Nota de transcripción
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TRAIDOR, INCONFESO Y MÁRTIR
DRAMA HISTÓRICO
en tres actos y en verso
escrito expresamente
PARA EL BENEFICIO DE DOÑA MATILDE DÍEZ
POR
DON JOSÉ ZORRILLA
OCTAVA EDICIÓN
MADRID
R. Velasco, Impresor, Marqués de Santa Ana, 11, dup.º
TELÉFONO, NÚMERO 551
1917
p. 4
PERSONAJES | ACTORES |
DOÑA AURORA | Doña Matilde Díez. |
GABRIEL ESPINOSA | Don Julián Romea. |
DON RODRIGO DE SANTILLANA, alcalde de casa y corte |
Don Antonio Barroso. |
DON CÉSAR DE SANTILLANA, capitán de jinetes del primer tercio de Flandes |
Don Florencio Romea. |
ARBUÉS | Don Patricio Sobrado. |
BURGOA Y NAO D’ANDRADE | |
EL MARQUÉS DE TAVIRA | |
EL DOCTOR N. | |
UN ESCRIBANO | |
UN ALGUACIL | |
UN CRIADO DE BURGOA | |
Alguaciles, soldados y criados |
La escena en los dos primeros actos, pasa en una posada de Valladolid, y en el tercero en Medina del Campo, en el año 1594 de N. S. J. C.
p. 5
Antesala de una posada de Valladolid. Puerta en el fondo, que da al exterior. Dos a la izquierda, que dan al interior. Ventana a la derecha.
BURGOA, que aparece; un CRIADO, que sale por el fondo.
Criado
Señor amo.
Burgoa
¿Qué hay?
Criado
Un hombre.
Burgoa
¿Qué quiere?
Criado
Veros.
Burgoa
Que pase.
Criado
Entrad aquí, seor hidalgo.
BURGOA y el MARQUÉS, embozado.
Marqués
Buenas noches.
Burgoa
Dios le guarde.
Marqués
¿Eres tú el huésped?
Burgoa
Yo soy.
Marqués
¿Luis Burgoa?
Burgoa
Y Nao d’Andrade.
Marqués
¿Portugués?
Burgoa
Lo canta el nombre:
De Alfontes en el Algarbe.
Marqués
Paisanos somos.
p. 6Burgoa
¿Sois vos
también?...
Marqués
Escúchame y cállate.
Burgoa
Callo y escucho.
Marqués
Esta noche
vendrá a pedirte hospedaje
en esta posada un hombre,
cuyas señas voy a darte
para que no le equivoques.
Edad, cuarenta años; traje
negro, cabello rapado,
barba crecida, semblante
pálido, mirada de águila,
sonrisa triste, andar grave.
Burgoa
Con tantas señas, señor,
que le equivoque no es fácil.
Marqués
Aún faltan más; una dama
en su compañía trae
de apenas diecisiete años,
y haciendo veces de paje,
viene sirviéndoles a ambos
un veterano de Flandes,
en quien, por más que se afana
por tosco labriego en darse,
se revelan a la legua
las costumbres militares.
Lo mismo sea sentirles
a tus puertas acercarse,
con luz y sombrero en mano
saldrás hasta los umbrales:
mandarás de sus caballos
cuidar, y sus equipajes
subir a los aposentos
mejores que puedas darles.
Les servirás a su antojo
los más sabrosos manjares,
y los vinos más añejos,
y entretanto que ocuparen
cuarto en tu posada, en ella
no recibirás a nadie.
Yo toda entera la alquilo
para ellos. Ahí va parte
del gasto que hacerte puedan;
cuando esa suma se acabe,
te rellenaré esa bolsa:
lo que sobre, para gajes
del huésped y de los mozos.
Adiós, y silencio, Andrade.
p. 7Burgoa
Un momento, caballero,
¿Y si ese hombre preguntare
quién paga su gasto?
Marqués
Nada
digas.
Burgoa
¿Y si se obstinase
en saberlo?
Marqués
Guardarás
silencio, y la cuenta al darme,
tu silencio y sus porfías
pondrás como cantidades
en guarismos, y yo solo
veré las sumas totales.
Pero ten cuenta, Burgoa:
porque el oro que aquí ganes
crecerá con tu prudencia
y te se irá con tu sangre;
porque indiscreciones de oro
con hierro es bien que se atajen,
y fortuna que se canta
siempre se la lleva el aire.
Burgoa
Señor...
Marqués
Adiós, que no quiero
que aquí si llegan me hallen.
(Vase).
BURGOA; después DON CÉSAR
Burgoa
¡Aventura más extraña!
alguna apuesta, algún lance
de amor: pero ¿qué me importa
a mí? Lo que es indudable
es que el bolsillo está lleno
de doblillas; ¿para gajes
las que sobren? ¡Bah! lo menos
ciento por veinte. Adelante.
Don César
(Saliendo).
Buenas noches.
Burgoa
¿Qué se ofrece?
Don César
Hablar con el dueño.
Burgoa
Habladle.
Don César
¿Eres tú?
Burgoa
Yo mismo.
Don César
¿Estamos
solos?
Burgoa
Sí.
Don César
Atento estame.
p. 8Tres personas a tu puerta
vendrán muy pronto a apearse;
un hombre galán, de pálido
rostro y de noble talante,
una dama tan hermosa
como pintan a los ángeles,
y un escudero que tiene
mezcla de asistente y paje.
Dale lo mejor que tengas,
como a príncipes regálales:
lo que no poseas, cómpralo,
y en el precio no repares.
Ahí tienes doscientos pesos
en oro: cuando los gastes
en su servicio, me pides
más, y si sobran, por gajes
te los embolsas, con ceros
sumas y cuentas cabales.
Burgoa
Caballero, perdonad:
pero habéis llegado tarde.
Don César
No te entiendo.
Burgoa
Un embozado
que salía cuando entrabais
os ha ganado la mano;
y para esos personajes
por quien os interesáis,
con palabras semejantes
a las vuestras ha alquilado
y pagado el hospedaje
de mi casa con el oro
de este bolsillo: miradle.
Don César
¿Y quién es ese embozado?
Burgoa
No le conozco.
Don César
¿Su traje,
su porte, ni sus palabras
indicios no pueden darte
de quién sea?
Burgoa
No, señor
militar; ni su semblante
vi jamás, ni haber oído
recuerdo en ninguna parte
su voz.
Don César
¿Es joven o viejo?
Burgoa
¿No le habéis visto?
Don César
En la calle
estaba ya cuando yo
llegaba a tu puerta, y casi
no puse atención en él.
p. 9Burgoa
Es un señor respetable,
de barba gris, noble y rico.
Don César
¿Noble y rico? ¿De qué sabes
que lo es si no le conoces?
Burgoa
Dan en él lo muy bastante
a conocer la riqueza,
su oro y modo de darle,
y la nobleza, además,
de su tono y de sus frases,
el aroma que se exhala
de su valona y sus guantes.
Don César
Pues, señor, ¡cómo ha de ser!
Dijiste bien, llego tarde.
Réstame, pues, solamente
mis ofertas reiterarte:
emplea ese oro a gusto
de quien lo da, y lo que falte
yo lo abono: y a otra cosa,
que el tiempo vuela. Melquiades,
acomoda los caballos
en la cuadra.
Burgoa
Dispensadme,
capitán; no puede ser.
Don César
¿Por qué?
Burgoa
Porque no hay vacante
un solo pesebre en ella.
Don César
Pues en ese caso dame
un cuarto a mí y una cama,
y que se vaya Melquiades
con los caballos.
Burgoa
Tampoco
puedo serviros.
Don César
¡Bergante!
¿Intentas burlas conmigo?
Burgoa
¡Dios me libre de burlarme
de tan gallardo mancebo!
Mas tengo orden terminante
de aquel embozado incógnito
de no recibir a nadie
por esta noche en mi casa,
más que a ellos. Excusadme,
pues, capitán.
Don César
(Se sienta).
Pues entonces
dame un bocado que el hambre
me satisfaga y un trago
que me remoje las fauces.
Burgoa
Señor, todo está comprado,
y nos cansamos en balde.
p. 10Pues que por esos viajeros
os interesáis, dejadles
libre la casa, y no hagáis
que yo a mi palabra falte.
Don César
El caso es que a mí me importa
en esta casa quedarme
por esta noche, y es fuerza
que me quede.
Burgoa
Pues en grave
compromiso me ponéis
si os quedáis, y por mi parte
por cuantos medios me ocurran
estoy dispuesto a evitarle.
Don César
¿De modo que te propones
en la plazuela plantarme
en una noche como esta,
con frío tal, oro y hambre?
Burgoa
Sí, señor.
Don César
¿Sin más razones?
Burgoa
Os llevo dadas bastantes.
Don César
Pues señor, lo siento mucho;
mas fuerza es que te se alcance,
pues no eres tonto, que cuando
muestro empeño semejante
en hospedarme en tu casa,
no vine para marcharme
de ella otra vez despedido
como un buhonero errante.
Burgoa
Pues mirad cómo ha de ser.
Don César
Así: toma, y lee si sabes.
(Le da un papel).
Burgoa
¿Y qué es esto?
Don César
Lee.
Burgoa
(Leyendo).
«Dará
Luis Burgoa Nao d’Andrade
alojamiento en su casa
número dos de la calle
de la Antigua, al capitán
del primer tercio de Flandes
don César de Santillana,
con seis jinetes».
Don César
Cabales.
Burgoa, en nombre del rey
vas a ofrecerme de balde
lo que por oro me niegas.
Burgoa
La boleta haré que os cambien
a cualquier costa.
Don César
Será
trabajo inútil; es tarde.
p. 11Burgoa
No importa, tengo dineros
y muy buenas amistades
hoy en el Ayuntamiento.
Don César
Pues Burgoa, no las canses
inútilmente esta noche;
porque a más de que es mi padre
juez de la chancillería,
y de casa y corte alcalde,
tengo seis hombres
y un escudero, incapaces
de obedecer otras órdenes
que las que yo quiera darles,
que del umbral de la puerta
no permitirán que pases.
Conque cede a mis razones,
que son a fe terminantes,
y dame luz, cena y cuarto,
que con ese personaje
misterioso, seré yo
solamente el responsable
de todo, en nombre del rey.
Burgoa
Callo al rey.
Don César
Y muy bien haces,
que contra el rey nadie es cuerdo
en oponerse. Melquiades,
toma luz y desensilla
a Bayardo: a acomodarme
voy en algún cuarto bajo,
para que cuando llegaren
esos huéspedes, en casa
ya pagada no me hallen.
Burgoa
Capitán, pues no hay remedio,
yo os ruego, con la más grande
humildad, que os alojéis
en una sala que cae
al huerto que tengo a espalda
de la casa.
Don César
Que me place
te digo el alojamiento.
Vamos allá.
Burgoa
(Los dos a la puerta).
Hacia esta parte
y en el fin del corredor
veréis una puerta grande
que da sobre esta escalera:
tomad el farol que arde
en el descanso; bajadla,
y Andrés os dará la llave
p. 12de vuestro cuarto, y decidle
que a vuestras gentes os llame.
Yo os enviaré buena cena
y fuego.
Don César
Dios te lo pague.
(Vase).
BURGOA; después DON RODRIGO
Burgoa
Santillana y capitán,
y de los tercios de Flandes
y con la boleta en regla
y espada de gavilanes,
¿quién le resiste? El incógnito
se hará cargo del percance,
y tendrá su compañía
que sufrir y resignarse.
Contra el rey nadie es valiente.
Don Rodrigo
(Entrando).
¡Ah de esta casa!
Burgoa
Adelante.
Don Rodrigo
¿Sois el dueño de ella?
Burgoa
Soy
Luis Burgoa.
Don Rodrigo
Dios le guarde.
Burgoa
Mil gracias; lo mismo digo.
¿Qué se ofrece?
Don Rodrigo
Que oiga y calle.
Esta noche a esta posada
vendrá un viejo a apearse
con una dama encubierta
y un escudero; hospedadles
con mucho agrado y servidles
sin dudar cuanto demanden:
su gasto corre por cuenta
del rey, y desde el instante
en que vuestra casa ocupen,
de ellos, de sus equipajes
y cuanto les pertenezca,
seréis vos el responsable.
Dejaréis entrar a todos
los que por él preguntaren:
a todos, quienquier que fueren;
mas no dejaréis a nadie
volver a salir. Abajo
tenéis unos militares
alojados, y las órdenes
p. 13competentes voy a darles
para que os presten auxilio,
y en caso de apuro guarden
las puertas. Conque silencio
y adiós; volveré más tarde.
Burgoa
Señor, vuestra autoridad,
sea cual fuere, excusadme
que os pregunte a quién la honra
tengo de hablar.
Don Rodrigo
Al alcalde
Rodrigo de Santillana.
Burgoa
¡Jesucristo!
Don Rodrigo
Dios le guarde.
Burgoa
¡Dios nos asista! Con un
Santillana era bastante
para su mal; pero ¿juntos
el capitán y el alcalde
pisándoles los talones?
Ya, ya están frescos los tales
viajeros. Los Santillanas...
Raza de réprobos; aves
de mal agüero; golillas
todos; búhos de las cárceles
y de las horcas, que solo
pronosticar pueden males.
Santillanas..., ¡fuego en ellos
y en quien a casa los trae!
No hay portugués que no tenga
con ellos cuentas. Mas baste,
que Dios dirá. Gente llega.
¡Andrés!
(Al ir a entrar por el fondo, sale Arbués de viaje, enlodado).
BURGOA y ARBUÉS
Arbués
No hay que incomodarse,
patrón; somos gente llana
mis amos y yo, y a nadie
gustamos de dar que hacer.
p. 14¿Hay aposentos capaces,
limpios y con buenas camas
para una dama, su padre,
su escudero y dos criados?
Burgoa
Sí, señor, los hay; y tales
que no habrá en palacio muchos
que en lo limpio les alcancen.
Arbués
Pues poned en uno luces
para la dama.
Burgoa
Que bajen;
voy a mandar por los trastos
que traigáis.
Arbués
Que no se cansen
vuestros mozos; ya los nuestros
suben con los equipajes.
(Suben los mozos con baúles).
¿Dónde los pondrán?
Burgoa
Allí,
en esos cuartos.
Arbués
(A los mozos).
Llevadles,
pues.
Burgoa
¿Y la dama?
Arbués
Se está
despidiendo de su padre.
Burgoa
¿Pues qué, no se queda en casa
con ella?
Arbués
Sí, mas tiene antes
que entregar unos breviarios
a un primo suyo que es fraile
en San Pablo, y tardará
tal vez, mas no hay que esperarle.
Burgoa
Marta, Ginés, a esa dama
alumbrad.
(Sale doña Aurora).
Arbués
Ya llegan tarde,
patrón.
Burgoa
¡Qué! ¿Sin aguardar
que la sirvan?...
Arbués
Si es más ágil
que un lancero, y nunca se anda
con cumplimientos.
ARBUÉS, BURGOA y DOÑA AURORA
Burgoa
(Aparte).
(Buen talle,
garboso andar, y ¡qué hermosa!
Dijo bien cuando a los ángeles
la comparó el capitán).
Doña Aurora
¿Sois el huésped?
Burgoa
Ordenadme,
señora; yo soy.
Doña Aurora
¿Hay fuego
en mi aposento?
Burgoa
Y bujía,
y puede vueseñoría
disponer de él desde luego
y de toda mi posada.
Os mandaré a mi mujer
que os sirva.
Doña Aurora
No es menester;
yo me sirvo sola, y nada
necesito. ¿Arbués?
Arbués
Señora.
Doña Aurora
Cuando vuelva, aunque sea tarde,
me avisarás.
Arbués
A la hora
en que llegue.
Doña Aurora
(A Burgoa).
Dios os guarde.
Burgoa
¿Tomaréis un refrigerio,
un tentempié, para abrigo
del estómago?
Doña Aurora
¿No os digo
que nada quiero?
(Vase por la izquierda).
Burgoa
¡Qué imperio!
ARBUÉS y BURGOA
Burgoa
¿Y vos no cenáis?
Arbués
Poco ha
que comimos y costumbre
no tenemos.
Burgoa
p. 16A la lumbre
podéis venir, que la habrá
buena en el hogar.
Arbués
No tengo
frío; podéis sin reparos
cuando queráis acostaros;
porque mi amo, os lo prevengo,
de que le sirva no gusta
nadie más que yo, que sé
sus mañas.
Burgoa
Tenéis a fe
buen trabajo.
Arbués
¡Bah! Se ajusta
cada cual al que le toca
en esta vida: yo estoy
a su servicio y le doy
cumplimiento..., y punto en boca,
que tengo sueño. Dejad
la llave a mano y a abrir
bajaré, cuando venir
le sienta; que echen, mandad,
pienso a los caballos, yo
de este sillón haré lecho.
Burgoa
¿Dormiréis ahí?
Arbués
¿Pues no?
Es costumbre y ya estoy hecho.
Burgoa
Pues para cuando me acueste
ahí queda la llave, y vos
os gobernaréis.
Arbués
Adiós,
pues.
Burgoa
Descansad. (¡Mala peste
me coja si yo me acuesto
sin ver a ese hombre quedar
dentro de casa!).
(Vase).
Arbués
Cerrar
no está demás.
(Cierra la puerta del fondo).
ARBUÉS; después DON CÉSAR
Arbués
En mi puesto
heme ya.
(Se sienta en el sillón y llaman a la puerta del fondo).
Han llamado.
Don César
(Dentro).
¿Arbués?
Arbués
¿Por mi nombre? ¿Quién será?
p. 17Don César
Alférez Arbués.
Arbués
¿Quién va?
Don César
Abre a un amigo.
Arbués
¿Quién es?
Don César
El capitán Santillana.
Arbués
¿Don César?
Don César
Sí, date prisa,
Arbués, que nos interesa.
Arbués
(Abre).
¡Válame la soberana
Virgen! ¡Vos, mi capitán!
Don César
No malgastemos, Arbués,
nuestro tiempo.
Arbués
Hablad: ¿qué hay, pues?
Don César
Las bocacalles están
tomadas alrededor
y conmigo hay seis soldados
en esta casa apostados.
Arbués
¿Y qué?
Don César
Que es a tu señor
a quien buscan. Si Gabriel
los umbrales de ella pasa,
Arbués, dentro de esta casa
todos sois presos con él.
Arbués
No os dé pena, capitán;
mi amo, que lo sabe todo,
de hacer encontrará modo
inútil todo ese afán.
Don César
El asunto no es materia
de chanzas; en la partida
sé yo que le va la vida.
Arbués
¡Diablo!
Don César
La cuestión es seria.
Registrarán su equipaje
y hasta la misma persona;
y si razón no le abona
terminante, aquí su viaje
concluye, porque al misterio
de su vida dar alcance
quiere el rey.
Arbués
¿El rey?
Don César
El lance
ves que no puede más serio
ser. Mi padre, don Rodrigo,
me ha encomendado su guarda,
diciéndome que le aguarda
pronto y ejemplar castigo.
Hasta ahora, a lo que creo,
de sus poderes abusa
p. 18la justicia, pues le acusa
a ciegas su buen deseo.
Mas he oído una expresión,
que, a probarse con certeza,
le va a costar la cabeza,
sea impostura o ambición.
Óyeme ahora. El destino,
por su bien o por mi mal,
me une a su sino fatal
y me arroja en su camino.
Instinto y veneración
por él en mi pecho ruegan,
y por Aurora me ciegan
cariño y adoración.
En el nombre de la ley
a espiarle a Madrigal
me enviaron, y cumplí mal
con las órdenes del rey.
Desde Madrigal os sigo.
Arbués
Lo sabíamos.
Don César
Tiempo es
de que sepamos, Arbués,
a qué atenernos. Conmigo
es preciso que Gabriel
hable esta noche. Es forzoso
que este arcano misterioso
penetre a la par con él.
Hay de un misterio tremendo
en su existencia la duda;
siempre me tendrá en su ayuda,
mas que se explique pretendo.
Yo quiero de cualquier modo
salvarle; quiero que a prueba
ponga mi fe y que me deba
su porvenir, en fin, todo
quiero comprenderlo, y sea
quien fuere, noble o villano,
vil traidor o soberano
coronado, que en mí vea
un fiel amigo, un apoyo
presto a dividir con él
desde el sitial de un dosel,
hasta de la tumba el hoyo.
Arbués
Que os ciega amor bien se ve.
Don César
Arbués, si su amor merezco
y si mi mano la ofrezco...
Arbués
No la admitirá.
Don César
¿Por qué?
p. 19Arbués
Porque es Espinosa un hombre
que no quiere que se una
ni hombre alguno a su fortuna,
ni nombre alguno a su nombre.
Don César
Yo los males que le afligen
acepto y sus opiniones,
sin pedir de ellas razones.
Y si ocultarme su origen
les importa, nunca el nombre
preguntaré de mi esposa;
sea honrada y cariñosa,
y nada habrá que me asombre.
Arbués
Estáis loco, capitán.
¿Queréis con un pastelero
emparentar?
Don César
Arbués, quiero
salir de una vez de afán.
Te he dicho que mi destino
me lleva tras de Gabriel.
Arbués
Pues es fuerza que huyáis de él;
echad por otro camino.
Don César
¡Arbués!
Arbués
Yo sé lo que digo.
Vuestro ayo fui; soy ya viejo
y daros puedo un consejo;
tomadle que es de un amigo.
Cumplid vuestra obligación
sin tropezar con Gabriel,
y el misterio que hay en él
dejad en su corazón.
Para vuestro amor, de roca
será su alma, y recelo
que no os dará ni consuelo
ni satisfacción su boca.
Don César
Pues qué, ¿hace ese hombre un agravio
impunemente?
Arbués
Lo que hace
no sé, mas no satisface
jamás.
Don César
Pues bien, si su labio
satisfacción no me da,
yo le haré que hable sin gana
con mi acero.
Arbués
Santillana,
en silencio os matará.
Don César
¿A mí?
Arbués
Tal creo en conciencia.
Don César
¿Tiene algún filtro Gabriel?
p. 20Arbués
No; mas acaso con él
pelea la omnipotencia.
Don César, tened a raya
vuestra locura y tomad
mi consejo: abandonad
la senda por donde él vaya.
Don César
No puedo.
Arbués
Una indiscreción
muy sandia sé que cometo;
mas voy a ser indiscreto,
porque tengo os obligación.
Don César
Habla, habla.
Arbués
Ese Gabriel
Espinosa, el pastelero,
tiene más de caballero
de lo que aparenta él.
Tres años ha que le sigo
de su favor obligado,
que honra y vida me ha salvado,
y más que dueño es mi amigo.
Don César
¿Pero quién es?
Arbués
Voy a ello.
Quién es... ¡sábenlo él y Dios!
Cuanto sé yo de él vais vos
a saber, mas bajo sello
guardadlo siempre.
Don César
Concluye.
Arbués
Escuchad, pues, lo que sé,
y vos veréis de él a fe
si en pro o en contra os arguye.
Él sabe todas las leyes,
cuenta todas las historias,
los desastres y las glorias
de los europeos reyes.
Él conoce los blasones
como un rey de armas; él mide
las noblezas; él decide
sobre razas y opiniones;
y tales fuerzas alcanza,
que con precisión certera
monta un potro a la carrera
y hace astillas una lanza
en el aire.
Don César
¡Jesucristo!
Eso se cuenta también
de don...
(Arbués le tapa la boca con la mano).
Arbués
No digáis de quién;
p. 21de él yo lo cuento, y lo he visto.
Y en fin, os diré un secreto:
¿Conocíais a Quiñones,
el teniente de dragones?
Don César
Sí.
Arbués
Sabéis que era el respeto
de los diestros en la esgrima,
porque jamás estocada
le hirió, mientras que su espada
veinte muertes le echó encima.
Don César
Sí.
Arbués
No ignoraréis que muerto
en Madrigal se le halló;
pues bien, Gabriel le mató
riñendo.
Don César
¿Cierto?
Arbués
Tan cierto,
capitán, como es de noche.
De Gabriel en la hostería
con el alférez comía
yo una tarde, cuando un coche
paró a sus puertas, y de él
un embozando bajando
se entró hasta allí preguntando
si estaba en casa Gabriel.
Salió este; y el forastero,
que ser mostraba en su porte
un gran señor de la corte,
llevó la mano al sombrero
al ir a hablarle; Quiñones,
de quien sabéis la insolencia,
con aquella impertinencia
peculiar de los matones,
dijo: «¡Hola! ¿Esas tenemos?».
Mas no bien le oyó Gabriel,
cuando, viniéndose a él,
le asió por los dos extremos
del collarín del coleto,
diciendo: «¡Hola, seor espía!
¡Yo os haré, por vida mía,
que me guardéis el secreto!».
Y con muñeca de hierro,
zarandeándole de un lado
a otro, le echó derribado
bajo el banco como a un perro.
El teniente, puesto apenas
en pie, echó mano al acero
yéndose hacia el pastelero,
p. 22quien con miradas serenas
y voz grave e imperiosa
nos dijo: «Echémonos fuera»;
y echamos por la escalera
los tres en pos de Espinosa.
Detrás de unos paredones
que hay debajo del camino,
parose; fue su padrino
el otro, y yo el de Quiñones.
Capitán, juro a mi honor
que no he visto tal destreza
jamás, ni tanta firmeza,
serenidad y valor.
Era un maestro el teniente;
pero a las cuatro paradas
tenía tres estocadas;
rugía de ira, y valiente
atacaba; mas escrito
debió estar: tendiose a fondo
Gabriel, y cayó redondo
Quiñones sin dar un grito.
Don César
¿Y Espinosa?
Arbués
Ni un rasguño
sacó; en silencio su espada
limpió, que estaba manchada
de sangre hasta el mismo puño,
y envainándola con calma,
nos dijo: «Quede lo hecho
sepultado en nuestro pecho,
y que Dios perdone su alma».
Y volviéndose a entrar
otra vez en la hostería,
no ha vuelto desde aquel día
a Quiñones a mentar.
Ahora, señor Santillana,
pues sabéis que hondo cariño
os cobré desde muy niño,
y os guardo afición cristiana,
creed a un amigo viejo:
por delante de Gabriel
pasad sin topar con él;
y agradecedme el consejo.
Don César
Es tarde, y retroceder
no quiero. Resuelto a todo
vengo, y de uno u otro modo
esta noche le he de ver.
Arbués
Yo no os lo puedo impedir;
pero hacéis mal, os lo advierto.
p. 23Don César
Más quiero por él ser muerto
que sin Aurora vivir.
Arbués
Allá os las hayáis.
Doña Aurora
(Dentro).
¡Arbués!
Arbués
Pronto, marchaos; es ella.
Doña Aurora
(Dentro).
¡Arbués!
(Arbués quiere obligar a don César a irse).
Don César
Déjame la huella
besar de sus castos pies.
Arbués
¡Capitán!
DOÑA AURORA, DON CÉSAR y ARBUÉS
Doña Aurora
(Saliendo).
Oyendo estoy
a Arbués hablar ha una hora.
¿Es mi padre?
Don César
No, señora.
Doña Aurora
¡El capitán!
Don César
Sí, yo soy.
Arbués
Ver al señor pretendía.
Le dije que ausente estaba;
insistía él, porfiaba
yo, y por eso se oía
hablar aquí, doña Aurora.
Doña Aurora
Anduviste descortés
con el capitán, Arbués.
Arbués
Vuestro padre...
Doña Aurora
Sin demora
me debiste de avisar
de su llegada, y al punto
saliera yo.
Don César
Sea asunto
concluido: él atajar
debió mi prudente paso.
Doña Aurora
Si vos salís en su abono
yo su falta le perdono.
(A Arbués, que se va).
Sal.
DON CÉSAR y DOÑA AURORA
Doña Aurora
¿Puedo saber acaso
la causa que aquí os obliga
a presentaros ahora?
Don César
Es un secreto, señora;
perdonad que no os lo diga.
Confiarlo solo debo
a vuestro padre.
Doña Aurora
(Retirándose).
En tal caso...
Don César
(Deteniéndola).
Aguardad.
Doña Aurora
Decid.
Don César
Acaso
vais a enojaros.
Doña Aurora
Me atrevo
a esperar de vuestro honor,
que no me osará decir
nada que no pueda oír
sin peligro o sin rubor.
Don César
Nada, señora, ¡yo os juro
por la honra en que nací,
que nada oiréis de mí
que no sea noble y puro!
Doña Aurora
Hablad, pues.
Don César
Que fui, sospecho,
torpe por demás, señora,
si no habéis visto hasta ahora
el arcano de mi pecho.
Doña Aurora
¿Cómo queréis que comprenda
secretos que en él guardáis,
si no me los reveláis?
Don César
Si en los ojos una venda
de indiferencia y rigor
no os hubiérais puesto, Aurora,
me ahorrarais hacer ahora
la relación del amor.
Doña Aurora
¿Conque amáis?
Don César
Con frenesí.
Doña Aurora
¿Pues y a quién?
Don César
A un ángel.
Doña Aurora
¡Oh!
¿Y os paga?
Don César
Creo que no.
Doña Aurora
¿Lo sabe?
p. 25Don César
Creo que sí.
Doña Aurora
¿Se lo habéis dicho?
Don César
Jamás.
Doña Aurora
¿Por qué?
Don César
Porque es mi pasión,
más que amor, veneración;
idolatría quizás.
Es un amor que no tiene
en su vil naturaleza
un átomo de impureza;
amor que del cielo viene.
Es un innato cariño
tan casto como profundo,
tan puro como el armiño,
tan inmenso como el mundo.
Sin otro bien, ni otro dueño,
ni más afán, ni más guía
en la tierra, noche y día
con él vivo, con él sueño.
Un amor sublime, santo;
mas tan tirano, tan fiero,
que sus fuerzas considero
a mis solas con espanto;
porque no hay ley, no hay deber
que pueda mi corazón
al poder de mi pasión
con ventajas oponer.
Si la que amo me dijera:
«Sé traidor, véndete esclavo»,
mi fe llevando hasta el cabo
me infamara y me vendiera.
Doña Aurora
¡Jesús, qué amor tan horrendo!
¿Dónde adquirido lo habéis?
Don César
¿Os reís?
Doña Aurora
¿Pues qué queréis
si os estáis contradiciendo?
Don César
¿Dó está la contradicción?
Doña Aurora
¡Pues ahí es nada! ¿Un cariño
tan puro como el armiño,
una sagrada pasión,
de cuyo infernal poder
creéis que os llegue a obligar
vuestro rey abandonar,
la libertad a vender?
Don César
Sin vacilar un momento.
Doña Aurora
¿Porque una mujer os ame
consentís en ser infame,
traidor y esclavo?
p. 26Don César
Consiento.
Doña Aurora
Haceos un poco atrás.
Don César
¿Por qué?
Doña Aurora
Esa pasión que tanto
ponderáis, más que amor santo,
es amor de Satanás.
Don César
¡Infeliz del corazón
que tal amor no comprende!
Doña Aurora
Más lo es en el que se enciende
la llama de tal pasión.
Don César
¡No os mofarais de ella así
si la comprendierais, no!
Doña Aurora
¿Y quién os dice que yo
no guardo ese amor en mí?
Don César
(Sorprendido).
¡Vos!
Doña Aurora
Don César, solo Dios
amor tan ciego merece.
Don César
Amor es Dios, y enloquece.
Doña Aurora
Y loco estáis.
Don César
(Se arrodilla).
¡Ah! Por vos.
Doña Aurora
¡Insensato!
Don César
Por vos, sí;
yo os amo, Aurora, os adoro.
Doña Aurora
¿Pues creéis que yo lo ignoro?
Don César
¡Cielos!
(Álzase del suelo, acercándose a Aurora).
Doña Aurora
(Apartándose).
No lleguéis a mí.
Don César
¿Me rechazáis?
Doña Aurora
¡A fe mía!
Yo acepto vuestro respeto,
mas no quiero ser objeto
de una torpe idolatría.
No soy más que una mujer,
y del Criador hechura;
solo como criatura
estimada quiero ser.
Don César
Esas palabras, Aurora,
que una esperanza me dan...
Doña Aurora
Si tal creéis, capitán,
olvidadlas desde ahora.
Don César
Me confundís, y no sé
unir con vuestra bondad
vuestro rigor.
Doña Aurora
En verdad
que yo tampoco sabré
tal arcano descifraros.
Lo que sí os sabré decir
es que no puedo admitir
p. 27vuestro amor; mas sin reparos
mi amistad toda os ofrezco,
Creedme: Dios me es testigo
de que os quiero por amigo,
mas por galán, no os merezco.
Don César
¡Cómo!
Doña Aurora
Os lo diré mejor,
y no me guardéis encono:
vuestra amistad ambiciono,
vuestra pasión me da horror.
Don César
Me asombráis.
Doña Aurora
Es un arcano
que penetrar no podemos;
galán, jamás nos veremos;
amigo, aquí está mi mano.
(Doña Aurora le tiende la mano).
Don César
¡Ah! Os entiendo. Compasión
os causó mi amor, y ahora
burlaos os plugo, Aurora,
con mi pobre corazón.
Mas esta mano que estrecho
sobre él, y que llevo al labio...
(Va a besar la mano; doña Aurora se lo impide).
Doña Aurora
La boca le hará un agravio;
no la levantéis del pecho.
Don César
Ese tono...
Doña Aurora
Es harto serio.
Don César
No os comprendo. Si es capricho
de vuestro humor...
Doña Aurora
Ya os lo he dicho,
capitán: es un misterio
que yo no entiendo tampoco.
Don César
Pues yo lo penetraré.
Doña Aurora
¿Cómo?
Don César
A vuestro padre haré
que me lo explique.
Doña Aurora
Estáis loco.
Don César
En eso parar espero
con vuestras contradicciones.
Doña Aurora
Pues oídme unas razones
terminantes, caballero.
Don César
Hablad.
Doña Aurora
Me habéis ponderado
vuestra acendrada pasión,
y vais en mi corazón
a saber lo que hay guardado.
Hay un amor casto, ciego,
de mi pecho en la guarida,
p. 28tan largo como mi vida,
tan ardiente como el fuego.
Amor de goces tan suaves,
tan exento de dolores,
como el olor de las flores,
como el cantar de las aves.
Este amor es un cariño
tan ajeno de impureza,
como el que a tener empieza
naciendo a su madre el niño.
Hoguera es de inmenso ardor;
mas de su llama tranquila
no se extingue ni vacila
el constante resplandor.
En el duelo, en la ventura,
en la inquietud y en la calma
siempre en el fondo del alma
como una estrella fulgura;
y brilla su claridad
en su centro solitario
cual lámpara en un santuario,
cual faro en la tempestad.
Don César
¿Amáis?
Doña Aurora
Amo a un noble ser
de quien ignoro hasta el nombre;
le amo todo cuanto a un hombre
puede amar una mujer.
Le amo desde que le vi;
le amo con toda mi fe,
y al sepulcro bajaré
con su amor dentro de mí.
Con él sueño, con él vivo;
lo que él desea, apetezco;
lo que aborrece, aborrezco;
y mi corazón cautivo
de su sola voluntad,
a ella no más obedece;
él me dice: «Ama, aborrece»,
y amo y odio sin piedad.
Me dijo: «De ese mancebo
serás amiga.» Y yo os digo
que vos sois mi único amigo,
porque él lo quiere, y yo debo
quererlo; y si él me dijera:
«Véndete, esclava», ¡por Dios
os juro que, como vos
por mí, por él me vendiera!
Ya mi secreto sabéis.
p. 29Respetad de él, comedido,
lo que no hayáis comprendido;
y si no os satisfacéis
con las razones que os dan,
haced cuenta, en conclusión,
que nací sin corazón.
Buenas noches, capitán.
Don César
Esperad.
Doña Aurora
Ni un solo instante;
el alma leal que abrigo
franca está para el amigo
y muerta para el amante.
(Vase por la izquierda, cerrando la puerta).
Don César
¡Ama a un hombre, cuyo nombre
no conoce! Fascinada
está su alma, enamorada
por él. ¿Y quién es ese hombre?
Un año hace que los sigo
y a nadie he visto jamás
llegar. ¡Un enigma más
de los que llevan consigo!
Con él sueña, con él vive,
lo que él desea apetece;
él manda, y ella obedece
y ser de su ser recibe.
¡Oh! Sí: lo expresaban bien
sus ojos, su voz, su gesto.
Sí, encierra un amor funesto
su corazón. Pero ¿a quién?
¡Ama a un hombre misterioso
de quien hasta el nombre ignora!
¿Ama y no a mí? ¡La traidora!
¡Sandio de mí! Estoy celoso.
Celoso, y tal vez acecha
la muerte aquí a ese Gabriel
de Espinosa. ¡Cielos! ¿Si él?...
¡Él!... ¡Estúpida sospecha!
Su padre... ¿Y si no lo es?
¿Si el misterio y soledad
que guardan de liviandad
fuera un velo infame? Arbués.
DON CÉSAR y ARBUÉS
Arbués
Aquí estoy.
Don César
Pronto, responde:
Aurora a otro hombre ama.
¿Quién es? Di. ¿Cómo se llama?
¿Adónde está ahora? ¿Adónde
le vio? ¿Cuándo?
Arbués
Capitán,
ya os previne que acercaros
a nosotros era echaros
en un abismo de afán;
y ya lo veis; un instante
nada más que habéis hablado
con ella, os ha trastornado
corazón, juicio y semblante.
Don César
La amo, Arbués, y estoy celoso.
Dime por tu vida, Arbués.
¿Sabes bien si Gabriel es
su padre?
Arbués
¡Pues es chistoso!
Don César
¡Ay! de la duda la hiel
me emponzoña el corazón.
Arbués
Pues no perdáis la ocasión
de consultarla con él.
Don César
¿Llega?
Arbués
Le siento venir.
Don César
¿Cómo?
Arbués
Acostumbra a silbar
recio.
Don César
¿Y silbó?
(Llaman: aldabonada).
Arbués
De llamar
acaban.
Don César
Ve, pues, a abrir.
(Vase Arbués por el fondo llevando la llave).
Es forzoso: le hablaré;
la vida en ello le va.
Si se obstina..., mas no a fe,
primero le salvaré
y Dios amanecerá.
DON CÉSAR, ARBUÉS y GABRIEL embozado
Gabriel
¡Hola, señor capitán!
Don César
Os aguardaba.
Gabriel
¿Qué hay, pues?
Don César
Solos.
Gabriel
Déjanos, Arbués.
DON CÉSAR y GABRIEL
Gabriel
Podéis hablar.
Don César
Tal vez van
mis palabras a causaros
extrañeza.
Gabriel
No lo espero.
Don César
Muy claro con vos ser quiero.
Gabriel
Pues no os andéis con reparos.
Con cuanta más claridad
habléis, vos, a mi entender
os debo yo comprender
con mayor facilidad.
Don César
Yo soy...
Gabriel
(Interrumpiéndole).
Os conozco bien:
adelante.
Don César
En Madrigal
me acantoné de orden real...
Gabriel
Para guardarme; también
lo sé: adelante.
Don César
Hoy en pos
de vuestros pasos...
Gabriel
Venís
por lo mismo; me decís
cosas que sé como vos.
Don César
Pues bien: lo que según creo
ignoráis vos todavía,
os diré.
Gabriel
¡Por vida mía,
capitán, que yo deseo
que algo nuevo me digáis!
p. 32Don César
Pues oíd.
Gabriel
Estoy atento.
Don César
La casa en este momento
está cercada, y estáis
preso en ella.
Gabriel
Ya lo sé.
Don César
¿Conque sabiéndolo ya
entrasteis?
Gabriel
Pues claro está.
Don César
¿Por voluntad?
Gabriel
Ya se ve.
Don César
¿Luego confiáis?...
Gabriel
En Dios
primero, y después en mí.
Don César
¿Sabéis que os acusan?
Gabriel
Sí.
Don César
¿De un delito?...
Gabriel
(Interrumpiéndole).
No, de dos.
Don César
¿Sabéis cuáles?
Gabriel
Sí por cierto.
Don César
Pues a lo que se murmura,
cualquiera de ellos...
Gabriel
Segura
trae mi sentencia: soy muerto.
Don César
¿Con ella os chanceáis?
Gabriel
Sí tal.
Don César
¿Podréis probar?...
Gabriel
Una cosa.
Don César
¿Que sois?...
Gabriel
(Interrumpiéndole).
Gabriel Espinosa,
pastelero en Madrigal.
Don César
Podrán dudarlo tal vez.
Gabriel
¿Por qué?
Don César
Porque lo desmiente
vuestro gentil continente,
y es muy receloso el juez.
Gabriel
Dios me hizo así, y en mi mano
no está cambiar de figura.
Don César
Diz que andáis con mucha holgura
para ser solo un villano.
Gabriel
Soy rico.
Don César
Querrán papeles
que os acrediten de tal.
Gabriel
Resmas tengo en Madrigal
de los de envolver pasteles.
Don César
¿Hay algunos con pinturas?
Gabriel
Mil.
p. 33Don César
¿Son estampas de santos?
Gabriel
Hay de todo.
Don César
¿Y entre tantos,
hay conocidas figuras?
Gabriel
¿Echáis menos, capitán,
alguna?
Don César
No; mas ha un rato
que el juez buscaba un retrato
fiel del rey don Sebastián.
Gabriel
Siento no tener ninguno.
Don César
Pues creo que el juez pretende
deteneros, porque entiende
que lleváis sobre vos uno.
Gabriel
¿Qué habría en que le llevara,
para que en mí se encarnicen
los golillas?
Don César
(Mirándole atentamente).
Es que dicen
que le lleváis en la cara.
Gabriel
Ni es tan deforme la mía,
ni osara yo andar por cierto
con la cara que un rey muerto
usaba cuando vivía.
Don César
Pues la justicia cree ver
en vos semejanza tal
con él, que de vos muy mal
sospecha.
Gabriel
¡Cómo ha de ser!
(Un momento de pausa).
Don César
Yo os cobré afecto: fiad
vuestro secreto de mí,
y al depositarlo aquí
lo echáis en la eternidad.
Gabriel
Mozo, si tuviera un día
que fiar algo a algún hombre,
creed, os juro a mi nombre,
que de vos lo fiaría.
Don César
Fiadme ese nombre, pues.
Gabriel
Gabriel: lo acabáis de oír.
Don César
¡Os obstináis en morir!
Gabriel
Ley de los que nacen es.
Don César
¡No me entendéis!
Gabriel
¡Vive Dios!
Ni vos me entendéis tampoco
a mí.
Don César
Pareceisme loco.
Gabriel
Y a mí mentecato vos.
Porque a la verdad, mancebo,
p. 34grima me da contemplaros,
así el seso devanaros
por decirme algo de nuevo.
Tras de tanto ir y venir,
¿no habéis echado de ver
que yo no quiero entender
lo que me queréis decir?
¿Os figuráis que viví
entre el pueblo catorce años,
sin percibir los extraños
cuentos que corren de mí?
¿Pensáis que es esta la vez
primera que en mí repara
el vulgo, y que cara a cara
me veo yo con un juez?
Venid acá, pobre niño.
¿Pensáis que no conocí
que en vos germinó hacia mí
un simpático cariño?
Yo como en un libro leo
claro en vuestro corazón,
y bien de vuestra afición
la causa escondida veo.
Sé que a mí os atrae un nudo
cuyo mágico poder,
os hace ante mí poner
vuestro pecho por escudo.
Pero su atracción oculta
resistid; porque os advierto
que ese nudo con un muerto
os estrecha y os sepulta.
Resistid; porque un ser soy
que infesto el lugar que habito,
que cuanto toco marchito
y asolo por donde voy.
Don César
¿Qué me importa? El horror mismo
del misterio que hay en vos
de sí me arrebata en pos,
y ciego voy a su abismo.
Gabriel
¡Mancebo!
Don César
Con vos iré
por doquiera que vayáis.
Oídme, y cuando sepáis
mi secreto...
Gabriel
Ya lo sé.
Don César
¿Qué sabéis?
Gabriel
Cuanto ha pasado
por vuestro pecho hasta ahora.
p. 35No ignoro nada: de Aurora
sé que estáis enamorado.
Sé que por ella me habláis,
y que tras ella venís,
y que por ella vivís,
y que con ella soñáis.
¿Creéis que en vuestro semblante
no he conocido al entrar
que la acababais de hablar?
Y en vuestro mustio talante,
¿creéis que no entiendo acaso
que el amor de vuestro pecho
al declararla, no ha hecho
de vuestras palabras caso?
Don César
¡Caballero!
Gabriel
¡Qué demonio!
De todo estoy enterado,
hasta de que habéis pensado
pedírmela en matrimonio.
Don César
Sí, que mi amor...
Gabriel
(Interrumpiéndole).
Sé que es grande,
profundo, honesto y leal:
pero es un amor fatal,
imposible.
Don César
Que os demande
por qué dejad.
Gabriel
Lo primero,
porque si mal no me fundo,
no os quiere ella: lo segundo,
porque yo tampoco quiero.
Don César
¡Me escarnecéis!
Gabriel
¡No, por Dios!
¿Y a qué viene el enojaros?
¿No queréis que hablemos claro?
Pues claro os hablo yo a vos.
Don César
¡Ea, pues! Claros hablemos,
y sepamos de una vez
a qué atenernos.
Gabriel
¡Pardiez!
No alcéis la voz, que podemos
a las gentes de la casa
despertar, y creer pueden
cosas que aquí no suceden,
capitán.
Don César
Lo que aquí pasa
es que quiero penetrar
el misterio que os rodea
y que es fuerza que así sea;
p. 36porque no he de tolerar
en calma, como un villano,
que tan sin razón los dos,
despreciéis mi amistad vos
y vuestra hija mi mano.
Confieso que el alma mía
del punto en que os llegó a ver,
por vos comenzó a tener
misteriosa simpatía.
Confieso, sí, que amo a Aurora
con amor tan delirante
que no hay acción que me espante
por ella; mas me devora
a par con el del amor,
el fuego de un justo enojo,
y no quiero a vuestro antojo
ceder sin razón mejor.
Soy noble, y cuando os ofrezco
mi raza unir con la vuestra,
que me deis más noble muestra
de lo que valéis merezco;
porque si no, con derecho
tendré por cosa segura,
lo que de vos se murmura
y lo que yo me sospecho.
Gabriel
¿Y qué es lo que sospecháis?
Don César
Que sois...
Gabriel
¿Quién?
Don César
Un impostor,
y que desecháis mi amor...
Gabriel
¿Por qué?
Don César
Porque vos la amáis.
Gabriel
¡Desdichado!
Don César
Una de dos:
satisfacedme al momento,
o sepulcro este aposento
es para mí o para vos.
Gabriel
Niño, dándoles gran precio
la mayor satisfacción
que debo a tu protección
y a tu amor, es el desprecio.
Ve, pues, si te satisface
la de que no los admito,
porque el amor no me place,
y el favor no necesito.
Don César
¿Eso a mí?
Gabriel
Y antes que te abra
sepulcro, entiende que puedo
p. 37abismarte con un dedo
como con una palabra.
Don César
Decídmela.
Gabriel
No la esperes.
Don César
Pues bien, quiero en mi despecho
ser o muerto o satisfecho.
(Don César desenvaina su espada, yendo contra Gabriel. Este desenvaina la suya, poniéndose en guardia, en cuyo punto aparece Aurora).
Gabriel
Sea, pues que tú lo quieres.
GABRIEL, DON CÉSAR y DOÑA AURORA; después DON RODRIGO
Doña Aurora
¡Teneos!
Don César
Todo es en balde.
(La puerta del fondo se abre de repente y sale don Rodrigo, detrás del cual se ven cuatro soldados con mosquetes en la parte exterior de la puerta. Gabriel baja su espada, dando un paso atrás con tal rapidez que el juez no pueda tener tiempo de apercibirse de que estaba en guardia).
Don Rodrigo
En nombre del rey.
Gabriel
¿Qué es eso?
Don Rodrigo
Gabriel Espinosa, preso
sed.
Gabriel
Lo estoy, señor alcalde.
Don Rodrigo
¿Cómo?
Gabriel
Ese mozo, sintiendo
que aún en vela andaba yo,
por esa ventana entró,
que me fugara temiendo:
hallándome en pie y armado,
darme a prisión me intimaba,
y mi espada le entregaba
cuando vos habéis entrado.
Don Rodrigo
Vuestras armas y equipaje
quedan embargados.
(A don César).
De él
y ellas te encargo. Gabriel
Espinosa, vuestro viaje
no os es dado continuar
hasta que duda no quede
de quién sois.
p. 38Gabriel
Su merced puede
cuando guste comenzar
sus indagaciones.
Don Rodrigo
Luego
interrogar me es preciso
testigos; mas, ya os lo aviso,
preso estáis.
(A don César).
Con él te entrego
aquella mujer.
Gabriel
Señora
se dice, alcalde: esta dama
noble es cual vos, y se llama,
por buen nombre, doña Aurora.
Don Rodrigo
Si es dama y noble, después
lo sabremos.
Gabriel
¡Quiera Dios
que no os pese luego a vos
saberlo!
Don Rodrigo
Excesiva es
vuestra arrogancia.
Gabriel
No tanta
como tener con vos puedo.
Don Rodrigo
Nadie a mí me infunde miedo.
Gabriel
Pues a mí nadie me espanta.
Conque adelante.
Don Rodrigo
Adelante.
Vos a ese cuarto, señora,
y vos dad la espada ahora
al capitán.
Gabriel
Al instante.
(Alargando la espada sin soltarla).
Ahí la tenéis, y os suplico,
joven, que si no os enoja,
me la guardéis, que es la hoja
buena y el puño muy rico.
(Gabriel entrega su espada a don César, quien, al mirarla, exclama asombrado):
Don César
¡Jesús!
Gabriel
Ved con atención
su primor.
Don César
¡Corona real
tiene el pomo!
Gabriel
Y el tazón
las armas de Portugal.
Don Rodrigo
¡Hola! Pondréis a mi alcance
cómo hubisteis esa espada.
Gabriel
Dadlo por cosa alcanzada:
la compré en Cintra de lance.
p. 39Don Rodrigo
(Acercándose y viendo la espada que tiene don César).
¡Prenda regia!
Gabriel
¡Por San Juan!
Ya lo creo; como que es
prenda de un rey portugués:
fue del rey don Sebastián.
Don Rodrigo
(A don César, aparte).
(César, guárdale, por Dios;
porque si se huye, perdemos
la cabeza ambos a dos).
Don César
(Ya lo sé.)
(Vase don Rodrigo por la puerta del fondo).
GABRIEL y DON CÉSAR.
(Don César va a acercarse a Gabriel con
precipitación,
este le contiene con un gesto).
Gabriel
No hagáis extremos,
que os perdéis.
Don César
¿Pero sois vos?...
Gabriel
¿Quién?
Don César
Él.
Gabriel
Porfiado estás.
Don César
Pero...
Gabriel
¿Y si fuese quizás?
Don César
Muriera por vos, señor.
Gabriel
Dormir un poco es mejor.
Dejad a Dios lo demás.
(Vase por la izquierda, dejando a don César estupefacto).
FIN DEL ACTO PRIMERO
p. 40
Las escenas quinta, sexta, séptima, décima y undécima de este acto segundo no hubieran podido ser terminadas por mí sin el eficaz auxilio de mi amigo don José María Díaz, que me ha ayudado a escribirlas, sacándome generosamente del atolladero en que me tenían metido las dificultades de su desempeño. Las variaciones, inversiones y adiciones que después han sufrido, las han dejado tales, que ni el señor Díaz ni yo seríamos probablemente capaces de distinguir en ellas los versos que a cada cual pertenecen; yo no debo, sin embargo, apropiarme la parte que no me corresponde de estas escenas; y si por ventura nuestra el público las aplaude, el señor Díaz tiene derecho a sus aplausos; lo que se complace en decir públicamente su mejor amigo,
José Zorrilla
p. 41
La misma decoración del acto primero
DON CÉSAR. Aparece sentado y meditabundo.
Don César
Dijo bien; no pertenece
a la tierra el ser de ese hombre.
¡Me fascina, me enloquece!
¡Que en derredor de su nombre
gira el mundo me parece!
Sí; de cuanto le rodea
es el eje, el punto fijo,
todo lo demás voltea
en torno suyo. Me dijo
que iba a dormir, pero vela;
no he cesado de sentir
sus pasos, por más cautela
que puso al ir y venir
por su aposento. Recela
que le sorprendan; previene
cauto el porvenir, y pienso
que entre su equipaje tiene
objetos que le conviene
no mostrar. ¿Es él? ¡Inmenso
riesgo corre!... ¿Y si no es?
¡Ay de mí! Siempre es de Aurora
padre, hermano..., algo... A través
doy con todo; me devora
la impaciencia... Llamo, pues.
(Llama a la puerta por donde se fue Gabriel en la última escena del acto primero).
DON CÉSAR y GABRIEL
Gabriel
¿Qué me queréis?
Don César
Advertiros
de que mi padre el alcalde
vendrá pronto.
Gabriel
Será en balde.
Don César
No lo será el preveniros,
que toda la noche ha estado
declaraciones oyendo
de gentes que ha ido prendiendo.
Gabriel
Pues el tiempo ha malgastado.
Don César
Vuestra situación es grave.
Gabriel
Lo sé.
Don César
Quizás un proceso...
Gabriel
Vuestro padre anda ya en eso.
Don César
¿Culpado saldréis?
Gabriel
¿Quién sabe?
Don César
Mi padre es hombre tenaz.
Gabriel
¡Pues a buena parte viene!
Don César
Es que tal vez os condene.
Gabriel
Cumplo la pena y en paz.
Don César
Mas si antes que vuelva él
hacer prevención alguna
os importa...
Gabriel
¿A mí? Ninguna.
Don César
¡Señor!
Gabriel
Llamadme Gabriel.
Don César
Vos lo dijisteis: secreto
nos liga un nudo a los dos,
y siento a un tiempo por vos
inclinación y respeto.
Quisiera una prueba hallar
irrecusable que daros
de mi fe para obligaros
sin recelo a confiar
en mí.
Gabriel
¡Vaya! ¡Estáis chistoso,
por Dios. En este aposento
queríais hace un momento
atravesarme furioso,
¿y ahora mi confianza
conquistaros pretendéis
con ofertas? Ya sabéis
p. 43que la razón se me alcanza
de esa simpatía oculta
que me tenéis; y a respeto
muéveos solo mi secreto,
que vuestra aprensión abulta
tanto que seguís mi viaje
vos, y a atajarle se arroja
el juez, porque se os antoja
que soy un gran personaje.
Don César
Las apariencias están
por ahora en contra vuestra.
Gabriel
Pues la verdad se demuestra
con la verdad, capitán.
Don César
Pues bien; antes que un proceso
entable el juez contra vos,
valiera más, ¡vive Dios!...
Gabriel
¿Que me diera por confeso
yo mismo? ¿Que haciendo justo
del juez el empeño, diera
por supuesto que yo era
no sé quién, y por dar gusto
él al rey, y diversión
al populacho, me ahorcara
y Aurora por vos quedara?
¿Es esa vuestra cuestión?
Don César
No así abuséis imprudente
de ese misterioso influjo
que a respeto me redujo
para con vos, e insolente
mi lealtad y mi amor
ultrajéis. Esta es sincera,
y mi pasión verdadera,
señor.
Gabriel
¡Dale con señor!
Vos sois noble y yo villano,
vos sois gentil caballero
y yo humilde pastelero;
decid Gabriel liso y llano.
Don César
Me vais a desesperar.
Gabriel
Y vos me vais a aburrir.
Don César
¡Vos obstinado en fingir!
Gabriel
¡Vos empeñado en hablar!
Don César
¿Pronto a todo, fascinado
que estoy, por vos no miráis?
Gabriel
¿Y os mando yo que tengáis
de mi porvenir cuidado?
Don César
Una palabra tan solo.
Gabriel
¿Vais a volver a lo mismo?
p. 44Don César
De esperanza en este abismo
dadme un rayo.
Gabriel
¿Cuál?
Don César
Sin dolo,
prometedme responder
a una pregunta.
Gabriel
Si puedo,
responderé.
Don César
No hayáis miedo
que os pueda comprometer
la respuesta. ¿Sois de Aurora
padre?
Gabriel
No conoció más
que a mí por padre jamás.
Don César
¡Oh! ¡No lo sois!
Gabriel
En buen hora
que no lo soy os diré;
mas de este arcano la llave
tengo solo.
Don César
¿Ella no sabe?...
Gabriel
Nunca se lo revelé.
Don César
¿Y la amáis?
Gabriel
Mucho; quizás
mucho más de lo que debo.
Don César
¿Conque la guardáis?...
Gabriel
¡Mancebo!
Don César
Sí, para vuestra...
Gabriel
Jamás.
Pero tened desde aquí
y para siempre entendido,
que es mujer que no ha nacido
para vos ni para mí.
Don César
¡Cielos!
Gabriel
De toda esperanza
despedíos.
Don César
¿Ofrecida
está a Dios?
Gabriel
No. Está elegida
para prenda de venganza.
Don César
¿Vuestra?
Gabriel
Yo no voy en pos
de venganzas.
Don César
¿Es quizás
de su familia?
Gabriel
De más
arriba.
Don César
¡Del rey!
Gabriel
De Dios.
p. 45Don César
(¡Imposible atar un cabo!
¡Su ser parece que abarca
con la altivez del monarca
la abnegación del esclavo!).
DON CÉSAR, GABRIEL y un ALGUACIL
Alguacil
Su señoría el alcalde
don Rodrigo.
Don César
En el momento
volved a vuestro aposento.
Gabriel
La entrevista será en balde.
DON CÉSAR y DON RODRIGO
Don Rodrigo
¿Seguros ambos?
Don César
Seguros,
señor.
Don Rodrigo
Todo lo recelo
de él, que es audaz.
Don César
Sin embargo,
no temáis ningún extremo.
Don Rodrigo
¿Le has hablado?
Don César
Sí, un instante.
Don Rodrigo
¿Y qué dice? ¿Muestra miedo
de la justicia?
Don César
Ninguno.
Don Rodrigo
¿Bravea, eh?
Don César
Nada de eso;
tranquilo está, tal vez tiene
de justificarse medios.
Don Rodrigo
Imposible: en contra suya
tengo datos manifiestos.
Don César
¿Sabéis ya?...
Don Rodrigo
Nada. Hilo a hilo
voy la madeja cogiendo.
Parece que hay en la vida
de ese hombre tales enredos
que, solo a fuerza de maña
y paciencia, deshacerlos
p. 46es posible. Mas no es
lo que me trae más inquieto
lo intrincado del negocio,
que el laberinto estoy hecho
a recorrer de las leyes.
Acósame el alma empero
una agitación, que no
sé distinguir con acierto,
si es afán o repugnancia,
si es duda o presentimiento.
Hay un punto de la historia
de ese hombre, cuyo misterio
del tiempo de mi mayor
pesar me trae un recuerdo.
Don César
¿De cuándo?
Don Rodrigo
Tú no lo sabes;
eras aún pequeñuelo.
Luego, estas causas políticas
de Portugal me trajeron
siempre desgracias. Parece
que el destino, con empeño
fatal para mí, me pone
portugueses siempre en medio
de mi camino. Seis años
anduve por aquel reino,
en comisión especial,
los rebeldes persiguiendo,
y como todos conspiran
contra el rey y su gobierno,
yo soy allí detestado.
Don César
¿Fuisteis quizá muy severo?
Don Rodrigo
Fui de Felipe segundo
leal servidor. Tan terco
como ellos en resistirse,
fui yo en desplomar sobre ellos
todo el rigor de las leyes,
y a fe que no me arrepiento.
Rebeldes eran: cumplí
con mi obligación; mas tengo
todavía que volverles
cierta partida, y si puedo,
quedarán tan bien pagados
como yo bien satisfecho.
Mas las horas vuelan, César,
déjame aquí con el preso.
Guarda esa puerta por fuera,
y si llamo, acude presto.
DON RODRIGO DE SANTILLANA
Don Rodrigo
Las diligencias primeras
terminaron, y el proceso
está entablado. ¡Malditos
portugueses!... ¡Qué de enredos!
Dieciséis, y gente toda
de probidad, de respeto
y hasta de ciencia, declaran
que en el fondo de su pecho
existe la convicción
de que el trágico suceso
es falso, y que están seguros
de que en África no ha muerto.
Unos en Cintra le han visto,
y en Cintra fue donde él mesmo
dijo que compró su espada.
Otros cruzando le vieron
el Tajo una tarde: el fraile
dice que en su monasterio
le rezó él mismo una misa
antes del alba, y a esto
para obligarle, del Papa
le mostró bula, y que cierto
está de que él era: y todos
afirman con juramento
que fueron a Madrigal
y que le reconocieron.
Ahora bien, señor alcalde,
pise su merced con tiento,
que es la tierra escurridiza.
O es él, o no: en los decretos
de Dios todo cabe, y todo
cabe en los humanos yerros.
Si en verdad es él, alcalde,
no será en verdad muy cuerdo
ahorcarle sin dar al rey
de todo aviso primero.
Si es un impostor..., también
le avisaré, y a lo menos
si se yerra, entre los dos
el error compartiremos.
DON RODRIGO y GABRIEL
Don Rodrigo
¡Hidalgo!
Gabriel
Más alto pico.
Don Rodrigo
¿Caballero?
Gabriel
Todavía
más alto.
Don Rodrigo
Su señoría
me excuse si no le aplico
su título verdadero:
mas hablemos un instante,
y de hoy para en adelante
no erraré en él: porque espero
que aquí, y a solas los dos,
me diréis la jerarquía
que ocupáis.
Gabriel
Su señoría
espera bien, pues por Dios,
que sabiendo yo quién es,
debo de hablar sin reparo.
Don Rodrigo
Eso quiero, que habléis claro.
Gabriel
Ya veréis.
Don Rodrigo
Decidme, pues,
señor Gabriel.
(Don Rodrigo va a sentarse a la mesa).
Gabriel
Un momento
señor don Rodrigo.
Don Rodrigo
¿Qué?
Gabriel
¿Vais a sentaros?
Don Rodrigo
(Se sienta).
Sí a fe.
(Gabriel trae con mucha calma una silla, y la coloca frente a la mesa de don Rodrigo).
¿Qué hacéis?
Gabriel
Lo mismo; me siento.
Don Rodrigo
Yo soy alcalde de corte.
Gabriel
Sí; mas no sabéis quién soy
yo, y si mal o bien estoy
sentado ante vos.
Don Rodrigo
¿Del porte
audaz que usáis conmigo,
buenas razones supongo
que me daréis?
Gabriel
Me propongo
hacerlo así.
p. 49Don Rodrigo
Pues prosigo.
Gabriel
Seguid.
Don Rodrigo
La duda primera
que al escucharos me asalta
es la de que nombre os falta
digno de vuestra alta esfera.
Gabriel
Lo tengo.
Don Rodrigo
Pues no lo sé.
Gabriel
Gabriel Espinosa.
Don Rodrigo
¿Un tal
pastelero en Madrigal?
Gabriel
Sí.
Don Rodrigo
Pues poneos en pie,
señor pastelero.
(Gabriel se levanta).
Así:
ante el juez solo se sienta
quien altos títulos cuenta.
Gabriel
Como me sucede a mí.
(Se vuelve a sentar).
Don Rodrigo
(Aparte).
(Ir le tengo de dejar
por donde quiera, y a ver).
Gabriel
(Aparte).
(Pienso que mi proceder
le empieza a desconcertar).
Don Rodrigo
¿Pues cómo oficio tan bajo
siendo tan alto elegís?
Gabriel
Por vivir, cual vos vivís
de la ley, de mi trabajo.
Don Rodrigo
Mas mi toga y aranceles
no deshonran.
Gabriel
No a fe mía;
pero yo hacer no sabía
otra cosa que pasteles.
Don Rodrigo
(No es lerdo el señor Gabriel).
Gabriel
(Astuto es el don Rodrigo).
Don Rodrigo
(Por aquí nada consigo,
pero yo daré con él
en tierra al fin). ¡Caballero!
Gabriel
Mandad.
Don Rodrigo
Una relación
que os llamará la atención
contaros quisiera.
Gabriel
Espero
que será por lo galana,
lo discreta y lo curiosa,
la invención más ingeniosa
del señor de Santillana.
p. 50Don Rodrigo
Pues oíd. Buen capitán,
más que rey, de fe tesoro,
allá en las playas del moro
murió el rey don Sebastián.
¿Supongo que de una historia
tan pública oísteis algo?
Gabriel
¡Si viérais qué poco valgo
en esto de la memoria!
Don Rodrigo
En vuestro horno no me extraña
que estéis de noticias falto.
Gabriel
Sé que a su muerte, de un salto
pasó Portugal a España.
Don Rodrigo
Justo: más hoy los noveles
vasallos, por sacudir
sus leyes, dan en decir
a los pueblos a ellas fieles
que ha sido una usurpación,
y pregonan de concierto
del rey en África muerto
la fausta resurrección.
Gabriel
¡Oiga! No está mal pensado.
Don Rodrigo
No, mas la dificultad
era el dar en realidad
con el rey resucitado.
Buscósele con esmero,
y hallose por toda cosa
un tal Gabriel Espinosa,
en Madrigal pastelero.
Gabriel
Vamos, ya caigo; el error
de esta semejanza mía
hizo a vuestra señoría
creer que soy...
Don Rodrigo
(Interrumpiéndole).
Un impostor.
Gabriel
¿Quién lo dice?
Don Rodrigo
Yo lo digo,
y el rey Felipe y el mundo
entero.
Gabriel
Pues miente el mundo
y el rey, y vos, don Rodrigo.
Don Rodrigo
Inútil es vuestra audacia:
testigos tengo allá fuera
que os acusan por doquiera
por impostor.
Gabriel
¡Vaya en gracia!
Mas permitid que os arguya:
para llamarme impostor,
esa impostura, señor,
ha de ser mía y no suya.
p. 51¿Y dónde hay hombre capaz
de jurar que he dicho yo
que era el rey?
Don Rodrigo
Vos mismo, no.
Gabriel
Entonces dejadme en paz.
Si yo me parezco a un rey,
y el vulgo por rey me tiene,
citar al vulgo os conviene,
pero no a mí, ante la ley.
Don Rodrigo
¡Espinosa!
Gabriel
Don Rodrigo,
aunque en leyes sois muy ducho,
os falta que aprender mucho
para habéroslas conmigo.
¿Cree, buen juez, vuestra altiveza,
que a ser yo el que habéis pensado
estaríais vos sentado
y cubierta la cabeza?
(Don Rodrigo se levanta y se descubre conforme va hablando Gabriel).
Rodrigo de Santillana,
a ser yo el que habéis creído,
hubiérais vos ya salido,
¡vive Dios!, por la ventana.
Don Rodrigo
(Por quien soy, que me ha turbado.
¿Si contarán con razón
lo de la resurrección?).
Gabriel
(¡Pobre juez!).
Don Rodrigo
(No habría osado
palabras tan arrogantes
decir.) Señor... Si en mal hora...
Gabriel
Ni tan bajo como ahora,
ni tan alto como antes.
Don Rodrigo
(Tanta majestad me asombra).
Gabriel, quienquier que seáis,
manda en mí el rey que digáis
quién sois, en fin.
Gabriel
Una sombra;
y porque acabemos, voy,
y afanes para excusaros,
señor Santillana, a daros
cuenta exacta de quién soy.
Nací donde quiso Dios;
si de noble raza, bien
se demuestra en mí; de quién
me importa callar, y a vos
saber de mí no os importa;
prestadme, empero, atención,
p. 52pues va a ser mi relación,
cuanto complicada, corta.
Apenas cumplí la edad
que se llama juventud,
con loca solicitud,
con ciega temeridad,
abandoné mis hogares,
y en más remoto hemisferio,
dueño del mayor imperio,
pirata fui de los mares.
En ellos, profundo osario
de cien bajeles, guerrero
alcé mi estandarte fiero
de Asia y Europa corsario,
y amontoné más tesoros
que guarda el mar en su centro
y arenas quemadas dentro
de sus desiertos los moros.
Ebrio con tanta riqueza,
dejé mi gente y la mar,
queriendo en tierra ostentar
mi valor y mi grandeza,
y con el nombre supuesto
de marqués de Mari-Alba,
al lado del duque de Alba
gané en sus glorias un puesto
y en la cabeza esta herida
(La muestra);
bien es que al que me la abrió,
con mi espada le abrí yo
las puertas de la otra vida.
Don Rodrigo
No os daría poca pena
después.
Gabriel
¡Fue un fatal desliz!...
Don Rodrigo
(Mirándole a la frente).
No es mala la cicatriz.
Gabriel
La cuchillada fue buena.
No me tendió, sin embargo;
el furor me mantenía,
y combatí todavía
hasta caer, tiempo largo.
Mas, harto al fin del oficio
de lidiar en tierra firme,
licencia para salirme
por entonces del servicio
al duque de Alba pedí;
diómela el duque cortés,
y vedla.
(Le da un papel).
Don Rodrigo
Su firma es:
para el marqués...
p. 53Gabriel
Para mí.
Di, pues, vuelta hacia la corte,
sirviéndome mucho en ella,
primero mi buena estrella,
después mi lujoso porte.
Por ese tiempo, de vos
nadie hablaba todavía,
y a mí el rey me recibía
con grande amistad.
Don Rodrigo
(¡Gran Dios,
entonces fue cuando vino
el monarca portugués
a Castilla! ¿Será, pues,
este hombre?). ¿Quién previno
más festejos a usarced?
Gabriel
No hay por qué ocultarlo al fin;
el conde de Medellín
con tantos me hizo merced
que corresponder no supe,
como era mi obligación.
Don Rodrigo
¿Y os tuvo tal atención
en Madrid?
Gabriel
No, en Guadalupe.
Don Rodrigo
¿En ese pueblo?
Gabriel
Sí tal.
Don Rodrigo
No recuerdo que de allí...
Gabriel
Al rey de España en él vi
junto al rey de Portugal.
Después..., abrid, Santillana,
un paréntesis aquí,
y poned en él de mí
cuanto mal os diere gana.
Básteos saber, don Rodrigo,
que perdí mi oro y mi gloria
sin que una buena memoria
me quedara, ni un amigo.
Por tierra extranjera anduve
errante, como un bandido,
y el pan que en ella he comido
que mendigármelo tuve.
Mas el desengaño, al fin,
¿qué ánimo feroz no doma?
Llegué arrepentido a Roma
remando en un bergartín.
Visité a Su Santidad;
confesión le hice de todo,
y el Santo Padre halló modo
de absolverme en su piedad,
p. 54dándome por penitencia
de los pecados sin cuento
que abrasan mi pensamiento
y me abruman la conciencia,
que emprendiera el viaje entero
del Santo Sepulcro a pie.
Don Rodrigo
¿Y lo hicisteis?
Gabriel
Por la fe
lo juro de caballero.
Y aun fue más: Su Santidad
me ordenó que renunciara
mi jerarquía y que echara
mi nombre en la eternidad.
He aquí por qué no os lo digo.
Penitente le arrojé
dentro de ella, y le olvidé
para siempre, don Rodrigo.
Don Rodrigo
¡Interesante proemio!
Y a ser tan cierto...
Gabriel
Lo es tanto,
que tengo del Padre Santo
por testimonio y por premio
esta bula. Me conviene
que la leáis.
(Le da otro papel).
Don Rodrigo
Os la tomo.
No está vuestro nombre.
Gabriel
¿Y cómo,
si a quien se dio no lo tiene?
Don Rodrigo
Proseguid.
Gabriel
Mi protector,
el Papa, en sus santos juicios,
utilizar mis servicios
imaginó, y fiador
constituyéndose mío,
me envió a un poderoso Estado,
que al verme tan bien fiado
fió un bajel a mi brío.
Venecia fue nuevamente
del corsario protectora;
ved de tan noble señora,
don Rodrigo, la patente.
(Le da otro papel).
Volví al mar; del africano
las costas guardando anduve,
y en un combate que tuve
los dos dedos de esta mano
perdí; mas su nave, hundida,
cogí a mi enemigo preso.
p. 55La mano llevo por eso
siempre en el guante metida.
El rumbo a Venecia di
contento, cuando topé
con un barco de no sé
qué argelino, resolví
abordarle, y por despojo
de esta sangrienta jornada,
rescaté una desgraciada
niña, a quien con noble arrojo
defendía un pobre anciano,
y a quien, según esperaba,
iba a vender por esclava
el argelino inhumano.
Don Rodrigo
¿Y esa niña es doña Aurora?
Gabriel
Que pasa por hija mía.
Don Rodrigo
¿Familia, pues, no tenía?
Gabriel
Y tiene.
Don Rodrigo
¿Por qué hasta ahora
no se la habéis vos devuelto?
Gabriel
Necesito presentar
documentos que probar
puedan que es ella, y resuelto
estoy conmigo a guardarla
mientras tanto.
Don Rodrigo
¿Y dónde están
los documentos?
Gabriel
Vendrán
muy pronto; porque entregarla
mucho a su padre me importa.
Don Rodrigo
Pensáis que él os dé...
Gabriel
Al contrario:
las riquezas del corsario
son para ella.
Don Rodrigo
Porción corta
no será.
Gabriel
¡No habrá, a fe mía,
quien competirla pretenda!
Millones tiene en hacienda,
millones en pedrería.
Don Rodrigo
¿Dónde?
Gabriel
En Venecia.
Don Rodrigo
¿Estarán
en el poder?...
Gabriel
Del Estado;
es ahijada del Senado
serenísimo, y tendrán
que devolvérsela salva
p. 56sus parientes a Venecia,
rica y libre, cual la precia
el marqués de Mari-Alba.
Ya nuestra historia sabéis.
A qué vine a Madrigal
y a qué voy a Portugal,
indagadlo si podéis.
Ni sabréis de mí otra cosa,
ni nadie más de mí sabe.
Solo Dios tiene la llave
del corazón de Espinosa;
y si más de lo que digo
saber importa a la ley,
llevadme a Madrid, el rey
me conoce, don Rodrigo.
Don Rodrigo
(Su altivez en confusión
me pone, y su majestad
me asombra. ¿Será verdad
lo de la resurrección?
Si miente, lo hace con tal
aplomo y con tanta fe,
que a poco más le daré
por el rey de Portugal.
Mas no ha de quedar por mí.
Yo he de apurar este arcano;
no dirán que de un villano
impostor juguete fui).
(Llama don Rodrigo y habla en secreto con un
alguacil,
que se vuelve a marchar).
Gabriel
(¿Secretos con el ministro
de justicia? Estoy al cabo:
tenemos careo; alabo
por sorprendente el registro).
DON RODRIGO, GABRIEL y el MARQUÉS DE TAVIRA.
(Gabriel se aparta a un lado, y, sentándose, se mantiene en toda esta escena dando la espalda al marqués).
Don Rodrigo
Señor marqués, perdonad
si cumpliendo obligaciones
de juez...
Marqués
Vuestras atenciones
os agradezco, en verdad;
pero advertid que mañana
quiero dejar a Castilla,
p. 57y que el mesón de una villa
no es el lugar, Santillana,
que me conviene; os prevengo
que hombre soy muy principal
y de todo Portugal
la sangre más limpia tengo.
Gabriel
(Aparte).
(Si mi mente no delira,
por Dios, que está en mi presencia
la hinchada magnificencia
del buen marqués de Tavira.)
Don Rodrigo
No os he de faltar en nada;
mas quiero que me digáis
sin doblez cuanto sepáis
de aquella fatal jornada
de África; corre el rumor
por ahí de que no es cierto
que don Sebastián ha muerto;
y aun hay algún impostor
que usurpa su augusto nombre.
Gabriel
(Mirándole).
(Y el gesto y el ademán.
¡Pobre rey don Sebastián
si en manos cae de ese hombre!)
Don Rodrigo
Conque decid, ¿es verdad
que en África el rey murió?
Que allá estuvisteis sé yo
con toda seguridad.
Hablad, marqués de Tavira,
vuestra nobleza es notoria.
No echéis en su ejecutoria
el borrón de una mentira.
Marqués
Inexperto capitán,
de mi edad en el vigor
esclavo fue mi valor
de mi rey don Sebastián.
Juntos un mismo bajel
a tierras del africano
nos llevó; como un hermano
al combate fui con él.
Un mar de sangre corrió.
Pero al partirse la suerte
solo el baldón y la muerte
a nosotros nos tocó.
Gabriel
(No sé por qué la memoria
de este lance me enternece
y me irrita; no parece
sino que cuentan mi historia).
p. 58Marqués
El rey, que escudo y celada
tiró para más grandeza
de valor, en la cabeza
recibió una cuchillada
tal, que la frente serena
le rajó hasta la nariz.
Don Rodrigo
(A Gabriel).
¡No es mala esa cicatriz!
Gabriel
La cuchillada fue buena.
Don Rodrigo
(Al marqués).
Seguid.
Marqués
El rey, nuevo Marte
de tan sangrienta jornada,
continuó, rota la espada
defendiendo su estandarte,
hasta que el filo fatal
de un yatagán africano,
segó de su izquierda mano
dos dedos.
Don Rodrigo
(A Gabriel).
Si no oí mal,
me habéis dicho...
Gabriel
(Con calma y sin volverse).
Que perdí
dos dedos en un combate
naval.
Don Rodrigo
Marqués, el remate
de la batalla.
Marqués
Caí
bajo un hachazo a los pies
de mi rey..., y no viví más;
perdí el sentido.
Don Rodrigo
Quizás
al recobrarlo después...
Marqués
Ya no le hallé; con la luna
tomé del mar el camino,
maltratado peregrino,
caballero sin fortuna,
llevando en el corazón
el recuerdo de una hazaña
que será, no para España,
para su rey, un baldón.
Don Rodrigo
¡Señor marqués de Tavira!
Esa frase infamatoria...
Marqués
No tendrá mi ejecutoria
el borrón de una mentira.
Don Rodrigo
Conque, en fin, ¿el rey murió?
Marqués
No lo sé, ¡por vida mía!
Si lo supiera os diría,
señor alcalde, que no.
p. 59Don Rodrigo
(Al Marqués, llevándole aparte).
¿Buena memoria tenéis?
Marqués
Buena.
Don Rodrigo
¿Y vista?
Marqués
Perspicaz.
Don Rodrigo
Si vive y le veis, ¿capaz
de conocerle seréis?
Marqués
¡Si vive habéis dicho!
Don Rodrigo
Sí.
Marqués
¿Tenéis, pues, noticias de él?
Don Rodrigo
¿Recibisteis un papel
anónimo?
Marqués
Recibí
uno ayer.
Don Rodrigo
¿Y qué os decía?
Marqués
Las señas de un personaje
me daban, que iba de viaje
y aquí a hospedarse vendría.
Mandábanme a un comerciante
que me daría dinero
para pagar del viajero
el gasto, y que en el instante
fuera a cobrarlo y corriera
con el pago, y tras el tal
viajero hacia Portugal
la vuelta sin falta diera.
Don Rodrigo
¿Y cobrasteis?
Marqués
Sí cobré.
Don Rodrigo
¿Y pagasteis?
Marqués
¿Pues cobrado
por mí, no fuera pagado?
Don Rodrigo
Perdonad; ¿e iréis?
Marqués
Iré.
Don Rodrigo
¿Luego sabéis de quién es
el anónimo?
Marqués
Aunque no
lo sé, jamás me engañó
en uno.
Don Rodrigo
¿Os ha escrito, pues,
otros?
Marqués
Varios.
Don Rodrigo
Sobre asuntos...
Marqués
Secretos.
Don Rodrigo
Mas ¿ciertos?
Marqués
Sí.
Siempre que salieron vi
ciertos en todos sus puntos.
p. 60Gabriel
(Aparte).
(¡Con famosos servidores
cuenta el rey don Sebastián!
¡Pobres reyes! ¡Siempre dan
con tontos o con traidores!).
Marqués
Si he concluido, no es cosa
de estarme aquí sin provecho.
Don Rodrigo
Perdonadme que aún insista;
mas ya que memoria y vista
tenéis, de ese hombre en acecho
estad, y del rey en nombre
os mando decir, marqués,
si le conocéis, quién es.
Gabriel
(Aparte).
(Santillana es todo un hombre).
Marqués
(Aparte).
(¿Qué diablos de juego es este?
¡Posición más engorrosa!).
Don Rodrigo
(A Gabriel).
Señor Gabriel Espinosa,
permitid que os manifieste
que habéis descortés andado
con el marqués de Tavira,
que está mirándoos con ira.
Gabriel
¿Se lo habéis vos ordenado?
Don Rodrigo
Ved que son los portugueses
quisquillosos; despedidle
al menos; vamos, decidle
cuatro palabras corteses.
Gabriel
Voy, pues que vos lo queréis.
Don Rodrigo
(Yo apuraré la mentira).
Gabriel
¿Señor marqués de Tavira?
Marqués
¡Jesucristo!
Gabriel
¿Qué tenéis?
Marqués
¡Señor!... ¿Sois vos?... ¿Aún vivís?
Gabriel
¡Si vivo! ¿Pues no lo veis?
¡Pero qué diablos decís!
Marqués
¡Ese gesto, ese ademán,
esa voz, ese semblante
que no olvidé ni un instante!
(Cae de rodillas).
Es el rey don Sebastián.
Gabriel
¡Imbécil! A ser de cierto
don Sebastián, ¿no reparas
que antes que me delataras
a mis pies te hubiera muerto?
Marqués
¡Jesús!
Gabriel
Señor Santillana,
¿que sé, daréis por supuesto,
p. 61que sois vos quien me ha dispuesto
una farsa tan villana?
Don Rodrigo
¡Yo! ¡Farsa!... ¿Y con qué interés?
Gabriel
Salta a los ojos: es fuerza
que ya la opinión se tuerza
del buen pueblo portugués.
Interesa a un impostor
ahorcar porque más en él
no espere, y soy yo, Gabriel,
el que os parece mejor.
Ya veis que os he comprendido.
Vos y ese hombre los traidores
sois aquí y los impostores;
con él estáis convenido.
Don Rodrigo
¡Yo!
Gabriel
Traedme otro marqués
como ese; aunque sean doce.
Ni ese sandio me conoce,
ni es noble ni portugués.
(Gabriel se mete desenfadadamente en su cuarto,
dejando estupefactos al marqués y a don Rodrigo).
DON RODRIGO y el MARQUÉS DE TAVIRA
Don Rodrigo
Ese hombre me va a volver
el juicio a mí. ¡Por mi vida
que está buena la salida!
No me queda más que ver.
Mas me pone en confusión
su aplomo, su majestad
y su audacia... ¿Habrá verdad
en esta resurrección?
Marqués
Sandio dijo..., sandio soy,
mas contenerme no pude.
Don Rodrigo
¿Es él?
Marqués
No habrá quien lo dude.
Don Rodrigo
¿Estáis seguro?
Marqués
Lo estoy.
Don Rodrigo
¿Engañado no os habrán
vuestro error y su apariencia?
Marqués
No.
Don Rodrigo
¿Jurárais en conciencia?
Marqués
Que es el rey don Sebastián.
Don Rodrigo
(Llamando).
El capitán Santillana.
DON RODRIGO, el MARQUÉS y DON CÉSAR
Don Rodrigo
Ruégoos que me perdonéis,
señor marqués, mas me obliga
mi deber a hacer que el viaje
suspendáis.
Marqués
(Ya no podría
continuarlo: ya le he visto
y a verle nada más iba).
Don Rodrigo
(Aparte a don César).
Escucha, César.
Don César
Decid.
Don Rodrigo
Antes de que apunte el día
deben de partir los presos.
Don César
¿Adónde van?
Don Rodrigo
A Medina
del Campo.
Don César
¿Pues qué razones
hay?
Don Rodrigo
Dos: aquí la atrevida
audacia de algunos pocos
que mucho a Gabriel estiman,
pudiera hacer un arresto
y burlar a la justicia.
Don César
¿Sabéis, pues?...
Don Rodrigo
Yo no sé nada.
La situación se complica
de tal modo, que no hay ciencia
ni sagacidad que sirvan
para dominarla. Doña
Ana de Austria, sobrina
del rey y abadesa ahora
de las monjas agustinas
de Madrigal, y otras muchas
personas como ellas dignas
de respeto, es menester
que declaren. En la villa
de Madrigal peligroso
fuera instalarme; en Medina
hay cárcel segura, estoy
casi a la distancia misma
de aquí que de Madrigal,
y hay algunas compañías
de arcabuceros.
p. 63Don César
¿Pues tantas
precauciones son precisas?
Don Rodrigo
Todas son pocas tratándose
de una cabeza proscrita,
que puede hacer la desgracia
de toda una monarquía.
Tú le escoltarás, y luego
partirás a toda prisa
a la corte, para el rey
con una consulta mía.
Voy a mandar las literas
traer, y estar prevenida
la escolta que has de llevar.
César, la más exquisita
vigilancia ten: con ellos
vas guardando nuestras vidas.
Adiós. Seguidme si os place,
señor marqués de Tavira.
DON CÉSAR; después DOÑA AURORA
(Don César aguarda a que se vayan don Rodrigo y el marqués, escucha un momento a la puerta del fondo y va a abrir la primera de la izquierda, donde está el cuarto de doña Aurora, llamándola con precaución).
Don César
¿Aurora?... ¿Aurora?... Cerráronla
en la cámara vecina,
sin duda porque no oyera
lo que en esta sucedía.
(Entra y vuelve a salir con doña Aurora).
Venid, Aurora.
Doña Aurora
¿Qué pasa,
capitán, que así os obliga
a llamar?
(Don César cierra la puerta del fondo).
¿A qué cerráis
las puertas con tanta prisa?
Don César
¡Aurora, Aurora! Esta casa
es ya una cárcel sombría
para vosotros.
Doña Aurora
¡Dios mío!
¿Qué decís?
Don César
De la justicia
p. 64en poder estáis. Gabriel
con pertinacia inaudita
se obstina en callar, e inútil
todo es con él. Ni le obligan
las ofertas, ni le mueven
los ruegos, ni le dominan
las amenazas. Impávido
hacia el abismo camina
con el semblante sereno
y en los labios la sonrisa,
cual si pudiera de un soplo
disipar la enfurecida
tempestad en que sin rumbo
va la nave de su vida.
Doña Aurora
Capitán, es inflexible;
sus acciones son siempre hijas
de una decisión resuelta
y de una convicción íntima,
y no cede.
Don César
Pues os lleva
esa condición altiva
hoy, antes que raye el alba,
a la cárcel de Medina
bajo mi custodia.
Doña Aurora
¿Entonces?
Don César
Ya os he dicho que no había
ley ni deber que valiera
para mí lo que una mínima
insinuación vuestra. Habladle
vos, que sois su amor, su hija;
habladle y decidle: «Huyamos;
don César nos facilita
la fuga, huyamos...», y huid,
Aurora. Y ya que mi vida,
por un tenebroso arcano
que vuestro padre no explica,
está, ¡ay de mí!, para siempre
de la vuestra dividida,
huid, y al menos debédmela
aunque pierda yo la mía.
Huid. Nada hay que me espante:
seré traidor, si es precisa
la traición para salvaros.
Doña Aurora
Dios hará que tal mancilla
sobre vuestro honor no caiga.
(Mira por el hueco de la cerradura del cuarto de Gabriel).
Él va a salir... ¡Que me asista
p. 65rogad al cielo!... Y dejadme
con él.
(Vase don César, cerrando la puerta).
Trae embebida
su alma en los pensamientos
de hiel que le martirizan.
(Sale Gabriel sombrío, los brazos cruzados, sin ver
a Aurora,
que se ha retirado a un lado, y habla consigo mismo).
DOÑA AURORA y GABRIEL
Gabriel
A él solo, sí, desenredar le toca
la peligrosa red que se me tiende;
solo el rey puede descoser mi boca;
él solo; si me salva o si me vende,
él con Dios se verá: no es cuenta mía.
Yo acepto mi fortuna, tal cual sea
la que el cielo me dé; mas vendrá un día
en que todo mortal con Dios se vea,
y en aquel día en que de Dios espero
temblar ante el semblante soberano,
yo, de cetro en lugar, tener prefiero
una palma de mártir en la mano.
Doña Aurora
¿Ni una mirada para mí?
Gabriel
Mi Aurora,
único sol que en mi sombría frente
disipa con la luz de una sonrisa
las nubes del pesar que la ennegrecen,
perdóname si en reflexiones tristes
abismado ante ti pasé sin verte.
Mas, ¿por qué el llanto tu mirada enturbia?
¿Por qué la agitación que te conmueve?
¿Qué te asusta, mi bien?
Doña Aurora
Riesgos traidores
te acechan por doquier, tal vez la muerte.
¿Y te admira, señor, de que mi llanto
copioso y triste mis mejillas riegue?
Gabriel
Te engañas.
Doña Aurora
Tú, la misteriosa nube
que impenetrable tu existencia envuelve,
es fuerza que hoy ante la ley se rasgue
de un juez, terror de cuantos nobles seres
asilo hallaron, nacimiento o nombre
de Tajo y Miño en las riberas fértiles.
p. 66Gabriel
¿Quién te lo ha dicho?
Doña Aurora
Yo lo sé.
Gabriel
Pregunto
quién te lo ha dicho.
Doña Aurora
El capitán, que tiene
más de leal, de noble y generoso
que tú de franco con quien más te quiere.
Gabriel
¡Aurora!
Doña Aurora
No receles que mis labios
dejen salir palabras imprudentes,
que a impulso de un amor desatinado
compliquen más la situación presente.
Gabriel
¿De don César, al fin, desventurada,
al fuego dio tu corazón albergue?
Doña Aurora
El corazón entero es de otro hombre
y me son los demás indiferentes.
Ni te hablara yo de él en esta hora,
que habrá de ser para los dos solemne.
Yo quiero al capitán porque tú mismo
me viniste a decir: «Aurora, quiérele»;
mas yo le quiero porque tú lo mandas,
porque quiero no más lo que tú quieres.
Gabriel
Quiérele, Aurora, porque ya es acaso
el solo amigo que tu padre tiene.
Doña Aurora
¡Mi padre, sí, mi cariñoso padre!...
¿No es este el nombre que emplear conviene
en esta situación?
Gabriel
Silencio, Aurora;
que es el encanto de mi vida advierte
ese nombre feliz.
Doña Aurora
Pero ese nombre,
dímelo de una vez, ¿te pertenece?
Gabriel
¿Quién te lo hizo dudar? ¿Quién te lo dijo?
Doña Aurora
La que a tu lado y con placer mil veces
y acaso en busca de la paz perdida
veló tu sueño y sorprendió inocente
tu secreto.
Gabriel
¡Gran Dios! ¿y nada dije
de mi vida anterior? ¿De otros placeres,
de otros tiempos, en fin?
Doña Aurora
Nada dijiste,
nada, señor; mas aunque dicho hubieres
en el pecho de Aurora lo enterraras,
que en ti a sufrir como a callar aprende.
Gabriel
(¡Miserable de mí! Porque el misterio
que intentan aclarar oculto quede
siempre en mi corazón, ¿será preciso
que yo mismo la lengua me cercene?).
p. 67
(Gabriel escucha desde aquí como distraído
en sombrías
reflexiones).
Doña Aurora
¡Padre!
Gabriel
Explícate, Aurora.
Doña Aurora
Oye: al impulso
de una curiosidad impertinente,
o de otro sentimiento inexplicable
que en mí se agita y que en mi alma enciende
la misteriosa luz de una esperanza
lejana, incierta, misteriosa, débil,
cedí, señor, y en la callada noche
mi lecho abandoné..., porque a mi mente
mil visiones de amor se amontonaron
en confuso tropel, puras y alegres
como las olas que la mar en calma
sobre sus lomos incansable mece;
como las aves que en el árbol saltan
trinando al son de la escondida fuente.
Gabriel
Prosigue, Aurora.
Doña Aurora
Abandoné mi lecho,
y al tuyo me acerqué, como quien teme
ser sorprendido en criminal intento
por un extraño que a su lado duerme.
Tu faz un punto contemplé, y mi labio
un ósculo filial posó en tu frente.
¿Me oyes, Gabriel?
Gabriel
Prosigue, Aurora mía,
tu voz la voz de un ángel me parece.
Doña Aurora
Al contacto sutil del labio mío
sonreíste, señor; y tu voz débil
oí que el nombre mío murmuraba
entre esos ayes conque el mal divierte
de una pasión el que vivió en el mundo
secretos hondos ocultando siempre;
y entonces supe por la lengua misma
que hablar en sueños indiscreta suele,
que si es la tuya misterioso arcano,
espesa sombra mi existencia envuelve.
Gabriel
¿Y entonces?
Doña Aurora
Me aparté ruborizada
de quien mi padre no es; sentí más fuerte
latir mi corazón; sentí otra sangre
circular por mis venas más ardiente;
sentí en presencia del mayor cariño
mi cariño filial desvanecerse,
y al apartarme de tu lecho trémula
un ósculo de amor grabé en tu frente.
p. 68Gabriel
No lo digas jamás, Aurora mía.
Jamás a nadie tu pasión reveles.
Quema los labios que en mi frente seca
pusiste; quema el corazón rebelde
que el cariño filial de sí arrojando,
dio a mi cariño en su lugar albergue.
Doña Aurora
Es ya tarde, Gabriel, mi amor es hijo
de tu callado amor.
Gabriel
Tú lo mereces;
tú eres la sola flor que brotar hizo
en mi camino Dios... Dios, que al ponerme
sobre la tierra, me alfombró de espinas
la senda que mis pies recorrer deben;
pero yo no merezco tu amor santo;
yo soy un árbol cuyo tronco estéril
despojado de vida por el rayo,
ya ni sombra, ni flor, ni aroma tiene.
Doña Aurora
No, no: tú eres un árbol cuya sombra
cobijó mi niñez: cuyo ámbar bebe
mi pobre corazón, de quien tú solo
sombra, delicia y alimento eres.
Dios me entregó a tus brazos en mi infancia,
porque Dios quiso que en tu pecho ardiente
brotase, para encanto de tu vida,
de esta pasión correspondida el germen.
Gabriel
Tienes razón, Aurora, reconozco
en tu amor la piedad omnipotente.
Tienes razón, Aurora, Dios del cielo
te envía..., un ángel de los cielos eres.
Doña Aurora
Escúchame, Gabriel.
Gabriel
Habla.
Doña Aurora
En el nombre
de esa pasión que en nuestras almas hierve,
desaparezcan hoy esos misterios
que nuestras dos historias oscurecen.
Gabriel
Imposible.
Doña Aurora
No temas que me espante,
Gabriel, ni me arrepienta, conociéndote,
de haberte amado nunca.
Gabriel
Es imposible.
Doña Aurora
Habla. Dime quién soy, dime quién eres.
Si eres villano y en tus venas viles
la sangre impura y maldecida tienes
de raza hebrea o de morisca tribu,
yo te amaré, Gabriel; si reales puedes
ostentar de tu estirpe en el escudo
coronados y espléndidos cuarteles,
yo te amaré, Gabriel; si eres acaso
p. 69criminal fugitivo y por mí temes
de un patíbulo infame la deshonra,
yo te amaré, Gabriel; llama si quieres
a un sacerdote, y que con lazo eterno
anude nuestras almas; y no pienses
que el deshonor de criminal memoria
me humille. Te amo con amor tan fuerte,
que oraré mientras viva en tu sepulcro,
orgullosa del nombre que me dejes.
Gabriel
¡Calla, Aurora, deliras!
Doña Aurora
Un momento,
Gabriel, óyeme aún, no te impacientes.
Si eres un impostor, un ambicioso,
cogido al fin entre sus propias redes,
huyamos; tienes ocasión y tiempo.
Sí, nuestra fuga el capitán protege,
huyamos, nuestro amor y nuestra infamia
arrastrando a remoto continente.
Gabriel
¡Aurora!
Doña Aurora
Hoy a la cárcel de Medina
rayando el alba trasladarnos deben,
y el capitán que en nuestra guarda parte...
Gabriel
Silencio, Aurora. ¿Deshonrarle quieres
para salvarte tú? ¿Sabes que si huyo
cuando en su guardia el infeliz me lleve,
morirá en mi lugar, y que al fugarme
me doy por criminal siendo inocente?
Yo no huiré jamás; ni sé, ni quiero,
ni nací para huir: ya muchas veces
la he visto cara a cara, y en el pecho,
no por la espalda, me herirá la muerte.
Doña Aurora
Hiéranos a los dos un mismo golpe.
Gabriel
Tú no debes morir; aún que hacer tienes
sobre la tierra.
Doña Aurora
¿Qué, sin ti?
Gabriel
Llorarme.
Doña Aurora
¿Me lo mandas?
Gabriel
Yo, no: Dios. Obedece.
Dios me pone en los labios un candado,
no lo intentes romper. Pura, inocente,
noble eres tú; si a deshonrada tumba
mi silencio me lleva, Dios lo quiere.
Inclina, Aurora, la cabeza humilde
bajo la voluntad omnipotente,
y ora en mi tumba sin vergüenza, Aurora.
Mártir me quiere Dios, y obedecerle
es fuerza. Vive; y si te dice el mundo
que he sido un impostor, el mundo miente.
p. 70Yo no he dicho jamás que era el que buscan,
y a morir me enviarán sin conocerme.
Ora en mi tumba sin vergüenza, y ora
mientras los hombres libertad te dejen;
y si te culpan como a mí, en silencio,
digna siempre de mí, como yo muere.
Doña Aurora
¿Tú me lo mandas? Obedezco: sea,
Gabriel; digna de ti quiero ser siempre.
DOÑA AURORA, GABRIEL, DON CÉSAR
Don César
Don Rodrigo sube.
Gabriel
(A don César).
Oíd
antes. Si en algo apreciáis
a Aurora, ved cómo enviáis
ese papel a Madrid.
(Gabriel da una carta a don César, que la toma rápidamente).
Don César
Sabéis que mi fe la aprecia
en más que en mi mismo honor.
Yo lo llevaré.
Gabriel
Al señor
embajador de Venecia.
DICHOS, un ALGUACIL, después DON RODRIGO
Alguacil
(Entrando).
Su señoría.
Gabriel
Aguardamos
sus órdenes.
Don Rodrigo
(Entrando).
Os espera
allá abajo una litera,
señor Gabriel.
(Gabriel, tomando de la mano a doña Aurora
y
dirigiéndose a la puerta, dice):
Gabriel
Pues partamos.
Don Rodrigo
¿Ni inquirís adónde vais
ni tomáis vuestro equipaje?
Gabriel
Vos que disponéis mi viaje
sabréis cómo me lleváis.
p. 71Don Rodrigo
Conmigo.
Gabriel
Pues ya tardamos.
Don Rodrigo
Vuestros cofres van con sellos.
Gabriel
Haced lo que os plazca de ellos.
Don Rodrigo
Pues cuando gustéis.
Gabriel
Pues vamos.
(Vanse delante Gabriel con doña Aurora,
luego don
Rodrigo y don César).
FIN DEL ACTO SEGUNDO
p. 73
Sala de juicio en la cárcel de Madrigal; decoración ochavada; puerta en el fondo, balcón a la derecha; al mismo lado, en la segunda caja, puerta del calabozo de Gabriel; puerta a la izquierda de otros calabozos; mesa con papeles, plumas, etc.
DON RODRIGO y el ESCRIBANO sentados a la mesa. GABRIEL, al otro lado, en un sillón, reclinado tranquilamente y como ajeno a lo que pasa a su alrededor.
Escribano
Señor, no duerme.
Don Rodrigo
¡Y qué mal
halláis en que esté despierto!
Escribano
Que escucha.
Don Rodrigo
Es un hombre muerto;
que escuche o no, ya es igual.
Seguid leyendo.
Escribano
(Tomando un papel de la mesa).
Un oficio
del doctor don Juan de Llanos.
Don Rodrigo
¿Qué dice?
Escribano
Que siendo vanos
interrogatorio y juicio,
mandó dar a fray Miguel
el día cinco tormento.
Don Rodrigo
¿Y qué dijo?
Escribano
Que era invento
suyo lo de que Gabriel
fuese el rey de Portugal,
p. 74y que le movió a este engaño
el intento de hacer daño
al rey don Felipe.
Don Rodrigo
Mal
salió. Leed.
Escribano
(Otro papel).
Petición
de la nominada Aurora.
Don Rodrigo
¿Y qué pide esa señora?
Escribano
Ver a su padre.
Don Rodrigo
Ocasión
llegará de que le vea
cuando ya esté confirmada
su sentencia, y no haya nada
que temer de que así sea.
Escribano
(Otro papel).
Novena solicitud
del preso llamado Arbués.
Don Rodrigo
¿Qué solicita?
Escribano
Que pues
vivirá poco, en virtud
de haberle dado tormento,
se quisiera despedir
de su amo antes de morir.
Don Rodrigo
No ha lugar, hasta el momento
de la real confirmación
de su sentencia, si vive.
Escribano
(Otro papel).
Una carta que os escribe
un anónimo.
Don Rodrigo
Cuestión
diaria: amenazas, fieros
contra mí y contra los jueces;
juramentos y sandeces
de rebeldes o embusteros.
Adelante.
Escribano
(Una carta).
Para el juez
don Rodrigo Santillana;
carta que hoy por la mañana
llegó de Madrid.
Don Rodrigo
¡Pardiez!
¿Y así os estabais con ella?
Dadme acá.
Escribano
Tomad, señor.
Don Rodrigo
De César.
(Leyendo).
«Del portador
mañana sobre la huella
partiré; media jornada
ante mí llegará a esa;
p. 75ni puedo darme más priesa,
ni hasta hoy el rey hizo nada».
¡Gracias a Dios que tocamos
con el fin de ese proceso!
Llevaos vos todo eso,
escribano.
Escribano
¿Os esperamos?
Don Rodrigo
Afuera; y si algún correo
de la corte de Madrid
llega, que suba decid
al punto.
Escribano
Está bien.
(Vase el Escribano).
GABRIEL y DON RODRIGO
Don Rodrigo
(Aparte).
(Deseo
salir de este laberinto
de una vez, y de ese hombre
a quien no hay nada que asombre...
Me repugna por instinto
su faz sombría, su calma
imperturbable, su irónica
conversación, su sardónica
sonrisa eterna en el alma
me infunde honda inquietud;
no me acusa la conciencia
de nada; di la sentencia
con severa rectitud,
conforme a ley; mas presiento
que hay en todo esto un arcano
que sondar pretendo en vano,
y deja sin complemento
la obra de la justicia.
Exhala ese hombre satánico
no sé qué de frío y pánico...
creo que me maleficia.
En fin, poco resta ya.
Si el rey la sentencia envía
firmada, el último día
es hoy que calor le da).
¿Dormís, señor Espinosa?
Gabriel
Casi, casi, señor juez.
Don Rodrigo
¿Cansado estáis?
Gabriel
¡Psé!
p. 76Don Rodrigo
¿Tal vez
sufrís dolor?
Gabriel
Poca cosa.
Don Rodrigo
Aquí estaréis menos mal
que en la torre.
Gabriel
Así, así.
Don Rodrigo
Que apreciarais más creí
mi caridad.
Gabriel
Me es igual.
Don Rodrigo
¿Tal vez me guardéis rencor
por la cuestión?
Gabriel
¡Brava pena,
por Dios!
Don Rodrigo
La prueba fue buena.
Gabriel
Pudo haber sido mejor.
Don Rodrigo
Confieso que fue cruel
el tormento.
Gabriel
Pero inútil.
Don Rodrigo
¿Lo creéis prueba tan fútil?
Gabriel
Ya lo veis.
Don Rodrigo
Volver a él
podemos aún.
Gabriel
Volvierais
a ver lo que visteis ya.
Don Rodrigo
La segunda vez quizá
vuestro silencio rompierais.
Gabriel
Sería inútil fatiga;
y ahora que hablamos de esto:
de hoy para entonces protesto
contra todo cuanto diga,
y ya podéis calcular
que si en negar doy después
lo dicho, el tormento es
cuento de nunca acabar.
Don Rodrigo
¡Por Dios que sois hombre fuerte,
y gastáis bizarro humor!
Gabriel
Soy terco y sufro el dolor;
soldado soy, y a la muerte
voy como iba a la pelea.
Más despacio o más aprisa
hallarla es cosa precisa,
mas temerla es cosa fea.
Don Rodrigo
Vuestra fortaleza envidio;
mas noto en vos ha un momento
tristeza y decaimiento.
¿Qué tenéis?
Gabriel
Que me fastidio.
Don Rodrigo
¡Que os fastidiáis!
p. 77Gabriel
Sí, ¡a fe mía!
Tres meses ha que aquí estoy,
y lo mismo hacemos hoy
que hicimos el primer día.
«Traed ante mí a Gabriel».
Vuelta vos a preguntar,
vuelta yo a no contestar.
«Al calabozo con él».
Vuelve a amanecer el día,
y vuelta a sacar al preso,
y vuelta a leer el proceso,
y vuelta a nuestra porfía.
«Hablad, señor Espinosa».
«No quiero, señor alcalde».
«Que habéis de hablar». «Que es en balde».
Y siempre la misma cosa.
No hubo más que la semana
en que me disteis tormento
que variara..., y ya me siento
casi bueno, Santillana.
Don Rodrigo
Me amedrenta, ¡vive Dios!,
vuestra eterna sangre fría.
Gabriel
También me amedrentaría
a mí si fuera que vos.
Don Rodrigo
Vuestra osada impavidez
cada día toma creces.
Gabriel
Sí; parecemos a veces
el reo vos y yo el juez.
Don Rodrigo
Es que a veces hallo en vos
un misterio que me espanta.
Gabriel
Es que tal vez se levanta
tras mí la sombra de Dios.
(Pausa).
Don Rodrigo
Yo creo, señor Gabriel,
que no es Dios, es Satanás
quien de vos está detrás
y os dejáis llevar por él.
¿A qué hombre de sano seso
no hartarán vuestras pesadas
continuas balandronadas
que llenan vuestro proceso?
¿Qué son, pues, vuestras preñeces
y siniestras reticencias?
Gabriel
Tembladlas si son sentencias;
reídlas si son sandeces.
Don Rodrigo
Pues bien, hablad de una vez;
si ese secreto fatal
existe en vos, hacéis mal
de ocultarlo a vuestro juez.
p. 78Si sois quien juzgan, decid:
«Yo soy...», probadlo y mañana...
Gabriel
(Variando de tono).
¿Cuándo vendrá, Santillana,
el capitán de Madrid?
Don Rodrigo
Hoy mismo.
Gabriel
¡Gallardo mozo!
¿Le queréis mucho?
Don Rodrigo
¡Pues no,
si es mi hijo!
Gabriel
También yo
le quiero bien, y me gozo
con su vista. ¿No tenéis
más hijos que él?
Don Rodrigo
Nada más.
Gabriel
¿Ni los tuvisteis jamás?
Don Rodrigo
Las preguntas que me hacéis,
Espinosa...
Gabriel
Son sencillas.
Don Rodrigo
No sé qué se me figura
que hay en ellas...
Gabriel
¿Por ventura
os pregunto maravillas?
Tenéis un hijo mancebo,
y si hubisteis os pregunto
más que él: no hay en el asunto
de mi cuestión nada nuevo.
Don Rodrigo
¡Jamás podré conseguir
arrancar de vuestra faz
ese sarcasmo tenaz!
¿Qué me tenéis que decir?
Acabemos, Espinosa.
Esa burlona altivez
que excita en mí alguna vez
una duda misteriosa,
¿qué significa? Parece
que no os habéis convencido
de que juzgado habéis sido,
de que ya no os pertenece
vuestra acotada existencia,
y de que según la ley,
no falta sino que el rey
confirme vuestra sentencia.
¡Parece que en vuestro pecho
hay una firme esperanza
que os da audacia y confianza
contra esa ley!
Gabriel
Es un hecho.
p. 79Don Rodrigo
¿Creéis que no firmará
el rey?
Gabriel
Esa es cuenta suya:
Dios por sus obras le arguya.
¿Le habéis vos escrito ya
que pido verle?
Don Rodrigo
Y respuesta
aguardo; ¿mas si apeláis
al rey en vano?
Gabriel
Me ahorcáis,
y se concluyó la fiesta.
(Don Rodrigo mira a Gabriel con asombro;
Gabriel
permanece sereno).
Don Rodrigo
Sospéchome que estáis loco.
Gabriel
Tal vez.
Don Rodrigo
Aunque más bien creo
que es otro vuestro deseo.
Gabriel
¿Cuál creéis?
Don Rodrigo
Ir poco a poco
dilatando la sentencia,
dando a entender que aún hay más
que esperar de vos.
Gabriel
Quizás.
Don Rodrigo
Pues os protesto en conciencia
que hoy tendrá fin vuestro afán;
si el rey no manda otra cosa,
morís hoy por Espinosa
o por rey don Sebastián.
Basta ya de dilaciones,
harto estoy de toleraros,
y me es ya en mengua trataros
con tales contemplaciones.
Vos sois un villano artero,
un taimado embaucador
que esperáis suerte mejor
dándoos por un caballero.
¡Un necio, que aguarda en vano
negándose a confesar,
que nunca le han de matar
como a un infame pagano
sin confesión! Mas caéis
en un miserable error:
si no queréis confesor,
sin confesor moriréis.
Y no tenéis que cansaros,
no me habéis de aventajar;
si os obstináis en callar,
yo me obstinaré en ahorcaros.
¿Ahora os reís?
p. 80Gabriel
(Riéndose).
¡Sí, por Dios!
Y no he muerto ya de hastío,
porque, como ahora, me río
mil veces.
Don Rodrigo
¿De qué?
Gabriel
De vos.
Don Rodrigo
¿De mí? En vuestra audacia loca
os olvidáis, a mi ver,
que os puedo mandar poner
una mordaza en la boca.
Gabriel
Verme mudo os diera pena;
de que es, estoy persuadido,
mi voz para vuestro oído
el cantar de la sirena.
¡Mordaza! De vuestros fieros
a pesar, si lo procuro
de veras, estoy seguro,
señor juez, de adormeceros.
Ya me parece, ¡pardiez!,
que comenzáis a turbaros
y no he hecho más que miraros.
Os voy a decir, buen juez,
lo que pasa en vuestro pecho:
a fuerza de ir y volver
sobre quién soy, de mi ser
un fantasma os habéis hecho.
Ser superior me imagina
vuestra razón exaltada,
y mi voz y mi mirada
os deslumbra y os fascina.
Todo se os vuelven antojos;
si os miro fijo a la cara,
os turbáis como si echara
fuego o sangre por los ojos.
Si en paz llevando mi suerte
alejo de mí el pesar,
creéis que voy a evitar
con algún filtro la muerte.
Si de vuestros hijos hablo
y por ellos os pregunto,
no parece sino asunto
de vendérselos al diablo.
Si levanto un poco más
estando solos la voz,
cual de una bestia feroz
teméis, y os echáis atrás.
Y si al hablarme con saña
vos, os hablo con violencia,
p. 81os dobláis en mi presencia
como ante el viento la caña.
Tan hondo y siniestro influjo
he adquirido sobre vos,
que, ¡no os lo demande Dios!,
me estáis suponiendo brujo.
No parece, Santillana,
sino que sabéis que puedo
haceros temblar de miedo
cuando me diere la gana.
¿Y no es verdad, don Rodrigo,
no es verdad que mi semblante
os está siempre delante,
que andáis, que soñáis conmigo?
¿No es verdad que se os alcanza
que tendrá alguna razón
al mostrar mi corazón
tan osada confianza?
¿No es verdad que todo cabe
en hombres, y que, tal vez,
en vuestra vida de juez,
hay algún secreto grave
que creéis hundido vos
en la eternidad oscura,
y que teméis por ventura
que me lo revele Dios?
¿No es verdad que cuando a solas
hablo con vos, don Rodrigo,
va vuestra alma en lo que os digo
como nave entre las olas,
esperando de un momento
a otro verse sumergida
por la mar embravecida
de mi airado pensamiento?
¿No es verdad que habéis cruzado
una vez el Portugal,
y cerca de Setubal,
en mitad de un despoblado,
un monasterio habéis visto
cuya sagrada vivienda
fue teatro de una horrenda
profanación?
Don Rodrigo
¡Jesucristo!
Gabriel
¿No es verdad que cuando clavo
mis ojos en vuestro rostro
os hielo el alma y os postro
a mis pies como un esclavo?
De rodillas, Santillana,
p. 82vuestra vida está en la mía,
viviréis más que yo un día:
si yo muero hoy, vos mañana.
Don Rodrigo
¡Dios me valga!
(Don Rodrigo se arrodilla).
Gabriel
¡Calla! ¿Y vos
lo tomáis como os lo digo?
Si esto es farsa, don Rodrigo,
serenaos, ¡vive Dios!
Don Rodrigo
¿Conque es decir?...
Gabriel
Que divierto
mi fastidio, Santillana.
Don Rodrigo
(Furioso).
No haréis lo mismo mañana.
Gabriel
(Con calma).
Ahorcándome hoy, no por cierto.
DICHOS y el ALGUACIL
Alguacil
Su merced, el capitán
Santillana.
Gabriel
¡Que nos cae
del cielo!
Don Rodrigo
Y que el fallo trae
del rey.
Gabriel
Fin de nuestro afán.
DON RODRIGO, GABRIEL y DON CÉSAR
Don Rodrigo
¿Traes tú los despachos?
Don César
Sí.
Mas ¿que tenéis, padre?
Don Rodrigo
Nada.
¿Traes la sentencia aprobada?
Don César
Sí.
Don Rodrigo
¿Dónde está?
Don César
(Dándole un papel).
Vedla aquí.
(Don Rodrigo toma, abre y lee el pliego que le
da
don César, y dice llamando):
Don Rodrigo
¡Hola!
(Entran algunos alguaciles y el Escribano).
Cúmplase la ley.
Avisad al confesor
p. 83y al verdugo ejecutor
de las justicias del rey.
Escribano, evacuad vos
la postrera diligencia,
intimadle la sentencia
y que se encomiende a Dios.
Don César
Señor...
Don Rodrigo
¡Silencio! Leed.
Escribano
(Empezando a leer).
Vista y fallada...
Don Rodrigo
(Interrumpiéndole).
Adelante:
la aprobación es bastante,
fórmulas a un lado haced.
Escribano
(Leyendo).
«Y en atención a que en los cofres de dicho Gabriel Espinosa han sido halladas muchas prendas y joyas de valor, pertenecientes a la persona de nuestro difunto sobrino don Sebastián, rey de Portugal, sin que haya podido probar Espinosa la legitimidad de su adquisición y posesión; y en atención a que el marqués de Tavira y fray Miguel de los Santos y otros señores castellanos y portugueses han declarado, unos en juicio y otros en tormento, que le tienen y han tenido desde que le vieran por el rey don Sebastián, y habiéndose probado que muchos nobles portugueses le han visitado en Madrigal para reconocerle, y que en su nombre se han escrito cartas, contraído empréstitos y armado gentes para concitar a la rebelión a los pueblos en favor suyo; y teniendo en cuenta que dicho Gabriel Espinosa no ha negado nunca ser él el mismo rey don Sebastián, antes ha contribuido a hacer creer a los incautos que lo es efectivamente, no declarando jamás quién sea en realidad, dándose ya por una persona ya por otra, y aparentando el gesto, las acciones y las señales exteriores, que a su parecer pueden convenir mejor con los recuerdos y las pinturas que de don Sebastián se conservan entre los que en vida le conocieron; y considerando, en fin, que el cuerpo de dicho rey fue por nos rescatado del poder de Muley Mahamet y traído de África al monasterio de Belén, donde yace sepultado; aprobamos y confirmamos la sentencia contra él dada, y le declaramos impostor infame, traidor a su rey, y usurpador delp. 84 nombre del rey don Sebastián. Por cuyas razones le condenamos a ser arrastrado, y ahorcado y descuartizado, y puesta su cabeza en una lanza a una de las salidas del pueblo de Madrigal, en donde vivió, para desengaño de incautos y escarmiento de traidores. — Yo el rey».
Gabriel
(Con ira).
¿Traidor yo, impostor, infame?
¿Muerte a mí con tal afrenta?
(Serenándose).
Que Dios me lo tome en cuenta
cuando a su juicio me llame.
(Al Escribano):
¿Tenéisme más que leer?
Escribano
Nada más.
Gabriel
Pues despachemos
y tiempo no malgastemos.
Sea lo que haya de ser.
Don César
(¡Indomable corazón!)
Don Rodrigo
(¡Incomprensible fiereza!
Ni aun inclinó la cabeza
para oír la intimación).
Gabriel
Alcalde, estáis demudado,
trémulo..., ¡por vida mía!
Cualquiera imaginaría
que erais vos el sentenciado.
Don Rodrigo
(Airado).
Pronto lo viera. Tenéis
de vida tres cuartos de hora.
Gabriel
Son las cinco y cuarto ahora.
Don Rodrigo
Encerradle.
Gabriel
(A don Rodrigo).
Hasta las seis.
Don Rodrigo
Despejad.
(Llevan a Gabriel a su encierro,
y vanse el
Escribano y los alguaciles por el fondo).
DON RODRIGO y DON CÉSAR
Don César
¿Padre, qué es esto?
Don Rodrigo
Que es fuerza que ese hombre muera.
Don César
Dadle un día.
Don Rodrigo
Ni siquiera
una hora.
p. 85Don César
Que dispuesto
muera al menos cual cristiano.
Don Rodrigo
Muera, y sea como fuere.
Don César
¡Sin confesión!
Don Rodrigo
No la quiere;
es un hereje, un pagano.
Don César
Padre, estáis ciego de ira.
Don Rodrigo
Ira es lo que aparento,
ira, César; pero miento,
es terror lo que me inspira
ese hombre de Satanás.
Y yo, ¡imbécil!, que le daba
tormento porque no hablaba;
no, no: que no hable jamás,
que le lleven al cadalso
con una mordaza puesta;
que no hable con nadie; en esta
hora cuanto diga es falso.
Don César
Padre, sospecho, ¡ay de mí!,
que se os desvanece el juicio.
Don Rodrigo
Es obra de un maleficio.
Don César
¿Os maleficiaron?
Don Rodrigo
Sí.
Don César
¡Superstición!
Don Rodrigo
Ya lo ves.
Gabriel me malefició,
y él ha de morir o yo.
Ya firmó el rey: muera, pues.
Don César
¡Padre!
Don Rodrigo
¡César..., hijo mío!
Don César
¡Estáis delirando!
Don Rodrigo
¿Alguno
me escuchó acaso?
Don César
Ninguno.
Don Rodrigo
(De mí propio desconfío).
Don César
Padre, algún mal os acosa;
tembláis..., estáis demudado.
Don Rodrigo
Algún vértigo; he velado
tantas noches de Espinosa
con el proceso maldito,
me ha dado tanto que hacer,
que en mí no estoy hasta ver
que de en medio me lo quito.
Mas no fue nada, pasó
ya, César. Veamos, pues,
los despachos de la corte.
Don César
Tomad: aquí los tenéis.
Don Rodrigo
Esta es la consulta mía,
p. 86esta la aprobación es
del consejo; esta la carta
de su majestad el rey;
¿y este otro pliego sellado,
de quién es?
Don César
¡Yo no lo sé!
me fue entregado en palacio
con todos ellos.
Don Rodrigo
¿Por quién?
Don César
Por el rey mismo.
Don Rodrigo
A ver: ábrele.
Don César
Una real orden.
Don Rodrigo
Pues lee.
Don César
(Leyendo).
«En nombre del rey. — Por la presente, pondréis en libertad en la hora en que la recibiereis, y sobreseyendo en su causa, si hubiereis procedido a formarla contra ella, a doña Aurora Espinosa, detenida y a vuestras órdenes en la cárcel de Madrigal; dejando disponer libremente de sí misma a dicha doña Aurora, como fuere su voluntad. — Madrid, etcétera. — A don Rodrigo Santillana».
Don Rodrigo
¿En libertad? No comprendo
tal orden del rey.
Don César
Y está
bien terminante.
Don Rodrigo
Y será
cumplida. Sigue leyendo.
Don César
Otro pliego para mí.
Don Rodrigo
Rompe la nema y aparta
la cubierta. ¿Qué hay?
Don César
Aquí
viene un papel y otra carta.
Don Rodrigo
Lee.
Don César
Dice el papel así:
(Lee).
«En nombre del rey. — Otorgamos licencia para dejar el servicio de Su Majestad, temporal o absolutamente, como más le conviniere, al capitán del primer tercio de Flandes don César de Santillana».
Don Rodrigo
¿Y para qué?
Don César
¿Qué sé yo?
Don Rodrigo
¿Tú no la has pedido?
Don César
No.
Don Rodrigo
Sigue. (¿Qué es esto? ¡Ay de mí!).
Don César
(Lee).
«Y ordenamos al dicho capitán don César, por ser así del agrado de Su Majestad, conducir con todo honor y escoltar con toda seguridad,p. 87 durante su viaje por tierras de sus dominios y mares guardados por su real marina, a doña Aurora de Espinosa, hasta ponerla sana y salva en Estados de Venecia, por cuyo embajador ha sido reclamada, como hija adoptiva de la República Serenísima».
Don Rodrigo
¡Ira de Dios! Todo ahora
lo comprendo.
Don César
¿Qué es, señor,
lo que comprendéis?
Don Rodrigo
Tu amor,
¡desventurado!, a esa Aurora.
Don César
Es cierto: un amor profundo;
mas no os traiga con cuidado,
que es el más desesperado
que hubo jamás en el mundo.
Don Rodrigo
¿Lo ves? ¡Ah! También a ti
te han maleficiado; pero
responde, César. Yo quiero
saberlo ya todo; di.
Tú con ella en connivencia,
huir con seguridad
queriendo, su libertad
conseguiste y tu licencia.
Don César
No, a fe mía.
Don Rodrigo
Sí, arrastrado
por sus sortilegios has
trabajado en contra mía
con temeridad impía
y en favor suyo.
Don César
Jamás.
Que tuve siempre, confieso,
simpatía misteriosa
e interés por Espinosa,
pero no obré en su proceso.
Amé a Aurora, la amo aún;
mas mi pasión despechada
es imposible, y no hay nada
entre los dos de común.
Mientras viva la amaré;
pero este amor solitario
de mi pecho en el santuario
solo yo conservaré.
Don Rodrigo
¡Otro misterio!
Don César
Tremendo
sin duda, padre; mas puede
conmigo, y mi brío cede
a su poder.
p. 88Don Rodrigo
No lo entiendo.
Don César
Ni yo sé decir más de él
sino que Aurora, señor,
no nació para mi amor.
Don Rodrigo
¿Quién te ha dicho eso?
Don César
Gabriel.
Don Rodrigo
¡Infeliz! Es su manceba.
Don César
Quien tal os dijo ha mentido,
señor.
Don Rodrigo
Ella misma ha sido.
Don César
¿Ella?
Don Rodrigo
En la primera prueba
del tormento.
Don César
¡Cielo santo!
¿La habéis puesto en el tormento?
Don Rodrigo
Es débil, y habló al momento.
Don César
¡Me paralizo de espanto!
¿Qué abismo es este de males
que por doquier nos circunda?
¡Qué trama esta tan fecunda
de misterios!
Don Rodrigo
Los fatales
hilos de esa negra trama
tan solo puede romper
la muerte, y hoy ha de ser.
Que mueran él y su dama.
Don César
¡Imposible! Mintió.
Don Rodrigo
¿Quién?
Don César
Ella: no puede tampoco
ser de Gabriel.
Don Rodrigo
¿Quieres loco
volverme?
Don César
No. Sé muy bien
lo que digo: esa mujer
es prenda de una venganza.
Solo con esa esperanza
la conserva en su poder.
Don Rodrigo
¿Ella de venganza prenda
y en su poder? ¡Dios me asista!
De este arcano ante mi vista
se aclara la sima horrenda.
¡Hola!
(Toca la campanilla y entra un alguacil).
En libertad a Aurora
poned al punto, y aquí
traedla. Escucha, ¡ay de mí!,
escucha, César, ahora
un secreto horrible: ese hombre,
p. 89que no es nada y que lo es todo,
de quien de saber no hay modo
religión, patria ni nombre;
ese hombre, a quien nada espanta,
cuya altivez nadie doma,
penitente humilde en Roma,
peregrino en Tierra Santa,
soldado en Flandes, marqués
en Madrid, corso en Venecia,
que alma y vida menosprecia
como al polvo de sus pies;
a quien no rinde el tormento,
y cuyo espíritu fuerte
ve a un paso de sí la muerte
y se sonríe contento,
no es criatura, es fantasma;
no es vivo, es aparición,
quimera, ensueño, visión,
más que de terror me pasma.
Es un hombre de otra edad:
un hombre que estando muerto
halló su sepulcro abierto
y huyó de la eternidad
mis pasos para seguir;
es la sombra de otro ser
que sale a la tierra a ver
nuestra sepultura abrir.
Don César
¡Ay de mí! El continuo afán
del proceso de Gabriel
os hizo concebir de él
esas quimeras que están
trastornándoos la razón.
Don Rodrigo
Dices bien..., sí..., no comprendas
jamás las causas horrendas
de mi ruin superstición.
DON RODRIGO, DON CÉSAR y DOÑA AURORA
Doña Aurora
¡Libre!.. Jamás esperé
que nos olvidara Dios;
(A don César)
ni de haber fiado en vos
jamás me arrepentiré,
pues duda no queda en mí
de a quién debo, capitán,
p. 90la libertad que me dan
cuando os vuelvo a ver aquí.
Don Rodrigo
Despeja. Escuchad, Aurora.
Doña Aurora
¿Por qué le mandáis salir?
Don Rodrigo
Porque nadie debe oír
nuestras palabras ahora.
Doña Aurora
¡Dios mío! ¿Qué extraño afán
os agita? ¿Es, por ventura,
mi libertad impostura?
¡Ah! No os vayáis, capitán;
quiere volverme tal vez
al tormento.
Don Rodrigo
Oíd, os digo.
Sois libre, y yo vuestro amigo.
Doña Aurora
¿Cabe entre el reo y el juez
amistad? ¿Entre el verdugo
y la víctima? Jamás
os conoceré por más
que por juez.
Don Rodrigo
¡A Dios no plugo
que fuese de otra manera!
Mas acaso desde ahora
variéis de opinión, Aurora.
(Vuelve a don César, que permanece en pie junto a la puerta).
¿Qué esperáis vos? Idos fuera.
(Vase don César).
DON RODRIGO y DOÑA AURORA
Don Rodrigo
Nada receléis de mí,
pobre niña: en libertad
estáis: vuestra voluntad
no tendrá ya coto aquí.
Serenaos, pues; oídme,
Aurora, y por cuanto améis
ruégoos que me contestéis
la verdad.
Doña Aurora
Pues bien, decidme
vos en conciencia primero:
¿mi libertad se me dio
con la de Gabriel? Si no
es así, yo no la quiero.
Don Rodrigo
Solo depende de vos
la libertad; si un secreto
p. 91me aclaráis vos, os prometo
la libertad de los dos.
Doña Aurora
¿Es mío solo el secreto
que me pedís?
Don Rodrigo
Sí, en verdad.
Doña Aurora
¿Y vale la libertad
de Gabriel?
Don Rodrigo
Me comprometo
a dársela.
Doña Aurora
Preguntad.
Don Rodrigo
¿Qué tiempo hará que de Gabriel al lado
vivís?
Doña Aurora
Desde muy niña.
Don Rodrigo
¿Y qué memoria
de vuestra infancia conserváis?
Doña Aurora
Apenas
una vaga memoria me ha quedado
de aquellas horas al pesar ajenas.
Don Rodrigo
No espero yo que recordéis la historia
de vuestra infancia, cuya edad se olvida
pronto, y muy fácilmente con las penas
o los placeres de la inquieta vida;
mas del lugar en donde habéis nacido,
donde pasasteis los primeros años,
tendréis alguna idea.
Doña Aurora
Muy confusa;
tal, que puedo decir que la he perdido
mezclándola después con mil extraños
recuerdos posteriores.
Don Rodrigo
¿De manera
que imposible os será, pues lo rehúsa
vuestra memoria ya, la más ligera
noticia dar de vuestra edad primera?
Doña Aurora
Tan imposible, no. ¿Quién en su mente
a un recuerdo infantil no da guarida?
¿Quién no vuelve los ojos tiernamente
hacia las puertas de oro de la vida?
¿Quién no recuerda en ocasión alguna
el pobre hogar o la lujosa estancia,
cuya techumbre guareció en su infancia
el dulce sueño que gozó en la cuna?
Don Rodrigo
¿Vos recordáis ese lugar?
Doña Aurora
Sin duda;
mas no por la virtud de mi memoria
sola, tan fiel en esa edad no cabe
tenerla: sé de mi infantil historia
lo que fui recordando con ayuda
de la voz de Gabriel, que es quien la sabe.
p. 92Don Rodrigo
¿Gabriel la sabe?
Doña Aurora
Sí.
Don Rodrigo
¿Y os la ha contado?
Doña Aurora
Incompleta.
Don Rodrigo
(También la habrá engañado).
Mas yo quiero saber solo la idea
que hayáis vos en la mente conservado.
Doña Aurora
Tengo, aunque muy confuso, algún recuerdo.
Don Rodrigo
¿De qué?
Doña Aurora
De mil objetos.
Don Rodrigo
Aunque sea
en confusión, decídmelos.
Doña Aurora
Me acuerdo
de una ribera donde yo cogía
yerbezuelas y conchas; del rugiente
mar, que sus ondas sin cesar mecía;
de un monasterio triste y solitario
fundado al pie de un monte; y vagamente
me acuerdo de la iglesia, con su coro
enverjado, sus techos con pinturas,
su altar lleno de flores, su sagrario
iluminado con mecheros de oro;
y me acuerdo también, porque me daban
miedo, de las inmóviles figuras
de mármol que tendidas reposaban
encima de sus anchas sepulturas.
Don Rodrigo
¿Qué monasterio era ese?
Doña Aurora
Era un convento
de monjas.
Don Rodrigo
¿Qué país?
Doña Aurora
No lo he sabido
nunca.
Don Rodrigo
¿Jamás Gabriel os ha contado
lo que hacíais allí? ¿Quién conducido
os había a aquel claustro?
Doña Aurora
No ha querido
decírmelo jamás; sé que aposento
tenía allí mi madre, y que he pasado
los tres primeros años de mi vida
allí.
Don Rodrigo
¿Con ella?
Doña Aurora
Sí.
Don Rodrigo
¿De vuestra madre,
os ha hablado Gabriel?
Doña Aurora
Mil y mil veces.
Don Rodrigo
¿La recuerda a menudo?
Doña Aurora
No la olvida
p. 93jamás, y sé que en sus nocturnas preces
la reza como a mártir.
Don Rodrigo
¿Sabéis de ella
la historia, el nombre, la familia?
Doña Aurora
Nada.
Sé que fue un día festejada y bella,
y luego escarnecida y ultrajada.
Sé que el relato de su triste historia
es una horrible e infernal leyenda
que conserva Gabriel en su memoria,
de expiación y de venganza prenda.
Don Rodrigo
¿Y qué es lo que sabéis de este relato
vos?
Doña Aurora
Yo, nada tal vez, y acaso todo;
porque sus hechos sé, mas nunca supe
ni las personas, ni el lugar, ni el modo.
Don Rodrigo
Pero en fin, ¿qué sabéis de vuestra madre?
Doña Aurora
Sé que era noble dama; que vivía
en la corte de un rey a quien la unía
una amistad profunda y verdadera;
que era para aquel rey casi una hermana,
pues juntos cuando niños se criaron,
y fraternal amor constantemente
uno a otro los dos se conservaron.
Sé que era cuanto rica, generosa;
y que el encanto de las gentes era
por su virtud y ciencia prodigiosa;
que el vulgo la quería,
la corte la admiraba
y con ella secretos no tenía
el rey, que como hermana la trataba.
Don Rodrigo
¿Mas ese rey?...
Doña Aurora
Murió.
Don Rodrigo
¿Cómo?
Doña Aurora
En la guerra,
y concluyó con él su dinastía,
y otro rey vino a gobernar su tierra,
y a otras manos pasó su monarquía.
Don Rodrigo
¿Y vuestra madre entonces?...
Doña Aurora
Fue mirada
como enemiga del monarca nuevo,
y al fin de algunos meses acusada
de traición; por diabólica su ciencia
tomaron, y la dieron por culpada,
diciendo que hizo creer que el rey vivía
no sé a quién, a favor de un sortilegio,
mostrando a sus conjuros evocada
la aparición de su fantasma regio.
p. 94Don Rodrigo
¿Y después?
Doña Aurora
¡Oh! Después..., eso es lo horrible
de la historia, señor. Se apoderaron
de ella, de su palacio, de su hacienda,
los vendieron, sus armas infamaron,
y ocupó un extranjero su vivienda,
y su nombre y su raza se olvidaron.
Don Rodrigo
¿Y ella?
Doña Aurora
Como las hojas del otoño
despareció de encima de la tierra,
y en ella más los hombres no pensaron
solo pensando en libertad y guerra.
Don Rodrigo
¿Pero vos?
Doña Aurora
No lo sé... Sé que mi madre
pobre, triste, ofendida y no vengada,
en aquel solitario monasterio
tejía su existencia desdichada,
y yo existía ya, bajo el misterio
de aquellas santas bóvedas velada.
Don Rodrigo
¿Y luego?
Doña Aurora
No sé más.
Don Rodrigo
¿Gabriel no os dijo
nada de vuestro padre?
Doña Aurora
Le tenía
siempre por padre a él, y él me quería
más que el padre mejor quiere a su hijo.
Don Rodrigo
¿Pero cómo supisteis?...
Doña Aurora
En su sueño
sorprendí su secreto: y como me era
necesario su amor de una manera
u otra, el amor filial hallé pequeño,
y del amor de la mujer y el niño
formé para Gabriel solo un cariño.
Don Rodrigo
¿Pero al saber que vuestro padre no era,
no preguntasteis vos?
Doña Aurora
Quién era el mío.
Don Rodrigo
¿Y qué dijo Gabriel?
Doña Aurora
Que él lo sabía:
mas que de él a acordarme no volviera,
porque mi amor filial no merecía.
Don Rodrigo
Siempre merece un padre...
Doña Aurora
No lo ha sido
jamás el mío para mí.
Don Rodrigo
¡Aurora!
Doña Aurora
¿Creéis que una razón me fue bastante
para echar su memoria en el olvido?
¡Insistí, porfié, lloré y ahora
sé que nunca mi amor ha merecido!
p. 95Sé que me echó a la vida despojada
de su nombre, y sin pan y sin abrigo.
Sé que dejó a mi madre deshonrada
en medio de la tierra abandonada
para llorar y perecer conmigo.
Don Rodrigo
¿Y creéis a Gabriel?
Doña Aurora
¿Que si le creo?
Es la verdad del cielo descendida;
su palabra es mi fe, y en esta vida
por su fe juzgo, por sus ojos veo.
Don Rodrigo
¿Nunca os dijo Gabriel nada en abono
de vuestro padre?
Doña Aurora
Nada; y si lo hubiera,
yo sé bien que Gabriel me lo dijera.
Don Rodrigo
¿Es decir?...
Doña Aurora
Que es mi padre y le perdono,
como amor exigir de mí no quiera.
Mi madre, que al dolor ha sucumbido,
de Dios le aguarda ante el excelso trono.
Yo, a quien solo dio el ser, nada le pido;
pero como él nos olvidó, le olvido,
como él me abandonó, yo le abandono.
Don Rodrigo
¿Vive, pues?
Doña Aurora
No lo sé.
Don Rodrigo
¿Mas si viviera?
Doña Aurora
Como él no me buscó, no le buscara.
Don Rodrigo
¿Y si una vez en la vital carrera
con él os encontrarais?
Doña Aurora
Le mirara
sin ira, mas la espalda le volviera.
Don Rodrigo
¿Y si al veros partir él os llamara?
Doña Aurora
De su paterna voz no hiciera caso.
Don Rodrigo
¿Y si llorando el mísero os siguiera?
Doña Aurora
Apresurara, sin volverme, el paso.
Don Rodrigo
Pero, ¿y si os alcanzara y os asiera
de los vestidos él?
Doña Aurora
Los rasgaría
dejándole en la mano los pedazos.
Don Rodrigo
¿Y si os tendiera sus paternos brazos?
Doña Aurora
Su abrazo paternal rechazaría.
Don Rodrigo
¿Por qué?
Doña Aurora
Porque mi padre todavía
no ha ido a orar sobre la tumba oscura
de mi madre, y Gabriel me dijo un día
que al querer abrazarnos se abriría
entre mi padre y yo su sepultura.
Don Rodrigo
¡Fatal superstición!
Doña Aurora
Tal es la mía.
p. 96Don Rodrigo
Tal es la ira de Dios. Es un misterio
impenetrable. Satanás me ciega
sin duda, y nunca a comprenderle llega
mi corazón ansioso.
Doña Aurora
He respondido
a cuanto preguntarme habéis querido.
Señor, a vos os toca.
Don Rodrigo
¡Sí, a fe mía!
Vais a ver a Gabriel. (¡Oh!, sí; yo quiero
apurar este cáliz de agonía.)
(Abre la puerta que da al encierro de Gabriel, mientras Aurora dice):
Doña Aurora
Libres al fin... Para Gabriel ahora
libre será mi corazón entero.
DOÑA AURORA, DON RODRIGO y GABRIEL
Don Rodrigo
(A Gabriel).
Espinosa.
Gabriel
Heme aquí.
Doña Aurora
(Viendo a Gabriel).
¡Gabriel!
Gabriel
(Abrazándola).
¡Aurora!
¡Infeliz! ¿Quién aquí te ha conducido?
Doña Aurora
La libertad, Gabriel, libres estamos,
y cual juntos aquí nos han traído,
juntos espero que de aquí partamos.
Gabriel
(Pidiendo explicación de estas palabras de doña Aurora).
¡Santillana!
Don Rodrigo
(Dándole la orden de libertad).
Leed.
Doña Aurora
¿Ves?
Gabriel
(Lo comprendo
todo. La agitación de don Rodrigo,
de mi Aurora infeliz la fe tranquila...
¡He aquí el instante para mí tremendo!
La hora del martirio y del castigo.
Señor, Señor..., mi espíritu vacila;
sostenedme hasta al fin... ¡sed vos conmigo!)
Doña Aurora
¿Qué te agita, Gabriel?... Tu faz sombría,
tu palidez...
Gabriel
Un poco conmovido
estoy; y es natural, Aurora mía.
Y también vos estáis descolorido,
Santillana...
Don Rodrigo
Espinosa, concluyamos.
Yo os llamé...
p. 97Gabriel
No os canséis: el por qué entiendo.
¿A solas con Aurora habéis hablado?
Don Rodrigo
La historia de su madre me ha contado.
Gabriel
Solo para que a vos os la contara
se la he contado yo.
Don Rodrigo
Toda pretendo
saberla, pues.
Gabriel
¡Curiosidad avara!
Don Rodrigo
Pero que vos satisfaréis.
Gabriel
Sin duda;
mas puédeos ser satisfacción muy cara;
porque os advierto, juez, que he observado
que mis satisfacciones y respuestas,
por más que yo riendo os las he dado,
han sido siempre para vos funestas.
Don Rodrigo
Hablad..., hablad.
Gabriel
¡Si os empeñáis en eso!
Mas después de tres meses de proceso
no sé cómo no estáis escarmentado
de interrogarme ya.
Don Rodrigo
¡Siempre lo mismo!
Acabemos, Gabriel.
Gabriel
Sí, concluyamos;
hora es de penetrar en este abismo.
Don Rodrigo
Descender quiero a él.
Gabriel
Y yo os prometo
que lo haréis: el momento es oportuno.
Don Rodrigo
Decid, pues.
Gabriel
Esperad, que este secreto
os pertenece a tres y falta uno.
Llamad al capitán, que con vos debe
penetrarle también.
Don Rodrigo
(Llama y sale un alguacil).
¡Hola! Don César.
Doña Aurora
¿Qué tienes, Gabriel mío? En tu semblante,
en tus palabras y ademanes noto
siniestra agitación.
Gabriel
Aurora mía,
tu corazón amante
por mí no tenga la inquietud más leve;
a mis pesares Dios hoy pondrá coto,
y ambos tendremos libertad en breve.
¿Tú no te olvidarás desde este día
de tu Gabriel?
Doña Aurora
Jamás. ¿Eso preguntas?
Juntas caminarán nuestras dos vidas,
nuestras almas a Dios subirán juntas.
p. 98Gabriel
Sí, ni la muerte las podrá un instante
mantener una de otra divididas.
Doña Aurora
¡Dios! ¿A qué mientas la muerte ahora?
Don Rodrigo
Ya está aquí el capitán.
Gabriel
Silencio, Aurora.
DOÑA AURORA, DON RODRIGO, GABRIEL y DON CÉSAR
Gabriel
¡Hola! Sed, capitán, muy bien venido.
Voy muy pronto a emprender un largo viaje
y un encargo dejaros he querido...
Don César
¡Un viaje!
Gabriel
Sí, estoy libre; me parece
que el portador de la orden habéis sido.
Don César
(¡Ay de mí! La infeliz aún nada sabe).
Gabriel
Decidme, capitán, ¿me habéis traído
un pliego de Madrid?
Don César
Tomadle.
Gabriel
Bueno;
guardadle por ahora. En esa carta
de un gran misterio encontraréis la llave.
(A don Rodrigo).
Vos sois algo curioso, y no me fío
de vos: sois padre y juez; os la confío,
capitán, solo a vos. Cuando yo parta,
dádsela a vuestro padre y que la lea.
¿Me entendéis? Cuando parta: que no sea
ni un solo minuto antes.
Don César
Os lo juro.
Gabriel
Vuestra palabra sola es buen seguro.
Además, por si acaso no volvemos
a vernos, pues yo parto con Aurora
del mundo terrenal a otros extremos,
quiero un regalo haceros, en memoria
de nuestro buen encuentro en esta vida,
que os será complemento de mi historia
y prenda de amistad y despedida.
(Gabriel saca del pecho un relicario que lleva al cuello con una cadena).
Don Rodrigo
(Esa calma satánica me aterra).
Doña Aurora
(Tiemblo no sé por qué).
Don César
(No es ser humano
quien así se despide de la tierra).
Gabriel
Tomad. Es, capitán, un amuleto
sagrado; don del Papa. Un relicario
p. 99que un lignum crucis venerando encierra
y guarda como el pliego otro secreto.
Con el respeto mismo que a un sagrario
contempladlo, y lo mismo que la carta
se lo daréis al juez... cuando yo parta.
(A don Rodrigo).
Abridlo solo vos: es mi conciencia,
y Dios solo con vos sondarla debe;
en ella echad una ojeada breve
y reconoceréis la omnipotencia.
¡Mas si un soplo hay en vos de fe cristiana,
esperad a que muera, Santillana!
¡Ea! Ya que se acerca mi partida,
escuchad, señor juez, el cuento extraño
que queríais saber, y por mi vida
que oiréis una historia divertida.
Don Rodrigo
(Yo tiemblo).
Gabriel
Oídme, pues. La escena pasa
no importa el día, la estación ni el año,
de noche, en Setubal, y en una casa.
Don Rodrigo
(¡Cielos!).
Gabriel
Temblando estáis si no me engaño,
Santillana.
Don Rodrigo
Seguid.
Gabriel
En hora buena.
En una alcoba cómoda, alumbrada
por una lamparilla perfumada
con asiático aroma, bien ajena
el alma de inquietud y bien guardado
por leales domésticos, el dueño
de aquella rica estancia descuidado
yacía en brazos de agradable sueño.
Era un hombre harto noble y poderoso
para que no tuviera por asilo
muy seguro su casa, y al reposo
se entregaba en su cámara tranquilo.
Una noche creyó sobresaltado,
a pesar de lo doble de la alfombra,
pasos del lecho percibir al lado.
Abrió los ojos y miró espantado
trazarse en la pared movible sombra:
volvió la faz, y con la faz de seda
se tropezó de un hombre enmascarado.
¡Frío quedó como el cadáver queda!
«Levantaos», le dijo con acento
imperioso el incógnito; y vistiose
la bata que él le daba. «A ese aposento
salid». Obedeció y enfrente hallose
p. 100de dos hombres plantados a la puerta,
una dama como ellos encubierta
y un sacerdote pálido, y tenaces
sintió pesar sobre su frente yerta
las miradas ardientes y voraces
lanzadas a su frente descubierta
a través de los negros antifaces.
Entonces de estos hombres el primero,
de la sombría dama el velo alzando,
«¿La conocéis?», le dijo, y él, temblando,
«Sí», respondió. «Pues bien, sed caballero»,
repuso el disfrazado; y avanzando
el grave sacerdote se dispuso
a unirle con la dama en matrimonio,
mientras el de la máscara se puso
a escribir en silencio el testimonio.
El despertado resistirse quiso;
pero su daga el disfrazado al pecho
le presentó y ceder le fue preciso;
firmó, y el matrimonio quedó hecho.
Partió la dama y los demás con ella.
Mas quedose el primer enmascarado,
y dijo gravemente al despertado:
«Tenéis una mujer ilustre y bella,
gracias a mí y a vuestra buena estrella,
que os hizo viudo para ser casado;
le quitasteis la honra, y habéis dado
nombre a sus hijos; mas seguid su huella
y morís, ¡os lo juro!, asesinado».
Dijo así el de la máscara, y partiose
con los demás; y de la casa el dueño
enmedio de la cámara quedose
dudando si era realidad o sueño.
Don Rodrigo
Tremenda realidad.
Gabriel
(Apartándole a un lado).
Sí, don Rodrigo;
la dama, doña Inés; vos, el casado.
Don Rodrigo
¿Y vos, señor?
Gabriel
El hombre enmascarado.
Don Rodrigo
Tal vez Dios permitió...
Gabriel
Lo habéis soñado.
Don Rodrigo
¿Y si el sueño es verdad?
Gabriel
Silencio, digo.
Que ellos no os oigan, que la faz no os vean;
sueño o verdad, que sepultados sean
con vos el sueño, la verdad conmigo.
Don Rodrigo
Pero mi alma concibe en este punto
que ese arcano fatal guardar podría
una verdad.
p. 101Gabriel
Os dije que era asunto
concluido. Escuchadme: si yo fuera
el rey don Sebastián, morir debía
por la quietud del reino, y mi alma entera
ser mártir a ser rey preferiría.
Si soy un impostor, y perjudico
con mi existencia la quietud de España,
debo morir también; debo una hazaña
de mi impostura hacer, y sacrifico
mi vida a sostener esta patraña
que mi historia desde hoy hará famosa.
¿Me comprendéis?
Don Rodrigo
Señor, yo no me atrevo,
dudando...
Gabriel
Ahogad la duda: morir debo,
si no por Sebastián, por Espinosa;
y deben sepultarse, don Rodrigo,
con vos el sueño, la verdad conmigo.
No lo olvidéis.
(Vuelven al centro de la escena).
Doña Aurora
¿No sigues tu leyenda,
Gabriel? No está acabada.
Gabriel
No por cierto;
para leer su conclusión horrenda
de vuestros ojos quitará una venda
el juez cuando haya el relicario abierto.
GABRIEL, DOÑA AURORA, DON RODRIGO, DON CÉSAR, el DOCTOR N. y ALGUACILES. A la parte exterior de la puerta, soldados. Después, el Verdugo
Alguacil
Las seis.
Gabriel
Partamos, pues.
Doña Aurora
¡Virgen María!
Gabriel, ¿qué es esto?
Gabriel
Mi destino, Aurora.
Doña Aurora
¡Tu destino!... ¡Mi mente se extravía!
Alguacil
(Anunciando).
El verdugo del rey.
(Se presenta el Verdugo con el dogal en la mano).
Doña Aurora
¡Dios mío! ¡Ahora
lo comprendo!... ¡Ay de mí!...
(Se desmaya en los brazos de don César, que la coloca en el sillón).
Don César
¡Mísera!
Gabriel
El día
p. 102concluye. Vamos, pues me faltaría
valor para dejarla si volviera
en sí. Pronto, marchemos.
Doctor
(A Gabriel, poniéndose a su lado).
Vos, conmigo.
Gabriel
Es inútil.
Doctor
Mirad.
Gabriel
Todo es en vano.
Doctor
¿Sin confesión iréis?
Gabriel
Ha que os lo digo
cuatro semanas ya.
Doctor
¿No sois cristiano?
Gabriel
Porque lo soy, si a confesarme accedo,
os tendré que decir lo que no puedo.
Velad por ella, capitán; se encierra
en ella sola cuanto amé en la tierra.
Don Rodrigo
Señor...
Gabriel
No os fatiguéis; empresa es vana.
Llegó, rey o impostor, mi último día
y moriré cual debo, Santillana.
Si impostor, con impávida osadía,
y si rey, con fiereza soberana.
(Vase, y todos tras él).
DON RODRIGO, DOÑA AURORA y DON CÉSAR
Don Rodrigo
A concebir mi mente no se atreve
de la verdad el espantoso arcano.
Por ser y por no ser perecer debe,
sí; pero no mi desdichada mano
a ciegas al patíbulo le lleve.
César, dame esa joya.
Don César
Cuando muera.
Don Rodrigo
Sepamos antes la verdad entera,
César.
Don César
Padre, excusad vana porfía;
con su secreto perecer quería
y he de cumplir su voluntad postrera.
Don Rodrigo
¡César!
Don César
Se lo juré.
Doña Aurora
(Volviendo en sí).
¡Ay! ¿Quién hablaba
aquí? ¿Sois vos, don César? ¡Qué terrible
pesadilla!
Don César
(Aparte).
(¡Infeliz!).
Doña Aurora
Sí, yo soñaba
p. 103sin duda... ¡Eran quimeras! Mas ¡qué horrible
sospecha! Ese silencio..., esa tristeza...
¿Qué sucede? ¡Ay de mí! Los pensamientos
no acierto a combinar en mi cabeza.
¿Y Gabriel? Aquí estaba unos momentos
hace. ¿Y Gabriel? Decid: ¿dónde está ahora?
¿Dónde está? Yo he soñado que venían
por él. Mas ¡qué rumor!...
(Ruido de voces dentro; doña Aurora se abalanza
a la ventana,
que abre, a pesar de don César que intenta
impedírselo).
Don César
Tened, Aurora;
tened, no os asoméis.
Doña Aurora
¡Ah! Me querían
engañar.
(Se asoma).
Allí va. Luces, soldados,
gente... ¡Ay! Yo veo, pero no concibo
lo que veo... Me envuelve el pensamiento
una niebla, un vapor calenturiento,
y no sé comprender lo que percibo.
Allí va. ¿Pero dónde se lo llevan
sin mí? Se paran... ¡El afán me ahoga!
¿Qué palos son aquellos que se elevan
allí? ¿Quién es aquel que con él sube?
¿Qué le ponen al cuello?... Es una soga.
¡Dios mío! Rasga la sangrienta nube
que me ofusca la mente... Un sacerdote.
¡Ah! Le van a matar... ¡Desventurados,
deteneos!... ¡Gabriel!... ¡Y yo, insensata,
que lo miraba estúpida! Malvados,
tened... Las manos sin oírme le ata.
(Volviéndose de repente a don Rodrigo).
Pero vos, ¡miserable!, que sois hombre,
venid..., gritad..., gritad..., alma cobarde,
conmigo... ¡Deteneos! Santillana,
gritad, a mí no me oyen, ¡en el nombre
de Dios! Gritad..., le quitan la escalera...
Gritad.
Don Rodrigo
Sí, que se salve aunque yo muera.
(Se acerca a la ventana y grita).
¡En el nombre del rey!...
Doña Aurora
¡Ay, es ya tarde!
(Cayendo de rodillas junto a la ventana).
Don César
(Dando el relicario a don Rodrigo).
¡Tomad: sepamos la verdad postrera!
(Don Rodrigo toma y abre con ansia el pliego y el relicario que le da don César. El relicario contiene un papel y un retrato envuelto: el pliego varios papeles. Lo primero que leep. 104 don Rodrigo es el papel del relicario: después registra con ansia los papeles del pliego, y después desenvuelve el retrato; todo con la mayor agitación y ansiedad. Doña Aurora permanece unos momentos de rodillas y se acerca después al grupo que forman don Rodrigo y don César).
Don Rodrigo
(Leyendo).
«En nombre de Dios. Quienquier que fueres,
juez, sacerdote o asesino, pena
de excomunión después que lo leyeres,
arroja al fuego este papel. El muerto
ha sido el rey don Sebastián».
Doña Aurora
¡A buena
hora lo ves, imbécil asesino!
Don Rodrigo
(Registrando el pliego).
Mi firma. Una escritura..., mi contrato
de boda...
(Desenvuelve el retrato).
Y esta, doña Inés Aldino.
Doña Aurora
(Quitándoselo).
¡Mientes! Es de mi madre ese retrato.
Don Rodrigo
(Tendiéndole los brazos).
¡Hija mía!
Doña Aurora
(Rechazándole).
¿Tu hija?... Eso tan solo
me faltaba. ¡Hija tuya! Alucinarme
quieres con ese nombre; mas el dolo
miserable comprendo. No lo intentes.
Tú no has podido la existencia darme.
Mientes, viejo feroz; dime que mientes.
Tú para que su muerte te perdone
me llamas hija tuya; mas te engañas.
Nada hay en mí que tu maldad abone;
para ti solo hay odio en mis entrañas.
Don Rodrigo
(De rodillas).
¡Hija mía!
Doña Aurora
¡Otra vez! No me lo digas,
no me lo expliques; comprender no quiero
que el ser infame que en tu seno abrigas
me pudo dar el ser. Muerta primero.
Don Rodrigo
(Asiéndola del vestido).
¡Calla, hija mía!
Doña Aurora
Suelta, no me sigas.
Don Rodrigo
¡Huyes de mí!
Doña Aurora
Por siempre.
Don Rodrigo
¿Me abandonas?
Doña Aurora
Como a mi madre tú.
Don Rodrigo
¿Nada en mi abono
te dice el corazón? Que me perdonas
dime.
Doña Aurora
Mi madre, contra ti, ante el trono
de Dios, venganza pide.
p. 105Don Rodrigo
¡Horrendo encono!
Doña Aurora
Si eres mi padre tú, ¿por qué te extrañas
del infernal rencor que arde en mis venas?
La que tiene tu sangre en sus entrañas,
solo puede tener sangre de hienas.
Suéltame, pues, de tu sangrienta mano.
Mi padre era Gabriel, y su asesino
y el de mi madre, tú.
Don Rodrigo
Pero el destino
te une hoy a mí.
Doña Aurora
(Desprendiéndose de él).
Lo intentarás en vano.
Muerta mejor que a tu existencia unida.
Reniego, huyo de ti; mi ser olvida
y el nombre de hija que tan mal empleas;
y ¡ojalá que infeliz como ellos seas!,
y ¡ojalá en mi lugar, fiero homicida,
de mi madre y Gabriel, junto a ti veas
la doble aparición toda tu vida!
(Don Rodrigo cae desplomado. Doña Aurora se va
por la puerta
del fondo. Don César la sigue tristemente. Cae el
telón).
FIN DEL DRAMA