantas calamidades, y por casarme con tu hermana, que ha de heredarte. Tal es mi temor, tal mi vergüenza, y estoy resuelto a rendir contigo el alma y a que me degüellen al mismo tiempo que a ti, y conviertan en ceniza mi cuerpo; basta que sea tu amigo, y mi horror al vituperio. ORESTES Ruégote que no pienses así; yo solo debo sufrir mis males, y si puede ser simple mi pena, no he de duplicarla. Lo que tú miras como horrible y afrentoso, caerá sobre mí si murieses por compartir mis trabajos. Por mí no te aflijas; no es mala mi suerte, que agobiado por tanto infortunio como los dioses me envían, me veré libre de la vida; tú eres feliz, tu familia está pura y contenta, y la mía es desdichada o impía. Cuando, ya en salvo, tengas hijos de la hermana que te di por esposa, durará mi nombre, y mi estirpe no se extinguirá. Vete, pues, y vive y habita el palacio de tu padre. Ruégote suplicante, por esta diestra, que cuando vayas a la Grecia y a la ecuestre Argos me consagres un sepulcro y un monumento, y que mi hermana ofrezca en mi túmulo su cabellera y sus lágrimas; anúnciale mi muerte a manos de cierta mujer argiva, inmolado en el ara. Ni la abandones nunca, recordando siempre que has contraído himeneo con la hija de Agamenón, y que tus nuevos parientes son huérfanos. Y adiós ya; tú has sido mi mayor y más leal amigo, tú me acompañabas en la caza, te educaste conmigo y has sufrido muchos trabajos por compartir mis desdichas. Apolo, dios adivino, nos engañó astutamente, nos ha alejado de la Grecia cuanto ha podido, avergonzado de sus anteriores vaticinios, y por dar crédito a sus palabras y obedecerlas di muerte a mi madre y ahora muero. PÍLADES Tendrás el sepulcro que deseas, y nunca abandonaré el lecho de tu hermana, ¡oh desventurado!; más te amaré muerto que vivo. Sin embargo, no puedes decir todavía que te ha perdido el oráculo del dios, aunque estés a la orilla de la tumba: muchas veces, sí, muchas veces gravísima calamidad produce grandes mudanzas si la fortuna lo dispone. ORESTES Calla, que inútiles son ahora los vaticinios de Febo; esa mujer sale ya del templo. IFIGENIA (_a los que han quedado guardando a los cautivos_). Apartaos, servidores, y preparad allá dentro lo necesario para los que presiden el sacrificio. (_Vase el Coro_). Aquí tenéis las cartas en múltiples rollos, ¡oh extranjeros! Escuchad además: como ninguno es constante en la desgracia, y cuando la confianza sucede al miedo, recelo que, de vuelta a su patria, no se acuerde de mis cartas y no las lleve a Argos. ORESTES ¿Qué quieres, pues? ¿Qué te inquieta? IFIGENIA Ha de jurarme que llevará estas cartas y las entregará a mis amigos de Argos. ORESTES Y tú, ¿jurarás cumplir tu promesa? IFIGENIA Di, ¿qué he de decir?, ¿qué callar? ORESTES Que lo dejarás ir sano y salvo de esta tierra bárbara. IFIGENIA Es justo tu deseo. ¿Cómo, pues, de otra manera conseguiría lo que anhelo? ORESTES ¿Y lo consentirá el tirano? IFIGENIA Yo me encargaré de esto y de dejarlo en la nave. ORESTES Jura, pues, y formula el piadoso juramento que ha de hacer él. IFIGENIA Que diga: «Yo entregaré estas cartas a tus amigos». PÍLADES «Entregaré estas cartas a tus amigos». IFIGENIA Y yo, en cambio, te facilitaré los medios de dejar las rocas Cianeas. PÍLADES ¿Y a qué dios pones por testigo de tus juramentos? IFIGENIA A Artemisa, cuya sacerdotisa soy en este templo. PÍLADES Y yo al rey del cielo, al venerando Zeus. IFIGENIA ¿Y si me faltas y no cumples tu juramento? PÍLADES Que no vuelva a mi patria. ¿Y tú, si no me salvas? IFIGENIA Que nunca vea la tierra de Argos. PÍLADES Oye ahora algo que pasamos por alto. IFIGENIA Seguramente no hay frases inoportunas si son útiles. PÍLADES Concédeme, sin embargo, que si sucede algún percance a la nave, y la mar borra tus cartas y se traga mis riquezas y yo solo me salvo, que no valga mi sagrada promesa. IFIGENIA ¿Y sabes tú lo que haré? Cuanto mayor es nuestra prevención, más fácilmente realizamos nuestros deseos. Te diré lo que he escrito en las cartas, para que puedas referirlo a los amigos; así no hay temor alguno, y si las salvas, ellas dirán calladas lo que quiero; y si la mar las borra y tú te libras de la muerte, no lo olvidarás. PÍLADES Bien miras de este modo por mí y por los dioses. Indícame, pues, a quién debo entregarlas en Argos, y lo que he de decir de tu parte. IFIGENIA Anuncia a Orestes, hijo de Agamenón, «que estas cartas son de Ifigenia, viva, la sacrificada en Áulide, aunque crean lo contrario los que ven allí la luz». ORESTES ¿Y en dónde está? ¿Resucitó acaso después de muerta? IFIGENIA Yo soy Ifigenia; no me interrumpas con tus preguntas. «Llévame a Argos, ¡oh hermano mío!, de esta tierra bárbara antes que muera, y líbrame de las víctimas de la diosa en cuyo honor sacrifico a los extranjeros...». ORESTES ¿Qué te parece, Pílades? ¿En dónde estamos? IFIGENIA «O lanzaré, Orestes, imprecaciones contra tu familia». Repito dos veces su nombre para que no se te olvide. ORESTES ¡Oh dioses! IFIGENIA ¿Por qué invocas a los dioses, tratando solo de mis asuntos particulares? ORESTES Prosigue, no es nada; me había distraído. Preguntando después, averiguaré cosas increíbles. IFIGENIA Dile que Artemisa me salvó poniendo en mi lugar una cierva, a la cual mató mi padre creyendo que desenvainaba contra mí su espada, y después me trajo aquí. Tal es el contenido de mi carta. PÍLADES ¡Oh, con qué juramento tan fácil de cumplir me obligaste, y cuán grata es la condición que fijaste al hacer el tuyo! No tardaré mucho en verme libre de ese sagrado lazo. He aquí cómo llevo tu carta y te la entrego, ¡oh Orestes!, de parte de tu hermana. ORESTES La acepto; dejaré, pues, a un lado las plegadas cartas, y gozaré de este placer, y no, en verdad, con meras palabras. ¡Oh hermana muy querida!; aunque mi sorpresa es grande, te estrecharé sin embargo en mis brazos. Increíble es lo que me pasa; disfrutaré de este puro goce oyendo milagros portentosos. EL CORO No profanes, extranjero, a la sacerdotisa de la diosa, abrazando su manto, que no debes tocar. ORESTES ¡Oh hermana!, hija como yo de mi padre Agamenón; no me rechaces, ya que encuentras un hermano que nunca creíste ver más. IFIGENIA ¿Eres tú mi hermano? ¿Te atreves a repetirlo? Él recorre ahora el campo argivo y la tierra de Nauplia.[292] ORESTES No es allí donde está tu hermano, ¡oh desdichada! IFIGENIA ¿Pero te dio a luz la lacedemonia hija de Tindáreo? ORESTES Mi padre fue el nieto de Pélope. IFIGENIA ¿Qué dices? ¿Puedes probármelo de alguna manera? ORESTES Sí; pregunta lo que quieras del palacio paterno. IFIGENIA Tú debes hablar y yo oír. ORESTES Te diré primero lo que me contó Electra. ¿Tienes tú noticia de la lucha fratricida de Atreo y Tiestes? IFIGENIA La oí; fue por la posesión del vellocino de oro. ORESTES ¿Y sabes que la representaste en bellas telas, tejidas de tu mano? IFIGENIA ¡Oh tú, el muy amado, ya tocas mi corazón! ORESTES ¿Y el retroceso del sol, también figurado en ella? IFIGENIA Obra fue también de mis manos ese sutil tejido. ORESTES ¿Te bañó tu madre en Áulide? IFIGENIA Sí; y un ilustre himeneo no logró impedirlo.[293] ORESTES ¿Que dices a esto? ¿No cortaste tu cabellera para entregarla a tu madre? IFIGENIA Seguramente: como recuerdo mío, para depositarla en el sepulcro en vez de mi cuerpo. ORESTES Te daré otras pruebas. Yo mismo he visto en tu aposento virginal la antigua lanza de Pélope, que se conservaba en el palacio de mi padre, con la cual consiguió la mano de Hipodamía,[294] después de matar a Enómao. IFIGENIA ¡Oh tú, el más querido Orestes, eres el muy amado Orestes; al fin te veo, tanto como te he deseado, y lejos del suelo patrio, muy lejos de Argos! ORESTES Y yo a ti, muerta en opinión de los hombres. Lágrimas de alegría, copioso llanto, con gozo derramado, humedecen tus ojos y los míos. IFIGENIA Entonces te dejé, entonces te dejé, tierno niño, en brazos de tu nodriza, en el palacio. ¡Oh fortuna feliz, más de lo que puede expresarse! ¿Qué podré decir? Más que milagro, superior a todo encarecimiento, es lo que nos sucede. ORESTES Que en adelante seamos dichosos, viviendo juntos. IFIGENIA Placer inagotable he recibido, ¡oh mis amigas!; ahora temo que mi hermano huya de mis brazos, volando por los aires. ¡Oh lares ciclópeos, oh patria, oh Micenas amada, a ti te debo la vida, a ti la educación de mi hermano, astro de mi linaje! ORESTES Afortunados fuimos por nuestro nacimiento; pero las desdichas, ¡oh hermana!, han hecho infeliz nuestra vida. IFIGENIA Bien lo supe yo cuando mi padre, víctima de su destino, acercó a mi cerviz la espada. ORESTES ¡Ay de mí! Paréceme que allí te veo, aunque no lo presenciara. IFIGENIA Cuando bajo pretexto de casarme con Aquiles me llevaban al supuesto aposento nupcial, y en torno del ara solo había lágrimas y sollozos. ¡Ay de mí, ay de mí, qué agua lustral me aguardaba allí! ORESTES La audacia de mi padre me hizo llorar también. IFIGENIA ¡Indigno, sí, indigno de un padre fue ese atentado! Pero los males se suceden unos a otros. ORESTES Ciertamente, hubiera sido horrible, ¡oh mísera hermana!, que hubieses sacrificado a tu hermano por decreto de algún dios. IFIGENIA Tan atroz crueldad habría puesto el colmo a mis desdichas. Espantoso, sí, espantoso sin duda fuera mi delito, ¡ay de mí, oh hermano! Con trabajo evitaste muerte impía de mi misma mano. Pero ¿cuál será ahora el fin de tantas calamidades? ¿Cuál mi suerte? ¿De qué medio me valdré para salvarte y conducirte a Argos desde esta región y desde el borde de la tumba, antes que la cuchilla derrame tu sangre? Probar debes, ¡oh alma mísera!, si por tierra (no en la nave) y con veloz carrera, puedes escaparte de este mortal peligro, atravesando naciones bárbaras y sendas intransitables. Larga es la ruta por la mar, y difícil el paso por el angosto escollo cianeo. ¡Mísera, mísera! ¿Qué dios, qué hombre, qué casualidad inesperada nos abrirá feliz camino, mostrando el término de tantos males a estos dos últimos Atridas?[295] EL CORO Yo misma acabo de presenciar uno de los sucesos más sorprendentes, superior a todo encarecimiento: me guardaré bien de publicarlo. PÍLADES Justo es, ¡oh Orestes!, que amigos que se encuentran se abracen mutuamente; pero ahora, y dejando ya de llorar, es preciso que salgamos de esta tierra bárbara, ya que nos hemos salvado con tanta gloria. Es de varones sabios no apartarse del rumbo que traza la fortuna, seducidos por deleites intempestivos. ORESTES Has dicho bien; creo que la suerte nos protege y, por tanto, si nos aprovechamos de ella pronto, será más eficaz su protección. IFIGENIA Nada me impide averiguar ahora, nada se opone a que me digas qué ha sido de Electra; mucho me alegraré de saberlo. ORESTES Con este vive, y es feliz. IFIGENIA ¿De dónde es tu compañero? ¿Quién es su padre? ORESTES Su padre se llama Estrofio el focidio. IFIGENIA ¿Es, pues, mi pariente, por su madre la hija de Atreo?[296] ORESTES Primo tuyo, sin duda, mi solo y único amigo. IFIGENIA Νo había, pues, nacido cuando me sacrificó mi padre. ORESTES No; algún tiempo estuvo Estrofio sin hijos. IFIGENIA Yo te saludo, esposo de mi hermana. ORESTES Y salvador mío, no solo pariente. IFIGENIA ¿Y cómo osaste cometer tales atrocidades contra una madre? ORESTES No hablemos de ello: por vengar la muerte de mi padre. IFIGENIA ¿Y por qué mató ella a su marido? ORESTES Te repito que no hablemos de mi madre; indecoroso es para tus oídos. IFIGENIA Callo. ¿Ahora Argos cifra en ti sus esperanzas? ORESTES Menelao manda en ella; yo estoy desterrado de mi patria. IFIGENIA ¿Tu tío agrava, pues, las calamidades de su familia? ORESTES No; el terror que me infunden las Furias me aleja de mi patria. IFIGENIA A él aludían, sin duda, al decir que delirabas en la orilla del mar. ORESTES No es esa la vez primera que me han visto presa de esa desdicha. IFIGENIA Ya entiendo; te atormentaban las diosas vengadoras de tu madre. ORESTES Hasta un extremo indecible me subyugan con sangriento freno. IFIGENIA ¿Y por qué has venido aquí? ORESTES Por obedecer un oráculo de Febo. IFIGENIA ¿Y qué pensabas hacer? ¿Puedes decirlo, o debes callarlo? ORESTES Lo diré. Ese oráculo ha sido para mí causa de muchos disgustos. Después que castigué las faltas de mi madre, que omito, andaba desterrado, perseguido por los remordimientos de las Furias, y Febo me envió entonces a Atenas para aplacar a las diosas sin nombre. Hay allí un santo Tribunal fundado por Zeus en otro tiempo para juzgar a Ares, que había manchado sus manos.[297] Cuando llegué, nadie me quiso recibir en su casa, mirándome como a un ser detestado de los dioses; los más compasivos me dieron mesa hospitalaria, en donde yo solo me sentaba, aunque vivían bajo el mismo techo, y me acompañaron silenciosos, no queriendo que hablase con ellos ni gustase de sus bebidas y manjares; y con este objeto todos tenían vaso aparte e igual, y en él vertían el vino y lo saboreaban. Yo no osaba reconvenirlos, sino que callado lo sentía, y fingía no repararlo, y gemía mucho, acordándome del asesinato de mi madre. Me han dicho que en memoria de mis calamidades los atenienses han instituido solemne aniversario, y que el pueblo de Palas todavía guarda la costumbre de celebrar la fiesta de las copas que hacen un congio.[298] Después que llegué al túmulo de Ares y asistí al juicio, yo en un asiento y en el otro la mayor de las Furias, habló Apolo, y presenció los trámites seguidos para fallar mi parricidio, y me salvó, sirviéndome de testigo, y Palas contó por sí misma los sufragios iguales por ambas partes, y escapé vencedor de este peligro inminente. Resolvieron que se consagrase un templo cerca de la misma curia a las Euménides que se sometieron al fallo del Tribunal; pero las que no se conformaron con la sentencia, me atormentaban siempre con su incesante persecución, hasta que volví a la tierra santa de Febo, y prosternándome ante el vestíbulo de su templo y ayunando, juré que allí mismo me arrancaría la vida si el que me había perdido no me protegía. Entonces, haciendo oír su voz desde el dorado trípode, me mandó venir aquí y que robase la estatua que había caído del cielo y la llevase al país de los atenienses. Ayúdame tú, pues, a recobrar mi salud, como el dios ha prometido; porque si nos apoderamos de la estatua, me veré libre de mi locura, y llevándote en un bajel de muchos remos, verás segunda vez a Micenas. Así, hermana amada, salva a tu familia, salva a tu hermano; perecerá cuanto me pertenece y el linaje de los Pelópidas si no nos acompaña la estatua celestial de la diosa. EL CORO Grande fue la ira de los dioses contra el viejo Tántalo, y lo agobiaron con terribles desdichas. IFIGENIA Antes que vinieras deseaba ir a Argos y verte, ¡oh hermano! Lo que tú quiero; que libre de tus males yo sea la columna que ha de sostener el palacio afligido de mi padre, puesto que no soy su enemiga por haberme condenado a muerte. No ensangrentaré en ti mis manos, y salvaré tu linaje. Pero temo a la diosa, temo al rey cuando note la falta de la estatua en el templo de Artemisa. ¿Cómo entonces podré evitar la muerte? ¿Cuál será mi excusa? Si consiguiéramos robar la imagen de la diosa y huir en tu nave de bella popa, nos expondríamos a un peligro glorioso; pero separada de ella, pereceré sin duda, y tú, logrado tu objeto, volverás a tu patria. Pero nada rehuiré por salvarte, ni aun la muerte. Mucha falta hace a la familia el hombre que se muere; pero la mujer vale poco. ORESTES Nunca seré causa de tu ruina, como lo fui de la de mi madre; basta un asesinato; quiero vivir o morir contigo. Te llevaré a Argos si aquí no sucumbo, o nos guardará el mismo sepulcro. Pero oye mi parecer: si Artemisa fuese contraria a nuestros proyectos, ¿cómo había de mandar Apolo que trasladase su estatua a la ciudad de Palas y que yo te encontrase? Reflexionando, pues, en todo esto, espero volver. IFIGENIA ¿Cómo es posible que no perezcamos y que realicemos nuestros deseos? Es la grave dificultad que se opone a nuestro regreso, que voluntad no nos falta. ORESTES ¿Podríamos matar al tirano? IFIGENIA Cruel sería que quienes nos dan hospitalidad muriesen a manos de advenedizos. ORESTES Pero debemos intentarlo, si es el único medio de salvarnos. IFIGENIA Yo no podría hacerlo, aunque alabe tu decisión. ORESTES ¿Y si me ocultas en el templo? IFIGENIA ¿Para escaparnos, favorecidos de las tinieblas? ORESTES Sí; la noche protege a los ladrones y la luz es amiga de la verdad. IFIGENIA Hay en el templo guardianes que no engañaremos. ORESTES ¡Ay de mí! Segura es nuestra muerte. ¿Cómo, pues, huiremos? IFIGENIA Se me ocurre una buena idea. ORESTES ¿Cuál? Particípamela sin tardanza. IFIGENIA Tu misma desdicha servirá para engañarlos. ORESTES Ingeniosas son las mujeres en urdir intrigas. IFIGENIA Diré que has venido de Argos por haber asesinado a tu madre. ORESTES Utiliza mis males en provecho tuyo. IFIGENIA Diré que con esa mancha no es lícito sacrificarte a la diosa. ORESTES ¿Y qué pretextarás? Algo sospecho. IFIGENIA Que es preciso lavar tu mancha y después darte muerte. ORESTES ¿Y cómo de esta manera nos será más fácil apoderarnos de la estatua? IFIGENIA Diré que quiero purificarte en las ondas del mar. ORESTES Pero está dentro la estatua por la cual vine. IFIGENIA Y diré que quiero lavarla, porque tú la has profanado. ORESTES ¿En dónde? ¿Dijiste que en las húmedas olas del mar? IFIGENIA En donde está sujeta tu nave con cables de lino. ORESTES ¿Y llevarás tú la estatua, o algún otro? IFIGENIA Yo, solo yo puedo tocarla. ORESTES ¿Y qué haremos de Pílades? IFIGENIA Diré que sus manos están manchadas como las tuyas. ORESTES ¿Sabiéndolo el rey, o ignorándolo? IFIGENIA Yo lo persuadiré, pues aunque quisiera no podría ocultárselo. ORESTES Numerosos remeros hay en nuestra nave. IFIGENIA Tú cuidarás de lo demás. ORESTES Solo falta que estas mujeres guarden silencio. Ruégales, pues, con frases persuasivas, que la mujer, cuando quiere, sabe excitar la compasión. IFIGENIA ¡Oh esclavas muy queridas! A vosotras me dirijo, y de vosotras depende que prosperen mis proyectos o que se desvanezcan como el humo, y me quede sin patria, sin mi hermano amado y sin una hermana adorada. Tal es el exordio de mi discurso; todas somos mujeres y nos amamos unas a otras, y nadie nos aventaja en callar lo que nos interesa. Silencio, pues, y ayudadnos en nuestra fuga. Joya preciosa es la discreción. Reflexionad en la suerte que aguarda a tres seres muy amados: o regresar a su patria, o morir todos a un tiempo. Salvándome yo, tú participarás de mi ventura, y conmigo volverás a Grecia. Por tu diestra, pues, te ruego, y a ti, y a ti, por tu rostro y tus rodillas, y por las caras prendas que dejasteis en vuestros hogares, por vuestra madre y vuestro pudre y por vuestros hijos, si los tenéis. ¿Qué decís? ¿Cuál de vosotras aprueba, cuál se opone a mis proyectos? Decidlo. Si no os conformáis con ellos, pereceremos yo y mi mísero hermano. EL CORO Confía en nosotras, dueña querida, y atiende solo a tu salvación, que yo callaré cuanto te interese. A Zeus pongo por testigo de que haré lo que me ruegas. IFIGENIA Premio tengan tan gratas palabras, y que seáis felices. Debéis entrar en el templo, que no tardará en venir el rey a averiguar si se ha celebrado el sacrificio de los extranjeros. ¡Oh tú, veneranda!, que en el seno de Áulide me libraste de las manos mortíferas de mi padre, sálvame también ahora, y conmigo a estos, o por tu causa los oráculos de Apolo no tendrán crédito entre los hombres. Que favorezcas tu huida de esta tierra bárbara a Atenas; no debes habitar aquí, sino en una tierra afortunada. EL CORO _Estrofa 1.ª_ — ¡Oh alción!,[299] ave que en los peñascosos escollos del Ponto cantas tu triste destino con voz bien conocida de los prudentes, siempre llorando a tu marido; acompáñame en mi llanto, que yo, pájaro sin alas,[300] suspiro por las asambleas de los griegos, por Artemisa Lucina,[301] que habita junto al collado Cinto,[302] en donde ostenta la palma su delicada cabellera, el laurel sus ramos, su sagrado fruto el verde olivo, amado por Leto[303] en su parto, y la laguna que revuelve sus aguas en círculo, mientras el cisne canoro rinde homenaje a las musas. _Antístrofa_ 1.ª — ¡Oh lágrimas abundantes, que corristeis por mis mejillas cuando derribadas las torres de mi patria subí a las naves, llenas de remeros y de lanzas! Vendida a gran precio de oro vine a esta tierra bárbara, para servir a la hija de Agamenón, sacerdotisa virgen de la diosa que mata a los ciervos, y en los altares en donde se sacrifican ovejas, alabando mi suerte perpetuamente miserable, porque las penas no afligen cuando desde la cuna nos rodean. Pero la felicidad es inconstante, y cuando la aflicción viene después de la dicha, la vida es intolerable al hombre. _Estrofa 2.ª_ — Que la nave argiva, ¡oh señora!, armada de cincuenta remos, te lleve a tu patria, y que alivie el trabajo del remero el sonido de la flauta del rústico Pan, trabada con cera, y que el profeta Febo, cantando acompañado de la canora lira de siete cuerdas, te conduzcan sin contratiempo a la fértil Atenas. Déjame aquí, y que al compás de impetuosos remos las cuerdas extiendan las hinchadas velas en la extremidad de la quilla, mientras esta surca ligera las olas. _Antístrofa 2.ª_ — ¡Ojalá que yo vuele al esplendido circo del aire, ruta que sigue el ardiente fuego del sol, y que cese el batir de mis alas al llegar a mi aposento nupcial, y asista a los coros de otro tiempo, cuando virgen digna de noble esposo rivalizaba en grupos bellos con mis compañeras en presencia de mi madre, dando sombra a mis mejillas mi velo, y mis rizos y mis cabellos, brillantemente exornados![304] TOANTE ¿En dónde está la griega que guarda este templo? ¿Celebró ya el sacrificio de los extranjeros? ¿Arden sus cuerpos en el sagrado vestíbulo? EL CORO Aquí está, ¡oh rey!, quien te contestará como deseas. TOANTE Veamos, pues. ¿Por qué, ¡oh hija de Agamenón!, llevas en tus brazos la estatua de la diosa, que no debe moverse de su asiento? IFIGENIA ¡Oh rey!, detente a la entrada del templo. TOANTE ¿Qué hay de nuevo en él? IFIGENIA Se ha cometido un sacrilegio: tal es el nombre que da la religión a ese atentado. TOANTE ¿Qué novedad me anuncias? IFIGENIA Impuras son las víctimas que me has traído, ¡oh rey! TOANTE ¿Quién te lo ha dicho? ¿Es esa tu opinión? IFIGENIA Retrocedió la estatua de la diosa. TOANTE ¿Por sí misma o por temblor de tierra? IFIGENIA Por sí misma, y cerró sus ojos. TOANTE ¿Y cuál es la causa? ¿Acaso la profanación de los extranjeros? IFIGENIA Tal es, y no otra: cometieron abominaciones. TOANTE ¿Mataron acaso algún bárbaro en la orilla del mar? IFIGENIA Vinieron aquí manchados con la sangre derramada en su patria. TOANTE ¿En dónde? Yo deseo saberlo. IFIGENIA Hundieron sus espadas en el pecho de su madre. TOANTE ¡Oh Apolo! Ni aun los bárbaros hubiesen cometido acción tan criminal. IFIGENIA Han sido desterrados de toda la Grecia. TOANTE ¿Y por esto sacas la estatua del templo? IFIGENIA Sí, al aire santo, para alejarla del contacto de los asesinos. TOANTE ¿Y cómo has averiguado el nefando crimen de los extranjeros? IFIGENIA Averigüelo cuando anduvo hacia atrás la estatua de la diosa. TOANTE Sabia te hizo la Grecia. ¡Qué bien lo has conocido! IFIGENIA Y ahora poco intentaron seducirme con dulces halagos. TOANTE ¿Anunciándote alguna grata nueva de Argos? IFIGENIA Que mi hermano Orestes vivía. TOANTE Pero tú les replicarías con sensatez, alegando el sacerdocio que debes a la diosa. IFIGENIA Como quien detesta a toda la Grecia, que me perdió. TOANTE ¿Y qué haremos, di, con los dos extranjeros? IFIGENIA Observar nuestra antigua ley. TOANTE ¿Y por qué están ociosas la cuchilla y el agua lustral? IFIGENIA Quiero antes lavarlos, purificándolos, según ordena nuestra religión. TOANTE ¿Con agua de fuente o de la mar? IFIGENIA El mar lava todos los crímenes. TOANTE Más santas serán las víctimas que han de sucumbir. IFIGENIA Y mejor conseguiré mi deseo. TOANTE ¿No se estrellan las olas en el templo? IFIGENIA Necesitamos la soledad para practicar otros ritos. TOANTE Haz lo que quieras; no tengo empeño en saber esos misterios. IFIGENIA Deseo purificar la estatua de la diosa. TOANTE Si la han profanado los matricidas... IFIGENIA De otro modo, nunca la hubiese removido de su asiento. TOANTE Laudable es tu piedad y diligencia; con razón te admiran todos. IFIGENIA ¿Mandarás hacer lo que nos falta? TOANTE Sepámoslo, pues. IFIGENIA Añadirás nuevas cadenas a las que llevan. TOANTE ¿Y adónde podrían huir? IFIGENIA No hay que fiarse de los griegos. TOANTE Servidores, traed más cadenas. IFIGENIA Y también a los extranjeros. TOANTE Así se hará. IFIGENIA Que un velo cubra sus cabezas. TOANTE ¿De los rayos del sol? IFIGENIA Que me acompañe también alguno de tus satélites. TOANTE Estos te escoltarán. IFIGENIA Y manda a la ciudad un extranjero que diga... TOANTE ¿Qué? IFIGENIA Que nadie salga de su casa. TOANTE ¿Para no mancharse si tropiezan con los sacrílegos? IFIGENIA Sería descuido abominable. TOANTE (_a uno de sus guardias_). Ve tú y publícalo así de mi parte. IFIGENIA Que ninguno se acerque a verlos. TOANTE Bien miras por la ciudad. IFIGENIA Y no hay tampoco gran necesidad de la ayuda de los amigos. TOANTE ¿Lo dices por mí? IFIGENIA Tú, mientras tanto, ante el templo de la diosa... TOANTE ¿Qué he de hacer? IFIGENIA Purifica el templo con el fuego. TOANTE ¿Para cuando vuelvas? IFIGENIA Y al salir los extranjeros... TOANTE ¿Y qué haré entonces? IFIGENIA Tapar tus ojos con el manto. TOANTE ¿Para no contaminarme? IFIGENIA Y si te parece que tardo mucho... TOANTE ¿A qué regla he de atenerme? IFIGENIA No te sorprendas. TOANTE Cumple, pues, tus piadosos deberes con la diosa. IFIGENIA ¡Ojalá que esta expiación produzca el efecto que deseo! TOANTE Lo mismo pido. IFIGENIA Ya veo a los extranjeros, que salen del templo, y las suntuosas galas de la diosa, y los tiernos corderillos que lavarán con su sangre el sacrilegio, y el fulgor de las lámparas, y todo lo necesario para purificar a los criminales y a la divina imagen. Ordeno a los ciudadanos que no presencien esta expiación, y que si algún guardián del templo desea conservar puras sus manos para el servicio de los dioses, que quien ha de contraer matrimonio, o las mujeres que hayan de parir, huyan y se alejen para no contaminarse. ¡Oh reina virgen, hija de Zeus y de Leto!, si llego a borrar el crimen sangriento de estos extranjeros y a sacrificar como conviene, habitarás un templo sin mancilla, y nosotros seremos felices; ya entiendes lo demás, aunque no lo exprese, ¡oh diosa!, y también los demás dioses, que todos lo saben. EL CORO _Estrofa._ — Bello fue el hijo que dio a luz Leto en los risueños valles de Delos, Apolo de cabellos de oro, hábil en tocar la cítara, y la que se deleita y hace gala de su destreza en tirar el arco, a los cuales, desde los bosques inmediatos a la mar, desde la célebre isla de abundantes aguas en que nacieron, llevó su madre a la cima del Parnaso, en donde Dioniso se entrega a sus orgías, y el dragón de manchado lomo y de cabeza roja, cubierto de escamas de bronce, bajo opaco y frondoso laurel, monstruo horrible, hijo de la Tierra, guardaba el oráculo subterráneo, sucumbió a tus flechas, ¡oh Febo!, cuando todavía eras niño, cuando saltabas en los brazos de la madre querida y diste principio a tus divinos oráculos; y te sientas en dorado trípode, en trono que no engaña, profetizando a los mortales desde el misterioso vestíbulo, cerca de la fuente Castalia,[305] en donde está el centro de la Tierra. _Antístrofa._ Pero después que Apolo, usurpando las atribuciones de Temis, se reservó el derecho de dar sus oráculos divinos, la Tierra, madre de aquella diosa, creó fantasmas nocturnos que en sueños decían a muchos mortales lo pasado, lo presente y lo futuro en los tenebrosos y subterráneos aposentos en donde estas deidades moran; y privó a Febo de su don profético por vengar la afrenta de su hija. El rey entonces, dirigiéndose al Olimpo con pie ligero, agitó su mano infantil desde el solio de Zeus para libertar al templo pítico del furor de la Tierra y sus respuestas nocturnas. Riose Zeus porque su hijo vino a él sin vacilar, ansioso de alcanzar pomposo culto, y accedió a sus ruegos besando su cabellera. Cesaron los nocturnos sueños, y libertó a los hombres de los oráculos hijos de la noche, y devolvió a Febo sus honores, y a los mortales confianza en las respuestas, que da en solio preclaro y célebre por la multitud que lo visita. EL MENSAJERO Vosotros los encargados de la guarda de este edificio y de sus altares, ¿adónde fue Toante, nuestro rey? Llamadle; que salga del templo abriendo sus seguras puertas. EL CORO ¿Qué hay, pues, si puedo preguntarlo sin tu licencia? EL MENSAJERO Huyeron los dos jóvenes, por consejo de la hija de Agamenón, y se llevaron la estatua veneranda en la nave griega. EL CORO Increíble es lo que dices; ya sale del templo el rey de esta tierra, a quien buscas. EL MENSAJERO ¿Adónde va? Él debe saber lo que sucede. EL CORO Nosotras lo ignoramos; anda, pues, y persíguelo hasta que lo alcances y le cuentes tu mensaje. EL MENSAJERO Observad la perfidia de las mujeres; vosotras sois cómplices de esta maldad. EL CORO ¿Deliras? ¿Qué tenemos que ver nosotras con la huida de los extranjeros? ¿No irás cuanto antes a buscar al rey? EL MENSAJERO No antes de cerciorarme claramente de si está o no en el templo el príncipe de este país. ¡Hola!, abrid las puertas vosotros los de dentro, y decid al rey que aquí fuera le buscan para anunciarle nuevos e innumerables males. TOANTE ¿Quién vocifera así, junto a la mansión de la diosa, llamando a la puerta y alborotándola dentro? EL MENSAJERO Engañábanme estas mujeres y me alejaban de ti como si hubieses salido, y, sin embargo, estabas en el templo. TOANTE ¿Qué esperaban? ¿Con qué objeto lo hacían? EL MENSAJERO Después diré de ellas lo que merecen; pero ya que estoy en tu presencia, oye: la doncella Ifigenia, que presidía en los sacrificios, huye con los extranjeros, llevándose consigo la estatua veneranda de la diosa. Fingida era la expiación que proyectaba. TOANTE ¿Qué dices? ¿Qué móviles le han inspirado? EL MENSAJERO Salvar a Orestes; te maravillarás sin duda. TOANTE ¿Cuál, el hijo de la Tindáride? EL MENSAJERO El destinado por la diosa a perecer en sus aras. TOANTE ¡Oh portento! ¿Cómo calificaré tan grave atentado? EL MENSAJERO Que tu imaginación no se extravíe; óyeme, y pensándolo bien todo, después que te lo explique, busca el mejor medio de perseguir a los extranjeros. TOANTE Habla; oportuna es tu advertencia; los fugitivos no dirigen su rumbo a ningún puerto inmediato, y los alcanzará mi lanza. EL MENSAJERO Después que llegamos a la orilla del mar, adonde había arribado ocultamente la nave de Orestes, la hija de Agamenón nos indicó (recordarás que nos enviaste con ella para llevar las cadenas de los extranjeros) que nos alejásemos de allí, pretextando que no tardaría en encender el fuego del misterioso sacrificio y en hacer la purificación, ya muy urgente. Iba detrás, y llevaba en sus manos las cadenas de los dos extranjeros. Esto nos infundía ciertas sospechas; pero tus servidores parecían satisfechos, ¡oh rey! Al fin, para engañarnos mejor, fingiendo hacer algo importante, aulló y cantó versos bárbaros, empleando artes mágicas, como si lavase la mancha del asesinato. Después que estuvimos sentados mucho tiempo, recelamos que los extranjeros podían haberse soltado, y matarla y huir. Temiendo ver, no obstante, lo que no debíamos, permanecimos en silencio en nuestro puesto; pero, por último, todos fuimos de parecer que debíamos ir a buscarlos, aunque no nos fuese permitido. Entonces vimos el casco de una nave griega, bien provista de remos, que movía ya sus velas, y cincuenta marineros que los manejaban en los bancos, y que los jóvenes, libres de sus cadenas, se acercaban a la popa. Unos sujetaban la proa con perchas; otros suspendían el áncora; otros arrimaban las escalas precipitadamente, y llevaban cuerdas en las manos, que tiraron al mar, al alcance de los extranjeros. Sin temor al peligro, así que conocimos el engaño, nos apoderamos de la fugitiva y de las cuerdas, e intentamos arrancar el timón de la nave de bella popa, en donde estaba sentado el piloto. Díjímosle entonces: «¿A qué robáis de aquí la estatua y su sacerdotisa? ¿Cuál es tu padre? ¿Quién eres tú, que así la arrebatas?». Él respondió: «Sabe que soy Orestes, hijo de Agamenón, hermano de Ifigenia, y que me llevo a mi hermana, que he encontrado, arrancada de mi palacio». Reteníamos, sin embargo, a la extranjera, y queríamos obligarla a la fuerza a que nos siguiese y traerla a tu presencia. Ni ellos tenían espadas ni tampoco nosotros; pero había manos, y nos sacudíamos con estrépito, y ambos jóvenes a un tiempo nos golpeaban con sus pies los costados y el vientre, tanto, que nos desalentaban y nos llenaban de fatiga. Cubiertos de señales degradantes huimos a un lugar de difícil acceso, lastimados unos en la cabeza, otros en los ojos, y deteniéndonos en las pendientes peleábamos con más cautela, y les tirábamos piedras. Alejábannos, sin embargo, los flecheros, lanzándonos saetas desde la popa. Entonces una ola poderosa arrastró a la nave a la ribera; y cuando temían los marineros que se fuese a pique, Orestes cargó con su hermana en el hombro izquierdo, y entrando en el mar y trepando por las escalas, la depositó en la nave, provista de buenos bancos de remos, juntamente con la estatua de la hija de Zeus, venida del cielo. Desde el medio de la nave se oyó una voz que dijo: «¡Oh remeros griegos!, empuñad los remos y llenad de espuma las ondas; ya poseemos lo que nos trajo al Ponto Euxino y nos obligo a penetrar en las Simplégades». Ellos, con alegre murmullo, azotaron la mar. Adelantaba la nave, ya en el puerto, y al entrar en la boca era juguete de soberbias olas. Levantándose de repente un viento fuerte la hizo retroceder, mientras los remeros resistían al empuje luchando con las ondas; al fin el reflujo la arrastró segunda vez contra la tierra. Derecha entonces la hija de Agamenón, oró así: «¡Oh hija de Leto!, sálvame, que tierna joven me sacrificaron a ti; llévame a la Grecia desde esta tierra bárbara, y perdona mi rapto. Tú, diosa, que amas a tu hermano, debes recordar que yo amaré también a mis parientes». Los marineros aclamaron a la doncella y entonaron un himno, y con sus brazos, desnudos desde el hombro, movieron a compás los remos. El bajel se acercaba más y más al escollo, y uno saltó a la mar, y otro recogió los torcidos cables, suspendidos del buque. Y entonces vine corriendo a buscarte, ¡oh rey!, para anunciarte todo lo ocurrido. Acude, pues, llevando cadenas y lazos, que si el mar no se sosiega, no hay esperanza de salvación para los extranjeros. El rey del mar, el venerando Poseidón, es amigo de Ilión y enemigo de los Pelópidas. Y ahora, según parece, pondrá en tus manos y en las de la ciudad al hijo de Agamenón, y recobrarás también a su hermana, ingrata con la diosa y olvidadiza del milagro que la libró en Áulide de la muerte. EL CORO ¡Oh mísera Ifigenia!, morirás con tu hermano, cayendo otra vez en poder de tus dueños. TOANTE ¡Ea, habitantes de esta tierra bárbara!, ¿no ponéis los frenos a los caballos, y corréis a la ribera, y os apoderáis de la nave griega que el mar ha echado en ella, y con ayuda de Artemisa cautiváis cuanto antes a esos impíos? Que otros arrastren a la mar ligeros bajeles para que, apresándolos por mar, o por tierra con mis tropas de a caballo, los precipitemos de áspera roca o los empalemos. Os castigaré cuando vuelva y descanse, ¡oh mujeres!, porque sabíais todo esto; ahora, atentos a lo que más nos importa, batallaremos hasta lograrlo. ATENEA ¿Adónde, adónde llevas esta tropa perseguidora, ¡oh rey Toante!? Oye a Atenea que te habla. No ataques a los fugitivos, ni animes a tus soldados a la pelea. Orestes ha venido obedeciendo los fatales oráculos de Apolo, huyendo del furor de las Furias, para llevar a Argos a su hermana, y a mi país la sagrada estatua. Tal es el único medio de aliviar los males presentes. A ti dirijo estas palabras: en cuanto a Orestes, a quien resolviste matar, aprovechándote de la borrasca que ha sobrevenido, has de saber que ya Poseidón, por favorecerme, ha devuelto al mar su calma, y que la nave se desliza por sus ondas tranquilas. Tú, Orestes, entérate de mis órdenes (pues oyes mi voz, aunque no estés aquí), navega con tu hermana y con la estatua que has recibido. Y cuando llegues a Atenas, fundada por los dioses, no olvides que hay cierto lugar sagrado en los últimos confines del Ática, próximo a la costa Caristia,[306] que mi pueblo llama Hales; allí, edificando un templo, deposita la estatua, que se llamará Táurica, en memoria de esta tierra y de los trabajos que has sufrido vagando errante por la Grecia, atormentado por las Erinias. Bajo la advocación de la diosa Táurica adorarán después los hombres a Artemisa. Que sea ley en el pueblo, al solemnizar el aniversario de tu salvación, acercar la cuchilla a la cerviz de alguno, y que derramen alguna sangre; así tributaréis a la diosa religioso homenaje y no carecerá de los honores debidos. Tú, Ifigenia, serás su sacerdotisa en su templo, en las sagradas rocas brauronias, y allí te sepultarán cuando mueras, y te ofrecerán después mantos tejidos con bello estambre las mujeres que perezcan en el parto. Mándote que te lleves también a estas griegas, recompensando su buena voluntad, ¡oh Orestes!; acuérdate que antes te salvé cuando votos iguales te absolvieron y condenaron en el Areópago, como será también salvado todo el que se encontrare en tu caso. Llévate, pues, a tu hermana de este campo, ¡oh hijo de Agamenón!, y tú, Toante, no te enfurezcas. TOANTE Reina Atenea, cualquiera que oye las órdenes del cielo y no las obedece, delira. No me encolerizo, pues, contra Orestes ni contra su hermana por haber robado la estatua de la diosa. ¿Quién se atreverá a pelear con tan poderosa deidad? Vayan a tu país con la estatua de Artemisa, y deposítenla en él como desean. Dejaré ir también a estas mujeres a la afortunada Grecia, como me mandas, y daré contraorden al ejército que pensaba capitanear contra los extranjeros, y no se moverán los remos de las naves, si tal es tu buen placer, ¡oh diosa! ATENEA Alabo tu docilidad, que el destino es superior a ti y a todos los dioses. Soplad, auras, y llevad en la nave a Atenas al hijo de Agamenón; yo también los acompañaré, guardando la veneranda estatua de mi hermana. EL CORO Andad, que os salva hado propicio. Haremos lo que nos ordenas, ¡oh Palas Atenea!, respetable entre los inmortales y los mortales. Grata e inesperada nueva escucharon ha poco mis oídos.[307] ¡Oh victoria muy veneranda!, asísteme mientras viva, y nunca dejes de coronarme. HELENA ARGUMENTO Hera, irritada contra Paris, raptor de Helena, la arrebata de sus manos y deja un su lugar un fantasma que pasa por Helena nada menos que diecisiete años, diez con los troyanos y siete en compañía de su esposo Menelao, después de tomada Troya. Menelao, errante por los mares, arriba al fin con su cónyuge aérea a la isla de Faro, en Egipto, en donde la Helena real había sido confiada por los dioses a Proteo, su rey, para que la guardase. Pero a la muerte de este, su hijo Teoclímeno, enamorado de la pupila de su padre, y no pareciendo a reclamarla Menelao, quiere obligarla a la fuerza a ser su esposa, por cuya razón la perseguida se refugia en el asilo del sepulcro de Proteo. Menelao, con su fantasma, después de su naufragio, la encuentra entonces, desapareciendo la aérea, y se reconocen, y combinan los medios de escaparse de la isla y del poder de Teoclímeno. Y logran cumplidamente su propósito, engañando al enamorado rey con la ayuda de su misma hermana, la profetisa Teónoe, que, sabedora de la venida de Menelao, la oculta a su hermano por respeto a la piedad y justicia de su padre. En el sentido de llamarse tragedia esta HELENA de Eurípides como representación dramática, destinada a las fiestas de Dioniso, nada tendríamos que decir contra esa palabra; pero en la significación moderna, como obra poética que ofrece y desenvuelve un asunto o fábula triste, es evidentemente impropia, porque su acción no tiene nada trágico, y podría denominarse sin reparo una comedia seria o de enredo. Cierto es que el fondo y los personajes están tomados de los tiempos heroicos, y que los dioses son los verdaderos causantes de todas sus peripecias, pero no lo es menos que la intervención divina de estos tiende a la consecución de un fin ajeno o contrario al de ese linaje de ficciones, deprimiéndolos y realzando a los hombres, y siempre sin acordarse del destino, superior a unos y otros. Todas las desdichas inseparables de la guerra de Troya, inmensas por su calidad, número y extensión para griegos y troyanos, son el resultado inmediato de los celos y de la vanidad de tres diosas principales, que sacrifican a sus rencillas y envidias miserables tantos millares de vidas humanas. En esto insiste el autor, y esto es lo que pone de relieve, no disminuir la excesiva población, ni aun llenar de gloria a Aquiles, como indica. Apartándose de _La Ilíada_ y de la tradición vulgar, y sin otro fin que dar cualquier base a su creación, apela al extraño recurso de suponer que la Helena robada por Paris era solo una sombra o vano fantasma formado por Hera para anular la obra de Afrodita, agradecida esta al triunfo conseguido por ella contra sus dos rivales en el juicio de Paris. Y si Eurípides no se muestra respetuoso en lo más mínimo con las creencias populares, sino que, al contrario, las desprecia y rechaza, no se piense por esto que aspira en cambio a ganar el título de original, porque la innovación no es tampoco suya, sino de un poeta griego de Himera, en Sicilia, llamado Estesícoro, que murió unos quinientos setenta años antes de Jesucristo, o unos ciento cincuenta antes que Eurípides. Este poeta lírico épico, que escribió dos poemas famosos, _La Orestiada_ y _La Destrucción de Troya_, célebre también como fabulista y autor de himnos en alabanza de los dioses, y de odas en loor de los héroes, fue el inventor primero de esta nueva intriga de Hera. En los caracteres de los dos personajes principales de su tragedia, de Menelao y de Helena, tampoco fue consecuente consigo mismo, porque en _Andrómaca_, por ejemplo, el hermano de Agamenón, en sus acciones y palabras, es lo más abyecto, bajo, cobarde y miserable que puede imaginarse, y su digna esposa Helena, la mujer liviana, ligera y caprichosa por excelencia. El viejo Peleo dispara contra ambos una filípica tremenda, y el ínclito Atrida deja abandonada a su hija Hermíone en mortal peligro. Pero en esta tragedia Menelao es un verdadero héroe, y modelo de castas y fieles esposas Helena. Acaso en ninguna otra de sus tragedias incurra como en esta en el defecto, que Aristóteles le achaca en su _Poética_, de prescindir de la verosimilitud en el trazado y desarrollo de sus poemas dramáticos. La casualidad, o el arbitrio interesado del autor, lo arregla todo a su conveniencia. Helena ha sido confiada a la guarda de Proteo, rey de Egipto, y allí se conserva incólume hasta que Menelao se pierde en los mares navegando, y naufraga en la costa de Faros, en donde está ella. Teónoe, la profetisa hermana de Teoclímeno, prefiere ayudar a Menelao y a Helena a escaparse, callando la verdad de la llegada de Menelao, que conoce, por amor a la justicia y por respeto a la buena reputación de su padre, porque de lo contrario se venía abajo todo el edificio levantado por Eurípides. Todo el enredo que maquinan los esposos fugitivos es tan burdo que, a no ser Teoclímeno el más torpe y confiado de los enamorados, cuando lo más ordinario es lo opuesto, no lo hubieran engañado ni un solo momento. Y cuando se dispone a perseguirlos se presentan los Dioscuros, y se resuelve satisfactoriamente el conflicto sin más consecuencias. Aquí encontramos también el consabido prólogo, que pronuncia Helena, altares de dioses y suplicantes, harapos y hambre en Menelao, un reconocimiento mutuo de los dos cónyuges separados, no muy expresivo ni rápido, repetidas alusiones a la facilidad y propensión de las mujeres a fraguar mentiras y enredos, fanfarronadas de _miles gloriosus_ en el vencedor de Troya, y hasta doblez y malicia inoportuna en la hija de Zeus y de Leda. Sin embargo, no falta en esta tragedia de Eurípides alguno de esos rasgos dramáticos de fina malicia que lo distinguen, como, por ejemplo, la prisa en bañarse y lavarse juntos los dos esposos antes de emprender su huida. Léese, no obstante, con gusto toda ella, y nos ofrece situaciones eminentemente dramáticas, no trágicas, sino cómicas, como la de Teoclímeno, aun teniendo en cuenta que su exceso de pasión y su misma ansia de poseer cuanto antes a su amada lo cieguen de una manera tan inexplicable. Los versos citados por Aristófanes de esta tragedia en una de las escenas de _La fiesta de Ceres_, parodiándola, no escasos por cierto, no se hallan en la que nosotros conocemos. ¡Cuánto habrá de esto en lo que se ha conservado de esa riquísima y variada literatura helénica! De una indicación del mismo Aristófanes en la comedia citada, se conjetura que hubo de escribirse antes del año 413 de nuestra era. PERSONAJES HELENA, _hija de Tindáreo, hermana de los Dioscuros y esposa de Menelao._ TEUCRO, _de Salamina, hermano de Áyax._ CORO DE CAUTIVAS GRIEGAS. MENELAO, _esposo de Helena y hermano de Agamenón._ UNA VIEJA, _portera._ UN MENSAJERO. TEÓNOE, _hermana de Teoclímeno, rey de Egipto, santa profetisa._ TEOCLÍMENO, _hijo de Proteo, rey de Egipto._ OTRO MENSAJERO. LOS DIOSCUROS (_Cástor y Pólux_), _hijos de Zeus y de Leda y hermanos de Helena._ La acción es en Egipto, en la isla de Faro, a la desembocadura del Nilo, cerca de la costa. Se ve en el teatro el palacio del rey de Egipto, y delante, hacia uno de los lados, el sepulcro de Proteo, en el cual yace Helena suplicante. HELENA He aquí las puras ondas del Nilo,[308] que en vez de rocío del cielo se difunde por las sierras de Egipto al derretirse la blanca nieve, y riega sus campos. Proteo,[309] cuando vivía, reinaba aquí, y habitaba en la isla de Faro,[310] casado con Psámate, virgen marina, después que abandonó ella el lecho de Éaco.[311] Tuvo dos hijos en este palacio, un varón llamado Teoclímeno, porque pasó su vida adorando a los dioses, e Ido, noble doncella, delicias de su madre en sus tiernos años, llamada Teónoe en edad núbil por su conocimiento de las cosas divinas, así presentes como futuras, don de su abuelo Nereo.[312] Esparta es nuestra patria, no innoble, en verdad, y Tindáreo nuestro padre. Según dice la fama, Zeus, transformándose en alado cisne, voló al seno de mi madre Leda y fue su esposo clandestino, fingiendo huir de un águila que lo perseguía, si la tradición no miente. Me llamo Helena, y publicaré los males que he sufrido. Tres diosas, Hera, Afrodita y la virgen hija de Zeus,[313] fueron al monte Ida[314] en busca de Alejandro,[315] a conquistar la palma de la belleza, haciéndolo su juez. Afrodita venció, prometiéndole mi mano y la posesión de mi hermosura, si tal puede llamarse la causa de mi desdicha. Y el ideo Paris, dejando sus rebaños, fue a Esparta para lograrla. Pero Hera llevó a mal no haber vencido a las otras diosas, y anuló mi matrimonio con Alejandro, y no consintió que me poseyera el hijo del rey Príamo, dándole en mi lugar una viva imagen mía formada de aire, y creyó falsamente disfrutarme, engañado por la diosa. Juntáronse a estos males ciertos proyectos de Zeus, que movió guerra entre los griegos y los infelices frigios, para aliviar a la madre Tierra de tan inmensa multitud de hombres y dar imperecedera gloria al más esforzado de los aqueos.[316] En poder de los frigios (yo no, sino mi vano nombre), fui para sus enemigos galardón de la victoria, pero Hermes me llevó volando por los aires, y ocultándome en una nube (no se olvidó de mí Zeus), me trajo a este palacio de Proteo, por creerlo el más casto de los hombres, y con la mira de conservarme inmaculada para mi esposo Menelao. Y aquí estoy, y él, desdichado, al frente de su ejército, me busca como si me hubiesen robado en los alcázares de Troya. Muchos guerreros sucumbieron por mi causa a las orillas del Escamandro,[317] y yo, a pesar de mis incomparables sufrimientos, soy para ellos una mujer execrable, causa única de grave guerra en la Grecia, por haber faltado a mi marido. ¿Por qué vivo, pues, aún? El dios Hermes me dijo que algún día habitaría con mi esposo en la ínclita tierra de Esparta, cuando supiese que yo no había estado en Troya, ni profanado mi lecho. Mientras vio Proteo la luz del sol, estuve libre de nuevos pretendientes: pero desde que se sepultó en las tinieblas de la tierra, me persigue su hijo, ansioso de casarse conmigo. Y yo, fiel a mi primer esposo, vengo a prosternarme suplicante en este monumento de Proteo, para pedirle que conservo puro mi tálamo y no sea deshonrado mi cuerpo, ya que mi nombre es infame en toda la Grecia. TEUCRO[318] (_que llega del campo_). ¿Quién es el señor de este palacio fortificado? Digno es de Pluto,[319] según parece, por sus vastas y regias murallas y por sus elevadas almenas. ¿Qué es esto? ¡Cielos! ¿Qué veo? Es la mujer más odiosa, cuya funesta hermosura fue causa de mi perdición y de la de todos los griegos. Maldígante los dioses, porque pareces otra Helena. Si este no fuese un país extranjero, te daría muerte mi alada flecha, en castigo de tu semejanza con la hija de Zeus. HELENA ¿Por qué me rechazas, ¡oh desventurado!, quienquiera que seas, y por ajenas maldades me aborreces? TEUCRO Me equivoqué. Me dejé llevar de la ira más de lo que debía, porque toda la Grecia odia a la hija de Zeus. Perdona mis palabras, mujer. HELENA ¿Quién eres? ¿De dónde vienes a esta región? TEUCRO Soy, ¡oh mujer!, uno de los desdichados griegos. HELENA No es maravilla entonces que detestes a Helena. Pero ¿quién eres? ¿De dónde? ¿Cómo te llamaré? TEUCRO Teucro es nuestro nombre, Telamón mi padre y Salamina la patria que me crió. HELENA ¿Y por que has venido a estos campos que riega el Nilo? TEUCRO Desterrado. HELENA Grande debe de ser tu pena. ¿Quién te desterró? TEUCRO Mi padre Telamón. ¿A quién podría yo amar más? HELENA ¿Y por qué causa? Sin duda por alguna desgracia. TEUCRO La muerte de mi hermano junto a Troya me perdió. HELENA ¿Cómo? ¿Tú lo mataste con tu espada? TEUCRO Él se atravesó con la suya. HELENA ¿Loco? ¿Quién puede hacer esto sino un loco? TEUCRO ¿Has oído hablar de Aquiles, el hijo de Peleo? HELENA Pretendiente a la mano de Helena, según he sabido. TEUCRO Pues bien; a su muerte se suscitó grave contienda entre sus compañeros por la posesión de sus armas. HELENA ¿Y qué tiene esto que ver con la muerte de Áyax? TEUCRO Se suicidó por habérselas llevado otro.[320] HELENA ¿Y tú sufres ahora las consecuencias de esa desdicha? TEUCRO Por no haber muerto con él. HELENA ¿Fuiste, pues, ¡oh extranjero!, a la ínclita Troya? TEUCRO Y después de tomarla me condenó la suerte a perecer. HELENA ¿El fuego no la ha consumido y arrasado? TEUCRO Hasta el extremo de no quedar ni señal de sus murallas. HELENA ¡Oh mísera Helena, por tu causa murieron los frigios! TEUCRO Y los griegos también: sucedieron muchas desgracias. HELENA ¿Cuánto hace que fue derribada esa ciudad? TEUCRO Cerca de siete revoluciones anuales de las que dan las cosechas. HELENA ¿Y cuánto estuvisteis junto a Troya? TEUCRO Muchas lunas, hasta completar el número de diez años. HELENA ¿Y recobrasteis a la mujer espartana? TEUCRO Menelao se la llevó, arrastrándola por los cabellos. HELENA ¿Viste tú a esa desdichada, o cuentas lo que te han dicho? TEUCRO Como te estoy mirando ahora, con estos mismos ojos. HELENA Quizá fuera alguna vana imagen con que os engañaron los dioses. TEUCRO Habla de otra cosa; déjala en paz. HELENA ¿Tan seguro estás de lo que dices? TEUCRO La vieron mis ojos y la contempló mi alma. HELENA ¿Y Menelao está ahora en su patria con su esposa? TEUCRO No seguramente en Argos, ni en las márgenes del Eurotas. HELENA ¡Ay, ay de mí! Un mal has anunciado a quien debe sentirlo. TEUCRO Se dice que ambos han perecido. HELENA ¿No navegaban juntos todos los griegos? TEUCRO Sí; pero los dispersó una tempestad. HELENA ¿En qué parte del mar salado? TEUCRO Al atravesar el Egeo. HELENA ¿Y nadie ha sabido después adónde ha arribado Menelao? TEUCRO Nadie; pero se dice en Grecia que ha muerto. HELENA ¡Cierta es mi perdición! ¿Vive todavía la hija de Testio?[321] TEUCRO ¿Hablas de Leda? Ya falleció. HELENA ¿La ha precipitado en la tumba la deshonra de Helena?[322] TEUCRO Dicen que ciñó con un lazo su noble cuello. HELENA Y los hijos de Tindáreo,[323] ¿viven o no? TEUCRO Han muerto, y no han muerto; corren dos distintos rumores. HELENA ¿Cuál es el más grato? ¡Ay desventurada de mí, ay de mis males! TEUCRO Dicen que son dioses convertidos en astros. HELENA Agrádame lo que has dicho; ¿y cuál es el otro rumor que corre? TEUCRO Que han muerto a manos de su hermana. Pero bastante he hablado; no quiero llorar dos veces. Y ya que he venido a este palacio en busca de la profetisa Teónoe, ayúdame para que pueda oír los oráculos y dirigir después mi nave hacia la marina Chipre, en donde el adivino Apolo ordena que me establezca y ponga a la ciudad que funde el nombre de Salamina,[324] en recuerdo de mi patria. HELENA Navega, ¡oh extranjero!, y sabrás lo que deseas; pero huye de esta tierra antes que sepa tu llegada el hijo de Proteo, su soberano; ausente está ahora persiguiendo a las fieras con sus perros; mata a todos los griegos que cautiva, y no me preguntes la causa que le mueve a ello, que no te lo diré, ¿pues de qué te serviría saberlo? TEUCRO Bien has dicho, mujer. Que los dioses recompensen el bien que me haces. Aunque tu forma sea parecida a la de Helena, no solo no es tu alma como la suya, sino muy desemejante. Mala muerte tenga, que no vuelva a las orillas del Eurotas, y que tú, ¡oh mujer!, seas siempre feliz. (_Retírase_). HELENA Principio ahora a deplorar mi infortunio y mis grandes dolores. ¿Cuáles serán mis lamentaciones? ¿Cuál mi lúgubre canto? ¿Golpearé mi pecho, gemiré o lloraré? _Estrofa 1.ª_ — Vírgenes sirenas,[325] hijas de la Tierra, alígeras doncellas, ¡ojalá que vengáis a acompañar mis sollozos con la flauta líbica o la siringa,[326] y las tristes lágrimas que me hacen derramar mis desdichas!; que vuestros dolores, que otros lúgubres cantos concuerden con los míos, y que vuestra musa, lamentándose como la mía, envíe a Perséfone funestas, funestas quejas, ofrenda regada de lágrimas, himnos en honor de los muertos, que penetrarán en su tenebroso palacio. EL CORO (_que aparece en el teatro_). _Antístrofa 1.ª_ — Fui casualmente a la orilla del mar cerúleo a secar en delgadas cañas o sobre el entretejido césped purpúreos vestidos a los dorados rayos del sol, cuando oí flébil sonido de flauta melodiosa, mezclado de sollozos y lamentos, como de alguna náyade[327] que llorase a su fugitivo amante, resonando en las cavernosas grutas el eco de su llanto, enamorada de Pan. HELENA _Epodo._ — ¡Oh dolor!, ¡oh dolor!, doncellas griegas apresadas por bárbaro bajel; un navegante griego ha llegado, sí, ha llegado para aumentar mis lágrimas, anunciándome la ruina y el incendio de Ilión por sus enemigos, y todo por mi causa, por mi causa, por mi nombre desdichado, origen de muchas muertes. Leda pereció en fatal nudo, víctima del dolor de mi deshonra; mi esposo ha sucumbido, después de andar errante por los mares, y Cástor y Pólux, los dos gemelos, gloria de su patria, han desaparecido, sí, han desaparecido, dejando solitarios los campos que hollaron sus caballos y las orillas del Eurotas, llenas de delgadas cañas, gimnasio de sus ejercicios juveniles. EL CORO ¡Ay, ay, ay, ay de mí! ¡Fortuna deplorable, funesto destino, oh mujer! Mísera es tu suerte, mísera sin duda desde que Zeus, hendiendo brillante los aires con sus alas de cisne, blancas como la nieve, te engendró en tu madre. ¿Qué mal no te aflige? ¿Qué dolor no has sufrido? Murió Leda, y los dos gemelos, hijos queridos de Zeus, no son felices; no huellas tu suelo patrio, y en las ciudades de la Grecia corre un rumor, ¡oh mujer veneranda!, que te acusa de haber celebrado bárbaro himeneo; tu esposo ha perecido en las ondas del mar, y nunca serás dichosa en tu patria, ni en el templo de Atenea Calcieco.[328] HELENA ¡Ay, ay de mí! ¿Qué frigio, qué griego cortó el pino que ha llenado de lágrimas a Troya, y construyó el bajel funesto en que navegó el hijo de Príamo a mis lares con bárbaros remeros, solicitando mi mano y mi hermosura infortunada? Dolosa Afrodita, causa de la muerte de muchos griegos y de los hijos de Príamo, ¡oh mísera, cuán grande es mi desdicha! Hera, la del dorado solio, esposa veneranda de Zeus, envió al ligero hijo de Maya, cuando yo recogía en mi seno frescas hojas de rosa para ofrecerlas a Atenea Calcieco, y, arrebatándome por los aires, me trajo a este país infortunado, convirtiéndome en manzana de discordia entre los griegos y los hijos de Príamo. Injusta es la Fama, que mancha mi nombre en las orillas del Simois. EL CORO Sé que te aquejan graves dolores; pero es preciso sufrir con resignación las calamidades de esta vida. HELENA Mujeres queridas, ¿qué fatal destino me persigue? ¿Diome a luz mi madre para que los mortales me miraran como a un prodigio? Porque ninguna mujer, ni griega ni bárbara, puso un blanco huevo, como cuentan de Leda, al darme la vida de su unión con Zeus. Portentosa es mi existencia y mi grave desdicha, ya por el odio de Hera, ya por mi belleza. ¡Ojalá que desapareciese borrada, cual pintada estatua,[329] y los griegos olvidarían mi deshonra, y no me infamaría su memoria, como ahora! Grave es, aunque tolerable, una sola desdicha enviada por los dioses, no así la multitud de calamidades que me agobian. Porque, en primer lugar, sin haber sido deshonrada, me infaman como si lo fuera, y este mal es mucho mayor fundándose en un falso supuesto, como sucede cuando se atribuyen vicios al que no los tiene. Después me arrancaron los dioses de mi patria, y me trajeron a esta tierra bárbara, y sin amigos soy esclava, cuando nací de padres libres, pues entre los bárbaros todos lo son, excepto uno. El áncora, que sola me sostenía en medio de mis males, la esperanza de que vendría algún día mi marido y me libraría de ellos, ha desaparecido ya, puesto que ha muerto, y no podrá socorrerme. Murió también mi madre, y me imputan esta desdicha sin razón, es verdad, como lo es también que de sus resultas me mancilla la mala fama. Mi hija, honra de su linaje y de mi palacio, vegeta virgen, no al lado de un esposo, y Cástor y Pólux, que se dicen hijos de Zeus, no existen tampoco. Y como en todo me persigue la desgracia, mi perdición proviene de causas externas, no de mis hechos. Todavía resta que me encierren en una prisión si vuelvo a mi patria, creyéndome la Helena que estuvo en Troya, y en cuya persecución fue Menelao. Si él viviese nos reconoceríamos mutuamente en virtud de ocultas señales[330] que nosotros solos sabemos. Pero ya no es posible, porque no existe. ¿A qué, pues, vivir? ¿Qué suerte me aguarda? ¿Elegiré otro esposo para atraerme nuevos males, y será un bárbaro mi perpetuo compañero, y me sentaré con él en opulenta mesa? Pero cuando un hombre aborrecido habita con nosotras, es odiosa la vida. Más vale morir, ¿pero cómo hacerlo sin deshonrarme? Vergonzoso hasta para un esclavo es suspenderse de un lazo en los aires; derramar la propia sangre es mejor y más noble, y en poco tiempo dejamos de existir. ¡Tan profundo es el abismo de males en que me veo sumergida! Si la hermosura es para otras mujeres fuente deleitosa, para mí lo es de perdición. EL CORO No creas, Helena, que el extranjero que ha llegado ha dicho en todo la verdad. HELENA Pero aseguró bien a las claras que había muerto mi esposo. EL CORO Muchas veces se afirma lo que no es. HELENA Con ningún otro se confunde el lenguaje de la verdad, y tal fue el suyo. EL CORO Siempre te inclinas más a creer lo malo que lo bueno. HELENA El miedo me domina, y todo lo temo. EL CORO ¿Cómo te tratan en este palacio? HELENA Todos son amigos, excepto el que pretende casarse conmigo. EL CORO ¿Sabes lo que has de hacer? Dejar el sepulcro de Proteo... HELENA ¿Qué vas a decir? ¿Qué consejo quieres darme? EL CORO Y entra en el palacio, y a la que todo lo sabe, a Teónoe, hija virgen de la marina nereida, pregunta si vive todavía tu marido o si no ve ya la luz; y cuando estés bien informada, y según sea lo que te dijere, abandónate al llanto o a la alegría. Porque antes de saberlo, ¿no son inoportunos tus lamentos? Sigue, pues, mi consejo: deja el sepulcro y busca a esa doncella, que todo te lo dirá. Teniendo en este palacio quien pueda declararte la verdad, ¿a qué buscarla tan lejos? Yo quiero entrar también contigo y oír los oráculos de la virgen; nosotras las mujeres debemos ayudarnos mutuamente. HELENA Sigo vuestros consejos, ¡oh amigas!; id, id al palacio, y oiréis en él mis cuitas. EL CORO Mandas a quien te obedece de buen grado. HELENA ¡Oh infausto día! ¿Qué nuevas deplorables, qué nuevas deplorables oiré yo, desventurada? EL CORO No excites el llanto, ¡oh amada!, de siniestro agüero. HELENA ¿Qué habrá sufrido mi desdichado esposo? ¿Verá acaso la luz, y la cuadriga del sol y el curso de los astros..., o en el infierno subterráneo yacerá entre los muertos? EL CORO No desesperes, sea cual fuere lo por venir. HELENA Yo te invoco, yo te suplico, ¡oh Eurotas de verdes cañas!, que me declares si es cierta la fama que hasta mí ha llegado de la muerte de mi esposo. ¿A qué tan necias dudas? Lazo mortífero oprimirá mi cerviz o letal cuchilla me dará muerte, y la sangre correrá de mi cuello, y empuñando yo misma el hierro lo hundiré en mis carnes, y me sacrificaré en honor de tres diosas y del hijo de Príamo, que en otro tiempo cantaba al son de la flauta, guardando los rebaños de bueyes. EL CORO Que no te aflijan esos males, y la dicha sea tu inseparable compañera. HELENA ¡Ah mísera Troya, iniquidades te arruinan, y sufriste duras pruebas! Merced al don que me hizo Afrodita se ha derramado mucha sangre, y muchas lágrimas, y unos dolores siguieron a otros, y el llanto al llanto, y las madres perdieron sus hijos, y las vírgenes hermanas de los muertos cortaron su cabellera para depositarla en las orillas del frigio Escamandro. Voz resonante dio la Grecia, y oyéronse tristes clamores, y golpeó la cabeza con sus manos, y lastimosas heridas llenaron de sangre tiernas mejillas. ¡Oh virgen Calisto,[331] feliz en otro tiempo en la Arcadia, que en innoble forma subiste al lecho de Zeus! ¡Cuán preferible fue tu suerte a la de mi madre! Transformada en fiera de miembros robustos, trocaste tu hermoso rostro en cabeza feroz de leona, y se mitigaron tus penas, como la beldad expulsada en otro tiempo de sus coros por Artemisa, cierva de dorados cuernos, titánide, hija de Mérope.[332] Yo he derruido, sí, he derruido a la troyana Pérgamo, y ocasionado la muerte de muchos griegos. (_Vase con el Coro_). MENELAO (_miserablemente vestido_). ¡Oh Pélope!, que en los pasados días venciste en tu cuadriga a Enómao, cerca de Pisa;[333] ojalá que cuando te sirvieron hecho pedazos en la cena de los dioses, hubieses perecido entre ellos antes de haber engendrado a mi padre Atreo, que de su unión con Aérope nos procreó a Agamenón y a mí, Menelao, ínclito par de reyes. Glorioso es, sin duda, y lo digo sin jactancia, que yo llevase a Troya un ejército a fuerza de remos, rey a quien obedecía voluntariamente, no por la violencia, la brillante juventud griega. Y unos ya no se cuentan entre los vivos, mientras otros, que con no poca alegría suya evitaron los peligros del mar, llevan a su patria los nombres de los que perecieron. Mas yo, desventurado, navego errante por las marinas ondas del salado piélago desde que arruiné las torres de Ilión, y, deseando volver a mi país, muéstranseme adversos los dioses. He recorrido todos los desiertos e inhospitalarias costas de la Libia, y cuando me acerco a mis hogares, el viento me rechaza y nunca llena mis velas aura favorable. Y ahora, mísero náufrago, después de perder a mis amigos me ha arrojado aquí el mar, y mi nave se ha estrellado en los peñascos pereciendo muchos de mis compañeros. Solo queda la quilla y parte de su armazón, en la que con dificultad y contra mis esperanzas me he salvado con Helena, que traigo de Troya. Pero ignoro el nombre de esta región y el de los pueblos que la habitan. Avergonzábame de presentarme así a la multitud, temiendo que viesen mis vestidos manchados, a pesar de mis esfuerzos en ocultar mi humillante miseria. Cuando un hombre cae desde la cúspide de la fortuna en el abismo de la desdicha, como no está acostumbrado a ella, su suerte es más amarga que la del que ya la conocía. La pobreza me atormenta; ni tengo qué comer, ni vestidos para cubrir mi cuerpo, como es fácil de ver contemplando los tristes restos del naufragio en que me envuelvo.[334] El mar me llevó mis peplos, mis vestiduras espléndidas y todas mis galas; y vengo aquí dejando oculta en una cueva a mi esposa, causa de todos mis males, confiada a la custodia de mis amigos que han sobrevivido. Solo, pues, doy vueltas y me afano en llevar lo más necesario, dudando si lo lograré, a mis compañeros que me esperan. Al ver este palacio cercado de almenas y sus puertas suntuosas, propiedad, sin duda, de algún hombre opulento, me he llegado a él con la esperanza de recibir algo de tan magnífica morada, para auxiliar a mis amigos. De seguro que quien apenas tenga para vivir no podrá socorrerme aunque quiera. (_Llamando a la puerta_). ¡Hola! ¿Qué portero acudirá aquí del palacio, que cuente a sus dueños mis males? UNA VIEJA (_entreabriéndola_). ¿Quién hay a la puerta? ¿No te alejarás de este recinto sin molestar a sus dueños en el atrio? Morirás si eres griego, que a ellos no se da hospitalidad. MENELAO ¡Oh anciana!, bien me parece cuanto has dicho. No te molestaré más, y quiero obedecerte, pero déjame hablar. LA VIEJA (_rechazándolo_). Vete; mi obligación es, ¡oh extranjero!, impedir que ningún griego se acerque a este palacio. MENELAO ¡Ah!, no me amenaces con el puño ni me rechaces tan despiadadamente. LA VIEJA No haces ningún caso de mis palabras; la culpa es solo tuya. MENELAO Ve a decirlo a tus amos. LA VIEJA Bien segura estoy de que si lo saben sufrirás daño. MENELAO Soy un náufrago, un extranjero, contra quienes no es justo emplear la violencia. LA VIEJA Llama a otra puerta y abandona esta. MENELAO No, que he de entrar; déjame. LA VIEJA Eres un importuno, y lo peor para ti es que te echarán pronto a viva fuerza. MENELAO (_aparte_). ¡Ay, ay de mí! ¿Dó yace mi valeroso ejército? LA VIEJA En otra parte te respetarán acaso, no aquí. MENELAO (_aparte_). ¡Oh calamidad, cómo me insultas! LA VIEJA ¿Por qué humedecen las lágrimas tus párpados? ¿Por qué te lamentas? MENELAO ¡Oh pasada dicha mía! LA VIEJA ¿Por qué no vas a llorar a tus amigos? MENELAO (_reanimándose_). ¿Qué país es este? ¿Cúyo este regio palacio? LA VIEJA Proteo lo habita, y este país es el Egipto. MENELAO ¿El Egipto? Desdichado de mí, ¿adónde he venido? LA VIEJA ¿Qué dices contra las aguas del Nilo? MENELAO No es contra el Nilo; solo me quejo de mi desgracia. LA VIEJA Muchos son los desdichados, no tú solo. MENELAO ¿Y está en el palacio el rey, o como tú quieras llamarle? LA VIEJA Este es su sepulcro; su hijo es el soberano de este país. MENELAO Pero ¿en dónde está? ¿Dentro o fuera del palacio? LA VIEJA No está en él ahora; pero es el más implacable enemigo de los griegos. MENELAO ¿Por qué razón? ¿Por qué he de ser yo víctima de su odio? LA VIEJA Helena, la hija de Zeus, habita también aquí. MENELAO ¿Qué dices? ¿Qué palabra has pronunciado? Repítela. LA VIEJA La hija de Tindáreo, que vivía antes en Esparta. MENELAO ¿De dónde la han traído? ¿Quién entenderá esto? LA VIEJA Vino de la Laconia. MENELAO ¿Cuándo? (_Aparte_). ¿Habrán arrebatado de la cueva a mi esposa? LA VIEJA Antes que los griegos fuesen a Troya, ¡oh extranjero! Pero aléjate de aquí, porque reina en el palacio cierta plaga, causa de no poco desorden.[335] A mal tiempo llegaste, porque si mi dueño te cautiva, en vez de hospitalarios dones, recibirás la muerte. Yo amo a los griegos, y no juzgues de mí por mis ásperas palabras, hijas del miedo que a mi señor tengo. (_Retírase y cierra la puerta_). MENELAO ¿Qué diré? ¿Cómo expresaré mi sorpresa? Nuevas penas vienen a aumentar las antiguas si al traer conmigo de Troya a mi esposa y dejarla segura en la cueva, habita otra de su mismo nombre en este palacio. Dijo que era hija de Zeus. ¿Habrá en las orillas del Nilo algún mortal que se llame también Zeus? Porque en el cielo no hay más que uno. ¿Hay otra Esparta en donde las bellas ondas del Eurotas reflejan las verdes cañas de sus orillas? ¡Solo se celebró a un Tindáreo! ¿Habrá también alguna tierra que se llame Lacedemonia, y otra Troya? Yo no sé qué decir. Muchos, según es de presumir, tienen en una misma región iguales nombres, y lo propio sucede a las ciudades y a las mujeres, y no por eso debemos admirarnos.[336] Ni tampoco huiré del peligro que me indicó la esclava; no hay mortal alguno tan bárbaro que, al oír mi nombre, no aplaque mi hambre. Todos conocen el incendio de Troya, y el nombre de Menelao, su autor, no es ignorado tampoco en país alguno. Esperaré al dueño de este palacio, como me lo aconsejan dos prudentes razones: si es, en efecto, cruel, me ocultaré e iré en busca de los destrozados restos de mi nave; y si pareciese bondadoso, le pediré el auxilio que reclama mi desgracia. El único mal que me quedaba por sufrir es que, siendo rey, pida a otros reyes el sustento, pero no hay otro remedio. Sentencia es de los sabios, no mía, que nada hay tan poderoso como la necesidad. (_Apártase a un lado al ver al Coro_). EL CORO Según he oído a la fatídica doncella que profetiza en la regia morada, Menelao aún no ha bajado al negro Erebo, ni lo cubre la tierra, sino que todavía lucha con las olas, sin poder arribar a su patria, y vive errante separado de sus amigos, y ha recorrido muchas regiones desde su salida de Troya al compás de los remos. HELENA Vedme aquí; segunda vez vengo a este sepulcro, después de oír las gratas profecías de Teónoe, tan sabia en todo. Dice que mi marido ve la luz del sol, y disfruta de ella, y que después de navegar por mil mares, siempre errante, ha de llegar a Egipto, libre al fin de tantos males. Verdad es que no dijo si en caso de venir saldría de él en salvo. Yo no quise preguntárselo claramente, entregada al deleite que me causó tan dulce nueva. Y decía que no estaba lejos, habiendo naufragado con pocos amigos. ¿Cuándo te veré? ¡Cuánto he deseado tu llegada! ¡Hola! (_Preséntase Menelao_). ¿Quién es este? ¿Quizá algún satélite del hijo de Proteo, impío instrumento de sus insidiosas miras? ¿Me alejaré veloz de este sepulcro, como bacante o ligera yegua? Feroz es en verdad el aspecto de este que viene a robarme. MENELAO (_cortándole el paso_). Tranquilízate, ¡oh tú que corres con tanta presteza hacia este sepulcro a ofrecer ardientes libaciones!, ¿por qué huyes? ¡Cuánta es, al verte, mi admiración y mi sorpresa! HELENA Que nos amenazan con violencia, ¡oh mujeres!; este hombre nos ahuyenta del sepulcro, y quiere apoderarse de mí para entregarme al tirano, cuyo himeneo detesto. MENELAO No somos salteadores, ni satélites de malvados. HELENA (_apartándose_). Miserables son los vestidos que te cubren. MENELAO Detén tu pie ligero, y nada temas. HELENA (_ya junto al sepulcro_). Me detengo, pues ya llegué. MENELAO (_mirándola frente a frente_). ¿Quién eres? ¿A quién te semejas, ¡oh mujer!? HELENA ¿Y tú? Ambos preguntamos lo mismo. MENELAO Nunca he visto una mujer más parecida. HELENA ¡Oh dioses!, pues obra vuestra es encontrar a los que amamos. MENELAO ¿Eres griega o egipcia? HELENA Griega; pero también deseo saber cuál es tu linaje. MENELAO Eres, ¡oh mujer!, lo más semejante a Helena que he visto. HELENA Y tú eres para mí viva imagen de Menelao; no sé qué decir. MENELAO Muy pronto has reconocido al hombre más desventurado. HELENA (_corriendo hacia él_). ¡Oh tú, qué tarde llegas a los brazos de tu esposa! MENELAO ¿De cuál? No toques mis vestidos. HELENA La que te dio Tindáreo, mi padre. MENELAO ¡Oh Hécate lucífera, qué gratos fantasmas nos ofreces! HELENA No soy nocturna visión de Perséfone, como piensas. MENELAO Positivamente sé que no tengo dos mujeres. HELENA ¿Pues de cuál otra eres señor? MENELAO De la que está oculta en la cueva y traje de Troya. HELENA Yo sola soy tu esposa. MENELAO ¿Pero estoy en mi juicio, o me engañan mis ojos? HELENA Al mirarme, ¿no te parece verla? MENELAO En el cuerpo eres semejante a ella; pero mi razón, bien serena, lo niega. HELENA Reflexiona. ¿Qué necesitas para convencerte? ¿Quién mejor que tú puede saberlo? MENELAO Eres igual a ella; no lo negaré. HELENA ¿Quién podrá probártelo como tus ojos? MENELAO Mi tormento es que tengo otra. HELENA Yo no fui a Troya, sino mi imagen. MENELAO ¿Pero quién puede crear cuerpos vivos? HELENA El Éter, que te dio una esposa obra de los dioses. MENELAO ¿Pero qué dios la formó? Inaudito es lo que dices. HELENA La artificiosa Hera, para que no me poseyese Paris. MENELAO ¿Y cómo habías de habitar a un tiempo aquí y en Troya? HELENA Mi nombre puede estar en muchas partes, no mi cuerpo. MENELAO Déjame en paz, que bastantes desdichas me afligen. HELENA ¿Me abandonarás, llevándote esa vana imagen? MENELAO (_haciendo ademán de irse_). Adiós, pues, porque eres semejante a Helena.[337] HELENA ¡Ay de mí! ¿Encuentro a mi marido para perderlo? MENELAO Los grandes males que allí sufrimos me hacen más fuerza que tus razones. (_Aléjase_). HELENA ¡Ay de mí! ¿Quién más desventurada? Los que más amo, me abandonan; nunca volveré ya a la Grecia ni a mi patria. EL MENSAJERO (_que se acerca a Menelao desde la extremidad de la orquesta_). ¡Oh Menelao!, buscándote vengo por orden de tus compañeros, y con trabajo te hallo después de andar vagando por esta tierra bárbara. MENELAO ¿Qué sucede? ¿Acaso os han robado los bárbaros? EL MENSAJERO ¡Sorprendente maravilla!; lo que vengo a decirte es superior a toda expresión. MENELAO Habla, que tu traza me anuncia alguna novedad importante. EL MENSAJERO Has de saber que tus innumerables trabajos han sido infructuosos. MENELAO Deploras antiguos males; pero ¿qué me anuncias de nuevo? EL MENSAJERO Tu esposa se ha desvanecido en los aires, desapareciendo de la vista de los hombres, y se ocultó en el cielo, abandonando la sagrada cueva en donde la guardábamos. Solo pronunció estas palabras: «¡Oh míseros frigios y griegos, que por mi causa y por engaño de Hera[338] habéis muerto a las orillas del Escamandro, creyendo falsamente que Paris poseyese a Helena! Yo, después de estar allí el tiempo que me convino, cumplido el fatal decreto, vuelvo al aire que me formó; infame, sin razón, es el nombre de la mísera hija de Tindáreo, libre de toda culpa». (_Acércase Helena mientras habla, y al verla dice así_): Salve, ¡oh hija de Leda!; ¿estabas aquí? Yo hablaba de ti como si te hubieses refugiado en los astros, ignorando que fuese tu cuerpo aéreo fantasma. No te reconvendré, pues, de nuevo por los infructuosos trabajos que Menelao y sus aliados en la guerra sufrieron junto a Ilión. MENELAO Vamos, así es; tus palabras convienen con las de esta, y por lo visto son verdaderas. ¡Oh día deseado, que te vuelve otra vez a mis brazos! HELENA ¡Oh Menelao, el más querido de los hombres!; larga ha sido nuestra separación, pero al fin llegó la hora deseada. Alegre, ¡oh amigos!, recobro a mi esposo, y lo abrazo con cariño, después que el sol ha contemplado por tanto tiempo nuestro duelo. MENELAO Y yo a ti; teniendo tanto que decirte, no sé por dónde empezar. HELENA Grande es mi gozo, y parece que mis cabellos saltan de placer, y al mismo tiempo lloro; con mis brazos ciño tu cuerpo, para disfrutar de este deleite, ¡oh esposo! MENELAO ¡Oh momento deseado! Ya no me quejo de la fortuna; ya poseo a mi esposa, la hija de Zeus y de Leda; feliz, sí, feliz en otro tiempo, cuando te acompañaron llevando antorchas los jóvenes de blancos caballos, los hermanos gemelos; pero los dioses me abandonaron, arrebatándote de mi palacio. HELENA Más feliz es mi suerte ahora que antes; por obra del cielo en bien se ha convertido tu naufragio infortunado, ¡oh esposo!, y, aunque tarde, volvemos a juntarnos; ¡ojalá que esta dicha sea duradera! MENELAO Lo será, sin duda; tus deseos son los míos, como ha sido igual nuestra desventara. HELENA Amigas, amigas, no deploremos nuestros antiguos males, que ya cesó mi duelo. Ya poseo, ya poseo a mi esposo, a quien esperaba, sí, a quien esperaba, a su vuelta de Troya, al cabo de muchos años. MENELAO Ya me ves, y yo a ti, que he sufrido trabajos inolvidables, hasta que al fin descubrí con pena los artificios de la diosa. Mis lágrimas de alegría me consuelan más que me afligen. HELENA ¿Qué diré? ¿Qué mortal podría esperarlo nunca? Contra lo que pensaba, te oprimo ahora contra mi pecho. MENELAO Y yo a ti, cuando creía que habías ido a la ciudad idea y atravesado las míseras murallas de Ilión. Por los dioses, ¿cómo saliste de mi palacio? HELENA ¡Ay, ay de mí! ¡Exordio acerbo deseas oír! ¡Ay, ay de mí! ¡Acerba narración quieres escuchar![339] MENELAO Habla, que los beneficios de los dioses deben publicarse. HELENA Contrístame, en verdad, cuanto voy a decirte. MENELAO Pero dilo, sin embargo; es grato recordar los trabajos que hemos pasado. HELENA No subí al tálamo[340] de ningún joven bárbaro llevada por remo volador o en alas del deleite de ilícitos goces. MENELAO ¿Qué dios, qué hado te alejó de tu patria? HELENA El hijo, el hijo de Zeus, ¡oh esposo!, me trajo al Nilo.[341] MENELAO Maravíllame lo que dices. ¿Quién lo envió? ¡Oh palabras inauditas! HELENA Lloro, y las lágrimas humedecen mis párpados; la esposa de Zeus me perdió. MENELAO ¿Hera? ¿Qué males quería causarte? HELENA ¡Ay de mis penas, ay de las fuentes en donde se lavaron las bellas diosas antes del juicio! MENELAO ¿Mas por qué Hera lo convirtió en daño tuyo? HELENA Para arrancarme del poder de Afrodita... MENELAO ¿Cómo, di? HELENA Que había prometido entregarme a Paris. MENELAO ¡Oh desventurada! HELENA ¡Desventurada, desventurada! Por eso me trajo a Egipto. MENELAO Y, según aseguras, en tu lugar dejó una imagen tuya. HELENA ¡Ay de las calamidades, ay de las calamidades de mi familia! ¡Ay de mí, madre mía! MENELAO ¿Qué dices? HELENA Mi madre no existe; por causa mía, deshonrada por mi vergonzoso himeneo, se ahorcó en funesto lazo. MENELAO ¡Ay de mí! ¿Vive acaso mi hija Hermíone? HELENA Sin esposo, sin hijos, ¡oh marido mío!, llora avergonzada mi fatal enlace. MENELAO ¡Oh Paris, que no dejaste piedra sobre piedra de mi palacio! He aquí la causa de tu ruina y de la de muchos millares de griegos, armados de bronce. HELENA Un dios me separó de mi ciudad y de ti, sin apiadarse de mi pena, consagrándome al infierno, por abandonar mis lares y mi lecho en demanda de torpe himeneo, cuando verdaderamente nada de esto hice. EL CORO Si en adelante os es propicia la fortuna, podrá mitigar vuestros pasados males. EL MENSAJERO Déjame, ¡oh Menelao!, gozar también de este placer, aunque no entienda lo que sucede. MENELAO Toma también parte en nuestro diálogo, ¡oh anciano![342] EL MENSAJERO ¿No fue causa esta de los trabajos que sufriste en Troya? MENELAO No, que los dioses nos engañaban con una imagen funesta, formada de nubes. EL MENSAJERO ¿Qué dices? ¿Sufrimos vanamente tantas penalidades por una nube? MENELAO Obra de Hera, efecto de la discordia de las tres diosas. EL MENSAJERO Pero esta, mujer verdadera, ¿es acaso tu esposa? MENELAO Sí; no lo dudes. EL MENSAJERO ¡Oh hija, qué inconstante es cierta deidad, y cómo se burla de nuestros cálculos! Cambia fácilmente, y se inclina a un lado o a otro; hace a este desgraciado, y el otro, libre en un principio de infortunios, perece después de muerte desastrosa; caprichosa es siempre para distribuir sus dones. Graves penas habéis sufrido: tú a causa de los deshonrosos rumores que acerca de ti corrieron; él arrastrado por sus bélicas inclinaciones. Y cuando más se afanaba no adelantó nada, y ahora la más feliz casualidad le ofrece gratísimo presente. No llenaste de oprobio a tu anciano padre y a los hijos de Zeus, ni hiciste lo que dijeron. Ahora recuerdo tus bodas, y las antorchas que yo llevaba junto a tu carro de cuatro caballos, cuando en compañía de tu esposo dejabas tu palacio paterno. Malo es, sin duda, el que no se interesa por la suerte de sus amos, y ni se alegra cuando son dichosos, ni llora en sus adversidades. Yo, aunque nací esclavo, cuéntome, no obstante, entre los siervos nobles, y aunque no puedo llamarme libre, lo soy por mis pensamientos. Más vale esto que en un solo hombre se junten dos males: un corazón dañado y la esclavitud que lo sujeta a sus semejantes. MENELAO Anciano, que soportaste conmigo en la guerra innumerables trabajos, ahora, partícipe de mi felicidad, ve y anuncia a mis compañeros lo sucedido, y cuéntales mi próspera fortuna, y diles que permanezcan en la costa y aguarden el resultado de la lucha que, según creo, me espera; quizá nos llevemos de aquí a Helena si me ayudan, y aprovechando la ocasión, dejaremos incólumes este país bárbaro. EL MENSAJERO Así se hará, ¡oh rey! Ahora comprendo cuán perjudiciales son los adivinos y cuán falsas sus profecías. No nos revelan lo futuro ni las llamas ni el canto de las aves; pura necedad de los mortales es la creencia en tales auspicios. Nada dijo Calcas,[343] nada anunció al ejército, como lo hubiera hecho si supiera que sus amigos morían por una nube, ni tampoco Heleno,[344] y Troya fue saqueada inútilmente. Dirás acaso que Dios no lo permitió. Pero entonces, ¿a qué consultar a los adivinos? Al sacrificar a los dioses, pidámosles lo que nos convenga, y dejémonos de oráculos, que son artificios y vanas invenciones, y nadie sin trabajar se ha enriquecido, examinando solo las llamas. La prudencia y la sensatez son los mejores adivinos.[345] EL CORO Lo mismo que este anciano pienso yo de los adivinos; los dioses nos sean propicios, y tendremos a nuestro favor la mejor de las profecías. HELENA Sea, pues, enhorabuena, que hasta aquí todo va bien. Pero nada se pierde en saber cómo has venido en salvo desde Troya, y es natural que deseemos conocer las desdichas de nuestros amigos. MENELAO Con una sola pregunta, y de una sola vez, quieres que te conteste a tantas cosas. ¿A qué te he de contar las calamidades que sufrí en el mar Egeo[346] y hablarte de hogueras de Nauplio,[347] en la Eubea, de Creta[348] y de las ciudades de la Libia que he cruzado, y de las grutas de Perseo?[349] Mis palabras no te satisfarían; al referirte mis trabajos los recordaría con pesar, y ahora, después de pasados, siento natural fatiga, y sin fruto alguno me afligirían dos motivos de tristeza. HELENA Preferible es tu respuesta a mi pregunta. Dime tan solo, dejando lo demás, cuánto tiempo has andado errante por los mares. MENELAO Además de los diez años que estuve en Troya, han pasado después otros siete. HELENA ¡Ay dioses! Largo tiempo es, ¡oh desventurado! Y allí te salvaste, y ahora vienes a morir. MENELAO ¿Qué es eso? ¿Qué dices? ¡Tú me has perdido, mujer! HELENA Te dará muerte el dueño de este palacio. MENELAO ¿Pues qué delito he cometido para merecerla? HELENA Has venido a contrariar sus deseos y a impedir mi enlace. MENELAO ¿Pues quién desea contraerlo con mi mujer? HELENA Y afligirme con nueva afrenta. MENELAO ¿Algún particular poderoso, o el soberano de este país? HELENA El hijo de Proteo, que aquí reina. MENELAO Vamos, ya comprendo el enigma de aquella esclava.[350] HELENA ¿A qué puerta bárbara te acercaste? MENELAO A esta, y de ella me rechazaron como a un pordiosero. HELENA ¿Pedías acaso que socorriesen tu necesidad? ¡Oh desventurada de mí! MENELAO Así era, en efecto; pero sin llevar ese nombre de mendigo. HELENA ¿Luego, según parece, sabes cuanto ocurre acerca de mi himeneo? MENELAO Lo sé; pero ignoro si has procurado evitarlo. HELENA No dudes que mi tálamo te aguarda intacto. MENELAO ¿Cómo lo probarás? Grato es lo que dices, siendo cierto. HELENA ¿Ves mi asilo, cerca de este sepulcro? MENELAO Veo, desventurada, este lecho en tierra; pero ¿qué tiene de común contigo? HELENA Aquí venía yo suplicante a pedir que el cielo me librase de esas nupcias. MENELAO ¿Sin haber ara en él?[351] ¿Es esa la costumbre de los bárbaros? HELENA Este sepulcro nos protege, como si fuese un templo de los dioses. MENELAO ¿Y no podré llevarte a mi patria? HELENA En vez de un lecho, te espera homicida cuchilla. MENELAO Soy, pues, el mortal más desdichado. HELENA No te desanimes, sino huye de esta tierra. MENELAO ¿Abandonándote? Por ti derribé a Troya. HELENA Más te conviene huir que perder la vida por ser mi esposo. MENELAO Como cobarde me aconsejas lo que es indigno del destructor de Ilión. HELENA No puedes matar al rey, como quizá deseas. MENELAO ¿Es acaso su cuerpo invulnerable al hierro? HELENA Lo sabrás. Acometer imposibles no es de hombre prudente. MENELAO ¿Entregaré callado mis manos a las esposas que han de sujetarlas? HELENA Ahora no sabes qué hacer. Es preciso inventar algún artificio. MENELAO Es más glorioso morir después de ejecutar alguna hazaña, que sin hacer nada. HELENA Una sola esperanza hay de salvarnos. MENELAO ¿Recurriendo al soborno, a la audacia, o a la persuasión? HELENA Si el rey ignora que has venido... MENELAO ¿Quién me ha de descubrir? Seguramente no sabrá quién soy. HELENA Allá dentro le auxilia alguna semejante a los dioses. MENELAO ¿Algún oráculo? HELENA No, una hermana; llámanla Teónoe. MENELAO Fatídico es el nombre;[352] pero dime, ¿qué he de hacer? HELENA Todo lo sabe, y revelará a su hermano tu llegada. MENELAO Moriremos, porque no es posible ocultarme. HELENA A no ser que a fuerza de súplicas logremos persuadirla... MENELAO ¿Qué? ¿Qué esperanza me dejas entrever? HELENA Que nada anuncie a su hermano de lo ocurrido. MENELAO Y si la persuadiéramos, ¿podríamos dejar este país? HELENA Fácilmente, si ella nos ayuda, pues ocultárselo es imposible. MENELAO A ti te toca esto, porque las mujeres se avienen bien unas con otras. HELENA No dejaré, sin duda, de abrazar sus rodillas. MENELAO ¿Y si no aprueba nuestro proyecto? HELENA Tú morirás, y yo, desdichada, me casaré con él a la fuerza. MENELAO Tú me vendes; esa violencia es un pretexto. HELENA Lo juro por tu cabeza: el más santo juramento. MENELAO ¿Qué dices? ¿Que morirás tú y no contraerás nuevas nupcias? HELENA A ambos nos matará la misma cuchilla, y después yaceré a tu lado. MENELAO Toca entonces mi diestra. HELENA Tócola, pues, y te juro que, muerto, dejaré también la luz. MENELAO Y yo, sin ti, acabaré mi vida. HELENA ¿Y cómo moriremos gloriosa muerte? MENELAO Después de inmolarte en este sepulcro, me suicidaré. Mas primeramente acometeremos por tu posesión peligrosa lucha. Acérquese quienquiera, no ajaré la gloria ganada en Troya, ni volveré a la Grecia para servir de mofa, ya que Tetis perdió por mi causa su hijo Aquiles, y presencié la muerte de Áyax Telamonio, y vi sin hijo al que engendró Neleo.[353] Después de esto, ¿no osaré morir por mi esposa? Sí, sin duda, porque si son sabios los dioses, cubrirán de leve tierra el sepulcro del varón esforzado que muera a manos de sus enemigos, pues en el duro suelo echan sobre los cobardes pesada carga. EL CORO ¡Oh dioses, que alguna vez sea afortunado el linaje Tantáleo, y se vea libre de males! HELENA ¡Desventurada de mí! ¡Funesta es mi suerte, oh Menelao! Todo se acabó para nosotros. Del palacio sale la fatídica Teónoe. La puerta suena, las barras crujen; huye. Pero ¿a qué huir? Ya esté ausente, ya presente, sabe que has llegado. ¡Oh infeliz de mí, cuán cierta es mi muerte! Lejos ya de Troya y de los bárbaros, por segunda vez te amenazan bárbaras espadas. TEÓNOE (_que sale del palacio, precedida de dos esclavas con antorchas_). Precédeme tú, llevando la brillante luz de las antorchas, y purifica con azufre el aire, como manda la religión, para que aspiremos las auras puras del cielo.[354] Que la llama lustral alumbre el sendero, por si alguno lo ha hollado, profanándolo con su pie impío, y sacude la antorcha ardiente antes que yo pase; y observando el rito que me han enseñado los dioses, llevad otra vez el fuego al hogar doméstico. (_Volviéndose hacia Helena_). ¿Qué hay, Helena? ¿Qué dices de mis vaticinios? Vino al fin tu esposo Menelao: este es, sin sus naves y sin tu imagen. (_A Menelao_). ¡Oh desventurado!, de cuántos trabajos te libra tu venida, y no sabes si volverás a tu patria o si te quedarás aquí; causa de discordia eres entre los dioses, y hoy mismo, en presencia de Zeus, celebrarán consejo para decidir de tu suerte. Hera, hasta ahora tu enemiga, te ama ya, y quiere que vuelvas a Esparta con Helena, para que sepa la Grecia que fueron falsas las nupcias de Alejandro, don de Afrodita. Esta diosa se opone a vuestro regreso, temiendo duras reconvenciones, no se crea que ganó la palma de la belleza por la promesa que hizo a Paris de casarlo con Helena.[355] En mi mano está la postrera resolución de este asunto, ya perdiéndote, como Afrodita desea, si digo a mi hermano que estás aquí, ya salvándote la vida, si me inclino al parecer de Hera y lo oculto a mi hermano, que me ordenó participarle tu venida. ¿Quién irá a anunciarle a Teoclímeno que está aquí Menelao, para librarme de responsabilidad? HELENA ¡Oh virgen!, suplicante caigo a tus rodillas, y en tan humilde postura permaneceré impetrando tu gracia en nuestro favor, puesto que apenas encuentro a mi esposo cuando lo veo en peligro de muerte; no reveles a Teoclímeno su llegada a mis brazos, que tanto le aman; sálvalo, que te lo pido suplicante; por tu hermano no faltes a tu piedad, conciliándote su amor mala e injustamente. Dios odia la violencia, y nos manda que conservemos cuanto nos pertenezca, prohibiéndote el empleo de la fuerza. De todos los hombres es la tierra y el cielo, y conviene que los poderosos no se apropien lo ajeno, ni tampoco lo arrebaten. Hermes, por orden divina, pero con harta desdicha mía, me confió a tu padre, encargándole que me guardase para este esposo que ha venido ahora, ávido de recobrarme. ¿Cómo podrá lograrlo si muere? ¿Cómo me entregará viva al que no existe? Piensa, pues, en lo que debes al divino numen y a la religiosa memoria de tu padre, y si Hermes y él han de devolver o no ajeno depósito. Yo, en verdad, creo que sí. No ha de ser preferido tu hermano inicuo a tu honrado padre. Porque siendo tú profetisa, y creyendo en los dioses, te olvidas de la gloriosa justicia de tu padre por congraciarte con tu injusto hermano. Te deshonrarás si conociendo todas las cosas divinas, y cuánto es y no es, ignoras lo que es justo. Líbrame, pues, de los malos que me afligen, compadeciéndote de mi desdicha; no hay mortal que no aborrezca a Helena, a la que en Grecia fue infiel a su marido y habitó después en el opulento palacio de los frigios. Si vuelvo a mi patria y otra vez entro en Esparta y saben que han sido víctimas de los artificios de las diosas,[356] y que yo no falté a mis amigos, me devolverán mi honesta fama, casaré a mi hija, virgen ahora, y tranquila y dichosa gozaré de mis riquezas. Si Menelao hubiese muerto y el fuego de la pira lo consumiera, ausente y separada de él siempre lo lloraría; pero ¿me lo arrebatarán ahora, vivo y en salvo? Que no sea así, ¡oh virgen!, yo te lo ruego; de todo corazón te suplico que me concedas esta gracia, y que imites al piadoso Proteo: es en los hijos la mayor gloria, si nacieron de padres buenos, imitar las costumbres de los autores de sus días. EL CORO Digna eres tú de lástima, y a compasión mueven tus palabras; pero deseo oír a Menelao defendiendo su vida. MENELAO No me es posible caer a tus rodillas, ni humedecer con lágrimas mis párpados; disminuiría muy mucho la gloria que gané en Troya, si mostrase timidez, aunque, según dicen, es de nobles corazones llorar en la adversidad. Pero nunca lo haré, decoroso y todo como es, en desdoro de mi fortaleza. Pero si te place libertar a un extranjero que con derecho quiere recuperar a su esposa, devuélvemela y sálvame además; si así no piensas, por grande que sea mi desdicha presente, igual a las pasadas, tú parecerás siempre mujer injusta. Diré, pues, a este monumento lo que es digno de mí, lo que creo justo y lo que tocará tu corazón, recurriendo a tu padre: «¡Oh anciano!, que habitas en este sepulcro de dura piedra, dame mi esposa, que yo te la pido, la que te entregó Zeus en depósito, para que me la guardases. Sé que, muerto, no me la devolverás jamás; pero tu hija no sufrirá que se invoque vanamente a su padre, que yace bajo la tierra, y que se aje su fama, en vida tan gloriosa; en su mano está el hacerlo. ¡Oh infernal Hades!, también imploro tu auxilio, ya que por causa de Helena recibiste a tantos en tu reino que murieron al filo de mi espada, y fueron tu recompensa: o restitúyelos la vida, u obliga a Teónoe a devolverme mi esposa, si su poder no ha de superar al de su piadoso padre». Si me arrebatáis a Helena, os expondré las razones que ha callado ella. Un juramento me obliga, ¡oh virgen!, a pelear primero con tu hermano, y él o yo hemos de morir; nada hay más sencillo. Y si no nos encontramos uno frente a otro, y el hambre nos sitia, mientras yacemos suplicantes en este túmulo, he resuelto matar a esta y hundir después mi espada de dos filos en mis entrañas, para que corra dentro la sangre y ambos muramos sobre sus pulimentadas piedras, que serán testimonio de perpetuo dolor para ti y de la deshonra de tu padre. Ni tu hermano ni otro alguno se casará nunca con ella, que yo me la llevaré, ya que no a mi patria, al menos a los infiernos. Pero ¿por qué digo esto? Si femenil molicie me hiciera derramar lágrimas, sería más digno de lástima que haciendo alarde de mi entereza. Mata, pues, si lo deseas, que no será sin gloria mía; o, más bien, sigue mi consejo, para que seas justa, y yo recibiré a mi esposa.[357] EL CORO En tu mano está, ¡oh doncella!, decidir esta contienda. Falla, pues, y contenta a todos. TEÓNOE Amo la piedad por natural inclinación, no por la fuerza, y no me olvido de mí misma, y no mancharé la gloria de mi padre ni obtendré el favor de mi hermano llenándome de ignominia. Por naturaleza tributo a la justicia el más respetuoso culto, y ya que heredé de Nereo don inestimable,[358] intentaré salvar a Menelao. Hera desea favorecerte, y yo seguiré su dictamen; séame propicia Ciprina, aunque nunca me ha servido, pues quiero permanecer siempre virgen. Respecto a la invocación que hiciste a este sepulcro de mi padre, pienso como tú; obraré injustamente si no te la devuelvo, que él, si viviera, te la entregaría para que la poseyeses, porque en el infierno y en el cielo hay una justicia que venga las maldades de todos los hombres. El alma de los que mueren, propiamente no vive si no siente su inmortalidad cuando camina en alas del sempiterno Éter.[359] Para acabar en pocas palabras, accederé a tu súplica, guardando silencio, y no ayudaré a mi hermano en su necio empeño. Aunque no lo parezca, es un verdadero beneficio borrar su impiedad y traerlo al buen sendero. Buscad, pues, vosotros el medio de resolver estas dificultades; yo me retiro, y os prometo callarme. Pero comenzad vuestra obra suplicando a los dioses, y especialmente a Afrodita, que os deje volver a vuestra patria, y rogad a Hera que persista en su propósito de salvaros. A ti, ¡oh mi difunto padre!, jamás llamarán impío habiendo sido piadoso. (_Entra en el palacio_). EL CORO Nunca fue el injusto afortunado; solo en la justicia hay esperanza de salud. HELENA Nos salvamos en cuanto depende de esta virgen. Menester es ahora que veamos el medio de librarnos de estos males. MENELAO Oye, pues, tú que has estado largo tiempo en este palacio y has vivido con los servidores del rey. HELENA ¿Por qué lo dices? Me infundes alguna esperanza que podrás hacer algo en nuestro provecho. MENELAO ¿Podrías persuadir a alguno de los que tienen cuadrigas que nos diese una? HELENA Sí. Pero ¿cómo hemos de huir no conociendo estos campos y tierras bárbaras? MENELAO ¿Dices que es imposible? ¿Y si ocultándome en el palacio mato al rey con esta cuchilla de dos filos? HELENA No lo sufriría su hermana, ni se callaría tampoco, sabiendo que intentabas matarlo. MENELAO Ni aun nave tenemos en donde huir, en el mar está la única que poseíamos. HELENA Óyeme, si es que la mujer puede hablar con prudencia.[360] ¿Quieres fingirte muerto? MENELAO De mal agüero es eso; pero si hemos de ganar algo, preparado estoy a morir de esa manera, no en realidad. HELENA Y yo golpearé mis mejillas delante de ese rey impío, y cortaré mis cabellos y me lamentaré amargamente. MENELAO ¿Y de que nos servirá? Algo callas. HELENA Pediré licencia al tirano para ocultarte en un cenotafio, como si hubieses muerto en la mar. MENELAO Supongamos que la concede. ¿Cómo nos escaparemos sin nave, si depositas mi cuerpo en un cenotafio? HELENA Le rogaré que me conceda una, en la cual llevaremos tus fúnebres galas para lanzarlas a las olas del mar. MENELAO ¡Qué bien me parece! El único inconveniente que se me ocurre, es que si manda que me sepultes en tierra es inútil tu invención. HELENA Pero diremos que en Grecia no es costumbre sepultar en la tierra a los que perecieron en la mar. MENELAO También apruebo esto. ¿Y yo navegaré contigo, y en la misma nave irán mis fúnebres galas para arrojarlas a la mar? HELENA Es necesario que subas en ella[361] cuanto antes con tus compañeros de navegación que se libraron del naufragio. MENELAO Y cuando me embarque, echada el áncora, cada griego, armado de su espada, podrá atacar a nuestros enemigos. HELENA A ti te toca esto: que los vientos nos sean después favorables para llenar nuestras velas y dirigir nuestro rumbo. MENELAO Basta ya; los dioses pondrán término a mis sufrimientos. Pero ¿cómo dirás que supiste mi muerte? HELENA Diré que de ti la supe; tú fingirás que eres el único que se ha salvado cuando navegabas con el hijo de Atreo, y que lo viste morir. MENELAO Y al contemplar estos harapos que cubren mi cuerpo, restos del naufragio, quedará más convencido. HELENA A propósito vinieron; lástima ha sido que se perdieran tus vestidos; pero acaso este mal redundará en beneficio nuestro. MENELAO ¿He de entrar contigo en el palacio, o permaneceremos en este sepulcro? HELENA Quédate aquí, porque si emplea contra ti la fuerza, este sepulcro y tu espada podrán defenderte. Yo entraré en el palacio, y cortaré antes mis cabellos, y en vez de vestidos blancos me los pondré negros, y con mis manos llenaré de sangre mis mejillas. Grande es el peligro, y resultará una de dos cosas: o moriré si descubren nuestro artificio, o volveré a mi patria, salvándote. ¡Oh Hera veneranda! que yaces en el lecho de Zeus, protege a dos desdichados que te lo ruegan tendiendo sus brazos al cielo, en donde habitas entre sus espléndidos astros. Y tú, Afrodita, que obtuviste la palma de la belleza al precio de mis nupcias, no me pierdas. Bastante daño me has hecho ya, dando a los bárbaros mi nombre, no mi cuerpo. Si quieres que muera, que sea en mi patria. ¿Nunca te compadecerás de los míseros mortales, olvidándote de amores, artificios y engaños, manantial de sangre que brota del seno de las familias, seducidas por tus dulces atractivos? Si te moderases serías la diosa más amada de los hombres. Nada más diré. (_Vase_). EL CORO _Estrofa 1.ª_ — Ruiseñor de triste canto, rey de las aves cantoras, que revuelas gozoso en las umbrías arboledas habitadas por las musas; ven a acompañar mis lamentaciones y modula tus trinos con tu garganta, recordando los trabajos de la mísera Helena y las desdichas deplorables de los hijos de Troya, vencidos por las lanzas griegas, cuando guiado por Afrodita vino Paris, tu infausto esposo, ¡oh Helena!, turbando la mar con bárbaros remeros, y llevándose de Lacedemonia la compañera de Menelao, tan funesta a los hijos de Príamo. _Antístrofa 1.ª_ — Muchos aqueos sufrieron dolorosa muerte, ya atravesados por la lanza, ya heridos por las piedras, obligando a cortar sus cabellos a sus esposas, que desde entonces yacen viudas en solitario hogar. A muchos perdió también el marino que usa un solo remo y alumbra con luz ardiente la isla de Eubea,[362] encendiendo luminar engañoso, y arrastrándolos a las rocas Cafereas o a las costas del mar Egeo. Funestos fueron los montes sin hospitalarios puertos, cuando el soplo de las tempestades llevó a Menelao lejos de su patria, acompañado de bellísimo portento, vestido a la bárbara usanza, causa de contienda entre los griegos, sagrada imagen que formó Hera de la niebla. _Estrofa 2.ª_ — ¿Qué hombre de los que investigan la razón de todo podrá afirmar que hay dioses o que no los hay, viéndolos girar en todos sentidos por los accidentes más imprevistos?[363] Tú, ¡oh Helena!, hija de Zeus que transformado en ave te engendró en el seno de Leda, infame has sido en la Grecia, que te llama deshonesta, traidora, pérfida e impía, y al fin no sé lo que creerán los hombres. Pero la palabra de los dioses ha sido para mí verdadera. _Antístrofa 2.ª_ — Insensatos sois cuantos ansiáis bélica gloria, dirimiendo neciamente las míseras contiendas humanas con la punta de la guerrera lanza. Si ha de resolverlas lucha sangrienta, nunca huirá la discordia de las ciudades. También invadió los lechos nupciales de la tierra de Príamo, cuando por medios pacíficos hubiesen podido arreglar sus encontradas pretensiones acerca de tu posesión, ¡oh Helena! En el Orco yacen ahora los troyanos, y la llama arrasó, cual rayo de Zeus, las murallas, y unas desdichas siguen a otras, y nunca cesan las calamidades que afligen a los míseros troyanos. (_Mientras canta el Coro, Menelao se esconde detrás del sepulcro de Proteo. Así permanece oculto a la vista de Teoclímeno, que llega del campo acompañado de monteros y perros_). TEOCLÍMENO Salve, sepulcro de mi padre: a la puerta de mi palacio te sepulté, ¡oh Proteo!, atento solo a mi salvación, y siempre tu hijo Teoclímeno, cuando sale o entra en él, te saluda respetuosamente, ¡oh padre mío! Vosotros, servidores, llevad a la regia estancia los perros y las redes de las fieras.[364] Muchas veces me he arrepentido de no castigar a los malvados con la muerte. Y ahora poco supe que cierto griego había arribado públicamente a esta costa y engañado a los espías, ya él también lo sea, ya trate de robar a Helena; pero morirá si cae en mis manos. ¡Hola! Ya, según parece, ha realizado su propósito, porque, abandonando el sepulcro, la hija de Tindáreo ha huido en alguna nave de este país. Eh, servidores, abrid las puertas, desatad los caballos y sacad los carros, para que en cuanto pueda no me engañen, arrebatándome la esposa que deseo. (_Sale Helena del palacio vestida de luto, cortados los cabellos y derramando lágrimas_). Pero no os mováis, que en el palacio está la que vamos a perseguir, y no ha huido. ¡Hola! ¿Por qué te vistes de negro, no de blanco, y has cortado con el hierro los cabellos de tu bella cabeza y lloras, regando tus mejillas lágrimas abundantes? ¿Te hacen gemir nocturnos sueños o la fama te ha traído triste nueva, llenándote de aflicción? HELENA ¡Oh señor!,[365] que ya te debo llamar así, muerta soy. Completa es mi ruina, todo se acabó ya para mí. TEOCLÍMENO ¿Qué calamidad te aqueja? ¿Qué ha ocurrido? HELENA Menelao, ¡ay de mí!, ¿cómo lo diré?, ha muerto. TEOCLÍMENO No creas que me alegra esa noticia, aunque por otra parte me haga feliz. ¿Cómo lo has sabido? ¿Te lo dijo acaso Teónoe? HELENA Ella me lo dijo, y además quien presenció su muerte. TEOCLÍMENO ¿Ha llegado acaso alguno que lo anuncie con toda certeza? HELENA Sí, y ojalá que se presente como yo deseo. TEOCLÍMENO ¿Quién es? ¿En dónde está? Quiero saberlo con seguridad. HELENA El que se sienta trémulo cerca de este monumento. (_Aparece entonces Menelao_). TEOCLÍMENO ¡Oh Apolo!, y qué traza tan miserable es la tuya. HELENA ¡Ay de mí! Paréceme que veo a mi marido.[366] TEOCLÍMENO ¿Cuál es la patria de este hombre y de dónde viene? HELENA Es griego, y uno de los aqueos que navegaban con mi esposo. TEOCLÍMENO ¿Y dice cómo pereció Menelao? HELENA Del modo más deplorable, en las húmedas ondas del mar. TEOCLÍMENO ¿En qué paraje bárbaro navegaba? HELENA La tempestad le arrojó contra los escollos inaccesibles de la Libia. TEOCLÍMENO Y estando en la misma nave de Menelao, ¿cómo no pereció también? HELENA A veces los malos son más afortunados que los buenos. TEOCLÍMENO Y el recién venido, ¿en dónde dejó los restos de la nave? HELENA En donde valiera más que hubiese muerto, en vez de Menelao. TEOCLÍMENO Murió, pues. ¿Qué buque ha traído a ese mensajero? HELENA Según dice, lo recogió uno que sobrevino en el momento del naufragio. TEOCLÍMENO ¿Y qué se hizo de la calamidad que en tu lugar estuvo en Troya? HELENA ¿Aludes a mi vaporosa imagen? Se desvaneció en el aire. TEOCLÍMENO ¡Oh Príamo y míseros troyanos, cuán vanamente perecisteis! HELENA Víctima soy también de las desdichas de los troyanos. TEOCLÍMENO ¿Dejó insepulto a tu marido, o lo enterró? HELENA Dejolo insepulto. ¡Ay de mi desventura, ay de mis males![367] TEOCLÍMENO ¿Y por eso cortaste los rizos de tu blonda cabellera? HELENA Ámolo siempre, aunque yazga en los infiernos. TEOCLÍMENO ¿Y es verdad que deploras esta desdicha? HELENA ¿Es fácil acaso ocultarla a tu hermana?[368] TEOCLÍMENO De ninguna manera. Y después de esto, ¿continuarás habitando en este sepulcro?[369] HELENA ¿Por qué me mortificas con preguntas y ni aun a los muertos respetas? TEOCLÍMENO Fiel eres, sin duda, a tu esposo, negándote siempre a acceder a mis deseos. HELENA Pero ya no; dueño eres de mi mano. TEOCLÍMENO Tarde has consentido, y sin embargo lo apruebo. HELENA ¿Sabes lo que has de hacer? Olvidémonos de lo pasado. TEOCLÍMENO ¿Bajo qué condición? Un favor se paga con otro. HELENA Hagamos las paces; roconcíliate conmigo. TEOCLÍMENO Desaparezca, pues, mi indignación contra ti, y que el viento la lleve. HELENA (_arrojándose a sus pies_). Por estas rodillas te ruego, ya que me amas... TEOCLÍMENO ¿Qué deseas, suplicándome así? HELENA Que me dejes sepultar a mi difunto esposo. TEOCLÍMENO ¿Cómo, pues? ¿Se sepulta a los ausentes? ¿Enterrarás acaso una sombra? HELENA Es costumbre entre los griegos, si alguno muere en la mar... TEOCLÍMENO ¿Qué se hace? Astutos son los Pelópidas en tales ocasiones. HELENA Sepultar el vacío tejido de un peplo.[370] TEOCLÍMENO Celebra sus funerales; levántale un túmulo en el campo, en donde quisieres. HELENA No sepultamos así a los navegantes que murieron. TEOCLÍMENO ¿Cómo, pues? Ignoro los ritos funerarios de los griegos. HELENA Lanzamos al mar cuanto se consagra al muerto. TEOCLÍMENO ¿Qué quieres, pues, que te conceda en su favor? HELENA No lo sé. (_Mirando a Menelao_). Nuevo es para mí todo, habiendo sido antes feliz. TEOCLÍMENO ¡Oh extranjero!, grata nueva has anunciado. MENELAO No para mí, al menos, ni tampoco para el difunto. TEOCLÍMENO ¿Cómo sepultáis a los muertos que perecieron en la mar? MENELAO Con arreglo a la fortuna de cada uno. TEOCLÍMENO No repares en gastos y di lo que quieras, que lo conseguirás, si algo vale mi amor a Helena. MENELAO Primeramente se les ofrecen libaciones de sangre. TEOCLÍMENO ¿Sangre de qué? Dilo, que se te facilitará cuanto quieras. MENELAO Manda tú lo que mejor te parezca; bastará lo que dieres. TEOCLÍMENO Entre los bárbaros se acostumbra inmolar un caballo o un toro.[371] MENELAO Pero no nos hagas algún presente que sea de poco valor. TEOCLÍMENO En mis numerosos rebaños no escasean nobles víctimas. MENELAO Y se lleva un lecho preparado, por supuesto sin el cadáver. TEOCLÍMENO Se cumplirán tus deseos. ¿Y qué otra cosa falta con arreglo a vuestros ritos? MENELAO Bronceadas armas, porque era aficionado a ellas. TEOCLÍMENO Dignas del hijo de Pélope serán las que te demos. MENELAO Y además cuantas bellas flores produzca la tierra. TEOCLÍMENO ¿Y para qué? ¿De qué manera arrojáis a la mar todo esto? MENELAO Necesitamos una nave con sus remeros. TEOCLÍMENO ¿Y a qué distancia se ha de alejar de la tierra? MENELAO Apenas se han de ver desde la orilla las ondas que la cerquen. TEOCLÍMENO ¿Con qué objeto? ¿Quién instituyó entre los griegos esta costumbre? MENELAO Para que las ofrendas no sean rechazadas por las olas contra la costa. TEOCLÍMENO Pondré a vuestra disposición ligera nave fenicia. MENELAO Basta esto, y lo agradecerá Menelao. TEOCLÍMENO ¿Y puedes hacerlo sin el concurso de Helena? MENELAO Al contrario, ha de presidir la madre, la esposa o los hijos. TEOCLÍMENO ¿Ella, pues, según dices, ha de celebrar las exequias de su marido? MENELAO Piadosa obligación es para los justos no defraudar las legítimas esperanzas de los muertos. TEOCLÍMENO Así sea. Interésame que sea piadosa la compañera de mi lecho. Iré, pues, al palacio y enviaré las fúnebres galas; y cuando te vayas, no será con las manos vacías, si en algo estimo el favor que Helena me dispensa. Por haberme traído tan fausta nueva, recibirás, en vez de tus sórdidos harapos, un nuevo traje y abundantes provisiones, para que puedas volver a tu patria, ya que tu estado es tan miserable. Tú, ¡oh desventurada!, no te atormentes deplorando una desgracia irreparable. Se ha cumplido el destino de Menelao, y muerto ya, no puede resucitar. MENELAO (_a Helena_). Deber tuyo es, ¡oh joven!, amar a tu esposo mientras exista, y cuando muera no acordarte de él; paréceme lo mejor que puedes hacer ahora. Si llego con felicidad a la Grecia, lavaré tu antigua mancha, si, como espero, te comportas cual debes con tu marido. HELENA No lo dudes; no podrá quejarse, como tú mismo has de ver. Pero entra, ¡oh desventurado!, lávate y deja esos harapos. No tardaré en probarte mi bondad. Con más afición harás a mi querido Menelao sus exequias, si de nosotros consigues lo que mereces. (_Vanse los tres_). EL CORO _Estrofa 1.ª_[372] — La rústica madre de los dioses recorrió en otro tiempo con pies ligeros los agrestes bosques, y atravesó las corrientes de los ríos, y las ondas del mar que resuena gravemente buscando a su perdida hija, que no debemos nombrar,[373] mientras las báquicas campanillas se agitaban con ruido, y al carro de la diosa, tirado por fieras, acompañaban ágiles doncellas, en busca de la que fue arrebatada de los coros virginales, y Artemisa, armada de sus saetas, y Palas, de semblante adusto, empuñando la lanza. Pero Zeus, mirándolas desde el cielo... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... otra cosa decretaba. _Antístrofa 1.ª_ — Cuando después de vagar incesante descansó de sus trabajos la afligida madre y supo el pérfido rapto de su hija, tan difícil de hallar, recorrió las nevadas rocas de las ninfas del Ida, y se arrojó llorosa sobre los peñascos cubiertos de nieve; y como el arado no surcaba los campos, nada producían para los mortales, y el hambre azotaba a los pueblos; no brotaba lozana y abundante hierba, alegre pasto de los ganados; faltó el alimento a las ciudades, cesaron los sacrificios a los dioses, las ardientes libaciones no regaban las aras y de las húmedas fuentes no manaban límpidas aguas; anunciaba todo el dolor que sentía por la pérdida de su hija. _Estrofa 2.ª_ — Cuando los dioses y el linaje humano llegaron a carecer de su ordinario sustento, Zeus, para aplacar la ira funesta de la triste madre, dijo: «Andad, Gracias venerandas, id a desvanecer con vuestro canto la aflicción de Deméter, airada por el rapto de su hija, y vosotras, Musas, cantad himnos en vuestro coro». Afrodita, la más bella de los bienaventurados, tocó primero la resonante trompeta, y tomó el tambor, cubierto de piel, y sonrió la diosa, y cogió en sus manos la flauta de sonido grave, deleitándose con sus modulaciones. _Antístrofa 2.ª_ — (_A Helena_). Y te olvidaste, orgullosa, de celebrar en tu aposento tan santa fiesta, e incurriste en la cólera de la divina madre, ¡oh hija!, no sacrificando a los dioses. Mucho pueden, en verdad, las pieles de los manchados cervatillos, y las sagradas férulas, y las fuentes ceñidas de hiedra, y las ondulaciones que en el aire imprimen las campanillas dispuestas en círculo, y la cabellera desordenada de las bacantes, y las fiestas nocturnas de la diosa ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... Pero solo te envanecías con tu hermosura. HELENA (_que sale del palacio con Menelao, ya armado_). Todo va bien en el palacio, ¡oh amigas! La hija de Proteo, que favorece nuestro engaño, interrogada por su hermano acerca de la muerte de mi marido, que estaba presente, no lo ha descubierto; al contrario, dijo que había muerto y que ya no veía la luz. Muy importante es para mi esposo tan oportuno beneficio; lleva las armas, que debe lanzar al mar, y embrazando el escudo con siniestra mano, y empuñando con la diestra la lanza, se prepara a celebrar conmigo tan gratos funerales. No esquivará así la pelea, y triunfará de innumerables bárbaros cuando entremos en la nave, armada de numerosos remos. Ya dejó los vestidos de náufrago y se puso otros, y yo misma le ayudé a lavarse en agua de río, después de tanto tiempo. Pero debo callar, porque sale del palacio quien se lisonjea de celebrar conmigo en breve su himeneo; ruégote (_Al Coro_) que me pruebes tu afecto, y que cierres tus labios, si es posible, para que todos nos salvemos. TEOCLÍMENO Adelantaos en buen orden, servidores, a celebrar las marinas exequias, como ha dispuesto el extranjero. Tú, Helena, obedéceme, si no te desagrada mi consejo; quédate aquí; lo mismo honrarás a tu marido presente que ausente. Temo que tu aflicción y tristes recuerdos te trastornen lo bastante para que te precipites también a las olas del mar; aunque no asistas a esa ceremonia, lo llorarás, sin embargo, cuanto quieras. HELENA ¡Oh ínclito esposo mío!, necesario es que yo honre al primero que visitó mi lecho nupcial tan grande es mi amor a él, que quisiera morir también. Pero ¿de qué servirá? Déjame, pues, que vaya y que celebre sus exequias. Que los dioses te concedan lo que deseo, y a este extranjero que ahora nos ayuda.[374] Y en el palacio seré para ti tan buena esposa como anhelas, por los beneficios que a Menelao y a mí dispensas. Parece que la fortuna protege estos funerales; pero manda que nos entreguen la nave en que hemos de llevarlo todo, para que el favor sea completo. TEOCLÍMENO (_a uno de sus servidores_). Ve tú y dales una nave sidónica de cincuenta remos, con los necesarios remeros. HELENA ¿Pero no manejará el timón el que ha dispuesto los funerales? TEOCLÍMENO Sin duda, y lo obedecerán mis marineros. HELENA Repite, pues, tus órdenes con toda claridad. TEOCLÍMENO Lo mandaré dos y hasta tres veces, si quieres. HELENA Que seas feliz y que el mejor éxito corone mis proyectos. TEOCLÍMENO No llores demasiado, que marchitarás tu belleza. HELENA Hoy sabrás hasta dónde llega mi gratitud. TEOCLÍMENO Vano trabajo nos tomamos por los muertos. HELENA Aquí y allí hay algunos a quienes aludo. TEOCLÍMENO En mí tendrás un esposo en nada inferior a Menelao. HELENA Exento estás de culpa; solo falta que me proteja la fortuna. TEOCLÍMENO De ti dependo, si me amas. HELENA Hace ya tiempo que aprendí a estimar a los amigos. TEOCLÍMENO ¿Quieres, acaso, que yo te acompañe y gobierne la nave? HELENA No, rey, que no has de servir a tus esclavos. TEOCLÍMENO Ea, pues, olvidemos ya los ritos de los hijos de Pélope; puro está nuestro palacio, pues Menelao no expiró en él. Anuncíese a mis sátrapas que me traigan presentes nupciales; conviene que en todo mi reino resuenen faustos epitalamios por mi himeneo con Helena, y que celebre mi dicha. Vete, extranjero, y cuando abandonares en los brazos de la mar al primer esposo de esta, vuelve pronto a mi palacio con Helena para solemnizar mis bodas, ya regreses luego a tu patria, ya prefieras quedarte con nosotros y ser feliz. (_Retírase_). MENELAO ¡Oh Zeus!, llamado padre y dios sabio, míranos y líbranos de nuestros males, y ayúdanos diligente, ya que hasta ahora arrastro penosa cadena de males. Basta que nos toque tu dedo, y alcanzaremos la dicha que deseamos. Innumerables trabajos hemos sufrido ya. Muchas veces, ¡oh dioses!, os he invocado en vano para que os compadezcáis de mis miserias; no siempre he de ser desdichado; concededme al fin próspera fortuna. Acceded ahora a mis ruegos, y seré después feliz. (_Vase con Helena_). EL CORO _Estrofa 1.ª_ — Veloz nave fenicia de Sidón, que cortas las ondas mugidoras,[375] amada de los remeros, y precedes danzando a los graciosos coros de los delfines, cuando los vientos no agitan las olas; que Galanea,[376] la azulada hija del Ponto, diga así: «Tended las velas a las marinas brisas, y empuñad los remos de abeto, ¡oh marineros!, y llevad a Helena a los puertos de Perseo».[377] _Antístrofa 1.ª_ — (_A Helena_). Cerca de la corriente del río[378] hallarás a las doncellas Leucípides,[379] o ante el templo de Atenea, mezclándote al fin, aunque tarde, en los coros o en las fiestas nocturnas de Jacinto,[380] muerto a manos de Apolo cuando intentó llegar a la meta con el disco, origen de las fiestas anuales que fundó entonces en la Laconia el hijo de Zeus. Y casarás a la tierna doncella[381] que dejaste en su casa ... pues todavía no han lucido en su honor las antorchas. _Estrofa 2.ª_ — ¡Ojalá que aladas cortáramos los aires, formando escuadrón como las aves líbicas,[382] cuando emigran huyendo del invierno, obedientes a la voz de su capitán, resonando a su paso por los campos áridos y los llenos de frutos! ¡Oh aves de largo cuello, que rivalizáis con las nubes, llegad hasta las Pléyades y el nocturno Orión, y anunciad, deteniéndoos en la orilla del Eurotas, que Menelao, después de tomar a la ciudad de Dárdano, volverá a su patria! _Antístrofa 2.ª_ — Surcando el aire de vuestro carro, venid al fin, hijas de Tindáreo, que habitáis en el cielo bajo los torbellinos de los brillantes astros, y velad por Helena en el mar azulado, y en sus olas espumosas y cerúleas, enviando desde vuestra morada vientos propicios a los navegantes; no consentid que llene a vuestra hermana de ignominia su bárbaro himeneo, resultado de la contienda del Ida, causa para ella de graves penas, aunque nunca haya pisado las torres febeas[383] del Ilión. EL MENSAJERO ¡Oh rey!, muy oportunamente te encuentro en tu palacio; pronto oirás males inesperados. TEOCLÍMENO ¿Qué hay? EL MENSAJERO Busca otra mujer, que Helena desapareció ya de aquí. TEOCLÍMENO ¿Volando, u hollando la tierra? EL MENSAJERO Menelao, el mismo que se presentó a anunciarte su propia muerte, se la llevó en la nave. TEOCLÍMENO ¿Qué prodigio cuentas? ¿Pero cúyo era el bajel en que huyeron? Increíble es lo que dices. EL MENSAJERO El mismo que cediste al extranjero. En una palabra, se escapó con tus marinos. TEOCLÍMENO ¿Cómo? Deseo saberlo. No puedo creer que uno solo haya vencido a tantos como te acompañaban. EL MENSAJERO Después que la hija de Zeus se encaminó desde este palacio a la orilla del mar, astuta, andaba con molicie, y gemía al lado de su esposo, no en verdad muerto. Cuando llegamos a la cerca en que se guardan tus naves, sacamos a la mar un bello buque sidonio, que contaba cincuenta remos con sus bancos. Todos trabajaban a porfía: uno preparaba el mástil, otro ponía el remo al alcance de su mano, estos desataban las blancas velas, aquellos soltaban las riendas del timón. Mientras nos afanábamos así, ciertos griegos, compañeros de viaje de Menelao, que nos esperaban, se acercaron a la orilla, vestidos como náufragos y de escuálido aspecto, al menos en la apariencia. Cuando los vio el hijo de Atreo, les habló así, fingiendo dolor engañoso: «¡Oh desdichados!, ¿en qué lancha os salvasteis? ¿Qué nave griega os trajo? ¿Queréis acompañarnos a celebrar los funerales del difunto Atrida, al cual, aunque ausente, tributa los últimos honores la hija de Tindáreo, que aquí veis?». Ellos, derramando falsas lágrimas, entraron en la nave, ofreciendo a Menelao las libaciones que él mismo hacía a la mar. Mas nosotros empezábamos ya a desconfiar y hablábamos unos con otros, viendo la multitud que llenaba el buque, y callábamos, sin embargo, obedientes a tus órdenes insensatas, pues habías mandado que el extranjero manejase el timón. Ya todo estaba pronto, no con mucho trabajo, y solo faltaba que el toro salvase el tablado por donde se entraba en la nave; mugía, revolviendo los ojos a todas partes, y bajaba la cabeza y nos miraba, sin permitir que nos acercásemos. Entonces exclamó el marido de Helena: «Vosotros los que derribasteis a Troya, ¿no cargaréis al toro en vuestros hombros, como los griegos acostumbran, y lo arrojaréis a la proa, y mi cuchilla, ya pronta, herirá la víctima, que se ha de inmolar al muerto?». Ellos, dóciles a su mandato, se apoderaron de él y lo llevaron a las tablas de la nave, y Menelao, acariciando su cuello y su frente, sujeta con un solo nudo, lo hizo entrar en ella. Al fin, después que todo estuvo preparado, subió Helena las escalas con sus pies bellos, y tomó asiento en medio de la nave, y junto a ella Menelao, el que se decía difunto. Los griegos, sin separarse unos de otros, formando grupos iguales a la derecha y a la izquierda de ambos, sentáronse también, ocultando sus espadas bajo los vestidos. Al oír la voz del capitán de los remeros, resonaron en la mar nuestros clamores. Cuando estábamos a cierta distancia de la tierra, el piloto que regía el timón hizo esta pregunta: «¿Navegamos más allá, ¡oh extranjero!, o nos quedamos aquí, ya que tú eres nuestro capitán?». Él dijo «Basta», y empuñando la espada en la diestra se encamino a la proa a degollar al toro, aunque sin hacer mención del muerto, y al cortar su cuello, se expresó así: «¡Oh marino Poseidón, que habitas en el salado piélago, y castas hijas de Nereo, de aquí llevadme en salvo, con mi esposa, hasta la costa Nauplia!». Ya la sangre saltaba a borbotones a la mar, feliz presagio de la navegación del extranjero. Alguno exclamó entonces: «Nos engaña, marineros, retrocedamos; tú ordena la maniobra, y tú da vuelta al timón». Pero el hijo de Atreo, así que mató al toro, derecho, en medio de sus compañeros, los exhortó con estas palabras: «¿Por qué titubeáis, ¡oh flor de la Grecia!, en degollar y matar a estos bárbaros y en arrojarlos a la mar?». Tu prefecto entonces, por la otra parte, arengó de esta suerte a los marineros: «¿No habrá quien empuñe un trozo de lanza, quien rompa un banco, ni quien arranque un remo para resistir, como nos sea posible, a estos extranjeros?». Y todos se levantaron, unos con remos y otros con espadas. La sangre corrió por el navío. Helena animaba así a los suyos desde la popa: «¿Qué se hizo de la gloria que ganasteis en Troya? Probad vuestro esfuerzo contra estos bárbaros». Caían unos, que se precipitaban demasiado, otros se levantaban y otros yacían sin vida. Pero Menelao, bien armado, observaba cuándo cedían sus compañeros, y acudía allí, esgrimiendo sus armas hasta echarnos del buque y quitar los remos a tus marineros. Después, apoderándose del timón, dirigió el rumbo hacia la Grecia. Levantaron el mástil, soplaron vientos favorables, y se alejaron de la costa. Yo, por evitar la muerte, me tiré al mar junto al áncora, y me echaron una cuerda desde la orilla, que me salvó, y llegué a tierra para anunciarte lo ocurrido. Nada es tan útil a los hombres como una prudente desconfianza. EL CORO Nunca hubiese creído, ¡oh rey!, que Menelao en persona te engañase a ti y a nosotros, como lo ha hecho. TEOCLÍMENO ¡Desventurado de mí, víctima de artificios mujeriles! Desvaneciéronse mis bodas. Si pudiese salir en persecución de la nave y apoderarme de ella, me consolaría, vengándome pronto de los extranjeros; ahora castigaré a mi hermana, que me ha vendido, y que, viendo a Menelao en mi palacio, no me lo dijo. No volverá a engañar a nadie con sus vaticinios. EL CORO ¿Adónde te diriges, señor? ¿Vas a derramar sangre? TEOCLÍMENO Adonde me lleva la justicia. Pero no me lo impidas. EL CORO No soltaré tu vestido: te precipitas en vasto abismo de males. TEOCLÍMENO ¿Y mandarás a tu señor, siendo su esclavo? EL CORO Bien sé lo que digo. TEOCLÍMENO No lo creeré, si no me dejas... EL CORO Al contrario, no te dejaremos... TEOCLÍMENO Matar a mi hermana, malvada si las hay... EL CORO Te equivocas; es la más piadosa. TEOCLÍMENO Que me vendió... EL CORO Traición honrosa en verdad, para que no fueses injusto. TEOCLÍMENO Entregando mi esposa a otro... EL CORO Que tiene más derecho a ella. TEOCLÍMENO ¿Quién es dueño de lo mío? EL CORO El que la recibió de su padre. TEOCLÍMENO Pero la fortuna me la dio. EL CORO Y el destino te la quitó. TEOCLÍMENO Tú no eres juez de mis asuntos. EL CORO Sin duda, si son más sensatas mis palabras. TEOCLÍMENO Luego servimos, no mandamos. EL CORO Para ser piadoso, no para cometer injusticias. TEOCLÍMENO Paréceme que deseas la muerte. EL CORO Mata. No consentiré que sacrifiques a tu hermana. Aquí me tienes. Nada glorifica tanto a nobles esclavos como morir por sus dueños. LOS DIOSCUROS Refrena, ¡oh Teoclímeno!, rey de este país, la ira que te extravía; somos los gemelos Dioscuros, hijos de Leda y hermanos de Helena, que huyó de tu palacio. Te enfureces al verte obligado a renunciar a un himeneo que no aprobaba el destino; ni Teónoe, tu hermana, la doncella que nació de la diosa nereida, te hizo injuria; adora a los dioses y obedece los justos mandatos de tu padre. Hasta ahora debía Helena residir en tu palacio; pero arruinada Troya y desvaneciéndose su imagen, obra de Hera, ha de unirse otra vez a su primer esposo, y volver a su palacio y habitar en su compañía. Aleja, pues, de tu hermana la negra espada, y no dudes que su conducta ha sido prudente. Ya ha mucho tiempo que protegemos a Helena, desde que Zeus nos hizo dioses; pero cedimos al destino y a las deidades autoras de estos sucesos. Tales son las palabras que te dirigimos. Tú, ¡oh hermana!, navega con tu marido; soplará viento favorable, velarán por ti tus hermanos gemelos y, cabalgando a tu lado en los mares, te llevaremos a tu patria. Y cuando llegues al término de la vida y fallezcas, te llamarán diosa y, con los hijos de Zeus, participarás de los sacrificios: así lo quiere Zeus. Y el lugar en donde te depositó el hijo de Maya, cuando te robó de Esparta, dejando las mansiones celestiales, para que no te llevase Paris, isla que como baluarte se extiende junto al Ática, se llamará Helena en adelante por los hombres,[384] porque te hospedó después de tu rapto. Fatalmente han ordenado también los dioses que Menelao, que tanto ha peregrinado, habitará en las islas Afortunadas. Los dioses no odian a los nobles, y reservan los trabajos para los hombres vulgares, que son innumerables.[385] TEOCLÍMENO ¡Oh hijos de Leda y de Zeus!; reprimo mi rabia al verme sin vuestra hermana, y no mataré ya a la mía. Que vaya, pues, a su patria, si así place a los dioses. Pero sabed vosotros, unidos a ella por un lazo común de parentesco, que es la mejor y la más casta. Adiós, pues, que noble es su corazón, prenda rara en muchas mujeres. EL CORO Varia es la forma sensible con que los dioses nos revelan su voluntad, y muchas veces es contraria a lo que esperábamos; y lo que aguardábamos no sucede, y Dios, sin tener en cuenta nuestros cálculos, resuelve lo que le parece. Así ha sucedido ahora.[386] FIN DEL TOMO SEGUNDO ÍNDICE Páginas. Las Troyanas 5 Heracles furioso 67 Electra 139 Ifigenia en Áulide 211 Ifigenia en Táuride 287 Helena 357 NOTAS [1] El mar Egeo, hoy el Archipiélago, es un golfo del Mediterráneo entre la costa oriental de la península griega, la occidental del Asia Menor, la Tracia y la isla de Creta. Llamose así por haberse precipitado en sus aguas Egeo, padre de Teseo. [2] Las cincuenta hijas de Doris y del dios marino Nereo. [3] Poseidón y Apolo conspiraron contra Zeus, y en castigo fueron expulsados del Olimpo, y trabajaron ambos en la construcción de las murallas de Troya, reinando en ella Laomedonte. [4] Epeo, hijo de Panopeo, construyó el caballo de madera que los griegos introdujeron en Troya, y fundó después a Metaponto. Odiseo, en la _Odisea_, VIII, ν. 492, dice así: «Prosigue, pues, y canta el caballo de madera, obra de Epeo y de Atenea, lleno de enemigos, que el divino Odiseo llevó astutamente al alcázar troyano». [5] El texto griego dice δούρειος ἵππος. Sin embargo, aunque δούρειος parezca derivado de δόρο, lanza, en su significación figurada quiere decir bélico o guerrero, puesto que, según leemos en Hesiquio, el caballo de la ciudadela de Atenea se llamaba también δούρειος ἵππος, aunque era de bronce. [6] Murió a manos de Pirro o Neoptólemo, hijo de Aquiles. Este Zeus Herceo era uno de los penates que se adoraban dentro de las casas, si creemos lo que dice Festo: _Hercius Jupiter intra consemptum domus cujusque colebatur, quem etiam deum penetralem appellabant_. Pirro lo mató al pie del ara por vengar a su padre Aquiles, que cayó herido al pie del altar de Apolo Timbreo. [7] Hera y Atenea fueron enemigas encarnizadas de los frigios, por vengarse de Paris cuando en su célebre juicio adjudicó a Afrodita la manzana de la Discordia. [8] Río famoso de la Frigia, que nacía en el monte Ida. Sus fuentes eran dos, una termal y otra fría; desaguaba en el Simois, y juntos desembocaban en el mar Egeo, cerca del promontorio de Sigeo. [9] Acamante y Demofonte. (V. _Los Heráclidas_, de Eurípides). [10] Casandra, hija de Príamo y de Hécuba. Apolo fue su enamorado, y le concedió el don de profetizar en premio de sus favores; pero negándose ella a complacerlo, y no pudiendo el dios retractar su promesa, se vengó desacreditándola y haciendo que nadie creyese lo que decía. Ordinariamente tal ha sido la suerte de los profetas. [11] Casandra se había refugiado en el templo de Palas cuando los griegos tomaron a Troya, acogiéndose a su altar; pero Áyax, el hijo de Oileo, la arrastró por los cabellos, haciéndole sufrir los más indignos ultrajes, sin respetar a la diosa ni su templo. Virgilio, en su _Eneida_, II, 403, dice así: _Ecce trahebatur passis Priameia virgo_ _Crinibus a tempto Cassandra adytisque Minervæ._ [12] Eubea, hoy Negroponte, isla grande del mar Egeo, frente al Ática, la Beocia, la Lócrida y el país de los melieos, desde el cabo Sunio hasta la Tesalia. [13] Miconos, Delos, Esciros son islas del mar Egeo. El promontorio Cafereo estaba situado en la costa SE de la Eubea. [14] Hijo de Tindáreo y de Leda, uno de los Dioscuros. Higino, en la fábula 77, dice así: _Jupiter Lædam Thestii filiam, in cignum conversus, ad flumen Eurotam compressit, et ex eo peperit Pollucem et Helenam, ex Tyndareo autem Castorem et Clytemnestram_. [15] El Eurotas, ό βασιλιπόταμος, río de la Laconia, que corre hacia el mediodía. Ovidio dice de él, lib. II, _Amor_, eleg. 17: _Frigidus Eurotas populiferque Padus._ [16] Los reyes y nobles cautivos se cortaban el cabello. Ovidio, _Amor_, I, 14, 15, dice así: _Nunc tibi captivos mittet Germania crines:_ _Culta triumphatæ munere gentis eris._ Claud. in Eutrop., I, 385, se expresa de esta suerte: _Militet ac nostris detonsis Sicambria signis._ Sidonio Apol., Epist. VIII, 9, dice también: _Et sic crinibus ad cutem recisis_ _Decrescit caput, additurque cultus._ _Hic tonso occipite senex Sicamber,_ _Postquam victus es, elictis retrorsum_ _Cervicem ad veterem novos capillos._ [17] De la Ftía, ciudad de la Ftiótide, junto al golfo Maliaco y el río Apídano, patria de Aquiles. Ovidio, lib. 13, _Metamorf._, dice así: _Quis locus Ajaci? Phthiam hæc, Scyrumve ferantur!_ [18] Las esclavas ancianas que ya no servían para trabajos más duros, cuidaban de los niños de sus dueños o servían de porteras. [19] Las esclavas jóvenes solían traer agua de las fuentes o de los ríos, y ordinariamente dormían con sus dueños. [20] Persio la llama _fons caballinus_. Nacía en el Acrocorinto o ciudadela de Corinto, y sus aguas eran suavísimas. Estacio, lib. I, _Silv. Carm._, 4, dice así: _Excludat Pimplæa sitim, nec conscia detur Pirene._ [21] Peneo, río de la Tesalia, que nacía en el Pindo, y por el valle de Tempe desaguaba en el golfo Pagásico. Ovidio, en su _Metamorf._, lib. IV, dice así: _Vocant Tempe, per quæ Peneus ab imo_ _Effusus Pindo._ Virgilio, en el lib. IV, _Georg._: _Pastor Aristæus fugiens Peneia Tempe._ [22] La región contigua al Etna. [23] Nombre de un monte y de un río del Peloponeso, que nace en él, y atravesando la Acaya, desemboca en el golfo de Corinto, cerca de Egas. Hay otro en la Calabria, que nace en los Abruzos y desemboca en el golfo de Tarento, famoso por las virtudes medicinales de sus aguas. El poeta alude a este, porque antes habla del Etna. [24] Llamábase Dóride un reducido territorio, cuna de los dorios, entre la Fócida, la Lócrida y la Tesalia. Los dorios, siempre en constante lucha con los demás pueblos helénicos, y distintos de ellos por su dialecto, costumbres y gobierno, conquistaron después el Peloponeso, en donde reinaba Menelao. Aludiendo a este último y a su reino, dice Hécuba que ya ella es esclava de la Dóride. [25] Clitemnestra, hermana de Helena y esposa de Agamenón. Fue hija de Tindáreo y de Leda, reyes de Esparta. [26] Porque no solo era profetisa, sino sacerdotisa de Apolo. [27] Como Políxena ha sido sacrificada en el túmulo de Aquiles, y Taltibio se compadece de Hécuba, no quiere aumentar su aflicción, y usa, sin faltar a la verdad, de palabras ambiguas, guardándose de responderle directa y categóricamente. [28] Andrómaca, esposa de Héctor, era hija de Eetión, rey de Cilicia. [29] Feliz y eminentemente trágica es esta invención de Eurípides, y quizá el único complemento que faltaba a tan sombrío cuadro. Cuando todas las esclavas lloran su triste suerte porque de libres se hacen esclavas, y abandonan su patria destruida, en donde dejan tantos restos queridos, se presenta delirante la fatídica Casandra y entona su lúgubre profecía, en horrible consonancia con las demás partes del cuadro. Aconsejamos al lector que, así al leer esta como las demás tragedias de Eurípides, se esfuerce en figurarse, no que él lee, sino que asiste a su representación. Nos dará las gracias, y formará de su mérito más acertado juicio. [30] (V. el _Agamenón_, de Esquilo.) Casandra alude aquí al hacha con que la matará después Clitemnestra, la esposa de Agamenón, a la muerte de este, de Egisto y de su esposa por Orestes y Electra. [31] El sacrificio de Ifigenia en Áulide, hija de Agamenón y Clitemnestra. [32] En todo este discurso de Casandra reina cierta filosofía práctica y tan sabia experiencia, tan atinado y sensato juicio, que, en nuestro concepto, es de gran mérito literario. [33] La famosa Penélope, madre de Telémaco y esposa de Odiseo. [34] El _Siculum fretum_ o estrecho de Mesina. Caribdis, según la fábula, fue una mujer siciliana que robó los bueyes de Heracles, y en castigo fue transformada por los rayos de Zeus en un abismo horroroso en la costa NE de Sicilia, al SE de Scilla, situada en la costa meridional de Italia. [35] Polifemo, antropófago y famoso cíclope, hijo de Poseidón y de la ninfa Toosa, rico en ganados, que habitaba en la Sicilia en una cueva inmediata al mar. Cuando Odiseo arribó a su país estuvo a punto de ser devorado con todos sus compañeros, y solo se salvó embriagándolo y cegando su único ojo con una estaca puntiaguda. (V. _El Cíclope_, de Eurípides). [36] Circe, célebre mágica, hija del Sol y de la ninfa Perseis, que habitaba en la isla de Eea, en Italia, al pie del promontorio de Circe. Transformó en cerdos a los compañeros de Odiseo y lo retuvo mucho tiempo a su lado, inspirándole un amor vehemente. Tuvo de ella un hijo llamado Telégono. [37] El loto, que crecía en el país de los lotófagos, antiguo pueblo del África occidental, al parecer hacia Trípoli. Los extranjeros que lo comían se olvidaban para siempre de su patria. Se cree que el loto era una especie de azufaifa. [38] Estos bueyes del Sol, que debían ser sagrados e inviolables para los mortales, fueron devorados por los compañeros de Odiseo durante su sueño, a pesar de la expresa prohibición que tenían de hacerlo. Sus restos, después de asados, se arrastraban por la ribera y daban horribles mugidos. Zeus los castigó suscitándoles en la mar una furiosa tempestad. (V. el cap. XII de la _Odisea_). [39] Este tinte melancólico que se refleja en las palabras de Hécuba y que aquí parece originado de su aflictiva situación, reina también en la poesía épica griega, cuyos héroes más famosos, como Aquiles, mueren en la flor de sus años, y en la poesía dramática, en la cual el destino envuelve en sus sombríos decretos a los héroes y heroínas más famosos. Hasta en la estatuaria griega se observa, y en sus obras más célebres se nota sin esfuerzo, contribuyendo a llenar el alma de dulce melancolía. [40] Dardania, de Dárdano, hijo de Zeus y de Electra, hija de Atlas, natural de Samotracia, desde donde pasó a la Teucria, a orillas del Escamandro, poseyendo después todo este territorio y dándole su nombre. [41] Llamose Pérgamo al alcázar de Troya, en el monte Ida, y a las altísimas murallas que circundaban a aquella ciudad. Virgilio, _Eneid._, III, dice así: _Pergama, reliquias Danaum atque immitis Achillei._ Marcial, en el lib. XIV, epigram. 51, se expresa así: _Pergamus has misit, curvo destringere ferro._ [42] Parte de los despojos enemigos se llevaban a los templos de los dioses, así entre los griegos como entre los romanos, _ad perpetuam rei memoriam_, y para animar a los ciudadanos a imitar a los vencedores. Virgilio, _Eneid._, VII, 183, dice así: _Multaque præterea sacris in postibus arma,_ _Captivi pendent currus, curvæque secures,_ _Et cristæ capitum et portarum ingentia claustra,_ _Spiculaque, clipeique, ereptaque rostra carini._ [43] El poeta alude al sueño funesto de Hécuba cuando llevaba a Paris en sus entrañas, a la respuesta del oráculo aconsejando a Príamo que lo matase al nacer, y a la ternura de su madre, que por desgracia le salvó la vida encomendándolo a los pastores del Ida. Este himeneo es el de Paris y Helena. [44] He aquí la diferencia capital que separa a la religión gentílica de la cristiana. Entre ellos la vida era todo, la muerte nada; y entre nosotros, al contrario, la vida es solo breve peregrinación, y la verdadera vida comienza en el sepulcro. Esta sola idea fundamental abre un inmenso abismo entre la antigüedad y la historia cristiana, y caracteriza profunda e indeleblemente a las letras de los idólatras y de los cristianos. [45] Andrómaca parece una buena esposa, aunque ni la ocasión es muy oportuna para vanagloriarse con sus virtudes, ni sientan bien en sus labios tales alabanzas. [46] Lo contrario sucede con más frecuencia. [47] Acerca de estas palabras de Hécuba solo debemos observar que en vez de dar al auditorio la excusa de que nunca ha visto nave alguna, para hacer la comparación que subsigue, impropia, sin duda, de su aflictiva situación, podía haber suprimido sin obstáculo el exordio y el símil que le sigue. Tampoco se comprende que diga más abajo ἄφθογγός εἰμι, muda estoy, habiendo hablado tanto. En todo caso sería de cansancio, no de horror. [48] Séneca, _Troades_, 791, dice así: _... Quid meos retinet sinus_ _Manusque matris?, cassa præsidia ocupas:_ _Fremitu leonis qualis audito tener_ _Timidum juvencus applicat matri latus._ Ahora, como casi siempre, vale más el original que el imitador. [49] Telamón, hijo de Éaco, rey de Egina, y hermano de Peleo. Huyó de su patria por haber matado a su hermano primogénito con el disco, y se refugió en Salamina, casándose con la hija de su rey Cicreo. Acompañó a Heracles a la conquista de Troya, y en premio le dio aquel héroe a Hesíone por esposa. Fue padre de Áyax y de Teucro. [50] Salamina era una isla del mar Egeo, en el golfo Sarónico, a cuatro kilómetros del Ática, famosa por la batalla que ganó Temístocles a los persas. [51] Esta oliva, que se veneró mucho tiempo en Atenas, fue la que hizo brotar Atenea en su disputa con Poseidón, que a su vez creó el caballo de un golpe de su tridente. [52] Laomedonte, rey de Troya, prometió a Heracles doce de sus mejores caballos si libraba a su hija Hesíone de un monstruo marino que Poseidón había suscitado contra Troya en venganza de la mala fe de su rey, pues este había pactado con él y con Apolo que les daría cierto salario si edificaban las murallas de Troya, y faltó después a su promesa villanamente. Heracles, en efecto, libró a Hesíone de la muerte; pero Laomedonte tampoco cumplió su palabra. El hijo de Alcmena tomó entonces a Troya y mató a Laomedonte y a todos sus hijos, excepto a Príamo, a quien colocó en el trono. [53] Estos caballos, tan codiciados de Heracles, fueron presente de Zeus para consolar a Laomedonte de la pérdida de Ganimedes, a quien Zeus robó transformado en águila para que sirviese de copero en el Olimpo en lugar de Hebe. [54] Este amante de la Aurora era Titono, hijo de Laomedonte, de extraordinaria belleza, y padre de Memnón el egipcio y de Ematión. Su amada obtuvo de Zeus que le concediese la inmortalidad; pero habiéndosele olvidado pedir también para él juventud perpetua, llegó a ser tan viejo que la Aurora lo convirtió en cigarra, sin duda porque esta la saluda al aparecer en el horizonte. [55] El filósofo es el que habla, no Hécuba. Sin duda estas palabras aluden al sistema astronómico de los torbellinos, que se arrastran unos a otros, y a la doctrina de Anaxágoras, su maestro, que enseñaba la existencia de un ser supremo, ya se le llamase Zeus, ya se le diese otro cualquier nombre. Eurípides no se contenta con poner en boca de Hécuba esta invocación insólita, y por si pasa desapercibida, le pregunta a continuación Menelao cuál es la causa de dirigir a los dioses preces inauditas, sin duda para llamar la atención hacia ellas. Por lo demás, calificar la existencia de Zeus, del _pater hominum atque deorum_, de pura invención humana es una verdadera impiedad, supuestas aquellas creencias. [56] Hécuba, cuando llevaba a Paris en sus entrañas, soñó que daba a luz una antorcha encendida que devoraba su palacio. [57] Paris o Alejandro, después que fue reconocido como hijo de Príamo, fue de embajador a Esparta, en donde reinaba Menelao, casado ya con Helena, a pedir su tía Hesíone, robada, como hemos dicho antes, por Heracles, que la dio en premio de su ayuda a Telamón. Menelao se ausentó entonces, dejándolos solos, y se embarcó para Creta a recoger la herencia de Creteo, su abuelo materno, rey de aquella isla. [58] Uno de los hijos de Príamo. [59] Amiclas, llamada también Táigete, ciudad del Peloponeso, próxima a Esparta, al pie del Taigeto, célebre por haber nacido en ella Cástor y Pólux, y por sus excelentes perros. Virgilio en el lib. III, _Georg._, dice así: _Armaque Amycleumque canem, Cressamque pharetram._ [60] Afrodita se llama en griego Ἀφροδίτη, y la locura, la falta de prudencia, ἀφροσύνης. Se ve fácilmente que es la misma la raíz de ambas voces. [61] Eurípides, como hace nuestro Calderón con Semíramis y otros personajes antiquísimos, habla de ellos y de sus pueblos como si fuesen de su tiempo; y así como Troya simboliza el lujo y la molicie asiática, así también supone que la Esparta de Menelao era igual a la de su época; esto es, pobre y poco amante de placeres. [62] Ambos fueron hermanos de Helena y famosos luchadores y marinos. Como Pólux solo era inmortal, porque su padre fue Zeus, y Tindáreo el de su hermano, rogó a su padre que concediese la inmortalidad a Cástor o se la quitase a él, y Zeus le otorgó que viviese uno de ellos mientras el otro habitaba en los infiernos. Por eso dice Virgilio: _Si fratrem, Pollux alterna morte redemit_ _Itque reditque viam toties._ Al fin fueron convertidos en astros, y forman el signo de Géminis. [63] Porque entre los bárbaros, no entre los griegos, los reyes y grandes personajes eran adorados a la usanza oriental. [64] El texto griego dice terminantemente: τί δ᾽ ἔστι; μεῖζον βρῖθος ἢ πάροιθ᾽ ἔχει; Su verdadera traducción es, pues, la nuestra, por más que nos haga reír y nos parezca más propia de comedia que de tragedia. Lo ridículo no tanto es aquí lo que dice Menelao, que sospecha si Helena estará encinta, cuanto su sorpresa y el susto que lleva. [65] M. Artaud, II, pág. 143, cita muy oportunamente estas palabras de Pomponio Mela: «El monte Ida, al salir el sol, ofrece aspecto muy diferente del que tiene en otras horas: cuando se mira desde su cumbre hacia la madrugada, se observan ciertas llamas que se cruzan y desaparecen; y a medida que viene el día, parece que se acercan y confunden.» Lo mismo sucedía en el Olimpo, y de aquí, sin duda, que supusieran los paganos que uno y otro eran residencia de los dioses. Hoy se explica esto por las auroras boreales. [66] Porque los frigios celebraban en los plenilunios alegres fiestas. [67] Todavía existen restos de estas construcciones ciclópeas. (Véase a Batissier, _Histoire de l’art monumental_). [68] El coro habla del istmo de Corinto. [69] Los espejos de los antiguos eran circulares, con mango, o cuadrados como los nuestros, aunque jamás los fijasen en ningún otro mueble. En un principio se hacían de metal blanco formado de una aligación de cobre y estaño (Plinio, _Η. N._, XXXIII, 45) y después de plata. Se pulimentaba su superficie, y se conservaba este pulimento con polvos de piedra pómez, que se pasaban por él por medio de una esponja atada al marco con un pequeño cordón. [70] Hubo varias ciudades llamadas así en la Tróade, en Macedonia, en la Misia y en la Laconia, a orillas del Eurotas. Eurípides habla de esta última. [71] El templo de Atenea Calcieco. [72] Acasto, hijo de Pelias y de Anaxibia, fue rey de Yolco, en donde se refugió Peleo huyendo de la venganza de los parientes de su suegro, a quien mató involuntariamente en la caza del jabalí de Calidón. Enamorose de él la mujer de Acasto, y enfurecida de su castidad, engañó a su esposo como la mujer de Putifar, haciéndole creer que había intentado violarla. Acasto desterró de su reino a Peleo, y cargándolo de cadenas, lo dejó abandonado en los montes. Tal es la versión de los mitólogos. Sin embargo, o este mito no es bien conocido, o la tradición a que alude Eurípides diverge de aquel. En efecto, cuando Aquiles había muerto y su hijo Neoptólemo era hombre, puesto que se trata de una época posterior al sitio de Troya, cuando Neoptólemo se había desposado con Andrómaca, no debía estar Peleo, ya viejo, en disposición de inspirar a las mujeres pasiones tan violentas. [73] Como trofeo de Aquiles, padre de Neoptólemo. [74] La mayor ignominia que se podía sufrir entre griegos y romanos, era la de quedar insepulto. Así nos lo dice Vegecio, y así es de presumir, no solo por lo que Homero nos cuenta al principio de _La Ilíada_, en donde mira como una de las mayores desdichas de los aqueos la de no ser sepultados a causa de la peste, sino también por el cuidado que muestran los trágicos, así Esquilo como Sófocles y Eurípides, de no omitir nunca esta importantísima o imprescindible ceremonia. Cuando amenazaba algún naufragio, los que poseían riquezas solían atárselas a la cintura con una inscripción en que manifestaban su voluntad de cederlas al que los encontrase, siempre que enterraran su cadáver. Entre los cristianos, a pesar de recomendarse como obra de misericordia el enterrar los muertos, no se le da esa importancia, y los héroes de nuestros teatros mueren, y después el poeta se guarda bien de decir si son o no sepultados, lo cual nunca omitían los griegos. En nuestro concepto esta diferencia proviene de que para nosotros el cuerpo es polvo vil y despreciable, y el alma, inmortal, riquísimo oro de Ofir. Todo cambia en este mundo, y especialmente las costumbres que se fundan en determinadas creencias, pues faltando o variando estas, faltan o varían aquellas. [75] El buen sentido de Eurípides le hace pensar en este punto como piensan los cristianos más cuerdos, y es muy de extrañar en un pagano. Y sin embargo, podría pasar entre ellos, que no tenían de la otra vida la idea que nosotros, careciendo de las luces de la revelación; pero es inconcebible que los que preconizan las excelencias de la caridad, mirándola como una de las principales virtudes, gasten en suntuosos funerales lo que bastaría para hacer la felicidad de muchas familias desgraciadas y virtuosas. [76] Llama Cronio a Zeus, porque fue hijo de Cronos y de Rea. [77] Estas palabras se dirigen a Príamo. [78] La conclusión de esta tragedia con el incendio de Troya y su ruina, nos prueba que el arte escénico llegó entre los griegos a grande altura, o, por lo menos, que no se escaseaban los gastos en este género de espectáculos, puesto que como las tragedias se representaban de día y al aire libre, no podía haber entre ellos las imitaciones que entre nosotros, y era preciso hacer todo esto a lo vivo, o lo que es lo mismo, pegar fuego a la ciudad entera, que debía verse en lontananza. [79] Anfitrión, rey de Tirinto, en la Argólida, hijo de Alceo, nieto de Perseo y esposo de Alcmena, hija de Electrión, rey de Micenas. Habiendo matado a su suegro en una disputa, huyó a Tebas, y mandó los ejércitos tebanos en diversas expediciones militares, que le hicieron célebre, si bien favorecieron los proyectos amorosos de Zeus, pues este, tomando su forma, visitó varias veces el lecho de su esposa. Alcmena dio a luz dos hijos: Heracles, que lo era de Zeus, e Ificles, de Anfitrión. [80] De este Alceo, rey de Tirinto, tomó Heracles el nombre de Alcides. [81] Perseo, hijo de Dánae y de Zeus, que, transformado en lluvia de oro, penetró en su palacio y la sedujo. Sabedor Acrisio de la deshonra de su hija Dánae, la arrojó a las olas con su hijo, y fueron llevados por ellas a Serifos, en donde su rey Polidectes los socorrió. Ya hombre, Perseo libró a su madre de la brutal lujuria de su protector, venció a las Gorgonas y cortó la cabeza de Medusa, de cuya sangre nació el caballo alado Pegaso. Montado en él libró a Andrómeda de un monstruo marino, y se casó con ella. Mató involuntariamente con el disco a su abuelo Acrisio, le sucedió en el trono de Argos, y fue padre de Esténelo y de Electrión. [82] Ya en _Las Fenicias_ hemos hablado de este dragón y de los hijos de sus dientes, así como de Creonte, hijo de Meneceo. [83] Este Euristeo es el famoso hijo de Esténelo, rey de Micenas, a quien obedeció siempre Heracles por haber nacido algunas horas después. Por su orden ejecutó sus famosos trabajos. [84] El Ténaro era un promontorio de la Laconia en su costa SO, a cuyo pie se veía una caverna que despedía vapores mefíticos, por lo cual se le miraba como la entrada de los infiernos. [85] Sobre Dirce y Anfión y Zeto, véase _Las Fenicias_. [86] Habla irónicamente. [87] Minias, nombre común a los habitantes de Yolco, en la Tesalia, y a los de Orcómeno, en Beocia. Anfitrión alude a estos últimos, a quienes venció Heracles, libertando a los tebanos de la obligación de pagarles cierto tributo. [88] Los tafios o teléboas habitaban en las pequeñas islas del mismo nombre, entre la Acaya y Léucade, llamados así de Tafio y Teleboas, hijos de Poseidón, que reinaron en ellas. Fueron famosos piratas, vencidos por Anfitrión y los tebanos, por haber dado muerto a los hermanos de su esposa Alcmena. [89] El coro alude a los hijos de Heracles. [90] La famosa hidra de Lerna tenía un cuerpo con cien cuellos, rematando en otras tantas cabezas, que renacían duplicadas al cortarse. Cuando Heracles combatió con ella, y a fin de evitar esta funesta reproducción, empleó a su escudero Yolao en cauterizar las heridas que le hacía. Heracles mojó en la sangre sus flechas, que desde entonces fueron mortales. [91] El león de Nemea era de monstruoso tamaño, y no se le podía herir ni con el hierro, ni con el bronce, ni con las piedras, y, por consiguiente, era necesario luchar con él a brazo partido. Escondíase en el monte Tretos, y desde su guarida devastaba todo el territorio comprendido entre Micenas y Nemea. Heracles lo persiguió, cerró la entrada de la caverna en donde habitaba, y lo ahogó en sus robustos brazos, llevando desde entonces consigo como un trofeo su hermosa y grande piel. [92] En la guerra de los dioses y de los gigantes, junto a Palene, Heracles fue terrible auxiliar de los primeros. [93] La guerra de Heracles y de los centauros fue de esta manera: un centauro, llamado Folo, que daba hospitalidad a Heracles, quiso obsequiarlo espléndidamente y para ello destapó un tonel de vino tan añejo como exquisito, cuyo aroma atrajo a la casa de Folo a todos los demás centauros, que a toda costa querían beber de él, oponiéndose Heracles y su huésped. Este se retiró al fin, y dejó al héroe con sus enemigos, trabándose al fin la batalla entre uno y otros, y siendo vencidos los segundos, a pesar del socorro que les dio su madre Néfele (_nube_). [94] Foloe, monte de la Tesalia, próximo al Otris, en donde Heracles peleó con los centauros. Sid. en el _Paneg. de Mayor._, dice así: _... non sic Pholoetica monstra_ _Atque Pelethronios Lapithas semelejus Evan..._ [95] Monte de la Eubea, llamada antiguamente Abántida, o país de los abantes. Homero nunca la denomina Eubea. [96] Los abantes, valientes y belicosos, fueron un pueblo originario de Tracia que se estableció en la Eubea. [97] Estos límites atlánticos son las columnas de Heracles, o estrecho de Gibraltar, la última tierra conocida de los griegos hacia el occidente. Así, cuando hablan de los límites atlánticos, es como cuando nosotros lo hacemos del Polo. [98] Helicón, famoso monte de la Beocia, muy celebrado por los poetas. Ovidio en sus _Metam._, lib. II, dice así: _Virgineusque Helicon et nondum Oeagrius Haemus._ Y Estacio en su _Tebaid._, lib. VII: _Horrent Tyrrhenos Heliconia plectra tumultus._ [99] El Parnaso, monte de la Fócida, consagrado a las musas, cuyas dos cumbres se llamaban Cirra y Nisa, según Juvenal y Lactancio. Virgilio en sus _Georg._, lib. III, dice así: _Sed me Parnassi decerta per ardua dulcis raptat amor._ [100] Estas palabras del coro y las anteriores que Lico le dirige, parecen indicar que existían entre los tebanos dos distintos partidos, en uno de los cuales dominaban los ancianos, enemigos de Lico, y en el otro los jóvenes, sus favorecedores. Eurípides retrata así al vivo la situación especial de aquellas ciudades griegas, dominadas por facciones, ya para hacer resaltar los inconvenientes de los partidos políticos cuando el patriotismo no los contiene en ciertos límites, ya la tendencia natural que se observa en los ancianos a conservar lo antiguo, opuesta a la de los jóvenes, irreflexivos y ávidos de novedades. [101] Eurípides, en boca de Mégara, habla como filósofo que rechaza los mitos y tradiciones, no como griego que les da crédito. Orfeo, antes que Heracles, bajó a los infiernos y volvió de ellos, y después Heracles y Odiseo, y entre los romanos Eneas, supuesto fundador de su ciudad. [102] Aquí tenemos el fatalismo oriental, que lleva al hombre a la inercia y al aniquilamiento de su ser, aunque bajo otro aspecto pueda también inspirarle la indiferencia ante el peligro. [103] Allá va esa tirada filosófica, que parece de Voltaire, nada propia, en verdad, de un espectáculo esencialmente religioso. Sin embargo, ahora al menos no está de todo punto injustificada, atendida la situación especial de Anfitrión y de sus nietos. Tampoco se puede negar que lo frecuente en tales casos es renegar de los poderes sobrenaturales, lo que por desgracia así sucede entre los gentiles como entre los cristianos, siendo de observar que semejantes impiedades prueban siempre lo que está muy lejos de pensar el que las profiere: la existencia de Dios o de los dioses. [104] El plectro (en griego πλῆκτρον, de πλήσσω, hiero) era un pedacito de madera o de pluma, que servía para tocar la cítara. En el Vaticano se conserva un antiguo fresco de Pompeya, en el cual vemos una joven que toca la lira con su mano izquierda, y con la derecha hace vibrar las cuerdas con el plectro. [105] Los centauros fueron hijos de Ixión y de una nube, que tomó la forma de Hera. En _La Ilíada_ de Homero, como hemos dicho antes, los que luchan con los centauros son los lapitas y su rey Pirítoo, ayudado de Teseo, no de Heracles. [106] Famoso río de la Tesalia, que nacía en los confines de la Macedonia, corriendo entre el Olimpo y el Osa, y el célebre valle de Tempe. Desembocaba en el golfo Termaico, y se le miraba como a padre de Dafne, porque el laurel (δάφνη) abunda en sus orillas. [107] El Pelión es un monte de la Tesalia, en la Magnesia, al S, especie de prolongación del Olimpo, que formaba un cabo. Fue obra de los gigantes para escalar el cielo. [108] Hómola, monte de Tesalia, inmediato al Olimpo. [109] Esta cierva de cuernos de oro habitaba en la Acaya y en Énoe (Argos). Uno de los trabajos de Heracles fue apoderarse de ella, y lo consiguió al cabo de un año, según unos aprisionándola en una red, según otros sorprendiéndola de noche, y según Eurípides matándola con sus flechas. Como su muerte no agradó a Artemisa, que se veneraba en Énoe, la aplacó ofreciéndosela en don. [110] Diomedes, hijo de Ares, rey de la Bistonia (Tracia), tenía caballos antropófagos, de los cuales se apoderó Heracles, matando a su dueño y a los que los guardaban, y derrotando a los bistonios. [111] Hebro, río de la Tracia que sale de los montes Ródope, corre primero hacia el E, después hacia el S, y desagua en el mar Egeo. [112] Anauro, río de la Tesalia. [113] Cicno, hijo de Ares, que residía en Anfanas, ciudad situada en la parte meridional de la Tesalia, cerca de Traquinia, ya en los confines de la Lócrida. Cicno era un bandido como Sinis y Escirón, que murieron a manos de Teseo. (V. el _Hipólito_). [114] Atlas, hijo de Jápeto y de Clímene, y rey de la Mauritania, fue transformado en montaña por haber hecho la guerra contra los dioses en favor de los gigantes. Se cree que la fábula de que sostenía el cielo con los hombros proviene de sus conocimientos astronómicos, o de que, mirando los gentiles al monte Atlas como al más alto de la tierra, que tocaba al cielo, supusieron que lo sostenía. Heracles lo sustituyó en esta penosa tarea por algún tiempo. [115] Mujeres guerreras que habitaban a las orillas del Termodonte, y que, según se dice, extendieron sus conquistas hasta las fronteras de la Asiria y del Tanais, y fundaron a Éfeso, Esmirna y Magnesia. Fueron vencidas por Heracles. [116] La laguna Meótide, hoy mar de Azov, al N del Ponto Euxino, con el cual comunicaba por el Bósforo cimerio. El río más caudaloso que desagua un ella es el Tanais o Don. [117] Este vestido de oro y este famoso tahalí estaban en poder de las amazonas y de su reina Hipólita, y fueron un presente de Ares, dios de la guerra. Acompañaron a Heracles muchos griegos, y su expedición es muy parecida a la de los argonautas. [118] Gerión, hijo de Crisaor y de Calírroe, y rey de la Eritea o de las Baleares, gigante robustísimo de tres cuerpos, poseía grandes rebaños de bueyes, que alimentaba con carne humana. Guardábalos además un perro de dos cabezas y un dragón de siete. Heracles lo mató y se apoderó de sus bueyes. Diodoro de Sicilia enumera en este orden los trabajos de Heracles: 1.º, el león de Nemea; 2.º, la hidra de Lerna; 3.º, el jabalí de Erimanto; 4.º, la cierva de cuernos de oro; 5.º, las aves de la laguna Estinfalia; 6.º, los establos de Augías; 7.º, el toro de Creta; 8.º, los caballos de Diomedes; 9.º, las amazonas; 10, Gerión; 11, el cancerbero; 12, las Hespérides y Atlas. Eurípides ha omitido algunos y trastornado el orden en que los ejecutara, según convenía a su propósito. [119] Otros dicen que Heracles recibió la clava de Hefesto, en recompensa de los servicios que prestó a los dioses en la guerra de los gigantes. [120] Máxima epicúrea y doctrina moral filosófica, muy del gusto del vate de Canossa. Sin embargo, examinándolas sin pasión, podemos decir que no es tan perjudicial como a primera vista parece, porque la tristeza y la falta de salud, que tanto amargan la vida, suelen ser hijas de los excesos, los cuales deben evitarse, con arreglo a esta doctrina. Entre el ascetismo y estos principios no hay otra diferencia sino que, predicando el primero, no es tan fácil que sus prosélitos incurran en la exageración, al paso que las máximas epicúreas son resbaladizas de suyo. [121] Zeus Salvador, Ζεὺς Σωτήρ, una de sus infinitas advocaciones. Según leemos en Pausanias, se veía en Tespias una estatua de bronce de este dios, que se le había consagrado por libertar a dicha ciudad de un terrible dragón. Tenía un templo en Argos, otro en Trecén, otro en Mantinea y otro en Megalópolis. [122] Irónicamente. [123] Conocida es la veneración que en Grecia y Roma se mostró a los ancianos. Aulo Gelio, II, 15, dice así: _Apud antiquissimos Romanorum neque generi neque pecuniæ præstantior honos tribui quam ætati solitus : majoresque natu a minoribus colebantur ad deum prope et parentum vicem : atque in omni loco, inque omni specie honoris priores potioresque habiti : a convivio quoque, ut scriptum est in antiquitatibus, seniores a minoribus domum deducebantur : eumque mores accepisse Romanos a Lacedæmoniis traditum est : apud quos Lycurgi legibus major omnium rerum honos majori ætati habebatur._ Juvenal en la sát. XIII, 54, dice también: _Credebant hoc grande nefas, et morte piandum,_ _Si juvenis vetulo non adsurrexerat, et si_ _Barbato cuiqumque puer, licet ipse videret,_ _Plura domi farra, et majoris glandis acerbos._ [124] Elocuente testimonio de que nada hay nuevo en la tierra, cuando hace tantos años los revolucionarios obedecían a móviles interesados y egoístas, como ahora sucede con frecuencia. Y, en efecto, el hombre es siempre el mismo, y las mismas sus debilidades y pasiones. [125] Los eruditos no están de acuerdo en este punto, y unos piensan que Heracles fue iniciado en los misterios de Eleusis antes de bajar a los infiernos, y otros que Eurípides, como Aristófanes en _Las Ranas_, habla de misterios infernales. Acaso los primeros fuesen necesarios para ser iniciados en los segundos, o que Eurípides hable en sentido figurado. [126] Hermíone era una ciudad edificada en la misma península en que estaba Trecén, en la costa SE, a la falda del monte Pron. (Pausanias, II, c. 35, pág. 191). Después dice así este autor: «Es digno de verse el templo de Deméter, situado en la cima del Pron, construido por Clímeno, hijo de Foroneo, y por su hermana Ctonia... Detrás del templo hay dos explanadas, que se denominan de Hades y de Clímeno, y después la laguna Aquerusia, cercada de un muro de piedra. En la explanada de Clímeno hay una sima por la cual sacó Heracles al Cancerbero, según cuentan los habitantes de Hermíone». [127] De buen grado sonreímos observando el placer de los héroes de la antigüedad cuando se ven libres del infierno. Natural era, en efecto, que así sucediese, porque, entre otras cosas, eran muy amantes del sol y de la luz, y en el palacio y en el reino de Hades se vivía en las tinieblas. [128] Horacio, en su _De Arte Poet._ (169-175), dice a este propósito: _Multa senen circumveniunt incommoda, vel quod_ _Quærit, et inventis miser abstinet, ac timet uti;_ _Vel quod res omnis timide, gelideque ministrat;_ _Dilator, spe longus, iners, avidusque futuri,_ _Difficilis, querulus, laudator temporis acti_ _Se puero, censor, castigatorque minorum._ [129] Mnemósine, hija de Urano. Enamorose de ella Zeus, y de estos amores nacieron las nueve musas, llamadas también piérides, porque vieron la luz en el monte Piero. Mnemósine era la Memoria. Eurípides dice en otra tragedia que la madre de las musas fue Harmonía, la esposa de Cadmo. [130] Delos, una de las Cícladas, en donde Leto, perseguida por mar y tierra por la celosa Hera, dio a luz a Artemisa y Apolo. Poseidón se apiadó de ella e hizo brotar a Delos del seno de los mares. [131] Esta fábula del canto del cisne antes de morir, tan en boga hace muchos siglos, es una pura ficción de los poetas, porque nunca canta. Su voz, como la de todos los palmípedos, es áspera y desagradable. [132] El texto griego dice terminantemente ὄλβου κελαινὸν ἅρμα, el negro carro de la felicidad. El epíteto κελαινόν parece impropio a primera vista, porque debiera ser lo contrario; pero en nuestro concepto no lo es, porque el poeta, al llamarle κελαινόν, _negro_, _horrible_, _sombrío_, no se refiere al color o aspecto del carro antes de romperse, sino después de roto, y ya desde entonces debe serlo así para el que lo poseyó. [133] Coronábanse los griegos y usaban guirnaldas de flores en sus fiestas, danzando y cantando en coros, a semejanza de los que formaban las ninfas y las musas. Por esta razón los ancianos invitan a las de los parajes vecinos más famosos a compartir su alegría. El Asopo era un río de la Beocia, hijo del Océano y de Tetis, que tuvo veinte hijas y dos hijos; el Ismeno, otro río que corría cerca de Tebas. Las rocas de Apolo son las de su templo de Delfos, o el Parnaso con sus dos cumbres. [134] Iris, hija del centauro Taumante y de Electra, mensajera de los dioses, y especialmente de Hera, que la transformó en el arco llamado Iris, llevándola al cielo. La Locura es un ser alegórico. [135] La celosa Hera, perseguidora incansable de las amadas de su celestial esposo, no ofendió a Heracles, hijo de Zeus y de Alcmena, mientras obedeció las órdenes de Euristeo, esperando que perecería en alguna de sus arriesgadas empresas. Ahora que se ha salvado de todas y ganado inmensa gloria, firme en su propósito de perderlo, trama su ruina y la de toda su estirpe. [136] Cuando leemos estas palabras que Eurípides pone en boca de la Locura, nos parece que asistimos a la representación de los dramas religiosos que tan en boga estuvieron en otro tiempo. En el _Prometeo encadenado_, de Esquilo, aparecen también la Fuerza y la Violencia. Así es que los griegos son muy dignos de estudio, porque entre ellos encontramos en germen todas las invenciones dramáticas de los tiempos posteriores. Y esto que afirmamos de un género literario, es extensivo a todos los demás, como sucede también en la Filosofía y en la Política, pues que muchas ideas nuevas, o que pasan por tales en ambas esferas, fueron ya conocidas entre ellos. [137] Las Gorgonas eran hijas de Forcis y Ceto, y se llamaban Esteno, Euríale y Medusa. Habitaban cerca del jardín de las Hespérides, y su aspecto era tan horroroso que convertían en piedras a los que las miraban. Perseo las mató con ayuda de Atenea, y esta, en trofeo de su victoria, puso la cabeza de Medusa en su égida. [138] El tímpano y el tirso eran instrumentos de que usaban los gentiles en las fiestas de Dioniso. El primero era exactamente igual a nuestros panderos o panderetas, adornados también con cascabeles, y se tocaba con la mano o con un pedacito de madera. El tirso era un palo largo en cuya extremidad se sujetaba una piña u hojas de yedra o de parra, formando ramillete. [139] Encélado, terrible gigante, hijo del Tártaro y de la Tierra, vencido por Atenea en la guerra de los titanes y los dioses. Zeus lo sepultó en las entrañas del Etna, y cuando se revuelve tiembla la Sicilia. Es el mismo de quien nuestro Herrera dice en su oda _A don Juan de Austria_: Cuando con resonante Rayo y furor del brazo impetuoso. A Encélado arrogante Júpiter poderoso Despeñó airado en Etna cavernoso. [140] Siempre que se derramaba sangre humana creían los griegos que se manchaba el que la tocaba y el lugar en que se vertía, y, por consiguiente, era preciso purificarlo, ya haciendo un sacrificio, ya fumigaciones religiosas. En el primer caso, todos los asistentes rodeaban el altar, y un esclavo, llevando el cesto donde se guardaba el cuchillo del sacrificio, la ceniza y las coronas, daba una vuelta alrededor, de izquierda a derecha. El sacrificador entonces imponía silencio (en latín _favete linguis_) y, cogiendo un trozo de leña encendido, lo sumergía en el agua lustral, y rociaba con ella a los circunstantes. Este agua servía después a todos, y se llevaba con el cesto y la ceniza en torno del ara. Seguía a esto la oración, después la consagración de la víctima, poniéndole ceniza en la frente y arrojando al fuego parte de su lana o crin, y por último, el sacrificio. [141] Mégara. Niso, hijo de Pandión, tenía entre sus cabellos uno color de púrpura, de cuya existencia dependía la conservación de su reino. Cuando Minos, rey de Creta, puso sitio a Mégara, Escila, hija de Niso, enamorada del sitiador, cortó el cabello purpúreo de su padre y lo dio a Minos, que se apoderó de la ciudad y desdeñó a la traidora doncella. Los dioses convirtieron a Niso en gavilán y a Escila en alondra. [142] Las cuarenta y nueve hijas de Dánao, que degollaron a sus esposos la noche de bodas. (V. _Las Fenicias_). [143] Procne, hija de Pandión, rey de Atenas, se casó con Tereo, rey de Tracia, y tuvo un hijo llamado Itis. Su esposo violó a Filomela, su cuñada, arrancándole después la lengua para que no lo supiese Procne. Esta precaución bárbara fue inútil, sin embargo, porque lo supo la agraviada esposa. Para vengarse mató a Itis, sirviéndoselo a su marido en un festín. Los dioses convirtieron a Procne en golondrina, a Filomela en ruiseñor y a Tereo en abubilla. [144] Indudablemente debieron formar un cuadro trágico por excelencia los cadáveres de los hijos de Heracles no lejos de su padre, entregado al sueño y sujeto con cuerdas a una columna, el mísero Anfitrión y el coro de ancianos. No sabemos que en ninguna de las obras que tratan de la literatura dramática griega se haya llamado la atención hacia esta tendencia artística de los griegos, que hoy se denomina plástica, y que está tan en consonancia con sus ideas y costumbres. [145] Este símil de la nave es muy frecuente en Eurípides, y podríamos indicar muchos pasajes de sus tragedias en que se repite casi en los mismos términos. Sabido es que los atenienses eran un pueblo muy dado a la navegación y al comercio y la primera potencia marítima de la Grecia, y que sus comparaciones habían de ser análogas a sus costumbres. [146] Esta sobriedad que muestran los griegos en sus composiciones dramáticas es muy notable en más de un concepto, porque nos revela su depurado gusto en tales materias. Heracles despierta poco a poco, y al pronto no conoce a sus hijos, atento solo a las palabras de Anfitrión, que lo prepara antes de oír la horrible nueva. Otro poeta no lo hubiera hecho así: Heracles despertaría de repente, reconocería a sus hijos, y atado a la columna daría voces y horribles lamentos. [147] Todos los héroes y heroínas de la antigüedad pagana, así los griegos como los romanos, apelan al suicidio cuando la desesperación los agobia, y especialmente cuando la vergüenza los mueve. Áyax en Sófocles, Fedra en Eurípides, y los ilustres suicidas romanos, prueban todos a una que lo que nosotros miramos como un crimen, casi era para ellos una virtud. Recuérdese que en los distintos poemas en que los héroes descienden a los infiernos, nunca se hace mención de la pena que sufren los suicidas. Esto debe atribuirse, en nuestro juicio, a sus ideas religiosas, porque el arrepentimiento no era entre ellos una de las más estimables virtudes, y a sus nociones confusas de los premios y castigos de la otra vida, y en parte también a su amor exclusivo a la patria, pues fuera de ella no esperaban gloria ni salud, y a cierto deseo del renombre que les daba su muerte. [148] Teseo y Heracles eran primos segundos, porque Etra, madre del primero, fue hija de Piteo, y Alcmena, madre del segundo, de Lisídice, y Piteo y Lisídice, hijos de Pélope e Hipodamía. [149] M. Artaud, en sus notas a esta tragedia, II, 430, dice así: _Ce dialogue entre Amphytrion et Thésée est un chant lyrique: il est probable que les paroles de Thésée font allusion au mode lugubre sur lequel Amphytrion a entonné son chant_. Parécenos, sin embargo, que se equivoca este ilustrado traductor de Eurípides, porque ni el metro nos autoriza a pensar que exista tal canto lírico, ni hay necesidad de semejante hipótesis para explicar las palabras de Teseo. Basta el tono con que se pronuncian las palabras, y el gesto y expresión, para indicar el afecto que domina a quien habla, ya de tristeza, de alegría o de otra pasión cualquiera. [150] Otra vez nos vemos obligados a citar a M. Artaud, y no para alabarlo, como quisiéramos y como lo hemos hecho otras veces. El texto vulgar griego dice así: Μαινομένῳ πιτύλῳ πλαγχθεὶς, ἑκατογκεφάλου βαφαῖς ὕδρας. (_Furioso stimulo agitatus, venenis hydræ centipitis_). Su traducción por el escritor citado es la siguiente: _C’est dans l’égarement de sa fureur, causé par les poisons de l’hydre aux cent têtes_. Esta versión, demasiado literal, no expresa el pensamiento del poeta, porque el sentido es absurdo. De la tragedia se desprende claramente que la locura de Heracles es obra de la vengativa y celosa Hera, nunca del veneno de la hidra de Lerna. Tampoco puede deducirse así de la tradición mitológica, porque a dicho veneno no se le atribuye más virtud que la de matar a aquellos a quienes hería la flecha empapada en él. Nosotros creemos que la respuesta de Anfitrión comprende dos partes, que es preciso entender de distinta manera: la primera, Μαινομένῳ πιτύλῳ πλαγχθεὶς, _furioso stimulo agitatus_, se refiere a Heracles, y la segunda, ἑκατογκεφάλου βαφαῖς ὕδρας, _venenis hydræ centipitis_, es la contestación a la pregunta de Teseo: δράσας. [151] En estos campos de Flegra, cerca de Cumas, se dio la batalla entre los dioses y los gigantes. Llamáronse así porque abundaba en ellos el azufre, y porque se ven llamas, que provienen de la combustión natural de esta sustancia. [152] Cuando Anfitrión traía los rebaños de bueyes de Electrión, padre de Alcmena, que habían robado los teléboas, lanzó su maza contra un buey que se había separado de sus compañeros, acertándole en los cuernos, y de rechazo, hirió en la cabeza a su suegro, dejándole muerto. Es necesario tener esto presente, y entender lo que dice Heracles de Anfitrión en el sentido de que, siendo desafortunado el tronco de un linaje no criminal, sus descendientes también lo son. De otra suerte no se comprendería que así tratase a su padre. [153] Cuando su madre Alcmena vio las dos serpientes que amenazaban en la cuna a su hijo, entonces de ocho meses, comenzó a dar gritos horrorizada; pero Heracles se incorporó, y estrechándolas entre sus manos, ahogó a ambas. [154] Este Tifón, dios egipcio, hermano de Osiris, aparece también en la mitología griega como el principal gigante que hizo la guerra a los dioses. Fue padre de Gerión y del Cancerbero, y yacía vencido por Zeus bajo el Etna o bajo la isla Inarime. [155] Los homicidas sufrían por cierto tiempo la pena del destierro, y no volvían a su patria hasta después de haberse purificado. Cuando el muerto era pariente del asesino y habían de perseguirlo las Furias, todos estaban obligados a huirlo para no mancharse con su contacto. [156] Todo esto parece rezar con Zeus, que se casó con su hermana Hera y cargó de cadenas a su padre Cronos por reinar en el cielo. Indudablemente este diálogo es un anacronismo, por razonable que nos parezca, pues Heracles y Teseo no hablaron nunca, o no debieron hablar así. Dedúcese de las frases osadas e irreligiosas de Eurípides, que oye un pueblo entero en una fiesta popular y consagrada al culto, cuáles debían ser las creencias del auditorio y la honda brecha que la filosofía había hecho en el politeísmo. Los dioses no solo cometen verdaderos crímenes, según afirma el poeta, sino que tal es su moralidad que ni aun se inquietan ni afligen por esto. No se puede decir más porque tales dioses ni podían ni debían ser adorados. [157] Este es el complemento filosófico de lo dicho antes por Teseo acerca de los dioses. A la noción politeísta, desfigurada por los poetas y por la imaginación popular, cuya existencia combate Eurípides, sustituye esta otra idea más elevada de Dios, que revela sin ambages una nueva creencia. Probable parece que este trágico la aprendiera en la escuela de Anaxágoras, cuyas persecuciones provinieron principalmente de la osadía y entereza que desplegó atacando las preocupaciones religiosas populares, y defendiendo doctrinas monoteístas mucho más racionales y sensatas. [158] Es muy bella esta despedida de Heracles, por la ternura que respira y por los sentimientos que expresa. No es posible negar que Eurípides, siempre que quiere, y cuando no lo arrastra su filosofismo o sus pretensiones oratorias, es incomparable en la pintura de afectos. Poseía a raudales ese raro e inapreciable don de sentir cierto orden de belleza moral que nace con el hombre y no puede adquirirse con el estudio. [159] Por su candor, naturalidad y sencillez nos agradan estas palabras de Heracles y Teseo. Viendo este a su amigo agobiado por tan grandes calamidades, le recuerda sus gloriosas empresas e inolvidables trabajos, más bien para infundirle fortaleza que para humillarlo, y Heracles, algo picado por el recuerdo, lo reconviene de manera que le obliga a callarse. [160] _Vorlesungen über dramat. Kunst und Literatur_, IX. pág. 161. La traducción francesa de esta obra notabilísima se ha agotado hace ya tiempo. [161] Argos fue fundada por Ínaco hacia el año 2000 antes de J. C. [162] El fenicio Ínaco, padre de Ío y de Egialeo, dio su nombre a este río de la Argólida (hoy Najo o Planizza), que corre de N a S, pasa por Argos y desagua en el golfo Argólico. [163] Este rey, el último de Ilión y descendiente de Dárdano, fundador de su linaje, murió al pie del ara de Zeus Herceo, adonde se había refugiado, a manos de Pirro o Neoptólemo, hijo de Aquiles. [164] El texto griego dice ὑψηλῶν δ᾽ ἐπὶ ναῶν, en los elevados templos, porque los de Zeus, Hera y Atenea, según Vitruvio, se edificaban generalmente en las eminencias. Adviértase que Hera era adorada generalmente en Argos, y que, como sucede entre nosotros, se depositaban en los edificios consagrados al culto los trofeos de los enemigos. [165] De todos estos personajes hemos hablado ya en nuestras notas al _Orestes_. [166] Este pretexto, como puede verse en el _Agamenón_ de Esquilo, y más adelante en esta misma tragedia (versos 1010-1014), fue el sacrificio en Áulide de Ifigenia, hija de Clitemnestra y de Agamenón. En Esquilo se atribuye también a sus celos de Casandra, esclava hija de Príamo, que trajo de Troya. [167] Electra pronuncia aparte estas palabras que encerramos en un paréntesis, porque de otra manera no se podría suponer que diga en ellas delante de su esposo que no lleva el cántaro en su cabeza obligada por la necesidad, y poco después lo contrario. [168] Los griegos se rasuraban el cabello en señal de duelo, y lo ofrecían a los manes de sus parientes muertos, como hace aquí Orestes. [169] El mesodo (en griego μεσῳδός) significa propiamente _entrecanto_. Era una especie de estribillo o canto corto que se halla entre las estrofas. [170] Esquilo refiere en _Las Euménides_ la muerte de Agamenón a su vuelta de Troya. Al salir del baño, su esposa Clitemnestra lo envolvió en una red, y ella y Egisto lo cosieron a puñaladas. [171] El palio (φᾶρος, ἱμάτιον) era un paño grande de lana, cuadrado o cuadrilongo, que se sujetaba en la garganta o en el hombro con un broche. A veces era el único vestido que cubría el cuerpo; pero generalmente se ponía encima de la túnica. Se llevaba de distintas maneras, según el capricho de su dueño o la estación del año. [172] En todas las casas había a la puerta una estatua de Febo, θυραῖος o ἀγυιεύς. (V. nuestra nota a _Las Fenicias_). [173] Esto es, que varía de residencia, errando de una ciudad en otra, por lo cual es más triste su condición. [174] De Orestes. [175] En efecto, no se podía llevar más lejos la continencia, lo cual, si choca a nosotros, más extraño debía parecer a su auditorio, poco acostumbrado a la práctica de esa virtud. Así lo siente Eurípides, y de aquí sus esfuerzos para hacer más verosímil su singular ficción, hija solo de su deseo de no imitar en nada a Sófocles y Esquilo. [176] Porque ni era su padre, ni la casó como debía, sino con la dañada intención de envilecerla. [177] La malevolencia de Eurípides al bello sexo no puede ocultarse, porque, ansioso de ofenderlo, no teme faltar a la verdad. Ordinariamente sucede lo contrario. [178] Estas frases bárbaras y desnaturalizadas, y en boca de una virgen como Electra, de regia estirpe o hija del ínclito Agamenón, nos repugnan hasta lo sumo. No cabe belleza de ningún género en este espectáculo, cuando hasta tal punto se atropellan los sentimientos naturales, y sabiendo sobre todo que el poeta no cree en la influencia del destino, ni el pueblo que lo escucha. Cualquiera diría que su objeto, más que revestir con los gratos colores de la poesía estas tradiciones populares, es hacerlas odiosas a toda costa. [179] El texto griego dice así: οὐ γὰρ οὐδ’ ἀζήμιον γνώμην ἐνεῖναι τοῖς σοφοῖς λίαν σοφήν. La traducción de M. Artaud es la siguiente: _Une sagesse trop raffinée chez les sages n’est pas non plus sans dangers._ Hartung lo traduce de esta otra manera: _Ohne Schmerzen ist es nicht, Dass höhre Einsicht Menschen über andre hebt._ El pensamiento del autor parece ser, o que en igualdad de circunstancias el hombre más civilizado es más sensible que el inculto y el muy sabio más que el civilizado, o que el exceso de sabiduría tiene, entre otros inconvenientes, el de afectar más el alma, porque cuanto más sabio es el hombre mejor conoce la extensión y alcance de una desdicha. [180] Las de oír a Electra. [181] Electra alude aquí a su situación excepcional de ser casada y virgen, y a esto atribuye su aislamiento, pues siendo virgen no puede concurrir con ellas a las fiestas, porque no pasa por tal, ni tampoco con las matronas, porque su conciencia se lo impide, sabedora de su virginidad. Esta es también la causa de que huya de Cástor (hijo, como su madre, de Zeus y de Leda, que es mortal y dios de año en año), pues para él ya no es virgen, habiéndose casado con el colono. [182] De molde viene aquí a Eurípides esta ocasión para disertar un poco sobre la nobleza, la virtud y el valor, aunque ni la situación de los personajes lo consienta ni lo exija, ni tal disertación aumente en lo más mínimo los quilates de la tragedia. Nuestra opinión en este particular es que deben mirarse como síntoma de decadencia literaria estos esfuerzos de los escritores en poner de relieve su persona o sus ideas siempre que se trate de una fábula (llámesele drama, epopeya o novela), en la cual, a ser posible, se debería suprimir hasta el recuerdo de su existencia. [183] Según dice Pausanias, el Tanao es un río poco caudaloso que riega las fronteras de la Argólida y desagua en el golfo Tiríntico. [184] Sabida es la fábula de Arión, el poeta músico griego, que se supone autor del ditirambo, su viaje a Italia con Periandro, rey de Corinto, su exposición de ser robado a la vuelta, codiciosos los marineros de las riquezas que traía, y el medio de que se valió para librarse de la muerte, tocando la lira y precipitándose al mar, en donde lo recogió un delfín, llevándolo ileso hasta el cabo Ténaro, en la Laconia. [185] Estas famosas armas fueron un presente que Hefesto hizo a Aquiles, el hijo de Tetis, y la causa de la locura de Áyax cuando, a la muerte de su dueño, fueron adjudicadas a Odiseo. [186] El Osa es un monte de la Tesalia, en la Magnesia, a lo largo del golfo Termaico, célebre porque en él habitaron los centauros, y por ser uno de los que levantaron los gigantes para escalar el cielo. [187] Quirón, centauro, hijo de Cronos y de Fílira, gran cazador, médico y astrónomo famoso. Habitaba en el monte Pelión, en la Tesalia, y fue maestro de Heracles y de Odiseo. Herido por una flecha empapada en la sangre de la hidra de Lerna, murió y fue trasladado al cielo, en donde forma el signo de Sagitario. [188] Maya, una de las Pléyades, hija de Atlas y de Pléyone, fue amada por Zeus, de quien tuvo a Hermes. [189] Las Pléyades, cuyo nombre proviene, según unos, de su madre Pléyone, según otros del verbo griego πλέω (navego), porque transformadas en astros se muestran en la época más favorable a la navegación, fueron hijas de Atlas y de Pléyone, como queda dicho. Eran siete: Maya, Electra, Táigete, Astérope, Mérope, Alcíone y Celeno. [190] Véase _Las Fenicias_. Esta presa era los caminantes, que llevaba en sus garras cuando no acertaban sus enigmas. [191] La Quimera, hija de Tifón y de Equidna, tenía la cabeza de león, la cola de dragón y el cuerpo de cabra, y vomitaba llamas. Denominose también así un monte de la Licia, en donde, según se dice, hubo un volcán que dio origen a esta fábula. Murió a manos de Belerofonte, que la atacó montado en el caballo Pegaso. [192] El pañuelo no era, sin duda, conocido de los antiguos griegos. [193] La malignidad de Eurípides y su envidia a Esquilo aparecen claramente en esta crítica que hace de la _Electra_ de aquel poeta. La semejanza que en ella encuentra esta heroína entre su cabello y sus huellas con las de su hermano le bastan para afirmar su proximidad y después reconocerlo. Pensamos, sin embargo, que no es esto tan pueril como se supone, y que Esquilo, habiendo trazado a valientes rasgos el carácter de Electra, doncella vehemente, apasionada y cuya imaginación solo piensa en su padre y en Orestes, preocupada constantemente con la idea de su venganza, crea que el cabello y las huellas que ha visto junto al sepulcro de Agamenón pertenecen a su hermano. De todas maneras, ni al poeta ni a la composición conviene descender a estas críticas literarias, que rebajan la elevación necesaria en uno y otra. [194] Esta invención de la señal o cicatriz de Orestes no tiene el mérito de la originalidad, porque es una imitación de la escena que leemos en el canto XIX de _La Odisea_, cuando la nodriza de Odiseo lo reconoce al lavarse, viendo la que le hizo el jabalí del Parnaso al visitar este héroe a Autólico y sus hijos. [195] La palma (φοῖνιξ, _phœnix dactylifera_) símbolo de la victoria entre griegos y romanos, a causa de su mucha elasticidad y de la resistencia que opone al que intenta romperla. (Aulo Gel., III, 6). Dábase como premio a los atletas y conductores de carros que vencían a sus adversarios, como dice Horac., IV, 2: _Sive quos Elea domum reducit palma cœlestes_; y de aquí, por extensión, a todo el que triunfaba. [196] Era costumbre de los griegos invitar al sacrificio a los caminantes o extranjeros que llegaban en el momento de celebrarlo, porque, como es sabido, los dioses solo saboreaban el humo que despedía la carne de las víctimas, y los sacrificadores la misma carne. [197] Los gentiles, lo mismo que los hebreos, se purificaban con frecuencia, sobre todo en ciertos actos solemnes, simbolizando la pureza del alma o el deseo de adquirirla con la purificación del cuerpo. Entre los griegos, las paridas se purificaban a los diez días del parto, porque los nueve primeros son los de más peligro. [198] Zeus fue padre de Tántalo, este de Pélope, Pélope de Atreo y Atreo de Agamenón, padre de Orestes y Electra. [199] M. Artaud recuerda a este propósito que si Pan trajo esta cordera de vellón dorado, fue para vengar al cochero Mírtilo, a quien Pélope precipitó en la mar, porque uno y otro eran hijos de Hermes. Nosotros, en honor de la verdad, debemos decir que Apolodoro no hace a Pan hijo de Hermes, sino de Zeus, y que este es el padre que le dan los mitólogos. Dice así Apolod., _Biblioth._, cap. IV, pár. 2: Ἀπόλλων δὲ τὴν μαντικὴν μαθὼν παρὰ Πανὸς τοῦ Διὸς καὶ Ὕβρεως Para entender bien estos cantos del coro, es preciso recordar nuestras notas al _Orestes_, en donde se refieren las discordias de la casa de Pélope. [200] Llamábase ágora, ἀγορά, la plaza pública de las ciudades griegas. Las más bellas y regulares, sobre todo las del Asia Menor, eran cuadradas; en la Hélade había muchas, cuya forma se ajustaba a la configuración del suelo; pero todas estaban rodeadas de pórticos, στοαί, compuestos de una o de dos filas de columnas, que terminaban en un terrado. Las antiguas ágoras no tenían pórticos continuos, sino que las atravesaban distintas calles. Tal era, entre otras, la plaza pública de Elis, descrita por Pausanias, l. VI, c. XXIV. En el ágora celebraba el pueblo sus asambleas; en ciertos casos, como en Megalópolis y en Atenas, una parte de los pórticos estaba dispuesta de tal manera que los magistrados podían administrar en ellos justicia. Dentro se elevaban los templos de muchas deidades, y altares y estatuas en honor de los dioses y de los ciudadanos que habían merecido bien de la patria. Algunos pórticos estaban decorados con pinturas, y en ese caso se llamaban _poeciles_, ποικίλια: eran verdaderos museos llenos de retratos de hombres ilustres, o conmemorativos de las hazañas más gloriosas de los ciudadanos. De estos monumentos no quedan ni en la Hélade ni en el Asia Menor sino restos incompletos. (Batissier, _Histoire de l’art monumental_, pág. 189). [201] Amón, nombre de Zeus entre los pueblos de la Libia. Se le representaba de ordinario con cuernos de carnero. En los desiertos de la Libia tenía un celebérrimo templo, cuyos oráculos fueron muy famosos. Alejandro lo visitó, y corrompiendo a los sacerdotes, fue proclamado hijo del dios. [202] Esto es, de Hades, el Zeus de las tinieblas, como el otro del cielo. [203] Tal es el terror y la ansiedad de Electra que no reconoce a este mensajero, servidor de su hermano. Verdad es que nada tenía de extraño, pues solo lo había visto entre otros momentos antes, y cuando su ánimo, embargado por la alegría de ver a Orestes, no podía fijarse mucho en él. [204] Alfeo (hoy Rufia), río de la Élide que nacía en la Arcadia, cerca de Megalópolis, pasaba por Herea, regaba las llanuras de Olimpia y de Pisa y desembocaba en el mar Jónico. [205] Salsamola, harina de cebada tostada y espolvoreada de sal que se usaba en los sacrificios, y aun se ofrecía sola, y se esparcía sobre las víctimas. Compárese este sacrificio con el descrito en el _Heracles furioso_, advirtiendo que uno es propiciatorio y otro expiatorio. [206] Este cuchillo dórico era grande, parecido al que usan nuestros carniceros para despedazar la carne. Hállase representado en muchos bajorrelieves de sepulcros, sobre todo en uno bellísimo de Pompeya. [207] Los griegos medían a veces el tiempo ateniéndose al que se invertía en recorrer el estadio, ya por la frecuencia con que se celebraban entre ellos estos certámenes, ya para expresar con alguna novedad su pensamiento. Según Pausanias, la carrera a caballo del estadio era de dos diarcos, es decir, cuatro veces su longitud. [208] No se sabe la diferencia que había entre el cuchillo dórico y el ftío, pero es de presumir que su distinta forma se adaptase a los dos diversos usos a que alude el poeta, y este último debía ser más pesado y fuerte que el primero. [209] El Alfeo, como hemos dicho más arriba, pasaba por Olimpia, en donde se celebraban los famosos juegos. El anacronismo es evidente, pues los juegos comenzaron 775 años antes de Jesucristo, y la época en que se supone ocurrir la acción cae hacia el año 1180 antes de dicha Era. [210] De su padre Estrofio el focidio. [211] Este rencor inextinguible que Electra abriga contra Egisto hasta después de muerto, es repugnante e indigno de una doncella de su estirpe. Ni sus pasadas desdichas e intolerables agravios, ni su espíritu de venganza debían hallar satisfacción en proferir tales injurias contra un muerto. No obstante, el odio de la mujer, dado cierto carácter, es profundo y vehemente hasta el delirio, como lo probó Fulvia, la mujer de Antonio, atravesando con un punzón de oro la lengua de Tulio. [212] Prosigue el poeta desenvolviendo en este diálogo el carácter de la virgen Electra, de la hija de Agamenón, descendiente de dioses, y en verdad que es poco feliz en esta parte, porque solo nos inspira el horror y el desprecio, y es infinitamente inferior a Esquilo, su odiado rival. La Electra de Esquilo es una especie de Medea, dominada como esta de un furibundo vértigo, ciega y desatentada, que asesina a su madre en uno de sus transportes. Esta, a pesar de los esfuerzos de Eurípides, nos parece fría, calculadora, egoísta, cruel e interesada, y, a nuestro juicio, como dijimos en el prólogo, una criminal tan despreciable como vulgar. [213] Cástor y Pólux, los Dioscuros, hijos de Zeus, que eran para los marineros paganos lo que San Telmo para los nuestros, su protector y abogado. [214] Ifigenia, la sacrificada en Áulide por Agamenón. [215] Este largo discurso de Clitemnestra es ocioso e inoportuno, porque ni la ocasión es a propósito para pronunciarlo, ni lo exige el desarrollo del drama. Eurípides, sin embargo, a lo Voltaire, no pierde esta coyuntura de desahogar el odio que profesa a las mujeres y su animadversión a las tradiciones y héroes más venerandos, y examina con la impasibilidad de un filósofo las causas a que se atribuía el sitio de Troya y los sucesos que, como el sacrificio de Ifigenia, le precedieron. [216] Casandra, la inspirada hija de Príamo, que, al finalizar el sitio de Troya, tocó en suerte a Agamenón, que la trajo consigo a su palacio. (V. el _Agamenón_, de Esquilo, y _Las Troyanas_, de Eurípides). [217] Lo mismo que en _Hécuba_ esta y Poliméstor defienden su causa ante su juez Agamenón, y en _Orestes_ él y Tindáreo ante Menelao, así en esta tragedia Clitemnestra y Electra, madre e hija, atacan y defienden a su esposo y padre como si se hallasen en un juicio, lo cual prueba, o que el gusto del público había sufrido no poco detrimento, o que el poeta, recordándoles en sus tragedias espectáculos tomados de la vida real de los espectadores, buscaba por este medio atraerse sus simpatías con menoscabo de su fama y sin consideración alguna a la índole augusta y elevada de este linaje de composiciones, que nunca debía confundirse con la comedia. [218] Dice bien Eurípides, porque la felicidad posible en la tierra no es hija de las riquezas ni de la nobleza, sino de la virtud y de la modestia. Ordinariamente, los que se casan con mujeres más ricas que ellos son esclavos, y los que lo hacen con nobles, si no lo son ellos, tenidos en poco, y una cosa y otra motivo continuo de disgustos. Creemos que fácilmente convendrán con nosotros los lectores en que una de las causas principales que contribuyen a la inmortalidad de ciertos poetas griegos y latinos es que sus sentencias son verdaderas y útiles casi siempre, interesantes a la vida humana y universales para todos los hombres y para todas las épocas y países. Muchas de ellas en su tiempo pudieron tener hasta el mérito de la novedad. [219] Electra habla aquí irónicamente, porque sabe muy bien que no debe temerlo habiendo muerto a manos de Orestes. [220] Esto es, los diez días, como Electra había dicho antes. [221] Estos grandes golpes de efecto, estas escenas perfectamente calculadas para hacer fuerte impresión en el auditorio, son frecuentes en las tragedias de Eurípides. Figúrense los lectores cuáles serían los sentimientos de aquel innumerable público cuando se abrían las puertas de la casa de Electra y dejaban ver los cadáveres de Egisto y Clitemnestra, mientras sus hijos, presa ya de terribles remordimientos, se abandonan a ellos, y en cantos sublimes invocan a los dioses, expresan el horror que su propio delito les infunde y lloran y se quejan. [222] No se puede llevar más lejos la criminal impudencia de una doncella. No solo anima a su hermano a cometer el matricidio, crimen raro por lo horrible; no solo le ayuda con sus manos a perpetrarlo, sino que se vanagloria y enorgullece de haberlo cometido, cuando Orestes, que es un hombre, parece pesaroso de su acción. Ni aun tiene la disculpa de pronunciar estas palabras para aminorar la culpa de su hermano y para atenuar hasta cierto punto el delito, compartiendo con él su responsabilidad, puesto que, a ser así, lo hubiese indicado el poeta de otra cualquier manera. [223] Halirrotio fue hijo de Poseidón y de la ninfa Éurite, y murió a manos de Ares por haber violado a Alcipe, hija de este dios y de Aglauro. Poseidón acusó a Ares, y se celebró el juicio en la colina de Ares, y fueron doce los dioses que absolvieron al acusado. [224] Las sentencias del Areópago fueron respetabilísimas hasta la época de Eurípides, de general corrupción en todas las instituciones. [225] Pausanias (_Arcad._, c. 38) y Estrabón (l. VIII, c. 8) hablan de un célebre templo de la Arcadia consagrado a Zeus Liceo. Este nombre de Liceo viene de λύκος, lobo, sin duda porque, abundando estas fieras en la Arcadia, sus habitantes miraban a Zeus como su protector contra ellas. [226] Llamose así una ciudad poco conocida de la Arcadia. Esta misma profecía hace Apolo en _Orestes_, v. 1013, en donde dice: κεκλήσεται δὲ σῆς φυγῆς ἐπώνυμος Ἀζᾶσιν Ἀρκάτιν τ᾿ Ὀρεστεία πóλις. [227] Esta fábula forma el argumento de la _Helena_, de Eurípides. [228] Este Proteo, distinto de su homónimo el dios marino multiforme, fue un rey de Egipto que, según una tradición distinta de la de Homero, tuvo a Helena en depósito en su palacio hasta que se acabó la guerra de Troya. [229] Región del Peloponeso, cuyos límites eran la Élide, la Arcadia, la Sicionia, el golfo de Corinto y el mar Jónico. [230] Parte de la Grecia antigua, entre la Beocia al E, la Etolia al O, el mar de Eubea al NE, y rodeada de las tres Lócridas. [231] El colono. [232] La ciudadela de Atenas. [233] Obsérvese el arte con que Eurípides acumula al fin de su tragedia las escenas patéticas, que han de hacer en su auditorio más duradera impresión. Tras la muerte de Clitemnestra y los lamentos y quejas de sus hijos, la aparición de los Dioscuros, el destierro de los criminales, calamidad gravísima entre los antiguos, y su tierna separación. [234] Áulide, ciudad ribereña de la antigua Beocia, situada frente a Calcis, en Eubea. [235] Euripo, estrecho que separa a la isla de Eubea del Ática y de la Beocia, famoso por los singulares remolinos que en él producen el flujo y el reflujo. [236] Sirio es una estrella muy brillante que forma un ojo de la constelación de Taurus o el Toro. No está, sin embargo, inmediata a las Pléyades, por cuya razón hay que suponer con M. de Boissonnade que el poeta emplea la palabra Sirio en el sentido de estrella muy reluciente. [237] Tindáreo, hijo de Ébalo, rey de Esparta, y esposo de Leda, madre de Clitemnestra, mujer de Agamenón. [238] Testio, rey de Etolia. [239] Calcas, célebre sacrificador y adivino griego, hijo de Téstor, que, según dice Homero, murió despechado al verse vencido en su arte por Mopso. [240] Taltibio, heraldo del ejército griego. [241] Calcis, capital de la Eubea, y esta isla grande, de forma oblonga, hoy Negroponte, en el mar Egeo, que se extendía a lo largo de las costas del Ática, de la Beocia, de la Lócrida y de los Melieos, desde el cabo Sunio hasta la Tesalia. [242] Esta Aretusa, porque hay otras tres, es de la Eubea. [243] Protesilao era rey de una parte de la Tesalia, y Palamedes, hijo de Nauplio, rey de la Eubea e inventor del juego de ajedrez. [244] Héroe cretense que con Idomeneo fue a Troya con las naves de Creta. [245] Nireo, rey de Naxos, hijo de Caropo y de Aglaya, el más hermoso de los griegos de la expedición a Troya después de Aquiles. [246] Quirón, centauro famoso por su sabiduría, pedagogo y maestro de Aquiles. [247] Eumelo, hijo de Admeto y nieto, por tanto, de Feres, padre de Admeto, reyes de una región de Tesalia. [248] Porque su madre Tetis era nereida. [249] Euríalo, según _La Ilíada_. [250] Uno de los siete sitiadores de Tebas. [251] Teseo, personaje histórico, héroe griego y fundador de Atenas, pero cuya vida ha llegado hasta nosotros exornada con innumerables fábulas. Créese que floreció en el siglo XIII o XIV antes de Jesucristo. No se sabe quién puede ser este hijo, porque en _La Ilíada_, de donde está tomado este pasaje, no se dice nada del hijo de Teseo. [252] Cadmo, hijo de Agénor, rey de Fenicia, fundó a Tebas, en la Beocia, e importó en Grecia la escritura fenicia. Sembró los dientes de un dragón y nacieron hombres, y uno de ellos fue Leitos. [253] La Fócida era una región de la antigua Grecia, entre la Beocia al E, la Etolia al O, el mar de Eubea al NE y el golfo de Corinto al S, y rodeada de las tres Lócridas. Delfos y el Parnaso estaban en su territorio. [254] Áyax el impío, no el de Salamina; Tronio era la capital de su reino. [255] Néstor, rey de Pilos y de los mesenios, hijo de Neleo y de Cloris, héroe griego, notable por su edad avanzada y por su prudencia. Pilos era una ciudad de la Mesenia, en frente de Esfacteria, que desempeñó un papel importante en la guerra del Peloponeso. El Alfeo era un río de la Élide. [256] La Élide era una región pequeña del Peloponeso, en su parte occidental, entre la Acaya y la Mesenia, que comprendía varios estados insignificantes autónomos, y a Olimpia, tan célebre por sus juegos. Todos estos personajes y pueblos no merecen aclaraciones prolijas, que serían además superfluas e impertinentes. Otro tanto puede decirse de los tafios, que le siguen, porque todo esto discrepa de las tradiciones y datos autorizados preexistentes acerca de la guerra de Troya y del ejército griego. Solo añadiremos que las islas Equínadas estaban situadas en el golfo de Corinto, frente a la desembocadura del Aqueloo. [257] Parece probable, o casi seguro, que en esta larga tirada de versos del Coro hay interpolaciones posteriores a la fecha de la composición de esta tragedia por Eurípides, desde el Epodo, que sigue a la primera estrofa y antístrofa, hasta su conclusión. Lo advertimos así a los lectores, y nos fundamos para hacerlo en la extensión innecesaria y evidentemente absurda de este pasaje, en su inoportunidad manifiesta, en su contradicción con cuanto ha escrito el poeta en casos análogos, en la ignorancia de las exigencias escénicas del autor, sea el que fuere, en la impropiedad de que esas mujeres, que, como fugitivas y avergonzadas, vieron la armada griega, se fijaran en lo que no pudieron contemplar con detenimiento ni tampoco interesarles, y, por último, en el fondo, en la forma y en la exposición y los detalles. No ya Eurípides, ningún poeta mediano se hubiera atrevido a estampar su nombre al pie de centón semejante, prosaico y no bueno, sin orden ni concierto, plagado de inexactitudes, y en abierta oposición con _La Ilíada_, su fuente, que sabían de memoria los griegos, y a la que rendían todos un verdadero culto. [258] Esta comparación de Clitemnestra y de Ifigenia con las yeguas y su lavado de pies en la fuente, nos chocan, desde luego, y han chocado también antes a otros, porque algunos lo han suprimido. No imitamos su ejemplo porque, como traductores, no estamos autorizados para enmendar la plana al autor, diga lo que dijere, a no ser alguna indecencia o porquería inadmisible por completo. Por otra parte, la relación común entre los dos términos del símil es la de la mayor libertad, y en este sentido es exacta. Además, a un niño inocente se asemeja con frecuencia un corderillo, y hasta a algo más alto y sagrado, un valiente a un león, un hombre sanguinario a un tigre, etc. La consideración y el respeto que sentimos y demostramos a la mujer influye también en nuestro desagrado, pero conviene no olvidar que las costumbres, ideas y sentimientos de los griegos del tiempo de Eurípides eran más sencillos y naturales que los nuestros, y que los de la época de la guerra de Troya, en que pasa la acción, lo eran más todavía. [259] Estos cestos contenían las primicias que habían de ofrecerse en los sacrificios. [260] En señal de reconciliación. [261] Olimpo, famoso tocador de flauta. [262] Egina, isla y ciudad del mar Egeo, entre la Argólida y el Ática, en el golfo Sarónico, llamada así de la ninfa del mismo nombre, hija de Asopo, uno de los ríos helénicos. [263] Pelión, monte de Tesalia, en Magnesia, al sur, prolongación del Olimpo. [264] Apídano, río de Tesalia, que nace en el monte Otris, pasaba cerca de Farsalia y desembocaba en el Peneo. [265] La luna llena, así entre los griegos como en otros pueblos, se ha mirado como causa bastante para influir en la vegetación, en la madurez de los frutos y en la procreación de los animales. [266] Febea por haber construido Apolo sus murallas. [267] El texto griego dice así: Δεξιᾶς ἕκατι μὴ μέλλ᾽, εἴ... Como han sido tan diversas las versiones que se han hecho de estas palabras, ambiguas y poco inteligibles para nosotros, sobre todo después de conocer dichas versiones, a semejanza de lo que sucede a los jueces después de oír a los abogados de los litigantes, y hasta se ha llegado a dudar si la diestra en cuestión es la de Clitemnestra o del esclavo, nos atrevemos a disentir de todos y a traducir esta frase de otra manera. La diestra es a nuestro entender de Clitemnestra, porque es lo más natural y sensato suponer que el esclavo, conmovido profundamente por noticias tan aflictivas para su antiguo dueño y la hija de este, Clitemnestra, y por la venida de la madre y de la hija al campamento, y por otra parte deseando vivamente besar o tocar la mano de su señora por afecto, y acaso como medio de contar de antemano con la aquiescencia y el permiso de ella para hablarle, diese a entender ese deseo en sus ademanes, retardando, por consiguiente, explicarse, y que Clitemnestra, comprendiéndolo y ansiando oírlo, pronunciase las palabras que escribimos, no opuestas tampoco, sino conformes con la gramática y el significado del texto. La continuación del diálogo entre la señora y el siervo parecen continuar también nuestra opinión. [268] El Sípilo es un monte de Lidia, en cuya cima se fundó una aldea del mismo nombre, en donde reinó y vivió Tántalo, padre de Pélope, y tronco de la estirpe de los Atridas. [269] La salsamola o harina salada, la cebada sagrada, el agua lustral y los pelos de la víctima que se arrojaban al fuego componían las ofrendas de las sacrificios. [270] Ínaco, fundador del reino de Argos, era un fenicio que al frente de un ejército compuesto de pastores fenicios, egipcios y árabes, conquistó la parte del Peloponeso llamada la Argólida, y reinó allí sesenta años. [271] Este Tántalo no es ni puede ser el fundador del linaje de los Atridas, como dice uno de los traductores extranjeros de Eurípides, a quien no nombramos, sino otro Tántalo, primo hermano de Agamenón e hijo de Tiestes, su tío, esto es, de la misma familia de Egisto, el amante adúltero de Clitemnestra y asesino con ella de Agamenón. [272] Por haber soñado su madre Hécuba que daría a luz una antorcha que abrasaría a Europa y Asia. [273] Sísifo, hijo de Eolo y nieto de Heleno, cuya concubina, Anticlea, fue la madre de Odiseo. Fundó a Éfira, después Corinto, e instituyó los juegos ístmicos. Cometió grandes crímenes, y murió al fin a manos de Teseo. Hades le concedió volver a la tierra un solo día para hacerse enterrar, y no quiso regresar al infierno, siendo entonces condenado a subir un peñasco a lo más alto de una roca escarpada, desde cuya cumbre caía de nuevo en el abismo. [274] Perseo, héroe griego, hijo de Dánae y de Zeus, que se convirtió en lluvia de oro para poseerla. Cortó la cabeza de la gorgona Medusa, de cuya sangre brotó el caballo Pegaso, y al fin sucedió a su abuelo Acrisio en Argos, fundando a Micenas con murallas pelásgicas o ciclópeas. [275] Las llama el poeta paternales porque el sacrificio es en favor de su padre, y por lo mismo se dice antes que Agamenón toque el ara con su diestra, para que le sea propicio. [276] Táuride, puerto del Quersoneso Táurico (Crimea), en donde habitaban los tauros, pueblo escita o medio escita, que inmolaban a su gran diosa Opis, o Artemisa Ortia, víctimas humanas. [277] Pisa, capital de la Élide, en donde reinaron Enómao y Pélope. [278] Estrofio era rey de la Fócida y padre de Pílades, el amigo inseparable de Orestes, y esposo después de la misma Ifigenia. Electra, hermana de Orestes, lo envió a la corte de Estrofio para salvarlo de las asechanzas de su madre Clitemnestra y de su amante adúltero Egisto. [279] Estos dos peñascos que se besan son las Simplégades o Cianeas, en el Bósforo, el uno en Asia y el otro en Europa. [280] Dictina, invocación de Artemisa, cazadora, que tiende redes, de δίκτυον, red. [281] El texto aparece aquí tan embrollado y confuso, y la significación de las palabras tan oscura e ininteligible, que no es extraña, sino, al contrario, muy natural la diversidad de versiones que se han hecho. La intención del poeta es sin duda recordar los crímenes espantosos de la estirpe de los Atridas, raza maldita, que inspiraron repugnancia y horror hasta a los dioses, y entre ellos al Sol, el más impasible, cuya aversión y enojo se manifestó de dos maneras, alejándose hacia el Sur y aumentando el frío en nuestro hemisferio boreal, cuando comenzaron los Tantálidas y Pelópidas sus fechorías, y ocultándose o eclipsándose cuando Tiestes robó a su hermano Atreo el cordero de vellón de oro, cuyo poseedor había de ser el rey de Argos, y Atreo, en venganza, dio a comer a Tiestes su mismo hijo. [282] Los Titanes eran hijos de Titán; hermano primogénito de Cronos, a quien cedió el reino del cielo con la condición de no criar hijo varón alguno; y como no cumpliera su palabra, se sublevaron contra él los Titanes, batallando entre sí los dioses, y siendo vencidos los Titanes. Después los Gigantes, parientes próximos de los Titanes, guerrearon también contra Zeus, para vengar a los Titanes y despojarle del cetro, en cuya lucha tomaron parte Heracles y otros dioses, entre ellos Atenea. Esto estaba representado en el rico y artístico peplo de Palas, que se sacaba en procesión en Atenas, a lo cual alude Eurípides. [283] Melicertes, hijo de Atamante y de Ino, huyendo con su madre de su padre, se precipitó en la mar. Fue transformado en una deidad marina bajo el nombre de Palemón. Ino, numen también marino como su hijo, fue llamada Leucótoe. [284] Nereo, dios marino, esposo de Doris y padre de las nereidas, ninfas del mar, habitaba en el mar Egeo. [285] Viento de Zeus, favorable a sus deseos. [286] Eurípides dice aquí que Clitemnestra no acompañó a Ifigenia a Áulide, y lo contrario en la _Ifigenia en Áulide_. [287] Adviértase que el poeta no afirma que sea necia Artemisa, ni ignorantes los dioses que se regalaron con las carnes de Pélope, el hijo de Tántalo, sin conocerlo, a pesar de ser dioses, sino solo que esas invenciones y patrañas son obra de los hombres. [288] Ío, hija del río Ínaco, amada por Zeus, que la transformó en vaca para librarla de los celos de Hera. Guardada y vigilada por Argos, el de los cien ojos, le fue robada por Hermes, que lo durmió con sus artes, y picada después por un tábano, enviado también por la celosa cónyuge de Zeus, que la obligó a emprender esas carreras furiosas a que alude Eurípides. [289] Eurotas, río de Esparta, y Dirce, fuente famosa inmediata a Tebas. [290] Los peñascos que se juntan son las Simplégades o Cianeas, y los escollos Fineos, otros peñascos peligrosos inmediatos, y Leuca o Léucade, una isla cerca de la desembocadura del Danubio, en donde se suponía que habitaba Aquiles con su madre Tetis. [291] Argos y Micenas estaban muy próximas. [292] Ciudad que se hallaba en el golfo del mismo nombre, a unos 40 kilómetros al sur de Corinto. Era el puerto de Argos. [293] Quiere decir Ifigenia que, a pesar de lo extraordinario y elevado de su himeneo, cuidó su madre de no faltar a la costumbre admitida en tales casos en su patria. [294] Enómao, rey de Pisa, en la Élide, prometió dar su hija Hipodamía por esposa al que lo venciese en la carrera de las cuadrigas. Pélope lo venció, y habiéndose negado a cumplir su promesa, lo mató y se casó con ella. [295] Últimos no quiere decir que son los dos únicos Atridas que quedan, sino que ellos dos y Electra pertenecen a la última generación de esta estirpe. [296] Llamábase Anaxibia esta hermana de Menelao y Agamenón. [297] Por haber dado muerte a Halirrotio, hijo de Poseidón. [298] El congio era una medida de capacidad para líquidos que contenía algo más de tres litros. [299] Alcíone, hija de Eolo y esposa de Ceix, rey de Traquinia, se precipitó en la mar al morir su marido, y fue transformada en el ave llamada martín pescador. Es pájaro triste y solitario. [300] Porque no puede volar a Grecia, y lo desea como las aves. [301] Lucina, invocación de Artemisa, por asistir a los partos. [302] El Cinto era un monte de la isla de Delos, en el Εgeo, en donde Leto, hija de Titán y amada por Zeus, dio a luz a Apolo y a Artemisa. [303] Por haberse recostado en su tronco durante su parto. [304] Estos cantos del coro son notables por su mérito, y en particular la antístrofa última, de un sentimiento profundo. Hay que recordar esa bárbara costumbre de la antigüedad, que autorizaba al vencedor a disponer a su arbitrio de los bienes y vidas de sus prisioneros, en virtud de la cual ciudades enteras con todos sus habitantes eran asesinados en parte, si para nada servían o podían ofender, y vendidos los restantes como esclavos. Nótese la insistencia con que, así Ifigenia como las mujeres del coro, aluden sin cesar al matrimonio. [305] Castalia, fuente inmediata al altar de Apolo, en Delfos, y centro de la Tierra, por cuya razón le llamaban los gentiles _umbilicus terrae_. [306] La costa Caristia estaba enfrente de Hales, en la parte meridional de la Eubea. [307] Estas últimas palabras las dice el coro en nombre del poeta. [308] Este celebérrimo río, llamado también antiguamente Tritón, Melas y Siris, nace al sur de Darfour, en los montes Al-Kamar, y corre primero bajo el nombre de río Blanco al este y noroeste, dirigiéndose después al Norte y aumentando sus aguas con las del Maleg, el río Azul y el Tacazzé o Albarah, y riega el Donga, el país de los Chelouks, el Denka, el Dar-el-Aïze y el Kordofan; toma aquí el nombre de Nilo, y atraviesa la Abisinia y la Nubia, y llega al Egipto, en donde corre de sur a norte, dividiéndose en dos brazos que se subdividen en siete bocas, que forman los deltas. Desbórdase poco en el alto Egipto, no así en el medio y bajo, cuyas tierras fecunda con su cieno. Su curso es de 5500 kilómetros. Las fuentes no se han descubierto hasta el año de 1846. Diodoro de Sicilia atribuye a Anaxágoras, el maestro de Eurípides, esta opinión que expresa Helena acerca de las causas de sus periódicas inundaciones. Esquilo, en _Las Suplicantes_, verso 560, llama a las llanuras regadas por el Nilo λειμῶνα χιονόβοσκον, pradera fecundada por el derretimiento de las nieves. Pomponio Mela dice también, I, c. 9: _Crescit porro Nilus, sive quod solutæ magnis æstibus nives ex commmunibus Æthiopiæ jugis, largius quam ripis excipi queant, definient_. Esta debe ser, en efecto, una de las causas de su extraordinario crecimiento, juntamente con las lluvias torrenciales que lo llenan en el estío. [309] Antiguo rey de Egipto, cuyo reinado se fija en el año 1280 antes de Jesucristo. [310] Pequeña isla inmediata a Alejandría. [311] Hijo de Zeus y de la ninfa Egina; reinó en la isla Enopea, a la cual dio el nombre de su madre, y fue tan sabio y justo que su padre, después de muerto, lo nombró juez en los infiernos. Fue padre de Telamón y de Peleo, padres, respectivamente, de Áyax y de Aquiles. [312] Nereo, dios marino hijo de Océano y de Tetis, esposo de Doris, padre de las nereidas, ninfas del Océano. Habitaba en el mar Egeo y, como Proteo, disfrutaba del doble don de mudar de forma y de predecir lo futuro. Se le representaba viejo y con la barba azul. [313] Atenea. [314] Monte de Troya. [315] Paris. [316] Aquiles. [317] Río de la Tróade. [318] Hijo de Telamón y de Hesíone y hermano de padre de Áyax, a quien acompañó al sitio de Troya. A su vuelta fue desterrado por su padre, furioso al verlo sin su hermano, y fundó Salamina, en Chipre. Algunos han sostenido que fundó Cartagena, en España, y que llegó en sus excursiones marítimas hasta el país de los galaicos. [319] Dios de las riquezas y de las minas de metales preciosos, hijo de Yasión y de Deméter. Habitaba en los infiernos, y se le representa ciego y con una bolsa en la mano, para indicar que la fortuna hace rico de ordinario a quien menos lo merece. [320] Véase el _Áyax Furioso_ de Sófocles, en donde se representa detalladamente todo esto que cuenta Teucro. [321] Testio, rey de la Etolia, hijo de Agénor o de Ares, y padre de Plexipo y Toxeo y de Altea, Leda o Hipermnestra. [322] Helena era hija de Zeus y de Leda. [323] Los Dioscuros, Cástor y Pólux. [324] Hubo dos Salaminas: una era cierta isla del mar Egeo, en el golfo Sarónico, a 4 kilómetros de la costa del Ática, en donde reinaba Telamón, el padre de Teucro, y la otra una ciudad de la costa oriental de la isla de Chipre, fundada por Teucro, que le dio el nombre de su patria. [325] Divinidades marinas, hijas de Aqueloo, de melodiosa voz, que atraían a los navegantes con sus cantos, y los obligaban a precipitarse en la mar y ahogarse. [326] Ya en otro lugar hemos indicado la diferencia que había entre la flauta líbica y la siringa, compuesta la una ordinariamente de un solo cañón, y la otra de varios desiguales. [327] Ninfas de ríos y fuentes, que se representaban coronadas de hojas de cañas y recostadas sobre un cántaro que derrama agua. [328] Calcieco, de nicho o templete de bronce, como la de Esparta. [329] Todos los arqueólogos saben que los griegos no solo pintaban las estatuas, sino sus templos y más notables edificios. [330] Es muy bueno esto de las ocultas señales, en cuya virtud Menelao podría reconocer a Helena. Es tan natural, tan sencillo, tan infantil, que excita nuestra involuntaria sonrisa, y no solo lo perdonamos, sino que sentiríamos no verlo escrito. La poesía griega puede compararse a esos valles de los montes en donde crecen confundidos flores, arbustos y árboles sin orden ni concierto, pero formando un todo encantador y risueño, porque vemos en ellos la mano de Dios sola, la vida inagotable de la Naturaleza; parte de la moderna se asemeja a esos jardines simétricos en donde todo es regular y ordenado, con sus cuadros geométricos, sus árboles en fila, sus fuentes en los ángulos o el centro; en fin, todo prosaico, artificial y frío. [331] Calisto, hija de Licaón, seducida por Zeus, transformado en la diosa Artemisa para lograr su amoroso intento. Hera la convirtió en osa, no en leona, como dice Eurípides más abajo, y Zeus la trasladó al cielo con su hijo Arcas, en donde fueron conocidos con los nombres de la Osa grande y pequeña. [332] Poco se sabe de esta Cos, citada por Helena sin nombrarla. Estéfano, en su obra sobre las ciudades, dice así: Κίος δὲ ἀπὸ Κῶ, ᾕτις Μέροπος γηγενοὺς θυγάτηρ. «Cos (la isla del Egeo, patria de Hipócrates, Epicarmo y Apeles), llamada así de Cos, hija de Mérope». Higino, _Astron._, 16, dice que este Mérope fue rey de la isla de Cos, cuyo nombre viene del de su hija. Parece que Mérope contrajo himeneo con una ninfa llamada Etemea, castigada a flechazos por Artemisa, furiosa al contemplar el desprecio con que la trataba. Perséfone, sin embargo, la arrastró a los infiernos todavía con vida. Así es de presumir que algunos, como hace aquí Eurípides, atribuyen a una hija de Mérope lo que otros cuentan de su esposa. [333] Véase el _Orestes_, en donde se refiere todo esto que dice Menelao. [334] Ya en otra ocasión hemos recordado las burlas de Aristófanes acerca de los harapos que suelen cubrir a los héroes de Eurípides. Los de Sófocles y Esquilo excitan el terror y la compasión, no por estos accesorios externos, sino por su especial situación trágica. Sin embargo, no puede negarse que ahora, al menos, están justificados. [335] El amor de Teoclímeno a Helena. [336] No deja de ser dramática la situación de Menelao que, habiendo dejado a Helena en poder de sus compañeros, oye de los labios de la vieja portera tan extrañas nuevas. Sus dudas y reflexiones son tan naturales que no pueden menos de excitar nuestro interés. Tantas casualidades no son creíbles, y por eso excitan hasta ese punto su extrañeza; pero como su situación no es a propósito para perder el tiempo analizándolas, las deja para mejor ocasión. [337] Parecía lo natural que Menelao, al encontrar inesperadamente a Helena a quien había dejado oculta en la cueva, creyese que de cualquier modo había salido de ella y estaba allí como él, pues el mismo tiempo necesitaban uno y otro para llegar a aquel paraje. Un marido de nuestros tiempos se hubiera apoderado de ella y la hubiese arrastrado a la cueva para compararlas y desvanecer sus dudas; pero Menelao, seguro de que no la dejarían escapar sus compañeros, dominado de mil supersticiones, desconfiando de todo después de haber sufrido tantas desdichas, y viéndola correr hacia el sepulcro de Proteo como hacia un edificio conocido y hablar con el Coro como con antiguos amigos, vacila, y no sabe qué pensar ni qué hacer. [338] Hera fue siempre celosa, vengativa y cruel, y no pudo perdonar la injuria que le hizo Paris, dando a Afrodita la palma de la belleza en los bosques de Ida. Con este objeto supone Eurípides que solo dejó al hijo de Príamo una vana sombra, alterando a su capricho la tradición y atribuyendo a una de las deidades principales del Olimpo tan bárbara venganza, puesto que por un fantasma aéreo y para satisfacer su rencorosa pasión, causó la muerte de tantos griegos y troyanos. [339] El texto griego dice terminantemente: πικρὰς ἐς ἀρχὰς βαίνεις. Esta locución, muy común en la lengua helénica, es natural en un pueblo acostumbrado a oír frecuentemente a sus oradores y familiarizado con los términos de la Retórica. Otras muchas frases revelan también que era una ciudad marítima y mercantil. [340] Los personajes de Eurípides, siempre que hablan del lecho, dan a entender lo que media realmente, esto es, que estaban a considerable altura, hasta el extremo de que para llegar a ellos se hacía uso de una escalera (_gradus_) o de un taburete alto (_scamnum_). Venían a ser una especie de sofás muy grandes, con una elevación en la cabecera y a veces otra en los pies (ἀνακλιντήριον) y un respaldo en uno de los lados, mientras que el otro (_sponda_) dejaba franca la entrada. Fuertes fajas (_fascias, restes, institae_), sujetas en el catre, sostenían un colchón bien relleno (_torus, culcita_) con un travesero y una almohada (_cubital, cervical_). [341] Hermes, mensajero de los dioses. [342] Como este mensajero es un esclavo, no osa, sin permiso de su dueño Menelao, tomar parte en el diálogo de ambos esposos, y solo cuando este le da licencia para ello se atreve a hablar con sus dueños. [343] Famoso adivino, hijo de Téstor, que acompañó a los griegos a su expedición a Troya y predijo que duraría diez años, y que la flota que conducía a los guerreros no saldría del puerto de Áulide hasta que Agamenón sacrificase a su hija Ifigenia en el altar de Artemisa. Homero dice que murió de despecho, vencido por el adivino Mopso. [344] Heleno, otro adivino hijo de Príamo, a quien cautivó Odiseo en la guerra de Troya, y después de tomada fue hecho esclavo de Pirro, cuya amistad se granjeó prestándole importantes servicios. Pirro le cedió su esposa Andrómaca, y al morir, parte de sus estados. [345] Esta diatriba contra el arte de las adivinaciones, aunque conforme con nuestras ideas, no deja de ser un rasgo inaudito de irreligiosa osadía, tratándose de un griego de la antigüedad. Justamente, uno de los lazos comunes que unía a los distintos pueblos de la Grecia era esta creencia en los oráculos, y la veneración que se profesaba a algunos, como al de Apolo en Delfos, asilo sacrosanto en tiempo de disturbios, a cuyo lustre contribuían con sus dones todas las ciudades helénicas. [346] Esta tempestad de que habla Menelao es la que promovió Poseidón a ruego de Atenea, para vengarla de la profanación de su templo por Áyax, de todo lo cual hacemos mención en _Las Troyanas_, verso 77 y siguientes. [347] Nauplio, rey de la Eubea y padre de Palamedes, que pereció apedreado en el campamento de los griegos junto a Troya, por engaño de Odiseo, se vengó de sus enemigos encendiendo hogueras en el promontorio Cafereo, y atrayendo hacia él a los vencedores de Ilión, cuyas naves se estrellaron casi todas en los escollos. [348] Creta, a consecuencia de los amores de Pasífae, de la expedición de Teseo y de la muerte de Minotauro era para los griegos una isla novelesca. [349] Hallábanse estas grutas, en las cuales Perseo cortó la cabeza de la Gorgona, en la parte occidental del delta del Nilo. [350] Las frases pronunciadas antes por la vieja portera del palacio de Proteo, cuando Menelao se llega a él pidiendo hospitalidad. Recuerda lo que le ha dicho del odio que su señor profesa a los griegos y sus noticias sobre Helena, la hija de Zeus, incomprensibles entonces pera él. [351] Ejemplos innumerables que hemos visto en otras tragedias nos enseñan que entre los antiguos griegos los altares de los dioses servían de asilo a los criminales y desdichados, y como Menelao solo ve un sepulcro, no un templo ni un altar, extraña esta costumbre de los egipcios, distinta de la de sus compatriotas. Sin más explicación se comprende fácilmente que Helena, expuesta a los ardores amorosos de Teoclímeno, cuidase de dormir de noche en el sepulcro, no en el palacio de su amante desdeñado. [352] Teónoe, de θεός, dios, y νοῦς, entendimiento. [353] Neleo, hijo de Poseidón y de Tiro, y hermano de Pelias, a quien ayudó a usurpar el cetro de Yolco, que empuñaba Esón; desterrado después por el usurpador, fundó Pilos y Mesenia, y se casó con Cloris, de quien tuvo doce hijos, y a Néstor entre ellos. Se atrevió a pelear con Heracles, y murió a sus manos con casi todos sus hijos, excepto Néstor. Neleo fue uno de los argonautas. Su hijo y sucesor, de quien habla Menelao, el Matusalén de los griegos, asistió al combate de los centauros y los lapitas, y capitaneó a pilios y mesenios en el sitio de Troya, en donde perdió a su hijo Antíloco. Néstor, como hemos dicho, era tan viejo que, según Homero, contaba tres edades de hombre, y fue también muy famoso por su sabiduría y su elocuencia. [354] Desde los tiempos más remotos fueron mirados los egipcios por los demás gentiles, sobre todo por los griegos, como un pueblo excesivamente religioso, fanático y supersticioso, y su país como la patria natural de prodigios y portentosas maravillas. Recuérdese también que entre los idólatras la purificación corporal era signo de la espiritual, y consecuente con esta creencia la divina Teónoe, purifica la atmósfera que respira y la tierra que pisa con el fuego, el azufre y la resina. [355] Curiosas son en extremo estas razones de alta política que mueven a las diosas Hera y Afrodita, atentas a que no sufra menoscabo entre los mortales la idea que tienen de su poder. La vanidad mujeril, que así reinaba entre los griegos en el cielo como en la tierra, excitan a cada una a favorecer o dañar a Helena y Menelao; y aunque Artemisa a la conclusión del _Hipólito_ diga que está prohibido a los dioses usurpar lo que a otros corresponde, ni intervenir en sus asuntos particulares, ocurría sin duda a veces que chocaban sus intereses, y en este caso no había otro recurso que celebrar solemnes consejos, en los cuales se resolvían tan importantes cuestiones. [356] Algo crítica es la situación de Teónoe, porque en último caso probará que ella, simple mortal, si favorece a Menelao y a Helena, es más justa y filantrópica que la misma Afrodita, lo cual no habla muy alto en favor de su piedad para con una divinidad injusta. Obsérvese la tendencia irreligiosa de Eurípides, siempre dispuesto a rebajar a los dioses y a ensalzar a los hombres a costa de aquellos, pues dentro de poco Teónoe demostrará con su conducta que, fiel a la memoria y a la voluntad de su padre, despreciando las iras de su hermano y de Afrodita, se declara sin rebozo por lo que cree justo y humano. [357] Seguramente no será necesario llamar la atención de los lectores hacia la castiza y natural belleza de los dos discursos que pronuncian Helena y Menelao. Nutridos de sólidas razones, llenos de espontáneos y sencillos afectos y apropiados a la aflictiva situación en que ambos se encuentran, prueban una vez más el indispensable talento dramático de Eurípides, siempre que no lo extravíe el filosofismo, su amor a la novedad, su afán inmoderado de distinguirse de los demás poetas, y como consecuencia de todo esto, las radicales alteraciones que hace sufrir a las fábulas mitológicas tradicionales, al carácter de los personajes que intervienen en ellas, consagrado por los siglos, y a los dioses que forman en los negocios humanos, a imitación de lo que sucede en _La Ilíada_, una parte tan activa. [358] El de profetizar, de que se ha hablado antes. [359] Estas opiniones filosóficas de Eurípides, que expone en distintos pasajes de sus tragedias, provienen sin duda de su maestro Anaxágoras, y no dejan de ser curiosas. En su concepto, el cuerpo, formado de tierra, vuelve a ella después de la muerte, y el alma, emanación del Éter, torna también a él. Acaso los griegos, dotados de singular perspicacia para penetrar en los arcanos psicológicos, hubieron de conocer el problema, que aún no ha resuelto la ciencia en nuestros días, abandonada a sí misma, esto es, el de la unión del alma y del cuerpo, espíritu simple la primera y materia compuesta el segundo. La Filosofía hasta ahora se limita a consignar el hecho de esta unión, pero no lo explica ni probablemente podrá explicarlo nunca. [360] Aquí respira de nuevo la animosidad de Eurípides contra el bello sexo. [361] Fácilmente recordarán los lectores que la palabra cenotafio (de κενοτάφιον, _sepulcro vacío_) de que usa antes Helena, indica con claridad que Menelao no ha de ser sepultado en él, sino que se le va a erigir en el supuesto de que ha perecido en la mar, llevándose esta su cadáver. Menelao representará ante Teoclímeno el papel de náufrago compañero de aquel héroe, que se ha salvado con trabajo. Recuérdese también que en casi todas las tragedias de Eurípides las mujeres son de ordinario las que urden estos astutos artificios, como en la _Hécuba_, para mutilar a Poliméstor, y en la _Electra_, para vengarse de Menelao. [362] Alusión al falaz faro encendido por Nauplio para vengarse de los griegos, de que ya hemos hablado más arriba. [363] Justa y terrible acusación que Eurípides lanza contra los dioses del gentilismo, aunque más propias del filósofo que enseña que del poeta, intérprete de la tradición y de las creencias de sus mayores. La verdad es que el Olimpo con sus númenes, víctima de pasiones humanas y personificación antropomórfica de la sencilla religión de un pueblo primitivo y no alumbrado por la luz de la revelación, era ya en tiempo de Eurípides poética ficción, tan desnuda de verosimilitud como opuesta a la razón filosófica. [364] Sabido es que los antiguos cazadores usaban de una red grande y muy fuerte (_longo meantia retia tractu. Nemes Cyneg._, 300), con la cual, antes de comenzar la batida, rodeaban vasta extensión de los montes para impedir que la caza se dispersase en la llanura. [365] Helena, con refinada astucia, llama señor a Teoclímeno, cual si fuera su esposo, dejándole entrever que ya consiente en su nuevo himeneo. [366] Fácilmente apreciarán los lectores la finísima ironía que respiran estas palabras de Helena, comprensibles en sus dos sentidos solo para los espectadores, no para Teoclímeno, ignorante de todo lo ocurrido. [367] Recuérdese lo que antes hemos dicho repetidas veces acercado la importancia que daban los griegos a la sepultura. [368] Esta es la principal razón que da Helena a Teoclímeno para convencerle de la verdad de su aserto, pues no es fácil suponer que su propia hermana se uniese con dos extranjeros, como eran Menelao y Helena, para engañar a su hermano. [369] La pregunta de Teoclímeno retrata fielmente la pasión amorosa del hijo de Proteo, que si finge en un principio participar del dolor de su amada, y casi parece olvidarse de su amor, aprovecha sin embargo la primera coyuntura favorable para enterarse de lo que más interesa a la satisfacción de sus deseos. [370] El texto original dice: κενοῖσι θάπτειν ἐν πέπλων ὑφάσμασιν, porque el peplo no envolvía al cadáver, como se acostumbraba en tales casos. [371] Jenofonte en su _Cirop._, VIII, 3, 24, dice así: Ἐπεὶ δὲ ἀφίκοντο πρὸς τὰ τεμένη, ἔθυσαν τῷ Διὶ, καὶ ὡλοκαύτωσαν τοὺς ταύρους· ἔπειτα τῷ Ἡλίῳ, καὶ ὡλοκαύτωσαν τοὺς ἵππους. «Habiendo llegado después a los templos, sacrificaron a Zeus, consumiendo las llamas toros enteros; luego sacrificaron al sol, y el fuego devoró entonces por completo _a los caballos_ que se inmolaron». Se ve, pues, que entre los persas, prototipo de los bárbaros para los griegos, se sacrificaban caballos a los dioses. [372] Estos cantos del Coro, bellísimos como poesía independiente de la tragedia, no lo son tanto interpoladas en ella, por la escasa relación que tienen con la misma, a pesar de la contraria aseveración de algunos críticos modernos alemanes. Será todo lo más una digresión poética que hace Eurípides, pero es indudable también que en ninguna otra tragedia suya hay tan lejana alusión en los cantos del Coro al argumento o a los personajes del mismo. En los últimos versos parece que atribuye las desdichas de Helena a su indiferencia hacia el culto de la _Mater Deorum_, cuidadosa solo de su belleza; pero esto, suponiendo que no haya habido transcendentales interpolaciones, no obstante las correcciones de Hermann, Hartung y otros sabios filósofos, en nada debilita nuestra opinión, puesto que de todas maneras resulta que los cantos del Coro están en contradicción con lo restante de la tragedia. ¿No ha dicho antes el poeta que si el rapto de Helena ha sido origen de la guerra de Troya, solo debe atribuirse a Afrodita, que prometió su posesión a Paris por haberle adjudicado la palma de la belleza? ¿No ha dicho también que Hera, para vengarse de Paris y de Afrodita, formó vano fantasma, engañando con él a griegos y troyanos, y transportando a Egipto a la verdadera Helena? Verdad es que el mismo Eurípides afirma otras veces que la grave contienda de aqueos y frigios era obra de Zeus, a fin de librar a la madre Tierra de tantos hombres como oprimían su seno; pero aun concediendo al poeta libérrima facultad de alterar la tradición a su antojo, y por tanto la de variar de opinión cuando le parece, siempre resulta en definitiva que este canto del Coro, cuyo objeto es achacar los infortunios de la hija de Leda a su indiferencia religiosa, tiene más trazas de adición poética, extraña a la composición, que de parte esencial de la misma. Observen también los lectores que el poeta confunde a Cibeles, Deméter y Dioniso, los atributos de cada uno y las ceremonias religiosas del culto de estas tres deidades, acaso porque realmente los unía cierto vínculo común, puesto que Cibeles es la Tierra, Deméter la diosa que enseñó a los hombres su cultivo, y Dioniso el que ofreció a los mortales el vino. [373] Alusión a los misterios de Eleusis. [374] Helena hace aquí y posteriormente malignas alusiones, que los espectadores debían comprender fácilmente, a expensas de Teoclímeno. Creemos, sin embargo, que no todas están en su lugar, porque la crítica situación de Helena momentos antes de acometer su atrevida empresa, de la cual depende su salvación y la de su esposo, expuesta a fracasar inesperadamente por cualquier suceso imprevisto, no era, sin duda, la más conveniente para hablar de esta manera. Acaso sea nuestro escrúpulo infundado; pero en ocasiones semejantes no es costumbre entre los mortales expresarse así. Parece que habla Eurípides, no Helena. [375] El texto griego dice: ῥοθίοισι μάτηρ. Ῥόθος significa ruido, rumor como de olas, torrentes, remos, etc. El poeta llama madre a la nave porque, al cortar las olas, hacen estas ruido. [376] Γαλάνεια en griego, deidad y nombre creado por Eurípides, derivado de γαλήνη, calma marina, tiempo sereno. [377] Micenas, fundada por Perseo, famoso héroe griego, hijo de Zeus y Dánae. Acrino, padre de esta, temeroso de que la sedujeran, la encerró en una torre, bien guardada, en donde penetró el rey del Olimpo, convertido en finísima lluvia de oro. El fruto de esta unión fue abandonado a la merced de las olas, que lo llevaron a la costa de Serifos, cuyo rey Polidectes lo adoptó por hijo. Mató, ya hombre, a las Gorgonas, de cuya sangre brotó el caballo alado Pegaso, con cuyo auxilio libertó a Andrómaca del monstruo marino que había de devorarla. [378] El Eurotas. [379] Llamábanse Leucípides las vírgenes sacerdotisas Febe e Hilaíra, hijas de Leucipo, de las cuales habla Pausanias, _Lacónica_, y Propercio, 1, 2. [380] Príncipe lacedemonio, hijo de Amiclas, de extraordinaria belleza, de quien se enamoraron a un tiempo Apolo y Céfiro, siendo preferido el primero. Jugando un día al disco con aquel dios, Céfiro torció el disco, que, hiriendo a Jacinto, lo dejó sin vida, y fue convertido en la flor que lleva su nombre. Era adorado como una divinidad por los lacedemonios y amicleos. [381] Hermíone, hija de Menelao y de Helena. [382] Las grullas. [383] Llámales febeas porque fueron edificadas por Febo en el reinado de Laomedonte, padre de Príamo. [384] Es esta una isla pequeña, frente al promontorio Sunio, llamada Cránae. Homero, _Iliad._, III, 445, y Estrabón, IX, 1, la mencionan. [385] Estas ideas aristocráticas, siempre que viene a cuento la nobleza, es otra de las flaquezas del poeta, que no se compagina con su origen plebeyo. [386] De la misma manera, y con iguales palabras, terminan casi todas las tragedias de Eurípides. Algo análogo hacía también Demóstenes con los exordios de sus arengas. *** END OF THE PROJECT GUTENBERG EBOOK OBRAS DRAMÁTICAS DE EURÍPIDES (2 DE 3) *** Updated editions will replace the previous one—the old editions will be renamed. 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